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García_Cabrera,Pedro | <XXI | No_Quiso_El_Viento_Apadrinar_Su_Invierno | No quiso el viento apadrinar su invierno.
Aire y frío era el orbe:
plástica imagen de la nieve.
Y fue sembrando voces a su paso.
Sin la nieve ni el frío.
Sólo y consigo, con sí mismo, el viento.
Y hubo un rapto de sienes, de globos y de jarcias.
Desnudas quedamos las cosas.
Y ya somos reductos transparentes. | es |
González-Haba,José_Antonio | <XXI | Ciertamente | Ciertamente.
Ni las lechuzas ni la luna.
ni el mar ni los caballos
aportan las razones evidentes
con las que, siquiera, vislumbrar
las remotas causas del caos.
La irracionalidad, pues,
alcanza un grado terminante.
Envuelve a dioses y herraduras.
Estuvimos a punto de entregarnos.
De reconocer vuestra barbarie.
Olvidando los tiempos heroicos
aquellos en que el mar
y los caballos pelearon por nosotros,
a solas bajo un cielo
espléndido y remoto.
Estuvimos a punto de entregarnos.
De hacernos razonables y accesibles. | es |
Arciniegas,Ismael_Enrique | <XXI | Oh_Mano_Larga_Y_Fina,_Mano_Que_Entre_La_Bruna | Oh mano larga y fina, mano que entre la bruna
Noche parece un lirio besado por la luna;
Oh mano transparente y exangüe, que armoniza
De pálidas perlas con la luz enfermiza;
Labios que no supieron nunca reír, en donde
Una vaga sonrisa cual capullo se esconde;
Pudorosas pupilas; ojeras azuladas,
Anunciadoras de insomnios en las noches calladas,
Cuando voz del pasado, que un bien perdido nombra,
Llega a nuestros oídos al través de la sombra;
Palidez de la frente, cual palidez de cielos
Invernales, que dice de callados anhelos,
De sacrificio y luchas de una alma siempre sola,
Que vencida sucumbe sin amor ni aureola ...
(¡Oh atracciones secretas ... misteriosa armonía!)
¡Cómo habláis sin palabras a mi melancolía! | es |
Girondo,Oliverio | <XXI | Semana_Santa | Desde el amanecer, se cambia la ropa sucia de los altares y de los santos, que huele a rancia bendición, mientras los plumeros inciensan una nube de polvo tan espesa, que las arañas apenas hallan tiempo de levantar sus redes de equilibrista, para ir a ajustarías en los barrotes de la cama del sacristán.
Con todas las características del criminal nato lombrosiano, los apóstoles se evaden de sus nichos, ante las vírgenes atónitas, que rompen a llorar... porque no viene el peluquero a ondularles las crenchas.
Enjutos, enflaquecidos de insomnio y de impaciencia, los nazarenos pruébanse el capirote cada cinco minutos, o llegan, acompañados de un amigo, a presentarle la virgen, como si fuera su querida.
Ya no queda por alquilar ni una cornisa desde la que se vea pasar la procesión.
Minuto tras minuto va cayendo sobre la ciudad una manga de ingleses con una psicología y una elegancia de langosta.
A vista de ojo, los hoteleros engordan ante la perspectiva de doblar la tarifa.
Llega un cuerpo del ejército de Marruecos, expresamente para sacar los candelabros y la custodia del tesoro.
Frente a todos los espejos de la ciudad, las mujeres ensayan su mirada Smith Wesson; pues, como las vírgenes, sólo salen de casa esta semana, y si no cazan nada, seguirán siéndolo...
¡Campanas!
¡Repiqueteo de campanas!
¡Campanas con café con leche!
¡Campanas que nos imponen una cadencia al
abrocharnos los botines!
¡Campanas que acompasan el paso de la gente que pasa en las aceras!
¡Campanas!
¡Repiqueteo de campanas!
En la catedral, el rito se complica tanto, que los sacerdotes necesitan apuntador.
Trece siglos de ensayos permiten armonizar las florecencias de las rejas con el contrapaso de los monaguillos y la caligrafía del misal.
Una luz de Museo Grevin dramatiza la mirada vidriosa de los cristos, ahonda la voz de los prelados que cantan, se interrogan y se contestan, como esos sapos con vientre de prelado, una boca predestinada a engullir hostias y las manos enfermas de reumatismo, por pasarse las noches —de cuclillas en el pantano— cantando a las estrellas.
Si al repartir las palmas no interviniera una fuerza sobrenatural, los feligreses aplaudirían los rasos con que la procesión sale a la calle, donde el obispo —con sus ochenta kilos de bordados— bate el record de dar media vuelta a la manzana y entra nuevamente en escena, para que continúe la función...
¡Agua!
¡Agüita fresca!
¿Quién quiere agua?
En un flujo y reflujo de espaldas y de brazos, los acorazados de los cacahueteros fondean entre la multitud, que espera la salida de los pasos haciendo pan francés.
Espantada por los flagelos de papel, la codicia de los pilletes revolotea y zumba en torno a las canastas de pasteles, mientras los nazarenos sacian la sed, que sentirán, en tabernas que expenden borracheras garantizadas por toda la semana.
Sin asomar las narices a la calle, los santos realizan el milagro de que los balcones no se caigan.
¡Agua!
¡Agüita fresca!
¿Quién quiere agua?
pregonan los aguateros al servirnos una reverencia de minué.
De repente, las puertas de la iglesia se abren como las de una esclusa, y, entre una doble fila de nazarenos que canaliza la multitud, una virgen avanza hasta las candilejas de su paso, constelada de joyas, como una cupletista.
Los espectadores, contorsionados por la emoción,
arráncanse la chaquetilla y el sombrero, se acalambran en
posturas de capeador, braman piropos que los nazarenos intentan callar
como el apagador que les oculta la cabeza.
Cuando el Señor aparece en la puerta, las nubes se envuelven con un crespón, bajan hasta la altura de los techos y, al verlo cogido como un torero, todas, unánimemente, comienzan a llorar.
¡Agua!
¡Agüita fresca!
¿Quién quiere agua?
Las tribunas y las sillas colocadas enfrente del Ayuntamiento progresivamente se van ennegreciendo, como un pegamoscas de cocina.
Antes que la caballería comience a desfilar, los guardias civiles despejan la calzada, por temor a que los cachetes de algún trompa estallen como una bomba de anarquista.
Los caballos —la boca enjabonada cual si se fueran a afeitar— tienen las ancas tan lustrosas, que las mujeres aprovechan para arreglarse la mantilla y averiguar, sin darse vuelta, quién unta una mirada en sus caderas.
Con la solemnidad de un ejército de pingüinos, los nazarenos escoltan a los santos, que, en temblores de debutante, representan misterios sobre el tablado de las andas, bajo cuyos telones se divisan los pies de los gallegos, tal como si cambiaran una decoración.
Pasa:
El Sagrado Prendimiento de Nuestro Señor, y Nuestra Señora del Dulce Nombre.
El Santísimo Cristo de las Siete Palabras, y María Santísima de los Remedios.
El Santísimo Cristo de las Aguas, y Nuestra Señora del Mayor Dolor.
La Santísima Cena Sacramental, y Nuestra Señora del Subterráneo.
El Santísimo Cristo del Buen Fin, y Nuestra Señora de la Palma.
Nuestro Padre Jesús atado a la Columna, y Nuestra Señora de las Lágrimas.
El Sagrado Descendimiento de Nuestro Señor, y La Quinta Angustia de María Santísima.
Y entre paso y paso:
¡Manzanilla! ¡Almendras garrapiñadas! ¡Jerez!
Estrangulados por la asfixia, los gallegos caen de rodillas cada cincuenta metros, y se resisten a continuar regando los adoquines de sudor, si antes no se les llena el tanque de aguardiente.
Cuando los nazarenos se detienen a mirarnos con sus ojos vacíos, irremisiblemente, algún balcón gargariza una saeta sobre la multitud, encrespada en un ¡ole!, que estalla y se apaga sobre las cabezas, como si reventara en una playa.
Los penitentes cargados de una cruz desinflan el pecho de las mamas en un suspiro de neumático, apenas menos potente al que exhala la multitud al escaparse ese globito que siempre se le escapa a la multitud.
Todas las cofradías llevan un estandarte, donde se lee:
S. P. Q. R.
Es el día en que reciben todas las vírgenes de la ciudad.
Con la mantilla negra y los ojos que matan, las hembras repiquetean sus tacones sobre las lápidas de las aceras, se consternan al comprobar que no se derrumba ni una casa, que no resucita ningún Lázaro, y, cual si salieran de un toril, irrumpen en los atrios, donde los hombres les banderillean un par de miraduras, a riesgo de dejarse coger el corazón.
De pie en medio de la nave —dorada como un salón—, las vírgenes expiden su duelo en un sólido llanto de rubí, que embriaga la elocuencia de prospecto medicinal con que los hermanos ponderan sus encantos, cuando no optan por alzarles las faldas y persuadir a los espectadores de que no hay en el globo unas pantorrillas semejantes.
Después de la vigésima estación, si un fémur no nos ha perforado un intestino, contemplamos veintiocho pasos más, y acribillados de saetas, como un San Sebastián, los pies desmenuzados como albóndigas, apenas tenemos fuerza para llegar hasta la puerta del hotel y desplomarnos entre los brazos de la levita del portero.
El menú nos hace volver en sí. Leemos, nos refregamos los ojos y volvemos a leer:
Sopa de Nazarenos.
Lenguado a la Pío X.
—¡Camarero! Un bife con papas.
—¿Con Papas, señor?...
—¡No, hombre!, con huevos fritos.
Mientras se espera la salida del Cristo del Gran Poder, se reflexiona: en la superioridad del marabú, en la influencia de Goya sobre las sombras de los balcones, en la finura chinesca con que los árboles se esfuman en el azul nocturno.
Dos campanadas apagan luego los focos de la plaza; así, las espaldas se amalgaman hasta formar un solo cuerpo que sostiene de catorce a diez y nueve mil cabezas.
Con un ritmo siniestro de Edgar Poe —¡cirios rojos ensangrientan sus manos!—, los nazarenos perforan un silencio donde tan sólo se percibe el tic-tac de las pestañas, silencio desgarrado por saetas que escalofrían la noche y se vierten sobre la multitud como un líquido helado.
Seguido de cuatrocientas prostitutas arrepentidas del pecado menos original, el Cristo del Gran Poder camina sobre un oleaje de cabezas, que lo alza hasta el nivel de los balcones, en cuyos barrotes las mujeres aferran las ganas de tirarse a lamerle los pies.
En el resto de la ciudad el resplandor de los pasos ilumina las caras con una técnica de Rembrandt. Las sombras adquieren más importancia que los cuerpos, llevan una vida más aventurera y más trágica. La cofradía del Silencio, sobre todo, proyecta en las paredes blancas un film dislocado y absurdo, donde las sombras trepan a los tejados, violan los cuartos de las hembras, se sepultan en los patios dormidos.
Entre saetas conservadas en aguardiente pasa la Macarena, con su escolta romana, en cuyas corazas de latón se trasuntan los espectadores, alineados a lo largo de las aceras.
¡Es la hora de los churros y del anís!
Una luz sin fuerza para llegar al suelo ribetea con tiza las molduras y las aristas de las casas, que tienen facha de haber dormido mal, y obliga a salir de entre sus sábanas a las nubes desnudas, que se envuelven en gasas amarillentas y verdosas y se ciñen, por último, una túnica blanca.
Cuando suenan las seis, las cigüeñas ensayan un vuelo matinal, y tornan al campanario de la iglesia, a reanudar sus mansas divagaciones de burócrata jubilado.
Caras y actitudes de chimpancé, los presidiarios esperan, trepados en las rejas, que las vírgenes pasen por la cárcel antes de irse a dormir, para sollozar una saeta de arrepentimiento y de perdón, mientras en bordejeos de fragata las cofradías que no han fondeado aún en las iglesias, encallan en todas las tabernas, abandonan sus vírgenes por la manzanilla y el jerez.
Ya en la cama, los nazarenos que nos transitan las circunvoluciones redoblan sus tambores en nuestra sien, y los churros, anidados en nuestro estómago, se enroscan y se anudan como serpientes.
Alguien nos destornilla luego la cabeza, nos desabrocha las costillas, intenta escamotearnos un riñón, al mismo tiempo que un insensato repique de campanas nos va sumergiendo en un sopor.
Después... ¿Han pasado semanas? ¿Han pasado minutos?... Una campanilla se desploma, como una sonda, en nuestro oído, nos iza a la superficie del colchón.
¡Apenas tenemos tiempo de alcanzar el entierro!...
¿Cuatrocientos setenta y ocho mil setecientos noventa y nueve pasos más?
¡Cristos ensangrentados como caballos de picador! ¡Cirios que nunca terminan de llorar! ¡Concejales que han alquilado un frac que enternece a las Magdalenas! ¡Cristos estirados en una lona de bombero que acaban de arrojarse de un balcón! ¡La Verónica y el Gobernador... con su escolta de arcángeles!
¡Y las centurias romanas... de Marruecos, y las Sibilas, y los Santos Varones! ¡Todos los instrumentos de la Pasión!... ¡Y el instrumento máximo, ¡la Muerte!, entronizada sobre el mundo..., que es un punto final!
¿Morir? ¡Señor! ¡Señor!
¡Libradnos, Señor!
¿Dormir? ¡Dormir! ¡Concedédnoslo,
Señor! | es |
Fuertes,Gloria | <XXI | Me_Quité_De_En_Medio | Me quité de en medio
por no estorbar,
por no gritar
más versos quejumbrosos.
Me pasé muchos días sin escribir,
sin veros,
sin comer más que llanto. | es |
Aguijonmagico | XXI | Vivo_Solo_En_Un_Planeta_Abandonado | Vivo solo en un planeta abandonado,
donde solo vivo yo, el vigilante.
Vivo ahora eternamente malhadado,
existo para siempre en un instante.
Vigilo mi cosecha de tristezas,
donde solo vivo yo, en mi avanzada
hundida.
Sin vida
me recreo en futiles proezas
que nunca logran nada,
logran nada.
Soy un páramo desierto en un planeta
que se esconde en la cola de un cometa,
uno cualquiera.
Como quisiera
que mi vida no sea nada,
no sea nada.
Un rayo incomprensible me atraviesa;
mis negras nubes negras atraviesa
mi atmósfera cargada.
Me atraviesa
mi capa de tristeza,
de tristeza.
Nace Flor en la hosquedad de roca
encuentra allí un lugar que no existía
nace el amor, una esperanza toca
la vida vacía
de mi melancolía.
Mi planeta abandonado se humedece
se descargan esas negras, negras nubes
llueve en mí, la pequeña Flor florece
subo yo, mi amor, porque tú subes.
Sube en mí, mi Flor, sube en mi esencia
dame paz,
ya me la das,
con tu presencia.
Nace un nuevo mundo en mí,
nuevo planeta.
Por vos,
y porque sí,
nace el poeta.
FIN. | es |
Forner,Juan_Pablo | <XXI | Madrid | Esta es la villa, Coridón, famosa
que bañada del breve Manzanares
leyes impone a los soberbios mares
y en otro mundo impera poderosa.
Aquí la religión, zagal, reposa
rica en ofrendas, fértil en altares;
en las calles los hallas a millares;
no hay portal sin imagen milagrosa.
Y por que más la devoción entiendas
de este piadoso pueblo, a cada mano
ves presidir los santos en las tiendas.
Y dime, Coridón: ¿es buen cristiano
pueblo que al cielo da tantas ofrendas?
Eso yo no lo sé, cabrero hermano. | es |
Morales,Rafael | <XXI | Las_Amantes_Viejas | ¡Ay, carne de destierro, ayer amante,
reseca carne vieja y apagada,
recuerdo ya del tiempo caminante,
desierto de ilusión, rama tronchada,
flor de la ausencia pálida y constante!
¿En dónde aquella luz de la mirada
escondió su fulgor y su hermosura?
Acaso boga ya, deshabitada,
por un cielo lejano, dulce y pura,
perdida, amor, herida y olvidada.
¡Ay, los pechos de nieve, casi vuelo,
de suave vientecillo y de manzana,
montecillos de amor, temblor de cielo!...
Como mis flores muertas en la vana
ausencia caen para buscar el suelo.
¿En dónde está la púrpura templada
de aquellos labios de mojado fuego?
Entró en ellos la noche despiadada
y todo lo dejó desierto y ciego,
todo destierro y sombra de la nada. | es |
Bolaño,Roberto | <XXI | Entre_Friedrich_Von_Hausen | Entre Friedrich von Hausen
el minnesinger
y don Juanito el supermacho
de Nazario.
En una Barcelona llena de sudacas
con pelas sin pelas legales
e ilegales intentando
escribir.
(Querido Alfred Bester, por lo menos
he encontrado uno de los pabellones
de la Universidad Desconocida!) | es |
Sabines,Jaime | <XXI | Después_De_Todo_—Pero_Después_De_Todo— | Después de todo —pero después de todo—
sólo se trata de acostarnos juntos,
se trata de la carne,
de los cuerpos desnudos,
lámpara de la muerte en el mundo.
Gloria degollada, sobreviviente
del tiempo sordomudo
mezquina paga de los que mueren juntos.
A la miseria del placer, eternidad,
condenaste la búsqueda, al injusto
fracaso encadenaste sed,
clavaste el corazón a un muro.
Se trata de mi cuerpo al que bendigo,
contra el que lucho,
el que ha de darme todo
en un silencio robusto
y el que se muere y mata a menudo.
Soledad, márcame con tu pie desnudo.
Aprieta mi corazón como las uvas
y lléname la boca con su licor maduro. | es |
Vallejo,César | <XXI | Por_Último,_Sin_Ese_Buen_Aroma_Sucesivo | Por último, sin ese buen aroma sucesivo,
sin él,
sin su cuociente melancólico,
cierra su manto mi ventaja suave,
mis condiciones cierran sus cajitas.
¡Ay, cómo la sensación arruga tánto!
¡ay, cómo una idea fija me ha entrado en una uña!
Albino, áspero, abierto, con temblorosa hectárea,
mi deleite cae viernes,
mas mi triste tristumbre se compone de cólera y tristeza
y, a su borde arenoso e indoloro,
la sensación me arruga, me arrincona.
Ladrones de oro, víctimas de plata:
el oro que robara yo a mis víctimas,
¡rico de mí olvidándolo!
la plata que robara a mis ladrones,
¡pobre de mí olvidándolo!
Execrable sistema, clima en nombre del cielo, del bronquio y la
quebrada,
la cantidad enorme de dinero que cuesta el ser pobre... | es |
Galeano,Eduardo | <XXI | Oriol_Vall,_Que_Se_Ocupa_De_Los_Recién_Nacidos_En_Un_Hospital_De_Barcelona | Oriol Vall, que se ocupa de los recién nacidos en un hospital de Barcelona, dice que el primer gesto humano es el abrazo. Después
de salir al mundo, al principio de sus días, los bebés manotean, como buscando a alguien.
Otros médicos, que se ocupan de los ya vividos, dicen que los viejos, al fin de sus días, mueren queriendo alzar los brazos.
Y así es la cosa, por muchas vueltas que le demos al asunto, y por muchas palabras que le pongamos. A eso, así de simple, se
reduce todo: entre dos aleteos, sin más explicación, transcurre el viaje. | es |
Camões,Luís_de | <XXI | Soneto_Cxxxi | El día que nací muera y perezca,
No lo quiera jamás el tiempo dar,
No torne más al mundo, y, de tornar,
Eclipse en ese acto el Sol padezca.
Que la luz le falte, el Sol se le oscurezca,
Muestre el mundo señales de acabarse,
Monstruos, sangre lluvia o aire, názcanle,
Que la madre al propio hijo no conozca.
Las personas pasmadas, de ignorantes,
Las lágrimas en el rostro, la coloración ida,
Reparen que el mundo ya se destruyó.
¡Oh gente temerosa, no te espantes,
Que este día echó al mundo la vida
Más desgraciada que jamás se vio! | es |
Cernuda,Luis | <XXI | Va_La_Brisa_Reciente | Va la brisa reciente
por el espacio esbelta,
y en las hojas cantando
abre una primavera.
Sobre el límpido abismo
del cielo se divisan,
como dichas primeras,
primeras golondrinas.
Tan sólo un árbol turba
la distancia que duerme,
así el fervor alerta
la indolencia presente.
Verdes están las hojas,
el crepúsculo huye.
anegándose en sombra
las fugitivas luces.
En su paz la ventana
restituye a diario
las estrellas, el aire
y el que estaba soñando. | es |
Guillén,Nicolás | <XXI | Nocturno_En_Los_Muelles | Bajo la noche tropical, el puerto.
El agua lame la inocente orilla
y el faro insulta al malecón desierto.
¡Qué calma tan robusta y tan sencilla!
Pero sobre los muelles solitarios
flota una tormentosa pesadilla.
Pena de cementerios y de osarios,
que enseña.en pizarrones angustiosos
como un mismo dolor se parte en varios.
Es que aquí están los gritos silenciosos
y el sudor hecho vidrio; Ias tremendas
horas de muchos hombies musculosos
y débiles, sujetos por las riendas
como potros. Voluntades en freno,
y las heridas pálidas sin vendas.
La gran quietud se agita. En este seno
de paz se mueve y anda un grupo enorme
que come el pan untándolo en veneno.
Ellos duermen ahora en el informe
lecho, sin descansar. Sueñan acaso,
y aquí estalla el esplritu inconforme
que al alba dura tragará su vaso
de sangre diaria en el cuartón oscuro,
y a estrecho ritmo ha de ajustar el paso.
¡Oh puño fuerte, elemental y puro!
¿Quién te sujeta el ademán abierto?
Nadie responde en el dolor del puerto.
El faro grita sobte el mar oscuro. | es |
Acuña,Hernando_de | <XXI | En_Muy_Suave_Aunque_En_Muy_Gran_Tormento | En muy suave aunque en muy gran tormento
vivo, y arderme siento en dulce fuego,
do en vivas llamas hallo un gran sosiego
y en extrema pasión contentamiento.
¿Con qué manera de agradecimiento
pagaré amor que en tal desasosiego,
y en le extremo de pasión do llego,
me tiene con su causa tan contento?
Sólo mostrarme puedo agradecido
en contentarme ahora y en pesarme
que me halla Amor tal pena dilatado;
que pues tal ocasión había de darme,
con razón llamaré tiempo perdido
el que sin padecer se me ha pasado. | es |
Pizarnik,Alejandra | <XXI | Murieron_Las_Formas_Despavoridas_Y_No_Hubo_Más_Un_Afuera_Y_Un_Adentro | Murieron las formas despavoridas y no hubo más un afuera y un adentro. Nadie estaba escuchando el lugar porque el lugar no existía.
Con el propósito de escuchar están escuchando el lugar. Adentro de tu máscara relampaguea la noche.
Te atraviesan con graznidos. Te martillean con pájaros negros. Colores enemigos se unen en la tragedia.
Con el propósito de escuchar están escuchando el lugar | es |
Blanco,Andrés_Eloy | <XXI | Son_Hermanos | Son hermanos,
nietos de Walter Shonfeld.
Pero uno es rubio y tiene ojos azules
Y el otro es retostado, de ojos y rizos negros.
Han subido a la copa del mango
y han vuelto con un racimo rojo.
Empieza la mañana
y están contentos.
Se abrazan:
los rizos de oro
caen sobre los bucles negros,
con amplitud de amanecida.
El agua de los ojos clarísimos
se mete en el aljibe de los ojos nocturnos.
El negro y el azul, revueltos
se vuelven hacia la copa del árbol
y reciben la gota de una estrella indivisa.
Yo los miro, pensando en los años remotos
en que América hablaba y el hijo no creía. | es |
Martínez_de_la_Rosa,Francisco | <XXI | La_Tormenta | ¿Hubo un día jamás, un solo día,
cuando el amor mil dichas me brindaba,
en que la cruda mano del destino
la copa del placer no emponzoñara?
Tú lo sabes, mi bien: el mismo cielo
para amarnos formó nuestras dos almas;
mas con doble crueldad, las unió apenas,
las quiso dividir, y las desgarra.
¡Cuántas veces sequé con estos labios
tus mejillas en lágrimas bañadas,
tus ojos enjugué, y hasta en tu boca
bebí ansioso tus lágrimas amargas!
Con suspiros tristísimos salían,
mezcladas, confundidas tus palabras;
y al repeler mis manos con latidos,
tu corazón desdichas presagiaba...
Todas, a un tiempo, todas se cumplieron:
y si tal vez un rayo de esperanza
brilló cual un relámpago, el abismo
nos mostró abierto a nuestas mismas plantas.
¿Lo recuerdas, mi bien? Morir unidos
demandamos al cielo en noche aciaga,
cuando natura toda parecía
en nuestro daño y ruina conjurada:
la tierra nos negaba hasta un asilo;
la lluvia nuestros pasos atajaba;
bramaba el huracán; el cielo ardía,
las centellas en torno serpeaban...
¡Ay!, ojalá la muerte en aquel punto
sobre entrambos el golpe descargara,
cuando sin voz, sin fuerzas, sin aliento,
te sostuve en mis hombros reclinada.
«¿Qué temes? Vuelve en ti; soy yo, bien mío;
es tu amante, tu dueño quien te llama;
ni el mismo cielo separarnos puede:
o destruye a los dos, o a los dos salva».
Inmóvil, muda, yerta, parecías
de duro mármol insensible estatua;
mas cada vez que retumbaba el trueno,
trémula contra el seno me estrechabas;
en tanto que por hondos precipicios,
casi ya sumergido entre las aguas,
a pesar de los cielos y la tierra
conduje a salvo la adorada carga...
Hora, ¡ay de mí!, por siempre separados,
sin amor, sin hogar, sin dulce patria,
el peligro más leve me amedrenta;
la imagen de la muerte me acobarda:
ni habrá un amigo que mis ojos cierre;
veré desierta mi fatal estancia;
y solo por piedad mano extranjera
arrojará mi cuerpo en tierra extraña. | es |
Guillén,Jorge | <XXI | Se_Me_Escapa_De_Los_Brazos | Se me escapa de los brazos
el mar, incógnito, díscolo...
Tropieza el arco impaciente
de la espuma con silbidos
que entre las aguas y el sol
esparcen escalofríos:
¡Estremecerse, pasar
junto a los más escondidos
alejamientos de flor
huida y en desvarío!
Un balón de pronto cae
desde un triunfo a un laberinto.
Se insinúan torpes, bruscas,
pululan formas de ídolos
recónditos. Irrupciones:
desperezas entre giros.
Tentáculos en proyecto
de animales indecisos
desenvuelven y revuelven
su ceguera. Sombras, rizos,
eses de móviles algas,
los murmullos en añicos.
¡Hay sospechas de coral
en fragmentos vespertinos!
Aquí se ve a los relámpagos
que en zigzag definitivo
viven, red de nervaduras
lívidas, dentro del frío.
Desnudez... Y acaba el tránsito
de lo que tiembla a lo límpido
sobre un silencio: nivel
a la tersura sumiso.
Tersura en acción... Un plano
quiere un más allá ofrecido
sin cesar irresistible.
¡Allanamientos, caminos!
¡Arrojarse fascinado
con ansia de precipicio
para tajante emerger
con felicidad de filo!
Y se abalanzan los brazos
y las piernas hacia un ritmo
que domine a tiempo y alce
los repentes fugitivos.
Vigor de una confluencia:
todo en cifra y ya cumplido...
¡Yo quiero sólo flotar,
aparecer, un respiro!
¡Aparecer en el ser,
y ser entre dos olvidos!
¡Asombro: ser un instante,
si conseguido ya extinto,
pero total y sin meta,
lo eterno en su poderío
tan revelado, tan real,
tan ajeno a mi delirio,
pero dentro de él, colmándolo,
lanzándolo hacia sus mitos!
¡Asombro de ser: cantar,
cantar, cantar sin designio!
¡Mármara, mar, maramar;
confluyan los estribillos!
¡Los azules se barajan:
cielos comunicativos!
Siento en la piel, en la sangre
—fluye todo el mar conmigo—
una confabulación
indomable de prodigios.
¡Mármara, mar, maramar,
y ser y flotar y un grito! | es |
García_Cabrera,Pedro | <XXI | Para_Gozar_Una_Cueva | Para gozar una cueva
no hay lugar como Fasnia,
Fasnia de los ojos verdes
y de las tierras doradas.
Ladrar ya puede el verano
y sacar el sol la garra;
pero la cueva, en cuclillas,
con su mansedumbre a gatas,
su cogollo de lechuga
y su redondez de talla,
no te regatea nunca
su sombra samaritana.
Y cuando arrecia el invierno
y tiritan las montañas
igual que un huevo caliente
es para ti su morada.
No te da lo que le sobra,
te da lo que te hace falta,
que su corazón inunda
una bondad de patata.
La urgencia de los caminos
y las prisas en volandas
la encuentran siempre en el quicio
del meollo de la calma.
Su pupila de ternura
refresca las hondonadas
donde el maíz despereza,
bajo el toldo de las llamas,
sus rumores. El maíz
que no abandona la guardia,
que jamás pierde la línea,
la mazorca ni la barba,
aun cuando duerme la siesta
sobre un pie, sin otra hamaca
que su ilusión de ser trino
y sonreír al que pasa.
La cueva ve los viñedos
y a sus pechos de uva blanca
ofrece su intimidad
de bodega, su canasta
de penumbras, que en la tosca
trabajó el pico y la pata,
paleando la miel
del descanso en su garganta.
Paz en medio del incendio
que los fuegos arrebatan;
paz en medio de la lluvia
que a cántaros se derrama;
paz para el hombre que busca
el asilo de sus alas
y las ubres del silencio,
convirtiéndose en crisálida
de una fuente que encontró
madriguera como un alma.
Aquí la luz echa grelos
sobre la tierra descalza
casi con la sencillez
de una esposa cuando habla.
Y hasta puedes prescindir
del cuello y de la corbata
si amas verdad y desnudez
y a fondo quieres tratarla,
que en una cueva está dicho
todo con pocas palabras
desde que nació a su sombra
jamás le volvió la espalda.
Y ella es más feliz que nadie
en este suelo de Fasnia,
Fasnia de los ojos verdes
y de las tierras doradas. | es |
Mallea_Hernández,W._M. | XXI | Lo_Interesante_Es_Haber_Crecido | Lo interesante es haber crecido
en las alas de una azucena,
bailando, deslizando pétalos fértiles,
sobre un manto de hojas azulinas,
cantando a las pléyades asustadas.
Para ti, blanca esponja,
deliciosos néctares prueban mis sentidos.
Puedes escapar por este horizonte amado.
Constelaciones quietas buscando grietas
en almas resecas y felices.
Para ti, blanca esponja,
deliciosos néctares prueban mis sentidos.
