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García_Cabrera,Pedro
<XXI
No_Quiso_El_Viento_Apadrinar_Su_Invierno
No quiso el viento apadrinar su invierno. Aire y frío era el orbe: plástica imagen de la nieve. Y fue sembrando voces a su paso. Sin la nieve ni el frío. Sólo y consigo, con sí mismo, el viento. Y hubo un rapto de sienes, de globos y de jarcias. Desnudas quedamos las cosas. Y ya somos reductos transparentes.
es
González-Haba,José_Antonio
<XXI
Ciertamente
Ciertamente. Ni las lechuzas ni la luna. ni el mar ni los caballos aportan las razones evidentes con las que, siquiera, vislumbrar las remotas causas del caos. La irracionalidad, pues, alcanza un grado terminante. Envuelve a dioses y herraduras. Estuvimos a punto de entregarnos. De reconocer vuestra barbarie. Olvidando los tiempos heroicos aquellos en que el mar y los caballos pelearon por nosotros, a solas bajo un cielo espléndido y remoto. Estuvimos a punto de entregarnos. De hacernos razonables y accesibles.
es
Arciniegas,Ismael_Enrique
<XXI
Oh_Mano_Larga_Y_Fina,_Mano_Que_Entre_La_Bruna
Oh mano larga y fina, mano que entre la bruna Noche parece un lirio besado por la luna; Oh mano transparente y exangüe, que armoniza De pálidas perlas con la luz enfermiza; Labios que no supieron nunca reír, en donde Una vaga sonrisa cual capullo se esconde; Pudorosas pupilas; ojeras azuladas, Anunciadoras de insomnios en las noches calladas, Cuando voz del pasado, que un bien perdido nombra, Llega a nuestros oídos al través de la sombra; Palidez de la frente, cual palidez de cielos Invernales, que dice de callados anhelos, De sacrificio y luchas de una alma siempre sola, Que vencida sucumbe sin amor ni aureola ... (¡Oh atracciones secretas ... misteriosa armonía!) ¡Cómo habláis sin palabras a mi melancolía!
es
Girondo,Oliverio
<XXI
Semana_Santa
Desde el amanecer, se cambia la ropa sucia de los altares y de los santos, que huele a rancia bendición, mientras los plumeros inciensan una nube de polvo tan espesa, que las arañas apenas hallan tiempo de levantar sus redes de equilibrista, para ir a ajustarías en los barrotes de la cama del sacristán. Con todas las características del criminal nato lombrosiano, los apóstoles se evaden de sus nichos, ante las vírgenes atónitas, que rompen a llorar... porque no viene el peluquero a ondularles las crenchas. Enjutos, enflaquecidos de insomnio y de impaciencia, los nazarenos pruébanse el capirote cada cinco minutos, o llegan, acompañados de un amigo, a presentarle la virgen, como si fuera su querida. Ya no queda por alquilar ni una cornisa desde la que se vea pasar la procesión. Minuto tras minuto va cayendo sobre la ciudad una manga de ingleses con una psicología y una elegancia de langosta. A vista de ojo, los hoteleros engordan ante la perspectiva de doblar la tarifa. Llega un cuerpo del ejército de Marruecos, expresamente para sacar los candelabros y la custodia del tesoro. Frente a todos los espejos de la ciudad, las mujeres ensayan su mirada “Smith Wesson”; pues, como las vírgenes, sólo salen de casa esta semana, y si no cazan nada, seguirán siéndolo... ¡Campanas! ¡Repiqueteo de campanas! ¡Campanas con café con leche! ¡Campanas que nos imponen una cadencia al abrocharnos los botines! ¡Campanas que acompasan el paso de la gente que pasa en las aceras! ¡Campanas! ¡Repiqueteo de campanas! En la catedral, el rito se complica tanto, que los sacerdotes necesitan apuntador. Trece siglos de ensayos permiten armonizar las florecencias de las rejas con el contrapaso de los monaguillos y la caligrafía del misal. Una luz de “Museo Grevin” dramatiza la mirada vidriosa de los cristos, ahonda la voz de los prelados que cantan, se interrogan y se contestan, como esos sapos con vientre de prelado, una boca predestinada a engullir hostias y las manos enfermas de reumatismo, por pasarse las noches —de cuclillas en el pantano— cantando a las estrellas. Si al repartir las palmas no interviniera una fuerza sobrenatural, los feligreses aplaudirían los rasos con que la procesión sale a la calle, donde el obispo —con sus ochenta kilos de bordados— bate el “record” de dar media vuelta a la manzana y entra nuevamente en escena, para que continúe la función... ¡Agua! ¡Agüita fresca! ¿Quién quiere agua? En un flujo y reflujo de espaldas y de brazos, los acorazados de los cacahueteros fondean entre la multitud, que espera la salida de los “pasos” haciendo “pan francés”. Espantada por los flagelos de papel, la codicia de los pilletes revolotea y zumba en torno a las canastas de pasteles, mientras los nazarenos sacian la sed, que sentirán, en tabernas que expenden borracheras garantizadas por toda la semana. Sin asomar las narices a la calle, los santos realizan el milagro de que los balcones no se caigan. ¡Agua! ¡Agüita fresca! ¿Quién quiere agua? pregonan los aguateros al servirnos una reverencia de minué. De repente, las puertas de la iglesia se abren como las de una esclusa, y, entre una doble fila de nazarenos que canaliza la multitud, una virgen avanza hasta las candilejas de su paso, constelada de joyas, como una cupletista. Los espectadores, contorsionados por la emoción, arráncanse la chaquetilla y el sombrero, se acalambran en posturas de capeador, braman piropos que los nazarenos intentan callar como el apagador que les oculta la cabeza. Cuando el Señor aparece en la puerta, las nubes se envuelven con un crespón, bajan hasta la altura de los techos y, al verlo cogido como un torero, todas, unánimemente, comienzan a llorar. ¡Agua! ¡Agüita fresca! ¿Quién quiere agua? Las tribunas y las sillas colocadas enfrente del Ayuntamiento progresivamente se van ennegreciendo, como un pegamoscas de cocina. Antes que la caballería comience a desfilar, los guardias civiles despejan la calzada, por temor a que los cachetes de algún trompa estallen como una bomba de anarquista. Los caballos —la boca enjabonada cual si se fueran a afeitar— tienen las ancas tan lustrosas, que las mujeres aprovechan para arreglarse la mantilla y averiguar, sin darse vuelta, quién unta una mirada en sus caderas. Con la solemnidad de un ejército de pingüinos, los nazarenos escoltan a los santos, que, en temblores de debutante, representan “misterios” sobre el tablado de las andas, bajo cuyos telones se divisan los pies de los “gallegos”, tal como si cambiaran una decoración. Pasa: El Sagrado Prendimiento de Nuestro Señor, y Nuestra Señora del Dulce Nombre. El Santísimo Cristo de las Siete Palabras, y María Santísima de los Remedios. El Santísimo Cristo de las Aguas, y Nuestra Señora del Mayor Dolor. La Santísima Cena Sacramental, y Nuestra Señora del Subterráneo. El Santísimo Cristo del Buen Fin, y Nuestra Señora de la Palma. Nuestro Padre Jesús atado a la Columna, y Nuestra Señora de las Lágrimas. El Sagrado Descendimiento de Nuestro Señor, y La Quinta Angustia de María Santísima. Y entre paso y paso: ¡Manzanilla! ¡Almendras garrapiñadas! ¡Jerez! Estrangulados por la asfixia, los “gallegos” caen de rodillas cada cincuenta metros, y se resisten a continuar regando los adoquines de sudor, si antes no se les llena el tanque de aguardiente. Cuando los nazarenos se detienen a mirarnos con sus ojos vacíos, irremisiblemente, algún balcón gargariza una “saeta” sobre la multitud, encrespada en un ¡ole!, que estalla y se apaga sobre las cabezas, como si reventara en una playa. Los penitentes cargados de una cruz desinflan el pecho de las mamas en un suspiro de neumático, apenas menos potente al que exhala la multitud al escaparse ese globito que siempre se le escapa a la multitud. Todas las cofradías llevan un estandarte, donde se lee: S. P. Q. R. Es el día en que reciben todas las vírgenes de la ciudad. Con la mantilla negra y los ojos que matan, las hembras repiquetean sus tacones sobre las lápidas de las aceras, se consternan al comprobar que no se derrumba ni una casa, que no resucita ningún Lázaro, y, cual si salieran de un toril, irrumpen en los atrios, donde los hombres les banderillean un par de miraduras, a riesgo de dejarse coger el corazón. De pie en medio de la nave —dorada como un salón—, las vírgenes expiden su duelo en un sólido llanto de rubí, que embriaga la elocuencia de prospecto medicinal con que los hermanos ponderan sus encantos, cuando no optan por alzarles las faldas y persuadir a los espectadores de que no hay en el globo unas pantorrillas semejantes. Después de la vigésima estación, si un fémur no nos ha perforado un intestino, contemplamos veintiocho “pasos” más, y acribillados de “saetas”, como un San Sebastián, los pies desmenuzados como albóndigas, apenas tenemos fuerza para llegar hasta la puerta del hotel y desplomarnos entre los brazos de la levita del portero. El “menú” nos hace volver en sí. Leemos, nos refregamos los ojos y volvemos a leer: “Sopa de Nazarenos.” “Lenguado a la Pío X.” —¡Camarero! Un bife con papas. —¿Con Papas, señor?... —¡No, hombre!, con huevos fritos. Mientras se espera la salida del Cristo del Gran Poder, se reflexiona: en la superioridad del marabú, en la influencia de Goya sobre las sombras de los balcones, en la finura chinesca con que los árboles se esfuman en el azul nocturno. Dos campanadas apagan luego los focos de la plaza; así, las espaldas se amalgaman hasta formar un solo cuerpo que sostiene de catorce a diez y nueve mil cabezas. Con un ritmo siniestro de Edgar Poe —¡cirios rojos ensangrientan sus manos!—, los nazarenos perforan un silencio donde tan sólo se percibe el tic-tac de las pestañas, silencio desgarrado por “saetas” que escalofrían la noche y se vierten sobre la multitud como un líquido helado. Seguido de cuatrocientas prostitutas arrepentidas del pecado menos original, el Cristo del Gran Poder camina sobre un oleaje de cabezas, que lo alza hasta el nivel de los balcones, en cuyos barrotes las mujeres aferran las ganas de tirarse a lamerle los pies. En el resto de la ciudad el resplandor de los “pasos” ilumina las caras con una técnica de Rembrandt. Las sombras adquieren más importancia que los cuerpos, llevan una vida más aventurera y más trágica. La cofradía del “Silencio”, sobre todo, proyecta en las paredes blancas un “film” dislocado y absurdo, donde las sombras trepan a los tejados, violan los cuartos de las hembras, se sepultan en los patios dormidos. Entre “saetas” conservadas en aguardiente pasa la “Macarena”, con su escolta romana, en cuyas corazas de latón se trasuntan los espectadores, alineados a lo largo de las aceras. ¡Es la hora de los churros y del anís! Una luz sin fuerza para llegar al suelo ribetea con tiza las molduras y las aristas de las casas, que tienen facha de haber dormido mal, y obliga a salir de entre sus sábanas a las nubes desnudas, que se envuelven en gasas amarillentas y verdosas y se ciñen, por último, una túnica blanca. Cuando suenan las seis, las cigüeñas ensayan un vuelo matinal, y tornan al campanario de la iglesia, a reanudar sus mansas divagaciones de burócrata jubilado. Caras y actitudes de chimpancé, los presidiarios esperan, trepados en las rejas, que las vírgenes pasen por la cárcel antes de irse a dormir, para sollozar una “saeta” de arrepentimiento y de perdón, mientras en bordejeos de fragata las cofradías que no han fondeado aún en las iglesias, encallan en todas las tabernas, abandonan sus vírgenes por la manzanilla y el jerez. Ya en la cama, los nazarenos que nos transitan las circunvoluciones redoblan sus tambores en nuestra sien, y los churros, anidados en nuestro estómago, se enroscan y se anudan como serpientes. Alguien nos destornilla luego la cabeza, nos desabrocha las costillas, intenta escamotearnos un riñón, al mismo tiempo que un insensato repique de campanas nos va sumergiendo en un sopor. Después... ¿Han pasado semanas? ¿Han pasado minutos?... Una campanilla se desploma, como una sonda, en nuestro oído, nos iza a la superficie del colchón. ¡Apenas tenemos tiempo de alcanzar el entierro!... ¿Cuatrocientos setenta y ocho mil setecientos noventa y nueve “pasos” más? ¡Cristos ensangrentados como caballos de picador! ¡Cirios que nunca terminan de llorar! ¡Concejales que han alquilado un frac que enternece a las Magdalenas! ¡Cristos estirados en una lona de bombero que acaban de arrojarse de un balcón! ¡La Verónica y el Gobernador... con su escolta de arcángeles! ¡Y las centurias romanas... de Marruecos, y las Sibilas, y los Santos Varones! ¡Todos los instrumentos de la Pasión!... ¡Y el instrumento máximo, ¡la Muerte!, entronizada sobre el mundo..., que es un punto final! ¿Morir? ¡Señor! ¡Señor! ¡Libradnos, Señor! ¿Dormir? ¡Dormir! ¡Concedédnoslo, Señor!
es
Fuertes,Gloria
<XXI
Me_Quité_De_En_Medio
Me quité de en medio por no estorbar, por no gritar más versos quejumbrosos. Me pasé muchos días sin escribir, sin veros, sin comer más que llanto.
es
Aguijonmagico
XXI
Vivo_Solo_En_Un_Planeta_Abandonado
Vivo solo en un planeta abandonado, donde solo vivo yo, el vigilante. Vivo ahora eternamente malhadado, existo para siempre en un instante. Vigilo mi cosecha de tristezas, donde solo vivo yo, en mi avanzada hundida. Sin vida me recreo en futiles proezas que nunca logran nada, logran nada. Soy un páramo desierto en un planeta que se esconde en la cola de un cometa, uno cualquiera. Como quisiera que mi vida no sea nada, no sea nada. Un rayo incomprensible me atraviesa; mis negras nubes negras atraviesa mi atmósfera cargada. Me atraviesa mi capa de tristeza, de tristeza. Nace Flor en la hosquedad de roca encuentra allí un lugar que no existía nace el amor, una esperanza toca la vida vacía de mi melancolía. Mi planeta abandonado se humedece se descargan esas negras, negras nubes llueve en mí, la pequeña Flor florece subo yo, mi amor, porque tú subes. Sube en mí, mi Flor, sube en mi esencia dame paz, ya me la das, con tu presencia. Nace un nuevo mundo en mí, nuevo planeta. Por vos, y porque sí, nace el poeta. FIN.
es
Forner,Juan_Pablo
<XXI
Madrid
Esta es la villa, Coridón, famosa que bañada del breve Manzanares leyes impone a los soberbios mares y en otro mundo impera poderosa. Aquí la religión, zagal, reposa rica en ofrendas, fértil en altares; en las calles los hallas a millares; no hay portal sin imagen milagrosa. Y por que más la devoción entiendas de este piadoso pueblo, a cada mano ves presidir los santos en las tiendas. Y dime, Coridón: ¿es buen cristiano pueblo que al cielo da tantas ofrendas? Eso yo no lo sé, cabrero hermano.
es
Morales,Rafael
<XXI
Las_Amantes_Viejas
¡Ay, carne de destierro, ayer amante, reseca carne vieja y apagada, recuerdo ya del tiempo caminante, desierto de ilusión, rama tronchada, flor de la ausencia pálida y constante! ¿En dónde aquella luz de la mirada escondió su fulgor y su hermosura? Acaso boga ya, deshabitada, por un cielo lejano, dulce y pura, perdida, amor, herida y olvidada. ¡Ay, los pechos de nieve, casi vuelo, de suave vientecillo y de manzana, montecillos de amor, temblor de cielo!... Como mis flores muertas en la vana ausencia caen para buscar el suelo. ¿En dónde está la púrpura templada de aquellos labios de mojado fuego? Entró en ellos la noche despiadada y todo lo dejó desierto y ciego, todo destierro y sombra de la nada.
es
Bolaño,Roberto
<XXI
Entre_Friedrich_Von_Hausen
Entre Friedrich von Hausen el minnesinger y don Juanito el supermacho de Nazario. En una Barcelona llena de sudacas con pelas sin pelas legales e ilegales intentando escribir. (Querido Alfred Bester, por lo menos he encontrado uno de los pabellones de la Universidad Desconocida!)
es
Sabines,Jaime
<XXI
Después_De_Todo_—Pero_Después_De_Todo—
Después de todo —pero después de todo— sólo se trata de acostarnos juntos, se trata de la carne, de los cuerpos desnudos, lámpara de la muerte en el mundo. Gloria degollada, sobreviviente del tiempo sordomudo mezquina paga de los que mueren juntos. A la miseria del placer, eternidad, condenaste la búsqueda, al injusto fracaso encadenaste sed, clavaste el corazón a un muro. Se trata de mi cuerpo al que bendigo, contra el que lucho, el que ha de darme todo en un silencio robusto y el que se muere y mata a menudo. Soledad, márcame con tu pie desnudo. Aprieta mi corazón como las uvas y lléname la boca con su licor maduro.
es
Vallejo,César
<XXI
Por_Último,_Sin_Ese_Buen_Aroma_Sucesivo
Por último, sin ese buen aroma sucesivo, sin él, sin su cuociente melancólico, cierra su manto mi ventaja suave, mis condiciones cierran sus cajitas. ¡Ay, cómo la sensación arruga tánto! ¡ay, cómo una idea fija me ha entrado en una uña! Albino, áspero, abierto, con temblorosa hectárea, mi deleite cae viernes, mas mi triste tristumbre se compone de cólera y tristeza y, a su borde arenoso e indoloro, la sensación me arruga, me arrincona. Ladrones de oro, víctimas de plata: el oro que robara yo a mis víctimas, ¡rico de mí olvidándolo! la plata que robara a mis ladrones, ¡pobre de mí olvidándolo! Execrable sistema, clima en nombre del cielo, del bronquio y la quebrada, la cantidad enorme de dinero que cuesta el ser pobre...
es
Galeano,Eduardo
<XXI
Oriol_Vall,_Que_Se_Ocupa_De_Los_Recién_Nacidos_En_Un_Hospital_De_Barcelona
Oriol Vall, que se ocupa de los recién nacidos en un hospital de Barcelona, dice que el primer gesto humano es el abrazo. Después de salir al mundo, al principio de sus días, los bebés manotean, como buscando a alguien. Otros médicos, que se ocupan de los ya vividos, dicen que los viejos, al fin de sus días, mueren queriendo alzar los brazos. Y así es la cosa, por muchas vueltas que le demos al asunto, y por muchas palabras que le pongamos. A eso, así de simple, se reduce todo: entre dos aleteos, sin más explicación, transcurre el viaje.
es
Camões,Luís_de
<XXI
Soneto_Cxxxi
El día que nací muera y perezca, No lo quiera jamás el tiempo dar, No torne más al mundo, y, de tornar, Eclipse en ese acto el Sol padezca. Que la luz le falte, el Sol se le oscurezca, Muestre el mundo señales de acabarse, Monstruos, sangre lluvia o aire, názcanle, Que la madre al propio hijo no conozca. Las personas pasmadas, de ignorantes, Las lágrimas en el rostro, la coloración ida, Reparen que el mundo ya se destruyó. ¡Oh gente temerosa, no te espantes, Que este día echó al mundo la vida Más desgraciada que jamás se vio!
es
Cernuda,Luis
<XXI
Va_La_Brisa_Reciente
Va la brisa reciente por el espacio esbelta, y en las hojas cantando abre una primavera. Sobre el límpido abismo del cielo se divisan, como dichas primeras, primeras golondrinas. Tan sólo un árbol turba la distancia que duerme, así el fervor alerta la indolencia presente. Verdes están las hojas, el crepúsculo huye. anegándose en sombra las fugitivas luces. En su paz la ventana restituye a diario las estrellas, el aire y el que estaba soñando.
es
Guillén,Nicolás
<XXI
Nocturno_En_Los_Muelles
Bajo la noche tropical, el puerto. El agua lame la inocente orilla y el faro insulta al malecón desierto. ¡Qué calma tan robusta y tan sencilla! Pero sobre los muelles solitarios flota una tormentosa pesadilla. Pena de cementerios y de osarios, que enseña.en pizarrones angustiosos como un mismo dolor se parte en varios. Es que aquí están los gritos silenciosos y el sudor hecho vidrio; Ias tremendas horas de muchos hombies musculosos y débiles, sujetos por las riendas como potros. Voluntades en freno, y las heridas pálidas sin vendas. La gran quietud se agita. En este seno de paz se mueve y anda un grupo enorme que come el pan untándolo en veneno. Ellos duermen ahora en el informe lecho, sin descansar. Sueñan acaso, y aquí estalla el esplritu inconforme que al alba dura tragará su vaso de sangre diaria en el cuartón oscuro, y a estrecho ritmo ha de ajustar el paso. ¡Oh puño fuerte, elemental y puro! ¿Quién te sujeta el ademán abierto? Nadie responde en el dolor del puerto. El faro grita sobte el mar oscuro.
es
Acuña,Hernando_de
<XXI
En_Muy_Suave_Aunque_En_Muy_Gran_Tormento
En muy suave aunque en muy gran tormento vivo, y arderme siento en dulce fuego, do en vivas llamas hallo un gran sosiego y en extrema pasión contentamiento. ¿Con qué manera de agradecimiento pagaré amor que en tal desasosiego, y en le extremo de pasión do llego, me tiene con su causa tan contento? Sólo mostrarme puedo agradecido en contentarme ahora y en pesarme que me halla Amor tal pena dilatado; que pues tal ocasión había de darme, con razón llamaré tiempo perdido el que sin padecer se me ha pasado.
es
Pizarnik,Alejandra
<XXI
Murieron_Las_Formas_Despavoridas_Y_No_Hubo_Más_Un_Afuera_Y_Un_Adentro
Murieron las formas despavoridas y no hubo más un afuera y un adentro. Nadie estaba escuchando el lugar porque el lugar no existía. Con el propósito de escuchar están escuchando el lugar. Adentro de tu máscara relampaguea la noche. Te atraviesan con graznidos. Te martillean con pájaros negros. Colores enemigos se unen en la tragedia. Con el propósito de escuchar están escuchando el lugar
es
Blanco,Andrés_Eloy
<XXI
Son_Hermanos
Son hermanos, nietos de Walter Shonfeld. Pero uno es rubio y tiene ojos azules Y el otro es retostado, de ojos y rizos negros. Han subido a la copa del mango y han vuelto con un racimo rojo. Empieza la mañana y están contentos. Se abrazan: los rizos de oro caen sobre los bucles negros, con amplitud de amanecida. El agua de los ojos clarísimos se mete en el aljibe de los ojos nocturnos. El negro y el azul, revueltos se vuelven hacia la copa del árbol y reciben la gota de una estrella indivisa. Yo los miro, pensando en los años remotos en que América hablaba y el hijo no creía.
es
Martínez_de_la_Rosa,Francisco
<XXI
La_Tormenta
¿Hubo un día jamás, un solo día, cuando el amor mil dichas me brindaba, en que la cruda mano del destino la copa del placer no emponzoñara? Tú lo sabes, mi bien: el mismo cielo para amarnos formó nuestras dos almas; mas con doble crueldad, las unió apenas, las quiso dividir, y las desgarra. ¡Cuántas veces sequé con estos labios tus mejillas en lágrimas bañadas, tus ojos enjugué, y hasta en tu boca bebí ansioso tus lágrimas amargas! Con suspiros tristísimos salían, mezcladas, confundidas tus palabras; y al repeler mis manos con latidos, tu corazón desdichas presagiaba... Todas, a un tiempo, todas se cumplieron: y si tal vez un rayo de esperanza brilló cual un relámpago, el abismo nos mostró abierto a nuestas mismas plantas. ¿Lo recuerdas, mi bien? Morir unidos demandamos al cielo en noche aciaga, cuando natura toda parecía en nuestro daño y ruina conjurada: la tierra nos negaba hasta un asilo; la lluvia nuestros pasos atajaba; bramaba el huracán; el cielo ardía, las centellas en torno serpeaban... ¡Ay!, ojalá la muerte en aquel punto sobre entrambos el golpe descargara, cuando sin voz, sin fuerzas, sin aliento, te sostuve en mis hombros reclinada. «¿Qué temes? Vuelve en ti; soy yo, bien mío; es tu amante, tu dueño quien te llama; ni el mismo cielo separarnos puede: o destruye a los dos, o a los dos salva». Inmóvil, muda, yerta, parecías de duro mármol insensible estatua; mas cada vez que retumbaba el trueno, trémula contra el seno me estrechabas; en tanto que por hondos precipicios, casi ya sumergido entre las aguas, a pesar de los cielos y la tierra conduje a salvo la adorada carga... Hora, ¡ay de mí!, por siempre separados, sin amor, sin hogar, sin dulce patria, el peligro más leve me amedrenta; la imagen de la muerte me acobarda: ni habrá un amigo que mis ojos cierre; veré desierta mi fatal estancia; y solo por piedad mano extranjera arrojará mi cuerpo en tierra extraña.
es
Guillén,Jorge
<XXI
Se_Me_Escapa_De_Los_Brazos
Se me escapa de los brazos el mar, incógnito, díscolo... Tropieza el arco impaciente de la espuma con silbidos que entre las aguas y el sol esparcen escalofríos: ¡Estremecerse, pasar junto a los más escondidos alejamientos de flor huida y en desvarío! Un balón de pronto cae desde un triunfo a un laberinto. Se insinúan torpes, bruscas, pululan formas de ídolos recónditos. Irrupciones: desperezas entre giros. Tentáculos en proyecto de animales indecisos desenvuelven y revuelven su ceguera. Sombras, rizos, eses de móviles algas, los murmullos en añicos. ¡Hay sospechas de coral en fragmentos vespertinos! Aquí se ve a los relámpagos que en zigzag definitivo viven, red de nervaduras lívidas, dentro del frío. Desnudez... Y acaba el tránsito de lo que tiembla a lo límpido sobre un silencio: nivel a la tersura sumiso. Tersura en acción... Un plano quiere un más allá ofrecido sin cesar irresistible. ¡Allanamientos, caminos! ¡Arrojarse fascinado con ansia de precipicio para tajante emerger con felicidad de filo! Y se abalanzan los brazos y las piernas hacia un ritmo que domine a tiempo y alce los repentes fugitivos. Vigor de una confluencia: todo en cifra y ya cumplido... ¡Yo quiero sólo flotar, aparecer, un respiro! ¡Aparecer en el ser, y ser entre dos olvidos! ¡Asombro: ser un instante, si conseguido ya extinto, pero total y sin meta, lo eterno en su poderío tan revelado, tan real, tan ajeno a mi delirio, pero dentro de él, colmándolo, lanzándolo hacia sus mitos! ¡Asombro de ser: cantar, cantar, cantar sin designio! ¡Mármara, mar, maramar; confluyan los estribillos! ¡Los azules se barajan: cielos comunicativos! Siento en la piel, en la sangre —fluye todo el mar conmigo— una confabulación indomable de prodigios. ¡Mármara, mar, maramar, y ser y flotar y un grito!
es
García_Cabrera,Pedro
<XXI
Para_Gozar_Una_Cueva
Para gozar una cueva no hay lugar como Fasnia, Fasnia de los ojos verdes y de las tierras doradas. Ladrar ya puede el verano y sacar el sol la garra; pero la cueva, en cuclillas, con su mansedumbre a gatas, su cogollo de lechuga y su redondez de talla, no te regatea nunca su sombra samaritana. Y cuando arrecia el invierno y tiritan las montañas igual que un huevo caliente es para ti su morada. No te da lo que le sobra, te da lo que te hace falta, que su corazón inunda una bondad de patata. La urgencia de los caminos y las prisas en volandas la encuentran siempre en el quicio del meollo de la calma. Su pupila de ternura refresca las hondonadas donde el maíz despereza, bajo el toldo de las llamas, sus rumores. El maíz que no abandona la guardia, que jamás pierde la línea, la mazorca ni la barba, aun cuando duerme la siesta sobre un pie, sin otra hamaca que su ilusión de ser trino y sonreír al que pasa. La cueva ve los viñedos y a sus pechos de uva blanca ofrece su intimidad de bodega, su canasta de penumbras, que en la tosca trabajó el pico y la pata, paleando la miel del descanso en su garganta. Paz en medio del incendio que los fuegos arrebatan; paz en medio de la lluvia que a cántaros se derrama; paz para el hombre que busca el asilo de sus alas y las ubres del silencio, convirtiéndose en crisálida de una fuente que encontró madriguera como un alma. Aquí la luz echa grelos sobre la tierra descalza casi con la sencillez de una esposa cuando habla. Y hasta puedes prescindir del cuello y de la corbata si amas verdad y desnudez y a fondo quieres tratarla, que en una cueva está dicho todo con pocas palabras desde que nació a su sombra jamás le volvió la espalda. Y ella es más feliz que nadie en este suelo de Fasnia, Fasnia de los ojos verdes y de las tierras doradas.
es
Mallea_Hernández,W._M.
XXI
Lo_Interesante_Es_Haber_Crecido
Lo interesante es haber crecido en las alas de una azucena, bailando, deslizando pétalos fértiles, sobre un manto de hojas azulinas, cantando a las pléyades asustadas. Para ti, blanca esponja, deliciosos néctares prueban mis sentidos. Puedes escapar por este horizonte amado. Constelaciones quietas buscando grietas en almas resecas y felices. Para ti, blanca esponja, deliciosos néctares prueban mis sentidos. Puedes escapar por este horizonte amado. Constelaciones quietas buscando grietas en almas resecas y felices. Puedes escapar por este horizonte amado. Constelaciones quietas buscando grietas en almas resecas y felices. Constelaciones quietas buscando grietas en almas resecas y felices.
es
Hahn,Óscar
<XXI
Visiones_De_San_Narciso
Un Cristo bizantino he recortado desde un libro de láminas muy viejo y luego con saliva lo he pegado sobre mi cara encima del espejo Me mira el Cristo: frunce el entrecejo y de golpe me siento avergonzado Quiero alejarme pero no me alejo: en la cruz del espejo estoy clavado Miro al Cristo con ojos suplicantes y el cristal me retorna unas sonrisas que me recuerdan trágicos instantes Lo saco del azogue: lo devuelvo a su cruz de papel: y cuando vuelvo el centro del espejo se hace trizas
es
Jiménez,Juan_Ramón
<XXI
A_Caballo
¡Qué tranquilidad violeta por el sendero a la tarde! A caballo va el poeta... ¡Qué tranquilidad violeta! La rica brisa del río, olorosa a junco y agua, le refresca el albedrío... La brisa rica del río. A caballo va el poeta... Y el corazón se le pierde contento y embalsamado en la madreselva verde... Y el corazón se le pierde. ¡Qué tranquilidad violeta! Caballo y él son ya uno. El mismo corazón lento en campo como ninguno... Caballo y él van en uno. A caballo va el poeta... Se está la orilla dorando. El último pensamiento del sol la deja soñando... Se va la orilla dorando. ¡Qué tranquilidad violeta!
es
Storni,Alfonsina
<XXI
Indolencia
A pesar de mí misma te amo; eres tan vano como hermoso, y me dice, vigilante, el orgullo: «¿Para esto elegías? Gusto bajo es el tuyo; no te vendas a nada, ni a un perfil de romano» Y me dicta el deseo, tenebroso y pagano, de abrirte un ancho tajo por donde tu murmullo vital fuera colado... Sólo muerto mi arrullo más dulce te envolviera, buscando boca y mano. —¿Salomé rediviva? —Son más pobres mis gestos. Ya para cosas trágicas malos tiempos son éstos. Yo soy la que incompleta vive siempre su vida. Pues no pierde su línea por una fiesta griega y al acaso indeciso, ondulante, se pliega con los ojos lejanos y el alma distraída. Y me dicta el deseo, tenebroso y pagano, de abrirte un ancho tajo por donde tu murmullo vital fuera colado... Sólo muerto mi arrullo más dulce te envolviera, buscando boca y mano. —¿Salomé rediviva? —Son más pobres mis gestos. Ya para cosas trágicas malos tiempos son éstos. Yo soy la que incompleta vive siempre su vida. Pues no pierde su línea por una fiesta griega y al acaso indeciso, ondulante, se pliega con los ojos lejanos y el alma distraída. —¿Salomé rediviva? —Son más pobres mis gestos. Ya para cosas trágicas malos tiempos son éstos. Yo soy la que incompleta vive siempre su vida. Pues no pierde su línea por una fiesta griega y al acaso indeciso, ondulante, se pliega con los ojos lejanos y el alma distraída. Pues no pierde su línea por una fiesta griega y al acaso indeciso, ondulante, se pliega con los ojos lejanos y el alma distraída.
es
Unamuno,Miguel_de
<XXI
La_Sangre_De_Mi_Espíritu_Es_Mi_Lengua
La sangre de mi espíritu es mi lengua y mi patria es allí donde resuene soberano su verbo, que no amengua su voz por mucho que ambos mundos llene. Ya Séneca la preludió aun no nacida, y en su austero latín ella se encierra; Alfonso a Europa dio con ella vida, Colón con ella redobló la tierra. Y esta mi lengua flota como el arca de cien pueblos contrarios y distantes, que las flores en ella hallaron brote de Juárez y Rizal, pues ella abarca legión de razas, lengua en que a Cervantes Dios le dio el Evangelio del Quijote.
es
Dedi,Rafael
XXI
¡Qué_Terrones_Más_Fuertes_Los_Mozos,_Y_Qué_Solos
¡Qué terrones más fuertes los mozos, y qué solos, haciéndose notar entre los surcos, sobresaliendo tanto y tanto del trágico nivel que la rastrilla imperante y mandatoria de la senectud impuso! ¡Qué montones de polvo comprimido, irrompible por cualquier azadón que no sea el del tiempo; con el corazón roto por falta de lugar carnal donde ponerle sin que se hiciera daño! Ni todas las obradas de yermos pedregales, Cuando sus uñas caven, negárseles podrán; Yo sufro por sus dedos, débiles, que no hallan Afirmación de hembra para su soledad.
es
Ruiz,Juan
<XXI
Tal_Eres_Como_El_Lobo:_Rretraes_Lo_Que_Fazes
Tal eres como el lobo: rretraes lo que fazes, estrañas á los otros el lodo en que tú yazes; eres mal enemigo á todos quantos plazes: hablas con maestrya, porque a muchos enlaçes. A obras de piadat tu nunca paras mientes: nin visitas los presos nin quieres ver dolientes; synon reçios e sanos, mançebos e valyentes; ssy loçanas encuentras, fáblasles entre dientes. Rezas muy bien las oras con garçones golfines, cum his qui oderunt pacem, fasta qu' el salterio afines. Diçes: Ecce quam bonum, con sonajas e baçines; in noctibus extollite, después vas a matynes. Do tu amiga mora comienças a levantar: Domine labia mea, en alta boz a cantar, primo dierum omnium, los estrumentes tocar, nostras preces ut audiat, e fázesla despertar. Desque sientes a ella, tu coraçón espaçias: con matina cantate en las friuras laçias laudes aurora lucis, dasle muy grandes gracias. Con Miserere mei mucho te le engraçias. En saliendo el sol, comienças luego prima: Deus in nomine tuo, ruegas a tu xaquima que la lieve por agua e que dé a todo çima: va en achaque de agua a verte la mala quima. E sy es tal que non usa andar por las callejas, que la lyeve a las uertas por las rosas bermejas. Ssy cree la bavieca tus dichos e conssejas, quod Eva tristis, trae de quicumque vult, redruejas. Sy es dueña tu amiga, que desto non se conpone, tu cántic' a ella cata manera que la trastorne: os, lingua, mens la envade, seso con ardor pospone: va la dueña a terçia, caridat a longe pone. Tú vas luego a la iglesia por le dezir tu raçón, mas que por oyr la missa nin ganar de Dios perdón: quieres misa de novios syn gloria e syn son, coxqueas a la ofrenda, byen trotas al comendón. Acabada la missa, rezas tanbyen la sesta, ca la vieja te tiene a tu amiga presta; comienças: In verbum tuum, e dyzes tú a ésta: Factus sum sicut uter, por la grand misa de fiesta. Dizes: Quomodo dilexi vuestra fabla, varona; Suscipe me secundum, que para la mi corona, Lucerna pedibus meis es la vuestra persona. Ella te diz' ¡Quam dulcia!, que rrecudas a la nona. Vas a rezar la nona con la duena loçana: Mirabilia comienças; dizes de aquesta plana: Gressus meos dirige; responde doña fulana: Iustus es, Domine; tañe a nona la canpana. Nunca vy sancristán qu' a vísperas mejor tanga: todos los instrumentos toca con chica manga; la que viene a tus vísperas, por byen que se arremanga, con virgam virtutis tuæ fazes que ay remanga. Sede a destris meis, dizes a la que viene; cantas: Laetatus sum, sy ay se detiene; Illuc enim ascenderunt, a qualquier qu' ally s' atiene: la fiesta de seys capas, contigo la Pascua tiene. Nunca vy cura de almas, que tan byen diga conpletas: vengan fermosas o feas, quier blancas, quier prietas, dígante: Converte nos: de grado abres las puertas; después: Custodi nos, te rruegan las encubiertas. Ffasta el quod parasti non las quieres dexar; Ante façien omnium sábeslas alexar; Ado gloria plebis tuae fázeslas abaxar; Salve, regina, dizes, sy de ti s' an de quexar.
es
Villaespesa,Francisco
<XXI
¡Qué_Suavidad,_Qué_Suavidad_De_Raso
¡Qué suavidad, qué suavidad de raso, qué acariciar de plumas en el viento; en terciopelos se apagó mi paso y en remansos de seda el pensamiento! Todo impreciso es como en un cuento, se desborda en silencio como un vaso, y en esta tibia languidez de ocaso desfallecer hasta morir me siento. Como un panal disuélvome en dulzura, desfallezco de todo: de ternura, de claridad, del éxtasis de verte... Y todo tan lejano, tan lejano... En este atardecer tu frágil mano pudiera con un lirio darme muerte...
es
Durán_León,Juan_José
XXI
Teatro
Despertó fruncido Mi ceño, ¿Quién apostaría Sobre mi Ilusoria felicidad? Si subyugo mi existencia: A los estrechos asfaltos, A las cansadas lozas, Al café humeante, Y a las circunstancias Que a diario, agotan, El ya escaso oxigeno, En los pulmones De mi alma.
es
Pombo,Rafael
<XXI
¡Oh_Viles_Ricos_Del_Trabajo_Ajeno!