Puedes escapar por este horizonte amado.
Constelaciones quietas buscando grietas
en almas resecas y felices.
Puedes escapar por este horizonte amado.
Constelaciones quietas buscando grietas
en almas resecas y felices.
Constelaciones quietas buscando grietas
en almas resecas y felices. | es |
Hahn,Óscar | <XXI | Visiones_De_San_Narciso | Un Cristo bizantino he recortado
desde un libro de láminas muy viejo
y luego con saliva lo he pegado
sobre mi cara encima del espejo
Me mira el Cristo: frunce el entrecejo
y de golpe me siento avergonzado
Quiero alejarme pero no me alejo:
en la cruz del espejo estoy clavado
Miro al Cristo con ojos suplicantes
y el cristal me retorna unas sonrisas
que me recuerdan trágicos instantes
Lo saco del azogue: lo devuelvo
a su cruz de papel: y cuando vuelvo
el centro del espejo se hace trizas | es |
Jiménez,Juan_Ramón | <XXI | A_Caballo | ¡Qué tranquilidad violeta
por el sendero a la tarde!
A caballo va el poeta...
¡Qué tranquilidad violeta!
La rica brisa del río,
olorosa a junco y agua,
le refresca el albedrío...
La brisa rica del río.
A caballo va el poeta...
Y el corazón se le pierde
contento y embalsamado
en la madreselva verde...
Y el corazón se le pierde.
¡Qué tranquilidad violeta!
Caballo y él son ya uno.
El mismo corazón lento
en campo como ninguno...
Caballo y él van en uno.
A caballo va el poeta...
Se está la orilla dorando.
El último pensamiento
del sol la deja soñando...
Se va la orilla dorando.
¡Qué tranquilidad violeta! | es |
Storni,Alfonsina | <XXI | Indolencia | A pesar de mí misma te amo; eres tan vano
como hermoso, y me dice, vigilante, el orgullo:
«¿Para esto elegías? Gusto bajo es el tuyo;
no te vendas a nada, ni a un perfil de romano»
Y me dicta el deseo, tenebroso y pagano,
de abrirte un ancho tajo por donde tu murmullo
vital fuera colado... Sólo muerto mi arrullo
más dulce te envolviera, buscando boca y mano.
—¿Salomé rediviva? —Son más pobres mis gestos.
Ya para cosas trágicas malos tiempos son éstos.
Yo soy la que incompleta vive siempre su vida.
Pues no pierde su línea por una fiesta griega
y al acaso indeciso, ondulante, se pliega
con los ojos lejanos y el alma distraída.
Y me dicta el deseo, tenebroso y pagano,
de abrirte un ancho tajo por donde tu murmullo
vital fuera colado... Sólo muerto mi arrullo
más dulce te envolviera, buscando boca y mano.
—¿Salomé rediviva? —Son más pobres mis gestos.
Ya para cosas trágicas malos tiempos son éstos.
Yo soy la que incompleta vive siempre su vida.
Pues no pierde su línea por una fiesta griega
y al acaso indeciso, ondulante, se pliega
con los ojos lejanos y el alma distraída.
—¿Salomé rediviva? —Son más pobres mis gestos.
Ya para cosas trágicas malos tiempos son éstos.
Yo soy la que incompleta vive siempre su vida.
Pues no pierde su línea por una fiesta griega
y al acaso indeciso, ondulante, se pliega
con los ojos lejanos y el alma distraída.
Pues no pierde su línea por una fiesta griega
y al acaso indeciso, ondulante, se pliega
con los ojos lejanos y el alma distraída. | es |
Unamuno,Miguel_de | <XXI | La_Sangre_De_Mi_Espíritu_Es_Mi_Lengua | La sangre de mi espíritu es mi lengua
y mi patria es allí donde resuene
soberano su verbo, que no amengua
su voz por mucho que ambos mundos llene.
Ya Séneca la preludió aun no nacida,
y en su austero latín ella se encierra;
Alfonso a Europa dio con ella vida,
Colón con ella redobló la tierra.
Y esta mi lengua flota como el arca
de cien pueblos contrarios y distantes,
que las flores en ella hallaron brote
de Juárez y Rizal, pues ella abarca
legión de razas, lengua en que a Cervantes
Dios le dio el Evangelio del Quijote. | es |
Dedi,Rafael | XXI | ¡Qué_Terrones_Más_Fuertes_Los_Mozos,_Y_Qué_Solos | ¡Qué terrones más fuertes los mozos, y qué solos,
haciéndose notar entre los surcos, sobresaliendo
tanto y tanto
del trágico nivel que la rastrilla
imperante y mandatoria de la senectud impuso!
¡Qué montones de polvo comprimido, irrompible
por cualquier azadón que no sea el del tiempo;
con el corazón roto por falta de lugar
carnal donde ponerle sin que se hiciera daño!
Ni todas las obradas de yermos pedregales,
Cuando sus uñas caven, negárseles podrán;
Yo sufro por sus dedos, débiles, que no hallan
Afirmación de hembra para su soledad. | es |
Ruiz,Juan | <XXI | Tal_Eres_Como_El_Lobo:_Rretraes_Lo_Que_Fazes | Tal eres como el lobo: rretraes lo que fazes,
estrañas á los otros el lodo en que tú yazes;
eres mal enemigo á todos quantos plazes:
hablas con maestrya, porque a muchos enlaçes.
A obras de piadat tu nunca paras mientes:
nin visitas los presos nin quieres ver dolientes;
synon reçios e sanos, mançebos e valyentes;
ssy loçanas encuentras, fáblasles entre dientes.
Rezas muy bien las oras con garçones golfines,
cum his qui oderunt pacem, fasta qu' el salterio afines.
Diçes: Ecce quam bonum, con sonajas e baçines;
in noctibus extollite, después vas a matynes.
Do tu amiga mora comienças a levantar:
Domine labia mea, en alta boz a cantar,
primo dierum omnium, los estrumentes tocar,
nostras preces ut audiat, e fázesla despertar.
Desque sientes a ella, tu coraçón espaçias:
con matina cantate en las friuras laçias
laudes aurora lucis, dasle muy grandes gracias.
Con Miserere mei mucho te le engraçias.
En saliendo el sol, comienças luego prima:
Deus in nomine tuo, ruegas a tu xaquima
que la lieve por agua e que dé a todo çima:
va en achaque de agua a verte la mala quima.
E sy es tal que non usa andar por las callejas,
que la lyeve a las uertas por las rosas bermejas.
Ssy cree la bavieca tus dichos e conssejas,
quod Eva tristis, trae de quicumque vult, redruejas.
Sy es dueña tu amiga, que desto non se conpone,
tu cántic' a ella cata manera que la trastorne:
os, lingua, mens la envade, seso con ardor pospone:
va la dueña a terçia, caridat a longe pone.
Tú vas luego a la iglesia por le dezir tu raçón,
mas que por oyr la missa nin ganar de Dios perdón:
quieres misa de novios syn gloria e syn son,
coxqueas a la ofrenda, byen trotas al comendón.
Acabada la missa, rezas tanbyen la sesta,
ca la vieja te tiene a tu amiga presta;
comienças: In verbum tuum, e dyzes tú a ésta:
Factus sum sicut uter, por la grand misa de fiesta.
Dizes: Quomodo dilexi vuestra fabla, varona;
Suscipe me secundum, que para la mi corona,
Lucerna pedibus meis es la vuestra persona.
Ella te diz' ¡Quam dulcia!, que rrecudas a la nona.
Vas a rezar la nona con la duena loçana:
Mirabilia comienças; dizes de aquesta plana:
Gressus meos dirige; responde doña fulana:
Iustus es, Domine; tañe a nona la canpana.
Nunca vy sancristán qu' a vísperas mejor tanga:
todos los instrumentos toca con chica manga;
la que viene a tus vísperas, por byen que se arremanga,
con virgam virtutis tuæ fazes que ay remanga.
Sede a destris meis, dizes a la que viene;
cantas: Laetatus sum, sy ay se detiene;
Illuc enim ascenderunt, a qualquier qu' ally s' atiene:
la fiesta de seys capas, contigo la Pascua tiene.
Nunca vy cura de almas, que tan byen diga conpletas:
vengan fermosas o feas, quier blancas, quier prietas,
dígante: Converte nos: de grado abres las puertas;
después: Custodi nos, te rruegan las encubiertas.
Ffasta el quod parasti non las quieres dexar;
Ante façien omnium sábeslas alexar;
Ado gloria plebis tuae fázeslas abaxar;
Salve, regina, dizes, sy de ti s' an de quexar. | es |
Villaespesa,Francisco | <XXI | ¡Qué_Suavidad,_Qué_Suavidad_De_Raso | ¡Qué suavidad, qué suavidad de raso,
qué acariciar de plumas en el viento;
en terciopelos se apagó mi paso
y en remansos de seda el pensamiento!
Todo impreciso es como en un cuento,
se desborda en silencio como un vaso,
y en esta tibia languidez de ocaso
desfallecer hasta morir me siento.
Como un panal disuélvome en dulzura,
desfallezco de todo: de ternura,
de claridad, del éxtasis de verte...
Y todo tan lejano, tan lejano...
En este atardecer tu frágil mano
pudiera con un lirio darme muerte... | es |
Durán_León,Juan_José | XXI | Teatro | Despertó fruncido
Mi ceño,
¿Quién apostaría
Sobre mi
Ilusoria felicidad?
Si subyugo mi existencia:
A los estrechos asfaltos,
A las cansadas lozas,
Al café humeante,
Y a las circunstancias
Que a diario, agotan,
El ya escaso oxigeno,
En los pulmones
De mi alma. | es |
Pombo,Rafael | <XXI | ¡Oh_Viles_Ricos_Del_Trabajo_Ajeno! | ¡Oh viles ricos del trabajo ajeno!
¡Oh traficantes con la carne humana!
¡Oh espíritus absortos en el cieno
Del interés de la codicia insana!
¡Blasfemos que pensáis que el Dios del bueno
Con paternal predilección se afana
En trabajar Él mismo criando a otros
Para que holguéis con su sudor vosotros!
¡Perversos sistemáticos! ¿Por dónde
Hubiera Satanás de desecharos?
El día en que el polvo ante su Juez responde
¿Qué pretexto habrá Dios para salvaros?
Como exclusiva herencia os corresponde
Cada pecado capital, oh avaros,
Madre de ellos y vuestra es la indolencia,
Y un pecado sin fin vuestra existencia.
Bandada de famélicos vampiros
Que tan sólo al que halláis postrado, inerme,
Osáis chupar al son de los suspiros
Con que os arrulla cuando a oscuras duerme.
Ya surge aquél que cuenta ha de pediros,
Ya afila la hoz que vuestros campos yerme,
Ya raya el sol a cuya luz bendita
Volveréis al abismo que os vomita. | es |
García_Cabrera,Pedro | <XXI | Hoy_Es_La_Muerte_De_Una_Mariposa | Hoy es la muerte de una mariposa
volando sobre el mar
lo que ha llenado el día.
Buscaba una ola quieta
en que poder posarse
y no volvió del agua.
No hubo suicidio,
lucha
ni tristeza.
Llegó tan sólo al borde de sí misma,
al ras con ras de su silencio,
con esa sencillez con que el cielo es azul,
nube la nube y pájaro el sonido.
El mar no la hizo suya,
no pudo dominarla.
Cuando cayó estaba ya cumplida
la mariposa que era,
el preludio de libertad de su vuelo. | es |
Panero,Juan_Luis | <XXI | Pierre_Drieu_La_Rochelle_Divaga_Frente_A_Su_Muerte | Al final pienso que tenía razón
—todo el absurdo tinglado del poder,
el cuchillo implacable de la inteligencia,
las sórdidas, políticas palabras,
los arañados proyectos imposibles—,
sí, tenía razón ese día. Me acuerdo bien
cuando pensé, echado junto a ella,
que lo único real era una buena puta,
una piel cálida, unos labios silenciosos, unas manos
expertas,
en aquel burdel cerca Neuilly, al amanecer.
Por eso, porque creo que tenía razón, soy más culpable
—libros, declaraciones, ideas, lealtades,
el secreto de todo, el revés de la nada—,
cuánto tiempo perdido para llegar a esto,
para recordar, ya sin solución, sus largos muslos,
el sabor espeso de su boca, los rosados pezones.
Llegaba una luz gris sobre la cama,
sobre su culo memorable, inmóvil,
sí, tenía razón, aquella puta
cuyo nombre nunca supe o tal vez he olvidado,
el humo de un cigarrillo, eso es todo, yo tenía razón,
y si no la tenía, ¿qué importa ahora? | es |
Gaitán_Durán,Jorge | <XXI | Vio_Al_Fin_El_Buscón_Los_Cuerpos_Juntos | Vio al fin el buscón los cuerpos juntos.
Eran míseros, feos. Enlazados,
El alma los vendía. Perdido
El seso quedaron los devaneos
De la muerte.
Fue tábano,
Comadreja en las vísceras. Sentía
Presurosa destrucción en la sangre.
Violencia le pidieron blancos
Senos, pubis negro; muslos
Abiertos, apretados dientes.
Era Dios y aniquilar podía
Los dos monstruos inermes.
Luego reconoció sus miembros.
No quiso ver más. Tocábale
Todo cuanto deseara en luengos años.
Más le hirió el fulgor de haber violado
Lo efímero. Huyó el solaz.
Con censura mortal se había mirado
Y estaba preso de sus ojos. | es |
Brines,Francisco | <XXI | Se_Me_Ha_Quemado_El_Pecho,_Como_Un_Horno | Se me ha quemado el pecho, como un horno
Por el dolor de tus palabras
Y también de las mías.
Hablamos del mundo, y desde el cielo
Descendía su paz a nuestros ojos.
Hay momentos del hombre en que le duele
Amar, pensar, mirar, sentirse vivo,
Y se sabe en la tierra por azar
Solo, inútilmente en ella.
Como si se tratase de algo ajeno
Hablamos de nosotros
Y nos vimos inciertos, unas sombras.
Con poca fe, con las creencias rotas
Con un madero en la marea,
Con toda la esperanza naufragando
Porque no es la que llega a nuestra barca,
Sólo la caridad nos redimía
Del mal nuestro de ser.
Mirábamos la calle, rodeados
De luz, de tiempo, de palabras, de hombres. | es |
Reyes,Belén | <XXI | Sucede_Que_Mi_Boca_Es_Una_Herida | Sucede que mi boca es una herida
Los ojos de las monjas son medallas.
Mirando al mar de espaldas a la vida.
La espuma es una novia destrozada.
Sucede que es muy tarde para todo
Los niños saben cosas y se callan
Mirar el mar sin ti, me da tristeza.
Soy la costra de un sueño, si me levanto sangro.
Sucede que me duele aquí, en la tinta.
La radio tiene manos y te abraza.
Tengo que irme ya, me necesito.
Copular con la luz de sombras me embaraza.
Sucede que es muy tarde para todo
Los niños saben cosas y se callan
Mirar el mar sin ti, me da tristeza.
Soy la costra de un sueño, si me levanto sangro.
Sucede que me duele aquí, en la tinta.
La radio tiene manos y te abraza.
Tengo que irme ya, me necesito.
Copular con la luz de sombras me embaraza.
Sucede que me duele aquí, en la tinta.
La radio tiene manos y te abraza.
Tengo que irme ya, me necesito.
Copular con la luz de sombras me embaraza. | es |
Fuertes,Gloria | <XXI | La_Pata_Mete_La_Pata | La pata desplumada,
cuá, cuá, cuá,
como es patosa,
cuá, cuá, cuá,
ha metido la pata,
cuá, cuá, cuá,
en una poza.
—¡Gruá!, ¡gruá!, ¡gruá!
En la poza había un Cerdito
vivito y guarreando,
con el barro de la poza,
el cerdito jugando.
El cerdito le dijo:
—Saca la pata,
pata hermosa.
Y la pata patera
le dio una rosa.
Por la granja pasean
comiendo higos.
¡El cerdito y la pata
se han hecho amigos! | es |
Asén,Miguel_de | XXI | Paz_Para_Humanos_Sin_Espadas | Paz para humanos sin espadas,
Haz de manos hermanadas,
Sendero santo que fusiona,
Sincero canto que funciona.
Bandera blanca, tierra sin hiel,
Espera estanca la guerra cruel.
Armonía, consenso, democracia,
Surgía un censo de gracia,
El de los hombres puros y justos,
Con nombres maduros y adustos.
Se acabaron las tumbas de muerte,
Donde quedaron retumbas al saberte
Conocedor de que pudieron evitarse,
Con un dolor al que debieron postrarse. | es |
Silva,José_Asunción | <XXI | Cuando_Enferma_La_Niña_Todavía | Cuando enferma la niña todavía
salió cierta mañana
y recorrió, con inseguro paso
la vecina montaña,
trajo, entre un ramo de silvestres flores
oculta una crisálida,
que en su aposento colocó, muy cerca
de la camita blanca...
..........................................................................
Unos días después, en el momento
en que ella expiraba,
y todos la veían, con los ojos
nublados por las lágrimas,
en el instante en que murió, sentimos
leve rumor de älas
y vimos escapar, tender al vuelo
por la antigua ventana
que da sobre el jardín, una pequeña
mariposa dorada...
..........................................................................
La prisión, ya vacía, del insecto
busqué con vista rápida;
al verla vi de la difunta niña
la frente mustia y pálida,
y pensé ¿si al dejar su cárcel triste
la mariposa alada,
la luz encuentra y el espacio inmenso,
y las campestres auras,
al dejar la prisión que las encierra
qué encontrarán las almas?
Unos días después, en el momento
en que ella expiraba,
y todos la veían, con los ojos
nublados por las lágrimas,
en el instante en que murió, sentimos
leve rumor de älas
y vimos escapar, tender al vuelo
por la antigua ventana
que da sobre el jardín, una pequeña
mariposa dorada...
..........................................................................
La prisión, ya vacía, del insecto
busqué con vista rápida;
al verla vi de la difunta niña
la frente mustia y pálida,
y pensé ¿si al dejar su cárcel triste
la mariposa alada,
la luz encuentra y el espacio inmenso,
y las campestres auras,
al dejar la prisión que las encierra
qué encontrarán las almas?
La prisión, ya vacía, del insecto
busqué con vista rápida;
al verla vi de la difunta niña
la frente mustia y pálida,
y pensé ¿si al dejar su cárcel triste
la mariposa alada,
la luz encuentra y el espacio inmenso,
y las campestres auras,
al dejar la prisión que las encierra
qué encontrarán las almas? | es |
Vivanco,Luis_Felipe | <XXI | Termina_La_Mañana_Como_Una_Calle_En_Cuesta | Termina la mañana como una calle en cuesta
que baja hacia las frondas naturales del Prado.
Y ese joven doloroso y urgente
¿quién sabe lo que quiere después de tanta música
padeciendo a la orilla de su criatura única?
Quiere que haya retamas en flor y ramas extendidas de castaño
dentro de sus moradas de angustia sin pecado.
Quiere que el insistente, curioso y solitario toro de las alturas
descienda hasta el origen de su felicidad sin mezcla de ocupaciones serias,
Quiere que le atraviese la bendición del agua más delgada
junto a un pétreo y bruñido acantilado de buitres
y que brille en secreto una red invisible de aciertos espirituales
entre los viejos puentes y los cerros bermejos con olivos.
Quiere que su ejercicio de estrellas desveladas
sea un olor creciendo de realidad de fuera.
Y al cabo de la racha de alegría invasora
quiere su ocio del campo y distancias andando...
(Pero también prefiere acudir a su cita de soledad y de retraso con la música
y seguir padeciendo a la orilla inhumana de su criatura única). | es |
Debravo,Jorge | <XXI | Los_Dioses_Son_Estatuas_De_Humo_Y_Viento | Los dioses son estatuas de humo y viento
que se tuercen, alargan,
y se cambian de ser
como cambian de blusa las muchachas.
Alguna vez usaron cuernos, luego
se envolvieron en carne de montaña,
aprendieron a usar huesos de hombre
y se vistieron una barba blanca.
Una noche compraron zapatillas
y perdieron sus prístinas sandalias.
Y un día cualquiera rodearán la tierra
charlando amables con los cosmonautas.
Alguna vez usaron cuernos, luego
se envolvieron en carne de montaña,
aprendieron a usar huesos de hombre
y se vistieron una barba blanca.
Una noche compraron zapatillas
y perdieron sus prístinas sandalias.
Y un día cualquiera rodearán la tierra
charlando amables con los cosmonautas.
Una noche compraron zapatillas
y perdieron sus prístinas sandalias.
Y un día cualquiera rodearán la tierra
charlando amables con los cosmonautas. | es |
Salinas,Pedro | <XXI | Razón_De_Amor_(Versos_1104_A_1121) | ¡Cómo me dejas que te piense!
Pensar en ti no lo hago solo, yo.
Pensar en ti es tenerte,
como el desnudo cuerpo ante los besos,
toda ante mí, entregada.
Siento cómo te das a mi memoria,
cómo te rindes al pensar ardiente,
tu gran consentimiento en la distancia.
Y más que consentir, más que entregarte,
me ayudas, vienes hasta mí, me enseñas
recuerdos en escorzo, me haces señas
con las delicias, vivas, del pasado,
invitándome.
Me dices desde allá
que hagamos lo que quiero
—unirnos— al pensarte.
Y entramos por el beso que me abres,
y pensamos en ti, los dos, yo solo. | es |
Hahn,Óscar | <XXI | El_Agua | El
agua
fluye purísima
y
descansa
la
muerte
tiene sed
fluye purísima
y
descansa
la
muerte está bebiendo
de mi mano
y
descansa | es |
Botella,Jorge | XXI | ¿A_Dónde_Vas?_Con_Tu_Pequeña_Giba | ¿A dónde vas? con tu pequeña giba
y esa carga de hombros.
Rompe el velo de soledad
con que de los demás te has cubierto.
¿A dónde vas? con esos pasos tan cortos
en ese vano intento de descifrar
una amalgama de cruces en el pensamiento.
¿A dónde vas? escondiéndome el rostro
por haber sentido del cuerpo el golpear
a esa tu alma, a tus sentimientos.
¿Por qué ese tú ya no es un nosotros?
sólo pasó una noche, y al despertar
ese primer apunte de tu bigote al viento,
marcaste la distancia que te deja solo
buscando respuesta en tu intimidad
a un crucial descubrimiento:
sé que por primera vez sientes el peso
de ser sueño de tu propio cuerpo. | es |
Diego,Eliseo | <XXI | Mujer_Cosiendo | Afuera está el escándalo
del sol,
y la garganta
de la cal desollada que responde
bramando de terror:
la zarabanda
maníaca de la luz
—la quema grande.
Y adentro, fresca, la penumbra
como un baño de paz
—agua del bosque
de la eterna delicia—
la penumbra
en que tu aguja salta
—leve
pececillo de lumbre
y a la tela
vuelve otra vez
iluminándonos. | es |
Salinas,Pedro | <XXI | Me_Quedaría_En_Todo | Me quedaría en todo
lo que estoy, donde estoy.
Quieto en el agua quieta;
de plomo, hundido, sordo
en el amor sin sol.
¡Qué ansia de repetirse en esto que está siendo!
¡Qué afán de que mañana
sea
nada más que llenar
otra vez al tenderte
ese hueco que deja
hoy exacto en la arena
tu cuerpo!
Ni futuro, ni nuevo
el horizonte. Esto
apretado y estrecho:
tela, carne y el mar.
Nada promete el mundo:
lo da, lo tengo ya.
Nunca me iré de ti
por el viento, en las velas,
por el alma cantando,
ni por los trenes, no.
Si me marcho será
que estoy
viviendo contra mí. | es |
Bécquer,Gustavo_Adolfo | <XXI | Rima_Lx | Mi vida es un erial,
flor que toco se deshoja;
que en mi camino fatal
alguien va sembrando el mal
para que yo lo recoja. | es |
Orozco,Olga | <XXI | Es_Angosta_La_Puerta | Es angosta la puerta
y acaso la custodien negros perros hambrientos y guardias como perros,
por más que no se vea sino el espacio alado,
tal vez la muestra en blanco de una vertiginosa dentellada.
Es estrecha e incierta y me corta el camino que promete con cada bienvenida,
con cada centelleo de la anunciación.
No consigo pasar.
Dejaremos para otra vez las grandes migraciones,
el profuso equipaje del insomnio, mi denodada escolta de luz en las tinieblas.
Es difícil nacer al otro lado con toda la marejada en su favor.
Tampoco logro entrar aunque reduzca mi séquito al silencio,
a unos pocos misterios, a un memorial de amor, a mis peores estrellas.
No cabe ni mi sombra entre cada embestida y la pared.
Inútil insistir mientras lleve conmigo mi envoltorio de posesiones transparentes,
este insoluble miedo, aquel fulgor que fue un jardín debajo de la escarcha.
No hay lugar para un alma replegada, para un cuerpo encogido,
ni siquiera comprimiendo sus lazos hasta la más extrema ofuscación,
recortando las nubes al tamaño de algún ínfimo sueño perdido en el desván.
No puedo trasponer esta abertura con lo poco que soy.
Son superfluas las manos y excesivos los pies para esta brecha esquiva.
Siempre sobra un costado como un brazo de mar o el eco que se prolonga porque sí,
cuando no estorba un borde igual que un ornamento sin brillo y sin sentido,
o sobresale, inquieta, la nostalgia de un ala.
No llegaré jamás al otro lado. | es |
Chocano,José_Santos | <XXI | —Indio_Que_A_Pie_Vienes_De_Lejos | —Indio que a pie vienes de lejos
(y tan de lejos que quizás
te envejeciste en el camino,
y aún no concluyes de llegar...)
Detén un punto el fácil trote
bajo la carga de tu afán,
que te hace ver siempre la tierra
(en que reinabas siglos ha);
y dime, en gracia a la fatiga,
¿en dónde queda la ciudad?
Señala el Indio un ágil cumbre,
que a mi esperanza cerca está;
y me responde, sonriendo:
—Ahí, no más...
Espoleado echo al galope
mi corcel; y una eternidad
se me desdobla en el camino...
Llego a la cuesta: un pedregal
en que monótonos los cascos
del corcel ponen sus chischás...
Gano la cumbre; y, por fin, ¿qué hallo?
Aridez, frío y soledad...
Ante esta cumbre, hay otra cumbre;
y después de ésa, ¿otra no habrá?
—Indio que vives en las rocas
de las alturas y que estás
lejos del valle y las falacias
que la molicie urde sensual,
¿quieres decirle a mi fatiga
en dónde queda la ciudad?-
El Indio asómase a la puerta
de su palacio señorial,
hecho de pajas que el Sol dora
y que desfleca el huracán;
y me responde, sonriendo:
—Antes un río hay que pasar...
—¿Y queda lejos ese río?...
—Ahí, no más..
Trepo una cumbre y otra cumbre
y otra... Amplio valle duerme en paz;
y sobre el verde fondo, un río
dibuja su «S» de cristal.
—Este es el río; pero ¿en dónde,
en dónde queda la ciudad?-
Indio que sube de aquel valle,
oye mi queja y, al pasar,
deja caer estas palabras:
—Ahí, no más...
¡Oh, Raza fuerte en la tristeza,
perseverante en el afán,
que no conoces la fatiga
ni la extorsión del «más allá».
—Ahí, no más... —encuentras siempre
cuanto deseas encontrar;
y, así, se siente, en lo profundo
de ese desprecio con que das
sabia ironía a las distancias,
una emoción de Eternidad...
Yo aprendo en ti —lo que me es fácil,
pues tengo el título ancestral-
a hacer de toda lejanía
un horizonte familiar;
y en adelante, cuando busque
un remotísimo ideal,
cuando persiga un loco ensueño,
cuando prepare un vuelo audaz,
si adonde voy se me pregunta,
ya sé que debo contestar,
sin medir tiempos ni distancias:
—Ahí, no más... | es |
Storni,Alfonsina | <XXI | Soy_Un_Alma_Desnuda_En_Estos_Versos | Soy un alma desnuda en estos versos,
Alma desnuda que angustiada y sola
Va dejando sus pétalos dispersos.
Alma que puede ser una amapola,
Que puede ser un lirio, una violeta,
Un peñasco, una selva y una ola.
Alma que como el viento vaga inquieta
Y ruge cuando está sobre los mares,
Y duerme dulcemente en una grieta.
Alma que adora sobre sus altares,
Dioses que no se bajan a cegarla;
Alma que no conoce valladares.
Alma que fuera fácil dominarla
Con sólo un corazón que se partiera
Para en su sangre cálida regarla.
Alma que cuando está en la primavera
Dice al invierno que demora: vuelve,
Caiga tu nieve sobre la pradera.
Alma que cuando nieva se disuelve
En tristezas, clamando por las rosas(*)
con que la primavera nos envuelve.
Alma que a ratos suelta mariposas
A campo abierto, sin fijar distancia,
Y les dice: libad sobre las cosas.
Alma que ha de morir de una fragancia
De un suspiro, de un verso en que se ruega,
Sin perder, a poderlo, su elegancia.
Alma que nada sabe y todo niega
Y negando lo bueno el bien propicia
Porque es negando como más se entrega.
Alma que suele haber como delicia
Palpar las almas, despreciar la huella,
Y sentir en la mano una caricia.
Alma que siempre disconforme de ella,
Como los vientos vaga, corre y gira;
Alma que sangra y sin cesar delira
Por ser el buque en marcha de la estrella.
Alma que puede ser una amapola,
Que puede ser un lirio, una violeta,
Un peñasco, una selva y una ola.
Alma que como el viento vaga inquieta
Y ruge cuando está sobre los mares,
Y duerme dulcemente en una grieta.
Alma que adora sobre sus altares,
Dioses que no se bajan a cegarla;
Alma que no conoce valladares.
Alma que fuera fácil dominarla
Con sólo un corazón que se partiera
Para en su sangre cálida regarla.
Alma que cuando está en la primavera
Dice al invierno que demora: vuelve,
Caiga tu nieve sobre la pradera.
Alma que cuando nieva se disuelve
En tristezas, clamando por las rosas(*)
con que la primavera nos envuelve.
Alma que a ratos suelta mariposas
A campo abierto, sin fijar distancia,
Y les dice: libad sobre las cosas.
Alma que ha de morir de una fragancia
De un suspiro, de un verso en que se ruega,
Sin perder, a poderlo, su elegancia.
Alma que nada sabe y todo niega
Y negando lo bueno el bien propicia
Porque es negando como más se entrega.
Alma que suele haber como delicia
Palpar las almas, despreciar la huella,
Y sentir en la mano una caricia.
Alma que siempre disconforme de ella,
Como los vientos vaga, corre y gira;
Alma que sangra y sin cesar delira
Por ser el buque en marcha de la estrella.
Alma que como el viento vaga inquieta
Y ruge cuando está sobre los mares,
Y duerme dulcemente en una grieta.
Alma que adora sobre sus altares,
Dioses que no se bajan a cegarla;
Alma que no conoce valladares.
Alma que fuera fácil dominarla
Con sólo un corazón que se partiera
Para en su sangre cálida regarla.
Alma que cuando está en la primavera
Dice al invierno que demora: vuelve,
Caiga tu nieve sobre la pradera.
Alma que cuando nieva se disuelve
En tristezas, clamando por las rosas(*)
con que la primavera nos envuelve.
Alma que a ratos suelta mariposas
A campo abierto, sin fijar distancia,
Y les dice: libad sobre las cosas.
Alma que ha de morir de una fragancia
De un suspiro, de un verso en que se ruega,
Sin perder, a poderlo, su elegancia.
Alma que nada sabe y todo niega
Y negando lo bueno el bien propicia
Porque es negando como más se entrega.
Alma que suele haber como delicia
Palpar las almas, despreciar la huella,
Y sentir en la mano una caricia.
Alma que siempre disconforme de ella,
Como los vientos vaga, corre y gira;
Alma que sangra y sin cesar delira
Por ser el buque en marcha de la estrella.
Alma que adora sobre sus altares,
Dioses que no se bajan a cegarla;
Alma que no conoce valladares.
Alma que fuera fácil dominarla
Con sólo un corazón que se partiera
Para en su sangre cálida regarla.
Alma que cuando está en la primavera
Dice al invierno que demora: vuelve,
Caiga tu nieve sobre la pradera.
Alma que cuando nieva se disuelve
En tristezas, clamando por las rosas(*)
con que la primavera nos envuelve.
Alma que a ratos suelta mariposas
A campo abierto, sin fijar distancia,
Y les dice: libad sobre las cosas.
Alma que ha de morir de una fragancia
De un suspiro, de un verso en que se ruega,
Sin perder, a poderlo, su elegancia.
Alma que nada sabe y todo niega
Y negando lo bueno el bien propicia
Porque es negando como más se entrega.
Alma que suele haber como delicia
Palpar las almas, despreciar la huella,
Y sentir en la mano una caricia.
Alma que siempre disconforme de ella,
Como los vientos vaga, corre y gira;
Alma que sangra y sin cesar delira
Por ser el buque en marcha de la estrella.
Alma que fuera fácil dominarla
Con sólo un corazón que se partiera
Para en su sangre cálida regarla.
Alma que cuando está en la primavera
Dice al invierno que demora: vuelve,
Caiga tu nieve sobre la pradera.
Alma que cuando nieva se disuelve
En tristezas, clamando por las rosas(*)
con que la primavera nos envuelve.
Alma que a ratos suelta mariposas
A campo abierto, sin fijar distancia,
Y les dice: libad sobre las cosas.
Alma que ha de morir de una fragancia
De un suspiro, de un verso en que se ruega,
Sin perder, a poderlo, su elegancia.
Alma que nada sabe y todo niega
Y negando lo bueno el bien propicia
Porque es negando como más se entrega.
Alma que suele haber como delicia
Palpar las almas, despreciar la huella,
Y sentir en la mano una caricia.
Alma que siempre disconforme de ella,
Como los vientos vaga, corre y gira;
Alma que sangra y sin cesar delira
Por ser el buque en marcha de la estrella.
Alma que cuando está en la primavera
Dice al invierno que demora: vuelve,
Caiga tu nieve sobre la pradera.
Alma que cuando nieva se disuelve
En tristezas, clamando por las rosas(*)
con que la primavera nos envuelve.
Alma que a ratos suelta mariposas
A campo abierto, sin fijar distancia,
Y les dice: libad sobre las cosas.
Alma que ha de morir de una fragancia
De un suspiro, de un verso en que se ruega,
Sin perder, a poderlo, su elegancia.
Alma que nada sabe y todo niega
Y negando lo bueno el bien propicia
Porque es negando como más se entrega.
Alma que suele haber como delicia
Palpar las almas, despreciar la huella,
Y sentir en la mano una caricia.
Alma que siempre disconforme de ella,
Como los vientos vaga, corre y gira;
Alma que sangra y sin cesar delira
Por ser el buque en marcha de la estrella.
Alma que cuando nieva se disuelve
En tristezas, clamando por las rosas(*)
con que la primavera nos envuelve.
Alma que a ratos suelta mariposas
A campo abierto, sin fijar distancia,
Y les dice: libad sobre las cosas.
Alma que ha de morir de una fragancia
De un suspiro, de un verso en que se ruega,
Sin perder, a poderlo, su elegancia.
Alma que nada sabe y todo niega
Y negando lo bueno el bien propicia
Porque es negando como más se entrega.
Alma que suele haber como delicia
Palpar las almas, despreciar la huella,
Y sentir en la mano una caricia.
Alma que siempre disconforme de ella,
Como los vientos vaga, corre y gira;
Alma que sangra y sin cesar delira
Por ser el buque en marcha de la estrella.
Alma que a ratos suelta mariposas
A campo abierto, sin fijar distancia,
Y les dice: libad sobre las cosas.
Alma que ha de morir de una fragancia
De un suspiro, de un verso en que se ruega,
Sin perder, a poderlo, su elegancia.
Alma que nada sabe y todo niega
Y negando lo bueno el bien propicia
Porque es negando como más se entrega.
Alma que suele haber como delicia
Palpar las almas, despreciar la huella,
Y sentir en la mano una caricia.
Alma que siempre disconforme de ella,
Como los vientos vaga, corre y gira;
Alma que sangra y sin cesar delira
Por ser el buque en marcha de la estrella.
Alma que ha de morir de una fragancia
De un suspiro, de un verso en que se ruega,
Sin perder, a poderlo, su elegancia.
Alma que nada sabe y todo niega
Y negando lo bueno el bien propicia
Porque es negando como más se entrega.
Alma que suele haber como delicia
Palpar las almas, despreciar la huella,
Y sentir en la mano una caricia.
Alma que siempre disconforme de ella,
Como los vientos vaga, corre y gira;
Alma que sangra y sin cesar delira
Por ser el buque en marcha de la estrella.
Alma que nada sabe y todo niega
Y negando lo bueno el bien propicia
Porque es negando como más se entrega.
Alma que suele haber como delicia
Palpar las almas, despreciar la huella,
Y sentir en la mano una caricia.
Alma que siempre disconforme de ella,
Como los vientos vaga, corre y gira;
Alma que sangra y sin cesar delira
Por ser el buque en marcha de la estrella.
Alma que suele haber como delicia
Palpar las almas, despreciar la huella,
Y sentir en la mano una caricia.
Alma que siempre disconforme de ella,
Como los vientos vaga, corre y gira;
Alma que sangra y sin cesar delira
Por ser el buque en marcha de la estrella.
Alma que siempre disconforme de ella,
Como los vientos vaga, corre y gira;
Alma que sangra y sin cesar delira
Por ser el buque en marcha de la estrella. | es |
Rébora,Marilina | <XXI | Llévame_Nubecita_A_Lo_Alto_Contigo | Llévame nubecita a lo alto contigo
y cúbreme amorosa con tu cendal de gasa;
que tu orla de tul me sirva, leve abrigo,
para que no me falte el amor de la casa.
Llévame tú que eres, de mis ansias testigo,
ceniciento vigía, fino polvo de brasa,
incansable viajera detrás de mi postigo;
llévame pero pronto, que tu momento pasa.
No me llames poeta; sea a la hermana rosa,
encendida de fuego, áureo halo de oro;
o a la blanca, a la blanca de perfiles de hielo
que entre albos pompones, toda nieve reposa.
No me llames poeta que tus anhelos lloro,
que soy —como el amor fugaz— sombra en el cielo. | es |
Aleixandre,Vicente | <XXI | Una_Cargazón_De_Menta_Sobre_La_Espalda | Una cargazón de menta sobre la espalda, sobre la caída
catarata del cielo, no me enseñará afanosamente a buscar
ese río último en que refrescar mi garganta.
(Giboso estás, caminando camino de lo descaminado, esperando que
los chopos esbeltos te acaricien la rencorosa memoria, mostrando la
plata nueva sin la corteza de ellos, hechos los ojos azules suspiro sin
humo que merodee. No, no crezcas doblándote como una ballesta
que atirante la interjección de los dientes ocultos, paladeando
la sombra de los pelos caídos sobre el rostro. No ocultes tus
malas pasiones, mientras buscas la linfa clara, inocente, final, en que
bañar tu feo cuerpo).
Aquí hay una sombra verde, aquí yo descansaría si
el peso de las reservas a mi espalda no impidiese a la luna salir con
gentileza, con aérea esbeltez, para quedar solo apoyada en una
punta, con los brazos extendidos sobre la noche. Pero me siento,
definitivamente me siento. Alardeo de barbas foscas y entremezclando
mis dedos y mis rencores evoco el vino rojo que acabo de dejar sobre
las pupilas dormidas de una muchacha. He aprovechado su sueño
para escaparme de puntillas, presumiendo que la madrugada sería
hermosa como un cuerpo desollado con jaspe, veteado de ágatas
transitorias. Solo me ha faltado, para que la hora quedase aún
más bella, hacerle unas estrías con mis uñas.
Déjame que me ría sencillamente lo mismo que un
cuentakilómetros de alquiler. No quiero especificar la
distancia. Pero no puedo por menos de reconocer que mis manos son
anchas, grandísimas, y que caben holgadamente cuatro filas de
desfilantes. Cuatro (sin recosidos) cintas de carretera. Pero
aquí no, las hay. Solo un prado verde recogido sobre sí
mismo, que me contiene a mí como un lunar impresentable. Soy la
mancha deshonesta que no puede enseñarse. Soy ese lunar en ese
feo sitio que no se nota bajo las palabras.
(Por eso estás esperando tú que te llegue la hora de
sacar la baraja. La hora de observar el brillo aceitado de la luna
sobre la cara redonda, cacheteada, de un rey arropado. Sobre los
terciopelos viejos una corona de lirismo haría el efecto de una
melancolía retrasada, de un cuento a la oreja de un anciano sin
memoria. Por eso se te ladean las intenciones. Por eso el rey
también sabe sesgar su espada de latón y conoce muy bien
que las cacerolas no humean bajo sus pies, pero hierven sobre las
ascuas, aromando los forros de guardarropía. Nos cuesta mucho la
seriedad de los bigotes y de las barbas trémulas bajo las lunas).
En vista de todo (¡la hora es tan propicia!), haré un
solitario, olvidándome de mi joroba. Por algo dicen que la
noche, cuando está acabándose, besa la espalda
apolínea. Por algo me he traído yo esta reserva de
sonrisas para saludar los minutos. Haré mi solitario. La baraja
está hoy como nunca. ¡Qué fluida y zigzagueante,
qué murmuradora, casi musical! Si la beso, pareceré un
disco de gramófono. Si la acaricio, no me podré perdonar
una sonata ruidosa, con un surtidor en el centro que caracolee casi en
la barbilla. Suspiraré como un fuelle dignísimo.
Empezaré mi solitario.
Cuatro reyes, cuatro ases, cuatro sotas hacen la felicidad de una mano,
arquean los lomos de las montañas, mientras el sol de papel de
plata amenaza con rasgarse sin ruido. Los reyes son esta bondad nativa,
conservada en alcohol, que hace que la corona recaiga sobre la oreja,
mientras el hombro protesta del abrigo de todo, del falso armiño
que hace cuadrada la figura. La mejilla vista al microscopio no invita
más que a la meditación de los accidentes y al
pensamiento de cómo lo esencial está cubierto de
púas para los labios de los hijos; de cómo la aspereza de
los párpados irrita la esclerótica hasta deformar el
mundo, incendiado de rojo, quemándose sin que nadie lo perciba.
Si los reyes soltasen ahora mismo la carcajada, yo me sentiría
ahora mismo aliviado de mi cargazón indeclinable. Y
recogería las coronas caídas para echarlas en el hogar
que no existe, dulce crepúsculo que dibujaría mi reino
con sus lenguas que el cartón alimentaría, apareciendo
las palabras que certificarían mi altura, los frutos que
están al alcance de la mano.
Pero aduzco mi as --¡qué hacer!-- que antes de caer a
tierra, a su sitio, brilla de ópalo turbio, manejando su basto
sin asustar a los árboles. Lo pongo solo para que cumpla su
destino. Su verde es antiguo. Se ve que no es que haya retoñado,
sino que se quedó así recién nacido, con esa falsa
apariencia de juventud, mostrando sus yemas hinchadas en una
esterilidad enmascarada. Por más que las mujeres lo besen, esos
botones no echarán afirmaciones que se agiten en abanico. De
ninguna manera su copa acabará sosteniendo el cielo. Pero
tampoco tema la luna que su roma punta pueda herir la susceptibilidad
de su superficie. Sepultado bajo la grasa que borra las arrugas y
abrillanta su escondida calidad de yesca inusada, el as de bastos rueda
por los bolsillos sin poder silbar siquiera, ahogándose en la
ronquera opaca que no se percibe, entre las uñas negras de los
que murmuran.
Entre todos, finalmente, la señorita, la trémula, la
misma, sí, la insostenible sota nueva, recién venida, que
yo manejo y pongo en fila para completar. Finalmente, tengo ya mi
solitario. He aquí la última figura, que sostiene su
pecho con brocados para que las intenciones no rueden hasta el
césped y alarguen su figura, que se pueda clavar en la tierra
blanca como un rosal enfermo, donde los ojos no acabarían de
abrirse nunca, siempre de una rosa inminente bajo su azul empalidecido.
El cuello lento no podrá troncharse nunca por más que los
besos le lleguen. ¿Sucumbiré yo mismo? Acaso yo
pondré los labios sin miedo a la espina más honda, sin
miedo al fracaso de papel, que es el más barato de todos, el que
puede lograrse siempre, sin más que guardarse la carta para lo
último. Acaso yo terminaré echándome sobre la
tierra y cerrando los ojos, al lado de mi baraja extendida. ¡Oh
viento, viento, perdóname estas barbas de hierba, esta
húmeda pendiente que como un alud me sube hasta los ojos
cerrados! ¡Oh viento, viento, oréame como al heno,
písame sin que yo lo note! ¡Bárreme hasta
ensalzarme de ventura! ¿Por qué me preguntas en el
costado si la muerte es una contracción de la cintura?
¿Por qué tu brazo golpea el suelo como un látigo
redondo de carne? Ya los naipes no están. ¡Oh soledad de
los músculos! ¡Oh hueso cargetovetónico que se
levanta como los anillos de una serpiente monstruosa! | es |
Orozco,Olga | <XXI | Mientras_Muere_La_Dicha | He visto a la dicha perderse gritando por un umbrío y solitario bosque,
donde el último día pasaba, silencioso,
olvidando a los hombres como a gastadas hojas que una lenta estación sostiene todavía.
Nunca más, desdeñosa entre las tardes, su máscra dorada,
las luminosas manos conduciendo los sueños a un sediento vivir,
el fugitivo manto,
su reflejo engañoso entre la hiedra que los recuerdos guardan como un reino perdido.
¡Oh doliente descanso de la tierra!
Alguien espera aún junto al río indeciso que la sangre contiene:
el que en su oscuridad golpea vanamente las paredes,
persiguiendo una sombra más alta que sus noches,
y al amanecer mira apenas la terca ceniza y alguna flor marchita sobre el pecho;
y más allá los otros,
los que buscan ese rincón del aire preparado a su forma
como un cuerpo anterior que en remotas edades habitaron.
Ellos quieren asir una huella en el polvo,
detener en la luz sus pobres paraísos hechos de lentos, trabajosos dones,
pero basta ese soplo,
que apenas si estremece las oscilantes ramas,
para trocar la paz por una muerte,
por lánguida costumbre los deseos.
Porque indefensos viven los hombres en la dicha
y solamente entonces, mientras muere a lo lejos su vana melodía,
recobran nuestros rostros una aureola invencible. | es |
Flórez,Julio | <XXI | Un_Arrebol_De_Púrpura,_Lejano | Un arrebol de púrpura, lejano,
se refleja en el río.
Y el río se desliza sobre el llano
y aleja, aleja su caudal sombrío.
Cómo nos parecemos en el mundo:
tú al arrebol, yo al río:
tú mealumbras, y yo, meditabundo,
me voy huyendo de tu luz, bien mío. | es |
Escobar_Galindo,David | <XXI | Hacia_La_Perspectiva_De_Las_Dunas | Hacia la perspectiva de las dunas,
esa ilusión comienza a dibujarse.
Una mancha de lluvia en movimiento.
Un volumen de insólitos cristales.
Una escultura onírica de sal.
Y un soplo de repente, humana ráfaga. | es |
Marechal,Leopoldo | <XXI | Sólo_Tocó_El_Umbral | Sólo tocó el umbral
de este mundo y se fue.
Con vino y aguardiente
nos alegramos todos,
porque no se llevaba de la tierra
ni una palabra dura
ni una gota de hiel,
sino un trébol pegado
a su talón de un día.
Le pusimos dos alas
de papel en los hombros:
rosas del sur ardían
en su traje de cielo.
Su madre lo lloraba,
y nosotros bailábamos. | es |
Ramos_Sucre,José_Antonio | <XXI | He_Leído_En_Mi_Niñez_Las_Memorias_De_Una_Artista_Del_Violoncelo | He leído en mi niñez las memorias de
una artista del violoncelo, fallecida lejos de su patria, en el sitio
más frío del orbe. He visto la imagen del sepulcro en un
libro de estampas. Una verja de hierro defiende el hacinamiento de
piedras y la cruz bizantina. Una ráfaga atolondrada vierte la
lluvia en la soledad.
La heroína reposa de un galope consecutivo,
espanto del zorro vil. El caballo estuvo a punto de perecer en los
lazos flexibles de un bosque, en el lodo inerte.
La artista arrojó desde su caballo al
sórdido río de China un vaso de marfil, sujeto por medio
de un fiador, e ingirió el principio del cólera en la
linfa torpe. Allí mismo cautivó y consumió unos
peces de sabor terrizo. La heroína usaba de modo preferente el
marfil eximio, la materia del olifante de Roldán.
Un sol de azufre viajaba a ras del suelo en la
atmósfera de un arenal lejano y un soplo agudo, mensajero de la
oscuridad invisible, esparció una sombra de terror en el cauce inmenso.
La heroína reposa de un galope consecutivo,
espanto del zorro vil. El caballo estuvo a punto de perecer en los
lazos flexibles de un bosque, en el lodo inerte.
La artista arrojó desde su caballo al
sórdido río de China un vaso de marfil, sujeto por medio
de un fiador, e ingirió el principio del cólera en la
linfa torpe. Allí mismo cautivó y consumió unos
peces de sabor terrizo. La heroína usaba de modo preferente el
marfil eximio, la materia del olifante de Roldán.
Un sol de azufre viajaba a ras del suelo en la
atmósfera de un arenal lejano y un soplo agudo, mensajero de la
oscuridad invisible, esparció una sombra de terror en el cauce inmenso.
La artista arrojó desde su caballo al
sórdido río de China un vaso de marfil, sujeto por medio
de un fiador, e ingirió el principio del cólera en la
linfa torpe. Allí mismo cautivó y consumió unos
peces de sabor terrizo. La heroína usaba de modo preferente el
marfil eximio, la materia del olifante de Roldán.
Un sol de azufre viajaba a ras del suelo en la
atmósfera de un arenal lejano y un soplo agudo, mensajero de la
oscuridad invisible, esparció una sombra de terror en el cauce inmenso.
Un sol de azufre viajaba a ras del suelo en la
atmósfera de un arenal lejano y un soplo agudo, mensajero de la
oscuridad invisible, esparció una sombra de terror en el cauce inmenso. | es |
Meléndez_Valdés,Juan | <XXI | ¡Qué_Ardor_Hierve_En_Mis_Venas! | ¡Qué ardor hierve en mis venas!
¡Qué embriaguez! ¡Qué delicia!
¡Y en qué fragante aroma
se inunda el alma mía!
Éste es de Amor un templo:
doquier torno la vista
mil gratas muestras hallo
del numen que lo habita.
Aquí el luciente espejo
y el tocador, do unidas
con el placer las Gracias
se esmeran en servirla,
y do esmaltada de oro
la porcelana rica
del lujo preparados
perfumes mil le brinda,
coronando su adorno
dos fieles tortolitas,
que entreabiertos los picos
se besan y acarician.
Allí plumas y flores,
el prendido y la cinta
que del cabello y frente
vistosa en torno gira,
y el velo que los rayos
con que sus ojos brillan,
doblándoles la gracia,
emboza y debilita.
Del cuello allí las perlas,
y allá el corsé se mira
y en él de su albo seno
la huella peregrina.
¡Besadla, amantes labios...!
¡besadla...! Mas tendida
la gasa que lo cubre
mis ojos allí fija.
¡Oh, gasa...! ¡qué de veces...!
El piano...Ven, querida,
ven, llega, corre, vuela,
y mi impaciencia alivia.
¡Oh! ¡cuánto en la tardanza
padezco! ¡Cuál palpita
mi seno! ¡En qué zozobras
mi espíritu vacila!
En todo, en todo te halla
mi ardor... Tu voz divina
oigo feliz... Mi boca
tu suave aliento aspira;
y el aura que te halaga
con ala fugitiva,
de tus encantos llena,
me abraza y regocija.
Mas... ¿si serán sus pasos...?
Sí, sí; la melodía
ya de su labio oyendo,
todo mi ser se agita.
Sigue en tus cantos, sigue;
vuelve a sonar de Armida
los amenazantes gritos,
las mágicas caricias.
Trine armonioso el piano;
y a mi rogar benigna,
cual ella por su amante,
tú así por mí delira.
Clama, amenaza, gime;
y en quiebros y ansias rica,
haz que ardan nuestros pechos
en sus pasiones mismas,
que tú cual ella anheles
ciega de amor y de ira
y yo rendido y dócil
tu altiva planta siga.
Y tú sostenme, ¡oh Venus!
sostenme, que la vida
entre éxtasis tan gratos
débil sin ti peligra.
Éste es de Amor un templo:
doquier torno la vista
mil gratas muestras hallo
del numen que lo habita.
Aquí el luciente espejo
y el tocador, do unidas
con el placer las Gracias
se esmeran en servirla,
y do esmaltada de oro
la porcelana rica
del lujo preparados
perfumes mil le brinda,
coronando su adorno
dos fieles tortolitas,
que entreabiertos los picos
se besan y acarician.
Allí plumas y flores,
el prendido y la cinta
que del cabello y frente
vistosa en torno gira,
y el velo que los rayos
con que sus ojos brillan,
doblándoles la gracia,
emboza y debilita.
Del cuello allí las perlas,
y allá el corsé se mira
y en él de su albo seno
la huella peregrina.
¡Besadla, amantes labios...!
¡besadla...! Mas tendida
la gasa que lo cubre
mis ojos allí fija.
¡Oh, gasa...! ¡qué de veces...!
El piano...Ven, querida,
ven, llega, corre, vuela,
y mi impaciencia alivia.
¡Oh! ¡cuánto en la tardanza
padezco! ¡Cuál palpita
mi seno! ¡En qué zozobras
mi espíritu vacila!
En todo, en todo te halla
mi ardor... Tu voz divina
oigo feliz... Mi boca
tu suave aliento aspira;
y el aura que te halaga
con ala fugitiva,
de tus encantos llena,
me abraza y regocija.
Mas... ¿si serán sus pasos...?
Sí, sí; la melodía
ya de su labio oyendo,
todo mi ser se agita.
Sigue en tus cantos, sigue;
vuelve a sonar de Armida
los amenazantes gritos,
las mágicas caricias.
Trine armonioso el piano;
y a mi rogar benigna,
cual ella por su amante,
tú así por mí delira.
Clama, amenaza, gime;
y en quiebros y ansias rica,
haz que ardan nuestros pechos
en sus pasiones mismas,
que tú cual ella anheles
ciega de amor y de ira
y yo rendido y dócil
tu altiva planta siga.
Y tú sostenme, ¡oh Venus!
sostenme, que la vida
entre éxtasis tan gratos
débil sin ti peligra.
Aquí el luciente espejo
y el tocador, do unidas
con el placer las Gracias
se esmeran en servirla,
y do esmaltada de oro
la porcelana rica
del lujo preparados
perfumes mil le brinda,
coronando su adorno
dos fieles tortolitas,
que entreabiertos los picos
se besan y acarician.
Allí plumas y flores,
el prendido y la cinta
que del cabello y frente
vistosa en torno gira,
y el velo que los rayos
con que sus ojos brillan,
doblándoles la gracia,
emboza y debilita.
Del cuello allí las perlas,
y allá el corsé se mira
y en él de su albo seno
la huella peregrina.
¡Besadla, amantes labios...!
¡besadla...! Mas tendida
la gasa que lo cubre
mis ojos allí fija.
¡Oh, gasa...! ¡qué de veces...!
El piano...Ven, querida,
ven, llega, corre, vuela,
y mi impaciencia alivia.
¡Oh! ¡cuánto en la tardanza
padezco! ¡Cuál palpita
mi seno! ¡En qué zozobras
mi espíritu vacila!
En todo, en todo te halla
mi ardor... Tu voz divina
oigo feliz... Mi boca
tu suave aliento aspira;
y el aura que te halaga
con ala fugitiva,
de tus encantos llena,
me abraza y regocija.
Mas... ¿si serán sus pasos...?
Sí, sí; la melodía
ya de su labio oyendo,
todo mi ser se agita.
Sigue en tus cantos, sigue;
vuelve a sonar de Armida
los amenazantes gritos,
las mágicas caricias.
Trine armonioso el piano;
y a mi rogar benigna,
cual ella por su amante,
tú así por mí delira.
Clama, amenaza, gime;
y en quiebros y ansias rica,
haz que ardan nuestros pechos
en sus pasiones mismas,
que tú cual ella anheles
ciega de amor y de ira
y yo rendido y dócil
tu altiva planta siga.
Y tú sostenme, ¡oh Venus!
sostenme, que la vida
entre éxtasis tan gratos
débil sin ti peligra.
y do esmaltada de oro
la porcelana rica
del lujo preparados
perfumes mil le brinda,
coronando su adorno
dos fieles tortolitas,
que entreabiertos los picos
se besan y acarician.
Allí plumas y flores,
el prendido y la cinta
que del cabello y frente
vistosa en torno gira,
y el velo que los rayos
con que sus ojos brillan,
doblándoles la gracia,
emboza y debilita.
Del cuello allí las perlas,
y allá el corsé se mira
y en él de su albo seno
la huella peregrina.
¡Besadla, amantes labios...!
¡besadla...! Mas tendida
la gasa que lo cubre
mis ojos allí fija.
¡Oh, gasa...! ¡qué de veces...!
El piano...Ven, querida,
ven, llega, corre, vuela,
y mi impaciencia alivia.
¡Oh! ¡cuánto en la tardanza
padezco! ¡Cuál palpita
mi seno! ¡En qué zozobras
mi espíritu vacila!
En todo, en todo te halla
mi ardor... Tu voz divina
oigo feliz... Mi boca
tu suave aliento aspira;
y el aura que te halaga
con ala fugitiva,
de tus encantos llena,
me abraza y regocija.
Mas... ¿si serán sus pasos...?
Sí, sí; la melodía
ya de su labio oyendo,
todo mi ser se agita.
Sigue en tus cantos, sigue;
vuelve a sonar de Armida
los amenazantes gritos,
las mágicas caricias.
Trine armonioso el piano;
y a mi rogar benigna,
cual ella por su amante,
tú así por mí delira.
Clama, amenaza, gime;
y en quiebros y ansias rica,
haz que ardan nuestros pechos
en sus pasiones mismas,
que tú cual ella anheles
ciega de amor y de ira
y yo rendido y dócil
tu altiva planta siga.
Y tú sostenme, ¡oh Venus!
sostenme, que la vida
entre éxtasis tan gratos
débil sin ti peligra.
coronando su adorno
dos fieles tortolitas,
que entreabiertos los picos
se besan y acarician.
Allí plumas y flores,
el prendido y la cinta
que del cabello y frente
vistosa en torno gira,
y el velo que los rayos
con que sus ojos brillan,
doblándoles la gracia,
emboza y debilita.
Del cuello allí las perlas,
y allá el corsé se mira
y en él de su albo seno
la huella peregrina.
¡Besadla, amantes labios...!
¡besadla...! Mas tendida
la gasa que lo cubre
mis ojos allí fija.
¡Oh, gasa...! ¡qué de veces...!
El piano...Ven, querida,
ven, llega, corre, vuela,
y mi impaciencia alivia.
¡Oh! ¡cuánto en la tardanza
padezco! ¡Cuál palpita
mi seno! ¡En qué zozobras
mi espíritu vacila!
En todo, en todo te halla
mi ardor... Tu voz divina
oigo feliz... Mi boca
tu suave aliento aspira;
y el aura que te halaga
con ala fugitiva,
de tus encantos llena,
me abraza y regocija.
Mas... ¿si serán sus pasos...?
Sí, sí; la melodía
ya de su labio oyendo,
todo mi ser se agita.
Sigue en tus cantos, sigue;
vuelve a sonar de Armida
los amenazantes gritos,
las mágicas caricias.
Trine armonioso el piano;
y a mi rogar benigna,
cual ella por su amante,
tú así por mí delira.
Clama, amenaza, gime;
y en quiebros y ansias rica,
haz que ardan nuestros pechos
en sus pasiones mismas,
que tú cual ella anheles
ciega de amor y de ira
y yo rendido y dócil
tu altiva planta siga.
Y tú sostenme, ¡oh Venus!
sostenme, que la vida
entre éxtasis tan gratos
débil sin ti peligra.
Allí plumas y flores,
el prendido y la cinta
que del cabello y frente
vistosa en torno gira,
y el velo que los rayos
con que sus ojos brillan,
doblándoles la gracia,
emboza y debilita.
Del cuello allí las perlas,
y allá el corsé se mira
y en él de su albo seno
la huella peregrina.
¡Besadla, amantes labios...!
¡besadla...! Mas tendida
la gasa que lo cubre
mis ojos allí fija.
¡Oh, gasa...! ¡qué de veces...!
El piano...Ven, querida,
ven, llega, corre, vuela,
y mi impaciencia alivia.
¡Oh! ¡cuánto en la tardanza
padezco! ¡Cuál palpita
mi seno! ¡En qué zozobras
mi espíritu vacila!
En todo, en todo te halla
mi ardor... Tu voz divina
oigo feliz... Mi boca
tu suave aliento aspira;
y el aura que te halaga
con ala fugitiva,
de tus encantos llena,
me abraza y regocija.
Mas... ¿si serán sus pasos...?
Sí, sí; la melodía
ya de su labio oyendo,
todo mi ser se agita.