¡Oh viles ricos del trabajo ajeno! ¡Oh traficantes con la carne humana! ¡Oh espíritus absortos en el cieno Del interés de la codicia insana! ¡Blasfemos que pensáis que el Dios del bueno Con paternal predilección se afana En trabajar Él mismo criando a otros Para que holguéis con su sudor vosotros! ¡Perversos sistemáticos! ¿Por dónde Hubiera Satanás de desecharos? El día en que el polvo ante su Juez responde ¿Qué pretexto habrá Dios para salvaros? Como exclusiva herencia os corresponde Cada pecado capital, oh avaros, Madre de ellos y vuestra es la indolencia, Y un pecado sin fin vuestra existencia. Bandada de famélicos vampiros Que tan sólo al que halláis postrado, inerme, Osáis chupar al son de los suspiros Con que os arrulla cuando a oscuras duerme. Ya surge aquél que cuenta ha de pediros, Ya afila la hoz que vuestros campos yerme, Ya raya el sol a cuya luz bendita Volveréis al abismo que os vomita.
es
García_Cabrera,Pedro
<XXI
Hoy_Es_La_Muerte_De_Una_Mariposa
Hoy es la muerte de una mariposa volando sobre el mar lo que ha llenado el día. Buscaba una ola quieta en que poder posarse y no volvió del agua. No hubo suicidio, lucha ni tristeza. Llegó tan sólo al borde de sí misma, al ras con ras de su silencio, con esa sencillez con que el cielo es azul, nube la nube y pájaro el sonido. El mar no la hizo suya, no pudo dominarla. Cuando cayó estaba ya cumplida la mariposa que era, el preludio de libertad de su vuelo.
es
Panero,Juan_Luis
<XXI
Pierre_Drieu_La_Rochelle_Divaga_Frente_A_Su_Muerte
Al final pienso que tenía razón —todo el absurdo tinglado del poder, el cuchillo implacable de la inteligencia, las sórdidas, políticas palabras, los arañados proyectos imposibles—, sí, tenía razón ese día. Me acuerdo bien cuando pensé, echado junto a ella, que lo único real era una buena puta, una piel cálida, unos labios silenciosos, unas manos expertas, en aquel burdel cerca Neuilly, al amanecer. Por eso, porque creo que tenía razón, soy más culpable —libros, declaraciones, ideas, lealtades, el secreto de todo, el revés de la nada—, cuánto tiempo perdido para llegar a esto, para recordar, ya sin solución, sus largos muslos, el sabor espeso de su boca, los rosados pezones. Llegaba una luz gris sobre la cama, sobre su culo memorable, inmóvil, sí, tenía razón, aquella puta cuyo nombre nunca supe o tal vez he olvidado, el humo de un cigarrillo, eso es todo, yo tenía razón, y si no la tenía, ¿qué importa ahora?
es
Gaitán_Durán,Jorge
<XXI
Vio_Al_Fin_El_Buscón_Los_Cuerpos_Juntos
Vio al fin el buscón los cuerpos juntos. Eran míseros, feos. Enlazados, El alma los vendía. Perdido El seso quedaron los devaneos De la muerte. Fue tábano, Comadreja en las vísceras. Sentía Presurosa destrucción en la sangre. Violencia le pidieron blancos Senos, pubis negro; muslos Abiertos, apretados dientes. Era Dios y aniquilar podía Los dos monstruos inermes. Luego reconoció sus miembros. No quiso ver más. Tocábale Todo cuanto deseara en luengos años. Más le hirió el fulgor de haber violado Lo efímero. Huyó el solaz. Con censura mortal se había mirado Y estaba preso de sus ojos.
es
Brines,Francisco
<XXI
Se_Me_Ha_Quemado_El_Pecho,_Como_Un_Horno
Se me ha quemado el pecho, como un horno Por el dolor de tus palabras Y también de las mías. Hablamos del mundo, y desde el cielo Descendía su paz a nuestros ojos. Hay momentos del hombre en que le duele Amar, pensar, mirar, sentirse vivo, Y se sabe en la tierra por azar Solo, inútilmente en ella. Como si se tratase de algo ajeno Hablamos de nosotros Y nos vimos inciertos, unas sombras. Con poca fe, con las creencias rotas Con un madero en la marea, Con toda la esperanza naufragando Porque no es la que llega a nuestra barca, Sólo la caridad nos redimía Del mal nuestro de ser. Mirábamos la calle, rodeados De luz, de tiempo, de palabras, de hombres.
es
Reyes,Belén
<XXI
Sucede_Que_Mi_Boca_Es_Una_Herida
Sucede que mi boca es una herida Los ojos de las monjas son medallas. Mirando al mar de espaldas a la vida. La espuma es una novia destrozada. Sucede que es muy tarde para todo Los niños saben cosas y se callan Mirar el mar sin ti, me da tristeza. Soy la costra de un sueño, si me levanto sangro. Sucede que me duele aquí, en la tinta. La radio tiene manos y te abraza. Tengo que irme ya, me necesito. Copular con la luz de sombras me embaraza. Sucede que es muy tarde para todo Los niños saben cosas y se callan Mirar el mar sin ti, me da tristeza. Soy la costra de un sueño, si me levanto sangro. Sucede que me duele aquí, en la tinta. La radio tiene manos y te abraza. Tengo que irme ya, me necesito. Copular con la luz de sombras me embaraza. Sucede que me duele aquí, en la tinta. La radio tiene manos y te abraza. Tengo que irme ya, me necesito. Copular con la luz de sombras me embaraza.
es
Fuertes,Gloria
<XXI
La_Pata_Mete_La_Pata
La pata desplumada, cuá, cuá, cuá, como es patosa, cuá, cuá, cuá, ha metido la pata, cuá, cuá, cuá, en una poza. —¡Gruá!, ¡gruá!, ¡gruá! En la poza había un Cerdito vivito y guarreando, con el barro de la poza, el cerdito jugando. El cerdito le dijo: —Saca la pata, pata hermosa. Y la pata patera le dio una rosa. Por la granja pasean comiendo higos. ¡El cerdito y la pata se han hecho amigos!
es
Asén,Miguel_de
XXI
Paz_Para_Humanos_Sin_Espadas
Paz para humanos sin espadas, Haz de manos hermanadas, Sendero santo que fusiona, Sincero canto que funciona. Bandera blanca, tierra sin hiel, Espera estanca la guerra cruel. Armonía, consenso, democracia, Surgía un censo de gracia, El de los hombres puros y justos, Con nombres maduros y adustos. Se acabaron las tumbas de muerte, Donde quedaron retumbas al saberte Conocedor de que pudieron evitarse, Con un dolor al que debieron postrarse.
es
Silva,José_Asunción
<XXI
Cuando_Enferma_La_Niña_Todavía
Cuando enferma la niña todavía salió cierta mañana y recorrió, con inseguro paso la vecina montaña, trajo, entre un ramo de silvestres flores oculta una crisálida, que en su aposento colocó, muy cerca de la camita blanca... .......................................................................... Unos días después, en el momento en que ella expiraba, y todos la veían, con los ojos nublados por las lágrimas, en el instante en que murió, sentimos leve rumor de älas y vimos escapar, tender al vuelo por la antigua ventana que da sobre el jardín, una pequeña mariposa dorada... .......................................................................... La prisión, ya vacía, del insecto busqué con vista rápida; al verla vi de la difunta niña la frente mustia y pálida, y pensé ¿si al dejar su cárcel triste la mariposa alada, la luz encuentra y el espacio inmenso, y las campestres auras, al dejar la prisión que las encierra qué encontrarán las almas? Unos días después, en el momento en que ella expiraba, y todos la veían, con los ojos nublados por las lágrimas, en el instante en que murió, sentimos leve rumor de älas y vimos escapar, tender al vuelo por la antigua ventana que da sobre el jardín, una pequeña mariposa dorada... .......................................................................... La prisión, ya vacía, del insecto busqué con vista rápida; al verla vi de la difunta niña la frente mustia y pálida, y pensé ¿si al dejar su cárcel triste la mariposa alada, la luz encuentra y el espacio inmenso, y las campestres auras, al dejar la prisión que las encierra qué encontrarán las almas? La prisión, ya vacía, del insecto busqué con vista rápida; al verla vi de la difunta niña la frente mustia y pálida, y pensé ¿si al dejar su cárcel triste la mariposa alada, la luz encuentra y el espacio inmenso, y las campestres auras, al dejar la prisión que las encierra qué encontrarán las almas?
es
Vivanco,Luis_Felipe
<XXI
Termina_La_Mañana_Como_Una_Calle_En_Cuesta
Termina la mañana como una calle en cuesta que baja hacia las frondas naturales del Prado. Y ese joven doloroso y urgente ¿quién sabe lo que quiere después de tanta música padeciendo a la orilla de su criatura única? Quiere que haya retamas en flor y ramas extendidas de castaño dentro de sus moradas de angustia sin pecado. Quiere que el insistente, curioso y solitario toro de las alturas descienda hasta el origen de su felicidad sin mezcla de ocupaciones serias, Quiere que le atraviese la bendición del agua más delgada junto a un pétreo y bruñido acantilado de buitres y que brille en secreto una red invisible de aciertos espirituales entre los viejos puentes y los cerros bermejos con olivos. Quiere que su ejercicio de estrellas desveladas sea un olor creciendo de realidad de fuera. Y al cabo de la racha de alegría invasora quiere su ocio del campo y distancias andando... (Pero también prefiere acudir a su cita de soledad y de retraso con la música y seguir padeciendo a la orilla inhumana de su criatura única).
es
Debravo,Jorge
<XXI
Los_Dioses_Son_Estatuas_De_Humo_Y_Viento
Los dioses son estatuas de humo y viento que se tuercen, alargan, y se cambian de ser como cambian de blusa las muchachas. Alguna vez usaron cuernos, luego se envolvieron en carne de montaña, aprendieron a usar huesos de hombre y se vistieron una barba blanca. Una noche compraron zapatillas y perdieron sus prístinas sandalias. Y un día cualquiera rodearán la tierra charlando amables con los cosmonautas. Alguna vez usaron cuernos, luego se envolvieron en carne de montaña, aprendieron a usar huesos de hombre y se vistieron una barba blanca. Una noche compraron zapatillas y perdieron sus prístinas sandalias. Y un día cualquiera rodearán la tierra charlando amables con los cosmonautas. Una noche compraron zapatillas y perdieron sus prístinas sandalias. Y un día cualquiera rodearán la tierra charlando amables con los cosmonautas.
es
Salinas,Pedro
<XXI
Razón_De_Amor_(Versos_1104_A_1121)
¡Cómo me dejas que te piense! Pensar en ti no lo hago solo, yo. Pensar en ti es tenerte, como el desnudo cuerpo ante los besos, toda ante mí, entregada. Siento cómo te das a mi memoria, cómo te rindes al pensar ardiente, tu gran consentimiento en la distancia. Y más que consentir, más que entregarte, me ayudas, vienes hasta mí, me enseñas recuerdos en escorzo, me haces señas con las delicias, vivas, del pasado, invitándome. Me dices desde allá que hagamos lo que quiero —unirnos— al pensarte. Y entramos por el beso que me abres, y pensamos en ti, los dos, yo solo.
es
Hahn,Óscar
<XXI
El_Agua
El agua fluye purísima y descansa la muerte tiene sed fluye purísima y descansa la muerte está bebiendo de mi mano y descansa
es
Botella,Jorge
XXI
¿A_Dónde_Vas?_Con_Tu_Pequeña_Giba
¿A dónde vas? con tu pequeña giba y esa carga de hombros. Rompe el velo de soledad con que de los demás te has cubierto. ¿A dónde vas? con esos pasos tan cortos en ese vano intento de descifrar una amalgama de cruces en el pensamiento. ¿A dónde vas? escondiéndome el rostro por haber sentido del cuerpo el golpear a esa tu alma, a tus sentimientos. ¿Por qué ese tú ya no es un nosotros? sólo pasó una noche, y al despertar ese primer apunte de tu bigote al viento, marcaste la distancia que te deja solo buscando respuesta en tu intimidad a un crucial descubrimiento: sé que por primera vez sientes el peso de ser sueño de tu propio cuerpo.
es
Diego,Eliseo
<XXI
Mujer_Cosiendo
Afuera está el escándalo del sol, y la garganta de la cal desollada que responde bramando de terror: la zarabanda maníaca de la luz —la quema grande. Y adentro, fresca, la penumbra como un baño de paz —agua del bosque de la eterna delicia— la penumbra en que tu aguja salta —leve pececillo de lumbre y a la tela vuelve otra vez iluminándonos.
es
Salinas,Pedro
<XXI
Me_Quedaría_En_Todo
Me quedaría en todo lo que estoy, donde estoy. Quieto en el agua quieta; de plomo, hundido, sordo en el amor sin sol. ¡Qué ansia de repetirse en esto que está siendo! ¡Qué afán de que mañana sea nada más que llenar otra vez al tenderte ese hueco que deja hoy exacto en la arena tu cuerpo! Ni futuro, ni nuevo el horizonte. Esto apretado y estrecho: tela, carne y el mar. Nada promete el mundo: lo da, lo tengo ya. Nunca me iré de ti por el viento, en las velas, por el alma cantando, ni por los trenes, no. Si me marcho será que estoy viviendo contra mí.
es
Bécquer,Gustavo_Adolfo
<XXI
Rima_Lx
Mi vida es un erial, flor que toco se deshoja; que en mi camino fatal alguien va sembrando el mal para que yo lo recoja.
es
Orozco,Olga
<XXI
Es_Angosta_La_Puerta
Es angosta la puerta y acaso la custodien negros perros hambrientos y guardias como perros, por más que no se vea sino el espacio alado, tal vez la muestra en blanco de una vertiginosa dentellada. Es estrecha e incierta y me corta el camino que promete con cada bienvenida, con cada centelleo de la anunciación. No consigo pasar. Dejaremos para otra vez las grandes migraciones, el profuso equipaje del insomnio, mi denodada escolta de luz en las tinieblas. Es difícil nacer al otro lado con toda la marejada en su favor. Tampoco logro entrar aunque reduzca mi séquito al silencio, a unos pocos misterios, a un memorial de amor, a mis peores estrellas. No cabe ni mi sombra entre cada embestida y la pared. Inútil insistir mientras lleve conmigo mi envoltorio de posesiones transparentes, este insoluble miedo, aquel fulgor que fue un jardín debajo de la escarcha. No hay lugar para un alma replegada, para un cuerpo encogido, ni siquiera comprimiendo sus lazos hasta la más extrema ofuscación, recortando las nubes al tamaño de algún ínfimo sueño perdido en el desván. No puedo trasponer esta abertura con lo poco que soy. Son superfluas las manos y excesivos los pies para esta brecha esquiva. Siempre sobra un costado como un brazo de mar o el eco que se prolonga porque sí, cuando no estorba un borde igual que un ornamento sin brillo y sin sentido, o sobresale, inquieta, la nostalgia de un ala. No llegaré jamás al otro lado.
es
Chocano,José_Santos
<XXI
—Indio_Que_A_Pie_Vienes_De_Lejos
—Indio que a pie vienes de lejos (y tan de lejos que quizás te envejeciste en el camino, y aún no concluyes de llegar...) Detén un punto el fácil trote bajo la carga de tu afán, que te hace ver siempre la tierra (en que reinabas siglos ha); y dime, en gracia a la fatiga, ¿en dónde queda la ciudad? Señala el Indio un ágil cumbre, que a mi esperanza cerca está; y me responde, sonriendo: —Ahí, no más... Espoleado echo al galope mi corcel; y una eternidad se me desdobla en el camino... Llego a la cuesta: un pedregal en que monótonos los cascos del corcel ponen sus chischás... Gano la cumbre; y, por fin, ¿qué hallo? Aridez, frío y soledad... Ante esta cumbre, hay otra cumbre; y después de ésa, ¿otra no habrá? —Indio que vives en las rocas de las alturas y que estás lejos del valle y las falacias que la molicie urde sensual, ¿quieres decirle a mi fatiga en dónde queda la ciudad?- El Indio asómase a la puerta de su palacio señorial, hecho de pajas que el Sol dora y que desfleca el huracán; y me responde, sonriendo: —Antes un río hay que pasar... —¿Y queda lejos ese río?... —Ahí, no más.. Trepo una cumbre y otra cumbre y otra... Amplio valle duerme en paz; y sobre el verde fondo, un río dibuja su «S» de cristal. —Este es el río; pero ¿en dónde, en dónde queda la ciudad?- Indio que sube de aquel valle, oye mi queja y, al pasar, deja caer estas palabras: —Ahí, no más... ¡Oh, Raza fuerte en la tristeza, perseverante en el afán, que no conoces la fatiga ni la extorsión del «más allá». —Ahí, no más... —encuentras siempre cuanto deseas encontrar; y, así, se siente, en lo profundo de ese desprecio con que das sabia ironía a las distancias, una emoción de Eternidad... Yo aprendo en ti —lo que me es fácil, pues tengo el título ancestral- a hacer de toda lejanía un horizonte familiar; y en adelante, cuando busque un remotísimo ideal, cuando persiga un loco ensueño, cuando prepare un vuelo audaz, si adonde voy se me pregunta, ya sé que debo contestar, sin medir tiempos ni distancias: —Ahí, no más...
es
Storni,Alfonsina
<XXI
Soy_Un_Alma_Desnuda_En_Estos_Versos
Soy un alma desnuda en estos versos, Alma desnuda que angustiada y sola Va dejando sus pétalos dispersos. Alma que puede ser una amapola, Que puede ser un lirio, una violeta, Un peñasco, una selva y una ola. Alma que como el viento vaga inquieta Y ruge cuando está sobre los mares, Y duerme dulcemente en una grieta. Alma que adora sobre sus altares, Dioses que no se bajan a cegarla; Alma que no conoce valladares. Alma que fuera fácil dominarla Con sólo un corazón que se partiera Para en su sangre cálida regarla. Alma que cuando está en la primavera Dice al invierno que demora: vuelve, Caiga tu nieve sobre la pradera. Alma que cuando nieva se disuelve En tristezas, clamando por las rosas(*) con que la primavera nos envuelve. Alma que a ratos suelta mariposas A campo abierto, sin fijar distancia, Y les dice: libad sobre las cosas. Alma que ha de morir de una fragancia De un suspiro, de un verso en que se ruega, Sin perder, a poderlo, su elegancia. Alma que nada sabe y todo niega Y negando lo bueno el bien propicia Porque es negando como más se entrega. Alma que suele haber como delicia Palpar las almas, despreciar la huella, Y sentir en la mano una caricia. Alma que siempre disconforme de ella, Como los vientos vaga, corre y gira; Alma que sangra y sin cesar delira Por ser el buque en marcha de la estrella. Alma que puede ser una amapola, Que puede ser un lirio, una violeta, Un peñasco, una selva y una ola. Alma que como el viento vaga inquieta Y ruge cuando está sobre los mares, Y duerme dulcemente en una grieta. Alma que adora sobre sus altares, Dioses que no se bajan a cegarla; Alma que no conoce valladares. Alma que fuera fácil dominarla Con sólo un corazón que se partiera Para en su sangre cálida regarla. Alma que cuando está en la primavera Dice al invierno que demora: vuelve, Caiga tu nieve sobre la pradera. Alma que cuando nieva se disuelve En tristezas, clamando por las rosas(*) con que la primavera nos envuelve. Alma que a ratos suelta mariposas A campo abierto, sin fijar distancia, Y les dice: libad sobre las cosas. Alma que ha de morir de una fragancia De un suspiro, de un verso en que se ruega, Sin perder, a poderlo, su elegancia. Alma que nada sabe y todo niega Y negando lo bueno el bien propicia Porque es negando como más se entrega. Alma que suele haber como delicia Palpar las almas, despreciar la huella, Y sentir en la mano una caricia. Alma que siempre disconforme de ella, Como los vientos vaga, corre y gira; Alma que sangra y sin cesar delira Por ser el buque en marcha de la estrella. Alma que como el viento vaga inquieta Y ruge cuando está sobre los mares, Y duerme dulcemente en una grieta. Alma que adora sobre sus altares, Dioses que no se bajan a cegarla; Alma que no conoce valladares. Alma que fuera fácil dominarla Con sólo un corazón que se partiera Para en su sangre cálida regarla. Alma que cuando está en la primavera Dice al invierno que demora: vuelve, Caiga tu nieve sobre la pradera. Alma que cuando nieva se disuelve En tristezas, clamando por las rosas(*) con que la primavera nos envuelve. Alma que a ratos suelta mariposas A campo abierto, sin fijar distancia, Y les dice: libad sobre las cosas. Alma que ha de morir de una fragancia De un suspiro, de un verso en que se ruega, Sin perder, a poderlo, su elegancia. Alma que nada sabe y todo niega Y negando lo bueno el bien propicia Porque es negando como más se entrega. Alma que suele haber como delicia Palpar las almas, despreciar la huella, Y sentir en la mano una caricia. Alma que siempre disconforme de ella, Como los vientos vaga, corre y gira; Alma que sangra y sin cesar delira Por ser el buque en marcha de la estrella. Alma que adora sobre sus altares, Dioses que no se bajan a cegarla; Alma que no conoce valladares. Alma que fuera fácil dominarla Con sólo un corazón que se partiera Para en su sangre cálida regarla. Alma que cuando está en la primavera Dice al invierno que demora: vuelve, Caiga tu nieve sobre la pradera. Alma que cuando nieva se disuelve En tristezas, clamando por las rosas(*) con que la primavera nos envuelve. Alma que a ratos suelta mariposas A campo abierto, sin fijar distancia, Y les dice: libad sobre las cosas. Alma que ha de morir de una fragancia De un suspiro, de un verso en que se ruega, Sin perder, a poderlo, su elegancia. Alma que nada sabe y todo niega Y negando lo bueno el bien propicia Porque es negando como más se entrega. Alma que suele haber como delicia Palpar las almas, despreciar la huella, Y sentir en la mano una caricia. Alma que siempre disconforme de ella, Como los vientos vaga, corre y gira; Alma que sangra y sin cesar delira Por ser el buque en marcha de la estrella. Alma que fuera fácil dominarla Con sólo un corazón que se partiera Para en su sangre cálida regarla. Alma que cuando está en la primavera Dice al invierno que demora: vuelve, Caiga tu nieve sobre la pradera. Alma que cuando nieva se disuelve En tristezas, clamando por las rosas(*) con que la primavera nos envuelve. Alma que a ratos suelta mariposas A campo abierto, sin fijar distancia, Y les dice: libad sobre las cosas. Alma que ha de morir de una fragancia De un suspiro, de un verso en que se ruega, Sin perder, a poderlo, su elegancia. Alma que nada sabe y todo niega Y negando lo bueno el bien propicia Porque es negando como más se entrega. Alma que suele haber como delicia Palpar las almas, despreciar la huella, Y sentir en la mano una caricia. Alma que siempre disconforme de ella, Como los vientos vaga, corre y gira; Alma que sangra y sin cesar delira Por ser el buque en marcha de la estrella. Alma que cuando está en la primavera Dice al invierno que demora: vuelve, Caiga tu nieve sobre la pradera. Alma que cuando nieva se disuelve En tristezas, clamando por las rosas(*) con que la primavera nos envuelve. Alma que a ratos suelta mariposas A campo abierto, sin fijar distancia, Y les dice: libad sobre las cosas. Alma que ha de morir de una fragancia De un suspiro, de un verso en que se ruega, Sin perder, a poderlo, su elegancia. Alma que nada sabe y todo niega Y negando lo bueno el bien propicia Porque es negando como más se entrega. Alma que suele haber como delicia Palpar las almas, despreciar la huella, Y sentir en la mano una caricia. Alma que siempre disconforme de ella, Como los vientos vaga, corre y gira; Alma que sangra y sin cesar delira Por ser el buque en marcha de la estrella. Alma que cuando nieva se disuelve En tristezas, clamando por las rosas(*) con que la primavera nos envuelve. Alma que a ratos suelta mariposas A campo abierto, sin fijar distancia, Y les dice: libad sobre las cosas. Alma que ha de morir de una fragancia De un suspiro, de un verso en que se ruega, Sin perder, a poderlo, su elegancia. Alma que nada sabe y todo niega Y negando lo bueno el bien propicia Porque es negando como más se entrega. Alma que suele haber como delicia Palpar las almas, despreciar la huella, Y sentir en la mano una caricia. Alma que siempre disconforme de ella, Como los vientos vaga, corre y gira; Alma que sangra y sin cesar delira Por ser el buque en marcha de la estrella. Alma que a ratos suelta mariposas A campo abierto, sin fijar distancia, Y les dice: libad sobre las cosas. Alma que ha de morir de una fragancia De un suspiro, de un verso en que se ruega, Sin perder, a poderlo, su elegancia. Alma que nada sabe y todo niega Y negando lo bueno el bien propicia Porque es negando como más se entrega. Alma que suele haber como delicia Palpar las almas, despreciar la huella, Y sentir en la mano una caricia. Alma que siempre disconforme de ella, Como los vientos vaga, corre y gira; Alma que sangra y sin cesar delira Por ser el buque en marcha de la estrella. Alma que ha de morir de una fragancia De un suspiro, de un verso en que se ruega, Sin perder, a poderlo, su elegancia. Alma que nada sabe y todo niega Y negando lo bueno el bien propicia Porque es negando como más se entrega. Alma que suele haber como delicia Palpar las almas, despreciar la huella, Y sentir en la mano una caricia. Alma que siempre disconforme de ella, Como los vientos vaga, corre y gira; Alma que sangra y sin cesar delira Por ser el buque en marcha de la estrella. Alma que nada sabe y todo niega Y negando lo bueno el bien propicia Porque es negando como más se entrega. Alma que suele haber como delicia Palpar las almas, despreciar la huella, Y sentir en la mano una caricia. Alma que siempre disconforme de ella, Como los vientos vaga, corre y gira; Alma que sangra y sin cesar delira Por ser el buque en marcha de la estrella. Alma que suele haber como delicia Palpar las almas, despreciar la huella, Y sentir en la mano una caricia. Alma que siempre disconforme de ella, Como los vientos vaga, corre y gira; Alma que sangra y sin cesar delira Por ser el buque en marcha de la estrella. Alma que siempre disconforme de ella, Como los vientos vaga, corre y gira; Alma que sangra y sin cesar delira Por ser el buque en marcha de la estrella.
es
Rébora,Marilina
<XXI
Llévame_Nubecita_A_Lo_Alto_Contigo
Llévame nubecita a lo alto contigo y cúbreme amorosa con tu cendal de gasa; que tu orla de tul me sirva, leve abrigo, para que no me falte el amor de la casa. Llévame tú que eres, de mis ansias testigo, ceniciento vigía, fino polvo de brasa, incansable viajera detrás de mi postigo; llévame pero pronto, que tu momento pasa. No me llames poeta; sea a la hermana rosa, encendida de fuego, áureo halo de oro; o a la blanca, a la blanca de perfiles de hielo que entre albos pompones, toda nieve reposa. No me llames poeta que tus anhelos lloro, que soy —como el amor fugaz— sombra en el cielo.
es
Aleixandre,Vicente
<XXI
Una_Cargazón_De_Menta_Sobre_La_Espalda
Una cargazón de menta sobre la espalda, sobre la caída catarata del cielo, no me enseñará afanosamente a buscar ese río último en que refrescar mi garganta. (Giboso estás, caminando camino de lo descaminado, esperando que los chopos esbeltos te acaricien la rencorosa memoria, mostrando la plata nueva sin la corteza de ellos, hechos los ojos azules suspiro sin humo que merodee. No, no crezcas doblándote como una ballesta que atirante la interjección de los dientes ocultos, paladeando la sombra de los pelos caídos sobre el rostro. No ocultes tus malas pasiones, mientras buscas la linfa clara, inocente, final, en que bañar tu feo cuerpo). Aquí hay una sombra verde, aquí yo descansaría si el peso de las reservas a mi espalda no impidiese a la luna salir con gentileza, con aérea esbeltez, para quedar solo apoyada en una punta, con los brazos extendidos sobre la noche. Pero me siento, definitivamente me siento. Alardeo de barbas foscas y entremezclando mis dedos y mis rencores evoco el vino rojo que acabo de dejar sobre las pupilas dormidas de una muchacha. He aprovechado su sueño para escaparme de puntillas, presumiendo que la madrugada sería hermosa como un cuerpo desollado con jaspe, veteado de ágatas transitorias. Solo me ha faltado, para que la hora quedase aún más bella, hacerle unas estrías con mis uñas. Déjame que me ría sencillamente lo mismo que un cuentakilómetros de alquiler. No quiero especificar la distancia. Pero no puedo por menos de reconocer que mis manos son anchas, grandísimas, y que caben holgadamente cuatro filas de desfilantes. Cuatro (sin recosidos) cintas de carretera. Pero aquí no, las hay. Solo un prado verde recogido sobre sí mismo, que me contiene a mí como un lunar impresentable. Soy la mancha deshonesta que no puede enseñarse. Soy ese lunar en ese feo sitio que no se nota bajo las palabras. (Por eso estás esperando tú que te llegue la hora de sacar la baraja. La hora de observar el brillo aceitado de la luna sobre la cara redonda, cacheteada, de un rey arropado. Sobre los terciopelos viejos una corona de lirismo haría el efecto de una melancolía retrasada, de un cuento a la oreja de un anciano sin memoria. Por eso se te ladean las intenciones. Por eso el rey también sabe sesgar su espada de latón y conoce muy bien que las cacerolas no humean bajo sus pies, pero hierven sobre las ascuas, aromando los forros de guardarropía. Nos cuesta mucho la seriedad de los bigotes y de las barbas trémulas bajo las lunas). En vista de todo (¡la hora es tan propicia!), haré un solitario, olvidándome de mi joroba. Por algo dicen que la noche, cuando está acabándose, besa la espalda apolínea. Por algo me he traído yo esta reserva de sonrisas para saludar los minutos. Haré mi solitario. La baraja está hoy como nunca. ¡Qué fluida y zigzagueante, qué murmuradora, casi musical! Si la beso, pareceré un disco de gramófono. Si la acaricio, no me podré perdonar una sonata ruidosa, con un surtidor en el centro que caracolee casi en la barbilla. Suspiraré como un fuelle dignísimo. Empezaré mi solitario. Cuatro reyes, cuatro ases, cuatro sotas hacen la felicidad de una mano, arquean los lomos de las montañas, mientras el sol de papel de plata amenaza con rasgarse sin ruido. Los reyes son esta bondad nativa, conservada en alcohol, que hace que la corona recaiga sobre la oreja, mientras el hombro protesta del abrigo de todo, del falso armiño que hace cuadrada la figura. La mejilla vista al microscopio no invita más que a la meditación de los accidentes y al pensamiento de cómo lo esencial está cubierto de púas para los labios de los hijos; de cómo la aspereza de los párpados irrita la esclerótica hasta deformar el mundo, incendiado de rojo, quemándose sin que nadie lo perciba. Si los reyes soltasen ahora mismo la carcajada, yo me sentiría ahora mismo aliviado de mi cargazón indeclinable. Y recogería las coronas caídas para echarlas en el hogar que no existe, dulce crepúsculo que dibujaría mi reino con sus lenguas que el cartón alimentaría, apareciendo las palabras que certificarían mi altura, los frutos que están al alcance de la mano. Pero aduzco mi as --¡qué hacer!-- que antes de caer a tierra, a su sitio, brilla de ópalo turbio, manejando su basto sin asustar a los árboles. Lo pongo solo para que cumpla su destino. Su verde es antiguo. Se ve que no es que haya retoñado, sino que se quedó así recién nacido, con esa falsa apariencia de juventud, mostrando sus yemas hinchadas en una esterilidad enmascarada. Por más que las mujeres lo besen, esos botones no echarán afirmaciones que se agiten en abanico. De ninguna manera su copa acabará sosteniendo el cielo. Pero tampoco tema la luna que su roma punta pueda herir la susceptibilidad de su superficie. Sepultado bajo la grasa que borra las arrugas y abrillanta su escondida calidad de yesca inusada, el as de bastos rueda por los bolsillos sin poder silbar siquiera, ahogándose en la ronquera opaca que no se percibe, entre las uñas negras de los que murmuran. Entre todos, finalmente, la señorita, la trémula, la misma, sí, la insostenible sota nueva, recién venida, que yo manejo y pongo en fila para completar. Finalmente, tengo ya mi solitario. He aquí la última figura, que sostiene su pecho con brocados para que las intenciones no rueden hasta el césped y alarguen su figura, que se pueda clavar en la tierra blanca como un rosal enfermo, donde los ojos no acabarían de abrirse nunca, siempre de una rosa inminente bajo su azul empalidecido. El cuello lento no podrá troncharse nunca por más que los besos le lleguen. ¿Sucumbiré yo mismo? Acaso yo pondré los labios sin miedo a la espina más honda, sin miedo al fracaso de papel, que es el más barato de todos, el que puede lograrse siempre, sin más que guardarse la carta para lo último. Acaso yo terminaré echándome sobre la tierra y cerrando los ojos, al lado de mi baraja extendida. ¡Oh viento, viento, perdóname estas barbas de hierba, esta húmeda pendiente que como un alud me sube hasta los ojos cerrados! ¡Oh viento, viento, oréame como al heno, písame sin que yo lo note! ¡Bárreme hasta ensalzarme de ventura! ¿Por qué me preguntas en el costado si la muerte es una contracción de la cintura? ¿Por qué tu brazo golpea el suelo como un látigo redondo de carne? Ya los naipes no están. ¡Oh soledad de los músculos! ¡Oh hueso cargetovetónico que se levanta como los anillos de una serpiente monstruosa!