Sigue en tus cantos, sigue;
vuelve a sonar de Armida
los amenazantes gritos,
las mágicas caricias.
Trine armonioso el piano;
y a mi rogar benigna,
cual ella por su amante,
tú así por mí delira.
Clama, amenaza, gime;
y en quiebros y ansias rica,
haz que ardan nuestros pechos
en sus pasiones mismas,
que tú cual ella anheles
ciega de amor y de ira
y yo rendido y dócil
tu altiva planta siga.
Y tú sostenme, ¡oh Venus!
sostenme, que la vida
entre éxtasis tan gratos
débil sin ti peligra.
y el velo que los rayos
con que sus ojos brillan,
doblándoles la gracia,
emboza y debilita.
Del cuello allí las perlas,
y allá el corsé se mira
y en él de su albo seno
la huella peregrina.
¡Besadla, amantes labios...!
¡besadla...! Mas tendida
la gasa que lo cubre
mis ojos allí fija.
¡Oh, gasa...! ¡qué de veces...!
El piano...Ven, querida,
ven, llega, corre, vuela,
y mi impaciencia alivia.
¡Oh! ¡cuánto en la tardanza
padezco! ¡Cuál palpita
mi seno! ¡En qué zozobras
mi espíritu vacila!
En todo, en todo te halla
mi ardor... Tu voz divina
oigo feliz... Mi boca
tu suave aliento aspira;
y el aura que te halaga
con ala fugitiva,
de tus encantos llena,
me abraza y regocija.
Mas... ¿si serán sus pasos...?
Sí, sí; la melodía
ya de su labio oyendo,
todo mi ser se agita.
Sigue en tus cantos, sigue;
vuelve a sonar de Armida
los amenazantes gritos,
las mágicas caricias.
Trine armonioso el piano;
y a mi rogar benigna,
cual ella por su amante,
tú así por mí delira.
Clama, amenaza, gime;
y en quiebros y ansias rica,
haz que ardan nuestros pechos
en sus pasiones mismas,
que tú cual ella anheles
ciega de amor y de ira
y yo rendido y dócil
tu altiva planta siga.
Y tú sostenme, ¡oh Venus!
sostenme, que la vida
entre éxtasis tan gratos
débil sin ti peligra.
Del cuello allí las perlas,
y allá el corsé se mira
y en él de su albo seno
la huella peregrina.
¡Besadla, amantes labios...!
¡besadla...! Mas tendida
la gasa que lo cubre
mis ojos allí fija.
¡Oh, gasa...! ¡qué de veces...!
El piano...Ven, querida,
ven, llega, corre, vuela,
y mi impaciencia alivia.
¡Oh! ¡cuánto en la tardanza
padezco! ¡Cuál palpita
mi seno! ¡En qué zozobras
mi espíritu vacila!
En todo, en todo te halla
mi ardor... Tu voz divina
oigo feliz... Mi boca
tu suave aliento aspira;
y el aura que te halaga
con ala fugitiva,
de tus encantos llena,
me abraza y regocija.
Mas... ¿si serán sus pasos...?
Sí, sí; la melodía
ya de su labio oyendo,
todo mi ser se agita.
Sigue en tus cantos, sigue;
vuelve a sonar de Armida
los amenazantes gritos,
las mágicas caricias.
Trine armonioso el piano;
y a mi rogar benigna,
cual ella por su amante,
tú así por mí delira.
Clama, amenaza, gime;
y en quiebros y ansias rica,
haz que ardan nuestros pechos
en sus pasiones mismas,
que tú cual ella anheles
ciega de amor y de ira
y yo rendido y dócil
tu altiva planta siga.
Y tú sostenme, ¡oh Venus!
sostenme, que la vida
entre éxtasis tan gratos
débil sin ti peligra.
¡Besadla, amantes labios...!
¡besadla...! Mas tendida
la gasa que lo cubre
mis ojos allí fija.
¡Oh, gasa...! ¡qué de veces...!
El piano...Ven, querida,
ven, llega, corre, vuela,
y mi impaciencia alivia.
¡Oh! ¡cuánto en la tardanza
padezco! ¡Cuál palpita
mi seno! ¡En qué zozobras
mi espíritu vacila!
En todo, en todo te halla
mi ardor... Tu voz divina
oigo feliz... Mi boca
tu suave aliento aspira;
y el aura que te halaga
con ala fugitiva,
de tus encantos llena,
me abraza y regocija.
Mas... ¿si serán sus pasos...?
Sí, sí; la melodía
ya de su labio oyendo,
todo mi ser se agita.
Sigue en tus cantos, sigue;
vuelve a sonar de Armida
los amenazantes gritos,
las mágicas caricias.
Trine armonioso el piano;
y a mi rogar benigna,
cual ella por su amante,
tú así por mí delira.
Clama, amenaza, gime;
y en quiebros y ansias rica,
haz que ardan nuestros pechos
en sus pasiones mismas,
que tú cual ella anheles
ciega de amor y de ira
y yo rendido y dócil
tu altiva planta siga.
Y tú sostenme, ¡oh Venus!
sostenme, que la vida
entre éxtasis tan gratos
débil sin ti peligra.
¡Oh, gasa...! ¡qué de veces...!
El piano...Ven, querida,
ven, llega, corre, vuela,
y mi impaciencia alivia.
¡Oh! ¡cuánto en la tardanza
padezco! ¡Cuál palpita
mi seno! ¡En qué zozobras
mi espíritu vacila!
En todo, en todo te halla
mi ardor... Tu voz divina
oigo feliz... Mi boca
tu suave aliento aspira;
y el aura que te halaga
con ala fugitiva,
de tus encantos llena,
me abraza y regocija.
Mas... ¿si serán sus pasos...?
Sí, sí; la melodía
ya de su labio oyendo,
todo mi ser se agita.
Sigue en tus cantos, sigue;
vuelve a sonar de Armida
los amenazantes gritos,
las mágicas caricias.
Trine armonioso el piano;
y a mi rogar benigna,
cual ella por su amante,
tú así por mí delira.
Clama, amenaza, gime;
y en quiebros y ansias rica,
haz que ardan nuestros pechos
en sus pasiones mismas,
que tú cual ella anheles
ciega de amor y de ira
y yo rendido y dócil
tu altiva planta siga.
Y tú sostenme, ¡oh Venus!
sostenme, que la vida
entre éxtasis tan gratos
débil sin ti peligra.
¡Oh! ¡cuánto en la tardanza
padezco! ¡Cuál palpita
mi seno! ¡En qué zozobras
mi espíritu vacila!
En todo, en todo te halla
mi ardor... Tu voz divina
oigo feliz... Mi boca
tu suave aliento aspira;
y el aura que te halaga
con ala fugitiva,
de tus encantos llena,
me abraza y regocija.
Mas... ¿si serán sus pasos...?
Sí, sí; la melodía
ya de su labio oyendo,
todo mi ser se agita.
Sigue en tus cantos, sigue;
vuelve a sonar de Armida
los amenazantes gritos,
las mágicas caricias.
Trine armonioso el piano;
y a mi rogar benigna,
cual ella por su amante,
tú así por mí delira.
Clama, amenaza, gime;
y en quiebros y ansias rica,
haz que ardan nuestros pechos
en sus pasiones mismas,
que tú cual ella anheles
ciega de amor y de ira
y yo rendido y dócil
tu altiva planta siga.
Y tú sostenme, ¡oh Venus!
sostenme, que la vida
entre éxtasis tan gratos
débil sin ti peligra.
En todo, en todo te halla
mi ardor... Tu voz divina
oigo feliz... Mi boca
tu suave aliento aspira;
y el aura que te halaga
con ala fugitiva,
de tus encantos llena,
me abraza y regocija.
Mas... ¿si serán sus pasos...?
Sí, sí; la melodía
ya de su labio oyendo,
todo mi ser se agita.
Sigue en tus cantos, sigue;
vuelve a sonar de Armida
los amenazantes gritos,
las mágicas caricias.
Trine armonioso el piano;
y a mi rogar benigna,
cual ella por su amante,
tú así por mí delira.
Clama, amenaza, gime;
y en quiebros y ansias rica,
haz que ardan nuestros pechos
en sus pasiones mismas,
que tú cual ella anheles
ciega de amor y de ira
y yo rendido y dócil
tu altiva planta siga.
Y tú sostenme, ¡oh Venus!
sostenme, que la vida
entre éxtasis tan gratos
débil sin ti peligra.
y el aura que te halaga
con ala fugitiva,
de tus encantos llena,
me abraza y regocija.
Mas... ¿si serán sus pasos...?
Sí, sí; la melodía
ya de su labio oyendo,
todo mi ser se agita.
Sigue en tus cantos, sigue;
vuelve a sonar de Armida
los amenazantes gritos,
las mágicas caricias.
Trine armonioso el piano;
y a mi rogar benigna,
cual ella por su amante,
tú así por mí delira.
Clama, amenaza, gime;
y en quiebros y ansias rica,
haz que ardan nuestros pechos
en sus pasiones mismas,
que tú cual ella anheles
ciega de amor y de ira
y yo rendido y dócil
tu altiva planta siga.
Y tú sostenme, ¡oh Venus!
sostenme, que la vida
entre éxtasis tan gratos
débil sin ti peligra.
Mas... ¿si serán sus pasos...?
Sí, sí; la melodía
ya de su labio oyendo,
todo mi ser se agita.
Sigue en tus cantos, sigue;
vuelve a sonar de Armida
los amenazantes gritos,
las mágicas caricias.
Trine armonioso el piano;
y a mi rogar benigna,
cual ella por su amante,
tú así por mí delira.
Clama, amenaza, gime;
y en quiebros y ansias rica,
haz que ardan nuestros pechos
en sus pasiones mismas,
que tú cual ella anheles
ciega de amor y de ira
y yo rendido y dócil
tu altiva planta siga.
Y tú sostenme, ¡oh Venus!
sostenme, que la vida
entre éxtasis tan gratos
débil sin ti peligra.
Sigue en tus cantos, sigue;
vuelve a sonar de Armida
los amenazantes gritos,
las mágicas caricias.
Trine armonioso el piano;
y a mi rogar benigna,
cual ella por su amante,
tú así por mí delira.
Clama, amenaza, gime;
y en quiebros y ansias rica,
haz que ardan nuestros pechos
en sus pasiones mismas,
que tú cual ella anheles
ciega de amor y de ira
y yo rendido y dócil
tu altiva planta siga.
Y tú sostenme, ¡oh Venus!
sostenme, que la vida
entre éxtasis tan gratos
débil sin ti peligra.
Trine armonioso el piano;
y a mi rogar benigna,
cual ella por su amante,
tú así por mí delira.
Clama, amenaza, gime;
y en quiebros y ansias rica,
haz que ardan nuestros pechos
en sus pasiones mismas,
que tú cual ella anheles
ciega de amor y de ira
y yo rendido y dócil
tu altiva planta siga.
Y tú sostenme, ¡oh Venus!
sostenme, que la vida
entre éxtasis tan gratos
débil sin ti peligra.
Clama, amenaza, gime;
y en quiebros y ansias rica,
haz que ardan nuestros pechos
en sus pasiones mismas,
que tú cual ella anheles
ciega de amor y de ira
y yo rendido y dócil
tu altiva planta siga.
Y tú sostenme, ¡oh Venus!
sostenme, que la vida
entre éxtasis tan gratos
débil sin ti peligra.
que tú cual ella anheles
ciega de amor y de ira
y yo rendido y dócil
tu altiva planta siga.
Y tú sostenme, ¡oh Venus!
sostenme, que la vida
entre éxtasis tan gratos
débil sin ti peligra.
Y tú sostenme, ¡oh Venus!
sostenme, que la vida
entre éxtasis tan gratos
débil sin ti peligra. | es |
Vallejo,César | <XXI | En_Suma,_No_Poseo_Para_Expresar_Mi_Vida,_Sino_Mi_Muerte | En suma, no poseo para expresar mi vida, sino mi muerte.
Y, después de todo, al cabo de la escalonada naturaleza y del gorrión en bloque, me duermo, mano a mano con mi sombra.
Y, al descender del acto venerable y del otro gemido, me reposo pensando en la marcha impertérrita del tiempo.
¿Por qué la cuerda, entonces, si el aire es tan sencillo? ¿Para qué la cadena, si existe el hierro por sí
solo?
César Vallejo, el acento con que amas, el verbo con que escribes, el vientecillo con que oyes, sólo saben de ti por tu garganta.
César Vallejo, póstrate, por eso, con indistinto orgullo, con tálamo de ornamentales áspides y exagonales ecos.
Restitúyete al corpóreo panal, a la beldad; aroma los florecidos corchos, cierra ambas grutas al sañudo antropoide; repara, en fin, tu antipático venado; tente pena.
¡Que no hay cosa más densa que el odio en voz pasiva, ni más mísera ubre que el amor!
¡Que ya no puedo andar, sino en dos harpas!
¡Que ya no me conoces, sino porque te sigo instrumental, prolijamente!
¡Que ya no doy gusanos, sino breves!
¡Que ya te implico tánto, que medio que te afilas!
¡Que ya llevo unas tímidas legumbres y otras bravas!
Pues el afecto que quiébrase de noche en mis bronquios, lo trajeron de día ocultos deanes y, si amanezco pálido, es por mi obra: y, si anochezco rojo, por mi obrero. Ello explica, igualmente, estos cansancios míos y estos despojos, mis famosos tíos. Ello explica, en fin, esta lágrima que brindo por la dicha de los hombres.
¡César Vallejo, parece
mentira que así tarden tus parientes,
sabiendo que ando cautivo,
sabiendo que yaces libre!
¡Vistosa y perra suerte!
¡César Vallejo, te odio con ternura! | es |
Sabines,Jaime | <XXI | Se_Ha_Vuelto_Llanto_Este_Dolor_Ahora | Se ha vuelto llanto este dolor ahora
y es bueno que así sea.
Bailemos, amemos, Melibea.
Flor de este viento dulce que me tiene,
rama de mi congoja:
desátame, amor mío, hoja por hoja,
mécete aquí en mis sueños,
te arropo con mi sangre, ésta es tu cuna:
déjame que te bese una por una,
mujeres tú, mujer, coral de espuma.
Rosario, sí, Dolores cuando Andrea,
déjame que te llore y que te vea.
Me he vuelto llanto nada más ahora
y te arrullo, mujer, llora que llora. | es |
Garrido,Dolores | XXI | Noche_A_Noche | El mañana, es el hoy del ayer.
El insomnio y el placer
forman parte de un pasado,
donde el futuro y los sueños se confunden
en la memoria de una infancia.
Aquella niña con polvo de hadas en los ojos
y colmada de incomprensión en la esencia,
llego a ser una adolescente indócil
en la rebeldía de una edad
con expectativas de un futuro provocativo.
Llena de sensaciones
que comprimieron al vació mediocre
de un ser...
Insatisfecha de ternuras amasadas por
El saber estar...
Vacía, cansada y dormida.
Aletargada en la resignación de la madurez
donde que la luna ya no es mágica
y las flores se negocian
el placer fríamente se planea, se fiscaliza y se relega.
Mientras todo lo mida y todo lo piense
el sueño será practico
y la noche sosiego... para poder seguir.
Los sueños se cruzaran a un olvido voluntario y amargo
de fracasos íntimos y silenciosos
El día, solo será noches donde poder descansar
El pasado que ayer obró amargo
atemperan mis añoranzas mas intimas.
Las tinieblas restan tiempo a mi vida
en el juego triste de la existencia
La evocación anida en el presente
y condiciona mi futuro
en un ahora que se tiñe de inestable
y nunca sabré
por que no vivo, solo duermo
Aquella niña con polvo de hadas en los ojos
y colmada de incomprensión en la esencia,
llego a ser una adolescente indócil
en la rebeldía de una edad
con expectativas de un futuro provocativo.
Llena de sensaciones
que comprimieron al vació mediocre
de un ser...
Insatisfecha de ternuras amasadas por
El saber estar...
Vacía, cansada y dormida.
Aletargada en la resignación de la madurez
donde que la luna ya no es mágica
y las flores se negocian
el placer fríamente se planea, se fiscaliza y se relega.
Mientras todo lo mida y todo lo piense
el sueño será practico
y la noche sosiego... para poder seguir.
Los sueños se cruzaran a un olvido voluntario y amargo
de fracasos íntimos y silenciosos
El día, solo será noches donde poder descansar
El pasado que ayer obró amargo
atemperan mis añoranzas mas intimas.
Las tinieblas restan tiempo a mi vida
en el juego triste de la existencia
La evocación anida en el presente
y condiciona mi futuro
en un ahora que se tiñe de inestable
y nunca sabré
por que no vivo, solo duermo
Llena de sensaciones
que comprimieron al vació mediocre
de un ser...
Insatisfecha de ternuras amasadas por
El saber estar...
Vacía, cansada y dormida.
Aletargada en la resignación de la madurez
donde que la luna ya no es mágica
y las flores se negocian
el placer fríamente se planea, se fiscaliza y se relega.
Mientras todo lo mida y todo lo piense
el sueño será practico
y la noche sosiego... para poder seguir.
Los sueños se cruzaran a un olvido voluntario y amargo
de fracasos íntimos y silenciosos
El día, solo será noches donde poder descansar
El pasado que ayer obró amargo
atemperan mis añoranzas mas intimas.
Las tinieblas restan tiempo a mi vida
en el juego triste de la existencia
La evocación anida en el presente
y condiciona mi futuro
en un ahora que se tiñe de inestable
y nunca sabré
por que no vivo, solo duermo
Vacía, cansada y dormida.
Aletargada en la resignación de la madurez
donde que la luna ya no es mágica
y las flores se negocian
el placer fríamente se planea, se fiscaliza y se relega.
Mientras todo lo mida y todo lo piense
el sueño será practico
y la noche sosiego... para poder seguir.
Los sueños se cruzaran a un olvido voluntario y amargo
de fracasos íntimos y silenciosos
El día, solo será noches donde poder descansar
El pasado que ayer obró amargo
atemperan mis añoranzas mas intimas.
Las tinieblas restan tiempo a mi vida
en el juego triste de la existencia
La evocación anida en el presente
y condiciona mi futuro
en un ahora que se tiñe de inestable
y nunca sabré
por que no vivo, solo duermo
Mientras todo lo mida y todo lo piense
el sueño será practico
y la noche sosiego... para poder seguir.
Los sueños se cruzaran a un olvido voluntario y amargo
de fracasos íntimos y silenciosos
El día, solo será noches donde poder descansar
El pasado que ayer obró amargo
atemperan mis añoranzas mas intimas.
Las tinieblas restan tiempo a mi vida
en el juego triste de la existencia
La evocación anida en el presente
y condiciona mi futuro
en un ahora que se tiñe de inestable
y nunca sabré
por que no vivo, solo duermo
El día, solo será noches donde poder descansar
El pasado que ayer obró amargo
atemperan mis añoranzas mas intimas.
Las tinieblas restan tiempo a mi vida
en el juego triste de la existencia
La evocación anida en el presente
y condiciona mi futuro
en un ahora que se tiñe de inestable
y nunca sabré
por que no vivo, solo duermo
La evocación anida en el presente
y condiciona mi futuro
en un ahora que se tiñe de inestable
y nunca sabré
por que no vivo, solo duermo | es |
Torres_Bodet,Jaime | <XXI | ...12_De_Junio | Amada, en estos versos que te escribo
quisiera que encontraras el color
de este pálido cielo pensativo
que estoy mirando, al recordar tu amor.
Que sintieras que ya julio se acerca
que el oro está naciendo de la mies,
y que oyeras zumbar la mosca terca
que oigo volar en el calor del mes...
Y pensaras: «¡Qué año tan ardiente!
¡Cuánto sol en las bardas!»... y, quizás,
que un suspiro cerrara blandamente
tus ojos... nada más... ¿Para qué más? | es |
Herrera_y_Reissig,Julio | <XXI | Surgió_Tu_Blanca_Majestad_De_Raso | Surgió tu blanca majestad de raso,
toda sueño y fulgor, en la espesura;
y era en vez de mi mano —atenta al caso
mi alma quien oprimía tu cintura...
De procaces sulfatos, una impura
fragancia conspiraba a nuestro paso,
en tanto que propicio a tu aventura
llenóse de amapolas el ocaso.
Pálida de inquietud y casto asombro,
tu frente declinó sobre mi hombro...
Uniéndome a tu ser, con suave impulso,
al fin de mi especioso simulacro,
de un largo beso te apuré convulso,
¡hasta las heces, como un vino sacro! | es |
Díaz_Mirón,Salvador | <XXI | ¿Detenerme?_¿Cejar?_Vana_Congoja. | ¿Detenerme? ¿Cejar? Vana congoja.
La cabeza no manda al corazón.
Prohibe al aquilón que alce la hoja,
no a la hoja que ceda al aquilón.
Cuando el torrente por los campos halla
de pronto un dique que le dice: ¡atrás!
podrá saltar o desquiciar la valla
pero pararse o recular... ¡jamás!
¿Por qué te adoro y a tus pies me arrastro?
¿Por qué se obstinan en volverse así
la aguja al norte, el heliotropo al astro,
la llama al cielo y mi esperanza a ti? | es |
García_Lorca,Federico | <XXI | Tú_Querías_Que_Yo_Te_Dijera | Tú querías que yo te dijera
el secreto de la primavera.
Y yo soy para el secreto
lo mismo que es el abeto.
Árbol cuyos mil deditos
señalan mil caminitos.
Nunca te diré, amor mío,
por qué corre lento el río.
Pero pondré en mi voz estancada
el cielo ceniza de tu mirada.
¡Dame vueltas, morenita!
Ten cuidado con mis hojitas.
Dame más vueltas alrededor,
jugando a la noria del amor.
¡Ay! No puedo decirte, aunque quisiera,
el secreto de la primavera.
Y yo soy para el secreto
lo mismo que es el abeto.
Árbol cuyos mil deditos
señalan mil caminitos.
Nunca te diré, amor mío,
por qué corre lento el río.
Pero pondré en mi voz estancada
el cielo ceniza de tu mirada.
¡Dame vueltas, morenita!
Ten cuidado con mis hojitas.
Dame más vueltas alrededor,
jugando a la noria del amor.
¡Ay! No puedo decirte, aunque quisiera,
el secreto de la primavera.
Árbol cuyos mil deditos
señalan mil caminitos.
Nunca te diré, amor mío,
por qué corre lento el río.
Pero pondré en mi voz estancada
el cielo ceniza de tu mirada.
¡Dame vueltas, morenita!
Ten cuidado con mis hojitas.
Dame más vueltas alrededor,
jugando a la noria del amor.
¡Ay! No puedo decirte, aunque quisiera,
el secreto de la primavera.
Nunca te diré, amor mío,
por qué corre lento el río.
Pero pondré en mi voz estancada
el cielo ceniza de tu mirada.
¡Dame vueltas, morenita!
Ten cuidado con mis hojitas.
Dame más vueltas alrededor,
jugando a la noria del amor.
¡Ay! No puedo decirte, aunque quisiera,
el secreto de la primavera.
Pero pondré en mi voz estancada
el cielo ceniza de tu mirada.
¡Dame vueltas, morenita!
Ten cuidado con mis hojitas.
Dame más vueltas alrededor,
jugando a la noria del amor.
¡Ay! No puedo decirte, aunque quisiera,
el secreto de la primavera.
¡Dame vueltas, morenita!
Ten cuidado con mis hojitas.
Dame más vueltas alrededor,
jugando a la noria del amor.
¡Ay! No puedo decirte, aunque quisiera,
el secreto de la primavera.
Dame más vueltas alrededor,
jugando a la noria del amor.
¡Ay! No puedo decirte, aunque quisiera,
el secreto de la primavera.
¡Ay! No puedo decirte, aunque quisiera,
el secreto de la primavera. | es |
Hahn,Óscar | <XXI | Fantasma_En_Forma_De_Funda | Anoche fui la funda de tu almohada
para sentir la tibieza de tus mejillas
y decirte despacio en el oído
amor mío amor mío
Mis palabras salieron por tu boca
y regresaron lentamente a mi cuerpo
amor mío amor mío
Tuve pena de mí
y la miré en silencio por última vez
Entonces solos muy solos
sus labios empezaron a moverse
y se oyó puro cristalino
el silencio
y se oyó puro cristalino
el silencio | es |
Rivas,Duque_de | <XXI | Entre_Estepona_Y_Marbella | Entre Estepona y Marbella,
Una torre fulminada,
Hoy nido de aves marinas,
Y en otro tiempo atalaya,
Corona con sus escombros
Una roca solitaria,
Que se entapiza de espumas,
Cuando las olas la bañan.
A la derecha se extiende
Una humilde y lisa playa,
Cuyas menudas arenas
Humedece la resaca;
Y oculta entre dos ribazos
Forma una escondida cala,
Abrigo de pescadoras
0 contrabandistas barcas.
A este temeroso sitio,
Mientras lento declinaba
A ponerse un sol de otoño
Entre celajes de nácar,
Estando el viento adormido,
La mar blanquecina en calma,
Y sin turbar el silencio
De las voladoras auras,
Sino el grito de un milano
Que los espacios cruzaba,
Y los de dos gaviotas,
Cuyo tálamo era el agua,
La divina Rosalía,
La hermosa de la comarca,
Fugitiva y anhelante
Llegó, sudosa y turbada.
* * *
Su gentil cabeza y hombros
Cubre un pañolón de grana,
Dejando ver negras trenzas,
Que un peine de concha enlaza;
Y de seda una toquilla,
Azul, rosa, verde y blanca,
Que las formas virginales
Del seno dibuja y guarda.
Su gallardo cuerpo adorna
De muselina enramada
Un vestido; con la diestra
Recoge la undosa falda,
Y el pie, primoroso y breve,
Que apenas su huella estampa
En la movediza arena,
Más limpio desembaraza.
Bajo el brazo izquierdo tiene
Un envoltorio de nada,
Cubierto con un pañuelo,
Do el jalde y rojo resaltan.
¡Inocente Rosalía!
¿Qué busca allí?... ¡Temeraria!
¡Cuál su semblante divino,
Lleno de vida y de gracia,
Desencajado se muestra!...
¡Qué palidez!... ¡Qué miradas!...
Está haciendo, bien se advierte,
Un grande esfuerzo su alma.
Sí, los ojos brilladores,
Los ojos que tienen fama
En toda la Andalucía,
por su fuego y sus pestañas,
En el peñón, que lejano
Apenas se dibujaba
Entre la neblina (seña
De mudarse el tiempo), clava.
Dos lágrimas relucientes
Sus mejillas deslustradas
Queman, un hondo suspiro
Del pecho oprimido arranca.
Queda suspensa un momento:
Luego de pronto la cara
Vuelve a Estepona, temblando:
Juzga que una voz la llama.
Y la llama, es cierto... ¡Ay triste!
Mas ¿qué importa? Otra, más alta,
Más fuerte, más poderosa,
Desde Gibraltar la arrastra.
* * *
En el peñasco asentóse,
De la humilde torre basa;
Miró en torno, y de su seno
Sacó y repasó esta carta:
«Si, mi bien; sin ti la vida
Me es insoportable carga;
Resuélvete, y no abandones
A quien ciego te idolatra.
»Contigo nada me asusta,
Sin ti todo me acorbada;
Mi destino está en tus manos:
Ten resolución, y basta.
»Resolución, Rosalía,
Cúmpleme, pues, tus palabras:
No tendrás que arrepentirte,
Te lo juro con el alma.
»En cuando venga la noche,
Volveré sin más tardanza
Al sitio aquel que tú sabes,
En una segura lancha.
»Espérame, vida mía:
Si no te encuentro, si faltas,
Ten como cierta mi muerte.
Corro al momento a la plaza
»De Estepona, allí pregono
Mi proscripto nombre, y paga
De mi amor será un cadalso
Delante de tus ventanas».
Se estremeció Rosalía,
No leyó más, y borraban
Sus lágrimas abundantes
Las letras de aquella carta.
Llévala a los labios fríos,
La estrecha al seno con ansia,
Mira al cielo, «Estoy resuelta»,
Dice, y se consterna y calla.
* * *
Torna al peñón (que parece
Una colosal fantasma
Con un turbante de nubes,
De nieblas con una faja)
La vista otra vez. La extiende
Por la mar, que muerta y llana,
Fundido oro se diría
Del sol poniente en la fragua.
Juzga ver un negro punto
Que se mueve a gran distancia:
Ya se muestra, ya se esconde.
¿Será?... ¡oh Dios!... ¿Será?... La escasa
Luz del crepúsculo todo
Lo confunde, borra y tapa.
Con los ojos Rosalía
Los resplandores, que aun marcan
La línea del horizonte,
Sigue. Una nube la espanta,
Que por el Sur aparece,
Obscura y encapotada;
Y aun más el ver acercarse
Por allí dos velas blancas,
Cuyas puntas ilumina
Del sol, ya puesto, la llama.
Corona con sus escombros
Una roca solitaria,
Que se entapiza de espumas,
Cuando las olas la bañan.
A la derecha se extiende
Una humilde y lisa playa,
Cuyas menudas arenas
Humedece la resaca;
Y oculta entre dos ribazos
Forma una escondida cala,
Abrigo de pescadoras
0 contrabandistas barcas.
A este temeroso sitio,
Mientras lento declinaba
A ponerse un sol de otoño
Entre celajes de nácar,
Estando el viento adormido,
La mar blanquecina en calma,
Y sin turbar el silencio
De las voladoras auras,
Sino el grito de un milano
Que los espacios cruzaba,
Y los de dos gaviotas,
Cuyo tálamo era el agua,
La divina Rosalía,
La hermosa de la comarca,
Fugitiva y anhelante
Llegó, sudosa y turbada.
* * *
Su gentil cabeza y hombros
Cubre un pañolón de grana,
Dejando ver negras trenzas,
Que un peine de concha enlaza;
Y de seda una toquilla,
Azul, rosa, verde y blanca,
Que las formas virginales
Del seno dibuja y guarda.
Su gallardo cuerpo adorna
De muselina enramada
Un vestido; con la diestra
Recoge la undosa falda,
Y el pie, primoroso y breve,
Que apenas su huella estampa
En la movediza arena,
Más limpio desembaraza.
Bajo el brazo izquierdo tiene
Un envoltorio de nada,
Cubierto con un pañuelo,
Do el jalde y rojo resaltan.
¡Inocente Rosalía!
¿Qué busca allí?... ¡Temeraria!
¡Cuál su semblante divino,
Lleno de vida y de gracia,
Desencajado se muestra!...
¡Qué palidez!... ¡Qué miradas!...
Está haciendo, bien se advierte,
Un grande esfuerzo su alma.
Sí, los ojos brilladores,
Los ojos que tienen fama
En toda la Andalucía,
por su fuego y sus pestañas,
En el peñón, que lejano
Apenas se dibujaba
Entre la neblina (seña
De mudarse el tiempo), clava.
Dos lágrimas relucientes
Sus mejillas deslustradas
Queman, un hondo suspiro
Del pecho oprimido arranca.
Queda suspensa un momento:
Luego de pronto la cara
Vuelve a Estepona, temblando:
Juzga que una voz la llama.
Y la llama, es cierto... ¡Ay triste!
Mas ¿qué importa? Otra, más alta,
Más fuerte, más poderosa,
Desde Gibraltar la arrastra.
* * *
En el peñasco asentóse,
De la humilde torre basa;
Miró en torno, y de su seno
Sacó y repasó esta carta:
«Si, mi bien; sin ti la vida
Me es insoportable carga;
Resuélvete, y no abandones
A quien ciego te idolatra.
»Contigo nada me asusta,
Sin ti todo me acorbada;
Mi destino está en tus manos:
Ten resolución, y basta.
»Resolución, Rosalía,
Cúmpleme, pues, tus palabras:
No tendrás que arrepentirte,
Te lo juro con el alma.
»En cuando venga la noche,
Volveré sin más tardanza
Al sitio aquel que tú sabes,
En una segura lancha.
»Espérame, vida mía:
Si no te encuentro, si faltas,
Ten como cierta mi muerte.
Corro al momento a la plaza
»De Estepona, allí pregono
Mi proscripto nombre, y paga
De mi amor será un cadalso
Delante de tus ventanas».
Se estremeció Rosalía,
No leyó más, y borraban
Sus lágrimas abundantes
Las letras de aquella carta.
Llévala a los labios fríos,
La estrecha al seno con ansia,
Mira al cielo, «Estoy resuelta»,
Dice, y se consterna y calla.
* * *
Torna al peñón (que parece
Una colosal fantasma
Con un turbante de nubes,
De nieblas con una faja)
La vista otra vez. La extiende
Por la mar, que muerta y llana,
Fundido oro se diría
Del sol poniente en la fragua.
Juzga ver un negro punto
Que se mueve a gran distancia:
Ya se muestra, ya se esconde.
¿Será?... ¡oh Dios!... ¿Será?... La escasa
Luz del crepúsculo todo
Lo confunde, borra y tapa.
Con los ojos Rosalía
Los resplandores, que aun marcan
La línea del horizonte,
Sigue. Una nube la espanta,
Que por el Sur aparece,
Obscura y encapotada;
Y aun más el ver acercarse
Por allí dos velas blancas,
Cuyas puntas ilumina
Del sol, ya puesto, la llama.
A la derecha se extiende
Una humilde y lisa playa,
Cuyas menudas arenas
Humedece la resaca;
Y oculta entre dos ribazos
Forma una escondida cala,
Abrigo de pescadoras
0 contrabandistas barcas.
A este temeroso sitio,
Mientras lento declinaba
A ponerse un sol de otoño
Entre celajes de nácar,
Estando el viento adormido,
La mar blanquecina en calma,
Y sin turbar el silencio
De las voladoras auras,
Sino el grito de un milano
Que los espacios cruzaba,
Y los de dos gaviotas,
Cuyo tálamo era el agua,
La divina Rosalía,
La hermosa de la comarca,
Fugitiva y anhelante
Llegó, sudosa y turbada.
* * *
Su gentil cabeza y hombros
Cubre un pañolón de grana,
Dejando ver negras trenzas,
Que un peine de concha enlaza;
Y de seda una toquilla,
Azul, rosa, verde y blanca,
Que las formas virginales
Del seno dibuja y guarda.
Su gallardo cuerpo adorna
De muselina enramada
Un vestido; con la diestra
Recoge la undosa falda,
Y el pie, primoroso y breve,
Que apenas su huella estampa
En la movediza arena,
Más limpio desembaraza.
Bajo el brazo izquierdo tiene
Un envoltorio de nada,
Cubierto con un pañuelo,
Do el jalde y rojo resaltan.
¡Inocente Rosalía!
¿Qué busca allí?... ¡Temeraria!
¡Cuál su semblante divino,
Lleno de vida y de gracia,
Desencajado se muestra!...
¡Qué palidez!... ¡Qué miradas!...
Está haciendo, bien se advierte,
Un grande esfuerzo su alma.
Sí, los ojos brilladores,
Los ojos que tienen fama
En toda la Andalucía,
por su fuego y sus pestañas,
En el peñón, que lejano
Apenas se dibujaba
Entre la neblina (seña
De mudarse el tiempo), clava.
Dos lágrimas relucientes
Sus mejillas deslustradas
Queman, un hondo suspiro
Del pecho oprimido arranca.
Queda suspensa un momento:
Luego de pronto la cara
Vuelve a Estepona, temblando:
Juzga que una voz la llama.
Y la llama, es cierto... ¡Ay triste!
Mas ¿qué importa? Otra, más alta,
Más fuerte, más poderosa,
Desde Gibraltar la arrastra.
* * *
En el peñasco asentóse,
De la humilde torre basa;
Miró en torno, y de su seno
Sacó y repasó esta carta:
«Si, mi bien; sin ti la vida
Me es insoportable carga;
Resuélvete, y no abandones
A quien ciego te idolatra.
»Contigo nada me asusta,
Sin ti todo me acorbada;
Mi destino está en tus manos:
Ten resolución, y basta.
»Resolución, Rosalía,
Cúmpleme, pues, tus palabras:
No tendrás que arrepentirte,
Te lo juro con el alma.
»En cuando venga la noche,
Volveré sin más tardanza
Al sitio aquel que tú sabes,
En una segura lancha.
»Espérame, vida mía:
Si no te encuentro, si faltas,
Ten como cierta mi muerte.
Corro al momento a la plaza
»De Estepona, allí pregono
Mi proscripto nombre, y paga
De mi amor será un cadalso
Delante de tus ventanas».
Se estremeció Rosalía,
No leyó más, y borraban
Sus lágrimas abundantes
Las letras de aquella carta.
Llévala a los labios fríos,
La estrecha al seno con ansia,
Mira al cielo, «Estoy resuelta»,
Dice, y se consterna y calla.
* * *
Torna al peñón (que parece
Una colosal fantasma
Con un turbante de nubes,
De nieblas con una faja)
La vista otra vez. La extiende
Por la mar, que muerta y llana,
Fundido oro se diría
Del sol poniente en la fragua.
Juzga ver un negro punto
Que se mueve a gran distancia:
Ya se muestra, ya se esconde.
¿Será?... ¡oh Dios!... ¿Será?... La escasa
Luz del crepúsculo todo
Lo confunde, borra y tapa.
Con los ojos Rosalía
Los resplandores, que aun marcan
La línea del horizonte,
Sigue. Una nube la espanta,
Que por el Sur aparece,
Obscura y encapotada;
Y aun más el ver acercarse
Por allí dos velas blancas,
Cuyas puntas ilumina
Del sol, ya puesto, la llama.
Y oculta entre dos ribazos
Forma una escondida cala,
Abrigo de pescadoras
0 contrabandistas barcas.
A este temeroso sitio,
Mientras lento declinaba
A ponerse un sol de otoño
Entre celajes de nácar,
Estando el viento adormido,
La mar blanquecina en calma,
Y sin turbar el silencio
De las voladoras auras,
Sino el grito de un milano
Que los espacios cruzaba,
Y los de dos gaviotas,
Cuyo tálamo era el agua,
La divina Rosalía,
La hermosa de la comarca,
Fugitiva y anhelante
Llegó, sudosa y turbada.
* * *
Su gentil cabeza y hombros
Cubre un pañolón de grana,
Dejando ver negras trenzas,
Que un peine de concha enlaza;
Y de seda una toquilla,
Azul, rosa, verde y blanca,
Que las formas virginales
Del seno dibuja y guarda.
Su gallardo cuerpo adorna
De muselina enramada
Un vestido; con la diestra
Recoge la undosa falda,
Y el pie, primoroso y breve,
Que apenas su huella estampa
En la movediza arena,
Más limpio desembaraza.
Bajo el brazo izquierdo tiene
Un envoltorio de nada,
Cubierto con un pañuelo,
Do el jalde y rojo resaltan.
¡Inocente Rosalía!
¿Qué busca allí?... ¡Temeraria!
¡Cuál su semblante divino,
Lleno de vida y de gracia,
Desencajado se muestra!...
¡Qué palidez!... ¡Qué miradas!...
Está haciendo, bien se advierte,
Un grande esfuerzo su alma.
Sí, los ojos brilladores,
Los ojos que tienen fama
En toda la Andalucía,
por su fuego y sus pestañas,
En el peñón, que lejano
Apenas se dibujaba
Entre la neblina (seña
De mudarse el tiempo), clava.
Dos lágrimas relucientes
Sus mejillas deslustradas
Queman, un hondo suspiro
Del pecho oprimido arranca.
Queda suspensa un momento:
Luego de pronto la cara
Vuelve a Estepona, temblando:
Juzga que una voz la llama.
Y la llama, es cierto... ¡Ay triste!
Mas ¿qué importa? Otra, más alta,
Más fuerte, más poderosa,
Desde Gibraltar la arrastra.
* * *
En el peñasco asentóse,
De la humilde torre basa;
Miró en torno, y de su seno
Sacó y repasó esta carta:
«Si, mi bien; sin ti la vida
Me es insoportable carga;
Resuélvete, y no abandones
A quien ciego te idolatra.
»Contigo nada me asusta,
Sin ti todo me acorbada;
Mi destino está en tus manos:
Ten resolución, y basta.
»Resolución, Rosalía,
Cúmpleme, pues, tus palabras:
No tendrás que arrepentirte,
Te lo juro con el alma.
»En cuando venga la noche,
Volveré sin más tardanza
Al sitio aquel que tú sabes,
En una segura lancha.
»Espérame, vida mía:
Si no te encuentro, si faltas,
Ten como cierta mi muerte.
Corro al momento a la plaza
»De Estepona, allí pregono
Mi proscripto nombre, y paga
De mi amor será un cadalso
Delante de tus ventanas».
Se estremeció Rosalía,
No leyó más, y borraban
Sus lágrimas abundantes
Las letras de aquella carta.
Llévala a los labios fríos,
La estrecha al seno con ansia,
Mira al cielo, «Estoy resuelta»,
Dice, y se consterna y calla.
* * *
Torna al peñón (que parece
Una colosal fantasma
Con un turbante de nubes,
De nieblas con una faja)
La vista otra vez. La extiende
Por la mar, que muerta y llana,
Fundido oro se diría
Del sol poniente en la fragua.
Juzga ver un negro punto
Que se mueve a gran distancia:
Ya se muestra, ya se esconde.
¿Será?... ¡oh Dios!... ¿Será?... La escasa
Luz del crepúsculo todo
Lo confunde, borra y tapa.
Con los ojos Rosalía
Los resplandores, que aun marcan
La línea del horizonte,
Sigue. Una nube la espanta,
Que por el Sur aparece,
Obscura y encapotada;
Y aun más el ver acercarse
Por allí dos velas blancas,
Cuyas puntas ilumina
Del sol, ya puesto, la llama.
A este temeroso sitio,
Mientras lento declinaba
A ponerse un sol de otoño
Entre celajes de nácar,
Estando el viento adormido,
La mar blanquecina en calma,
Y sin turbar el silencio
De las voladoras auras,
Sino el grito de un milano
Que los espacios cruzaba,
Y los de dos gaviotas,
Cuyo tálamo era el agua,
La divina Rosalía,
La hermosa de la comarca,
Fugitiva y anhelante
Llegó, sudosa y turbada.
* * *
Su gentil cabeza y hombros
Cubre un pañolón de grana,
Dejando ver negras trenzas,
Que un peine de concha enlaza;
Y de seda una toquilla,
Azul, rosa, verde y blanca,
Que las formas virginales
Del seno dibuja y guarda.
Su gallardo cuerpo adorna
De muselina enramada
Un vestido; con la diestra
Recoge la undosa falda,
Y el pie, primoroso y breve,
Que apenas su huella estampa
En la movediza arena,
Más limpio desembaraza.
Bajo el brazo izquierdo tiene
Un envoltorio de nada,
Cubierto con un pañuelo,
Do el jalde y rojo resaltan.
¡Inocente Rosalía!
¿Qué busca allí?... ¡Temeraria!
¡Cuál su semblante divino,
Lleno de vida y de gracia,
Desencajado se muestra!...
¡Qué palidez!... ¡Qué miradas!...
Está haciendo, bien se advierte,
Un grande esfuerzo su alma.
Sí, los ojos brilladores,
Los ojos que tienen fama
En toda la Andalucía,
por su fuego y sus pestañas,
En el peñón, que lejano
Apenas se dibujaba
Entre la neblina (seña
De mudarse el tiempo), clava.
Dos lágrimas relucientes
Sus mejillas deslustradas
Queman, un hondo suspiro
Del pecho oprimido arranca.
Queda suspensa un momento:
Luego de pronto la cara
Vuelve a Estepona, temblando:
Juzga que una voz la llama.
Y la llama, es cierto... ¡Ay triste!
Mas ¿qué importa? Otra, más alta,
Más fuerte, más poderosa,
Desde Gibraltar la arrastra.
* * *
En el peñasco asentóse,
De la humilde torre basa;
Miró en torno, y de su seno
Sacó y repasó esta carta:
«Si, mi bien; sin ti la vida
Me es insoportable carga;
Resuélvete, y no abandones
A quien ciego te idolatra.
»Contigo nada me asusta,
Sin ti todo me acorbada;
Mi destino está en tus manos:
Ten resolución, y basta.
»Resolución, Rosalía,
Cúmpleme, pues, tus palabras:
No tendrás que arrepentirte,
Te lo juro con el alma.
»En cuando venga la noche,
Volveré sin más tardanza
Al sitio aquel que tú sabes,
En una segura lancha.
»Espérame, vida mía:
Si no te encuentro, si faltas,
Ten como cierta mi muerte.
Corro al momento a la plaza
»De Estepona, allí pregono
Mi proscripto nombre, y paga
De mi amor será un cadalso
Delante de tus ventanas».
Se estremeció Rosalía,
No leyó más, y borraban
Sus lágrimas abundantes
Las letras de aquella carta.
Llévala a los labios fríos,
La estrecha al seno con ansia,
Mira al cielo, «Estoy resuelta»,
Dice, y se consterna y calla.
* * *
Torna al peñón (que parece
Una colosal fantasma
Con un turbante de nubes,
De nieblas con una faja)
La vista otra vez. La extiende
Por la mar, que muerta y llana,
Fundido oro se diría
Del sol poniente en la fragua.
Juzga ver un negro punto
Que se mueve a gran distancia:
Ya se muestra, ya se esconde.
¿Será?... ¡oh Dios!... ¿Será?... La escasa
Luz del crepúsculo todo
Lo confunde, borra y tapa.
Con los ojos Rosalía
Los resplandores, que aun marcan
La línea del horizonte,
Sigue. Una nube la espanta,
Que por el Sur aparece,
Obscura y encapotada;
Y aun más el ver acercarse
Por allí dos velas blancas,
Cuyas puntas ilumina
Del sol, ya puesto, la llama.
Estando el viento adormido,
La mar blanquecina en calma,
Y sin turbar el silencio
De las voladoras auras,
Sino el grito de un milano
Que los espacios cruzaba,
Y los de dos gaviotas,
Cuyo tálamo era el agua,
La divina Rosalía,
La hermosa de la comarca,
Fugitiva y anhelante
Llegó, sudosa y turbada.
* * *
Su gentil cabeza y hombros
Cubre un pañolón de grana,
Dejando ver negras trenzas,
Que un peine de concha enlaza;
Y de seda una toquilla,
Azul, rosa, verde y blanca,
Que las formas virginales
Del seno dibuja y guarda.
Su gallardo cuerpo adorna
De muselina enramada
Un vestido; con la diestra
Recoge la undosa falda,
Y el pie, primoroso y breve,
Que apenas su huella estampa
En la movediza arena,
Más limpio desembaraza.
Bajo el brazo izquierdo tiene
Un envoltorio de nada,
Cubierto con un pañuelo,
Do el jalde y rojo resaltan.
¡Inocente Rosalía!
¿Qué busca allí?... ¡Temeraria!
¡Cuál su semblante divino,
Lleno de vida y de gracia,
Desencajado se muestra!...
¡Qué palidez!... ¡Qué miradas!...
Está haciendo, bien se advierte,
Un grande esfuerzo su alma.
Sí, los ojos brilladores,
Los ojos que tienen fama
En toda la Andalucía,
por su fuego y sus pestañas,
En el peñón, que lejano
Apenas se dibujaba
Entre la neblina (seña
De mudarse el tiempo), clava.
Dos lágrimas relucientes
Sus mejillas deslustradas
Queman, un hondo suspiro
Del pecho oprimido arranca.
Queda suspensa un momento:
Luego de pronto la cara
Vuelve a Estepona, temblando:
Juzga que una voz la llama.
Y la llama, es cierto... ¡Ay triste!
Mas ¿qué importa? Otra, más alta,
Más fuerte, más poderosa,
Desde Gibraltar la arrastra.
* * *
En el peñasco asentóse,
De la humilde torre basa;
Miró en torno, y de su seno
Sacó y repasó esta carta:
«Si, mi bien; sin ti la vida
Me es insoportable carga;
Resuélvete, y no abandones
A quien ciego te idolatra.
»Contigo nada me asusta,
Sin ti todo me acorbada;
Mi destino está en tus manos:
Ten resolución, y basta.
»Resolución, Rosalía,
Cúmpleme, pues, tus palabras:
No tendrás que arrepentirte,
Te lo juro con el alma.
»En cuando venga la noche,
Volveré sin más tardanza
Al sitio aquel que tú sabes,
En una segura lancha.
»Espérame, vida mía:
Si no te encuentro, si faltas,
Ten como cierta mi muerte.
Corro al momento a la plaza
»De Estepona, allí pregono
Mi proscripto nombre, y paga
De mi amor será un cadalso
Delante de tus ventanas».
Se estremeció Rosalía,
No leyó más, y borraban
Sus lágrimas abundantes
Las letras de aquella carta.
Llévala a los labios fríos,
La estrecha al seno con ansia,
Mira al cielo, «Estoy resuelta»,
Dice, y se consterna y calla.
* * *
Torna al peñón (que parece
Una colosal fantasma
Con un turbante de nubes,
De nieblas con una faja)
La vista otra vez. La extiende
Por la mar, que muerta y llana,
Fundido oro se diría
Del sol poniente en la fragua.
Juzga ver un negro punto
Que se mueve a gran distancia:
Ya se muestra, ya se esconde.
¿Será?... ¡oh Dios!... ¿Será?... La escasa
Luz del crepúsculo todo
Lo confunde, borra y tapa.
Con los ojos Rosalía
Los resplandores, que aun marcan
La línea del horizonte,
Sigue. Una nube la espanta,
Que por el Sur aparece,
Obscura y encapotada;
Y aun más el ver acercarse
Por allí dos velas blancas,
Cuyas puntas ilumina
Del sol, ya puesto, la llama.
Sino el grito de un milano
Que los espacios cruzaba,
Y los de dos gaviotas,
Cuyo tálamo era el agua,
La divina Rosalía,
La hermosa de la comarca,
Fugitiva y anhelante
Llegó, sudosa y turbada.
* * *
Su gentil cabeza y hombros
Cubre un pañolón de grana,
Dejando ver negras trenzas,
Que un peine de concha enlaza;
Y de seda una toquilla,
Azul, rosa, verde y blanca,
Que las formas virginales
Del seno dibuja y guarda.
Su gallardo cuerpo adorna
De muselina enramada
Un vestido; con la diestra
Recoge la undosa falda,
Y el pie, primoroso y breve,
Que apenas su huella estampa
En la movediza arena,
Más limpio desembaraza.
Bajo el brazo izquierdo tiene
Un envoltorio de nada,
Cubierto con un pañuelo,
Do el jalde y rojo resaltan.
¡Inocente Rosalía!
¿Qué busca allí?... ¡Temeraria!
¡Cuál su semblante divino,
Lleno de vida y de gracia,
Desencajado se muestra!...
¡Qué palidez!... ¡Qué miradas!...
Está haciendo, bien se advierte,
Un grande esfuerzo su alma.
Sí, los ojos brilladores,
Los ojos que tienen fama
En toda la Andalucía,
por su fuego y sus pestañas,
En el peñón, que lejano
Apenas se dibujaba
Entre la neblina (seña
De mudarse el tiempo), clava.
Dos lágrimas relucientes
Sus mejillas deslustradas
Queman, un hondo suspiro
Del pecho oprimido arranca.
Queda suspensa un momento:
Luego de pronto la cara
Vuelve a Estepona, temblando:
Juzga que una voz la llama.
Y la llama, es cierto... ¡Ay triste!
Mas ¿qué importa? Otra, más alta,
Más fuerte, más poderosa,
Desde Gibraltar la arrastra.
* * *
En el peñasco asentóse,
De la humilde torre basa;
Miró en torno, y de su seno
Sacó y repasó esta carta:
«Si, mi bien; sin ti la vida
Me es insoportable carga;
Resuélvete, y no abandones
A quien ciego te idolatra.
»Contigo nada me asusta,
Sin ti todo me acorbada;
Mi destino está en tus manos:
Ten resolución, y basta.
»Resolución, Rosalía,
Cúmpleme, pues, tus palabras:
No tendrás que arrepentirte,
Te lo juro con el alma.
»En cuando venga la noche,
Volveré sin más tardanza
Al sitio aquel que tú sabes,
En una segura lancha.
»Espérame, vida mía:
Si no te encuentro, si faltas,
Ten como cierta mi muerte.
Corro al momento a la plaza
»De Estepona, allí pregono
Mi proscripto nombre, y paga
De mi amor será un cadalso
Delante de tus ventanas».
Se estremeció Rosalía,
No leyó más, y borraban
Sus lágrimas abundantes
Las letras de aquella carta.
Llévala a los labios fríos,
La estrecha al seno con ansia,
Mira al cielo, «Estoy resuelta»,
Dice, y se consterna y calla.
* * *
Torna al peñón (que parece
Una colosal fantasma
Con un turbante de nubes,
De nieblas con una faja)
La vista otra vez. La extiende
Por la mar, que muerta y llana,
Fundido oro se diría
Del sol poniente en la fragua.
Juzga ver un negro punto
Que se mueve a gran distancia:
Ya se muestra, ya se esconde.
¿Será?... ¡oh Dios!... ¿Será?... La escasa
Luz del crepúsculo todo
Lo confunde, borra y tapa.
Con los ojos Rosalía
Los resplandores, que aun marcan
La línea del horizonte,
Sigue. Una nube la espanta,
Que por el Sur aparece,
Obscura y encapotada;
Y aun más el ver acercarse
Por allí dos velas blancas,
Cuyas puntas ilumina
Del sol, ya puesto, la llama.
La divina Rosalía,
La hermosa de la comarca,
Fugitiva y anhelante
Llegó, sudosa y turbada.
Su gentil cabeza y hombros
Cubre un pañolón de grana,
Dejando ver negras trenzas,
Que un peine de concha enlaza;
Y de seda una toquilla,
Azul, rosa, verde y blanca,
Que las formas virginales
Del seno dibuja y guarda.
Su gallardo cuerpo adorna
De muselina enramada
Un vestido; con la diestra
Recoge la undosa falda,
Y el pie, primoroso y breve,
Que apenas su huella estampa
En la movediza arena,
Más limpio desembaraza.
Bajo el brazo izquierdo tiene
Un envoltorio de nada,
Cubierto con un pañuelo,
Do el jalde y rojo resaltan.
¡Inocente Rosalía!
¿Qué busca allí?... ¡Temeraria!
¡Cuál su semblante divino,
Lleno de vida y de gracia,
Desencajado se muestra!...
¡Qué palidez!... ¡Qué miradas!...
Está haciendo, bien se advierte,
Un grande esfuerzo su alma.
Sí, los ojos brilladores,
Los ojos que tienen fama
En toda la Andalucía,
por su fuego y sus pestañas,
En el peñón, que lejano
Apenas se dibujaba
Entre la neblina (seña
De mudarse el tiempo), clava.
Dos lágrimas relucientes
Sus mejillas deslustradas
Queman, un hondo suspiro
Del pecho oprimido arranca.
Queda suspensa un momento:
Luego de pronto la cara
Vuelve a Estepona, temblando:
Juzga que una voz la llama.
Y la llama, es cierto... ¡Ay triste!
Mas ¿qué importa? Otra, más alta,
Más fuerte, más poderosa,
Desde Gibraltar la arrastra.
* * *
En el peñasco asentóse,
De la humilde torre basa;
Miró en torno, y de su seno
Sacó y repasó esta carta:
«Si, mi bien; sin ti la vida
Me es insoportable carga;
Resuélvete, y no abandones
A quien ciego te idolatra.
»Contigo nada me asusta,
Sin ti todo me acorbada;
Mi destino está en tus manos:
Ten resolución, y basta.
»Resolución, Rosalía,
Cúmpleme, pues, tus palabras:
No tendrás que arrepentirte,
Te lo juro con el alma.
»En cuando venga la noche,
Volveré sin más tardanza
Al sitio aquel que tú sabes,
En una segura lancha.
»Espérame, vida mía:
Si no te encuentro, si faltas,
Ten como cierta mi muerte.
Corro al momento a la plaza
»De Estepona, allí pregono
Mi proscripto nombre, y paga
De mi amor será un cadalso
Delante de tus ventanas».
Se estremeció Rosalía,
No leyó más, y borraban
Sus lágrimas abundantes
Las letras de aquella carta.
Llévala a los labios fríos,
La estrecha al seno con ansia,
Mira al cielo, «Estoy resuelta»,
Dice, y se consterna y calla.
* * *
Torna al peñón (que parece
Una colosal fantasma
Con un turbante de nubes,
De nieblas con una faja)
La vista otra vez. La extiende
Por la mar, que muerta y llana,
Fundido oro se diría
Del sol poniente en la fragua.
Juzga ver un negro punto
Que se mueve a gran distancia:
Ya se muestra, ya se esconde.
¿Será?... ¡oh Dios!... ¿Será?... La escasa
Luz del crepúsculo todo
Lo confunde, borra y tapa.
Con los ojos Rosalía
Los resplandores, que aun marcan
La línea del horizonte,
Sigue. Una nube la espanta,
Que por el Sur aparece,
Obscura y encapotada;
Y aun más el ver acercarse
Por allí dos velas blancas,
Cuyas puntas ilumina
Del sol, ya puesto, la llama.
Y de seda una toquilla,
Azul, rosa, verde y blanca,
Que las formas virginales
Del seno dibuja y guarda.
Su gallardo cuerpo adorna
De muselina enramada
Un vestido; con la diestra
Recoge la undosa falda,
Y el pie, primoroso y breve,
Que apenas su huella estampa
En la movediza arena,
Más limpio desembaraza.
Bajo el brazo izquierdo tiene
Un envoltorio de nada,
Cubierto con un pañuelo,
Do el jalde y rojo resaltan.
¡Inocente Rosalía!
¿Qué busca allí?... ¡Temeraria!
¡Cuál su semblante divino,
Lleno de vida y de gracia,
Desencajado se muestra!...
¡Qué palidez!... ¡Qué miradas!...
Está haciendo, bien se advierte,
Un grande esfuerzo su alma.
Sí, los ojos brilladores,
Los ojos que tienen fama
En toda la Andalucía,
por su fuego y sus pestañas,
En el peñón, que lejano
Apenas se dibujaba
Entre la neblina (seña
De mudarse el tiempo), clava.
Dos lágrimas relucientes
Sus mejillas deslustradas
Queman, un hondo suspiro
Del pecho oprimido arranca.
Queda suspensa un momento:
Luego de pronto la cara
Vuelve a Estepona, temblando:
Juzga que una voz la llama.
Y la llama, es cierto... ¡Ay triste!
Mas ¿qué importa? Otra, más alta,
Más fuerte, más poderosa,
Desde Gibraltar la arrastra.
* * *
En el peñasco asentóse,
De la humilde torre basa;
Miró en torno, y de su seno
Sacó y repasó esta carta:
«Si, mi bien; sin ti la vida
Me es insoportable carga;
Resuélvete, y no abandones
A quien ciego te idolatra.
»Contigo nada me asusta,
Sin ti todo me acorbada;
Mi destino está en tus manos:
Ten resolución, y basta.
»Resolución, Rosalía,
Cúmpleme, pues, tus palabras:
No tendrás que arrepentirte,
Te lo juro con el alma.
»En cuando venga la noche,
Volveré sin más tardanza
Al sitio aquel que tú sabes,
En una segura lancha.
»Espérame, vida mía:
Si no te encuentro, si faltas,
Ten como cierta mi muerte.
Corro al momento a la plaza
»De Estepona, allí pregono
Mi proscripto nombre, y paga
De mi amor será un cadalso
Delante de tus ventanas».
Se estremeció Rosalía,
No leyó más, y borraban
Sus lágrimas abundantes
Las letras de aquella carta.
Llévala a los labios fríos,
La estrecha al seno con ansia,
Mira al cielo, «Estoy resuelta»,
Dice, y se consterna y calla.
* * *
Torna al peñón (que parece
Una colosal fantasma
Con un turbante de nubes,
De nieblas con una faja)
La vista otra vez. La extiende
Por la mar, que muerta y llana,
Fundido oro se diría
Del sol poniente en la fragua.
Juzga ver un negro punto
Que se mueve a gran distancia:
Ya se muestra, ya se esconde.
¿Será?... ¡oh Dios!... ¿Será?... La escasa
Luz del crepúsculo todo
Lo confunde, borra y tapa.
Con los ojos Rosalía
Los resplandores, que aun marcan
La línea del horizonte,
Sigue. Una nube la espanta,
Que por el Sur aparece,
Obscura y encapotada;
Y aun más el ver acercarse
Por allí dos velas blancas,
Cuyas puntas ilumina
Del sol, ya puesto, la llama.
Su gallardo cuerpo adorna
De muselina enramada
Un vestido; con la diestra
Recoge la undosa falda,
Y el pie, primoroso y breve,
Que apenas su huella estampa
En la movediza arena,
Más limpio desembaraza.
Bajo el brazo izquierdo tiene
Un envoltorio de nada,
Cubierto con un pañuelo,
Do el jalde y rojo resaltan.
¡Inocente Rosalía!
¿Qué busca allí?... ¡Temeraria!
¡Cuál su semblante divino,
Lleno de vida y de gracia,
Desencajado se muestra!...
¡Qué palidez!... ¡Qué miradas!...
Está haciendo, bien se advierte,
Un grande esfuerzo su alma.
Sí, los ojos brilladores,
Los ojos que tienen fama
En toda la Andalucía,
por su fuego y sus pestañas,
En el peñón, que lejano
Apenas se dibujaba
Entre la neblina (seña
De mudarse el tiempo), clava.