es
Orozco,Olga
<XXI
Mientras_Muere_La_Dicha
He visto a la dicha perderse gritando por un umbrío y solitario bosque, donde el último día pasaba, silencioso, olvidando a los hombres como a gastadas hojas que una lenta estación sostiene todavía. Nunca más, desdeñosa entre las tardes, su máscra dorada, las luminosas manos conduciendo los sueños a un sediento vivir, el fugitivo manto, su reflejo engañoso entre la hiedra que los recuerdos guardan como un reino perdido. ¡Oh doliente descanso de la tierra! Alguien espera aún junto al río indeciso que la sangre contiene: el que en su oscuridad golpea vanamente las paredes, persiguiendo una sombra más alta que sus noches, y al amanecer mira apenas la terca ceniza y alguna flor marchita sobre el pecho; y más allá los otros, los que buscan ese rincón del aire preparado a su forma como un cuerpo anterior que en remotas edades habitaron. Ellos quieren asir una huella en el polvo, detener en la luz sus pobres paraísos hechos de lentos, trabajosos dones, pero basta ese soplo, que apenas si estremece las oscilantes ramas, para trocar la paz por una muerte, por lánguida costumbre los deseos. Porque indefensos viven los hombres en la dicha y solamente entonces, mientras muere a lo lejos su vana melodía, recobran nuestros rostros una aureola invencible.
es
Flórez,Julio
<XXI
Un_Arrebol_De_Púrpura,_Lejano
Un arrebol de púrpura, lejano, se refleja en el río. Y el río se desliza sobre el llano y aleja, aleja su caudal sombrío. Cómo nos parecemos en el mundo: tú al arrebol, yo al río: tú mealumbras, y yo, meditabundo, me voy huyendo de tu luz, bien mío.
es
Escobar_Galindo,David
<XXI
Hacia_La_Perspectiva_De_Las_Dunas
Hacia la perspectiva de las dunas, esa ilusión comienza a dibujarse. Una mancha de lluvia en movimiento. Un volumen de insólitos cristales. Una escultura onírica de sal. Y un soplo de repente, humana ráfaga.
es
Marechal,Leopoldo
<XXI
Sólo_Tocó_El_Umbral
Sólo tocó el umbral de este mundo y se fue. Con vino y aguardiente nos alegramos todos, porque no se llevaba de la tierra ni una palabra dura ni una gota de hiel, sino un trébol pegado a su talón de un día. Le pusimos dos alas de papel en los hombros: rosas del sur ardían en su traje de cielo. Su madre lo lloraba, y nosotros bailábamos.
es
Ramos_Sucre,José_Antonio
<XXI
He_Leído_En_Mi_Niñez_Las_Memorias_De_Una_Artista_Del_Violoncelo
He leído en mi niñez las memorias de una artista del violoncelo, fallecida lejos de su patria, en el sitio más frío del orbe. He visto la imagen del sepulcro en un libro de estampas. Una verja de hierro defiende el hacinamiento de piedras y la cruz bizantina. Una ráfaga atolondrada vierte la lluvia en la soledad. La heroína reposa de un galope consecutivo, espanto del zorro vil. El caballo estuvo a punto de perecer en los lazos flexibles de un bosque, en el lodo inerte. La artista arrojó desde su caballo al sórdido río de China un vaso de marfil, sujeto por medio de un fiador, e ingirió el principio del cólera en la linfa torpe. Allí mismo cautivó y consumió unos peces de sabor terrizo. La heroína usaba de modo preferente el marfil eximio, la materia del olifante de Roldán. Un sol de azufre viajaba a ras del suelo en la atmósfera de un arenal lejano y un soplo agudo, mensajero de la oscuridad invisible, esparció una sombra de terror en el cauce inmenso. La heroína reposa de un galope consecutivo, espanto del zorro vil. El caballo estuvo a punto de perecer en los lazos flexibles de un bosque, en el lodo inerte. La artista arrojó desde su caballo al sórdido río de China un vaso de marfil, sujeto por medio de un fiador, e ingirió el principio del cólera en la linfa torpe. Allí mismo cautivó y consumió unos peces de sabor terrizo. La heroína usaba de modo preferente el marfil eximio, la materia del olifante de Roldán. Un sol de azufre viajaba a ras del suelo en la atmósfera de un arenal lejano y un soplo agudo, mensajero de la oscuridad invisible, esparció una sombra de terror en el cauce inmenso. La artista arrojó desde su caballo al sórdido río de China un vaso de marfil, sujeto por medio de un fiador, e ingirió el principio del cólera en la linfa torpe. Allí mismo cautivó y consumió unos peces de sabor terrizo. La heroína usaba de modo preferente el marfil eximio, la materia del olifante de Roldán. Un sol de azufre viajaba a ras del suelo en la atmósfera de un arenal lejano y un soplo agudo, mensajero de la oscuridad invisible, esparció una sombra de terror en el cauce inmenso. Un sol de azufre viajaba a ras del suelo en la atmósfera de un arenal lejano y un soplo agudo, mensajero de la oscuridad invisible, esparció una sombra de terror en el cauce inmenso.
es
Meléndez_Valdés,Juan
<XXI
¡Qué_Ardor_Hierve_En_Mis_Venas!
¡Qué ardor hierve en mis venas! ¡Qué embriaguez! ¡Qué delicia! ¡Y en qué fragante aroma se inunda el alma mía! Éste es de Amor un templo: doquier torno la vista mil gratas muestras hallo del numen que lo habita. Aquí el luciente espejo y el tocador, do unidas con el placer las Gracias se esmeran en servirla, y do esmaltada de oro la porcelana rica del lujo preparados perfumes mil le brinda, coronando su adorno dos fieles tortolitas, que entreabiertos los picos se besan y acarician. Allí plumas y flores, el prendido y la cinta que del cabello y frente vistosa en torno gira, y el velo que los rayos con que sus ojos brillan, doblándoles la gracia, emboza y debilita. Del cuello allí las perlas, y allá el corsé se mira y en él de su albo seno la huella peregrina. ¡Besadla, amantes labios...! ¡besadla...! Mas tendida la gasa que lo cubre mis ojos allí fija. ¡Oh, gasa...! ¡qué de veces...! El piano...Ven, querida, ven, llega, corre, vuela, y mi impaciencia alivia. ¡Oh! ¡cuánto en la tardanza padezco! ¡Cuál palpita mi seno! ¡En qué zozobras mi espíritu vacila! En todo, en todo te halla mi ardor... Tu voz divina oigo feliz... Mi boca tu suave aliento aspira; y el aura que te halaga con ala fugitiva, de tus encantos llena, me abraza y regocija. Mas... ¿si serán sus pasos...? Sí, sí; la melodía ya de su labio oyendo, todo mi ser se agita. Sigue en tus cantos, sigue; vuelve a sonar de Armida los amenazantes gritos, las mágicas caricias. Trine armonioso el piano; y a mi rogar benigna, cual ella por su amante, tú así por mí delira. Clama, amenaza, gime; y en quiebros y ansias rica, haz que ardan nuestros pechos en sus pasiones mismas, que tú cual ella anheles ciega de amor y de ira y yo rendido y dócil tu altiva planta siga. Y tú sostenme, ¡oh Venus! sostenme, que la vida entre éxtasis tan gratos débil sin ti peligra. Éste es de Amor un templo: doquier torno la vista mil gratas muestras hallo del numen que lo habita. Aquí el luciente espejo y el tocador, do unidas con el placer las Gracias se esmeran en servirla, y do esmaltada de oro la porcelana rica del lujo preparados perfumes mil le brinda, coronando su adorno dos fieles tortolitas, que entreabiertos los picos se besan y acarician. Allí plumas y flores, el prendido y la cinta que del cabello y frente vistosa en torno gira, y el velo que los rayos con que sus ojos brillan, doblándoles la gracia, emboza y debilita. Del cuello allí las perlas, y allá el corsé se mira y en él de su albo seno la huella peregrina. ¡Besadla, amantes labios...! ¡besadla...! Mas tendida la gasa que lo cubre mis ojos allí fija. ¡Oh, gasa...! ¡qué de veces...! El piano...Ven, querida, ven, llega, corre, vuela, y mi impaciencia alivia. ¡Oh! ¡cuánto en la tardanza padezco! ¡Cuál palpita mi seno! ¡En qué zozobras mi espíritu vacila! En todo, en todo te halla mi ardor... Tu voz divina oigo feliz... Mi boca tu suave aliento aspira; y el aura que te halaga con ala fugitiva, de tus encantos llena, me abraza y regocija. Mas... ¿si serán sus pasos...? Sí, sí; la melodía ya de su labio oyendo, todo mi ser se agita. Sigue en tus cantos, sigue; vuelve a sonar de Armida los amenazantes gritos, las mágicas caricias. Trine armonioso el piano; y a mi rogar benigna, cual ella por su amante, tú así por mí delira. Clama, amenaza, gime; y en quiebros y ansias rica, haz que ardan nuestros pechos en sus pasiones mismas, que tú cual ella anheles ciega de amor y de ira y yo rendido y dócil tu altiva planta siga. Y tú sostenme, ¡oh Venus! sostenme, que la vida entre éxtasis tan gratos débil sin ti peligra. Aquí el luciente espejo y el tocador, do unidas con el placer las Gracias se esmeran en servirla, y do esmaltada de oro la porcelana rica del lujo preparados perfumes mil le brinda, coronando su adorno dos fieles tortolitas, que entreabiertos los picos se besan y acarician. Allí plumas y flores, el prendido y la cinta que del cabello y frente vistosa en torno gira, y el velo que los rayos con que sus ojos brillan, doblándoles la gracia, emboza y debilita. Del cuello allí las perlas, y allá el corsé se mira y en él de su albo seno la huella peregrina. ¡Besadla, amantes labios...! ¡besadla...! Mas tendida la gasa que lo cubre mis ojos allí fija. ¡Oh, gasa...! ¡qué de veces...! El piano...Ven, querida, ven, llega, corre, vuela, y mi impaciencia alivia. ¡Oh! ¡cuánto en la tardanza padezco! ¡Cuál palpita mi seno! ¡En qué zozobras mi espíritu vacila! En todo, en todo te halla mi ardor... Tu voz divina oigo feliz... Mi boca tu suave aliento aspira; y el aura que te halaga con ala fugitiva, de tus encantos llena, me abraza y regocija. Mas... ¿si serán sus pasos...? Sí, sí; la melodía ya de su labio oyendo, todo mi ser se agita. Sigue en tus cantos, sigue; vuelve a sonar de Armida los amenazantes gritos, las mágicas caricias. Trine armonioso el piano; y a mi rogar benigna, cual ella por su amante, tú así por mí delira. Clama, amenaza, gime; y en quiebros y ansias rica, haz que ardan nuestros pechos en sus pasiones mismas, que tú cual ella anheles ciega de amor y de ira y yo rendido y dócil tu altiva planta siga. Y tú sostenme, ¡oh Venus! sostenme, que la vida entre éxtasis tan gratos débil sin ti peligra. y do esmaltada de oro la porcelana rica del lujo preparados perfumes mil le brinda, coronando su adorno dos fieles tortolitas, que entreabiertos los picos se besan y acarician. Allí plumas y flores, el prendido y la cinta que del cabello y frente vistosa en torno gira, y el velo que los rayos con que sus ojos brillan, doblándoles la gracia, emboza y debilita. Del cuello allí las perlas, y allá el corsé se mira y en él de su albo seno la huella peregrina. ¡Besadla, amantes labios...! ¡besadla...! Mas tendida la gasa que lo cubre mis ojos allí fija. ¡Oh, gasa...! ¡qué de veces...! El piano...Ven, querida, ven, llega, corre, vuela, y mi impaciencia alivia. ¡Oh! ¡cuánto en la tardanza padezco! ¡Cuál palpita mi seno! ¡En qué zozobras mi espíritu vacila! En todo, en todo te halla mi ardor... Tu voz divina oigo feliz... Mi boca tu suave aliento aspira; y el aura que te halaga con ala fugitiva, de tus encantos llena, me abraza y regocija. Mas... ¿si serán sus pasos...? Sí, sí; la melodía ya de su labio oyendo, todo mi ser se agita. Sigue en tus cantos, sigue; vuelve a sonar de Armida los amenazantes gritos, las mágicas caricias. Trine armonioso el piano; y a mi rogar benigna, cual ella por su amante, tú así por mí delira. Clama, amenaza, gime; y en quiebros y ansias rica, haz que ardan nuestros pechos en sus pasiones mismas, que tú cual ella anheles ciega de amor y de ira y yo rendido y dócil tu altiva planta siga. Y tú sostenme, ¡oh Venus! sostenme, que la vida entre éxtasis tan gratos débil sin ti peligra. coronando su adorno dos fieles tortolitas, que entreabiertos los picos se besan y acarician. Allí plumas y flores, el prendido y la cinta que del cabello y frente vistosa en torno gira, y el velo que los rayos con que sus ojos brillan, doblándoles la gracia, emboza y debilita. Del cuello allí las perlas, y allá el corsé se mira y en él de su albo seno la huella peregrina. ¡Besadla, amantes labios...! ¡besadla...! Mas tendida la gasa que lo cubre mis ojos allí fija. ¡Oh, gasa...! ¡qué de veces...! El piano...Ven, querida, ven, llega, corre, vuela, y mi impaciencia alivia. ¡Oh! ¡cuánto en la tardanza padezco! ¡Cuál palpita mi seno! ¡En qué zozobras mi espíritu vacila! En todo, en todo te halla mi ardor... Tu voz divina oigo feliz... Mi boca tu suave aliento aspira; y el aura que te halaga con ala fugitiva, de tus encantos llena, me abraza y regocija. Mas... ¿si serán sus pasos...? Sí, sí; la melodía ya de su labio oyendo, todo mi ser se agita. Sigue en tus cantos, sigue; vuelve a sonar de Armida los amenazantes gritos, las mágicas caricias. Trine armonioso el piano; y a mi rogar benigna, cual ella por su amante, tú así por mí delira. Clama, amenaza, gime; y en quiebros y ansias rica, haz que ardan nuestros pechos en sus pasiones mismas, que tú cual ella anheles ciega de amor y de ira y yo rendido y dócil tu altiva planta siga. Y tú sostenme, ¡oh Venus! sostenme, que la vida entre éxtasis tan gratos débil sin ti peligra. 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Mas tendida la gasa que lo cubre mis ojos allí fija. ¡Oh, gasa...! ¡qué de veces...! El piano...Ven, querida, ven, llega, corre, vuela, y mi impaciencia alivia. ¡Oh! ¡cuánto en la tardanza padezco! ¡Cuál palpita mi seno! ¡En qué zozobras mi espíritu vacila! En todo, en todo te halla mi ardor... Tu voz divina oigo feliz... Mi boca tu suave aliento aspira; y el aura que te halaga con ala fugitiva, de tus encantos llena, me abraza y regocija. Mas... ¿si serán sus pasos...? Sí, sí; la melodía ya de su labio oyendo, todo mi ser se agita. Sigue en tus cantos, sigue; vuelve a sonar de Armida los amenazantes gritos, las mágicas caricias. Trine armonioso el piano; y a mi rogar benigna, cual ella por su amante, tú así por mí delira. Clama, amenaza, gime; y en quiebros y ansias rica, haz que ardan nuestros pechos en sus pasiones mismas, que tú cual ella anheles ciega de amor y de ira y yo rendido y dócil tu altiva planta siga. Y tú sostenme, ¡oh Venus! sostenme, que la vida entre éxtasis tan gratos débil sin ti peligra. ¡Oh, gasa...! ¡qué de veces...! El piano...Ven, querida, ven, llega, corre, vuela, y mi impaciencia alivia. ¡Oh! ¡cuánto en la tardanza padezco! ¡Cuál palpita mi seno! ¡En qué zozobras mi espíritu vacila! En todo, en todo te halla mi ardor... Tu voz divina oigo feliz... Mi boca tu suave aliento aspira; y el aura que te halaga con ala fugitiva, de tus encantos llena, me abraza y regocija. Mas... ¿si serán sus pasos...? Sí, sí; la melodía ya de su labio oyendo, todo mi ser se agita. Sigue en tus cantos, sigue; vuelve a sonar de Armida los amenazantes gritos, las mágicas caricias. Trine armonioso el piano; y a mi rogar benigna, cual ella por su amante, tú así por mí delira. Clama, amenaza, gime; y en quiebros y ansias rica, haz que ardan nuestros pechos en sus pasiones mismas, que tú cual ella anheles ciega de amor y de ira y yo rendido y dócil tu altiva planta siga. Y tú sostenme, ¡oh Venus! sostenme, que la vida entre éxtasis tan gratos débil sin ti peligra. ¡Oh! ¡cuánto en la tardanza padezco! ¡Cuál palpita mi seno! ¡En qué zozobras mi espíritu vacila! En todo, en todo te halla mi ardor... Tu voz divina oigo feliz... Mi boca tu suave aliento aspira; y el aura que te halaga con ala fugitiva, de tus encantos llena, me abraza y regocija. Mas... ¿si serán sus pasos...? Sí, sí; la melodía ya de su labio oyendo, todo mi ser se agita. Sigue en tus cantos, sigue; vuelve a sonar de Armida los amenazantes gritos, las mágicas caricias. Trine armonioso el piano; y a mi rogar benigna, cual ella por su amante, tú así por mí delira. Clama, amenaza, gime; y en quiebros y ansias rica, haz que ardan nuestros pechos en sus pasiones mismas, que tú cual ella anheles ciega de amor y de ira y yo rendido y dócil tu altiva planta siga. Y tú sostenme, ¡oh Venus! sostenme, que la vida entre éxtasis tan gratos débil sin ti peligra. En todo, en todo te halla mi ardor... Tu voz divina oigo feliz... Mi boca tu suave aliento aspira; y el aura que te halaga con ala fugitiva, de tus encantos llena, me abraza y regocija. Mas... ¿si serán sus pasos...? Sí, sí; la melodía ya de su labio oyendo, todo mi ser se agita. Sigue en tus cantos, sigue; vuelve a sonar de Armida los amenazantes gritos, las mágicas caricias. Trine armonioso el piano; y a mi rogar benigna, cual ella por su amante, tú así por mí delira. Clama, amenaza, gime; y en quiebros y ansias rica, haz que ardan nuestros pechos en sus pasiones mismas, que tú cual ella anheles ciega de amor y de ira y yo rendido y dócil tu altiva planta siga. Y tú sostenme, ¡oh Venus! sostenme, que la vida entre éxtasis tan gratos débil sin ti peligra. y el aura que te halaga con ala fugitiva, de tus encantos llena, me abraza y regocija. Mas... ¿si serán sus pasos...? Sí, sí; la melodía ya de su labio oyendo, todo mi ser se agita. Sigue en tus cantos, sigue; vuelve a sonar de Armida los amenazantes gritos, las mágicas caricias. Trine armonioso el piano; y a mi rogar benigna, cual ella por su amante, tú así por mí delira. Clama, amenaza, gime; y en quiebros y ansias rica, haz que ardan nuestros pechos en sus pasiones mismas, que tú cual ella anheles ciega de amor y de ira y yo rendido y dócil tu altiva planta siga. Y tú sostenme, ¡oh Venus! sostenme, que la vida entre éxtasis tan gratos débil sin ti peligra. Mas... ¿si serán sus pasos...? Sí, sí; la melodía ya de su labio oyendo, todo mi ser se agita. Sigue en tus cantos, sigue; vuelve a sonar de Armida los amenazantes gritos, las mágicas caricias. Trine armonioso el piano; y a mi rogar benigna, cual ella por su amante, tú así por mí delira. Clama, amenaza, gime; y en quiebros y ansias rica, haz que ardan nuestros pechos en sus pasiones mismas, que tú cual ella anheles ciega de amor y de ira y yo rendido y dócil tu altiva planta siga. Y tú sostenme, ¡oh Venus! sostenme, que la vida entre éxtasis tan gratos débil sin ti peligra. Sigue en tus cantos, sigue; vuelve a sonar de Armida los amenazantes gritos, las mágicas caricias. Trine armonioso el piano; y a mi rogar benigna, cual ella por su amante, tú así por mí delira. Clama, amenaza, gime; y en quiebros y ansias rica, haz que ardan nuestros pechos en sus pasiones mismas, que tú cual ella anheles ciega de amor y de ira y yo rendido y dócil tu altiva planta siga. Y tú sostenme, ¡oh Venus! sostenme, que la vida entre éxtasis tan gratos débil sin ti peligra. Trine armonioso el piano; y a mi rogar benigna, cual ella por su amante, tú así por mí delira. Clama, amenaza, gime; y en quiebros y ansias rica, haz que ardan nuestros pechos en sus pasiones mismas, que tú cual ella anheles ciega de amor y de ira y yo rendido y dócil tu altiva planta siga. Y tú sostenme, ¡oh Venus! sostenme, que la vida entre éxtasis tan gratos débil sin ti peligra. Clama, amenaza, gime; y en quiebros y ansias rica, haz que ardan nuestros pechos en sus pasiones mismas, que tú cual ella anheles ciega de amor y de ira y yo rendido y dócil tu altiva planta siga. Y tú sostenme, ¡oh Venus! sostenme, que la vida entre éxtasis tan gratos débil sin ti peligra. que tú cual ella anheles ciega de amor y de ira y yo rendido y dócil tu altiva planta siga. Y tú sostenme, ¡oh Venus! sostenme, que la vida entre éxtasis tan gratos débil sin ti peligra. Y tú sostenme, ¡oh Venus! sostenme, que la vida entre éxtasis tan gratos débil sin ti peligra.
es
Vallejo,César
<XXI
En_Suma,_No_Poseo_Para_Expresar_Mi_Vida,_Sino_Mi_Muerte
En suma, no poseo para expresar mi vida, sino mi muerte. Y, después de todo, al cabo de la escalonada naturaleza y del gorrión en bloque, me duermo, mano a mano con mi sombra. Y, al descender del acto venerable y del otro gemido, me reposo pensando en la marcha impertérrita del tiempo. ¿Por qué la cuerda, entonces, si el aire es tan sencillo? ¿Para qué la cadena, si existe el hierro por sí solo? César Vallejo, el acento con que amas, el verbo con que escribes, el vientecillo con que oyes, sólo saben de ti por tu garganta. César Vallejo, póstrate, por eso, con indistinto orgullo, con tálamo de ornamentales áspides y exagonales ecos. Restitúyete al corpóreo panal, a la beldad; aroma los florecidos corchos, cierra ambas grutas al sañudo antropoide; repara, en fin, tu antipático venado; tente pena. ¡Que no hay cosa más densa que el odio en voz pasiva, ni más mísera ubre que el amor! ¡Que ya no puedo andar, sino en dos harpas! ¡Que ya no me conoces, sino porque te sigo instrumental, prolijamente! ¡Que ya no doy gusanos, sino breves! ¡Que ya te implico tánto, que medio que te afilas! ¡Que ya llevo unas tímidas legumbres y otras bravas! Pues el afecto que quiébrase de noche en mis bronquios, lo trajeron de día ocultos deanes y, si amanezco pálido, es por mi obra: y, si anochezco rojo, por mi obrero. Ello explica, igualmente, estos cansancios míos y estos despojos, mis famosos tíos. Ello explica, en fin, esta lágrima que brindo por la dicha de los hombres. ¡César Vallejo, parece mentira que así tarden tus parientes, sabiendo que ando cautivo, sabiendo que yaces libre! ¡Vistosa y perra suerte! ¡César Vallejo, te odio con ternura!
es
Sabines,Jaime
<XXI
Se_Ha_Vuelto_Llanto_Este_Dolor_Ahora
Se ha vuelto llanto este dolor ahora y es bueno que así sea. Bailemos, amemos, Melibea. Flor de este viento dulce que me tiene, rama de mi congoja: desátame, amor mío, hoja por hoja, mécete aquí en mis sueños, te arropo con mi sangre, ésta es tu cuna: déjame que te bese una por una, mujeres tú, mujer, coral de espuma. Rosario, sí, Dolores cuando Andrea, déjame que te llore y que te vea. Me he vuelto llanto nada más ahora y te arrullo, mujer, llora que llora.
es
Garrido,Dolores
XXI
Noche_A_Noche
El mañana, es el hoy del ayer. El insomnio y el placer forman parte de un pasado, donde el futuro y los sueños se confunden en la memoria de una infancia. Aquella niña con polvo de hadas en los ojos y colmada de incomprensión en la esencia, llego a ser una adolescente indócil en la rebeldía de una edad con expectativas de un futuro provocativo. Llena de sensaciones que comprimieron al vació mediocre de un ser... Insatisfecha de ternuras amasadas por El saber estar... Vacía, cansada y dormida. Aletargada en la resignación de la madurez donde que la luna ya no es mágica y las flores se negocian el placer fríamente se planea, se fiscaliza y se relega. Mientras todo lo mida y todo lo piense el sueño será practico y la noche sosiego... para poder seguir. Los sueños se cruzaran a un olvido voluntario y amargo de fracasos íntimos y silenciosos El día, solo será noches donde poder descansar El pasado que ayer obró amargo atemperan mis añoranzas mas intimas. Las tinieblas restan tiempo a mi vida en el juego triste de la existencia La evocación anida en el presente y condiciona mi futuro en un ahora que se tiñe de inestable y nunca sabré por que no vivo, solo duermo Aquella niña con polvo de hadas en los ojos y colmada de incomprensión en la esencia, llego a ser una adolescente indócil en la rebeldía de una edad con expectativas de un futuro provocativo. Llena de sensaciones que comprimieron al vació mediocre de un ser... Insatisfecha de ternuras amasadas por El saber estar... Vacía, cansada y dormida. Aletargada en la resignación de la madurez donde que la luna ya no es mágica y las flores se negocian el placer fríamente se planea, se fiscaliza y se relega. Mientras todo lo mida y todo lo piense el sueño será practico y la noche sosiego... para poder seguir. Los sueños se cruzaran a un olvido voluntario y amargo de fracasos íntimos y silenciosos El día, solo será noches donde poder descansar El pasado que ayer obró amargo atemperan mis añoranzas mas intimas. Las tinieblas restan tiempo a mi vida en el juego triste de la existencia La evocación anida en el presente y condiciona mi futuro en un ahora que se tiñe de inestable y nunca sabré por que no vivo, solo duermo Llena de sensaciones que comprimieron al vació mediocre de un ser... Insatisfecha de ternuras amasadas por El saber estar... Vacía, cansada y dormida. Aletargada en la resignación de la madurez donde que la luna ya no es mágica y las flores se negocian el placer fríamente se planea, se fiscaliza y se relega. Mientras todo lo mida y todo lo piense el sueño será practico y la noche sosiego... para poder seguir. Los sueños se cruzaran a un olvido voluntario y amargo de fracasos íntimos y silenciosos El día, solo será noches donde poder descansar El pasado que ayer obró amargo atemperan mis añoranzas mas intimas. Las tinieblas restan tiempo a mi vida en el juego triste de la existencia La evocación anida en el presente y condiciona mi futuro en un ahora que se tiñe de inestable y nunca sabré por que no vivo, solo duermo Vacía, cansada y dormida. Aletargada en la resignación de la madurez donde que la luna ya no es mágica y las flores se negocian el placer fríamente se planea, se fiscaliza y se relega. Mientras todo lo mida y todo lo piense el sueño será practico y la noche sosiego... para poder seguir. Los sueños se cruzaran a un olvido voluntario y amargo de fracasos íntimos y silenciosos El día, solo será noches donde poder descansar El pasado que ayer obró amargo atemperan mis añoranzas mas intimas. Las tinieblas restan tiempo a mi vida en el juego triste de la existencia La evocación anida en el presente y condiciona mi futuro en un ahora que se tiñe de inestable y nunca sabré por que no vivo, solo duermo Mientras todo lo mida y todo lo piense el sueño será practico y la noche sosiego... para poder seguir. Los sueños se cruzaran a un olvido voluntario y amargo de fracasos íntimos y silenciosos El día, solo será noches donde poder descansar El pasado que ayer obró amargo atemperan mis añoranzas mas intimas. Las tinieblas restan tiempo a mi vida en el juego triste de la existencia La evocación anida en el presente y condiciona mi futuro en un ahora que se tiñe de inestable y nunca sabré por que no vivo, solo duermo El día, solo será noches donde poder descansar El pasado que ayer obró amargo atemperan mis añoranzas mas intimas. Las tinieblas restan tiempo a mi vida en el juego triste de la existencia La evocación anida en el presente y condiciona mi futuro en un ahora que se tiñe de inestable y nunca sabré por que no vivo, solo duermo La evocación anida en el presente y condiciona mi futuro en un ahora que se tiñe de inestable y nunca sabré por que no vivo, solo duermo
es
Torres_Bodet,Jaime
<XXI
...12_De_Junio
Amada, en estos versos que te escribo quisiera que encontraras el color de este pálido cielo pensativo que estoy mirando, al recordar tu amor. Que sintieras que ya julio se acerca que el oro está naciendo de la mies, y que oyeras zumbar la mosca terca que oigo volar en el calor del mes... Y pensaras: «¡Qué año tan ardiente! ¡Cuánto sol en las bardas!»... y, quizás, que un suspiro cerrara blandamente tus ojos... nada más... ¿Para qué más?
es
Herrera_y_Reissig,Julio
<XXI
Surgió_Tu_Blanca_Majestad_De_Raso
Surgió tu blanca majestad de raso, toda sueño y fulgor, en la espesura; y era en vez de mi mano —atenta al caso mi alma quien oprimía tu cintura... De procaces sulfatos, una impura fragancia conspiraba a nuestro paso, en tanto que propicio a tu aventura llenóse de amapolas el ocaso. Pálida de inquietud y casto asombro, tu frente declinó sobre mi hombro... Uniéndome a tu ser, con suave impulso, al fin de mi especioso simulacro, de un largo beso te apuré convulso, ¡hasta las heces, como un vino sacro!
es
Díaz_Mirón,Salvador
<XXI
¿Detenerme?_¿Cejar?_Vana_Congoja.
¿Detenerme? ¿Cejar? Vana congoja. La cabeza no manda al corazón. Prohibe al aquilón que alce la hoja, no a la hoja que ceda al aquilón. Cuando el torrente por los campos halla de pronto un dique que le dice: ¡atrás! podrá saltar o desquiciar la valla pero pararse o recular... ¡jamás! ¿Por qué te adoro y a tus pies me arrastro? ¿Por qué se obstinan en volverse así la aguja al norte, el heliotropo al astro, la llama al cielo y mi esperanza a ti?
es
García_Lorca,Federico
<XXI
Tú_Querías_Que_Yo_Te_Dijera
Tú querías que yo te dijera el secreto de la primavera. Y yo soy para el secreto lo mismo que es el abeto. Árbol cuyos mil deditos señalan mil caminitos. Nunca te diré, amor mío, por qué corre lento el río. Pero pondré en mi voz estancada el cielo ceniza de tu mirada. ¡Dame vueltas, morenita! Ten cuidado con mis hojitas. Dame más vueltas alrededor, jugando a la noria del amor. ¡Ay! No puedo decirte, aunque quisiera, el secreto de la primavera. Y yo soy para el secreto lo mismo que es el abeto. Árbol cuyos mil deditos señalan mil caminitos. Nunca te diré, amor mío, por qué corre lento el río. Pero pondré en mi voz estancada el cielo ceniza de tu mirada. ¡Dame vueltas, morenita! Ten cuidado con mis hojitas. Dame más vueltas alrededor, jugando a la noria del amor. ¡Ay! No puedo decirte, aunque quisiera, el secreto de la primavera. Árbol cuyos mil deditos señalan mil caminitos. Nunca te diré, amor mío, por qué corre lento el río. Pero pondré en mi voz estancada el cielo ceniza de tu mirada. ¡Dame vueltas, morenita! Ten cuidado con mis hojitas. Dame más vueltas alrededor, jugando a la noria del amor. ¡Ay! No puedo decirte, aunque quisiera, el secreto de la primavera. Nunca te diré, amor mío, por qué corre lento el río. Pero pondré en mi voz estancada el cielo ceniza de tu mirada. ¡Dame vueltas, morenita! Ten cuidado con mis hojitas. Dame más vueltas alrededor, jugando a la noria del amor. ¡Ay! No puedo decirte, aunque quisiera, el secreto de la primavera. Pero pondré en mi voz estancada el cielo ceniza de tu mirada. ¡Dame vueltas, morenita! Ten cuidado con mis hojitas. Dame más vueltas alrededor, jugando a la noria del amor. ¡Ay! No puedo decirte, aunque quisiera, el secreto de la primavera. ¡Dame vueltas, morenita! Ten cuidado con mis hojitas. Dame más vueltas alrededor, jugando a la noria del amor. ¡Ay! No puedo decirte, aunque quisiera, el secreto de la primavera. Dame más vueltas alrededor, jugando a la noria del amor. ¡Ay! No puedo decirte, aunque quisiera, el secreto de la primavera. ¡Ay! No puedo decirte, aunque quisiera, el secreto de la primavera.