Dos lágrimas relucientes
Sus mejillas deslustradas
Queman, un hondo suspiro
Del pecho oprimido arranca.
Queda suspensa un momento:
Luego de pronto la cara
Vuelve a Estepona, temblando:
Juzga que una voz la llama.
Y la llama, es cierto... ¡Ay triste!
Mas ¿qué importa? Otra, más alta,
Más fuerte, más poderosa,
Desde Gibraltar la arrastra.
* * *
En el peñasco asentóse,
De la humilde torre basa;
Miró en torno, y de su seno
Sacó y repasó esta carta:
«Si, mi bien; sin ti la vida
Me es insoportable carga;
Resuélvete, y no abandones
A quien ciego te idolatra.
»Contigo nada me asusta,
Sin ti todo me acorbada;
Mi destino está en tus manos:
Ten resolución, y basta.
»Resolución, Rosalía,
Cúmpleme, pues, tus palabras:
No tendrás que arrepentirte,
Te lo juro con el alma.
»En cuando venga la noche,
Volveré sin más tardanza
Al sitio aquel que tú sabes,
En una segura lancha.
»Espérame, vida mía:
Si no te encuentro, si faltas,
Ten como cierta mi muerte.
Corro al momento a la plaza
»De Estepona, allí pregono
Mi proscripto nombre, y paga
De mi amor será un cadalso
Delante de tus ventanas».
Se estremeció Rosalía,
No leyó más, y borraban
Sus lágrimas abundantes
Las letras de aquella carta.
Llévala a los labios fríos,
La estrecha al seno con ansia,
Mira al cielo, «Estoy resuelta»,
Dice, y se consterna y calla.
* * *
Torna al peñón (que parece
Una colosal fantasma
Con un turbante de nubes,
De nieblas con una faja)
La vista otra vez. La extiende
Por la mar, que muerta y llana,
Fundido oro se diría
Del sol poniente en la fragua.
Juzga ver un negro punto
Que se mueve a gran distancia:
Ya se muestra, ya se esconde.
¿Será?... ¡oh Dios!... ¿Será?... La escasa
Luz del crepúsculo todo
Lo confunde, borra y tapa.
Con los ojos Rosalía
Los resplandores, que aun marcan
La línea del horizonte,
Sigue. Una nube la espanta,
Que por el Sur aparece,
Obscura y encapotada;
Y aun más el ver acercarse
Por allí dos velas blancas,
Cuyas puntas ilumina
Del sol, ya puesto, la llama.
Y el pie, primoroso y breve,
Que apenas su huella estampa
En la movediza arena,
Más limpio desembaraza.
Bajo el brazo izquierdo tiene
Un envoltorio de nada,
Cubierto con un pañuelo,
Do el jalde y rojo resaltan.
¡Inocente Rosalía!
¿Qué busca allí?... ¡Temeraria!
¡Cuál su semblante divino,
Lleno de vida y de gracia,
Desencajado se muestra!...
¡Qué palidez!... ¡Qué miradas!...
Está haciendo, bien se advierte,
Un grande esfuerzo su alma.
Sí, los ojos brilladores,
Los ojos que tienen fama
En toda la Andalucía,
por su fuego y sus pestañas,
En el peñón, que lejano
Apenas se dibujaba
Entre la neblina (seña
De mudarse el tiempo), clava.
Dos lágrimas relucientes
Sus mejillas deslustradas
Queman, un hondo suspiro
Del pecho oprimido arranca.
Queda suspensa un momento:
Luego de pronto la cara
Vuelve a Estepona, temblando:
Juzga que una voz la llama.
Y la llama, es cierto... ¡Ay triste!
Mas ¿qué importa? Otra, más alta,
Más fuerte, más poderosa,
Desde Gibraltar la arrastra.
* * *
En el peñasco asentóse,
De la humilde torre basa;
Miró en torno, y de su seno
Sacó y repasó esta carta:
«Si, mi bien; sin ti la vida
Me es insoportable carga;
Resuélvete, y no abandones
A quien ciego te idolatra.
»Contigo nada me asusta,
Sin ti todo me acorbada;
Mi destino está en tus manos:
Ten resolución, y basta.
»Resolución, Rosalía,
Cúmpleme, pues, tus palabras:
No tendrás que arrepentirte,
Te lo juro con el alma.
»En cuando venga la noche,
Volveré sin más tardanza
Al sitio aquel que tú sabes,
En una segura lancha.
»Espérame, vida mía:
Si no te encuentro, si faltas,
Ten como cierta mi muerte.
Corro al momento a la plaza
»De Estepona, allí pregono
Mi proscripto nombre, y paga
De mi amor será un cadalso
Delante de tus ventanas».
Se estremeció Rosalía,
No leyó más, y borraban
Sus lágrimas abundantes
Las letras de aquella carta.
Llévala a los labios fríos,
La estrecha al seno con ansia,
Mira al cielo, «Estoy resuelta»,
Dice, y se consterna y calla.
* * *
Torna al peñón (que parece
Una colosal fantasma
Con un turbante de nubes,
De nieblas con una faja)
La vista otra vez. La extiende
Por la mar, que muerta y llana,
Fundido oro se diría
Del sol poniente en la fragua.
Juzga ver un negro punto
Que se mueve a gran distancia:
Ya se muestra, ya se esconde.
¿Será?... ¡oh Dios!... ¿Será?... La escasa
Luz del crepúsculo todo
Lo confunde, borra y tapa.
Con los ojos Rosalía
Los resplandores, que aun marcan
La línea del horizonte,
Sigue. Una nube la espanta,
Que por el Sur aparece,
Obscura y encapotada;
Y aun más el ver acercarse
Por allí dos velas blancas,
Cuyas puntas ilumina
Del sol, ya puesto, la llama.
Bajo el brazo izquierdo tiene
Un envoltorio de nada,
Cubierto con un pañuelo,
Do el jalde y rojo resaltan.
¡Inocente Rosalía!
¿Qué busca allí?... ¡Temeraria!
¡Cuál su semblante divino,
Lleno de vida y de gracia,
Desencajado se muestra!...
¡Qué palidez!... ¡Qué miradas!...
Está haciendo, bien se advierte,
Un grande esfuerzo su alma.
Sí, los ojos brilladores,
Los ojos que tienen fama
En toda la Andalucía,
por su fuego y sus pestañas,
En el peñón, que lejano
Apenas se dibujaba
Entre la neblina (seña
De mudarse el tiempo), clava.
Dos lágrimas relucientes
Sus mejillas deslustradas
Queman, un hondo suspiro
Del pecho oprimido arranca.
Queda suspensa un momento:
Luego de pronto la cara
Vuelve a Estepona, temblando:
Juzga que una voz la llama.
Y la llama, es cierto... ¡Ay triste!
Mas ¿qué importa? Otra, más alta,
Más fuerte, más poderosa,
Desde Gibraltar la arrastra.
* * *
En el peñasco asentóse,
De la humilde torre basa;
Miró en torno, y de su seno
Sacó y repasó esta carta:
«Si, mi bien; sin ti la vida
Me es insoportable carga;
Resuélvete, y no abandones
A quien ciego te idolatra.
»Contigo nada me asusta,
Sin ti todo me acorbada;
Mi destino está en tus manos:
Ten resolución, y basta.
»Resolución, Rosalía,
Cúmpleme, pues, tus palabras:
No tendrás que arrepentirte,
Te lo juro con el alma.
»En cuando venga la noche,
Volveré sin más tardanza
Al sitio aquel que tú sabes,
En una segura lancha.
»Espérame, vida mía:
Si no te encuentro, si faltas,
Ten como cierta mi muerte.
Corro al momento a la plaza
»De Estepona, allí pregono
Mi proscripto nombre, y paga
De mi amor será un cadalso
Delante de tus ventanas».
Se estremeció Rosalía,
No leyó más, y borraban
Sus lágrimas abundantes
Las letras de aquella carta.
Llévala a los labios fríos,
La estrecha al seno con ansia,
Mira al cielo, «Estoy resuelta»,
Dice, y se consterna y calla.
* * *
Torna al peñón (que parece
Una colosal fantasma
Con un turbante de nubes,
De nieblas con una faja)
La vista otra vez. La extiende
Por la mar, que muerta y llana,
Fundido oro se diría
Del sol poniente en la fragua.
Juzga ver un negro punto
Que se mueve a gran distancia:
Ya se muestra, ya se esconde.
¿Será?... ¡oh Dios!... ¿Será?... La escasa
Luz del crepúsculo todo
Lo confunde, borra y tapa.
Con los ojos Rosalía
Los resplandores, que aun marcan
La línea del horizonte,
Sigue. Una nube la espanta,
Que por el Sur aparece,
Obscura y encapotada;
Y aun más el ver acercarse
Por allí dos velas blancas,
Cuyas puntas ilumina
Del sol, ya puesto, la llama.
¡Inocente Rosalía!
¿Qué busca allí?... ¡Temeraria!
¡Cuál su semblante divino,
Lleno de vida y de gracia,
Desencajado se muestra!...
¡Qué palidez!... ¡Qué miradas!...
Está haciendo, bien se advierte,
Un grande esfuerzo su alma.
Sí, los ojos brilladores,
Los ojos que tienen fama
En toda la Andalucía,
por su fuego y sus pestañas,
En el peñón, que lejano
Apenas se dibujaba
Entre la neblina (seña
De mudarse el tiempo), clava.
Dos lágrimas relucientes
Sus mejillas deslustradas
Queman, un hondo suspiro
Del pecho oprimido arranca.
Queda suspensa un momento:
Luego de pronto la cara
Vuelve a Estepona, temblando:
Juzga que una voz la llama.
Y la llama, es cierto... ¡Ay triste!
Mas ¿qué importa? Otra, más alta,
Más fuerte, más poderosa,
Desde Gibraltar la arrastra.
* * *
En el peñasco asentóse,
De la humilde torre basa;
Miró en torno, y de su seno
Sacó y repasó esta carta:
«Si, mi bien; sin ti la vida
Me es insoportable carga;
Resuélvete, y no abandones
A quien ciego te idolatra.
»Contigo nada me asusta,
Sin ti todo me acorbada;
Mi destino está en tus manos:
Ten resolución, y basta.
»Resolución, Rosalía,
Cúmpleme, pues, tus palabras:
No tendrás que arrepentirte,
Te lo juro con el alma.
»En cuando venga la noche,
Volveré sin más tardanza
Al sitio aquel que tú sabes,
En una segura lancha.
»Espérame, vida mía:
Si no te encuentro, si faltas,
Ten como cierta mi muerte.
Corro al momento a la plaza
»De Estepona, allí pregono
Mi proscripto nombre, y paga
De mi amor será un cadalso
Delante de tus ventanas».
Se estremeció Rosalía,
No leyó más, y borraban
Sus lágrimas abundantes
Las letras de aquella carta.
Llévala a los labios fríos,
La estrecha al seno con ansia,
Mira al cielo, «Estoy resuelta»,
Dice, y se consterna y calla.
* * *
Torna al peñón (que parece
Una colosal fantasma
Con un turbante de nubes,
De nieblas con una faja)
La vista otra vez. La extiende
Por la mar, que muerta y llana,
Fundido oro se diría
Del sol poniente en la fragua.
Juzga ver un negro punto
Que se mueve a gran distancia:
Ya se muestra, ya se esconde.
¿Será?... ¡oh Dios!... ¿Será?... La escasa
Luz del crepúsculo todo
Lo confunde, borra y tapa.
Con los ojos Rosalía
Los resplandores, que aun marcan
La línea del horizonte,
Sigue. Una nube la espanta,
Que por el Sur aparece,
Obscura y encapotada;
Y aun más el ver acercarse
Por allí dos velas blancas,
Cuyas puntas ilumina
Del sol, ya puesto, la llama.
Desencajado se muestra!...
¡Qué palidez!... ¡Qué miradas!...
Está haciendo, bien se advierte,
Un grande esfuerzo su alma.
Sí, los ojos brilladores,
Los ojos que tienen fama
En toda la Andalucía,
por su fuego y sus pestañas,
En el peñón, que lejano
Apenas se dibujaba
Entre la neblina (seña
De mudarse el tiempo), clava.
Dos lágrimas relucientes
Sus mejillas deslustradas
Queman, un hondo suspiro
Del pecho oprimido arranca.
Queda suspensa un momento:
Luego de pronto la cara
Vuelve a Estepona, temblando:
Juzga que una voz la llama.
Y la llama, es cierto... ¡Ay triste!
Mas ¿qué importa? Otra, más alta,
Más fuerte, más poderosa,
Desde Gibraltar la arrastra.
* * *
En el peñasco asentóse,
De la humilde torre basa;
Miró en torno, y de su seno
Sacó y repasó esta carta:
«Si, mi bien; sin ti la vida
Me es insoportable carga;
Resuélvete, y no abandones
A quien ciego te idolatra.
»Contigo nada me asusta,
Sin ti todo me acorbada;
Mi destino está en tus manos:
Ten resolución, y basta.
»Resolución, Rosalía,
Cúmpleme, pues, tus palabras:
No tendrás que arrepentirte,
Te lo juro con el alma.
»En cuando venga la noche,
Volveré sin más tardanza
Al sitio aquel que tú sabes,
En una segura lancha.
»Espérame, vida mía:
Si no te encuentro, si faltas,
Ten como cierta mi muerte.
Corro al momento a la plaza
»De Estepona, allí pregono
Mi proscripto nombre, y paga
De mi amor será un cadalso
Delante de tus ventanas».
Se estremeció Rosalía,
No leyó más, y borraban
Sus lágrimas abundantes
Las letras de aquella carta.
Llévala a los labios fríos,
La estrecha al seno con ansia,
Mira al cielo, «Estoy resuelta»,
Dice, y se consterna y calla.
* * *
Torna al peñón (que parece
Una colosal fantasma
Con un turbante de nubes,
De nieblas con una faja)
La vista otra vez. La extiende
Por la mar, que muerta y llana,
Fundido oro se diría
Del sol poniente en la fragua.
Juzga ver un negro punto
Que se mueve a gran distancia:
Ya se muestra, ya se esconde.
¿Será?... ¡oh Dios!... ¿Será?... La escasa
Luz del crepúsculo todo
Lo confunde, borra y tapa.
Con los ojos Rosalía
Los resplandores, que aun marcan
La línea del horizonte,
Sigue. Una nube la espanta,
Que por el Sur aparece,
Obscura y encapotada;
Y aun más el ver acercarse
Por allí dos velas blancas,
Cuyas puntas ilumina
Del sol, ya puesto, la llama.
Sí, los ojos brilladores,
Los ojos que tienen fama
En toda la Andalucía,
por su fuego y sus pestañas,
En el peñón, que lejano
Apenas se dibujaba
Entre la neblina (seña
De mudarse el tiempo), clava.
Dos lágrimas relucientes
Sus mejillas deslustradas
Queman, un hondo suspiro
Del pecho oprimido arranca.
Queda suspensa un momento:
Luego de pronto la cara
Vuelve a Estepona, temblando:
Juzga que una voz la llama.
Y la llama, es cierto... ¡Ay triste!
Mas ¿qué importa? Otra, más alta,
Más fuerte, más poderosa,
Desde Gibraltar la arrastra.
* * *
En el peñasco asentóse,
De la humilde torre basa;
Miró en torno, y de su seno
Sacó y repasó esta carta:
«Si, mi bien; sin ti la vida
Me es insoportable carga;
Resuélvete, y no abandones
A quien ciego te idolatra.
»Contigo nada me asusta,
Sin ti todo me acorbada;
Mi destino está en tus manos:
Ten resolución, y basta.
»Resolución, Rosalía,
Cúmpleme, pues, tus palabras:
No tendrás que arrepentirte,
Te lo juro con el alma.
»En cuando venga la noche,
Volveré sin más tardanza
Al sitio aquel que tú sabes,
En una segura lancha.
»Espérame, vida mía:
Si no te encuentro, si faltas,
Ten como cierta mi muerte.
Corro al momento a la plaza
»De Estepona, allí pregono
Mi proscripto nombre, y paga
De mi amor será un cadalso
Delante de tus ventanas».
Se estremeció Rosalía,
No leyó más, y borraban
Sus lágrimas abundantes
Las letras de aquella carta.
Llévala a los labios fríos,
La estrecha al seno con ansia,
Mira al cielo, «Estoy resuelta»,
Dice, y se consterna y calla.
* * *
Torna al peñón (que parece
Una colosal fantasma
Con un turbante de nubes,
De nieblas con una faja)
La vista otra vez. La extiende
Por la mar, que muerta y llana,
Fundido oro se diría
Del sol poniente en la fragua.
Juzga ver un negro punto
Que se mueve a gran distancia:
Ya se muestra, ya se esconde.
¿Será?... ¡oh Dios!... ¿Será?... La escasa
Luz del crepúsculo todo
Lo confunde, borra y tapa.
Con los ojos Rosalía
Los resplandores, que aun marcan
La línea del horizonte,
Sigue. Una nube la espanta,
Que por el Sur aparece,
Obscura y encapotada;
Y aun más el ver acercarse
Por allí dos velas blancas,
Cuyas puntas ilumina
Del sol, ya puesto, la llama.
En el peñón, que lejano
Apenas se dibujaba
Entre la neblina (seña
De mudarse el tiempo), clava.
Dos lágrimas relucientes
Sus mejillas deslustradas
Queman, un hondo suspiro
Del pecho oprimido arranca.
Queda suspensa un momento:
Luego de pronto la cara
Vuelve a Estepona, temblando:
Juzga que una voz la llama.
Y la llama, es cierto... ¡Ay triste!
Mas ¿qué importa? Otra, más alta,
Más fuerte, más poderosa,
Desde Gibraltar la arrastra.
* * *
En el peñasco asentóse,
De la humilde torre basa;
Miró en torno, y de su seno
Sacó y repasó esta carta:
«Si, mi bien; sin ti la vida
Me es insoportable carga;
Resuélvete, y no abandones
A quien ciego te idolatra.
»Contigo nada me asusta,
Sin ti todo me acorbada;
Mi destino está en tus manos:
Ten resolución, y basta.
»Resolución, Rosalía,
Cúmpleme, pues, tus palabras:
No tendrás que arrepentirte,
Te lo juro con el alma.
»En cuando venga la noche,
Volveré sin más tardanza
Al sitio aquel que tú sabes,
En una segura lancha.
»Espérame, vida mía:
Si no te encuentro, si faltas,
Ten como cierta mi muerte.
Corro al momento a la plaza
»De Estepona, allí pregono
Mi proscripto nombre, y paga
De mi amor será un cadalso
Delante de tus ventanas».
Se estremeció Rosalía,
No leyó más, y borraban
Sus lágrimas abundantes
Las letras de aquella carta.
Llévala a los labios fríos,
La estrecha al seno con ansia,
Mira al cielo, «Estoy resuelta»,
Dice, y se consterna y calla.
* * *
Torna al peñón (que parece
Una colosal fantasma
Con un turbante de nubes,
De nieblas con una faja)
La vista otra vez. La extiende
Por la mar, que muerta y llana,
Fundido oro se diría
Del sol poniente en la fragua.
Juzga ver un negro punto
Que se mueve a gran distancia:
Ya se muestra, ya se esconde.
¿Será?... ¡oh Dios!... ¿Será?... La escasa
Luz del crepúsculo todo
Lo confunde, borra y tapa.
Con los ojos Rosalía
Los resplandores, que aun marcan
La línea del horizonte,
Sigue. Una nube la espanta,
Que por el Sur aparece,
Obscura y encapotada;
Y aun más el ver acercarse
Por allí dos velas blancas,
Cuyas puntas ilumina
Del sol, ya puesto, la llama.
Dos lágrimas relucientes
Sus mejillas deslustradas
Queman, un hondo suspiro
Del pecho oprimido arranca.
Queda suspensa un momento:
Luego de pronto la cara
Vuelve a Estepona, temblando:
Juzga que una voz la llama.
Y la llama, es cierto... ¡Ay triste!
Mas ¿qué importa? Otra, más alta,
Más fuerte, más poderosa,
Desde Gibraltar la arrastra.
* * *
En el peñasco asentóse,
De la humilde torre basa;
Miró en torno, y de su seno
Sacó y repasó esta carta:
«Si, mi bien; sin ti la vida
Me es insoportable carga;
Resuélvete, y no abandones
A quien ciego te idolatra.
»Contigo nada me asusta,
Sin ti todo me acorbada;
Mi destino está en tus manos:
Ten resolución, y basta.
»Resolución, Rosalía,
Cúmpleme, pues, tus palabras:
No tendrás que arrepentirte,
Te lo juro con el alma.
»En cuando venga la noche,
Volveré sin más tardanza
Al sitio aquel que tú sabes,
En una segura lancha.
»Espérame, vida mía:
Si no te encuentro, si faltas,
Ten como cierta mi muerte.
Corro al momento a la plaza
»De Estepona, allí pregono
Mi proscripto nombre, y paga
De mi amor será un cadalso
Delante de tus ventanas».
Se estremeció Rosalía,
No leyó más, y borraban
Sus lágrimas abundantes
Las letras de aquella carta.
Llévala a los labios fríos,
La estrecha al seno con ansia,
Mira al cielo, «Estoy resuelta»,
Dice, y se consterna y calla.
* * *
Torna al peñón (que parece
Una colosal fantasma
Con un turbante de nubes,
De nieblas con una faja)
La vista otra vez. La extiende
Por la mar, que muerta y llana,
Fundido oro se diría
Del sol poniente en la fragua.
Juzga ver un negro punto
Que se mueve a gran distancia:
Ya se muestra, ya se esconde.
¿Será?... ¡oh Dios!... ¿Será?... La escasa
Luz del crepúsculo todo
Lo confunde, borra y tapa.
Con los ojos Rosalía
Los resplandores, que aun marcan
La línea del horizonte,
Sigue. Una nube la espanta,
Que por el Sur aparece,
Obscura y encapotada;
Y aun más el ver acercarse
Por allí dos velas blancas,
Cuyas puntas ilumina
Del sol, ya puesto, la llama.
Queda suspensa un momento:
Luego de pronto la cara
Vuelve a Estepona, temblando:
Juzga que una voz la llama.
Y la llama, es cierto... ¡Ay triste!
Mas ¿qué importa? Otra, más alta,
Más fuerte, más poderosa,
Desde Gibraltar la arrastra.
* * *
En el peñasco asentóse,
De la humilde torre basa;
Miró en torno, y de su seno
Sacó y repasó esta carta:
«Si, mi bien; sin ti la vida
Me es insoportable carga;
Resuélvete, y no abandones
A quien ciego te idolatra.
»Contigo nada me asusta,
Sin ti todo me acorbada;
Mi destino está en tus manos:
Ten resolución, y basta.
»Resolución, Rosalía,
Cúmpleme, pues, tus palabras:
No tendrás que arrepentirte,
Te lo juro con el alma.
»En cuando venga la noche,
Volveré sin más tardanza
Al sitio aquel que tú sabes,
En una segura lancha.
»Espérame, vida mía:
Si no te encuentro, si faltas,
Ten como cierta mi muerte.
Corro al momento a la plaza
»De Estepona, allí pregono
Mi proscripto nombre, y paga
De mi amor será un cadalso
Delante de tus ventanas».
Se estremeció Rosalía,
No leyó más, y borraban
Sus lágrimas abundantes
Las letras de aquella carta.
Llévala a los labios fríos,
La estrecha al seno con ansia,
Mira al cielo, «Estoy resuelta»,
Dice, y se consterna y calla.
* * *
Torna al peñón (que parece
Una colosal fantasma
Con un turbante de nubes,
De nieblas con una faja)
La vista otra vez. La extiende
Por la mar, que muerta y llana,
Fundido oro se diría
Del sol poniente en la fragua.
Juzga ver un negro punto
Que se mueve a gran distancia:
Ya se muestra, ya se esconde.
¿Será?... ¡oh Dios!... ¿Será?... La escasa
Luz del crepúsculo todo
Lo confunde, borra y tapa.
Con los ojos Rosalía
Los resplandores, que aun marcan
La línea del horizonte,
Sigue. Una nube la espanta,
Que por el Sur aparece,
Obscura y encapotada;
Y aun más el ver acercarse
Por allí dos velas blancas,
Cuyas puntas ilumina
Del sol, ya puesto, la llama.
Y la llama, es cierto... ¡Ay triste!
Mas ¿qué importa? Otra, más alta,
Más fuerte, más poderosa,
Desde Gibraltar la arrastra.
En el peñasco asentóse,
De la humilde torre basa;
Miró en torno, y de su seno
Sacó y repasó esta carta:
«Si, mi bien; sin ti la vida
Me es insoportable carga;
Resuélvete, y no abandones
A quien ciego te idolatra.
»Contigo nada me asusta,
Sin ti todo me acorbada;
Mi destino está en tus manos:
Ten resolución, y basta.
»Resolución, Rosalía,
Cúmpleme, pues, tus palabras:
No tendrás que arrepentirte,
Te lo juro con el alma.
»En cuando venga la noche,
Volveré sin más tardanza
Al sitio aquel que tú sabes,
En una segura lancha.
»Espérame, vida mía:
Si no te encuentro, si faltas,
Ten como cierta mi muerte.
Corro al momento a la plaza
»De Estepona, allí pregono
Mi proscripto nombre, y paga
De mi amor será un cadalso
Delante de tus ventanas».
Se estremeció Rosalía,
No leyó más, y borraban
Sus lágrimas abundantes
Las letras de aquella carta.
Llévala a los labios fríos,
La estrecha al seno con ansia,
Mira al cielo, «Estoy resuelta»,
Dice, y se consterna y calla.
* * *
Torna al peñón (que parece
Una colosal fantasma
Con un turbante de nubes,
De nieblas con una faja)
La vista otra vez. La extiende
Por la mar, que muerta y llana,
Fundido oro se diría
Del sol poniente en la fragua.
Juzga ver un negro punto
Que se mueve a gran distancia:
Ya se muestra, ya se esconde.
¿Será?... ¡oh Dios!... ¿Será?... La escasa
Luz del crepúsculo todo
Lo confunde, borra y tapa.
Con los ojos Rosalía
Los resplandores, que aun marcan
La línea del horizonte,
Sigue. Una nube la espanta,
Que por el Sur aparece,
Obscura y encapotada;
Y aun más el ver acercarse
Por allí dos velas blancas,
Cuyas puntas ilumina
Del sol, ya puesto, la llama.
«Si, mi bien; sin ti la vida
Me es insoportable carga;
Resuélvete, y no abandones
A quien ciego te idolatra.
»Contigo nada me asusta,
Sin ti todo me acorbada;
Mi destino está en tus manos:
Ten resolución, y basta.
»Resolución, Rosalía,
Cúmpleme, pues, tus palabras:
No tendrás que arrepentirte,
Te lo juro con el alma.
»En cuando venga la noche,
Volveré sin más tardanza
Al sitio aquel que tú sabes,
En una segura lancha.
»Espérame, vida mía:
Si no te encuentro, si faltas,
Ten como cierta mi muerte.
Corro al momento a la plaza
»De Estepona, allí pregono
Mi proscripto nombre, y paga
De mi amor será un cadalso
Delante de tus ventanas».
Se estremeció Rosalía,
No leyó más, y borraban
Sus lágrimas abundantes
Las letras de aquella carta.
Llévala a los labios fríos,
La estrecha al seno con ansia,
Mira al cielo, «Estoy resuelta»,
Dice, y se consterna y calla.
* * *
Torna al peñón (que parece
Una colosal fantasma
Con un turbante de nubes,
De nieblas con una faja)
La vista otra vez. La extiende
Por la mar, que muerta y llana,
Fundido oro se diría
Del sol poniente en la fragua.
Juzga ver un negro punto
Que se mueve a gran distancia:
Ya se muestra, ya se esconde.
¿Será?... ¡oh Dios!... ¿Será?... La escasa
Luz del crepúsculo todo
Lo confunde, borra y tapa.
Con los ojos Rosalía
Los resplandores, que aun marcan
La línea del horizonte,
Sigue. Una nube la espanta,
Que por el Sur aparece,
Obscura y encapotada;
Y aun más el ver acercarse
Por allí dos velas blancas,
Cuyas puntas ilumina
Del sol, ya puesto, la llama.
»Contigo nada me asusta,
Sin ti todo me acorbada;
Mi destino está en tus manos:
Ten resolución, y basta.
»Resolución, Rosalía,
Cúmpleme, pues, tus palabras:
No tendrás que arrepentirte,
Te lo juro con el alma.
»En cuando venga la noche,
Volveré sin más tardanza
Al sitio aquel que tú sabes,
En una segura lancha.
»Espérame, vida mía:
Si no te encuentro, si faltas,
Ten como cierta mi muerte.
Corro al momento a la plaza
»De Estepona, allí pregono
Mi proscripto nombre, y paga
De mi amor será un cadalso
Delante de tus ventanas».
Se estremeció Rosalía,
No leyó más, y borraban
Sus lágrimas abundantes
Las letras de aquella carta.
Llévala a los labios fríos,
La estrecha al seno con ansia,
Mira al cielo, «Estoy resuelta»,
Dice, y se consterna y calla.
* * *
Torna al peñón (que parece
Una colosal fantasma
Con un turbante de nubes,
De nieblas con una faja)
La vista otra vez. La extiende
Por la mar, que muerta y llana,
Fundido oro se diría
Del sol poniente en la fragua.
Juzga ver un negro punto
Que se mueve a gran distancia:
Ya se muestra, ya se esconde.
¿Será?... ¡oh Dios!... ¿Será?... La escasa
Luz del crepúsculo todo
Lo confunde, borra y tapa.
Con los ojos Rosalía
Los resplandores, que aun marcan
La línea del horizonte,
Sigue. Una nube la espanta,
Que por el Sur aparece,
Obscura y encapotada;
Y aun más el ver acercarse
Por allí dos velas blancas,
Cuyas puntas ilumina
Del sol, ya puesto, la llama.
»Resolución, Rosalía,
Cúmpleme, pues, tus palabras:
No tendrás que arrepentirte,
Te lo juro con el alma.
»En cuando venga la noche,
Volveré sin más tardanza
Al sitio aquel que tú sabes,
En una segura lancha.
»Espérame, vida mía:
Si no te encuentro, si faltas,
Ten como cierta mi muerte.
Corro al momento a la plaza
»De Estepona, allí pregono
Mi proscripto nombre, y paga
De mi amor será un cadalso
Delante de tus ventanas».
Se estremeció Rosalía,
No leyó más, y borraban
Sus lágrimas abundantes
Las letras de aquella carta.
Llévala a los labios fríos,
La estrecha al seno con ansia,
Mira al cielo, «Estoy resuelta»,
Dice, y se consterna y calla.