es
Hahn,Óscar
<XXI
Fantasma_En_Forma_De_Funda
Anoche fui la funda de tu almohada para sentir la tibieza de tus mejillas y decirte despacio en el oído amor mío amor mío Mis palabras salieron por tu boca y regresaron lentamente a mi cuerpo amor mío amor mío Tuve pena de mí y la miré en silencio por última vez Entonces solos muy solos sus labios empezaron a moverse y se oyó puro cristalino el silencio y se oyó puro cristalino el silencio
es
Rivas,Duque_de
<XXI
Entre_Estepona_Y_Marbella
Entre Estepona y Marbella, Una torre fulminada, Hoy nido de aves marinas, Y en otro tiempo atalaya, Corona con sus escombros Una roca solitaria, Que se entapiza de espumas, Cuando las olas la bañan. A la derecha se extiende Una humilde y lisa playa, Cuyas menudas arenas Humedece la resaca; Y oculta entre dos ribazos Forma una escondida cala, Abrigo de pescadoras 0 contrabandistas barcas. A este temeroso sitio, Mientras lento declinaba A ponerse un sol de otoño Entre celajes de nácar, Estando el viento adormido, La mar blanquecina en calma, Y sin turbar el silencio De las voladoras auras, Sino el grito de un milano Que los espacios cruzaba, Y los de dos gaviotas, Cuyo tálamo era el agua, La divina Rosalía, La hermosa de la comarca, Fugitiva y anhelante Llegó, sudosa y turbada. * * * Su gentil cabeza y hombros Cubre un pañolón de grana, Dejando ver negras trenzas, Que un peine de concha enlaza; Y de seda una toquilla, Azul, rosa, verde y blanca, Que las formas virginales Del seno dibuja y guarda. Su gallardo cuerpo adorna De muselina enramada Un vestido; con la diestra Recoge la undosa falda, Y el pie, primoroso y breve, Que apenas su huella estampa En la movediza arena, Más limpio desembaraza. Bajo el brazo izquierdo tiene Un envoltorio de nada, Cubierto con un pañuelo, Do el jalde y rojo resaltan. ¡Inocente Rosalía! ¿Qué busca allí?... ¡Temeraria! ¡Cuál su semblante divino, Lleno de vida y de gracia, Desencajado se muestra!... ¡Qué palidez!... ¡Qué miradas!... Está haciendo, bien se advierte, Un grande esfuerzo su alma. Sí, los ojos brilladores, Los ojos que tienen fama En toda la Andalucía, por su fuego y sus pestañas, En el peñón, que lejano Apenas se dibujaba Entre la neblina (seña De mudarse el tiempo), clava. Dos lágrimas relucientes Sus mejillas deslustradas Queman, un hondo suspiro Del pecho oprimido arranca. Queda suspensa un momento: Luego de pronto la cara Vuelve a Estepona, temblando: Juzga que una voz la llama. Y la llama, es cierto... ¡Ay triste! Mas ¿qué importa? Otra, más alta, Más fuerte, más poderosa, Desde Gibraltar la arrastra. * * * En el peñasco asentóse, De la humilde torre basa; Miró en torno, y de su seno Sacó y repasó esta carta: «Si, mi bien; sin ti la vida Me es insoportable carga; Resuélvete, y no abandones A quien ciego te idolatra. »Contigo nada me asusta, Sin ti todo me acorbada; Mi destino está en tus manos: Ten resolución, y basta. »Resolución, Rosalía, Cúmpleme, pues, tus palabras: No tendrás que arrepentirte, Te lo juro con el alma. »En cuando venga la noche, Volveré sin más tardanza Al sitio aquel que tú sabes, En una segura lancha. »Espérame, vida mía: Si no te encuentro, si faltas, Ten como cierta mi muerte. Corro al momento a la plaza »De Estepona, allí pregono Mi proscripto nombre, y paga De mi amor será un cadalso Delante de tus ventanas». Se estremeció Rosalía, No leyó más, y borraban Sus lágrimas abundantes Las letras de aquella carta. Llévala a los labios fríos, La estrecha al seno con ansia, Mira al cielo, «Estoy resuelta», Dice, y se consterna y calla. * * * Torna al peñón (que parece Una colosal fantasma Con un turbante de nubes, De nieblas con una faja) La vista otra vez. La extiende Por la mar, que muerta y llana, Fundido oro se diría Del sol poniente en la fragua. Juzga ver un negro punto Que se mueve a gran distancia: Ya se muestra, ya se esconde. ¿Será?... ¡oh Dios!... ¿Será?... La escasa Luz del crepúsculo todo Lo confunde, borra y tapa. Con los ojos Rosalía Los resplandores, que aun marcan La línea del horizonte, Sigue. Una nube la espanta, Que por el Sur aparece, Obscura y encapotada; Y aun más el ver acercarse Por allí dos velas blancas, Cuyas puntas ilumina Del sol, ya puesto, la llama. Corona con sus escombros Una roca solitaria, Que se entapiza de espumas, Cuando las olas la bañan. A la derecha se extiende Una humilde y lisa playa, Cuyas menudas arenas Humedece la resaca; Y oculta entre dos ribazos Forma una escondida cala, Abrigo de pescadoras 0 contrabandistas barcas. A este temeroso sitio, Mientras lento declinaba A ponerse un sol de otoño Entre celajes de nácar, Estando el viento adormido, La mar blanquecina en calma, Y sin turbar el silencio De las voladoras auras, Sino el grito de un milano Que los espacios cruzaba, Y los de dos gaviotas, Cuyo tálamo era el agua, La divina Rosalía, La hermosa de la comarca, Fugitiva y anhelante Llegó, sudosa y turbada. * * * Su gentil cabeza y hombros Cubre un pañolón de grana, Dejando ver negras trenzas, Que un peine de concha enlaza; Y de seda una toquilla, Azul, rosa, verde y blanca, Que las formas virginales Del seno dibuja y guarda. Su gallardo cuerpo adorna De muselina enramada Un vestido; con la diestra Recoge la undosa falda, Y el pie, primoroso y breve, Que apenas su huella estampa En la movediza arena, Más limpio desembaraza. Bajo el brazo izquierdo tiene Un envoltorio de nada, Cubierto con un pañuelo, Do el jalde y rojo resaltan. ¡Inocente Rosalía! ¿Qué busca allí?... ¡Temeraria! ¡Cuál su semblante divino, Lleno de vida y de gracia, Desencajado se muestra!... ¡Qué palidez!... ¡Qué miradas!... Está haciendo, bien se advierte, Un grande esfuerzo su alma. Sí, los ojos brilladores, Los ojos que tienen fama En toda la Andalucía, por su fuego y sus pestañas, En el peñón, que lejano Apenas se dibujaba Entre la neblina (seña De mudarse el tiempo), clava. Dos lágrimas relucientes Sus mejillas deslustradas Queman, un hondo suspiro Del pecho oprimido arranca. Queda suspensa un momento: Luego de pronto la cara Vuelve a Estepona, temblando: Juzga que una voz la llama. Y la llama, es cierto... ¡Ay triste! Mas ¿qué importa? Otra, más alta, Más fuerte, más poderosa, Desde Gibraltar la arrastra. * * * En el peñasco asentóse, De la humilde torre basa; Miró en torno, y de su seno Sacó y repasó esta carta: «Si, mi bien; sin ti la vida Me es insoportable carga; Resuélvete, y no abandones A quien ciego te idolatra. »Contigo nada me asusta, Sin ti todo me acorbada; Mi destino está en tus manos: Ten resolución, y basta. »Resolución, Rosalía, Cúmpleme, pues, tus palabras: No tendrás que arrepentirte, Te lo juro con el alma. »En cuando venga la noche, Volveré sin más tardanza Al sitio aquel que tú sabes, En una segura lancha. »Espérame, vida mía: Si no te encuentro, si faltas, Ten como cierta mi muerte. Corro al momento a la plaza »De Estepona, allí pregono Mi proscripto nombre, y paga De mi amor será un cadalso Delante de tus ventanas». Se estremeció Rosalía, No leyó más, y borraban Sus lágrimas abundantes Las letras de aquella carta. Llévala a los labios fríos, La estrecha al seno con ansia, Mira al cielo, «Estoy resuelta», Dice, y se consterna y calla. * * * Torna al peñón (que parece Una colosal fantasma Con un turbante de nubes, De nieblas con una faja) La vista otra vez. La extiende Por la mar, que muerta y llana, Fundido oro se diría Del sol poniente en la fragua. Juzga ver un negro punto Que se mueve a gran distancia: Ya se muestra, ya se esconde. ¿Será?... ¡oh Dios!... ¿Será?... La escasa Luz del crepúsculo todo Lo confunde, borra y tapa. Con los ojos Rosalía Los resplandores, que aun marcan La línea del horizonte, Sigue. Una nube la espanta, Que por el Sur aparece, Obscura y encapotada; Y aun más el ver acercarse Por allí dos velas blancas, Cuyas puntas ilumina Del sol, ya puesto, la llama. A la derecha se extiende Una humilde y lisa playa, Cuyas menudas arenas Humedece la resaca; Y oculta entre dos ribazos Forma una escondida cala, Abrigo de pescadoras 0 contrabandistas barcas. A este temeroso sitio, Mientras lento declinaba A ponerse un sol de otoño Entre celajes de nácar, Estando el viento adormido, La mar blanquecina en calma, Y sin turbar el silencio De las voladoras auras, Sino el grito de un milano Que los espacios cruzaba, Y los de dos gaviotas, Cuyo tálamo era el agua, La divina Rosalía, La hermosa de la comarca, Fugitiva y anhelante Llegó, sudosa y turbada. * * * Su gentil cabeza y hombros Cubre un pañolón de grana, Dejando ver negras trenzas, Que un peine de concha enlaza; Y de seda una toquilla, Azul, rosa, verde y blanca, Que las formas virginales Del seno dibuja y guarda. Su gallardo cuerpo adorna De muselina enramada Un vestido; con la diestra Recoge la undosa falda, Y el pie, primoroso y breve, Que apenas su huella estampa En la movediza arena, Más limpio desembaraza. Bajo el brazo izquierdo tiene Un envoltorio de nada, Cubierto con un pañuelo, Do el jalde y rojo resaltan. ¡Inocente Rosalía! ¿Qué busca allí?... ¡Temeraria! ¡Cuál su semblante divino, Lleno de vida y de gracia, Desencajado se muestra!... ¡Qué palidez!... ¡Qué miradas!... Está haciendo, bien se advierte, Un grande esfuerzo su alma. Sí, los ojos brilladores, Los ojos que tienen fama En toda la Andalucía, por su fuego y sus pestañas, En el peñón, que lejano Apenas se dibujaba Entre la neblina (seña De mudarse el tiempo), clava. Dos lágrimas relucientes Sus mejillas deslustradas Queman, un hondo suspiro Del pecho oprimido arranca. Queda suspensa un momento: Luego de pronto la cara Vuelve a Estepona, temblando: Juzga que una voz la llama. Y la llama, es cierto... ¡Ay triste! Mas ¿qué importa? Otra, más alta, Más fuerte, más poderosa, Desde Gibraltar la arrastra. * * * En el peñasco asentóse, De la humilde torre basa; Miró en torno, y de su seno Sacó y repasó esta carta: «Si, mi bien; sin ti la vida Me es insoportable carga; Resuélvete, y no abandones A quien ciego te idolatra. »Contigo nada me asusta, Sin ti todo me acorbada; Mi destino está en tus manos: Ten resolución, y basta. »Resolución, Rosalía, Cúmpleme, pues, tus palabras: No tendrás que arrepentirte, Te lo juro con el alma. »En cuando venga la noche, Volveré sin más tardanza Al sitio aquel que tú sabes, En una segura lancha. »Espérame, vida mía: Si no te encuentro, si faltas, Ten como cierta mi muerte. Corro al momento a la plaza »De Estepona, allí pregono Mi proscripto nombre, y paga De mi amor será un cadalso Delante de tus ventanas». Se estremeció Rosalía, No leyó más, y borraban Sus lágrimas abundantes Las letras de aquella carta. Llévala a los labios fríos, La estrecha al seno con ansia, Mira al cielo, «Estoy resuelta», Dice, y se consterna y calla. * * * Torna al peñón (que parece Una colosal fantasma Con un turbante de nubes, De nieblas con una faja) La vista otra vez. La extiende Por la mar, que muerta y llana, Fundido oro se diría Del sol poniente en la fragua. Juzga ver un negro punto Que se mueve a gran distancia: Ya se muestra, ya se esconde. ¿Será?... ¡oh Dios!... ¿Será?... La escasa Luz del crepúsculo todo Lo confunde, borra y tapa. Con los ojos Rosalía Los resplandores, que aun marcan La línea del horizonte, Sigue. Una nube la espanta, Que por el Sur aparece, Obscura y encapotada; Y aun más el ver acercarse Por allí dos velas blancas, Cuyas puntas ilumina Del sol, ya puesto, la llama. Y oculta entre dos ribazos Forma una escondida cala, Abrigo de pescadoras 0 contrabandistas barcas. A este temeroso sitio, Mientras lento declinaba A ponerse un sol de otoño Entre celajes de nácar, Estando el viento adormido, La mar blanquecina en calma, Y sin turbar el silencio De las voladoras auras, Sino el grito de un milano Que los espacios cruzaba, Y los de dos gaviotas, Cuyo tálamo era el agua, La divina Rosalía, La hermosa de la comarca, Fugitiva y anhelante Llegó, sudosa y turbada. * * * Su gentil cabeza y hombros Cubre un pañolón de grana, Dejando ver negras trenzas, Que un peine de concha enlaza; Y de seda una toquilla, Azul, rosa, verde y blanca, Que las formas virginales Del seno dibuja y guarda. Su gallardo cuerpo adorna De muselina enramada Un vestido; con la diestra Recoge la undosa falda, Y el pie, primoroso y breve, Que apenas su huella estampa En la movediza arena, Más limpio desembaraza. Bajo el brazo izquierdo tiene Un envoltorio de nada, Cubierto con un pañuelo, Do el jalde y rojo resaltan. ¡Inocente Rosalía! ¿Qué busca allí?... ¡Temeraria! ¡Cuál su semblante divino, Lleno de vida y de gracia, Desencajado se muestra!... ¡Qué palidez!... ¡Qué miradas!... Está haciendo, bien se advierte, Un grande esfuerzo su alma. Sí, los ojos brilladores, Los ojos que tienen fama En toda la Andalucía, por su fuego y sus pestañas, En el peñón, que lejano Apenas se dibujaba Entre la neblina (seña De mudarse el tiempo), clava. Dos lágrimas relucientes Sus mejillas deslustradas Queman, un hondo suspiro Del pecho oprimido arranca. Queda suspensa un momento: Luego de pronto la cara Vuelve a Estepona, temblando: Juzga que una voz la llama. Y la llama, es cierto... ¡Ay triste! Mas ¿qué importa? Otra, más alta, Más fuerte, más poderosa, Desde Gibraltar la arrastra. * * * En el peñasco asentóse, De la humilde torre basa; Miró en torno, y de su seno Sacó y repasó esta carta: «Si, mi bien; sin ti la vida Me es insoportable carga; Resuélvete, y no abandones A quien ciego te idolatra. »Contigo nada me asusta, Sin ti todo me acorbada; Mi destino está en tus manos: Ten resolución, y basta. »Resolución, Rosalía, Cúmpleme, pues, tus palabras: No tendrás que arrepentirte, Te lo juro con el alma. »En cuando venga la noche, Volveré sin más tardanza Al sitio aquel que tú sabes, En una segura lancha. »Espérame, vida mía: Si no te encuentro, si faltas, Ten como cierta mi muerte. Corro al momento a la plaza »De Estepona, allí pregono Mi proscripto nombre, y paga De mi amor será un cadalso Delante de tus ventanas». Se estremeció Rosalía, No leyó más, y borraban Sus lágrimas abundantes Las letras de aquella carta. Llévala a los labios fríos, La estrecha al seno con ansia, Mira al cielo, «Estoy resuelta», Dice, y se consterna y calla. * * * Torna al peñón (que parece Una colosal fantasma Con un turbante de nubes, De nieblas con una faja) La vista otra vez. La extiende Por la mar, que muerta y llana, Fundido oro se diría Del sol poniente en la fragua. Juzga ver un negro punto Que se mueve a gran distancia: Ya se muestra, ya se esconde. ¿Será?... ¡oh Dios!... ¿Será?... La escasa Luz del crepúsculo todo Lo confunde, borra y tapa. Con los ojos Rosalía Los resplandores, que aun marcan La línea del horizonte, Sigue. Una nube la espanta, Que por el Sur aparece, Obscura y encapotada; Y aun más el ver acercarse Por allí dos velas blancas, Cuyas puntas ilumina Del sol, ya puesto, la llama. A este temeroso sitio, Mientras lento declinaba A ponerse un sol de otoño Entre celajes de nácar, Estando el viento adormido, La mar blanquecina en calma, Y sin turbar el silencio De las voladoras auras, Sino el grito de un milano Que los espacios cruzaba, Y los de dos gaviotas, Cuyo tálamo era el agua, La divina Rosalía, La hermosa de la comarca, Fugitiva y anhelante Llegó, sudosa y turbada. * * * Su gentil cabeza y hombros Cubre un pañolón de grana, Dejando ver negras trenzas, Que un peine de concha enlaza; Y de seda una toquilla, Azul, rosa, verde y blanca, Que las formas virginales Del seno dibuja y guarda. Su gallardo cuerpo adorna De muselina enramada Un vestido; con la diestra Recoge la undosa falda, Y el pie, primoroso y breve, Que apenas su huella estampa En la movediza arena, Más limpio desembaraza. Bajo el brazo izquierdo tiene Un envoltorio de nada, Cubierto con un pañuelo, Do el jalde y rojo resaltan. ¡Inocente Rosalía! ¿Qué busca allí?... ¡Temeraria! ¡Cuál su semblante divino, Lleno de vida y de gracia, Desencajado se muestra!... ¡Qué palidez!... ¡Qué miradas!... Está haciendo, bien se advierte, Un grande esfuerzo su alma. Sí, los ojos brilladores, Los ojos que tienen fama En toda la Andalucía, por su fuego y sus pestañas, En el peñón, que lejano Apenas se dibujaba Entre la neblina (seña De mudarse el tiempo), clava. Dos lágrimas relucientes Sus mejillas deslustradas Queman, un hondo suspiro Del pecho oprimido arranca. Queda suspensa un momento: Luego de pronto la cara Vuelve a Estepona, temblando: Juzga que una voz la llama. Y la llama, es cierto... ¡Ay triste! Mas ¿qué importa? Otra, más alta, Más fuerte, más poderosa, Desde Gibraltar la arrastra. * * * En el peñasco asentóse, De la humilde torre basa; Miró en torno, y de su seno Sacó y repasó esta carta: «Si, mi bien; sin ti la vida Me es insoportable carga; Resuélvete, y no abandones A quien ciego te idolatra. »Contigo nada me asusta, Sin ti todo me acorbada; Mi destino está en tus manos: Ten resolución, y basta. »Resolución, Rosalía, Cúmpleme, pues, tus palabras: No tendrás que arrepentirte, Te lo juro con el alma. »En cuando venga la noche, Volveré sin más tardanza Al sitio aquel que tú sabes, En una segura lancha. »Espérame, vida mía: Si no te encuentro, si faltas, Ten como cierta mi muerte. Corro al momento a la plaza »De Estepona, allí pregono Mi proscripto nombre, y paga De mi amor será un cadalso Delante de tus ventanas». Se estremeció Rosalía, No leyó más, y borraban Sus lágrimas abundantes Las letras de aquella carta. Llévala a los labios fríos, La estrecha al seno con ansia, Mira al cielo, «Estoy resuelta», Dice, y se consterna y calla. * * * Torna al peñón (que parece Una colosal fantasma Con un turbante de nubes, De nieblas con una faja) La vista otra vez. La extiende Por la mar, que muerta y llana, Fundido oro se diría Del sol poniente en la fragua. Juzga ver un negro punto Que se mueve a gran distancia: Ya se muestra, ya se esconde. ¿Será?... ¡oh Dios!... ¿Será?... La escasa Luz del crepúsculo todo Lo confunde, borra y tapa. Con los ojos Rosalía Los resplandores, que aun marcan La línea del horizonte, Sigue. Una nube la espanta, Que por el Sur aparece, Obscura y encapotada; Y aun más el ver acercarse Por allí dos velas blancas, Cuyas puntas ilumina Del sol, ya puesto, la llama. Estando el viento adormido, La mar blanquecina en calma, Y sin turbar el silencio De las voladoras auras, Sino el grito de un milano Que los espacios cruzaba, Y los de dos gaviotas, Cuyo tálamo era el agua, La divina Rosalía, La hermosa de la comarca, Fugitiva y anhelante Llegó, sudosa y turbada. * * * Su gentil cabeza y hombros Cubre un pañolón de grana, Dejando ver negras trenzas, Que un peine de concha enlaza; Y de seda una toquilla, Azul, rosa, verde y blanca, Que las formas virginales Del seno dibuja y guarda. Su gallardo cuerpo adorna De muselina enramada Un vestido; con la diestra Recoge la undosa falda, Y el pie, primoroso y breve, Que apenas su huella estampa En la movediza arena, Más limpio desembaraza. Bajo el brazo izquierdo tiene Un envoltorio de nada, Cubierto con un pañuelo, Do el jalde y rojo resaltan. ¡Inocente Rosalía! ¿Qué busca allí?... ¡Temeraria! ¡Cuál su semblante divino, Lleno de vida y de gracia, Desencajado se muestra!... ¡Qué palidez!... ¡Qué miradas!... Está haciendo, bien se advierte, Un grande esfuerzo su alma. Sí, los ojos brilladores, Los ojos que tienen fama En toda la Andalucía, por su fuego y sus pestañas, En el peñón, que lejano Apenas se dibujaba Entre la neblina (seña De mudarse el tiempo), clava. Dos lágrimas relucientes Sus mejillas deslustradas Queman, un hondo suspiro Del pecho oprimido arranca. Queda suspensa un momento: Luego de pronto la cara Vuelve a Estepona, temblando: Juzga que una voz la llama. Y la llama, es cierto... ¡Ay triste! Mas ¿qué importa? Otra, más alta, Más fuerte, más poderosa, Desde Gibraltar la arrastra. * * * En el peñasco asentóse, De la humilde torre basa; Miró en torno, y de su seno Sacó y repasó esta carta: «Si, mi bien; sin ti la vida Me es insoportable carga; Resuélvete, y no abandones A quien ciego te idolatra. »Contigo nada me asusta, Sin ti todo me acorbada; Mi destino está en tus manos: Ten resolución, y basta. »Resolución, Rosalía, Cúmpleme, pues, tus palabras: No tendrás que arrepentirte, Te lo juro con el alma. »En cuando venga la noche, Volveré sin más tardanza Al sitio aquel que tú sabes, En una segura lancha. »Espérame, vida mía: Si no te encuentro, si faltas, Ten como cierta mi muerte. Corro al momento a la plaza »De Estepona, allí pregono Mi proscripto nombre, y paga De mi amor será un cadalso Delante de tus ventanas». Se estremeció Rosalía, No leyó más, y borraban Sus lágrimas abundantes Las letras de aquella carta. Llévala a los labios fríos, La estrecha al seno con ansia, Mira al cielo, «Estoy resuelta», Dice, y se consterna y calla. * * * Torna al peñón (que parece Una colosal fantasma Con un turbante de nubes, De nieblas con una faja) La vista otra vez. La extiende Por la mar, que muerta y llana, Fundido oro se diría Del sol poniente en la fragua. Juzga ver un negro punto Que se mueve a gran distancia: Ya se muestra, ya se esconde. ¿Será?... ¡oh Dios!... ¿Será?... La escasa Luz del crepúsculo todo Lo confunde, borra y tapa. Con los ojos Rosalía Los resplandores, que aun marcan La línea del horizonte, Sigue. Una nube la espanta, Que por el Sur aparece, Obscura y encapotada; Y aun más el ver acercarse Por allí dos velas blancas, Cuyas puntas ilumina Del sol, ya puesto, la llama. Sino el grito de un milano Que los espacios cruzaba, Y los de dos gaviotas, Cuyo tálamo era el agua, La divina Rosalía, La hermosa de la comarca, Fugitiva y anhelante Llegó, sudosa y turbada. * * * Su gentil cabeza y hombros Cubre un pañolón de grana, Dejando ver negras trenzas, Que un peine de concha enlaza; Y de seda una toquilla, Azul, rosa, verde y blanca, Que las formas virginales Del seno dibuja y guarda. Su gallardo cuerpo adorna De muselina enramada Un vestido; con la diestra Recoge la undosa falda, Y el pie, primoroso y breve, Que apenas su huella estampa En la movediza arena, Más limpio desembaraza. Bajo el brazo izquierdo tiene Un envoltorio de nada, Cubierto con un pañuelo, Do el jalde y rojo resaltan. ¡Inocente Rosalía! ¿Qué busca allí?... ¡Temeraria! ¡Cuál su semblante divino, Lleno de vida y de gracia, Desencajado se muestra!... ¡Qué palidez!... ¡Qué miradas!... Está haciendo, bien se advierte, Un grande esfuerzo su alma. Sí, los ojos brilladores, Los ojos que tienen fama En toda la Andalucía, por su fuego y sus pestañas, En el peñón, que lejano Apenas se dibujaba Entre la neblina (seña De mudarse el tiempo), clava. Dos lágrimas relucientes Sus mejillas deslustradas Queman, un hondo suspiro Del pecho oprimido arranca. Queda suspensa un momento: Luego de pronto la cara Vuelve a Estepona, temblando: Juzga que una voz la llama. Y la llama, es cierto... ¡Ay triste! Mas ¿qué importa? Otra, más alta, Más fuerte, más poderosa, Desde Gibraltar la arrastra. * * * En el peñasco asentóse, De la humilde torre basa; Miró en torno, y de su seno Sacó y repasó esta carta: «Si, mi bien; sin ti la vida Me es insoportable carga; Resuélvete, y no abandones A quien ciego te idolatra. »Contigo nada me asusta, Sin ti todo me acorbada; Mi destino está en tus manos: Ten resolución, y basta. »Resolución, Rosalía, Cúmpleme, pues, tus palabras: No tendrás que arrepentirte, Te lo juro con el alma. »En cuando venga la noche, Volveré sin más tardanza Al sitio aquel que tú sabes, En una segura lancha. »Espérame, vida mía: Si no te encuentro, si faltas, Ten como cierta mi muerte. Corro al momento a la plaza »De Estepona, allí pregono Mi proscripto nombre, y paga De mi amor será un cadalso Delante de tus ventanas». Se estremeció Rosalía, No leyó más, y borraban Sus lágrimas abundantes Las letras de aquella carta. Llévala a los labios fríos, La estrecha al seno con ansia, Mira al cielo, «Estoy resuelta», Dice, y se consterna y calla. * * * Torna al peñón (que parece Una colosal fantasma Con un turbante de nubes, De nieblas con una faja) La vista otra vez. La extiende Por la mar, que muerta y llana, Fundido oro se diría Del sol poniente en la fragua. Juzga ver un negro punto Que se mueve a gran distancia: Ya se muestra, ya se esconde. ¿Será?... ¡oh Dios!... ¿Será?... La escasa Luz del crepúsculo todo Lo confunde, borra y tapa. Con los ojos Rosalía Los resplandores, que aun marcan La línea del horizonte, Sigue. Una nube la espanta, Que por el Sur aparece, Obscura y encapotada; Y aun más el ver acercarse Por allí dos velas blancas, Cuyas puntas ilumina Del sol, ya puesto, la llama. La divina Rosalía, La hermosa de la comarca, Fugitiva y anhelante Llegó, sudosa y turbada. Su gentil cabeza y hombros Cubre un pañolón de grana, Dejando ver negras trenzas, Que un peine de concha enlaza; Y de seda una toquilla, Azul, rosa, verde y blanca, Que las formas virginales Del seno dibuja y guarda. Su gallardo cuerpo adorna De muselina enramada Un vestido; con la diestra Recoge la undosa falda, Y el pie, primoroso y breve, Que apenas su huella estampa En la movediza arena, Más limpio desembaraza. Bajo el brazo izquierdo tiene Un envoltorio de nada, Cubierto con un pañuelo, Do el jalde y rojo resaltan. ¡Inocente Rosalía! ¿Qué busca allí?... ¡Temeraria! ¡Cuál su semblante divino, Lleno de vida y de gracia, Desencajado se muestra!... ¡Qué palidez!... ¡Qué miradas!... Está haciendo, bien se advierte, Un grande esfuerzo su alma. Sí, los ojos brilladores, Los ojos que tienen fama En toda la Andalucía, por su fuego y sus pestañas, En el peñón, que lejano Apenas se dibujaba Entre la neblina (seña De mudarse el tiempo), clava. Dos lágrimas relucientes Sus mejillas deslustradas Queman, un hondo suspiro Del pecho oprimido arranca. Queda suspensa un momento: Luego de pronto la cara Vuelve a Estepona, temblando: Juzga que una voz la llama. Y la llama, es cierto... ¡Ay triste! Mas ¿qué importa? Otra, más alta, Más fuerte, más poderosa, Desde Gibraltar la arrastra. * * * En el peñasco asentóse, De la humilde torre basa; Miró en torno, y de su seno Sacó y repasó esta carta: «Si, mi bien; sin ti la vida Me es insoportable carga; Resuélvete, y no abandones A quien ciego te idolatra. »Contigo nada me asusta, Sin ti todo me acorbada; Mi destino está en tus manos: Ten resolución, y basta. »Resolución, Rosalía, Cúmpleme, pues, tus palabras: No tendrás que arrepentirte, Te lo juro con el alma. »En cuando venga la noche, Volveré sin más tardanza Al sitio aquel que tú sabes, En una segura lancha. »Espérame, vida mía: Si no te encuentro, si faltas, Ten como cierta mi muerte. Corro al momento a la plaza »De Estepona, allí pregono Mi proscripto nombre, y paga De mi amor será un cadalso Delante de tus ventanas». Se estremeció Rosalía, No leyó más, y borraban Sus lágrimas abundantes Las letras de aquella carta. Llévala a los labios fríos, La estrecha al seno con ansia, Mira al cielo, «Estoy resuelta», Dice, y se consterna y calla. * * * Torna al peñón (que parece Una colosal fantasma Con un turbante de nubes, De nieblas con una faja) La vista otra vez. La extiende Por la mar, que muerta y llana, Fundido oro se diría Del sol poniente en la fragua. Juzga ver un negro punto Que se mueve a gran distancia: Ya se muestra, ya se esconde. ¿Será?... ¡oh Dios!... ¿Será?... La escasa Luz del crepúsculo todo Lo confunde, borra y tapa. Con los ojos Rosalía Los resplandores, que aun marcan La línea del horizonte, Sigue. Una nube la espanta, Que por el Sur aparece, Obscura y encapotada; Y aun más el ver acercarse Por allí dos velas blancas, Cuyas puntas ilumina Del sol, ya puesto, la llama. Y de seda una toquilla, Azul, rosa, verde y blanca, Que las formas virginales Del seno dibuja y guarda. Su gallardo cuerpo adorna De muselina enramada Un vestido; con la diestra Recoge la undosa falda, Y el pie, primoroso y breve, Que apenas su huella estampa En la movediza arena, Más limpio desembaraza. Bajo el brazo izquierdo tiene Un envoltorio de nada, Cubierto con un pañuelo, Do el jalde y rojo resaltan. ¡Inocente Rosalía! ¿Qué busca allí?... ¡Temeraria! ¡Cuál su semblante divino, Lleno de vida y de gracia, Desencajado se muestra!... ¡Qué palidez!... ¡Qué miradas!... Está haciendo, bien se advierte, Un grande esfuerzo su alma. Sí, los ojos brilladores, Los ojos que tienen fama En toda la Andalucía, por su fuego y sus pestañas, En el peñón, que lejano Apenas se dibujaba Entre la neblina (seña De mudarse el tiempo), clava. Dos lágrimas relucientes Sus mejillas deslustradas Queman, un hondo suspiro Del pecho oprimido arranca. Queda suspensa un momento: Luego de pronto la cara Vuelve a Estepona, temblando: Juzga que una voz la llama. Y la llama, es cierto... ¡Ay triste! Mas ¿qué importa? Otra, más alta, Más fuerte, más poderosa, Desde Gibraltar la arrastra. * * * En el peñasco asentóse, De la humilde torre basa; Miró en torno, y de su seno Sacó y repasó esta carta: «Si, mi bien; sin ti la vida Me es insoportable carga; Resuélvete, y no abandones A quien ciego te idolatra. »Contigo nada me asusta, Sin ti todo me acorbada; Mi destino está en tus manos: Ten resolución, y basta. »Resolución, Rosalía, Cúmpleme, pues, tus palabras: No tendrás que arrepentirte, Te lo juro con el alma. »En cuando venga la noche, Volveré sin más tardanza Al sitio aquel que tú sabes, En una segura lancha. »Espérame, vida mía: Si no te encuentro, si faltas, Ten como cierta mi muerte. Corro al momento a la plaza »De Estepona, allí pregono Mi proscripto nombre, y paga De mi amor será un cadalso Delante de tus ventanas». Se estremeció Rosalía, No leyó más, y borraban Sus lágrimas abundantes Las letras de aquella carta. Llévala a los labios fríos, La estrecha al seno con ansia, Mira al cielo, «Estoy resuelta», Dice, y se consterna y calla. * * * Torna al peñón (que parece Una colosal fantasma Con un turbante de nubes, De nieblas con una faja) La vista otra vez. La extiende Por la mar, que muerta y llana, Fundido oro se diría Del sol poniente en la fragua. Juzga ver un negro punto Que se mueve a gran distancia: Ya se muestra, ya se esconde. ¿Será?... ¡oh Dios!... ¿Será?... La escasa Luz del crepúsculo todo Lo confunde, borra y tapa. Con los ojos Rosalía Los resplandores, que aun marcan La línea del horizonte, Sigue. Una nube la espanta, Que por el Sur aparece, Obscura y encapotada; Y aun más el ver acercarse Por allí dos velas blancas, Cuyas puntas ilumina Del sol, ya puesto, la llama. Su gallardo cuerpo adorna De muselina enramada Un vestido; con la diestra Recoge la undosa falda, Y el pie, primoroso y breve, Que apenas su huella estampa En la movediza arena, Más limpio desembaraza. Bajo el brazo izquierdo tiene Un envoltorio de nada, Cubierto con un pañuelo, Do el jalde y rojo resaltan. ¡Inocente Rosalía! ¿Qué busca allí?... ¡Temeraria! ¡Cuál su semblante divino, Lleno de vida y de gracia, Desencajado se muestra!... ¡Qué palidez!... ¡Qué miradas!... Está haciendo, bien se advierte, Un grande esfuerzo su alma. Sí, los ojos brilladores, Los ojos que tienen fama En toda la Andalucía, por su fuego y sus pestañas, En el peñón, que lejano Apenas se dibujaba Entre la neblina (seña De mudarse el tiempo), clava. Dos lágrimas relucientes Sus mejillas deslustradas Queman, un hondo suspiro Del pecho oprimido arranca. Queda suspensa un momento: Luego de pronto la cara Vuelve a Estepona, temblando: Juzga que una voz la llama. Y la llama, es cierto... ¡Ay triste! Mas ¿qué importa? Otra, más alta, Más fuerte, más poderosa, Desde Gibraltar la arrastra. * * * En el peñasco asentóse, De la humilde torre basa; Miró en torno, y de su seno Sacó y repasó esta carta: «Si, mi bien; sin ti la vida Me es insoportable carga; Resuélvete, y no abandones A quien ciego te idolatra. »Contigo nada me asusta, Sin ti todo me acorbada; Mi destino está en tus manos: Ten resolución, y basta. »Resolución, Rosalía, Cúmpleme, pues, tus palabras: No tendrás que arrepentirte, Te lo juro con el alma. »En cuando venga la noche, Volveré sin más tardanza Al sitio aquel que tú sabes, En una segura lancha. »Espérame, vida mía: Si no te encuentro, si faltas, Ten como cierta mi muerte. Corro al momento a la plaza »De Estepona, allí pregono Mi proscripto nombre, y paga De mi amor será un cadalso Delante de tus ventanas». Se estremeció Rosalía, No leyó más, y borraban Sus lágrimas abundantes Las letras de aquella carta. Llévala a los labios fríos, La estrecha al seno con ansia, Mira al cielo, «Estoy resuelta», Dice, y se consterna y calla. * * * Torna al peñón (que parece Una colosal fantasma Con un turbante de nubes, De nieblas con una faja) La vista otra vez. La extiende Por la mar, que muerta y llana, Fundido oro se diría Del sol poniente en la fragua. Juzga ver un negro punto Que se mueve a gran distancia: Ya se muestra, ya se esconde. ¿Será?... ¡oh Dios!... ¿Será?... La escasa Luz del crepúsculo todo Lo confunde, borra y tapa. Con los ojos Rosalía Los resplandores, que aun marcan La línea del horizonte, Sigue. Una nube la espanta, Que por el Sur aparece, Obscura y encapotada; Y aun más el ver acercarse Por allí dos velas blancas, Cuyas puntas ilumina Del sol, ya puesto, la llama. Y el pie, primoroso y breve, Que apenas su huella estampa En la movediza arena, Más limpio desembaraza. Bajo el brazo izquierdo tiene Un envoltorio de nada, Cubierto con un pañuelo, Do el jalde y rojo resaltan. ¡Inocente Rosalía! ¿Qué busca allí?... ¡Temeraria! ¡Cuál