* * *
Torna al peñón (que parece
Una colosal fantasma
Con un turbante de nubes,
De nieblas con una faja)
La vista otra vez. La extiende
Por la mar, que muerta y llana,
Fundido oro se diría
Del sol poniente en la fragua.
Juzga ver un negro punto
Que se mueve a gran distancia:
Ya se muestra, ya se esconde.
¿Será?... ¡oh Dios!... ¿Será?... La escasa
Luz del crepúsculo todo
Lo confunde, borra y tapa.
Con los ojos Rosalía
Los resplandores, que aun marcan
La línea del horizonte,
Sigue. Una nube la espanta,
Que por el Sur aparece,
Obscura y encapotada;
Y aun más el ver acercarse
Por allí dos velas blancas,
Cuyas puntas ilumina
Del sol, ya puesto, la llama.
»En cuando venga la noche,
Volveré sin más tardanza
Al sitio aquel que tú sabes,
En una segura lancha.
»Espérame, vida mía:
Si no te encuentro, si faltas,
Ten como cierta mi muerte.
Corro al momento a la plaza
»De Estepona, allí pregono
Mi proscripto nombre, y paga
De mi amor será un cadalso
Delante de tus ventanas».
Se estremeció Rosalía,
No leyó más, y borraban
Sus lágrimas abundantes
Las letras de aquella carta.
Llévala a los labios fríos,
La estrecha al seno con ansia,
Mira al cielo, «Estoy resuelta»,
Dice, y se consterna y calla.
* * *
Torna al peñón (que parece
Una colosal fantasma
Con un turbante de nubes,
De nieblas con una faja)
La vista otra vez. La extiende
Por la mar, que muerta y llana,
Fundido oro se diría
Del sol poniente en la fragua.
Juzga ver un negro punto
Que se mueve a gran distancia:
Ya se muestra, ya se esconde.
¿Será?... ¡oh Dios!... ¿Será?... La escasa
Luz del crepúsculo todo
Lo confunde, borra y tapa.
Con los ojos Rosalía
Los resplandores, que aun marcan
La línea del horizonte,
Sigue. Una nube la espanta,
Que por el Sur aparece,
Obscura y encapotada;
Y aun más el ver acercarse
Por allí dos velas blancas,
Cuyas puntas ilumina
Del sol, ya puesto, la llama.
»Espérame, vida mía:
Si no te encuentro, si faltas,
Ten como cierta mi muerte.
Corro al momento a la plaza
»De Estepona, allí pregono
Mi proscripto nombre, y paga
De mi amor será un cadalso
Delante de tus ventanas».
Se estremeció Rosalía,
No leyó más, y borraban
Sus lágrimas abundantes
Las letras de aquella carta.
Llévala a los labios fríos,
La estrecha al seno con ansia,
Mira al cielo, «Estoy resuelta»,
Dice, y se consterna y calla.
* * *
Torna al peñón (que parece
Una colosal fantasma
Con un turbante de nubes,
De nieblas con una faja)
La vista otra vez. La extiende
Por la mar, que muerta y llana,
Fundido oro se diría
Del sol poniente en la fragua.
Juzga ver un negro punto
Que se mueve a gran distancia:
Ya se muestra, ya se esconde.
¿Será?... ¡oh Dios!... ¿Será?... La escasa
Luz del crepúsculo todo
Lo confunde, borra y tapa.
Con los ojos Rosalía
Los resplandores, que aun marcan
La línea del horizonte,
Sigue. Una nube la espanta,
Que por el Sur aparece,
Obscura y encapotada;
Y aun más el ver acercarse
Por allí dos velas blancas,
Cuyas puntas ilumina
Del sol, ya puesto, la llama.
»De Estepona, allí pregono
Mi proscripto nombre, y paga
De mi amor será un cadalso
Delante de tus ventanas».
Se estremeció Rosalía,
No leyó más, y borraban
Sus lágrimas abundantes
Las letras de aquella carta.
Llévala a los labios fríos,
La estrecha al seno con ansia,
Mira al cielo, «Estoy resuelta»,
Dice, y se consterna y calla.
* * *
Torna al peñón (que parece
Una colosal fantasma
Con un turbante de nubes,
De nieblas con una faja)
La vista otra vez. La extiende
Por la mar, que muerta y llana,
Fundido oro se diría
Del sol poniente en la fragua.
Juzga ver un negro punto
Que se mueve a gran distancia:
Ya se muestra, ya se esconde.
¿Será?... ¡oh Dios!... ¿Será?... La escasa
Luz del crepúsculo todo
Lo confunde, borra y tapa.
Con los ojos Rosalía
Los resplandores, que aun marcan
La línea del horizonte,
Sigue. Una nube la espanta,
Que por el Sur aparece,
Obscura y encapotada;
Y aun más el ver acercarse
Por allí dos velas blancas,
Cuyas puntas ilumina
Del sol, ya puesto, la llama.
Se estremeció Rosalía,
No leyó más, y borraban
Sus lágrimas abundantes
Las letras de aquella carta.
Llévala a los labios fríos,
La estrecha al seno con ansia,
Mira al cielo, «Estoy resuelta»,
Dice, y se consterna y calla.
* * *
Torna al peñón (que parece
Una colosal fantasma
Con un turbante de nubes,
De nieblas con una faja)
La vista otra vez. La extiende
Por la mar, que muerta y llana,
Fundido oro se diría
Del sol poniente en la fragua.
Juzga ver un negro punto
Que se mueve a gran distancia:
Ya se muestra, ya se esconde.
¿Será?... ¡oh Dios!... ¿Será?... La escasa
Luz del crepúsculo todo
Lo confunde, borra y tapa.
Con los ojos Rosalía
Los resplandores, que aun marcan
La línea del horizonte,
Sigue. Una nube la espanta,
Que por el Sur aparece,
Obscura y encapotada;
Y aun más el ver acercarse
Por allí dos velas blancas,
Cuyas puntas ilumina
Del sol, ya puesto, la llama.
Llévala a los labios fríos,
La estrecha al seno con ansia,
Mira al cielo, «Estoy resuelta»,
Dice, y se consterna y calla.
Torna al peñón (que parece
Una colosal fantasma
Con un turbante de nubes,
De nieblas con una faja)
La vista otra vez. La extiende
Por la mar, que muerta y llana,
Fundido oro se diría
Del sol poniente en la fragua.
Juzga ver un negro punto
Que se mueve a gran distancia:
Ya se muestra, ya se esconde.
¿Será?... ¡oh Dios!... ¿Será?... La escasa
Luz del crepúsculo todo
Lo confunde, borra y tapa.
Con los ojos Rosalía
Los resplandores, que aun marcan
La línea del horizonte,
Sigue. Una nube la espanta,
Que por el Sur aparece,
Obscura y encapotada;
Y aun más el ver acercarse
Por allí dos velas blancas,
Cuyas puntas ilumina
Del sol, ya puesto, la llama.
La vista otra vez. La extiende
Por la mar, que muerta y llana,
Fundido oro se diría
Del sol poniente en la fragua.
Juzga ver un negro punto
Que se mueve a gran distancia:
Ya se muestra, ya se esconde.
¿Será?... ¡oh Dios!... ¿Será?... La escasa
Luz del crepúsculo todo
Lo confunde, borra y tapa.
Con los ojos Rosalía
Los resplandores, que aun marcan
La línea del horizonte,
Sigue. Una nube la espanta,
Que por el Sur aparece,
Obscura y encapotada;
Y aun más el ver acercarse
Por allí dos velas blancas,
Cuyas puntas ilumina
Del sol, ya puesto, la llama.
Juzga ver un negro punto
Que se mueve a gran distancia:
Ya se muestra, ya se esconde.
¿Será?... ¡oh Dios!... ¿Será?... La escasa
Luz del crepúsculo todo
Lo confunde, borra y tapa.
Con los ojos Rosalía
Los resplandores, que aun marcan
La línea del horizonte,
Sigue. Una nube la espanta,
Que por el Sur aparece,
Obscura y encapotada;
Y aun más el ver acercarse
Por allí dos velas blancas,
Cuyas puntas ilumina
Del sol, ya puesto, la llama.
Luz del crepúsculo todo
Lo confunde, borra y tapa.
Con los ojos Rosalía
Los resplandores, que aun marcan
La línea del horizonte,
Sigue. Una nube la espanta,
Que por el Sur aparece,
Obscura y encapotada;
Y aun más el ver acercarse
Por allí dos velas blancas,
Cuyas puntas ilumina
Del sol, ya puesto, la llama.
La línea del horizonte,
Sigue. Una nube la espanta,
Que por el Sur aparece,
Obscura y encapotada;
Y aun más el ver acercarse
Por allí dos velas blancas,
Cuyas puntas ilumina
Del sol, ya puesto, la llama.
Y aun más el ver acercarse
Por allí dos velas blancas,
Cuyas puntas ilumina
Del sol, ya puesto, la llama. | es |
Agustini,Delmira | <XXI | Como_Cayó_En_Tus_Brazos_Mi_Alma_Herida | Como cayó en tus brazos mi alma herida
Por todo el Mal y todo el Bien: mi alma
Un fruto milagroso de la Vida
Forjado a sol y madurado en sombra,
Acogíase a ti como una palma
De luz en el desierto de la Sombra!...
Y la Armonía fiel que en mí murmura
Como una extraña arteria, rompió en canto,
Y del mármol hostil de mi escultura
Brotó un sereno manantial de llanto!...
Así lloré el dolor de las heridas
Y la embriaguez opiada de las rosas...
Arraigábanse en mí todas las vidas
Reflejábanse en mí todas las cosas!...
Y a ese primer llanto: mi alma, una
Suprema estatua triste sin dolor,
Se alzó en la nieve tibia de la Luna
Como una planta en su primera flor! | es |
Selgas_y_Carrasco,José | <XXI | La_Cuna_Vacía | Bajaron los ángeles,
Besaron su rostro,
Y cantando a su oído, dijeron
—Vente con nosotros.
Vio el niño a los ángeles,
De su cuna en torno,
Y agitando los brazos, les dijo:
—Me voy con vosotros.
Batieron los ángeles
Sus alas de oro,
Suspendieron al niño en sus brazos,
Y se fueron todos.
De la aurora pálida
La luz fugitiva,
Alumbró a la mañana siguiente
La cuna vacía. | es |
Meléndez_Valdés,Juan | <XXI | De_Las_Navidades | Pues vienen Navidades,
cuidados abandona
y toma por un rato
la cítara sonora.
Cantaremos, Jovino,
mientras que el Euro sopla,
con voces acordadas
de Anacreón las odas,
o a par del dulce fuego
las fugitivas horas
engañaremos juntos
en pláticas sabrosas.
Ellas van, y no vuelven
de las nocturnas sombras:
¿por qué, pues, con desvelos
hacerlas aún más cortas?
Yo vi en mi primavera
mi barba vergonzosa,
cual el dorado vello
que el albérchigo brota,
y en mis cándidas sienes
el oro en hebras rojas,
que ya los años tristes
oscuras me las tornan.
Yo vi al abril florido
que el valle alegre borda,
y al abrasado julio
vi marchitar su alfombra.
Vino el opimo octubre,
las uvas se sazonan;
mas el diciembre helado
le arrebató su pompa.
Los días y los meses
escapan como sombra,
y a los meses los años
suceden por la posta.
Así, a la triste vida
quitemos las zozobras
con el dorado vino
que bulle ya en la copa.
¿Quién los cuidados tristes
con él no desaloja
y al padre Baco canta
y a Venus Ciprïota?
Ciñámonos las sienes
de hiedra vividora;
brindemos; y aunque el Euro
combata con el Bóreas,
¿qué a nosotros su silbo,
si el pecho alegre goza
de Baco y sus ardores,
de Venus y sus glorias?
Acuérdome una tarde,
cuando Febo en las ondas
bañaba despeñado
su fúlgida carroza,
que yo al hogar cantaba
de mi inocente choza,
mientras bailaban juntos
zagales y pastoras,
de nuestro amor sencillo
la suerte venturosa,
riquísimo tesoro
que en ti mi pecho goza.
Y haciendo por tu vida,
que tanto a España importa,
mil súplicas al cielo
con voces fervorosas,
cogí en la diestra mano,
cogí la brindadora
taza y con sed amiga
por ti la apuré toda.
Quedaron admirados
zagales que blasonan
de báquicos furores
al ver mi audacia loca;
mas yo tornando al punto
con sed aun más beoda
segunda vez librela
del néctar que la colma,
cantando enardecido
con lira sonorosa
tu nombre y las amables
virtudes que le adornan. | es |
García_Cabrera,Pedro | <XXI | Una_Tarde_Se_Escaparon | Una tarde se escaparon
del colegio cinco letras,
las cinco letras vocales,
risas y llantos de seda.
Se pusieron a jugar
en el jardín de la escuela
y jugaron a los novios,
con las flores por parejas.
La «a» le dio el corazón
a un fino croto gris perla.
Se puso la «e» a reñir
con un dondiego cualquiera.
La «o» le ciñó los brazos
a un gladiolo de maceta.
Y la «i» se divertía
con una sola camelia.
Porque asustaba a las flores,
la «u» se quedó soltera.
En esto salió a buscarlas
—ira y puños— la maestra.
Sus labios eran tan rojos
y tan espesas las cejas,
que las flores se quedaron
más pálidas que la cera.
La «i» fue vista y no vista
y, sin poner mano en ella,
de un brinco subiose al agua
del surtidor de la escuela.
Y era, subida en lo alto,
burla de cristal su lengua.
La «o» se escondió en el vientre
de una pera sanjuanera
predestinada a sufrir
dentelladas de merienda.
La «e», ovillada en el suelo,
se hizo la ovejita muerta.
La «u» levantó los brazos
desnudos de la clemencia.
Las florecillas del patio
se quedaron boquiabiertas
al ver cómo castigaban
a sus amigas las letras.
No comprendían ni jota
de lo que allí sucediera:
los claveles eran mudos,
las rosas, analfabetas.
A todas las fue poniendo
de rodillas la maestra,
con los brazos extendidos
y una cesta en la cabeza.
La sonrisa de la «a»
llegaba de oreja a oreja.
Y, guiñando picardías,
la «i» sacaba la lengua,
rayando en el mapamundi
los senos de la maestra. | es |
Basso,Cristián | XXI | Tropiezo_En_El_Que_Soy_Y_En_El_Que_Fui | Tropiezo en el que soy y en el que fui.
Cadáver del adiós enamorado.
Por ímpetu, torrente subyugado.
Terror de ser en soledad sin ti.
Tu ayer fatal. Castigo del pasado.
Huella de beso tatuada en la cerviz.
Piedra del triste, antorcha del feliz.
Por el que soy y en el que fui estrellado,
es mío el rostro de la desventura.
Finalizado como estricto día,
malabarista sin perdón que dura.
Tropiezo en el que soy, y así decía
que del amor gobierno no hace altura
y que en amor igual tropezaría.
es mío el rostro de la desventura.
Finalizado como estricto día,
malabarista sin perdón que dura.
Tropiezo en el que soy, y así decía
que del amor gobierno no hace altura
y que en amor igual tropezaría.
Tropiezo en el que soy, y así decía
que del amor gobierno no hace altura
y que en amor igual tropezaría. | es |
Vallejo,César | <XXI | Imagen_Española_De_La_Muerte | ¡Ahí pasa! ¡llamadla! ¡es su costado!
¡Ahí pasa la muerte por Irún:
sus pasos de acordeón, su palabrota,
su metro del tejido que te dije,
su gramo de aquel peso que he callado... ¡si son ellos!
¡Llamadla! ¡Daos prisa! Va buscándome en los rifles,
como que sabe bien dónde la venzo,
cuál es mi maña grande, mis leyes especiosas, mis
códigos terribles.
¡Llamadla! Ella camina exactamente como un hombre, entre las
fieras,
se apoya de aquel brazo que se enlaza a nuestros pies
cuando dormimos en los parapetos
y se pára a las puertas elásticas del sueño.
¡Gritó! ¡Gritó! ¡Gritó su grito
nato, sensorial!
Gritara de vergüenza, de ver cómo ha caído entre las
plantas,
de ver cómo se aleja de las bestias,
de oír cómo decimos: ¡Es la muerte!
¡De herir nuestros más grandes intereses!
(Porque elabora su higado la gota que te dije, camarada;
porque se come el alma del vecino).
¡Llamadla! Hay que seguirla
hasta el pie de los tanques enemigos,
que la muerte es un ser sido a la fuerza,
cuyo principio y fin llevo grabados
a la cabeza de mis ilusiones,
por mucho que ella corra el peligro corriente
que tú sabes
y que haga como que hace que me ignora.
¡Llamadla! No es un ser, muerte violenta,
sino, apenas, lacónico suceso;
más bien su modo tira, cuando ataca,
tira a tumulto simple, sin órbitas ni cánticos de dicha;
más bien tira su tiempo audaz, a céntimo impreciso
y sus sordos quilates, a déspotas aplausos.
Llamadla, que en llamándola con saña, con figuras,
Se la ayuda a arrastrar sus tres rodillas,
como, a veces,
a veces, duelen, punzan fracciones enigmáticas, globales,
como, a veces, me palpo y no me siento.
¡Llamadla! ¡Daos prisa! Va buscándome,
con su coñac, su pómulo moral,
sus pasos de acordeón, su palabrota.
¡Llamadla! No hay que perderle el hilo en que la lloro.
De su olor para arriba, ¡ay de mi polvo, camarada!
De su pus para arriba, ¡ay de férula, teniente!
De su imán para abajo, ¡ay de mi tumba! | es |
Blanco,Andrés_Eloy | <XXI | El_Alma_Inquieta | Acércate, ¿la ves? En mis retinas
brilla súbitamente
como la luz que cruza detrás de unas cortinas,
y su revoloteo me ilumina la frente.
Algo le falta o algo tiene demás mi alma;
quizá le faltan frenos; quizá le sobra aliento,
porque nunca está en calma
y para el vuelo es toda pensamiento.
¡Alma mía que vuela con cien alas de rosa,
intacta, sin el vicio del origen humano,
como una mariposa que nació mariposa
sin pasar por gusano!
¿La ves? Porque yo a veces la busco y no la encuentro;
se lanza cielo arriba —trino, espiral, paloma...—
entonces me revuelvo para buscarla dentro
de mí y no está... se ha ido, pero deja el aroma.
¡Yo sé que ella prefiere la quietud de la cumbre:
por vírgenes veredas esparce sus reflejos;
gusta de los parajes donde la podredumbre
del cuerpo no se sienta... donde yo esté más lejos!
A veces de hoja en hoja
salta y agita el ala tenaz como una vela,
y en loco regocijo por la umbría se arroja
como un niño que vaga fugado de la escuela.
Mariposa, turpial, águila, nube...
¡Nube! de esos violentos
jirones que, aunque breves, llenan todo un paisaje;
que en la mañana suben con la aurora que sube,
en el día cabalgan sobre todos los vientos
y al ocaso se quedan fijos en un celaje.
Copo errante de nieve,
busca llamas solares para fundir su frío;
hisopo de la altura, cuando llueve,
¿dónde caerá su clara bendición de rocío?,
¿sobre una flor o sobre el lodo?,
¿sobre la paz de un mudo cementerio aldeano?,
quizá vaya a los mares a ser nada en el Todo,
tal vez quede suspensa sin llegar al pantano...
Cuando yo esté expirando
y la vela del alma tiemble a mi cabecera,
mírame bien y cuando
baje la frente y muera,
veloz, antes que el llanto pueda inundar tus ojos,
apaga el cirio, y luego
vuelve tu aliento y vuelve tus antojos
a este montón de carne desnudo, sordo y ciego.
Apaga el cirio, porque volandera
saldrá el alma en un giro raudo hacia la Quimera;
alma que es mariposa querrá lucir sus galas,
y la atracción de lumbre de la cera
¡puede quemar sus alas!... | es |
Coronado,Carolina | <XXI | Esa_Oscura_Enfermedad | Esa oscura enfermedad
que llaman melancolía
me trajo a la soledad
a verte, luna sombría.
Ya seas amante doncella,
ya informe, negro montón
de tierra que en forma bella
nos convierte la ilusión,
Ni a sorprender tus amores
mis tristes ojos vinieron
ni a saber si esos fulgores
son tuyos o te los dieron.
Ni a mí me importa que esté
tu luz viva o desmayada,
ni cuando te miro sé
si eres roja o plateada.
Yo busco tu compañía
porque al fin, muda beldad,
es tu amistad menos fría
que otra cualquiera amistad.
Sé bien que todo el poder
de tu misterioso encanto
no alcanzará a detener
una gota de mi llanto.
Mas yo no guardo consuelos
para este mal tan profundo,
fijo la vista en los cielos
porque me importuna el mundo...
¡Vergüenza del mundo es
si tiene mi pensamiento,
que ir a buscarte al través
de las nubes y del viento,
Y llevar hasta tu esfera
mi solitaria armonía
para hallar la compañera
que escuche la pena mía!
Mas, pues no me da fortuna
otra más tierna amistad,
vengo con mis penas, luna,
a verte en la soledad. | es |
Martínez_Estrada,Ezequiel | <XXI | Job,_Dios_Y_Satanás | Entre este mísero judío
triste y ansioso de la muerte
y un Dios feroz que se divierte
en la eternidad y en el hastío,
Satanás, el Angel Sombrío,
se hace divinamente fuerte. | es |
Plaza_Llamas,Antonio | <XXI | Los_Héroes._Soneto | Héroes de carnaval, hijos mimados
de la casualidad, siempre oportuna,
en el poder os miro, sin que alguna
admiración me cause, que menguados
los pueblos, desde tiempos olvidados
fabricaron, sin lógica ninguna,
palacios, para audaces con fortuna,
presidios, para audaces desgraciados.
Ya que al común sentido así se ofende,
dando celebridad a ciertos nombres
cuya grandeza o pequeñez trasciende,
óyeme, sociedad, y no te asombres:
tu estatura bajísima comprende
quien mide el alma de tus grandes hombres. | es |
Neruda,Pablo | <XXI | Por_La_Alta_Noche,_Por_La_Vida_Entera,_De_Lágrima_A_Papel,_De | Por la alta noche, por la vida entera,
de lágrima a papel, de ropa en ropa,
anduve en estos días abrumados.
Fui el fugitivo de la policía:
y en la hora de cristal, en la espesura
de estrellas solitarias,
crucé ciudades, bosques,
chacarerías, puertos,
de la puerta de un ser humano a otro,
de la mano de un ser a otro ser, a otro ser,
Grave es la noche, pero el hombre
ha dispuesto sus signos fraternales,
y a ciegas por caminos y por sombras
llegué a la puerta iluminada, al pequeño
punto de estrella que era mío,
al fragmento de pan que en el bosque los lobos
no habían devorado.
Una vez, a una casa, en la campiña,
llegué de noche, a nadie
antes de aquella noche había visto,
ni adivinado aquellas existencias.
Cuanto hacían, sus horas
eran nuevas en mi conocimiento.
Entré, eran cinco de familia:
todos como en la noche de un incendio
se habían levantado.
Estreché una
y otra mano, vi un rostro y otro rostro,
que nada me decían: eran puertas
que antes no vi en la calle,
ojos que no conocían mi rostro,
y en la alta noche, apenas
recibido, me tendí al cansancio,
a dormir la congoja de mi patria.
Mientras venía el sueño,
el eco innumerable de la tierra
con sus roncos ladridos y sus hebras
de soledad, continuaba la noche,
y yo pensaba: «Dónde estoy? Quiénes
son? Por qué me guardan hoy?
Por qué ellos, que hasta hoy no me vieron,
abren sus puertas y defienden mi canto?».
Y nadie respondía
sino un rumor de noche deshojada,
un tejido de grillos construyéndose:
la noche entera apenas
parecía temblar en el follaje.
Tierra nocturna, a mi ventana
llegabas con tus labios,
para que yo durmiera dulcemente
como cayendo sobre miles de hojas,
de estación a estación, de nido a nido,
de rama en rama, hasta quedar de pronto
dormido como un muerto en tus raíces. | es |
García_Cabrera,Pedro | <XXI | Dime,_Tú,_Mar,_Ahora_¿A_Qué_Naranja | Dime, tú, mar, ahora ¿a qué naranja
he de tender mi frente?
¿Debo arrancar de cuajo tus arenas,
golpear tus rumores,
escupir tus espumas,
matar tus olas de gallina de oro
que sólo ponen huevos de esperanza?
La paz te he suplicado y me la niegas,
mi ternura te ofrezco y no la quieres.
Pero algo he de pedirte todavía:
que no hagas naufragar a mi palabra
ni apagar el amor que la mantiene.
Aún mi mano en la mar, así lo espero. | es |
Liscano,Juan | <XXI | Se_Acarician._Se_Bastan | Se acarician. Se bastan.
Están colmados por ellos mismos
colmados por la sed sensual del otro.
Se conocieron ayer:
llevan siglos de parecerse
de abrazarse en las paredes siempre únicas
de reconocerse en todos los lugares
donde el sueño esconde su tesoro
donde la dicha deja a la nostalgia
donde nunca estuvieron
donde están.
Aroma de piel ramajes íntima penumbra
labios que besan por la herida
rostro asomado al secreto del rostro que lo refleja
palabras que se derriten por los dedos
semejanzas descubiertas con delicia
apetencias de olvido y de sabores no probados
mientras se inventan paraísos sin castigo
y se cuentan a tientas el alma
mientras asumen el destino de las frutas
y la vida fulgura en ellos
con sus siempre y sus nunca efímeros
con sus primera vez repetido hasta el final
con sus partes confundidas cual miembros que el amor enlaza.
Hasta ellos no alcanza el rumor de la urbe
o será más bien que no lo oyen
que lo cubre el susurro con que se aman
que lo dispersa el soplo que se dan.
Se huelen se gustan se desean.
La libertad que encuentran los deslumbra.
Ascienden en una isla espacial entre los astros.
Pareja sin Historia
pareja constelada.
Se miran a sí mismos en el otro.
Ella aparece abierta impúdica ojerosa tremulante
él: enhiesto obsceno avisor posesivo
ella: contráctil húmeda gimiente umbría
él: herido llameante solar fulminado.
¡Cuánto abandono momentáneo!¡Cuánto triunfo!
Pueden equivocarse gozosamente
confundir las imágenes del deseo espejado
fundir los sabores de sus bocas
perderse juntos en el placer del otro
fluir de manantiales en arroyos
de arroyos en raudales de raudales en ríos
hasta el mar hasta volcarse en la unidad del origen
en el espacio pletórico y vibrante
donde cada movimiento se transmite de polo a polo
donde flotarán donde están flotando
como dos hipocampos entregados al rito nupcial.
Aflojan las redes y los nudos milenarios
arrojan de sí el pasado las cáscaras los trapos
viento propicio borra las huellas mezcla arenas y estrellas
le dan la espalda a la memoria hueca
para ser cresta de una ola
para ser cresta espuma sortilegio
cielo de mar espacio palpitante que rompe en sales
y en la cresta de esa ola de caballos tornasolados
que recorre de punta a punta el tiempo como una playa
me arrojo contigo!
¡la corro contigo hasta el final del día!
¡sobre su filo tú y yo somos jabalina y destello!
¡vivan este esfuerzo estos besos esta presencia única!
¡vivan este júbilo del mar los cuerpos aparejados!
¡nuestro almizcle que huele a marisco y a gato montés!
¡el relámpago en que nos dormimos juntos!
Se conocieron ayer:
llevan siglos de parecerse
de abrazarse en las paredes siempre únicas
de reconocerse en todos los lugares
donde el sueño esconde su tesoro
donde la dicha deja a la nostalgia
donde nunca estuvieron
donde están.
Aroma de piel ramajes íntima penumbra
labios que besan por la herida
rostro asomado al secreto del rostro que lo refleja
palabras que se derriten por los dedos
semejanzas descubiertas con delicia
apetencias de olvido y de sabores no probados
mientras se inventan paraísos sin castigo
y se cuentan a tientas el alma
mientras asumen el destino de las frutas
y la vida fulgura en ellos
con sus siempre y sus nunca efímeros
con sus primera vez repetido hasta el final
con sus partes confundidas cual miembros que el amor enlaza.
Hasta ellos no alcanza el rumor de la urbe
o será más bien que no lo oyen
que lo cubre el susurro con que se aman
que lo dispersa el soplo que se dan.
Se huelen se gustan se desean.
La libertad que encuentran los deslumbra.
Ascienden en una isla espacial entre los astros.
Pareja sin Historia
pareja constelada.
Se miran a sí mismos en el otro.
Ella aparece abierta impúdica ojerosa tremulante
él: enhiesto obsceno avisor posesivo
ella: contráctil húmeda gimiente umbría
él: herido llameante solar fulminado.
¡Cuánto abandono momentáneo!¡Cuánto triunfo!
Pueden equivocarse gozosamente
confundir las imágenes del deseo espejado
fundir los sabores de sus bocas
perderse juntos en el placer del otro
fluir de manantiales en arroyos
de arroyos en raudales de raudales en ríos
hasta el mar hasta volcarse en la unidad del origen
en el espacio pletórico y vibrante
donde cada movimiento se transmite de polo a polo
donde flotarán donde están flotando
como dos hipocampos entregados al rito nupcial.
Aflojan las redes y los nudos milenarios
arrojan de sí el pasado las cáscaras los trapos
viento propicio borra las huellas mezcla arenas y estrellas
le dan la espalda a la memoria hueca
para ser cresta de una ola
para ser cresta espuma sortilegio
cielo de mar espacio palpitante que rompe en sales
y en la cresta de esa ola de caballos tornasolados
que recorre de punta a punta el tiempo como una playa
me arrojo contigo!
¡la corro contigo hasta el final del día!
¡sobre su filo tú y yo somos jabalina y destello!
¡vivan este esfuerzo estos besos esta presencia única!
¡vivan este júbilo del mar los cuerpos aparejados!
¡nuestro almizcle que huele a marisco y a gato montés!
¡el relámpago en que nos dormimos juntos!
Aroma de piel ramajes íntima penumbra
labios que besan por la herida
rostro asomado al secreto del rostro que lo refleja
palabras que se derriten por los dedos
semejanzas descubiertas con delicia
apetencias de olvido y de sabores no probados
mientras se inventan paraísos sin castigo
y se cuentan a tientas el alma
mientras asumen el destino de las frutas
y la vida fulgura en ellos
con sus siempre y sus nunca efímeros
con sus primera vez repetido hasta el final
con sus partes confundidas cual miembros que el amor enlaza.
Hasta ellos no alcanza el rumor de la urbe
o será más bien que no lo oyen
que lo cubre el susurro con que se aman
que lo dispersa el soplo que se dan.
Se huelen se gustan se desean.
La libertad que encuentran los deslumbra.
Ascienden en una isla espacial entre los astros.
Pareja sin Historia
pareja constelada.