su semblante divino, Lleno de vida y de gracia, Desencajado se muestra!... ¡Qué palidez!... ¡Qué miradas!... Está haciendo, bien se advierte, Un grande esfuerzo su alma. Sí, los ojos brilladores, Los ojos que tienen fama En toda la Andalucía, por su fuego y sus pestañas, En el peñón, que lejano Apenas se dibujaba Entre la neblina (seña De mudarse el tiempo), clava. Dos lágrimas relucientes Sus mejillas deslustradas Queman, un hondo suspiro Del pecho oprimido arranca. Queda suspensa un momento: Luego de pronto la cara Vuelve a Estepona, temblando: Juzga que una voz la llama. Y la llama, es cierto... ¡Ay triste! Mas ¿qué importa? Otra, más alta, Más fuerte, más poderosa, Desde Gibraltar la arrastra. * * * En el peñasco asentóse, De la humilde torre basa; Miró en torno, y de su seno Sacó y repasó esta carta: «Si, mi bien; sin ti la vida Me es insoportable carga; Resuélvete, y no abandones A quien ciego te idolatra. »Contigo nada me asusta, Sin ti todo me acorbada; Mi destino está en tus manos: Ten resolución, y basta. »Resolución, Rosalía, Cúmpleme, pues, tus palabras: No tendrás que arrepentirte, Te lo juro con el alma. »En cuando venga la noche, Volveré sin más tardanza Al sitio aquel que tú sabes, En una segura lancha. »Espérame, vida mía: Si no te encuentro, si faltas, Ten como cierta mi muerte. Corro al momento a la plaza »De Estepona, allí pregono Mi proscripto nombre, y paga De mi amor será un cadalso Delante de tus ventanas». Se estremeció Rosalía, No leyó más, y borraban Sus lágrimas abundantes Las letras de aquella carta. Llévala a los labios fríos, La estrecha al seno con ansia, Mira al cielo, «Estoy resuelta», Dice, y se consterna y calla. * * * Torna al peñón (que parece Una colosal fantasma Con un turbante de nubes, De nieblas con una faja) La vista otra vez. La extiende Por la mar, que muerta y llana, Fundido oro se diría Del sol poniente en la fragua. Juzga ver un negro punto Que se mueve a gran distancia: Ya se muestra, ya se esconde. ¿Será?... ¡oh Dios!... ¿Será?... La escasa Luz del crepúsculo todo Lo confunde, borra y tapa. Con los ojos Rosalía Los resplandores, que aun marcan La línea del horizonte, Sigue. Una nube la espanta, Que por el Sur aparece, Obscura y encapotada; Y aun más el ver acercarse Por allí dos velas blancas, Cuyas puntas ilumina Del sol, ya puesto, la llama. Bajo el brazo izquierdo tiene Un envoltorio de nada, Cubierto con un pañuelo, Do el jalde y rojo resaltan. ¡Inocente Rosalía! ¿Qué busca allí?... ¡Temeraria! ¡Cuál su semblante divino, Lleno de vida y de gracia, Desencajado se muestra!... ¡Qué palidez!... ¡Qué miradas!... Está haciendo, bien se advierte, Un grande esfuerzo su alma. Sí, los ojos brilladores, Los ojos que tienen fama En toda la Andalucía, por su fuego y sus pestañas, En el peñón, que lejano Apenas se dibujaba Entre la neblina (seña De mudarse el tiempo), clava. Dos lágrimas relucientes Sus mejillas deslustradas Queman, un hondo suspiro Del pecho oprimido arranca. Queda suspensa un momento: Luego de pronto la cara Vuelve a Estepona, temblando: Juzga que una voz la llama. Y la llama, es cierto... ¡Ay triste! Mas ¿qué importa? Otra, más alta, Más fuerte, más poderosa, Desde Gibraltar la arrastra. * * * En el peñasco asentóse, De la humilde torre basa; Miró en torno, y de su seno Sacó y repasó esta carta: «Si, mi bien; sin ti la vida Me es insoportable carga; Resuélvete, y no abandones A quien ciego te idolatra. »Contigo nada me asusta, Sin ti todo me acorbada; Mi destino está en tus manos: Ten resolución, y basta. »Resolución, Rosalía, Cúmpleme, pues, tus palabras: No tendrás que arrepentirte, Te lo juro con el alma. »En cuando venga la noche, Volveré sin más tardanza Al sitio aquel que tú sabes, En una segura lancha. »Espérame, vida mía: Si no te encuentro, si faltas, Ten como cierta mi muerte. Corro al momento a la plaza »De Estepona, allí pregono Mi proscripto nombre, y paga De mi amor será un cadalso Delante de tus ventanas». Se estremeció Rosalía, No leyó más, y borraban Sus lágrimas abundantes Las letras de aquella carta. Llévala a los labios fríos, La estrecha al seno con ansia, Mira al cielo, «Estoy resuelta», Dice, y se consterna y calla. * * * Torna al peñón (que parece Una colosal fantasma Con un turbante de nubes, De nieblas con una faja) La vista otra vez. La extiende Por la mar, que muerta y llana, Fundido oro se diría Del sol poniente en la fragua. Juzga ver un negro punto Que se mueve a gran distancia: Ya se muestra, ya se esconde. ¿Será?... ¡oh Dios!... ¿Será?... La escasa Luz del crepúsculo todo Lo confunde, borra y tapa. Con los ojos Rosalía Los resplandores, que aun marcan La línea del horizonte, Sigue. Una nube la espanta, Que por el Sur aparece, Obscura y encapotada; Y aun más el ver acercarse Por allí dos velas blancas, Cuyas puntas ilumina Del sol, ya puesto, la llama. ¡Inocente Rosalía! ¿Qué busca allí?... ¡Temeraria! ¡Cuál su semblante divino, Lleno de vida y de gracia, Desencajado se muestra!... ¡Qué palidez!... ¡Qué miradas!... Está haciendo, bien se advierte, Un grande esfuerzo su alma. Sí, los ojos brilladores, Los ojos que tienen fama En toda la Andalucía, por su fuego y sus pestañas, En el peñón, que lejano Apenas se dibujaba Entre la neblina (seña De mudarse el tiempo), clava. Dos lágrimas relucientes Sus mejillas deslustradas Queman, un hondo suspiro Del pecho oprimido arranca. Queda suspensa un momento: Luego de pronto la cara Vuelve a Estepona, temblando: Juzga que una voz la llama. Y la llama, es cierto... ¡Ay triste! Mas ¿qué importa? Otra, más alta, Más fuerte, más poderosa, Desde Gibraltar la arrastra. * * * En el peñasco asentóse, De la humilde torre basa; Miró en torno, y de su seno Sacó y repasó esta carta: «Si, mi bien; sin ti la vida Me es insoportable carga; Resuélvete, y no abandones A quien ciego te idolatra. »Contigo nada me asusta, Sin ti todo me acorbada; Mi destino está en tus manos: Ten resolución, y basta. »Resolución, Rosalía, Cúmpleme, pues, tus palabras: No tendrás que arrepentirte, Te lo juro con el alma. »En cuando venga la noche, Volveré sin más tardanza Al sitio aquel que tú sabes, En una segura lancha. »Espérame, vida mía: Si no te encuentro, si faltas, Ten como cierta mi muerte. Corro al momento a la plaza »De Estepona, allí pregono Mi proscripto nombre, y paga De mi amor será un cadalso Delante de tus ventanas». Se estremeció Rosalía, No leyó más, y borraban Sus lágrimas abundantes Las letras de aquella carta. Llévala a los labios fríos, La estrecha al seno con ansia, Mira al cielo, «Estoy resuelta», Dice, y se consterna y calla. * * * Torna al peñón (que parece Una colosal fantasma Con un turbante de nubes, De nieblas con una faja) La vista otra vez. La extiende Por la mar, que muerta y llana, Fundido oro se diría Del sol poniente en la fragua. Juzga ver un negro punto Que se mueve a gran distancia: Ya se muestra, ya se esconde. ¿Será?... ¡oh Dios!... ¿Será?... La escasa Luz del crepúsculo todo Lo confunde, borra y tapa. Con los ojos Rosalía Los resplandores, que aun marcan La línea del horizonte, Sigue. Una nube la espanta, Que por el Sur aparece, Obscura y encapotada; Y aun más el ver acercarse Por allí dos velas blancas, Cuyas puntas ilumina Del sol, ya puesto, la llama. Desencajado se muestra!... ¡Qué palidez!... ¡Qué miradas!... Está haciendo, bien se advierte, Un grande esfuerzo su alma. Sí, los ojos brilladores, Los ojos que tienen fama En toda la Andalucía, por su fuego y sus pestañas, En el peñón, que lejano Apenas se dibujaba Entre la neblina (seña De mudarse el tiempo), clava. Dos lágrimas relucientes Sus mejillas deslustradas Queman, un hondo suspiro Del pecho oprimido arranca. Queda suspensa un momento: Luego de pronto la cara Vuelve a Estepona, temblando: Juzga que una voz la llama. Y la llama, es cierto... ¡Ay triste! Mas ¿qué importa? Otra, más alta, Más fuerte, más poderosa, Desde Gibraltar la arrastra. * * * En el peñasco asentóse, De la humilde torre basa; Miró en torno, y de su seno Sacó y repasó esta carta: «Si, mi bien; sin ti la vida Me es insoportable carga; Resuélvete, y no abandones A quien ciego te idolatra. »Contigo nada me asusta, Sin ti todo me acorbada; Mi destino está en tus manos: Ten resolución, y basta. »Resolución, Rosalía, Cúmpleme, pues, tus palabras: No tendrás que arrepentirte, Te lo juro con el alma. »En cuando venga la noche, Volveré sin más tardanza Al sitio aquel que tú sabes, En una segura lancha. »Espérame, vida mía: Si no te encuentro, si faltas, Ten como cierta mi muerte. Corro al momento a la plaza »De Estepona, allí pregono Mi proscripto nombre, y paga De mi amor será un cadalso Delante de tus ventanas». Se estremeció Rosalía, No leyó más, y borraban Sus lágrimas abundantes Las letras de aquella carta. Llévala a los labios fríos, La estrecha al seno con ansia, Mira al cielo, «Estoy resuelta», Dice, y se consterna y calla. * * * Torna al peñón (que parece Una colosal fantasma Con un turbante de nubes, De nieblas con una faja) La vista otra vez. La extiende Por la mar, que muerta y llana, Fundido oro se diría Del sol poniente en la fragua. Juzga ver un negro punto Que se mueve a gran distancia: Ya se muestra, ya se esconde. ¿Será?... ¡oh Dios!... ¿Será?... La escasa Luz del crepúsculo todo Lo confunde, borra y tapa. Con los ojos Rosalía Los resplandores, que aun marcan La línea del horizonte, Sigue. Una nube la espanta, Que por el Sur aparece, Obscura y encapotada; Y aun más el ver acercarse Por allí dos velas blancas, Cuyas puntas ilumina Del sol, ya puesto, la llama. Sí, los ojos brilladores, Los ojos que tienen fama En toda la Andalucía, por su fuego y sus pestañas, En el peñón, que lejano Apenas se dibujaba Entre la neblina (seña De mudarse el tiempo), clava. Dos lágrimas relucientes Sus mejillas deslustradas Queman, un hondo suspiro Del pecho oprimido arranca. Queda suspensa un momento: Luego de pronto la cara Vuelve a Estepona, temblando: Juzga que una voz la llama. Y la llama, es cierto... ¡Ay triste! Mas ¿qué importa? Otra, más alta, Más fuerte, más poderosa, Desde Gibraltar la arrastra. * * * En el peñasco asentóse, De la humilde torre basa; Miró en torno, y de su seno Sacó y repasó esta carta: «Si, mi bien; sin ti la vida Me es insoportable carga; Resuélvete, y no abandones A quien ciego te idolatra. »Contigo nada me asusta, Sin ti todo me acorbada; Mi destino está en tus manos: Ten resolución, y basta. »Resolución, Rosalía, Cúmpleme, pues, tus palabras: No tendrás que arrepentirte, Te lo juro con el alma. »En cuando venga la noche, Volveré sin más tardanza Al sitio aquel que tú sabes, En una segura lancha. »Espérame, vida mía: Si no te encuentro, si faltas, Ten como cierta mi muerte. Corro al momento a la plaza »De Estepona, allí pregono Mi proscripto nombre, y paga De mi amor será un cadalso Delante de tus ventanas». Se estremeció Rosalía, No leyó más, y borraban Sus lágrimas abundantes Las letras de aquella carta. Llévala a los labios fríos, La estrecha al seno con ansia, Mira al cielo, «Estoy resuelta», Dice, y se consterna y calla. * * * Torna al peñón (que parece Una colosal fantasma Con un turbante de nubes, De nieblas con una faja) La vista otra vez. La extiende Por la mar, que muerta y llana, Fundido oro se diría Del sol poniente en la fragua. Juzga ver un negro punto Que se mueve a gran distancia: Ya se muestra, ya se esconde. ¿Será?... ¡oh Dios!... ¿Será?... La escasa Luz del crepúsculo todo Lo confunde, borra y tapa. Con los ojos Rosalía Los resplandores, que aun marcan La línea del horizonte, Sigue. Una nube la espanta, Que por el Sur aparece, Obscura y encapotada; Y aun más el ver acercarse Por allí dos velas blancas, Cuyas puntas ilumina Del sol, ya puesto, la llama. En el peñón, que lejano Apenas se dibujaba Entre la neblina (seña De mudarse el tiempo), clava. Dos lágrimas relucientes Sus mejillas deslustradas Queman, un hondo suspiro Del pecho oprimido arranca. Queda suspensa un momento: Luego de pronto la cara Vuelve a Estepona, temblando: Juzga que una voz la llama. Y la llama, es cierto... ¡Ay triste! Mas ¿qué importa? Otra, más alta, Más fuerte, más poderosa, Desde Gibraltar la arrastra. * * * En el peñasco asentóse, De la humilde torre basa; Miró en torno, y de su seno Sacó y repasó esta carta: «Si, mi bien; sin ti la vida Me es insoportable carga; Resuélvete, y no abandones A quien ciego te idolatra. »Contigo nada me asusta, Sin ti todo me acorbada; Mi destino está en tus manos: Ten resolución, y basta. »Resolución, Rosalía, Cúmpleme, pues, tus palabras: No tendrás que arrepentirte, Te lo juro con el alma. »En cuando venga la noche, Volveré sin más tardanza Al sitio aquel que tú sabes, En una segura lancha. »Espérame, vida mía: Si no te encuentro, si faltas, Ten como cierta mi muerte. Corro al momento a la plaza »De Estepona, allí pregono Mi proscripto nombre, y paga De mi amor será un cadalso Delante de tus ventanas». Se estremeció Rosalía, No leyó más, y borraban Sus lágrimas abundantes Las letras de aquella carta. Llévala a los labios fríos, La estrecha al seno con ansia, Mira al cielo, «Estoy resuelta», Dice, y se consterna y calla. * * * Torna al peñón (que parece Una colosal fantasma Con un turbante de nubes, De nieblas con una faja) La vista otra vez. La extiende Por la mar, que muerta y llana, Fundido oro se diría Del sol poniente en la fragua. Juzga ver un negro punto Que se mueve a gran distancia: Ya se muestra, ya se esconde. ¿Será?... ¡oh Dios!... ¿Será?... La escasa Luz del crepúsculo todo Lo confunde, borra y tapa. Con los ojos Rosalía Los resplandores, que aun marcan La línea del horizonte, Sigue. Una nube la espanta, Que por el Sur aparece, Obscura y encapotada; Y aun más el ver acercarse Por allí dos velas blancas, Cuyas puntas ilumina Del sol, ya puesto, la llama. Dos lágrimas relucientes Sus mejillas deslustradas Queman, un hondo suspiro Del pecho oprimido arranca. Queda suspensa un momento: Luego de pronto la cara Vuelve a Estepona, temblando: Juzga que una voz la llama. Y la llama, es cierto... ¡Ay triste! Mas ¿qué importa? Otra, más alta, Más fuerte, más poderosa, Desde Gibraltar la arrastra. * * * En el peñasco asentóse, De la humilde torre basa; Miró en torno, y de su seno Sacó y repasó esta carta: «Si, mi bien; sin ti la vida Me es insoportable carga; Resuélvete, y no abandones A quien ciego te idolatra. »Contigo nada me asusta, Sin ti todo me acorbada; Mi destino está en tus manos: Ten resolución, y basta. »Resolución, Rosalía, Cúmpleme, pues, tus palabras: No tendrás que arrepentirte, Te lo juro con el alma. »En cuando venga la noche, Volveré sin más tardanza Al sitio aquel que tú sabes, En una segura lancha. »Espérame, vida mía: Si no te encuentro, si faltas, Ten como cierta mi muerte. Corro al momento a la plaza »De Estepona, allí pregono Mi proscripto nombre, y paga De mi amor será un cadalso Delante de tus ventanas». Se estremeció Rosalía, No leyó más, y borraban Sus lágrimas abundantes Las letras de aquella carta. Llévala a los labios fríos, La estrecha al seno con ansia, Mira al cielo, «Estoy resuelta», Dice, y se consterna y calla. * * * Torna al peñón (que parece Una colosal fantasma Con un turbante de nubes, De nieblas con una faja) La vista otra vez. La extiende Por la mar, que muerta y llana, Fundido oro se diría Del sol poniente en la fragua. Juzga ver un negro punto Que se mueve a gran distancia: Ya se muestra, ya se esconde. ¿Será?... ¡oh Dios!... ¿Será?... La escasa Luz del crepúsculo todo Lo confunde, borra y tapa. Con los ojos Rosalía Los resplandores, que aun marcan La línea del horizonte, Sigue. Una nube la espanta, Que por el Sur aparece, Obscura y encapotada; Y aun más el ver acercarse Por allí dos velas blancas, Cuyas puntas ilumina Del sol, ya puesto, la llama. Queda suspensa un momento: Luego de pronto la cara Vuelve a Estepona, temblando: Juzga que una voz la llama. Y la llama, es cierto... ¡Ay triste! Mas ¿qué importa? Otra, más alta, Más fuerte, más poderosa, Desde Gibraltar la arrastra. * * * En el peñasco asentóse, De la humilde torre basa; Miró en torno, y de su seno Sacó y repasó esta carta: «Si, mi bien; sin ti la vida Me es insoportable carga; Resuélvete, y no abandones A quien ciego te idolatra. »Contigo nada me asusta, Sin ti todo me acorbada; Mi destino está en tus manos: Ten resolución, y basta. »Resolución, Rosalía, Cúmpleme, pues, tus palabras: No tendrás que arrepentirte, Te lo juro con el alma. »En cuando venga la noche, Volveré sin más tardanza Al sitio aquel que tú sabes, En una segura lancha. »Espérame, vida mía: Si no te encuentro, si faltas, Ten como cierta mi muerte. Corro al momento a la plaza »De Estepona, allí pregono Mi proscripto nombre, y paga De mi amor será un cadalso Delante de tus ventanas». Se estremeció Rosalía, No leyó más, y borraban Sus lágrimas abundantes Las letras de aquella carta. Llévala a los labios fríos, La estrecha al seno con ansia, Mira al cielo, «Estoy resuelta», Dice, y se consterna y calla. * * * Torna al peñón (que parece Una colosal fantasma Con un turbante de nubes, De nieblas con una faja) La vista otra vez. La extiende Por la mar, que muerta y llana, Fundido oro se diría Del sol poniente en la fragua. Juzga ver un negro punto Que se mueve a gran distancia: Ya se muestra, ya se esconde. ¿Será?... ¡oh Dios!... ¿Será?... La escasa Luz del crepúsculo todo Lo confunde, borra y tapa. Con los ojos Rosalía Los resplandores, que aun marcan La línea del horizonte, Sigue. Una nube la espanta, Que por el Sur aparece, Obscura y encapotada; Y aun más el ver acercarse Por allí dos velas blancas, Cuyas puntas ilumina Del sol, ya puesto, la llama. Y la llama, es cierto... ¡Ay triste! Mas ¿qué importa? Otra, más alta, Más fuerte, más poderosa, Desde Gibraltar la arrastra. En el peñasco asentóse, De la humilde torre basa; Miró en torno, y de su seno Sacó y repasó esta carta: «Si, mi bien; sin ti la vida Me es insoportable carga; Resuélvete, y no abandones A quien ciego te idolatra. »Contigo nada me asusta, Sin ti todo me acorbada; Mi destino está en tus manos: Ten resolución, y basta. »Resolución, Rosalía, Cúmpleme, pues, tus palabras: No tendrás que arrepentirte, Te lo juro con el alma. »En cuando venga la noche, Volveré sin más tardanza Al sitio aquel que tú sabes, En una segura lancha. »Espérame, vida mía: Si no te encuentro, si faltas, Ten como cierta mi muerte. Corro al momento a la plaza »De Estepona, allí pregono Mi proscripto nombre, y paga De mi amor será un cadalso Delante de tus ventanas». Se estremeció Rosalía, No leyó más, y borraban Sus lágrimas abundantes Las letras de aquella carta. Llévala a los labios fríos, La estrecha al seno con ansia, Mira al cielo, «Estoy resuelta», Dice, y se consterna y calla. * * * Torna al peñón (que parece Una colosal fantasma Con un turbante de nubes, De nieblas con una faja) La vista otra vez. La extiende Por la mar, que muerta y llana, Fundido oro se diría Del sol poniente en la fragua. Juzga ver un negro punto Que se mueve a gran distancia: Ya se muestra, ya se esconde. ¿Será?... ¡oh Dios!... ¿Será?... La escasa Luz del crepúsculo todo Lo confunde, borra y tapa. Con los ojos Rosalía Los resplandores, que aun marcan La línea del horizonte, Sigue. Una nube la espanta, Que por el Sur aparece, Obscura y encapotada; Y aun más el ver acercarse Por allí dos velas blancas, Cuyas puntas ilumina Del sol, ya puesto, la llama. «Si, mi bien; sin ti la vida Me es insoportable carga; Resuélvete, y no abandones A quien ciego te idolatra. »Contigo nada me asusta, Sin ti todo me acorbada; Mi destino está en tus manos: Ten resolución, y basta. »Resolución, Rosalía, Cúmpleme, pues, tus palabras: No tendrás que arrepentirte, Te lo juro con el alma. »En cuando venga la noche, Volveré sin más tardanza Al sitio aquel que tú sabes, En una segura lancha. »Espérame, vida mía: Si no te encuentro, si faltas, Ten como cierta mi muerte. Corro al momento a la plaza »De Estepona, allí pregono Mi proscripto nombre, y paga De mi amor será un cadalso Delante de tus ventanas». Se estremeció Rosalía, No leyó más, y borraban Sus lágrimas abundantes Las letras de aquella carta. Llévala a los labios fríos, La estrecha al seno con ansia, Mira al cielo, «Estoy resuelta», Dice, y se consterna y calla. * * * Torna al peñón (que parece Una colosal fantasma Con un turbante de nubes, De nieblas con una faja) La vista otra vez. La extiende Por la mar, que muerta y llana, Fundido oro se diría Del sol poniente en la fragua. Juzga ver un negro punto Que se mueve a gran distancia: Ya se muestra, ya se esconde. ¿Será?... ¡oh Dios!... ¿Será?... La escasa Luz del crepúsculo todo Lo confunde, borra y tapa. Con los ojos Rosalía Los resplandores, que aun marcan La línea del horizonte, Sigue. Una nube la espanta, Que por el Sur aparece, Obscura y encapotada; Y aun más el ver acercarse Por allí dos velas blancas, Cuyas puntas ilumina Del sol, ya puesto, la llama. »Contigo nada me asusta, Sin ti todo me acorbada; Mi destino está en tus manos: Ten resolución, y basta. »Resolución, Rosalía, Cúmpleme, pues, tus palabras: No tendrás que arrepentirte, Te lo juro con el alma. »En cuando venga la noche, Volveré sin más tardanza Al sitio aquel que tú sabes, En una segura lancha. »Espérame, vida mía: Si no te encuentro, si faltas, Ten como cierta mi muerte. Corro al momento a la plaza »De Estepona, allí pregono Mi proscripto nombre, y paga De mi amor será un cadalso Delante de tus ventanas». Se estremeció Rosalía, No leyó más, y borraban Sus lágrimas abundantes Las letras de aquella carta. Llévala a los labios fríos, La estrecha al seno con ansia, Mira al cielo, «Estoy resuelta», Dice, y se consterna y calla. * * * Torna al peñón (que parece Una colosal fantasma Con un turbante de nubes, De nieblas con una faja) La vista otra vez. La extiende Por la mar, que muerta y llana, Fundido oro se diría Del sol poniente en la fragua. Juzga ver un negro punto Que se mueve a gran distancia: Ya se muestra, ya se esconde. ¿Será?... ¡oh Dios!... ¿Será?... La escasa Luz del crepúsculo todo Lo confunde, borra y tapa. Con los ojos Rosalía Los resplandores, que aun marcan La línea del horizonte, Sigue. Una nube la espanta, Que por el Sur aparece, Obscura y encapotada; Y aun más el ver acercarse Por allí dos velas blancas, Cuyas puntas ilumina Del sol, ya puesto, la llama. »Resolución, Rosalía, Cúmpleme, pues, tus palabras: No tendrás que arrepentirte, Te lo juro con el alma. »En cuando venga la noche, Volveré sin más tardanza Al sitio aquel que tú sabes, En una segura lancha. »Espérame, vida mía: Si no te encuentro, si faltas, Ten como cierta mi muerte. Corro al momento a la plaza »De Estepona, allí pregono Mi proscripto nombre, y paga De mi amor será un cadalso Delante de tus ventanas». Se estremeció Rosalía, No leyó más, y borraban Sus lágrimas abundantes Las letras de aquella carta. Llévala a los labios fríos, La estrecha al seno con ansia, Mira al cielo, «Estoy resuelta», Dice, y se consterna y calla. * * * Torna al peñón (que parece Una colosal fantasma Con un turbante de nubes, De nieblas con una faja) La vista otra vez. La extiende Por la mar, que muerta y llana, Fundido oro se diría Del sol poniente en la fragua. Juzga ver un negro punto Que se mueve a gran distancia: Ya se muestra, ya se esconde. ¿Será?... ¡oh Dios!... ¿Será?... La escasa Luz del crepúsculo todo Lo confunde, borra y tapa. Con los ojos Rosalía Los resplandores, que aun marcan La línea del horizonte, Sigue. Una nube la espanta, Que por el Sur aparece, Obscura y encapotada; Y aun más el ver acercarse Por allí dos velas blancas, Cuyas puntas ilumina Del sol, ya puesto, la llama. »En cuando venga la noche, Volveré sin más tardanza Al sitio aquel que tú sabes, En una segura lancha. »Espérame, vida mía: Si no te encuentro, si faltas, Ten como cierta mi muerte. Corro al momento a la plaza »De Estepona, allí pregono Mi proscripto nombre, y paga De mi amor será un cadalso Delante de tus ventanas». Se estremeció Rosalía, No leyó más, y borraban Sus lágrimas abundantes Las letras de aquella carta. Llévala a los labios fríos, La estrecha al seno con ansia, Mira al cielo, «Estoy resuelta», Dice, y se consterna y calla. * * * Torna al peñón (que parece Una colosal fantasma Con un turbante de nubes, De nieblas con una faja) La vista otra vez. La extiende Por la mar, que muerta y llana, Fundido oro se diría Del sol poniente en la fragua. Juzga ver un negro punto Que se mueve a gran distancia: Ya se muestra, ya se esconde. ¿Será?... ¡oh Dios!... ¿Será?... La escasa Luz del crepúsculo todo Lo confunde, borra y tapa. Con los ojos Rosalía Los resplandores, que aun marcan La línea del horizonte, Sigue. Una nube la espanta, Que por el Sur aparece, Obscura y encapotada; Y aun más el ver acercarse Por allí dos velas blancas, Cuyas puntas ilumina Del sol, ya puesto, la llama. »Espérame, vida mía: Si no te encuentro, si faltas, Ten como cierta mi muerte. Corro al momento a la plaza »De Estepona, allí pregono Mi proscripto nombre, y paga De mi amor será un cadalso Delante de tus ventanas». Se estremeció Rosalía, No leyó más, y borraban Sus lágrimas abundantes Las letras de aquella carta. Llévala a los labios fríos, La estrecha al seno con ansia, Mira al cielo, «Estoy resuelta», Dice, y se consterna y calla. * * * Torna al peñón (que parece Una colosal fantasma Con un turbante de nubes, De nieblas con una faja) La vista otra vez. La extiende Por la mar, que muerta y llana, Fundido oro se diría Del sol poniente en la fragua. Juzga ver un negro punto Que se mueve a gran distancia: Ya se muestra, ya se esconde. ¿Será?... ¡oh Dios!... ¿Será?... La escasa Luz del crepúsculo todo Lo confunde, borra y tapa. Con los ojos Rosalía Los resplandores, que aun marcan La línea del horizonte, Sigue. Una nube la espanta, Que por el Sur aparece, Obscura y encapotada; Y aun más el ver acercarse Por allí dos velas blancas, Cuyas puntas ilumina Del sol, ya puesto, la llama. »De Estepona, allí pregono Mi proscripto nombre, y paga De mi amor será un cadalso Delante de tus ventanas». Se estremeció Rosalía, No leyó más, y borraban Sus lágrimas abundantes Las letras de aquella carta. Llévala a los labios fríos, La estrecha al seno con ansia, Mira al cielo, «Estoy resuelta», Dice, y se consterna y calla. * * * Torna al peñón (que parece Una colosal fantasma Con un turbante de nubes, De nieblas con una faja) La vista otra vez. La extiende Por la mar, que muerta y llana, Fundido oro se diría Del sol poniente en la fragua. Juzga ver un negro punto Que se mueve a gran distancia: Ya se muestra, ya se esconde. ¿Será?... ¡oh Dios!... ¿Será?... La escasa Luz del crepúsculo todo Lo confunde, borra y tapa. Con los ojos Rosalía Los resplandores, que aun marcan La línea del horizonte, Sigue. Una nube la espanta, Que por el Sur aparece, Obscura y encapotada; Y aun más el ver acercarse Por allí dos velas blancas, Cuyas puntas ilumina Del sol, ya puesto, la llama. Se estremeció Rosalía, No leyó más, y borraban Sus lágrimas abundantes Las letras de aquella carta. Llévala a los labios fríos, La estrecha al seno con ansia, Mira al cielo, «Estoy resuelta», Dice, y se consterna y calla. * * * Torna al peñón (que parece Una colosal fantasma Con un turbante de nubes, De nieblas con una faja) La vista otra vez. La extiende Por la mar, que muerta y llana, Fundido oro se diría Del sol poniente en la fragua. Juzga ver un negro punto Que se mueve a gran distancia: Ya se muestra, ya se esconde. ¿Será?... ¡oh Dios!... ¿Será?... La escasa Luz del crepúsculo todo Lo confunde, borra y tapa. Con los ojos Rosalía Los resplandores, que aun marcan La línea del horizonte, Sigue. Una nube la espanta, Que por el Sur aparece, Obscura y encapotada; Y aun más el ver acercarse Por allí dos velas blancas, Cuyas puntas ilumina Del sol, ya puesto, la llama. Llévala a los labios fríos, La estrecha al seno con ansia, Mira al cielo, «Estoy resuelta», Dice, y se consterna y calla. Torna al peñón (que parece Una colosal fantasma Con un turbante de nubes, De nieblas con una faja) La vista otra vez. La extiende Por la mar, que muerta y llana, Fundido oro se diría Del sol poniente en la fragua. Juzga ver un negro punto Que se mueve a gran distancia: Ya se muestra, ya se esconde. ¿Será?... ¡oh Dios!... ¿Será?... La escasa Luz del crepúsculo todo Lo confunde, borra y tapa. Con los ojos Rosalía Los resplandores, que aun marcan La línea del horizonte, Sigue. Una nube la espanta, Que por el Sur aparece, Obscura y encapotada; Y aun más el ver acercarse Por allí dos velas blancas, Cuyas puntas ilumina Del sol, ya puesto, la llama. La vista otra vez. La extiende Por la mar, que muerta y llana, Fundido oro se diría Del sol poniente en la fragua. Juzga ver un negro punto Que se mueve a gran distancia: Ya se muestra, ya se esconde. ¿Será?... ¡oh Dios!... ¿Será?... La escasa Luz del crepúsculo todo Lo confunde, borra y tapa. Con los ojos Rosalía Los resplandores, que aun marcan La línea del horizonte, Sigue. Una nube la espanta, Que por el Sur aparece, Obscura y encapotada; Y aun más el ver acercarse Por allí dos velas blancas, Cuyas puntas ilumina Del sol, ya puesto, la llama. Juzga ver un negro punto Que se mueve a gran distancia: Ya se muestra, ya se esconde. ¿Será?... ¡oh Dios!... ¿Será?... La escasa Luz del crepúsculo todo Lo confunde, borra y tapa. Con los ojos Rosalía Los resplandores, que aun marcan La línea del horizonte, Sigue. Una nube la espanta, Que por el Sur aparece, Obscura y encapotada; Y aun más el ver acercarse Por allí dos velas blancas, Cuyas puntas ilumina Del sol, ya puesto, la llama. Luz del crepúsculo todo Lo confunde, borra y tapa. Con los ojos Rosalía Los resplandores, que aun marcan La línea del horizonte, Sigue. Una nube la espanta, Que por el Sur aparece, Obscura y encapotada; Y aun más el ver acercarse Por allí dos velas blancas, Cuyas puntas ilumina Del sol, ya puesto, la llama. La línea del horizonte, Sigue. Una nube la espanta, Que por el Sur aparece, Obscura y encapotada; Y aun más el ver acercarse Por allí dos velas blancas, Cuyas puntas ilumina Del sol, ya puesto, la llama. Y aun más el ver acercarse Por allí dos velas blancas, Cuyas puntas ilumina Del sol, ya puesto, la llama.
es
Agustini,Delmira
<XXI
Como_Cayó_En_Tus_Brazos_Mi_Alma_Herida
Como cayó en tus brazos mi alma herida Por todo el Mal y todo el Bien: mi alma Un fruto milagroso de la Vida Forjado a sol y madurado en sombra, Acogíase a ti como una palma De luz en el desierto de la Sombra!... Y la Armonía fiel que en mí murmura Como una extraña arteria, rompió en canto, Y del mármol hostil de mi escultura Brotó un sereno manantial de llanto!... Así lloré el dolor de las heridas Y la embriaguez opiada de las rosas... Arraigábanse en mí todas las vidas Reflejábanse en mí todas las cosas!... Y a ese primer llanto: mi alma, una Suprema estatua triste sin dolor, Se alzó en la nieve tibia de la Luna Como una planta en su primera flor!
es
Selgas_y_Carrasco,José
<XXI
La_Cuna_Vacía
Bajaron los ángeles, Besaron su rostro, Y cantando a su oído, dijeron —Vente con nosotros. Vio el niño a los ángeles, De su cuna en torno, Y agitando los brazos, les dijo: —Me voy con vosotros. Batieron los ángeles Sus alas de oro, Suspendieron al niño en sus brazos, Y se fueron todos. De la aurora pálida La luz fugitiva, Alumbró a la mañana siguiente La cuna vacía.
es
Meléndez_Valdés,Juan
<XXI
De_Las_Navidades
Pues vienen Navidades, cuidados abandona y toma por un rato la cítara sonora. Cantaremos, Jovino, mientras que el Euro sopla, con voces acordadas de Anacreón las odas, o a par del dulce fuego las fugitivas horas engañaremos juntos en pláticas sabrosas. Ellas van, y no vuelven de las nocturnas sombras: ¿por qué, pues, con desvelos hacerlas aún más cortas? Yo vi en mi primavera mi barba vergonzosa, cual el dorado vello que el albérchigo brota, y en mis cándidas sienes el oro en hebras rojas, que ya los años tristes oscuras me las tornan. Yo vi al abril florido que el valle alegre borda, y al abrasado julio vi marchitar su alfombra. Vino el opimo octubre, las uvas se sazonan; mas el diciembre helado le arrebató su pompa. Los días y los meses escapan como sombra, y a los meses los años suceden por la posta. Así, a la triste vida quitemos las zozobras con el dorado vino que bulle ya en la copa. ¿Quién los cuidados tristes con él no desaloja y al padre Baco canta y a Venus Ciprïota? Ciñámonos las sienes de hiedra vividora; brindemos; y aunque el Euro combata con el Bóreas, ¿qué a nosotros su silbo, si el pecho alegre goza de Baco y sus ardores, de Venus y sus glorias? Acuérdome una tarde, cuando Febo en las ondas bañaba despeñado su fúlgida carroza, que yo al hogar cantaba de mi inocente choza, mientras bailaban juntos zagales y pastoras, de nuestro amor sencillo la suerte venturosa, riquísimo tesoro que en ti mi pecho goza. Y haciendo por tu vida, que tanto a España importa, mil súplicas al cielo con voces fervorosas, cogí en la diestra mano, cogí la brindadora taza y con sed amiga por ti la apuré toda. Quedaron admirados zagales que blasonan de báquicos furores al ver mi audacia loca; mas yo tornando al punto con sed aun más beoda segunda vez librela del néctar que la colma, cantando enardecido con lira sonorosa tu nombre y las amables virtudes que le adornan.
es
García_Cabrera,Pedro
<XXI
Una_Tarde_Se_Escaparon
Una tarde se escaparon del colegio cinco letras, las cinco letras vocales, risas y llantos de seda. Se pusieron a jugar en el jardín de la escuela y jugaron a los novios, con las flores por parejas. La «a» le dio el corazón a un fino croto gris perla. Se puso la «e» a reñir con un dondiego cualquiera. La «o» le ciñó los brazos a un gladiolo de maceta. Y la «i» se divertía con una sola camelia. Porque asustaba a las flores, la «u» se quedó soltera. En esto salió a buscarlas —ira y puños— la maestra. Sus labios eran tan rojos y tan espesas las cejas, que las flores se quedaron más pálidas que la cera. La «i» fue vista y no vista y, sin poner mano en ella, de un brinco subiose al agua del surtidor de la escuela. Y era, subida en lo alto, burla de cristal su lengua. La «o» se escondió en el vientre de una pera sanjuanera predestinada a sufrir dentelladas de merienda. La «e», ovillada en el suelo, se hizo la ovejita muerta. La «u» levantó los brazos desnudos de la clemencia. Las florecillas del patio se quedaron boquiabiertas al ver cómo castigaban a sus amigas las letras. No comprendían ni jota de lo que allí sucediera: los claveles eran mudos, las rosas, analfabetas. A todas las fue poniendo de rodillas la maestra, con los brazos extendidos y una cesta en la cabeza. La sonrisa de la «a» llegaba de oreja a oreja. Y, guiñando picardías, la «i» sacaba la lengua, rayando en el mapamundi los senos de la maestra.
es
Basso,Cristián
XXI
Tropiezo_En_El_Que_Soy_Y_En_El_Que_Fui
Tropiezo en el que soy y en el que fui. Cadáver del adiós enamorado. Por ímpetu, torrente subyugado. Terror de ser en soledad sin ti. Tu ayer fatal. Castigo del pasado. Huella de beso tatuada en la cerviz. Piedra del triste, antorcha del feliz. Por el que soy y en el que fui estrellado, es mío el rostro de la desventura. Finalizado como estricto día, malabarista sin perdón que dura. Tropiezo en el que soy, y así decía que del amor gobierno no hace altura y que en amor igual tropezaría. es mío el rostro de la desventura. Finalizado como estricto día, malabarista sin perdón que dura. Tropiezo en el que soy, y así decía que del amor gobierno no hace altura y que en amor igual tropezaría. Tropiezo en el que soy, y así decía que del amor gobierno no hace altura y que en amor igual tropezaría.
es
Vallejo,César
<XXI
Imagen_Española_De_La_Muerte
¡Ahí pasa! ¡llamadla! ¡es su costado! ¡Ahí pasa la muerte por Irún: sus pasos de acordeón, su palabrota, su metro del tejido que te dije, su gramo de aquel peso que he callado... ¡si son ellos! ¡Llamadla! ¡Daos prisa! Va buscándome en los rifles, como que sabe bien dónde la venzo, cuál es mi maña grande, mis leyes especiosas, mis códigos terribles. ¡Llamadla! Ella camina exactamente como un hombre, entre las fieras, se apoya de aquel brazo que se enlaza a nuestros pies cuando dormimos en los parapetos y se pára a las puertas elásticas del sueño. ¡Gritó! ¡Gritó! ¡Gritó su grito nato, sensorial! Gritara de vergüenza, de ver cómo ha caído entre las plantas, de ver cómo se aleja de las bestias, de oír cómo decimos: ¡Es la muerte! ¡De herir nuestros más grandes intereses! (Porque elabora su higado la gota que te dije, camarada; porque se come el alma del vecino). ¡Llamadla! Hay que seguirla hasta el pie de los tanques enemigos, que la muerte es un ser sido a la fuerza, cuyo principio y fin llevo grabados a la cabeza de mis ilusiones, por mucho que ella corra el peligro corriente que tú sabes y que haga como que hace que me ignora. ¡Llamadla! No es un ser, muerte violenta, sino, apenas, lacónico suceso; más bien su modo tira, cuando ataca, tira a tumulto simple, sin órbitas ni cánticos de dicha; más bien tira su tiempo audaz, a céntimo impreciso y sus sordos quilates, a déspotas aplausos. Llamadla, que en llamándola con saña, con figuras, Se la ayuda a arrastrar sus tres rodillas, como, a veces, a veces, duelen, punzan fracciones enigmáticas, globales, como, a veces, me palpo y no me siento. ¡Llamadla! ¡Daos prisa! Va buscándome, con su coñac, su pómulo moral, sus pasos de acordeón, su palabrota. ¡Llamadla! No hay que perderle el hilo en que la lloro. De su olor para arriba, ¡ay de mi polvo, camarada! De su pus para arriba, ¡ay de férula, teniente! De su imán para abajo, ¡ay de mi tumba!
es
Blanco,Andrés_Eloy
<XXI
El_Alma_Inquieta
Acércate, ¿la ves? En mis retinas brilla súbitamente como la luz que cruza detrás de unas cortinas, y su revoloteo me ilumina la frente. Algo le falta o algo tiene demás mi alma; quizá le faltan frenos; quizá le sobra aliento, porque nunca está en calma y para el vuelo es toda pensamiento. ¡Alma mía que vuela con cien alas de rosa, intacta, sin el vicio del origen humano, como una mariposa que nació mariposa sin pasar por gusano! ¿La ves? Porque yo a veces la busco y no la encuentro; se lanza cielo arriba —trino, espiral, paloma...— entonces me revuelvo para buscarla dentro de mí y no está... se ha ido, pero deja el aroma. ¡Yo sé que ella prefiere la quietud de la cumbre: por vírgenes veredas esparce sus reflejos; gusta de los parajes donde la podredumbre del cuerpo no se sienta... donde yo esté más lejos! A veces de hoja en hoja salta y agita el ala tenaz como una vela, y en loco regocijo por la umbría se arroja como un niño que vaga fugado de la escuela. Mariposa, turpial, águila, nube... ¡Nube! de esos violentos jirones que, aunque breves, llenan todo un paisaje; que en la mañana suben con la aurora que sube, en el día cabalgan sobre todos los vientos y al ocaso se quedan fijos en un celaje. Copo errante de nieve, busca llamas solares para fundir su frío; hisopo de la altura, cuando llueve, ¿dónde caerá su clara bendición de rocío?, ¿sobre una flor o sobre el lodo?, ¿sobre la paz de un mudo cementerio aldeano?, quizá vaya a los mares a ser nada en el Todo, tal vez quede suspensa sin llegar al pantano... Cuando yo esté expirando y la vela del alma tiemble a mi cabecera, mírame bien y cuando baje la frente y muera, veloz, antes que el llanto pueda inundar tus ojos, apaga el cirio, y luego vuelve tu aliento y vuelve tus antojos a este montón de carne desnudo, sordo y ciego. Apaga el cirio, porque volandera saldrá el alma en un giro raudo hacia la Quimera; alma que es mariposa querrá lucir sus galas, y la atracción de lumbre de la cera ¡puede quemar sus alas!...
es
Coronado,Carolina
<XXI
Esa_Oscura_Enfermedad
Esa oscura enfermedad que llaman melancolía me trajo a la soledad a verte, luna sombría. Ya seas amante doncella, ya informe, negro montón de tierra que en forma bella nos convierte la ilusión, Ni a sorprender tus amores mis tristes ojos vinieron ni a saber si esos fulgores son tuyos o te los dieron. Ni a mí me importa que esté tu luz viva o desmayada, ni cuando te miro sé si eres roja o plateada. Yo busco tu compañía porque al fin, muda beldad, es tu amistad menos fría que otra cualquiera amistad. Sé bien que todo el poder de tu misterioso encanto no alcanzará a detener una gota de mi llanto. Mas yo no guardo consuelos para este mal tan profundo, fijo la vista en los cielos porque me importuna el mundo... ¡Vergüenza del mundo es si tiene mi pensamiento, que ir a buscarte al través de las nubes y del viento, Y llevar hasta tu esfera mi solitaria armonía para hallar la compañera que escuche la pena mía! Mas, pues no me da fortuna otra más tierna amistad, vengo con mis penas, luna, a verte en la soledad.
es
Martínez_Estrada,Ezequiel
<XXI
Job,_Dios_Y_Satanás
Entre este mísero judío triste y ansioso de la muerte y un Dios feroz que se divierte en la eternidad y en el hastío, Satanás, el Angel Sombrío, se hace divinamente fuerte.
es
Plaza_Llamas,Antonio
<XXI
Los_Héroes._Soneto
Héroes de carnaval, hijos mimados de la casualidad, siempre oportuna, en el poder os miro, sin que alguna admiración me cause, que menguados los pueblos, desde tiempos olvidados fabricaron, sin lógica ninguna, palacios, para audaces con fortuna, presidios, para audaces desgraciados. Ya que al común sentido así se ofende, dando celebridad a ciertos nombres cuya grandeza o pequeñez trasciende, óyeme, sociedad, y no te asombres: tu estatura bajísima comprende quien mide el alma de tus grandes hombres.
es
Neruda,Pablo
<XXI
Por_La_Alta_Noche,_Por_La_Vida_Entera,_De_Lágrima_A_Papel,_De
Por la alta noche, por la vida entera, de lágrima a papel, de ropa en ropa, anduve en estos días abrumados. Fui el fugitivo de la policía: y en la hora de cristal, en la espesura de estrellas solitarias, crucé ciudades, bosques, chacarerías, puertos, de la puerta de un ser humano a otro, de la mano de un ser a otro ser, a otro ser, Grave es la noche, pero el hombre ha dispuesto sus signos fraternales, y a ciegas por caminos y por sombras llegué a la puerta iluminada, al pequeño punto de estrella que era mío, al fragmento de pan que en el bosque los lobos no habían devorado. Una vez, a una casa, en la campiña, llegué de noche, a nadie antes de aquella noche había visto, ni adivinado aquellas existencias. Cuanto hacían, sus horas eran nuevas en mi conocimiento. Entré, eran cinco de familia: todos como en la noche de un incendio se habían levantado. Estreché una y otra mano, vi un rostro y otro rostro, que nada me decían: eran puertas que antes no vi en la calle, ojos que no conocían mi rostro, y en la alta noche, apenas recibido, me tendí al cansancio, a dormir la congoja de mi patria. Mientras venía el sueño, el eco innumerable de la tierra con sus roncos ladridos y sus hebras de soledad, continuaba la noche, y yo pensaba: «Dónde estoy? Quiénes son? Por qué me guardan hoy? Por qué ellos, que hasta hoy no me vieron, abren sus puertas y defienden mi canto?». Y nadie respondía sino un rumor de noche deshojada, un tejido de grillos construyéndose: la noche entera apenas parecía temblar en el follaje. Tierra nocturna, a mi ventana llegabas con tus labios, para que yo durmiera dulcemente como cayendo sobre miles de hojas, de estación a estación, de nido a nido, de rama en rama, hasta quedar de pronto dormido como un muerto en tus raíces.
es
García_Cabrera,Pedro
<XXI
Dime,_Tú,_Mar,_Ahora_¿A_Qué_Naranja
Dime, tú, mar, ahora ¿a qué naranja he de tender mi frente? ¿Debo arrancar de cuajo tus arenas, golpear tus rumores, escupir tus espumas, matar tus olas de gallina de oro que sólo ponen huevos de esperanza? La paz te he suplicado y me la niegas, mi ternura te ofrezco y no la quieres. Pero algo he de pedirte todavía: que no hagas naufragar a mi palabra ni apagar el amor que la mantiene. Aún mi mano en la mar, así lo espero.
es
Liscano,Juan
<XXI
Se_Acarician._Se_Bastan
Se acarician. Se bastan. Están colmados por ellos mismos colmados por la sed sensual del otro. Se conocieron ayer: llevan siglos de parecerse de abrazarse en las paredes siempre únicas de reconocerse en todos los lugares donde el sueño esconde su tesoro donde la dicha deja a la nostalgia donde nunca estuvieron donde están. Aroma de piel ramajes íntima penumbra labios que besan por la herida rostro asomado al secreto del rostro que lo refleja palabras que se derriten por los dedos semejanzas descubiertas con delicia apetencias de olvido y de sabores no probados mientras se inventan paraísos sin castigo y se cuentan a tientas el alma mientras asumen el destino de las frutas y la vida fulgura en ellos con sus “siempre” y sus “nunca” efímeros con sus “primera vez” repetido hasta el final con sus partes confundidas cual miembros que el amor enlaza. Hasta ellos no alcanza el rumor de la urbe o será más bien que no lo oyen que lo cubre el susurro con que se aman que lo dispersa el soplo que se dan. Se huelen se gustan se desean. La libertad que encuentran los deslumbra. Ascienden en una isla espacial entre los astros. Pareja sin Historia pareja constelada. Se miran a sí mismos en el otro. Ella aparece abierta impúdica ojerosa tremulante él: enhiesto obsceno avisor posesivo ella: contráctil húmeda gimiente umbría él: herido llameante solar fulminado. ¡Cuánto abandono momentáneo!¡Cuánto triunfo! Pueden equivocarse gozosamente confundir las imágenes del deseo espejado fundir los sabores de sus bocas perderse juntos en el placer del otro fluir de manantiales en arroyos de arroyos en raudales de raudales en ríos hasta el mar hasta volcarse en la unidad del origen en el espacio pletórico y vibrante donde cada movimiento se transmite de polo a polo donde flotarán donde están flotando como dos hipocampos entregados al rito nupcial. Aflojan las redes y los nudos milenarios arrojan de sí el pasado las cáscaras los trapos viento propicio borra las huellas mezcla arenas y estrellas le dan la espalda a la memoria hueca para ser cresta de una ola para ser cresta espuma sortilegio cielo de mar espacio palpitante que rompe en sales y en la cresta de esa ola de caballos tornasolados que recorre de punta a punta el tiempo como una playa me arrojo contigo! ¡la corro contigo hasta el final del día! ¡sobre su filo tú y yo somos jabalina y destello! ¡vivan este esfuerzo estos besos esta presencia única! ¡vivan este júbilo del mar los cuerpos aparejados! ¡nuestro almizcle que huele a marisco y a gato montés! ¡el relámpago en que nos dormimos juntos! Se conocieron ayer: llevan siglos de parecerse de abrazarse en las paredes siempre únicas de reconocerse en todos los lugares donde el sueño esconde su tesoro donde la dicha deja a la nostalgia donde nunca estuvieron donde están. Aroma de piel ramajes íntima penumbra labios que besan por la herida rostro asomado al secreto del rostro que lo refleja palabras que se derriten por los dedos semejanzas descubiertas con delicia apetencias de olvido y de sabores no probados mientras se inventan paraísos sin castigo y se cuentan a tientas el alma mientras asumen el destino de las frutas y la vida fulgura en ellos con sus “siempre” y sus “nunca” efímeros con sus “primera vez” repetido hasta el final con sus partes confundidas cual miembros que el amor enlaza. Hasta ellos no alcanza el rumor de la urbe o será más bien que no lo oyen que lo cubre el susurro con que se aman que lo dispersa el soplo que se dan. Se huelen se gustan se desean. La libertad que encuentran los deslumbra. Ascienden en una isla espacial entre los astros. Pareja sin Historia pareja constelada. Se miran a sí mismos en el otro. Ella aparece abierta impúdica ojerosa tremulante él: enhiesto obsceno avisor posesivo ella: contráctil húmeda gimiente umbría él: herido llameante solar fulminado. ¡Cuánto abandono momentáneo!¡Cuánto triunfo! Pueden equivocarse gozosamente confundir las imágenes del deseo espejado fundir los sabores de sus bocas perderse juntos en el placer del otro fluir de manantiales en arroyos de arroyos en raudales de raudales en ríos hasta el mar hasta volcarse en la unidad del origen en el espacio pletórico y vibrante donde cada movimiento se transmite de polo a polo donde flotarán donde están flotando como dos hipocampos entregados al rito nupcial. Aflojan las redes y los nudos milenarios arrojan de sí el pasado las cáscaras los trapos viento propicio borra las huellas mezcla arenas y estrellas le dan la espalda a la memoria hueca para ser cresta de una ola para ser cresta espuma sortilegio cielo de mar espacio palpitante que rompe en sales y en la cresta de esa ola de caballos tornasolados que recorre de punta a punta el tiempo como una playa me arrojo contigo! ¡la corro contigo hasta el final del día! ¡sobre su filo tú y yo somos jabalina y destello! ¡vivan este esfuerzo estos besos esta presencia única! ¡vivan este júbilo del mar los cuerpos aparejados! ¡nuestro almizcle que huele a marisco y a gato montés! ¡el relámpago en que nos dormimos juntos! Aroma de piel ramajes íntima penumbra labios que besan por la herida rostro asomado al secreto del rostro que lo refleja palabras que se derriten por los dedos semejanzas descubiertas con delicia apetencias de olvido y de sabores no probados mientras se inventan paraísos sin castigo y se cuentan a tientas el alma mientras asumen el destino de las frutas y la vida fulgura en ellos con sus “siempre” y sus “nunca” efímeros con sus “primera vez” repetido hasta el final con sus partes confundidas cual miembros que el amor enlaza. Hasta ellos no alcanza el rumor de la urbe o será más bien que no lo oyen que lo cubre el susurro con que se aman que lo dispersa el soplo que se dan. Se huelen se gustan se desean. La libertad que encuentran los deslumbra. Ascienden en una isla espacial entre los astros. Pareja sin Historia pareja constelada. Se miran a sí mismos en el otro. Ella aparece abierta impúdica ojerosa tremulante él: enhiesto obsceno avisor posesivo ella: contráctil húmeda gimiente umbría él: herido llameante solar fulminado. ¡Cuánto abandono momentáneo!¡Cuánto triunfo! Pueden equivocarse gozosamente confundir las imágenes del deseo espejado fundir los sabores de sus bocas perderse juntos en el placer del otro fluir de manantiales en arroyos de arroyos en raudales de raudales en ríos hasta el mar hasta volcarse en la unidad del origen en el espacio pletórico y vibrante donde cada movimiento se transmite de polo a polo donde flotarán donde están flotando como dos hipocampos entregados al rito nupcial. Aflojan las redes y los nudos milenarios arrojan de sí el pasado las cáscaras los trapos viento propicio borra las huellas mezcla arenas y estrellas le dan la espalda a la memoria hueca para ser cresta de una ola para ser cresta espuma sortilegio cielo de mar espacio palpitante que rompe en sales y en la cresta de esa ola de caballos tornasolados que recorre de punta a punta el tiempo como una playa me arrojo contigo! ¡la corro contigo hasta el final del día! ¡sobre su filo tú y yo somos jabalina y destello! ¡vivan este esfuerzo estos besos esta presencia única! ¡vivan este júbilo del mar los cuerpos aparejados! ¡nuestro almizcle que huele a marisco y a gato montés! ¡el relámpago en que nos dormimos juntos! Hasta ellos no alcanza el rumor de la urbe o será más bien que no lo oyen que lo cubre el susurro con que se aman que lo dispersa el soplo que se dan. Se huelen se gustan se desean. La libertad que encuentran los deslumbra. Ascienden en una isla espacial entre los astros. Pareja sin Historia pareja constelada. Se miran a sí mismos en el otro. Ella aparece abierta impúdica ojerosa tremulante él: enhiesto obsceno avisor posesivo ella: contráctil húmeda gimiente umbría él: herido llameante solar fulminado. ¡Cuánto abandono momentáneo!¡Cuánto triunfo! Pueden equivocarse gozosamente confundir las imágenes del deseo espejado fundir los sabores de sus bocas perderse juntos en el placer del otro fluir de manantiales en arroyos de arroyos en raudales de raudales en ríos hasta el mar hasta volcarse en la unidad del origen en el espacio pletórico y vibrante donde cada movimiento se transmite de polo a polo donde flotarán donde están flotando como dos hipocampos entregados al rito nupcial. Aflojan las redes y los nudos milenarios arrojan de sí el pasado las cáscaras los trapos viento propicio borra las huellas mezcla arenas y estrellas le dan la espalda a la memoria hueca para ser cresta de una ola para ser cresta espuma sortilegio cielo de mar espacio palpitante que rompe en sales y en la cresta de esa ola de caballos tornasolados que recorre de punta a punta el tiempo como una playa me arrojo contigo! ¡la corro contigo hasta el final del día! ¡sobre su filo tú y yo somos jabalina y destello! ¡vivan este esfuerzo estos besos esta presencia única! ¡vivan este júbilo del mar los cuerpos aparejados! ¡nuestro almizcle que huele a marisco y a gato montés! ¡el relámpago en que nos dormimos juntos! Se huelen se gustan se desean. La libertad que encuentran los deslumbra. Ascienden en una isla espacial entre los astros. Pareja sin Historia pareja constelada. Se miran a sí mismos en el otro. Ella aparece abierta impúdica ojerosa tremulante él: enhiesto obsceno avisor posesivo ella: contráctil húmeda gimiente umbría él: herido llameante solar fulminado. ¡Cuánto abandono momentáneo!¡Cuánto triunfo! Pueden equivocarse gozosamente confundir las imágenes del deseo espejado fundir los sabores de sus bocas perderse juntos en el placer del otro fluir de manantiales en arroyos de arroyos en raudales de raudales en ríos hasta el mar hasta volcarse en la unidad del origen en el espacio pletórico y vibrante donde cada movimiento se transmite de polo a polo donde flotarán donde están flotando como dos hipocampos entregados al rito nupcial. Aflojan las redes y los nudos milenarios arrojan de sí el pasado las cáscaras los trapos viento propicio borra las huellas mezcla arenas y estrellas le dan la espalda a la memoria hueca para ser cresta de una ola para ser cresta espuma sortilegio cielo de mar espacio palpitante que rompe en sales y en la cresta de esa ola de caballos tornasolados que recorre de punta a punta el tiempo como una playa me arrojo contigo! ¡la corro contigo hasta el final del día! ¡sobre su filo tú y yo somos jabalina y destello! ¡vivan este esfuerzo estos besos esta presencia única! ¡vivan este júbilo del mar los cuerpos aparejados! ¡nuestro almizcle que huele a marisco y a gato montés! ¡el relámpago en que nos dormimos juntos! Se miran a sí mismos en el otro. Ella aparece abierta impúdica ojerosa tremulante él: enhiesto obsceno avisor posesivo ella: contráctil húmeda gimiente umbría él: herido llameante solar fulminado. ¡Cuánto abandono momentáneo!¡Cuánto triunfo! Pueden equivocarse gozosamente confundir las imágenes del deseo espejado fundir los sabores de sus bocas perderse juntos en el placer del otro fluir de manantiales en arroyos de arroyos en raudales de raudales en ríos hasta el mar hasta volcarse en la unidad del origen en el espacio pletórico y vibrante donde cada movimiento se transmite de polo a polo donde flotarán donde están flotando como dos hipocampos entregados al rito nupcial. Aflojan las redes y los nudos milenarios arrojan de sí el pasado las cáscaras los trapos viento propicio borra las huellas mezcla arenas y estrellas le dan la espalda a la memoria hueca para ser cresta de una ola para ser cresta espuma sortilegio cielo de mar espacio palpitante que rompe en sales y en la cresta de esa ola de caballos tornasolados que recorre de punta a punta el tiempo como una playa me arrojo contigo! ¡la corro contigo hasta el final del día! ¡sobre su filo tú y yo somos jabalina y destello! ¡vivan este esfuerzo estos besos esta presencia única! ¡vivan este júbilo del mar los cuerpos aparejados! ¡nuestro almizcle que huele a marisco y a gato montés! ¡el relámpago en que nos dormimos juntos! Aflojan las redes y los nudos milenarios arrojan de sí el pasado las cáscaras los trapos viento propicio borra las huellas mezcla arenas y estrellas le dan la espalda a la memoria hueca para ser cresta de una ola para ser cresta espuma sortilegio cielo de mar espacio palpitante que rompe en sales y en la cresta de esa ola de caballos tornasolados que recorre de punta a punta el tiempo como una playa me arrojo contigo! ¡la corro contigo hasta el final del día! ¡sobre su filo tú y yo somos jabalina y destello! ¡vivan este esfuerzo estos besos esta presencia única! ¡vivan este júbilo del mar los cuerpos aparejados! ¡nuestro almizcle que huele a marisco y a gato montés! ¡el relámpago en que nos dormimos juntos!
es
Aguirre,Mirta
<XXI
Tortuga
Cuento que se cuenta. Tortuguita lenta le ganó al conejo Don Pata ligera. Al tronco de antejo llegó la primera. Ella, caminando; Conejo, roncando. Ganó la carrera. Tortuguita lenta carapachaquienta, pasito perplejo, le ganó al conejo.
es
Buesa,José_Ángel
<XXI
—«Vamos,_Que_Se_Hace_Tarde...»—_Me_Dijiste
—«Vamos, que se hace tarde...»— me dijiste. Pero yo me quedé mirando el mar, con el hastío de un pecado triste, pues no hay nada más triste que un pecado vulgar... Tú, la mujer ajena. Yo, el hombre sin ayer. Ya el mar borró tus pasos en la arena, pero hay cosas más hondas en un atardecer... Yo me pregunto cómo fue el regreso: si ya él estaba allí; si tú, como otras veces, pudiste darle un beso, y si al besarlo no pensaste en mí... Y me pregunto lo que habrás sentido si después, al quitarte el vestido, rodó un poco de arena hasta tus pies... Ya sé que fue un pecado triste y vulgar, pero el viento soplaba de aquel lado y se llevo el pecado sobre el mar... Y, al cruzar la acera, ladrón de cosas que no tienen fin, para pagarte un beso a mi manera fui cortando las rosas de un jardín... Tal vez mañana, como hay sueños que han sido y que no son, tú abrirás como siempre la ventana y saldrás a esperarlo en el balcón. Y, como una sorpresa, como una burla fina y cruel, colocarás mis flores en la mesa sin que tiemble tu mano en el mantel... Quizás vuelva a la playa, por andar en la arena, no por ti... (ya me dijiste que, aunque yo no vaya, tu iras todas las tardes por allí...) Y si nos tienta algún pecado triste y vulgar, el viento sopla siempre de aquel lado, y se lo lleva todo sobre la mar...
es
Plaza_Llamas,Antonio
<XXI
Talento_En_Las_Corvas._Tipos_Políticos
¡Qué tonto es el hombre que nunca se dobla! ¡Qué sabio el que tiene flexibles las corvas! Conozco yo a un mico que ayer sin la torta vagaba, cual vaga perdida la nota. Asaz monarquista con puntas de hipócrita, rezando en la iglesia gastaba sus rótulas. Allá por los tiempos de frailes y costas era tinterillo de pésima estofa, y usaba raída chaqueta grasosa, sin que la chicana le diese para otra. Al fin hastiado de su bruja insólita. Empuñó atrevido la péñola roma, y en versos, inmundos rellenos de prosa, cantó de González Ortega las glorias; después el buen Juárez tiróle una torta, y entonces a Ortega le puso la popa; hoy lame las plantas de Lerdo, esa boa, y de vez en cuando firma alguna póliza; y hoy gasta espejuelos y guantes y botas, se pinta y perfuma, se mueve y se esponja: y el extinterillo que a risa provoca, medra, porque tiene talento en las corvas. Un ex presidiario, en tierra escabrosa quitaba a indefensos la vida y la bolsa; pero el galeote ávido de gloria, cuando su gavilla engrosó con otra, le llamó: —Brigada ligera. —No es broma. Ligera cual pájaro que los vientos corta, volaba delante de contraria tropa, y con los inermes era una leona. Se hizo el bandolero temible en las fondas, que a la maritornes la luenga pistola mostraba, si había tardanza en la sopa. Sombrero arriscado, camiseta roja, calzoneras amplias, botones de bola, y canana henchida de balas y pólvora, llegaba a las tiendas pidiendo una copa. Era su saludo blasfemia horrorosa; el corcel robado sentaba coa cólera, cortando los vientos con luenga tizona. Decían a su fuerza la brigada escoba, porque antes de irse, a todos y a todas dejaba más limpios que suelo de monjas. Por tales fazañas, dignas de la horca, hízole el Gobierno, general. —Ahora ya come con trinche, brinda en la Concordia, el pelo rebelde se lo peina Broca, y gasta cadena mejor que la otra que en Ulúa pusieron a su taba roma. Ya canta que tiene dignidad y honra, y aunque el tal no sabe mandar una escolta, dice: soy soldado, y afanoso compra libros militares que mucho le estorban. En último rasgo de su audacia loca llegó hasta ponerse sorbete de moda. Yo al ver que su faja color de cotorra ensucia atrastrándose en ricas alfombras, confieso que tiene talento en las corvas. Con dos sobrinitas coquetas, graciosas, vivió un mequetrefe sumido en la inopia; inopia terrible: las camas sin colchas, sin lumbre el brasero, sin agua las ollas y a la funerala las cazuelas rotas. Vestido a la última miseria, no moda, usaba tacones torcidos, en forma de alguna parada que al as o a la sota no pierde a la puerta, ni a la puerta cobra. Vivía el infelice haciendo más drogas que las que almacenan las boticas todas; pero a cierto prócer gustaron las pollas; les hizo la rueda a una y a otra. Entonces la bruja trocóse en bambolla, y el triste demonio se volvió demócrata, que el doble sobrino le puso en la nómina. Tal cual la república de la vieja Roma brotó de las sábanas de fembra fermosa, así el patriotismo de este don Mamólatra salió de los lechos de dos mocetonas. Terciando en amores, agente de rosas, el nuevo Mercurio pródigo en lisonjas subió, como sube el humo a la atmósfera. Hoy es hombre rico, y en política órbita al fin se ha creado posiciones cómodas. Dicen que es un cero su cráneo, ¿qué importa? ¿qué importa, si tiene talento en las corvas? Un hijo menguado, de ibérica zona, un segunda cuerda, volatín y acróbata, más ágil que un chivo, brincaba en la soga. El payaso un día armóle camorra, y al payaso entonces le rompió la cholla: temiendo el funámbulo ir a la chirona, marchó fugitivo a tierras ignotas; y, médico en ellas, por buscar la torta, hizo más cadáveres que Aquiles en Troya. Huérfanos y viudos armados de cólera, y también de palos, pegaron tal soba al pobre Galeno, que hasta hizo cabriolas. Doliente, mohíno por tan dura broma, buscando la muerte largóse a la bola. Cayóle a un caudillo en gracia su historia, y su secretario le hizo sin demora. Entre bandoleros rellenó la bolsa, y ya el saltimbanqui es hombre de nota, que entre los ministros se inclina y se dobla tanto, que su barba convierte en escoba; pero el bicho medra y hasta fincas compra, porque tiene mucho talento en las corvas. Arriba, gusanos, ¡paso a la lisonja! subid como sube la espuma en la olla. Subid, miserables, que la vita bona es para el que tiene coyunturas flojas, elástico lomo y miel en la boca, cintura flexible, talento en las corvas.
es
Carriego,Evaristo
<XXI
Francamente,_Es_Huraña_La_Actitud_De_Este_Obrero
Francamente, es huraña la actitud de este obrero que, de la alegre rueda casi siempre apartado, se pasa así las horas muertas, con el sombrero sobre la pensativa frente medio inclinado. Sin asegurar nada, dice el almacenero que, por momentos, muchas veces le ha preocupado ver con qué aire tan raro se queda el compañero contemplando la copa que apenas ha probado. Como a las indirectas se hace el desentendido, el otro día el mozo, que es un entrometido, y de lo más cargoso que se pueda pedir, se acercó a preguntarle no sabe qué zoncera y le clavó los ojos, pero de una manera que tuvo que alejarse sin volver a insistir.
es
Góngora,Luis_de
<XXI
Al_Tronco_Filis_De_Un_Laurel_Sagrado
Al tronco Filis de un laurel sagrado Reclinada, el convexo de su cuello Lamía en ondas rubias el cabello, Lascivamente al aire encomendado. Las hojas del clavel, que había juntado El silencio en un labio y otro bello, Violar intentaba, y pudo hacello, Sátiro mal de hiedras coronado; Mas la invidia interpuesta de una abeja, Dulce libando púrpura, al instante Previno la dormida zagaleja. El semidiós, burlado, petulante, En atenciones tímidas la deja De cuanto bella, tanto vigilante. Las hojas del clavel, que había juntado El silencio en un labio y otro bello, Violar intentaba, y pudo hacello, Sátiro mal de hiedras coronado; Mas la invidia interpuesta de una abeja, Dulce libando púrpura, al instante Previno la dormida zagaleja. El semidiós, burlado, petulante, En atenciones tímidas la deja De cuanto bella, tanto vigilante. Mas la invidia interpuesta de una abeja, Dulce libando púrpura, al instante Previno la dormida zagaleja. El semidiós, burlado, petulante, En atenciones tímidas la deja De cuanto bella, tanto vigilante. El semidiós, burlado, petulante, En atenciones tímidas la deja De cuanto bella, tanto vigilante.
es
Cruz,David
XXI
Ebrio_Frente_A_La_Tumba_De_Allen_Ginsberg
De qué le ha servido al mundo reposar sobre este almohadón de plumas. Cuánto tiempo tiene que dar más vueltas el metro para acodarme en cual estación debí bajarme. La noche huele a luna vieja. Los malos sueños vienen a tropezar con este veterano acostumbrado a encontrar en todos los sepulcros el nombre de los amigos.
es
Etxeba,Carlos
XXI
Una_Tarde_Cualquiera_En_El_Circo_Romano_(Fantasía_Épica)
La plebe está en el circo. gritando enfurecida. La sangre de las fieras que acaban de verter, de hienas, leopardos, panteras y leones no logra la apatía de su ánimo vencer. De pronto rasga el aire sonido de trompetas. De aquella escena ansiada por fin podrán gozar —“Cristianos a las fieras”, reclaman alocados y miran a las puertas que empiezan a girar. Un grupo de cristianos avanza por la arena. Se ponen de rodillas. Comienzan a cantar a un Dios piadoso y fuerte, sereno, omnipotente que por amor del hombre dejóse atormentar. Amor cantan sus bocas, virtudes y deberes. Todos somos hermanos. ¿Por qué ese odio feroz? Sus bienes los comparten. Se ayudan y consuelan y en lugar de respeto, despiertan el rencor. La gruesa jaula se abre. Es un león hambriento y avanza sobre el grupo que no huye de él. Cuanto más se le acerca, más rezan y bendicen a los espectadores que impávidos los ven. Un cristiano se alza. Es un joven robusto que extendiendo sus brazos recordando la cruz y elevando su grito, mientras le anega el llanto dice al pueblo romano sus palabras de luz: —“¡Por vosotros mi sangre, por vosotros, romanos, para que en vuestro pecho nunca el odio se dé, para que los esclavos sean vuestros hermanos y en vuestra alma quiera Dios encender la fe! Un rugido de ira lanza el pueblo romano. ¿Quién es aquel impío para poder hablar? ¡Ha insultado a los dioses! Alzan todos la mano, le maldicen, le ofenden. ¡Qué locura es amar! En un salto gigante se ha lanzado la fiera contra su pecho noble que empieza a devorar. Ríe la turba impía; él está destrozado. Corre su sangre pura sobre aquel muladar. Tres leonas gigantes como flechas se lanzan sobre el grupo de esclavos que inmolándose está y arremetiendo fieras, para saciar su hambre van devorando cuerpos, su singular manjar. Al final del estrago solo una niña queda. Ha cantado y rezado, inconsciente sin ver que las fieras saciadas, no querían tocarla y que sola quedaba en el túmulo aquel. Como las fieras pasan sin rozar a la niña un gladiador romano desciende al callejón. Se dirige a la arena, dispuesto a la matanza de la débil cristiana que no cede al error. —“¡Que mueran todos ellos! ¡Muera también la niña!” Grita el pueblo romano. Quiere mayor placer. La niña ve querubes que descienden al suelo y se llevan las almas al celestial edén. La niña les sonríe y mira agradecida. Dentro de poco ella también podrá volar al cielo donde fueron ya todos sus hermanos, hacia el descanso eterno. ¡Qué dulce reposar! —“ Hunde tu espada fuerte sobre mi cuerpo débil. Por ti daré la vida, por ti y por los demás, para que no os devore el odio en vuestra frente y al fin todos hermanos tengáis la ansiada paz”. El gladiador vacila. Aquella humilde niña le había demostrado su error, su loco afán. Se siente tan culpable que el brazo no obedece. No quiere dar el golpe que le ha de traspasar. Un clamor de disgusto se eleva en las tribunas. Le reclaman la muerte que se negaba a dar y avergonzado y triste gruesas lágrimas vierte. Mirando está a la niña que reza sin cesar. —“¡Criminales, canallas!”, grita el fuerte romano. “¿A una niña inocente tendré yo que inmolar? Sois peores que fieras, despiadados, malditos. Bajad vosotros mismos, conmigo aquí a luchar”. El coraje y el odio corre por las tribunas. Piden la muerte de ambos. Los patricios también y el Pretor da la orden de que se abran las jaulas de los cuatro leones que con más hambre estén. Se han abierto las jaulas, los leones se acercan. El gladiador romano trata de defender con su cuerpo a la niña que le anima y conforta, rezando al Padre Eterno que le done la fe. Los leones atacan por los cuatro costados. Al león que de frente imponente saltó le acuchilla en el vientre y al segundo entretiene con la red que a sus fauces como trampa arrojó. Pero en vano, entretanto los leones restantes saltan sobre la niña y una herida mortal se desgrana en su frene como rosa marchita, deshojada en el circo de la Roma imperial. El gladiador se vuelve. A sus pies ha expirado la inocente chiquilla, blanca flor celestial y un perfume de rosas, esparcido en el aire se ha extendido hasta el cielo, donde va a reposar. Los leones acechan. El descuido le pierde y se lanzan enormes con sus garras sobre él, destrozando sus muslos y tendones calientes. En un charco de sangre muere el valiente aquel. Los aplausos retumban en el circo romano y en señal de alegría con gran admiración hay aplauden las turbas la esplendidez augusta del Pretor que dio a Roma la excelente función. De pronto rasga el aire sonido de trompetas. De aquella escena ansiada por fin podrán gozar —“Cristianos a las fieras”, reclaman alocados y miran a las puertas que empiezan a girar. Un grupo de cristianos avanza por la arena. Se ponen de rodillas. Comienzan a cantar a un Dios piadoso y fuerte, sereno, omnipotente que por amor del hombre dejóse atormentar. Amor cantan sus bocas, virtudes y deberes. Todos somos hermanos. ¿Por qué ese odio feroz? Sus bienes los comparten. Se ayudan y consuelan y en lugar de respeto, despiertan el rencor. La gruesa jaula se abre. Es un león hambriento y avanza sobre el grupo que no huye de él. Cuanto más se le acerca, más rezan y bendicen a los espectadores que impávidos los ven. Un cristiano se alza. Es un joven robusto que extendiendo sus brazos recordando la cruz y elevando su grito, mientras le anega el llanto dice al pueblo romano sus palabras de luz: —“¡Por vosotros mi sangre, por vosotros, romanos, para que en vuestro pecho nunca el odio se dé, para que los esclavos sean vuestros hermanos y en vuestra alma quiera Dios encender la fe! Un rugido de ira lanza el pueblo romano. ¿Quién es aquel impío para poder hablar? ¡Ha insultado a los dioses! Alzan todos la mano, le maldicen, le ofenden. ¡Qué locura es amar! En un salto gigante se ha lanzado la fiera contra su pecho noble que empieza a devorar. Ríe la turba impía; él está destrozado. Corre su sangre pura sobre aquel muladar. Tres leonas gigantes como flechas se lanzan sobre el grupo de esclavos que inmolándose está y arremetiendo fieras, para saciar su hambre van devorando cuerpos, su singular manjar. Al final del estrago solo una niña queda. Ha cantado y rezado, inconsciente sin ver que las fieras saciadas, no querían tocarla y que sola quedaba en el túmulo aquel. Como las fieras pasan sin rozar a la niña un gladiador romano desciende al callejón. Se dirige a la arena, dispuesto a la matanza de la débil cristiana que no cede al error. —“¡Que mueran todos ellos! ¡Muera también la niña!” Grita el pueblo romano. Quiere mayor placer. La niña ve querubes que descienden al suelo y se llevan las almas al celestial edén. La niña les sonríe y mira agradecida. Dentro de poco ella también podrá volar al cielo donde fueron ya todos sus hermanos, hacia el descanso eterno. ¡Qué dulce reposar! —“ Hunde tu espada fuerte sobre mi cuerpo débil. Por ti daré la vida, por ti y por los demás, para que no os devore el odio en vuestra frente y al fin todos hermanos tengáis la ansiada paz”. El gladiador vacila. Aquella humilde niña le había demostrado su error, su loco afán. Se siente tan culpable que el brazo no obedece. No quiere dar el golpe que le ha de traspasar. Un clamor de disgusto se eleva en las tribunas. Le reclaman la muerte que se negaba a dar y avergonzado y triste gruesas lágrimas vierte. Mirando está a la niña que reza sin cesar. —“¡Criminales, canallas!”, grita el fuerte romano. “¿A una niña inocente tendré yo que inmolar? Sois peores que fieras, despiadados, malditos. Bajad vosotros mismos, conmigo aquí a luchar”. El coraje y el odio corre por las tribunas. Piden la muerte de ambos. Los patricios también y el Pretor da la orden de que se abran las jaulas de los cuatro leones que con más hambre estén. Se han abierto las jaulas, los leones se acercan. El gladiador romano trata de defender con su cuerpo a la niña que le anima y conforta, rezando al Padre Eterno que le done la fe. Los leones atacan por los cuatro costados. Al león que de frente imponente saltó le acuchilla en el vientre y al segundo entretiene con la red que a sus fauces como trampa arrojó. Pero en vano, entretanto los leones restantes saltan sobre la niña y una herida mortal se desgrana en su frene como rosa marchita, deshojada en el circo de la Roma imperial. El gladiador se vuelve. A sus pies ha expirado la inocente chiquilla, blanca flor celestial y un perfume de rosas, esparcido en el aire se ha extendido hasta el cielo, donde va a reposar. Los leones acechan. El descuido le pierde y se lanzan enormes con sus garras sobre él, destrozando sus muslos y tendones calientes. En un charco de sangre muere el valiente aquel. Los aplausos retumban en el circo romano y en señal de alegría con gran admiración hay aplauden las turbas la esplendidez augusta del Pretor que dio a Roma la excelente función. Un grupo de cristianos avanza por la arena. Se ponen de rodillas. Comienzan a cantar a un Dios piadoso y fuerte, sereno, omnipotente que por amor del hombre dejóse atormentar. Amor cantan sus bocas, virtudes y deberes. Todos somos hermanos. ¿Por qué ese odio feroz? Sus bienes los comparten. Se ayudan y consuelan y en lugar de respeto, despiertan el rencor. La gruesa jaula se abre. Es un león hambriento y avanza sobre el grupo que no huye de él. Cuanto más se le acerca, más rezan y bendicen a los espectadores que impávidos los ven. Un cristiano se alza. Es un joven robusto que extendiendo sus brazos recordando la cruz y elevando su grito, mientras le anega el llanto dice al pueblo romano sus palabras de luz: —“¡Por vosotros mi sangre, por vosotros, romanos, para que en vuestro pecho nunca el odio se dé, para que los esclavos sean vuestros hermanos y en vuestra alma quiera Dios encender la fe! Un rugido de ira lanza el pueblo romano. ¿Quién es aquel impío para poder hablar? ¡Ha insultado a los dioses! Alzan todos la mano, le maldicen, le ofenden. ¡Qué locura es amar! En un salto gigante se ha lanzado la fiera contra su pecho noble que empieza a devorar. Ríe la turba impía; él está destrozado. Corre su sangre pura sobre aquel muladar. Tres leonas gigantes como flechas se lanzan sobre el grupo de esclavos que inmolándose está y arremetiendo fieras, para saciar su hambre van devorando cuerpos, su singular manjar. Al final del estrago solo una niña queda. Ha cantado y rezado, inconsciente sin ver que las fieras saciadas, no querían tocarla y que sola quedaba en el túmulo aquel. Como las fieras pasan sin rozar a la niña un gladiador romano desciende al callejón. Se dirige a la arena, dispuesto a la matanza de la débil cristiana que no cede al error. —“¡Que mueran todos ellos! ¡Muera también la niña!” Grita el pueblo romano. Quiere mayor placer. La niña ve querubes que descienden al suelo y se llevan las almas al celestial edén. La niña les sonríe y mira agradecida. Dentro de poco ella también podrá volar al cielo donde fueron ya todos sus hermanos, hacia el descanso eterno. ¡Qué dulce reposar! —“ Hunde tu espada fuerte sobre mi cuerpo débil. Por ti daré la vida, por ti y por los demás, para que no os devore el odio en vuestra frente y al fin todos hermanos tengáis la ansiada paz”. El gladiador vacila. Aquella humilde niña le había demostrado su error, su loco afán. Se siente tan culpable que el brazo no obedece. No quiere dar el golpe que le ha de traspasar. Un clamor de disgusto se eleva en las tribunas. Le reclaman la muerte que se negaba a dar y avergonzado y triste gruesas lágrimas vierte. Mirando está a la niña que reza sin cesar. —“¡Criminales, canallas!”, grita el fuerte romano. “¿A una niña inocente tendré yo que inmolar? Sois peores que fieras, despiadados, malditos. Bajad vosotros mismos, conmigo aquí a luchar”. El coraje y el odio corre por las tribunas. Piden la muerte de ambos. Los patricios también y el Pretor da la orden de que se abran las jaulas de los cuatro leones que con más hambre estén. Se han abierto las jaulas, los leones se acercan. El gladiador romano trata de defender con su cuerpo a la niña que le anima y conforta, rezando al Padre Eterno que le done la fe. Los leones atacan por los cuatro costados. Al león que de frente imponente saltó le acuchilla en el vientre y al segundo entretiene con la red que a sus fauces como trampa arrojó. Pero en vano, entretanto los leones restantes saltan sobre la niña y una herida mortal se desgrana en su frene como rosa marchita, deshojada en el circo de la Roma imperial. El gladiador se vuelve. A sus pies ha expirado la inocente chiquilla, blanca flor celestial y un perfume de rosas, esparcido en el aire se ha extendido hasta el cielo, donde va a reposar. Los leones acechan. El descuido le pierde y se lanzan enormes con sus garras sobre él, destrozando sus muslos y tendones calientes. En un charco de sangre muere el valiente aquel. Los aplausos retumban en el circo romano y en señal de alegría con gran admiración hay aplauden las turbas la esplendidez augusta del Pretor que dio a Roma la excelente función. Amor cantan sus bocas, virtudes y deberes. Todos somos hermanos. ¿Por qué ese odio feroz? Sus bienes los comparten. Se ayudan y consuelan y en lugar de respeto, despiertan el rencor. La gruesa jaula se abre. Es un león hambriento y avanza sobre el grupo que no huye de él. Cuanto más se le acerca, más rezan y bendicen a los espectadores que impávidos los ven. Un cristiano se alza. Es un joven robusto que extendiendo sus brazos recordando la cruz y elevando su grito, mientras le anega el llanto dice al pueblo romano sus palabras de luz: —“¡Por vosotros mi sangre, por vosotros, romanos, para que en vuestro pecho nunca el odio se dé, para que los esclavos sean vuestros hermanos y en vuestra alma quiera Dios encender la fe! Un rugido de ira lanza el pueblo romano. ¿Quién es aquel impío para poder hablar? ¡Ha insultado a los dioses! Alzan todos la mano, le maldicen, le ofenden. ¡Qué locura es amar! En un salto gigante se ha lanzado la fiera contra su pecho noble que empieza a devorar. Ríe la turba impía; él está destrozado. Corre su sangre pura sobre aquel muladar. Tres leonas gigantes como flechas se lanzan sobre el grupo de esclavos que inmolándose está y arremetiendo fieras, para saciar su hambre van devorando cuerpos, su singular manjar. Al final del estrago solo una niña queda. Ha cantado y rezado, inconsciente sin ver que las fieras saciadas, no querían tocarla y que sola quedaba en el túmulo aquel. Como las fieras pasan sin rozar a la niña un gladiador romano desciende al callejón. Se dirige a la arena, dispuesto a la matanza de la débil cristiana que no cede al error. —“¡Que mueran todos ellos! ¡Muera también la niña!” Grita el pueblo romano. Quiere mayor placer. La niña ve querubes que descienden al suelo y se llevan las almas al celestial edén. La niña les sonríe y mira agradecida. Dentro de poco ella también podrá volar al cielo donde fueron ya todos sus hermanos, hacia el descanso eterno. ¡Qué dulce reposar! —“ Hunde tu espada fuerte sobre mi cuerpo débil. Por ti daré la vida, por ti y por los demás, para que no os devore el odio en vuestra frente y al fin todos hermanos tengáis la ansiada paz”. El gladiador vacila. Aquella humilde niña le había demostrado su error, su loco afán. Se siente tan culpable que el brazo no obedece. No quiere dar el golpe que le ha de traspasar. Un clamor de disgusto se eleva en las tribunas. Le reclaman la muerte que se negaba a dar y avergonzado y triste gruesas lágrimas vierte. Mirando está a la niña que reza sin cesar. —“¡Criminales, canallas!”, grita el fuerte romano. “¿A una niña inocente tendré yo que inmolar? Sois peores que fieras, despiadados, malditos. Bajad vosotros mismos, conmigo aquí a luchar”. El coraje y el odio corre por las tribunas. Piden la muerte de ambos. Los patricios también y el Pretor da la orden de que se abran las jaulas de los cuatro leones que con más hambre estén. Se han abierto las jaulas, los leones se acercan. El gladiador romano trata de defender con su cuerpo a la niña que le anima y conforta, rezando al Padre Eterno que le done la fe. Los leones atacan por los cuatro costados. Al león que de frente imponente saltó le acuchilla en el vientre y al segundo entretiene con la red que a sus fauces como trampa arrojó. Pero en vano, entretanto los leones restantes saltan sobre la niña y una herida mortal se desgrana en su frene como rosa marchita, deshojada en el circo de la Roma imperial. El gladiador se vuelve. A sus pies ha expirado la inocente chiquilla, blanca flor celestial y un perfume de rosas, esparcido en el aire se ha extendido hasta el cielo, donde va a reposar. Los leones acechan. El descuido le pierde y se lanzan enormes con sus garras sobre él, destrozando sus muslos y tendones calientes. En un charco de sangre muere el valiente aquel. Los aplausos retumban en el circo romano y en señal de alegría con gran admiración hay aplauden las turbas la esplendidez augusta del Pretor que dio a Roma la excelente función. La gruesa jaula se abre. Es un león hambriento y avanza sobre el grupo que no huye de él. Cuanto más se le acerca, más rezan y bendicen a los espectadores que impávidos los ven. Un cristiano se alza. Es un joven robusto que extendiendo sus brazos recordando la cruz y elevando su grito, mientras le anega el llanto dice al pueblo romano sus palabras de luz: —“¡Por vosotros mi sangre, por vosotros, romanos, para que en vuestro pecho nunca el odio se dé, para que los esclavos sean vuestros hermanos y en vuestra alma quiera Dios encender la fe! Un rugido de ira lanza el pueblo romano. ¿Quién es aquel impío para poder hablar? ¡Ha insultado a los dioses! Alzan todos la mano, le maldicen, le ofenden. ¡Qué locura es amar! En un salto gigante se ha lanzado la fiera contra su pecho noble que empieza a devorar. Ríe la turba impía; él está destrozado. Corre su sangre pura sobre aquel muladar. Tres leonas gigantes como flechas se lanzan sobre el grupo de esclavos que inmolándose está y arremetiendo fieras, para saciar su hambre van devorando cuerpos, su singular manjar. Al final del estrago solo una niña queda. Ha cantado y rezado, inconsciente sin ver que las fieras saciadas, no querían tocarla y que sola quedaba en el túmulo aquel. Como las fieras pasan sin rozar a la niña un gladiador romano desciende al callejón. Se dirige a la arena, dispuesto a la matanza de la débil cristiana que no cede al error. —“¡Que mueran todos ellos! ¡Muera también la niña!” Grita el pueblo romano. Quiere mayor placer. La niña ve querubes que descienden al suelo y se llevan las almas al celestial edén. La niña les sonríe y mira agradecida. Dentro de poco ella también podrá volar al cielo donde fueron ya todos sus hermanos, hacia el descanso eterno. ¡Qué dulce reposar! —“ Hunde tu espada fuerte sobre mi cuerpo débil. Por ti daré la vida, por ti y por los demás, para que no os devore el odio en vuestra frente y al fin todos hermanos tengáis la ansiada paz”. El gladiador vacila. Aquella humilde niña le había demostrado su error, su loco afán. Se siente tan culpable que el brazo no obedece. No quiere dar el golpe que le ha de traspasar. Un clamor de disgusto se eleva en las tribunas. Le reclaman la muerte que se negaba a dar y avergonzado y triste gruesas lágrimas vierte. Mirando está a la niña que reza sin cesar. —“¡Criminales, canallas!”, grita el fuerte romano. “¿A una niña inocente tendré yo que inmolar? Sois peores que fieras, despiadados, malditos. Bajad vosotros mismos, conmigo aquí a luchar”. El coraje y el odio corre por las tribunas. Piden la muerte de ambos. Los patricios también y el Pretor da la orden de que se abran las jaulas de los cuatro leones que con más hambre estén. Se han abierto las jaulas, los leones se acercan. El gladiador romano trata de defender con su cuerpo a la niña que le anima y conforta, rezando al Padre Eterno que le done la fe. Los leones atacan por los cuatro costados. Al león que de frente imponente saltó le acuchilla en el vientre y al segundo entretiene con la red que a sus fauces como trampa arrojó. Pero en vano, entretanto los leones restantes saltan sobre la niña y una herida mortal se desgrana en su frene como rosa marchita, deshojada en el circo de la Roma imperial. El gladiador se vuelve. A sus pies ha expirado la inocente chiquilla, blanca flor celestial y un perfume de rosas, esparcido en el aire se ha extendido hasta el cielo, donde va a reposar. Los leones acechan. El descuido le pierde y se lanzan enormes con sus garras sobre él, destrozando sus muslos y tendones calientes. En un charco de sangre muere el valiente aquel. Los aplausos retumban en el circo romano y en señal de alegría con gran admiración hay aplauden las turbas la esplendidez augusta del Pretor que dio a Roma la excelente función. Un cristiano se alza. Es un joven robusto que extendiendo sus brazos recordando la cruz y elevando su grito, mientras le anega el llanto dice al pueblo romano sus palabras de luz: —“¡Por vosotros mi sangre, por vosotros, romanos, para que en vuestro pecho nunca el odio se dé, para que los esclavos sean vuestros hermanos y en vuestra alma quiera Dios encender la fe! Un rugido de ira lanza el pueblo romano. ¿Quién es aquel impío para poder hablar? ¡Ha insultado a los dioses! Alzan todos la mano, le maldicen, le ofenden. ¡Qué locura es amar! En un salto gigante se ha lanzado la fiera contra su pecho noble que empieza a devorar. Ríe la turba impía; él está destrozado. Corre su sangre pura sobre aquel muladar. Tres leonas gigantes como flechas se lanzan sobre el grupo de esclavos que inmolándose está y arremetiendo fieras, para saciar su hambre van devorando cuerpos, su singular manjar. Al final del estrago solo una niña queda. Ha cantado y rezado, inconsciente sin ver que las fieras saciadas, no querían tocarla y que sola quedaba en el túmulo aquel. Como las fieras pasan sin rozar a la niña un gladiador romano desciende al callejón. Se dirige a la arena, dispuesto a la matanza de la débil cristiana que no cede al error. —“¡Que mueran todos ellos! ¡Muera también la niña!” Grita el pueblo romano. Quiere mayor placer. La niña ve querubes que descienden al suelo y se llevan las almas al celestial edén. La niña les sonríe y mira agradecida. Dentro de poco ella también podrá volar al cielo donde fueron ya todos sus hermanos, hacia el descanso eterno. ¡Qué dulce reposar! —“ Hunde tu espada fuerte sobre mi cuerpo débil. Por ti daré la vida, por ti y por los demás, para que no os devore el odio en vuestra frente y al fin todos hermanos tengáis la ansiada paz”. El gladiador vacila. Aquella humilde niña le había demostrado su error, su loco afán. Se siente tan culpable que el brazo no obedece. No quiere dar el golpe que le ha de traspasar. Un clamor de disgusto se eleva en las tribunas. Le reclaman la muerte que se negaba a dar y avergonzado y triste gruesas lágrimas vierte. Mirando está a la niña que reza sin cesar. —“¡Criminales, canallas!”, grita el fuerte romano. “¿A una niña inocente tendré yo que inmolar? Sois peores que fieras, despiadados, malditos. Bajad vosotros mismos, conmigo aquí a luchar”. El coraje y el odio corre por las tribunas. Piden la muerte de ambos. Los patricios también y el Pretor da la orden de que se abran las jaulas de los cuatro leones que con más hambre estén. Se han abierto las jaulas, los leones se acercan. El gladiador romano trata de defender con su cuerpo a la niña que le anima y conforta, rezando al Padre Eterno que le done la fe. Los leones atacan por los cuatro costados. Al león que de frente imponente saltó le acuchilla en el vientre y al segundo entretiene con la red que a sus fauces como trampa arrojó. Pero en vano, entretanto los leones restantes saltan sobre la niña y una herida mortal se desgrana en su frene como rosa marchita, deshojada en el circo de la Roma imperial. El gladiador se vuelve. A sus pies ha expirado la inocente chiquilla, blanca flor celestial y un perfume de rosas, esparcido en el aire se ha extendido hasta el cielo, donde va a reposar. Los leones acechan. El descuido le pierde y se lanzan enormes con sus garras sobre él, destrozando sus muslos y tendones calientes. En un charco de sangre muere el valiente aquel. Los aplausos retumban en el circo romano y en señal de alegría con gran admiración hay aplauden las turbas la esplendidez augusta del Pretor que dio a Roma la excelente función. —“¡Por vosotros mi sangre, por vosotros, romanos, para que en vuestro pecho nunca el odio se dé, para que los esclavos sean vuestros hermanos y en vuestra alma quiera Dios encender la fe! Un rugido de ira lanza el pueblo romano. ¿Quién es aquel impío para poder hablar? ¡Ha insultado a los dioses! Alzan todos la mano, le maldicen, le ofenden. ¡Qué locura es amar! En un salto gigante se ha lanzado la fiera contra su pecho noble que empieza a devorar. Ríe la turba impía; él está destrozado. Corre su sangre pura sobre aquel muladar. Tres leonas gigantes como flechas se lanzan sobre el grupo de esclavos que inmolándose está y arremetiendo fieras, para saciar su hambre van devorando cuerpos, su singular manjar. Al final del estrago solo una niña queda. Ha cantado y rezado, inconsciente sin ver que las fieras saciadas, no querían tocarla y que sola quedaba en el túmulo aquel. Como las fieras pasan sin rozar a la niña un gladiador romano desciende al callejón. Se dirige a la arena, dispuesto a la matanza de la débil cristiana que no cede al error. —“¡Que mueran todos ellos! ¡Muera también la niña!” Grita el pueblo romano. Quiere mayor placer. La niña ve querubes que descienden al suelo y se llevan las almas al celestial edén. La niña les sonríe y mira agradecida. Dentro de poco ella también podrá volar al cielo donde fueron ya todos sus hermanos, hacia el descanso eterno. ¡Qué dulce reposar! —“ Hunde tu espada fuerte sobre mi cuerpo débil. Por ti daré la vida, por ti y por los demás, para que no os devore el odio en vuestra frente y al fin todos hermanos tengáis la ansiada paz”. El gladiador vacila. Aquella humilde niña le había demostrado su error, su loco afán. Se siente tan culpable que el brazo no obedece. No quiere dar el golpe que le ha de traspasar. Un clamor de disgusto se eleva en las tribunas. Le reclaman la muerte que se negaba a dar y avergonzado y triste gruesas lágrimas vierte. Mirando está a la niña que reza sin cesar. —“¡Criminales, canallas!”, grita el fuerte romano. “¿A una niña inocente tendré yo que inmolar? Sois peores que fieras, despiadados, malditos. Bajad vosotros mismos, conmigo aquí a luchar”. El coraje y el odio corre por las tribunas. Piden la muerte de ambos. Los patricios también y el Pretor da la orden de que se abran las jaulas de los cuatro leones que con más hambre estén. Se han abierto las jaulas, los leones se acercan. El gladiador romano trata de defender con su cuerpo a la niña que le anima y conforta, rezando al Padre Eterno que le done la fe. Los leones atacan por los cuatro costados. Al león que de frente imponente saltó le acuchilla en el vientre y al segundo entretiene con la red que a sus fauces como trampa arrojó. Pero en vano, entretanto los leones restantes saltan sobre la niña y una herida mortal se desgrana en su frene como rosa marchita, deshojada en el circo de la Roma imperial. El gladiador se vuelve. A sus pies ha expirado la inocente chiquilla, blanca flor celestial y un perfume de rosas, esparcido en el aire se ha extendido hasta el cielo, donde va a reposar. Los leones acechan. El descuido le pierde y se lanzan enormes con sus garras sobre él, destrozando sus muslos y tendones calientes. En un charco de sangre muere el valiente aquel. Los aplausos retumban en el circo romano y en señal de alegría con gran admiración hay aplauden las turbas la esplendidez augusta del Pretor que dio a Roma la excelente función. Un rugido de ira lanza el pueblo romano. ¿Quién es aquel impío para poder hablar? ¡Ha insultado a los dioses! Alzan todos la mano, le maldicen, le ofenden. ¡Qué locura es amar! En un salto gigante se ha lanzado la fiera contra su pecho noble que empieza a devorar. Ríe la turba impía; él está destrozado. Corre su sangre pura sobre aquel muladar. Tres leonas gigantes como flechas se lanzan sobre el grupo de esclavos que inmolándose está y arremetiendo fieras, para saciar su hambre van devorando cuerpos, su singular manjar. Al final del estrago solo una niña queda. Ha cantado y rezado, inconsciente sin ver que las fieras saciadas, no querían tocarla y que sola quedaba en el túmulo aquel. Como las fieras pasan sin rozar a la niña un gladiador romano desciende al callejón. Se dirige a la arena, dispuesto a la matanza de la débil cristiana que no cede al error. —“¡Que mueran todos ellos! ¡Muera también la niña!” Grita el pueblo romano. Quiere mayor placer. La niña ve querubes que descienden al suelo y se llevan las almas al celestial edén. La niña les sonríe y mira agradecida. Dentro de poco ella también podrá volar al cielo donde fueron ya todos sus hermanos, hacia el descanso eterno. ¡Qué dulce reposar! —“ Hunde tu espada fuerte sobre mi cuerpo débil. Por ti daré la vida, por ti y por los demás, para que no os devore el odio en vuestra frente y al fin todos hermanos tengáis la ansiada paz”. El gladiador vacila. Aquella humilde niña le había demostrado su error, su loco afán. Se siente tan culpable que el brazo no obedece. No quiere dar el golpe que le ha de traspasar. Un clamor de disgusto se eleva en las tribunas. Le reclaman la muerte que se negaba a dar y avergonzado y triste gruesas lágrimas vierte. Mirando está a la niña que reza sin cesar. —“¡Criminales, canallas!”, grita el fuerte romano. “¿A una niña inocente tendré yo que inmolar? Sois peores que fieras, despiadados, malditos. Bajad vosotros mismos, conmigo aquí a luchar”. El coraje y el odio corre por las tribunas. Piden la muerte de ambos. Los patricios también y el Pretor da la orden de que se abran las jaulas de los cuatro leones que con más hambre estén. Se han abierto las jaulas, los leones se acercan. El gladiador romano trata de defender con su cuerpo a la niña que le anima y conforta, rezando al Padre Eterno que le done la fe. Los leones atacan por los cuatro costados. Al león que de frente imponente saltó le acuchilla en el vientre y al segundo entretiene con la red que a sus fauces como trampa arrojó. Pero en vano, entretanto los leones restantes saltan sobre la niña y una herida mortal se desgrana en su frene como rosa marchita, deshojada en el circo de la Roma imperial. El gladiador se vuelve. A sus pies ha expirado la inocente chiquilla, blanca flor celestial y un perfume de rosas, esparcido en el aire se ha extendido hasta el cielo, donde va a reposar. Los leones acechan. El descuido le pierde y se lanzan enormes con sus garras sobre él, destrozando sus muslos y tendones calientes. En un charco de sangre muere el valiente aquel. Los aplausos retumban en el circo romano y en señal de alegría con gran admiración hay aplauden las turbas la esplendidez augusta del Pretor que dio a Roma la excelente función. En un salto gigante se ha lanzado la fiera contra su pecho noble que empieza a devorar. Ríe la turba impía; él está destrozado. Corre su sangre pura sobre aquel muladar. Tres leonas gigantes como flechas se lanzan sobre el grupo de esclavos que inmolándose está y arremetiendo fieras, para saciar su hambre van devorando cuerpos, su singular manjar. Al final del estrago solo una niña queda. Ha cantado y rezado, inconsciente sin ver que las fieras saciadas, no querían tocarla y que sola quedaba en el túmulo aquel. Como las fieras pasan sin rozar a la niña un gladiador romano desciende al callejón. Se dirige a la arena, dispuesto a la matanza de la débil cristiana que no cede al error. —“¡Que mueran todos ellos! ¡Muera también la niña!” Grita el pueblo romano. Quiere mayor placer. La niña ve querubes que descienden al suelo y se llevan las almas al celestial edén. La niña les sonríe y mira agradecida. Dentro de poco ella también podrá volar al cielo donde fueron ya todos sus hermanos, hacia el descanso eterno. ¡Qué dulce reposar! —“ Hunde tu espada fuerte sobre mi cuerpo débil. Por ti daré la vida, por ti y por los demás, para que no os devore el odio en vuestra frente y al fin todos hermanos tengáis la ansiada paz”. El gladiador vacila. Aquella humilde niña le había demostrado su error, su loco afán. Se siente tan culpable que el brazo no obedece. No quiere dar el golpe que le ha de traspasar. Un clamor de disgusto se eleva en las tribunas. Le reclaman la muerte que se negaba a dar y avergonzado y triste gruesas lágrimas vierte. Mirando está a la niña que reza sin cesar. —“¡Criminales, canallas!”, grita el fuerte romano. “¿A una niña inocente tendré yo que inmolar? Sois peores que fieras, despiadados, malditos. Bajad vosotros mismos, conmigo aquí a luchar”. El coraje y el odio corre por las tribunas. Piden la muerte de ambos. Los patricios también y el Pretor da la orden de que se abran las jaulas de los cuatro leones que con más hambre estén. Se han abierto las jaulas, los leones se acercan. El gladiador romano trata de defender con su cuerpo a la niña que le anima y conforta, rezando al Padre Eterno que le done la fe. Los leones atacan por los cuatro costados. Al león que de frente imponente saltó le acuchilla en el vientre y al segundo entretiene con la red que a sus fauces como trampa arrojó. Pero en vano, entretanto los leones restantes saltan sobre la niña y una herida mortal se desgrana en su frene como rosa marchita, deshojada en el circo de la Roma imperial. El gladiador se vuelve. A sus pies ha expirado la inocente chiquilla, blanca flor celestial y un perfume de rosas, esparcido en el aire se ha extendido hasta el cielo, donde va a reposar. Los leones acechan. El descuido le pierde y se lanzan enormes con sus garras sobre él, destrozando sus muslos y tendones calientes. En un charco de sangre muere el valiente aquel. Los aplausos retumban en el circo romano y en señal de alegría con gran admiración hay aplauden las turbas la esplendidez augusta del Pretor que dio a Roma la excelente función. Tres leonas gigantes como flechas se lanzan sobre el grupo de esclavos que inmolándose está y arremetiendo fieras, para saciar su hambre van devorando cuerpos, su singular manjar. Al final del estrago solo una niña queda. Ha cantado y rezado, inconsciente sin ver que las fieras saciadas, no querían tocarla y que sola quedaba en el túmulo aquel. Como las fieras pasan sin rozar a la niña un gladiador romano desciende al callejón. Se dirige a la arena, dispuesto a la matanza de la débil cristiana que no cede al error. —“¡Que mueran todos ellos! ¡Muera también la niña!” Grita el pueblo romano. Quiere mayor placer. La niña ve querubes que descienden al suelo y se llevan las almas al celestial edén. La niña les sonríe y mira agradecida. Dentro de poco ella también podrá volar al cielo donde fueron ya todos sus hermanos, hacia el descanso eterno. ¡Qué dulce reposar! —“ Hunde tu espada fuerte sobre mi cuerpo débil. Por ti daré la vida, por ti y por los demás, para que no os devore el odio en vuestra frente y al fin todos hermanos tengáis la ansiada paz”. El gladiador vacila. Aquella humilde niña le había demostrado su error, su loco afán. Se siente tan culpable que el brazo no obedece. No quiere dar el golpe que le ha de traspasar. Un clamor de disgusto se eleva en las tribunas. Le reclaman la muerte que se negaba a dar y avergonzado y triste gruesas lágrimas vierte. Mirando está a la niña que reza sin cesar. —“¡Criminales, canallas!”, grita el fuerte romano. “¿A una niña inocente tendré yo que inmolar? Sois peores que fieras, despiadados, malditos. Bajad vosotros mismos, conmigo aquí a luchar”. El coraje y el odio corre por las tribunas. Piden la muerte de ambos. Los patricios también y el Pretor da la orden de que se abran las jaulas de los cuatro leones que con más hambre estén. Se han abierto las jaulas, los leones se acercan. El gladiador romano trata de defender con su cuerpo a la niña que le anima y conforta, rezando al Padre Eterno que le done la fe. Los leones atacan por los cuatro costados. Al león que de frente imponente saltó le acuchilla en el vientre y al segundo entretiene con la red que a sus fauces como trampa arrojó. Pero en vano, entretanto los leones restantes saltan sobre la niña y una herida mortal se desgrana en su frene como rosa marchita, deshojada en el circo de la Roma imperial. El gladiador se vuelve. A sus pies ha expirado la inocente chiquilla, blanca flor celestial y un perfume de rosas, esparcido en el aire se ha extendido hasta el cielo, donde va a reposar. Los leones acechan. El descuido le pierde y se lanzan enormes con sus garras sobre él, destrozando sus muslos y tendones calientes. En un charco de sangre muere el valiente aquel. Los aplausos retumban en el circo romano y en señal de alegría con gran admiración hay aplauden las turbas la esplendidez augusta del Pretor que dio a Roma la excelente función. Al final del estrago solo una niña queda. Ha cantado y rezado, inconsciente sin ver que las fieras saciadas, no querían tocarla y que sola quedaba en el túmulo aquel. Como las fieras pasan sin rozar a la niña un gladiador romano desciende al callejón. Se dirige a la arena, dispuesto a la matanza de la débil cristiana que no cede al error. —“¡Que mueran todos ellos! ¡Muera también la niña!” Grita el pueblo romano. Quiere mayor placer. La niña ve querubes que descienden al suelo y se llevan las almas al celestial edén. La niña les sonríe y mira agradecida. Dentro de poco ella también podrá volar al cielo donde fueron ya todos sus hermanos, hacia el descanso eterno. ¡Qué dulce reposar! —“ Hunde tu espada fuerte sobre mi cuerpo débil. Por ti daré la vida, por ti y por los demás, para que no os devore el odio en vuestra frente y al fin todos hermanos tengáis la ansiada paz”. El gladiador vacila. Aquella humilde niña le había demostrado su error, su loco afán. Se siente tan culpable que el brazo no obedece. No quiere dar el golpe que le ha de traspasar. Un clamor de disgusto se eleva en las tribunas. Le reclaman la muerte que se negaba a dar y avergonzado y triste gruesas lágrimas vierte. Mirando está a la niña que reza sin cesar. —“¡Criminales, canallas!”, grita el fuerte romano. “¿A una niña inocente tendré yo que inmolar? Sois peores que fieras, despiadados, malditos. Bajad vosotros mismos, conmigo aquí a luchar”. El coraje y el odio corre por las tribunas. Piden la muerte de ambos. Los patricios también y el Pretor da la orden de que se abran las jaulas de los cuatro leones que con más hambre estén. Se han abierto las jaulas, los leones se acercan. El gladiador romano trata de defender con su cuerpo a la niña que le anima y conforta, rezando al Padre Eterno que le done la fe. Los leones atacan por los cuatro costados. Al león que de frente imponente saltó le acuchilla en el vientre y al segundo entretiene con la red que a sus fauces como trampa arrojó. Pero en vano, entretanto los leones restantes saltan sobre la niña y una herida mortal se desgrana en su frene como rosa marchita, deshojada en el circo de la Roma imperial. El gladiador se vuelve. A sus pies ha expirado la inocente chiquilla, blanca flor celestial y un perfume de rosas, esparcido en el aire se ha extendido hasta el cielo, donde va a reposar. Los leones acechan. El descuido le pierde y se lanzan enormes con sus garras sobre él, destrozando sus muslos y tendones calientes. En un charco de sangre muere el valiente aquel. Los aplausos retumban en el circo romano y en señal de alegría con gran admiración hay aplauden las turbas la esplendidez augusta del Pretor que dio a Roma la excelente función. Como las fieras pasan sin rozar a la niña un gladiador romano desciende al callejón. Se dirige a la arena, dispuesto a la matanza de la débil cristiana que no cede al error. —“¡Que mueran todos ellos! ¡Muera también la niña!” Grita el pueblo romano. Quiere mayor placer. La niña ve querubes que descienden al suelo y se llevan las almas al celestial edén. La niña les sonríe y mira agradecida. Dentro de poco ella también podrá volar al cielo donde fueron ya todos sus hermanos, hacia el descanso eterno. ¡Qué dulce reposar! —“ Hunde tu espada fuerte sobre mi cuerpo débil. Por ti daré la vida, por ti y por los demás, para que no os devore el odio en vuestra frente y al fin todos hermanos tengáis la ansiada paz”. El gladiador vacila. Aquella humilde niña le había demostrado su error, su loco afán. Se siente tan culpable que el brazo no obedece. No quiere dar el golpe que le ha de traspasar. Un clamor de disgusto se eleva en las tribunas. Le reclaman la muerte que se negaba a dar y avergonzado y triste gruesas lágrimas vierte. Mirando está a la niña que reza sin cesar. —“¡Criminales, canallas!”, grita el fuerte romano. “¿A una niña inocente tendré yo que inmolar? Sois peores que fieras, despiadados, malditos. Bajad vosotros mismos, conmigo aquí a luchar”. El coraje y el odio corre por las tribunas. Piden la muerte de ambos. Los patricios también y el Pretor da la orden de que se abran las jaulas de los cuatro leones que con más hambre estén. Se han abierto las jaulas, los leones se acercan. El gladiador romano trata de defender con su cuerpo a la niña que le anima y conforta, rezando al Padre Eterno que le done la fe. Los leones atacan por los cuatro costados. Al león que de frente imponente saltó le acuchilla en el vientre y al segundo entretiene con la red que a sus fauces como trampa arrojó. Pero en vano, entretanto los leones restantes saltan sobre la niña y una herida mortal se desgrana en su frene como rosa marchita, deshojada en el circo de la Roma imperial. El gladiador se vuelve. A sus pies ha expirado la inocente chiquilla, blanca flor celestial y un perfume de rosas, esparcido en el aire se ha extendido hasta el cielo, donde va a reposar. Los leones acechan. El descuido le pierde y se lanzan enormes con sus garras sobre él, destrozando sus muslos y tendones calientes. En un charco de sangre muere el valiente aquel. Los aplausos retumban en el circo romano y en señal de alegría con gran admiración hay aplauden las turbas la esplendidez augusta del Pretor que dio a Roma la excelente función. —“¡Que mueran todos ellos! ¡Muera también la niña!” Grita el pueblo romano. Quiere mayor placer. La niña ve querubes que descienden al suelo y se llevan las almas al celestial edén. La niña les sonríe y mira agradecida. Dentro de poco ella también podrá volar al cielo donde fueron ya todos sus hermanos, hacia el descanso eterno. ¡Qué dulce reposar! —“ Hunde tu espada fuerte sobre mi cuerpo débil. Por ti daré la vida, por ti y por los demás, para que no os devore el odio en vuestra frente y al fin todos hermanos tengáis la ansiada paz”. El gladiador vacila. Aquella humilde niña le había demostrado su error, su loco afán. Se siente tan culpable que el brazo no obedece. No quiere dar el golpe que le ha de traspasar. Un clamor de disgusto se eleva en las tribunas. Le reclaman la muerte que se negaba a dar y avergonzado y triste gruesas lágrimas vierte. Mirando está a la niña que reza sin cesar. —“¡Criminales, canallas!”, grita el fuerte romano. “¿A una niña inocente tendré yo que inmolar? Sois peores que fieras, despiadados, malditos. Bajad vosotros mismos, conmigo aquí a luchar”. El coraje y el odio corre por las tribunas. Piden la muerte de ambos. Los patricios también y el Pretor da la orden de que se abran las jaulas de los cuatro leones que con más hambre estén. Se han abierto las jaulas, los leones se acercan. El gladiador romano trata de defender con su cuerpo a la niña que le anima y conforta, rezando al Padre Eterno que le done la fe. Los leones atacan por los cuatro costados. Al león que de frente imponente saltó le acuchilla en el vientre y al segundo entretiene con la red que a sus fauces como trampa arrojó. Pero en vano, entretanto los leones restantes saltan sobre la niña y una herida mortal se desgrana en su frene como rosa marchita, deshojada en el circo de la Roma imperial. El gladiador se vuelve. A sus pies ha expirado la inocente chiquilla, blanca flor celestial y un perfume de rosas, esparcido en el aire se ha extendido hasta el cielo, donde va a reposar. Los leones acechan. El descuido le pierde y se lanzan enormes con sus garras sobre él, destrozando sus muslos y tendones calientes. En un charco de sangre muere el valiente aquel. Los aplausos retumban en el circo romano y en señal de alegría con gran admiración hay aplauden las turbas la esplendidez augusta del Pretor que dio a Roma la excelente función. La niña les sonríe y mira agradecida. Dentro de poco ella también podrá volar al cielo donde fueron ya todos sus hermanos, hacia el descanso eterno. ¡Qué dulce reposar! —“ Hunde tu espada fuerte sobre mi cuerpo débil. Por ti daré la vida, por ti y por los demás, para que no os devore el odio en vuestra frente y al fin todos hermanos tengáis la ansiada paz”. El gladiador vacila. Aquella humilde niña le había demostrado su error, su loco afán. Se siente tan culpable que el brazo no obedece. No quiere dar el golpe que le ha de traspasar. Un clamor de disgusto se eleva en las tribunas. Le reclaman la muerte que se negaba a dar y avergonzado y triste gruesas lágrimas vierte. Mirando está a la niña que reza sin cesar. —“¡Criminales, canallas!”, grita el fuerte romano. “¿A una niña inocente tendré yo que inmolar? Sois peores que fieras, despiadados, malditos. Bajad vosotros mismos, conmigo aquí a luchar”. El coraje y el odio corre por las tribunas. Piden la muerte de ambos. Los patricios también y el Pretor da la orden de que se abran las jaulas de los cuatro leones que con más hambre estén. Se han abierto las jaulas, los leones se acercan. El gladiador romano trata de defender con su cuerpo a la niña que le anima y conforta, rezando al Padre Eterno que le done la fe. Los leones atacan por los cuatro costados. Al león que de frente imponente saltó le acuchilla en el vientre y al segundo entretiene con la red que a sus fauces como trampa arrojó. Pero en vano, entretanto los leones restantes saltan sobre la niña y una herida mortal se desgrana en su frene como rosa marchita, deshojada en el circo de la Roma imperial. El gladiador se vuelve. A sus pies ha expirado la inocente chiquilla, blanca flor celestial y un perfume de rosas, esparcido en el aire se ha extendido hasta el cielo, donde va a reposar. Los leones acechan. El descuido le pierde y se lanzan enormes con sus garras sobre él, destrozando sus muslos y tendones calientes. En un charco de sangre muere el valiente aquel. Los aplausos retumban en el circo romano y en señal de alegría con gran admiración hay aplauden las turbas la esplendidez augusta del Pretor que dio a Roma la excelente función. —“ Hunde tu espada fuerte sobre mi cuerpo débil. Por ti daré la vida, por ti y por los demás, para que no os devore el odio en vuestra frente y al fin todos hermanos tengáis la ansiada paz”. El gladiador vacila. Aquella humilde niña le había demostrado su error, su loco afán. Se siente tan culpable que el brazo no obedece. No quiere dar el golpe que le ha de traspasar. Un clamor de disgusto se eleva en las tribunas. Le reclaman la muerte que se negaba a dar y avergonzado y triste gruesas lágrimas vierte. Mirando está a la niña que reza sin cesar. —“¡Criminales, canallas!”, grita el fuerte romano. “¿A una niña inocente tendré yo que inmolar? Sois peores que fieras, despiadados, malditos. Bajad vosotros mismos, conmigo aquí a luchar”. El coraje y el odio corre por las tribunas. Piden la muerte de ambos. Los patricios también y el Pretor da la orden de que se abran las jaulas de los cuatro leones que con más hambre estén. Se han abierto las jaulas, los leones se acercan. El gladiador romano trata de defender con su cuerpo a la niña que le anima y conforta, rezando al Padre Eterno que le done la fe. Los leones atacan por los cuatro costados. Al león que de frente imponente saltó le acuchilla en el vientre y al segundo entretiene con la red que a sus fauces como trampa arrojó. Pero en vano, entretanto los leones restantes saltan sobre la niña y una herida mortal se desgrana en su frene como rosa marchita, deshojada en el circo de la Roma imperial. El gladiador se vuelve. A sus pies ha expirado la inocente chiquilla, blanca flor celestial y un perfume de rosas, esparcido en el aire se ha extendido hasta el cielo, donde va a reposar. Los leones acechan. El descuido le pierde y se lanzan enormes con sus garras sobre él, destrozando sus muslos y tendones calientes. En un charco de sangre muere el valiente aquel. Los aplausos retumban en el circo romano y en señal de alegría con gran admiración hay aplauden las turbas la esplendidez augusta del Pretor que dio a Roma la excelente función. El gladiador vacila. Aquella humilde niña le había demostrado su error, su loco afán. Se siente tan culpable que el brazo no obedece. No quiere dar el golpe que le ha de traspasar. Un clamor de disgusto se eleva en las tribunas. Le reclaman la muerte que se negaba a dar y avergonzado y triste gruesas lágrimas vierte. Mirando está a la niña que reza sin cesar. —“¡Criminales, canallas!”, grita el fuerte romano. “¿A una niña inocente tendré yo que inmolar? Sois peores que fieras, despiadados, malditos. Bajad vosotros mismos, conmigo aquí a luchar”. El coraje y el odio corre por las tribunas. Piden la muerte de ambos. Los patricios también y el Pretor da la orden de que se abran las jaulas de los cuatro leones que con más hambre estén. Se han abierto las jaulas, los leones se acercan. El gladiador romano trata de defender con su cuerpo a la niña que le anima y conforta, rezando al Padre Eterno que le done la fe. Los leones atacan por los cuatro costados. Al león que de frente imponente saltó le acuchilla en el vientre y al segundo entretiene con la red que a sus fauces como trampa arrojó. Pero en vano, entretanto los leones restantes saltan sobre la niña y una herida mortal se desgrana en su frene como rosa marchita, deshojada en el circo de la Roma imperial. El gladiador se vuelve. A sus pies ha expirado la inocente chiquilla, blanca flor celestial y un perfume de rosas, esparcido en el aire se ha extendido hasta el cielo, donde va a reposar. Los leones acechan. El descuido le pierde y se lanzan enormes con sus garras sobre él, destrozando sus muslos y tendones calientes. En un charco de sangre muere el valiente aquel. Los aplausos retumban en el circo romano y en señal de alegría con gran admiración hay aplauden las turbas la esplendidez augusta del Pretor que dio a Roma la excelente función. Un clamor de disgusto se eleva en las tribunas. Le reclaman la muerte que se negaba a dar y avergonzado y triste gruesas lágrimas vierte. Mirando está a la niña que reza sin cesar. —“¡Criminales, canallas!”, grita el fuerte romano. “¿A una niña inocente tendré yo que inmolar? Sois peores que fieras, despiadados, malditos. Bajad vosotros mismos, conmigo aquí a luchar”. El coraje y el odio corre por las tribunas. Piden la muerte de ambos. Los patricios también y el Pretor da la orden de que se abran las jaulas de los cuatro leones que con más hambre estén. Se han abierto las jaulas, los leones se acercan. El gladiador romano trata de defender con su cuerpo a la niña que le anima y conforta, rezando al Padre Eterno que le done la fe. Los leones atacan por los cuatro costados. Al león que de frente imponente saltó le acuchilla en el vientre y al segundo entretiene con la red que a sus fauces como trampa arrojó. Pero en vano, entretanto los leones restantes saltan sobre la niña y una herida mortal se desgrana en su frene como rosa marchita, deshojada en el circo de la Roma imperial. El gladiador se vuelve. A sus pies ha expirado la inocente chiquilla, blanca flor celestial y un perfume de rosas, esparcido en el aire se ha extendido hasta el cielo, donde va a reposar. Los leones acechan. El descuido le pierde y se lanzan enormes con sus garras sobre él, destrozando sus muslos y tendones calientes. En un charco de sangre muere el valiente aquel. Los aplausos retumban en el circo romano y en señal de alegría con gran admiración hay aplauden las turbas la esplendidez augusta del Pretor que dio a Roma la excelente función. —“¡Criminales, canallas!”, grita el fuerte romano. “¿A una niña inocente tendré yo que inmolar? Sois peores que fieras, despiadados, malditos. Bajad vosotros mismos, conmigo aquí a luchar”. El coraje y el odio corre por las tribunas. Piden la muerte de ambos. Los patricios también y el Pretor da la orden de que se abran las jaulas de los cuatro leones que con más hambre estén. Se han abierto las jaulas, los leones se acercan. El gladiador romano trata de defender con su cuerpo a la niña que le anima y conforta, rezando al Padre Eterno que le done la fe. Los leones atacan por los cuatro costados. Al león que de frente imponente saltó le acuchilla en el vientre y al segundo entretiene con la red que a sus fauces como trampa arrojó. Pero en vano, entretanto los leones restantes saltan sobre la niña y una herida mortal se desgrana en su frene como rosa marchita, deshojada en el circo de la Roma imperial. El gladiador se vuelve. A sus pies ha expirado la inocente chiquilla, blanca flor celestial y un perfume de rosas, esparcido en el aire se ha extendido hasta el cielo, donde va a reposar. Los leones acechan. El descuido le pierde y se lanzan enormes con sus garras sobre él, destrozando sus muslos y tendones calientes. En un charco de sangre muere el valiente aquel. Los aplausos retumban en el circo romano y en señal de alegría con gran admiración hay aplauden las turbas la esplendidez augusta del Pretor que dio a Roma la excelente función. El coraje y el odio corre por las tribunas. Piden la muerte de ambos. Los patricios también y el Pretor da la orden de que se abran las jaulas de los cuatro leones que con más hambre estén. Se han abierto las jaulas, los leones se acercan. El gladiador romano trata de defender con su cuerpo a la niña que le anima y conforta, rezando al Padre Eterno que le done la fe. Los leones atacan por los cuatro costados. Al león que de frente imponente saltó le acuchilla en el vientre y al segundo entretiene con la red que a sus fauces como trampa arrojó. Pero en vano, entretanto los leones restantes saltan sobre la niña y una herida mortal se desgrana en su frene como rosa marchita, deshojada en el circo de la Roma imperial. El gladiador se vuelve. A sus pies ha expirado la inocente chiquilla, blanca flor celestial y un perfume de rosas, esparcido en el aire se ha extendido hasta el cielo, donde va a reposar. Los leones acechan. El descuido le pierde y se lanzan enormes con sus garras sobre él, destrozando sus muslos y tendones calientes. En un charco de sangre muere el valiente aquel. Los aplausos retumban en el circo romano y en señal de alegría con gran admiración hay aplauden las turbas la esplendidez augusta del Pretor que dio a Roma la excelente función. Se han abierto las jaulas, los leones se acercan. El gladiador romano trata de defender con su cuerpo a la niña que le anima y conforta, rezando al Padre Eterno que le done la fe. Los leones atacan por los cuatro costados. Al león que de frente imponente saltó le acuchilla en el vientre y al segundo entretiene con la red que a sus fauces como trampa arrojó. Pero en vano, entretanto los leones restantes saltan sobre la niña y una herida mortal se desgrana en su frene como rosa marchita, deshojada en el circo de la Roma imperial. El gladiador se vuelve. A sus pies ha expirado la inocente chiquilla, blanca flor celestial y un perfume de rosas, esparcido en el aire se ha extendido hasta el cielo, donde va a reposar. Los leones acechan. El descuido le pierde y se lanzan enormes con sus garras sobre él, destrozando sus muslos y tendones calientes. En un charco de sangre muere el valiente aquel. Los aplausos retumban en el circo romano y en señal de alegría con gran admiración hay aplauden las turbas la esplendidez augusta del Pretor que dio a Roma la excelente función. Los leones atacan por los cuatro costados. Al león que de frente imponente saltó le acuchilla en el vientre y al segundo entretiene con la red que a sus fauces como trampa arrojó. Pero en vano, entretanto los leones restantes saltan sobre la niña y una herida mortal se desgrana en su frene como rosa marchita, deshojada en el circo de la Roma imperial. El gladiador se vuelve. A sus pies ha expirado la inocente chiquilla, blanca flor celestial y un perfume de rosas, esparcido en el aire se ha extendido hasta el cielo, donde va a reposar. Los leones acechan. El descuido le pierde y se lanzan enormes con sus garras sobre él, destrozando sus muslos y tendones calientes. En un charco de sangre muere el valiente aquel. Los aplausos retumban en el circo romano y en señal de alegría con gran admiración hay aplauden las turbas la esplendidez augusta del Pretor que dio a Roma la excelente función. Pero en vano, entretanto los leones restantes saltan sobre la niña y una herida mortal se desgrana en su frene como rosa marchita, deshojada en el circo de la Roma imperial. El gladiador se vuelve. A sus pies ha expirado la inocente chiquilla, blanca flor celestial y un perfume de rosas, esparcido en el aire se ha extendido hasta el cielo, donde va a reposar. Los leones acechan. El descuido le pierde y se lanzan enormes con sus garras sobre él, destrozando sus muslos y tendones calientes. En un charco de sangre muere el valiente aquel. Los aplausos retumban en el circo romano y en señal de alegría con gran admiración hay aplauden las turbas la esplendidez augusta del Pretor que dio a Roma la excelente función. El gladiador se vuelve. A sus pies ha expirado la inocente chiquilla, blanca flor celestial y un perfume de rosas, esparcido en el aire se ha extendido hasta el cielo, donde va a reposar. Los leones acechan. El descuido le pierde y se lanzan enormes con sus garras sobre él, destrozando sus muslos y tendones calientes. En un charco de sangre muere el valiente aquel. Los aplausos retumban en el circo romano y en señal de alegría con gran admiración hay aplauden las turbas la esplendidez augusta del Pretor que dio a Roma la excelente función. Los leones acechan. El descuido le pierde y se lanzan enormes con sus garras sobre él, destrozando sus muslos y tendones calientes. En un charco de sangre muere el valiente aquel. Los aplausos retumban en el circo romano y en señal de alegría con gran admiración hay aplauden las turbas la esplendidez augusta del Pretor que dio a Roma la excelente función. Los aplausos retumban en el circo romano y en señal de alegría con gran admiración hay aplauden las turbas la esplendidez augusta del Pretor que dio a Roma la excelente función.
es
Aridjis,Homero
<XXI
«Tengo_Ángel»,_Dice_El_Moribundo
«Tengo ángel», dice el moribundo buscando a su alrededor un acompañante que lo conduzca por sus abismos personales. «Tengo ángel», dice cuando se muere, «por fin visible aquel que me guardó en vida». «Tengo ángel», diré yo cuando levante mi ser hacia su ser, como si desde siempre hubiésemos andado juntos. «Tiene ángel», dirá otro ángel, mirando por la ventana cómo nos perdemos de vista en la tarde amarilla.
es
Casal,Julián_del
<XXI
¿Por_Qué_Lloras,_Mi_Pálida_Adorada
—¿Por qué lloras, mi pálida adorada Y doblas la cabeza sobre el pecho? —Una idea me tiene torturada Y siento el corazón pedazos hecho. —Dímela: —¿No te amaron en la vida? —¡Nunca! —Si mientes, permanezco seria. —Pues oye: sólo tuve una querida Que me fue siempre fiel, —¿Quién? —La Miseria. —Dímela: —¿No te amaron en la vida? —¡Nunca! —Si mientes, permanezco seria. —Pues oye: sólo tuve una querida Que me fue siempre fiel, —¿Quién? —La Miseria.
es
Darío,Rubén
<XXI
¿Tienes,_Joven_Amigo,_Ceñida_La_Coraza
¿Tienes, joven amigo, ceñida la coraza para empezar, valiente, la divina pelea? ¿Has visto si resiste el metal de tu idea la furia del mandoble y el peso de la maza? ¿Te sientes con la sangre de la celeste raza que vida con los números pitagóricos crea? ¿Y, como el fuerte Herakles al león de Nemea, a los sangrientos tigres del mal darías caza? ¿Te enternece el azul de una noche tranquila? ¿Escuchas pensativo el sonar de la esquila cuando el Angelus dice el alma de la tarde?... ¿Tu corazón las voces ocultas interpreta? Sigue, entonces, tu rumbo de amor. Eres poeta. La belleza te cubra de luz y Dios te guarde. ¿Te enternece el azul de una noche tranquila? ¿Escuchas pensativo el sonar de la esquila cuando el Angelus dice el alma de la tarde?... ¿Tu corazón las voces ocultas interpreta? Sigue, entonces, tu rumbo de amor. Eres poeta. La belleza te cubra de luz y Dios te guarde.
es
Guillén,Jorge
<XXI
Media_Mañana
Los ruidos tararean un susurro Que ya en su cielo sonaría a canto. Susurro aquí, resbala Sobre el sol de las once suavizándose. Creo en la maravilla suficiente De esta calle a las once, Cuando la vida arrecia Con robustez normal, dichosa casi, Humilde, realizada. Las once son, la maravilla es tuya.
es
Fuertes,Gloria
<XXI
En_Este_Apartamento
En este apartamento donde vivo apartada donde me falta todo sin que me falte nada. No es hogar, no hay familia, no es ni piso ni casa, es ataúd cuadrado con vistas a la cuadra. Es celda confortable con todo, sin nada.
es
García_Cabrera,Pedro
<XXI
Voy_Ahora_Camino_De_Mis_Venas
Voy ahora camino de mis venas con la sonrisa al hombro. Me precede una senda de nardos. bemolados, eje de rotación de estas planicies bordadas con un sueño de gacelas a orillas de un estanque pensativo. Sus frentes de cristal son como espejos que idean mis trigales interiores ondularse en un viso de amapolas, que miran la manzana del afecto dividirse en dos cúpulas gemelas en las sienes de un búcaro de mares. Desde las altas cimas de los riesgos contemplo las acequias de mis lavas divagando coágulos de angustia entre bosques de estatuas derruidas por los valles timbrados con el silbo del largo adiós de una vigilia en marcha. Si no te presintiera, cuerpo mío, sostén de mi corona de eminencias, espacio de estas ráfagas insomnes ajustadas a un vuelo de iceberes, pájaro de mi voz, zodiaco abierto de mi espectro vital, me creería cráter lunar o pozo abandonado incubador de larvas de ciclones. Briznas sobre estas rocas inasibles, me planean polícromos recuerdos en sus abstractos laberintos mates, me fluyen a un estero de nostalgia, me ciñen a las curvas siderales de una melancolía sin fronteras. Y debo descender hombros abajo pues un compás sin ritmo todavía me incita con efluvios musicales a recorrer paisajes que florecen sinfonías más ávidas que nunca de hundirse en el regazo que encierra el corazón de las palabras si, vírgenes aún, están desnudas. Sortearé los múltiples picachos que me escuchan bajar hacia los ecos de un olvido de arenas que se rizan contra el rostro de aire de la ausencia. No detendré mi paso en las veredas que vienen de mi ayer. Traen las huellas de los viejos prejuicios incrustados en un campo a traviesa de ilusiones, de lirios como lágrimas que fueron mesones de las altas madrugadas perdidas en la noche, de tantos lloviznados calendarios —rojos de amor y negros de tormenta— que al ajedrez jugaron con mis horas en la piel luminosa de los días. Todas estas imágenes poliédricas son grifos aspirantes que quisiesen volverme de aquel tiempo a las espaldas, retroausentar mi hoy, manumitirme de estos vilanos de cristales rotos que escarchan de aluviones puntiagudos la respirable herida de mi atmósfera. Más al fondo de mí puede que broten las galerías de mis nieves hondas durmiendo boreales ventisqueros con una voluntad de porcelana. Acaso alguna boca cristalina con la fría sonrisa transparente de la última náyade ahogada en el verso de égloga de un río. Tal vez una cautiva cabellera ya en el azar impresa de un eclipse o un ánfora de hielos amorosos con una vaga ensoñación marina o una llama roída por el fuego de su cósmica arcilla enajenada: toda una colección de golondrinas, dulces espuelas de un raudal de oboes, que dejó la semblanza de sus pulsos en el párpado ardiente de mi alero. Oh días taladrados, oh mejillas de soledad, tambor de aire vacío que marca los redobles de los ecos. Bordearé las cumbres que me piensan pastor de incertidumbres, aquí donde los ojos que espigan las praderas de la lluvia enhebran de la luz la infancia de oro —miradas recién hechas en la fuente que mana de un costado de la aurora, silabeos de pámpanos, guedejas— que serán acto y lenguaje en el nadir de una amistad de trigo. Debo andar a la altura de mi pecho pues el timón de nardos que me guía zigzaguea relámpagos enanos como un acordeón de mariposas. Y sigo esta madeja devanándose que no sé dónde irá, qué rumbo lleva, qué sorpresa viva guardará su piñata de horizontes. La miro por debajo de sí misma, cuatro grados al sur de aquella tarde entreabierta en el tallo del encuentro, pétalos de dos fechas convergentes en la corola ardiendo de la guerra. Y la veo doblar recodos de agua, cabos que me penetran gozo adentro, puntas de la ilusión donde se amarran los cables de unas conchas que recuerdan el rapto de sus íntimos orientes, oh banda de cristal que condecoras los mares de mis costas interiores. Navégame las calmas, canta tu amanecer sobre las crestas de los gallos de espuma de mis olas y tus nardos serán puente de plata por cuyas pasarelas jubilosas huirán dentelladas y jaurías acosadoras de mis ciervos blancos. Bajo estas ondas mudas se encabritan vórtices de puñales al acecho, la neblina de rosas que enmascara la flecha venatoria del instinto, las sirtes que se engullen el equilibrio azul de un alma sola. Pero yo duermo con la voz despierta, oh, tú, carlinga mía, que desbordas el ritmo impar de un cántaro de estelas. Oh chalupa a mis músculos atada, submarino y avión de los deseos, buche de sal y vértigo de escollos prendidos a la red de mis arterias. Oh pleamar de velas triangulares, labio y orilla, múrice y jadeo de tus profundos frenesíes de algas. Oh saltos de tritón tornasolado, lancha donde navega oceanías el ramo de marfil de mis cuadernas. Oh espiral y redil de los suspiros, bitácora de nortes de ternura, cómo braceas, cómo te levantas sobre el ancho acueducto de tu frente balanceando la guirnalda en ruta hacia la inusitada primavera. Cómo te encrespas, cómo te defiendes, líquidos pirineos de esmeralda, cerrándole a los nardos el camino de la nítida isla que transcurre en el aliento de su estar varada: noche, día o crepúsculo; raíz, estrella, sed, puño o cilicio; daga, tigre, huracán o garra viva, tic-tac de sol o pálida burbuja del ordenado sueño de la nada. Y sigues, esquiadora de mis hielos, ya dulce imán de un polo constelado. Qué alta seguridad la de tus remos, cinta velera más que riel alguno, entre los torbellinos solidarios que sacuden tu gracia de amazona. Y avanzando por ti sobre mí mismo te presiento llegar por mis arcadas que alabean el mármol de tu escorzo como un latido tuyo en mis confines. Y cuán libre te dejan mis lebreles entretenidos en jugar las letras de tu nombre de nácar con el mío. Si mis mares resisten a tu paso es porque siempre floten tus audaces rastros del caminar, total presencia de ti cuando te alcanzas a ti misma en un desbordamiento de llanura. Mas escucha el secreto pensamiento de esta gran cordillera de vaivenes: «Blanca vela que cruzas mis umbrales como una vía láctea caída, sé tú mi corazón —trino y molusco— en la concha perfecta de mi pecho. Me ceñiré a tu cuerpo sin mojarte la sombra que recluyes en tu nido. Me haré una gruta en mis adentros de agua dócil como un espejo al recogerte. Me tallaré en facetas porque logre balizar tu blancura las tinieblas. Si quieres zambullir seré escafandra; si quieras volar seré gaviota; si frío de coral, verde manguito; cristal de roca para tus collares y abanico de espuma en una playa. Seré lo que tú quieras que yo sea, siempre que no me quiebren las mudanzas mi voluntad de sonreír al viento aún cuando sal me llore la memoria, pues soy aquella ola que a Leandro le sirvió a su cabeza de almohada cuando las zarzas del amor helaron su brulote de sangre a la deriva». Yo no sé si oirías estas voces donde la soledad vivaqueaba a ras de tu carrera en mis andenes. No sé si detendrías la mirada por este repertorio de estaciones con nombre de tus gestos y ademanes. O si llena de ti proseguirías como el mensaje de la luz de un astro transportando las frutas del color. Rendido de fatigas mercuriales me tiendo a descansar. En la mano borrosa de la noche, por un cauce de nardos bemolados, un horóscopo riela ambigüedades. Y un ingrávido elixir me descorre cortinas y cerrojos. Blanca vela que cruzas mis umbrales como una vía láctea caída, sé tú mi corazón en la concha perfecta de mi pecho. Me ceñiré a tu cuerpo sin mojarte la sombra que recluyes en tu nido. Me haré una gruta en mis adentros de agua dócil como un espejo al recogerte. Me tallaré en facetas porque logre balizar tu blancura las tinieblas. Si quieres zambullir seré escafandra; si quieras volar seré gaviota; si frío de coral, verde manguito; cristal de roca para tus collares y abanico de espuma en una playa. Seré lo que tú quieras que yo sea, siempre que no me quiebren las mudanzas mi voluntad de sonreír al viento aún cuando sal me llore la memoria, pues soy aquella ola que a Leandro le sirvió a su cabeza de almohada cuando las zarzas del amor helaron su brulote de sangre a la deriva
es
Guillén,Jorge
<XXI
Ratas_Son,_Ratas_Del_Perdido_Barco
Ratas son, ratas del perdido barco, Todavía vivientes en deshechos Mástiles y tablones. Ya los pechos De la tripulación no son el arco Que flecha impulsos hacia el día (Zarco Fue también con la espuma por los techos Del Tiépolo estival). ¡Ya tan estrechos Los alientos que otorga aquel gran marco! Contra las ratas más y más el agua Lanza sus rabias, su oleaje indómito. Amanece entre blancos de terror La luz de un mal que tanta muerte fragua: Ratas a un sol de cólera y de vómito. ¡Ay, ni clamar podrán a su Señor!
es
Pardo_García,Germán
<XXI
Ignorancia
¡Cuánta sabiduría congelada como en invierno las palomas muertas! ¡Cuánto libro, y las cátedras desiertas! ¡Y qué desolación en la mirada! ¡Y crecieron los números y nada pudimos definir! Las diurnas puertas de la penetración siguen abiertas, pero la noche del dolor cerrada. Y todo lo sabemos y partimos la esfera en dos y en sus mitades vimos crecer la claridad conturbadora. Mas ignoramos ¡y callar nos daña! por qué en la inmensidad de la montaña la codorniz cuando atardece llora.
es
Matos_Paoli,Francisco
<XXI
El_Gritón_De_Deshace
El gritón de deshace, en palabras, palabras, y huye del jardín, tras un odio sin lágrimas.
es
Flórez,Julio
<XXI
Evocación_Divina_(A_Mi_Hija_Divina)
Cuando en el casto vientre vi tus huellas, «Dale una buena estrella» —dije a Dios— y Dios, el viejo sembrador de estrellas, sembró en el cielo de tu cara dos.
es
Sabines,Jaime
<XXI
Codiciada,_Prohibida
Codiciada, prohibida, cercana estás, a un paso, hechicera. Te ofreces con los ojos al que pasa, al que te mira, madura, derramante, al que pide tu cuerpo como una tumba. Joven maligna, virgen, encendida, cerrada, te estoy viendo y amando, tu sangre alborotada, tu cabeza girando y ascendiendo, tu cuerpo horizontal sobre las uvas y el humo. Eres perfecta, deseada. Te amo a ti y a tu madre cuando estáis juntas. Ella es hermosa todavía y tiene lo que tú no sabes. No sé a quién prefiero cuando te arregla el vestido y te suelta para que busques el amor.
es
Cabral,Manuel_del
<XXI
Toco_El_Rocío_Y_Toco_La_Mañana
Toco el rocío y toco la mañana, la mañana hacia el mundo de mi tacto. Pero ahora, ¿quién anda? ¿Nace el aire en mi cuerpo? ¿Por qué tan insistente esto que no me toca, pero que a ratos respiro, lo siento, me tiembla? De súbito me pongo a mirar cosas. Y va pasando todo, pasa hasta lo fijo: menos lo que respiro... Va perenne hacia adentro Yo comprendo mi edad y mi tamaño, pero hay un cuento que nació en el tacto, hay un planeta que el olfato inventa, un inefable clima que no cesa de rodear mi varonil reposo, de rodearme de calores de mito. Así veo que ya mi silla piensa, que allí donde me siento y que no hay nadie, debo pedir permiso y debo comadrear con el pájaro enterado. Sin embargo, hablo con las tijeras que cortan los jardines para saber si hieren a mi huésped. Porque aquel que me rodea duerme en la rosa familiar su siesta.
es
Pombo,Rafael
<XXI
Oyó_Un_Sabio_Decir_Que_Un_Mal_Violín
Oyó un sabio decir que un mal violín. Cuando de un pisotón se vuelve cien, Si triza a triza se une y peg-a bien. Resulta un instrumento superfín: Y viendo el tal al patrio bergantín Lidiando cada década un vaivén, Lo declaró, por tanto, hecho un belén, Y a romperlo y pegarlo acudió al fin. Hizo nueve Estaditos la Nación, Y al punto, con saliva federal. Emprendió la flamante conversión. ¿Qué resultó? —¡Pregunta original! Que el doctor del violín tocó el violón Volviendo al caos el orden natural. superfín
es