Se miran a sí mismos en el otro.
Ella aparece abierta impúdica ojerosa tremulante
él: enhiesto obsceno avisor posesivo
ella: contráctil húmeda gimiente umbría
él: herido llameante solar fulminado.
¡Cuánto abandono momentáneo!¡Cuánto triunfo!
Pueden equivocarse gozosamente
confundir las imágenes del deseo espejado
fundir los sabores de sus bocas
perderse juntos en el placer del otro
fluir de manantiales en arroyos
de arroyos en raudales de raudales en ríos
hasta el mar hasta volcarse en la unidad del origen
en el espacio pletórico y vibrante
donde cada movimiento se transmite de polo a polo
donde flotarán donde están flotando
como dos hipocampos entregados al rito nupcial.
Aflojan las redes y los nudos milenarios
arrojan de sí el pasado las cáscaras los trapos
viento propicio borra las huellas mezcla arenas y estrellas
le dan la espalda a la memoria hueca
para ser cresta de una ola
para ser cresta espuma sortilegio
cielo de mar espacio palpitante que rompe en sales
y en la cresta de esa ola de caballos tornasolados
que recorre de punta a punta el tiempo como una playa
me arrojo contigo!
¡la corro contigo hasta el final del día!
¡sobre su filo tú y yo somos jabalina y destello!
¡vivan este esfuerzo estos besos esta presencia única!
¡vivan este júbilo del mar los cuerpos aparejados!
¡nuestro almizcle que huele a marisco y a gato montés!
¡el relámpago en que nos dormimos juntos!
Hasta ellos no alcanza el rumor de la urbe
o será más bien que no lo oyen
que lo cubre el susurro con que se aman
que lo dispersa el soplo que se dan.
Se huelen se gustan se desean.
La libertad que encuentran los deslumbra.
Ascienden en una isla espacial entre los astros.
Pareja sin Historia
pareja constelada.
Se miran a sí mismos en el otro.
Ella aparece abierta impúdica ojerosa tremulante
él: enhiesto obsceno avisor posesivo
ella: contráctil húmeda gimiente umbría
él: herido llameante solar fulminado.
¡Cuánto abandono momentáneo!¡Cuánto triunfo!
Pueden equivocarse gozosamente
confundir las imágenes del deseo espejado
fundir los sabores de sus bocas
perderse juntos en el placer del otro
fluir de manantiales en arroyos
de arroyos en raudales de raudales en ríos
hasta el mar hasta volcarse en la unidad del origen
en el espacio pletórico y vibrante
donde cada movimiento se transmite de polo a polo
donde flotarán donde están flotando
como dos hipocampos entregados al rito nupcial.
Aflojan las redes y los nudos milenarios
arrojan de sí el pasado las cáscaras los trapos
viento propicio borra las huellas mezcla arenas y estrellas
le dan la espalda a la memoria hueca
para ser cresta de una ola
para ser cresta espuma sortilegio
cielo de mar espacio palpitante que rompe en sales
y en la cresta de esa ola de caballos tornasolados
que recorre de punta a punta el tiempo como una playa
me arrojo contigo!
¡la corro contigo hasta el final del día!
¡sobre su filo tú y yo somos jabalina y destello!
¡vivan este esfuerzo estos besos esta presencia única!
¡vivan este júbilo del mar los cuerpos aparejados!
¡nuestro almizcle que huele a marisco y a gato montés!
¡el relámpago en que nos dormimos juntos!
Se huelen se gustan se desean.
La libertad que encuentran los deslumbra.
Ascienden en una isla espacial entre los astros.
Pareja sin Historia
pareja constelada.
Se miran a sí mismos en el otro.
Ella aparece abierta impúdica ojerosa tremulante
él: enhiesto obsceno avisor posesivo
ella: contráctil húmeda gimiente umbría
él: herido llameante solar fulminado.
¡Cuánto abandono momentáneo!¡Cuánto triunfo!
Pueden equivocarse gozosamente
confundir las imágenes del deseo espejado
fundir los sabores de sus bocas
perderse juntos en el placer del otro
fluir de manantiales en arroyos
de arroyos en raudales de raudales en ríos
hasta el mar hasta volcarse en la unidad del origen
en el espacio pletórico y vibrante
donde cada movimiento se transmite de polo a polo
donde flotarán donde están flotando
como dos hipocampos entregados al rito nupcial.
Aflojan las redes y los nudos milenarios
arrojan de sí el pasado las cáscaras los trapos
viento propicio borra las huellas mezcla arenas y estrellas
le dan la espalda a la memoria hueca
para ser cresta de una ola
para ser cresta espuma sortilegio
cielo de mar espacio palpitante que rompe en sales
y en la cresta de esa ola de caballos tornasolados
que recorre de punta a punta el tiempo como una playa
me arrojo contigo!
¡la corro contigo hasta el final del día!
¡sobre su filo tú y yo somos jabalina y destello!
¡vivan este esfuerzo estos besos esta presencia única!
¡vivan este júbilo del mar los cuerpos aparejados!
¡nuestro almizcle que huele a marisco y a gato montés!
¡el relámpago en que nos dormimos juntos!
Se miran a sí mismos en el otro.
Ella aparece abierta impúdica ojerosa tremulante
él: enhiesto obsceno avisor posesivo
ella: contráctil húmeda gimiente umbría
él: herido llameante solar fulminado.
¡Cuánto abandono momentáneo!¡Cuánto triunfo!
Pueden equivocarse gozosamente
confundir las imágenes del deseo espejado
fundir los sabores de sus bocas
perderse juntos en el placer del otro
fluir de manantiales en arroyos
de arroyos en raudales de raudales en ríos
hasta el mar hasta volcarse en la unidad del origen
en el espacio pletórico y vibrante
donde cada movimiento se transmite de polo a polo
donde flotarán donde están flotando
como dos hipocampos entregados al rito nupcial.
Aflojan las redes y los nudos milenarios
arrojan de sí el pasado las cáscaras los trapos
viento propicio borra las huellas mezcla arenas y estrellas
le dan la espalda a la memoria hueca
para ser cresta de una ola
para ser cresta espuma sortilegio
cielo de mar espacio palpitante que rompe en sales
y en la cresta de esa ola de caballos tornasolados
que recorre de punta a punta el tiempo como una playa
me arrojo contigo!
¡la corro contigo hasta el final del día!
¡sobre su filo tú y yo somos jabalina y destello!
¡vivan este esfuerzo estos besos esta presencia única!
¡vivan este júbilo del mar los cuerpos aparejados!
¡nuestro almizcle que huele a marisco y a gato montés!
¡el relámpago en que nos dormimos juntos!
Aflojan las redes y los nudos milenarios
arrojan de sí el pasado las cáscaras los trapos
viento propicio borra las huellas mezcla arenas y estrellas
le dan la espalda a la memoria hueca
para ser cresta de una ola
para ser cresta espuma sortilegio
cielo de mar espacio palpitante que rompe en sales
y en la cresta de esa ola de caballos tornasolados
que recorre de punta a punta el tiempo como una playa
me arrojo contigo!
¡la corro contigo hasta el final del día!
¡sobre su filo tú y yo somos jabalina y destello!
¡vivan este esfuerzo estos besos esta presencia única!
¡vivan este júbilo del mar los cuerpos aparejados!
¡nuestro almizcle que huele a marisco y a gato montés!
¡el relámpago en que nos dormimos juntos! | es |
Aguirre,Mirta | <XXI | Tortuga | Cuento que se cuenta.
Tortuguita lenta
le ganó al conejo
Don Pata ligera.
Al tronco de antejo
llegó la primera.
Ella, caminando;
Conejo, roncando.
Ganó la carrera.
Tortuguita lenta
carapachaquienta,
pasito perplejo,
le ganó al conejo. | es |
Buesa,José_Ángel | <XXI | —«Vamos,_Que_Se_Hace_Tarde...»—_Me_Dijiste | —«Vamos, que se hace tarde...»— me dijiste.
Pero yo me quedé mirando el mar,
con el hastío de un pecado triste,
pues no hay nada más triste que un pecado vulgar...
Tú, la mujer ajena.
Yo, el hombre sin ayer.
Ya el mar borró tus pasos en la arena,
pero hay cosas más hondas en un atardecer...
Yo me pregunto cómo fue el regreso:
si ya él estaba allí;
si tú, como otras veces, pudiste darle un beso,
y si al besarlo no pensaste en mí...
Y me pregunto lo que habrás sentido
si después,
al quitarte el vestido,
rodó un poco de arena hasta tus pies...
Ya sé que fue un pecado
triste y vulgar,
pero el viento soplaba de aquel lado
y se llevo el pecado sobre el mar...
Y, al cruzar la acera,
ladrón de cosas que no tienen fin,
para pagarte un beso a mi manera
fui cortando las rosas de un jardín...
Tal vez mañana,
como hay sueños que han sido y que no son,
tú abrirás como siempre la ventana
y saldrás a esperarlo en el balcón.
Y, como una sorpresa,
como una burla fina y cruel,
colocarás mis flores en la mesa
sin que tiemble tu mano en el mantel...
Quizás vuelva a la playa,
por andar en la arena, no por ti...
(ya me dijiste que, aunque yo no vaya,
tu iras todas las tardes por allí...)
Y si nos tienta algún pecado
triste y vulgar,
el viento sopla siempre de aquel lado,
y se lo lleva todo sobre la mar... | es |
Plaza_Llamas,Antonio | <XXI | Talento_En_Las_Corvas._Tipos_Políticos | ¡Qué tonto es el hombre
que nunca se dobla!
¡Qué sabio el que tiene
flexibles las corvas!
Conozco yo a un mico
que ayer sin la torta
vagaba, cual vaga
perdida la nota.
Asaz monarquista
con puntas de hipócrita,
rezando en la iglesia
gastaba sus rótulas.
Allá por los tiempos
de frailes y costas
era tinterillo
de pésima estofa,
y usaba raída
chaqueta grasosa,
sin que la chicana
le diese para otra.
Al fin hastiado
de su bruja insólita.
Empuñó atrevido
la péñola roma,
y en versos, inmundos
rellenos de prosa,
cantó de González
Ortega las glorias;
después el buen Juárez
tiróle una torta,
y entonces a Ortega
le puso la popa;
hoy lame las plantas
de Lerdo, esa boa,
y de vez en cuando
firma alguna póliza;
y hoy gasta espejuelos
y guantes y botas,
se pinta y perfuma,
se mueve y se esponja:
y el extinterillo
que a risa provoca,
medra, porque tiene
talento en las corvas.
Un ex presidiario,
en tierra escabrosa
quitaba a indefensos
la vida y la bolsa;
pero el galeote
ávido de gloria,
cuando su gavilla
engrosó con otra,
le llamó: —Brigada
ligera. —No es broma.
Ligera cual pájaro
que los vientos corta,
volaba delante
de contraria tropa,
y con los inermes
era una leona.
Se hizo el bandolero
temible en las fondas,
que a la maritornes
la luenga pistola
mostraba, si había
tardanza en la sopa.
Sombrero arriscado,
camiseta roja,
calzoneras amplias,
botones de bola,
y canana henchida
de balas y pólvora,
llegaba a las tiendas
pidiendo una copa.
Era su saludo
blasfemia horrorosa;
el corcel robado
sentaba coa cólera,
cortando los vientos
con luenga tizona.
Decían a su fuerza
la brigada escoba,
porque antes de irse,
a todos y a todas
dejaba más limpios
que suelo de monjas.
Por tales fazañas,
dignas de la horca,
hízole el Gobierno,
general. —Ahora
ya come con trinche,
brinda en la Concordia,
el pelo rebelde
se lo peina Broca,
y gasta cadena
mejor que la otra
que en Ulúa pusieron
a su taba roma.
Ya canta que tiene
dignidad y honra,
y aunque el tal no sabe
mandar una escolta,
dice: soy soldado,
y afanoso compra
libros militares
que mucho le estorban.
En último rasgo
de su audacia loca
llegó hasta ponerse
sorbete de moda.
Yo al ver que su faja
color de cotorra
ensucia atrastrándose
en ricas alfombras,
confieso que tiene
talento en las corvas.
Con dos sobrinitas
coquetas, graciosas,
vivió un mequetrefe
sumido en la inopia;
inopia terrible:
las camas sin colchas,
sin lumbre el brasero,
sin agua las ollas
y a la funerala
las cazuelas rotas.
Vestido a la última
miseria, no moda,
usaba tacones
torcidos, en forma
de alguna parada
que al as o a la sota
no pierde a la puerta,
ni a la puerta cobra.
Vivía el infelice
haciendo más drogas
que las que almacenan
las boticas todas;
pero a cierto prócer
gustaron las pollas;
les hizo la rueda
a una y a otra.
Entonces la bruja
trocóse en bambolla,
y el triste demonio
se volvió demócrata,
que el doble sobrino
le puso en la nómina.
Tal cual la república
de la vieja Roma
brotó de las sábanas
de fembra fermosa,
así el patriotismo
de este don Mamólatra
salió de los lechos
de dos mocetonas.
Terciando en amores,
agente de rosas,
el nuevo Mercurio
pródigo en lisonjas
subió, como sube
el humo a la atmósfera.
Hoy es hombre rico,
y en política órbita
al fin se ha creado
posiciones cómodas.
Dicen que es un cero
su cráneo, ¿qué importa?
¿qué importa, si tiene
talento en las corvas?
Un hijo menguado,
de ibérica zona,
un segunda cuerda,
volatín y acróbata,
más ágil que un chivo,
brincaba en la soga.
El payaso un día
armóle camorra,
y al payaso entonces
le rompió la cholla:
temiendo el funámbulo
ir a la chirona,
marchó fugitivo
a tierras ignotas;
y, médico en ellas,
por buscar la torta,
hizo más cadáveres
que Aquiles en Troya.
Huérfanos y viudos
armados de cólera,
y también de palos,
pegaron tal soba
al pobre Galeno,
que hasta hizo cabriolas.
Doliente, mohíno
por tan dura broma,
buscando la muerte
largóse a la bola.
Cayóle a un caudillo
en gracia su historia,
y su secretario
le hizo sin demora.
Entre bandoleros
rellenó la bolsa,
y ya el saltimbanqui
es hombre de nota,
que entre los ministros
se inclina y se dobla
tanto, que su barba
convierte en escoba;
pero el bicho medra
y hasta fincas compra,
porque tiene mucho
talento en las corvas.
Arriba, gusanos,
¡paso a la lisonja!
subid como sube
la espuma en la olla.
Subid, miserables,
que la vita bona
es para el que tiene
coyunturas flojas,
elástico lomo
y miel en la boca,
cintura flexible,
talento en las corvas. | es |
Carriego,Evaristo | <XXI | Francamente,_Es_Huraña_La_Actitud_De_Este_Obrero | Francamente, es huraña la actitud de este obrero
que, de la alegre rueda casi siempre apartado,
se pasa así las horas muertas, con el sombrero
sobre la pensativa frente medio inclinado.
Sin asegurar nada, dice el almacenero
que, por momentos, muchas veces le ha preocupado
ver con qué aire tan raro se queda el compañero
contemplando la copa que apenas ha probado.
Como a las indirectas se hace el desentendido,
el otro día el mozo, que es un entrometido,
y de lo más cargoso que se pueda pedir,
se acercó a preguntarle no sabe qué zoncera
y le clavó los ojos, pero de una manera
que tuvo que alejarse sin volver a insistir. | es |
Góngora,Luis_de | <XXI | Al_Tronco_Filis_De_Un_Laurel_Sagrado | Al tronco Filis de un laurel sagrado
Reclinada, el convexo de su cuello
Lamía en ondas rubias el cabello,
Lascivamente al aire encomendado.
Las hojas del clavel, que había juntado
El silencio en un labio y otro bello,
Violar intentaba, y pudo hacello,
Sátiro mal de hiedras coronado;
Mas la invidia interpuesta de una abeja,
Dulce libando púrpura, al instante
Previno la dormida zagaleja.
El semidiós, burlado, petulante,
En atenciones tímidas la deja
De cuanto bella, tanto vigilante.
Las hojas del clavel, que había juntado
El silencio en un labio y otro bello,
Violar intentaba, y pudo hacello,
Sátiro mal de hiedras coronado;
Mas la invidia interpuesta de una abeja,
Dulce libando púrpura, al instante
Previno la dormida zagaleja.
El semidiós, burlado, petulante,
En atenciones tímidas la deja
De cuanto bella, tanto vigilante.
Mas la invidia interpuesta de una abeja,
Dulce libando púrpura, al instante
Previno la dormida zagaleja.
El semidiós, burlado, petulante,
En atenciones tímidas la deja
De cuanto bella, tanto vigilante.
El semidiós, burlado, petulante,
En atenciones tímidas la deja
De cuanto bella, tanto vigilante. | es |
Cruz,David | XXI | Ebrio_Frente_A_La_Tumba_De_Allen_Ginsberg | De qué le ha servido al mundo reposar
sobre este almohadón de plumas.
Cuánto tiempo tiene que dar más vueltas el metro
para acodarme en cual estación debí bajarme.
La noche huele a luna vieja.
Los malos sueños vienen a tropezar
con este veterano
acostumbrado a encontrar
en todos los sepulcros el nombre de los amigos. | es |
Etxeba,Carlos | XXI | Una_Tarde_Cualquiera_En_El_Circo_Romano_(Fantasía_Épica) | La plebe está en el circo. gritando enfurecida.
La sangre de las fieras que acaban de verter,
de hienas, leopardos, panteras y leones
no logra la apatía de su ánimo vencer.
De pronto rasga el aire sonido de trompetas.
De aquella escena ansiada por fin podrán gozar
—Cristianos a las fieras, reclaman alocados
y miran a las puertas que empiezan a girar.
Un grupo de cristianos avanza por la arena.
Se ponen de rodillas. Comienzan a cantar
a un Dios piadoso y fuerte, sereno, omnipotente
que por amor del hombre dejóse atormentar.
Amor cantan sus bocas, virtudes y deberes.
Todos somos hermanos. ¿Por qué ese odio feroz?
Sus bienes los comparten. Se ayudan y consuelan
y en lugar de respeto, despiertan el rencor.
La gruesa jaula se abre. Es un león hambriento
y avanza sobre el grupo que no huye de él.
Cuanto más se le acerca, más rezan y bendicen
a los espectadores que impávidos los ven.
Un cristiano se alza. Es un joven robusto
que extendiendo sus brazos recordando la cruz
y elevando su grito, mientras le anega el llanto
dice al pueblo romano sus palabras de luz:
—¡Por vosotros mi sangre, por vosotros, romanos,
para que en vuestro pecho nunca el odio se dé,
para que los esclavos sean vuestros hermanos
y en vuestra alma quiera Dios encender la fe!
Un rugido de ira lanza el pueblo romano.
¿Quién es aquel impío para poder hablar?
¡Ha insultado a los dioses! Alzan todos la mano,
le maldicen, le ofenden. ¡Qué locura es amar!
En un salto gigante se ha lanzado la fiera
contra su pecho noble que empieza a devorar.
Ríe la turba impía; él está destrozado.
Corre su sangre pura sobre aquel muladar.
Tres leonas gigantes como flechas se lanzan
sobre el grupo de esclavos que inmolándose está
y arremetiendo fieras, para saciar su hambre
van devorando cuerpos, su singular manjar.
Al final del estrago solo una niña queda.
Ha cantado y rezado, inconsciente sin ver
que las fieras saciadas, no querían tocarla
y que sola quedaba en el túmulo aquel.
Como las fieras pasan sin rozar a la niña
un gladiador romano desciende al callejón.
Se dirige a la arena, dispuesto a la matanza
de la débil cristiana que no cede al error.
—¡Que mueran todos ellos! ¡Muera también la
niña!
Grita el pueblo romano. Quiere mayor placer.
La niña ve querubes que descienden al suelo
y se llevan las almas al celestial edén.
La niña les sonríe y mira agradecida.
Dentro de poco ella también podrá volar
al cielo donde fueron ya todos sus hermanos,
hacia el descanso eterno. ¡Qué dulce reposar!
— Hunde tu espada fuerte sobre mi cuerpo débil.
Por ti daré la vida, por ti y por los demás,
para que no os devore el odio en vuestra frente
y al fin todos hermanos tengáis la ansiada paz.
El gladiador vacila. Aquella humilde niña
le había demostrado su error, su loco afán.
Se siente tan culpable que el brazo no obedece.
No quiere dar el golpe que le ha de traspasar.
Un clamor de disgusto se eleva en las tribunas.
Le reclaman la muerte que se negaba a dar
y avergonzado y triste gruesas lágrimas vierte.
Mirando está a la niña que reza sin cesar.
—¡Criminales, canallas!, grita el fuerte romano.
¿A una niña inocente tendré yo que inmolar?
Sois peores que fieras, despiadados, malditos.
Bajad vosotros mismos, conmigo aquí a luchar.
El coraje y el odio corre por las tribunas.
Piden la muerte de ambos. Los patricios también
y el Pretor da la orden de que se abran las jaulas
de los cuatro leones que con más hambre estén.
Se han abierto las jaulas, los leones se acercan.
El gladiador romano trata de defender
con su cuerpo a la niña que le anima y conforta,
rezando al Padre Eterno que le done la fe.
Los leones atacan por los cuatro costados.
Al león que de frente imponente saltó
le acuchilla en el vientre y al segundo entretiene
con la red que a sus fauces como trampa arrojó.
Pero en vano, entretanto los leones restantes
saltan sobre la niña y una herida mortal
se desgrana en su frene como rosa marchita,
deshojada en el circo de la Roma imperial.
El gladiador se vuelve. A sus pies ha expirado
la inocente chiquilla, blanca flor celestial
y un perfume de rosas, esparcido en el aire
se ha extendido hasta el cielo, donde va a reposar.
Los leones acechan. El descuido le pierde
y se lanzan enormes con sus garras sobre él,
destrozando sus muslos y tendones calientes.
En un charco de sangre muere el valiente aquel.
Los aplausos retumban en el circo romano
y en señal de alegría con gran admiración
hay aplauden las turbas la esplendidez augusta
del Pretor que dio a Roma la excelente función.
De pronto rasga el aire sonido de trompetas.
De aquella escena ansiada por fin podrán gozar
—Cristianos a las fieras, reclaman alocados
y miran a las puertas que empiezan a girar.
Un grupo de cristianos avanza por la arena.
Se ponen de rodillas. Comienzan a cantar
a un Dios piadoso y fuerte, sereno, omnipotente
que por amor del hombre dejóse atormentar.
Amor cantan sus bocas, virtudes y deberes.
Todos somos hermanos. ¿Por qué ese odio feroz?
Sus bienes los comparten. Se ayudan y consuelan
y en lugar de respeto, despiertan el rencor.
La gruesa jaula se abre. Es un león hambriento
y avanza sobre el grupo que no huye de él.
Cuanto más se le acerca, más rezan y bendicen
a los espectadores que impávidos los ven.
Un cristiano se alza. Es un joven robusto
que extendiendo sus brazos recordando la cruz
y elevando su grito, mientras le anega el llanto
dice al pueblo romano sus palabras de luz:
—¡Por vosotros mi sangre, por vosotros, romanos,
para que en vuestro pecho nunca el odio se dé,
para que los esclavos sean vuestros hermanos
y en vuestra alma quiera Dios encender la fe!
Un rugido de ira lanza el pueblo romano.
¿Quién es aquel impío para poder hablar?
¡Ha insultado a los dioses! Alzan todos la mano,
le maldicen, le ofenden. ¡Qué locura es amar!
En un salto gigante se ha lanzado la fiera
contra su pecho noble que empieza a devorar.
Ríe la turba impía; él está destrozado.
Corre su sangre pura sobre aquel muladar.
Tres leonas gigantes como flechas se lanzan
sobre el grupo de esclavos que inmolándose está
y arremetiendo fieras, para saciar su hambre
van devorando cuerpos, su singular manjar.
Al final del estrago solo una niña queda.
Ha cantado y rezado, inconsciente sin ver
que las fieras saciadas, no querían tocarla
y que sola quedaba en el túmulo aquel.
Como las fieras pasan sin rozar a la niña
un gladiador romano desciende al callejón.
Se dirige a la arena, dispuesto a la matanza
de la débil cristiana que no cede al error.
—¡Que mueran todos ellos! ¡Muera también la
niña!
Grita el pueblo romano. Quiere mayor placer.
La niña ve querubes que descienden al suelo
y se llevan las almas al celestial edén.
La niña les sonríe y mira agradecida.
Dentro de poco ella también podrá volar
al cielo donde fueron ya todos sus hermanos,
hacia el descanso eterno. ¡Qué dulce reposar!
— Hunde tu espada fuerte sobre mi cuerpo débil.
Por ti daré la vida, por ti y por los demás,
para que no os devore el odio en vuestra frente
y al fin todos hermanos tengáis la ansiada paz.
El gladiador vacila. Aquella humilde niña
le había demostrado su error, su loco afán.
Se siente tan culpable que el brazo no obedece.
No quiere dar el golpe que le ha de traspasar.
Un clamor de disgusto se eleva en las tribunas.
Le reclaman la muerte que se negaba a dar
y avergonzado y triste gruesas lágrimas vierte.
Mirando está a la niña que reza sin cesar.
—¡Criminales, canallas!, grita el fuerte romano.
¿A una niña inocente tendré yo que inmolar?
Sois peores que fieras, despiadados, malditos.
Bajad vosotros mismos, conmigo aquí a luchar.
El coraje y el odio corre por las tribunas.
Piden la muerte de ambos. Los patricios también
y el Pretor da la orden de que se abran las jaulas
de los cuatro leones que con más hambre estén.
Se han abierto las jaulas, los leones se acercan.
El gladiador romano trata de defender
con su cuerpo a la niña que le anima y conforta,
rezando al Padre Eterno que le done la fe.
Los leones atacan por los cuatro costados.
Al león que de frente imponente saltó
le acuchilla en el vientre y al segundo entretiene
con la red que a sus fauces como trampa arrojó.
Pero en vano, entretanto los leones restantes
saltan sobre la niña y una herida mortal
se desgrana en su frene como rosa marchita,
deshojada en el circo de la Roma imperial.
El gladiador se vuelve. A sus pies ha expirado
la inocente chiquilla, blanca flor celestial
y un perfume de rosas, esparcido en el aire
se ha extendido hasta el cielo, donde va a reposar.
Los leones acechan. El descuido le pierde
y se lanzan enormes con sus garras sobre él,
destrozando sus muslos y tendones calientes.
En un charco de sangre muere el valiente aquel.
Los aplausos retumban en el circo romano
y en señal de alegría con gran admiración
hay aplauden las turbas la esplendidez augusta
del Pretor que dio a Roma la excelente función.
Un grupo de cristianos avanza por la arena.
Se ponen de rodillas. Comienzan a cantar
a un Dios piadoso y fuerte, sereno, omnipotente
que por amor del hombre dejóse atormentar.
Amor cantan sus bocas, virtudes y deberes.
Todos somos hermanos. ¿Por qué ese odio feroz?
Sus bienes los comparten. Se ayudan y consuelan
y en lugar de respeto, despiertan el rencor.
La gruesa jaula se abre. Es un león hambriento
y avanza sobre el grupo que no huye de él.
Cuanto más se le acerca, más rezan y bendicen
a los espectadores que impávidos los ven.
Un cristiano se alza. Es un joven robusto
que extendiendo sus brazos recordando la cruz
y elevando su grito, mientras le anega el llanto
dice al pueblo romano sus palabras de luz:
—¡Por vosotros mi sangre, por vosotros, romanos,
para que en vuestro pecho nunca el odio se dé,
para que los esclavos sean vuestros hermanos
y en vuestra alma quiera Dios encender la fe!
Un rugido de ira lanza el pueblo romano.
¿Quién es aquel impío para poder hablar?
¡Ha insultado a los dioses! Alzan todos la mano,
le maldicen, le ofenden. ¡Qué locura es amar!
En un salto gigante se ha lanzado la fiera
contra su pecho noble que empieza a devorar.
Ríe la turba impía; él está destrozado.
Corre su sangre pura sobre aquel muladar.
Tres leonas gigantes como flechas se lanzan
sobre el grupo de esclavos que inmolándose está
y arremetiendo fieras, para saciar su hambre
van devorando cuerpos, su singular manjar.
Al final del estrago solo una niña queda.
Ha cantado y rezado, inconsciente sin ver
que las fieras saciadas, no querían tocarla
y que sola quedaba en el túmulo aquel.
Como las fieras pasan sin rozar a la niña
un gladiador romano desciende al callejón.
Se dirige a la arena, dispuesto a la matanza
de la débil cristiana que no cede al error.
—¡Que mueran todos ellos! ¡Muera también la
niña!
Grita el pueblo romano. Quiere mayor placer.
La niña ve querubes que descienden al suelo
y se llevan las almas al celestial edén.
La niña les sonríe y mira agradecida.
Dentro de poco ella también podrá volar
al cielo donde fueron ya todos sus hermanos,
hacia el descanso eterno. ¡Qué dulce reposar!
— Hunde tu espada fuerte sobre mi cuerpo débil.
Por ti daré la vida, por ti y por los demás,
para que no os devore el odio en vuestra frente
y al fin todos hermanos tengáis la ansiada paz.
El gladiador vacila. Aquella humilde niña
le había demostrado su error, su loco afán.
Se siente tan culpable que el brazo no obedece.
No quiere dar el golpe que le ha de traspasar.
Un clamor de disgusto se eleva en las tribunas.
Le reclaman la muerte que se negaba a dar
y avergonzado y triste gruesas lágrimas vierte.
Mirando está a la niña que reza sin cesar.
—¡Criminales, canallas!, grita el fuerte romano.
¿A una niña inocente tendré yo que inmolar?
Sois peores que fieras, despiadados, malditos.
Bajad vosotros mismos, conmigo aquí a luchar.
El coraje y el odio corre por las tribunas.
Piden la muerte de ambos. Los patricios también
y el Pretor da la orden de que se abran las jaulas
de los cuatro leones que con más hambre estén.
Se han abierto las jaulas, los leones se acercan.
El gladiador romano trata de defender
con su cuerpo a la niña que le anima y conforta,
rezando al Padre Eterno que le done la fe.
Los leones atacan por los cuatro costados.
Al león que de frente imponente saltó
le acuchilla en el vientre y al segundo entretiene
con la red que a sus fauces como trampa arrojó.
Pero en vano, entretanto los leones restantes
saltan sobre la niña y una herida mortal
se desgrana en su frene como rosa marchita,
deshojada en el circo de la Roma imperial.
El gladiador se vuelve. A sus pies ha expirado
la inocente chiquilla, blanca flor celestial
y un perfume de rosas, esparcido en el aire
se ha extendido hasta el cielo, donde va a reposar.
Los leones acechan. El descuido le pierde
y se lanzan enormes con sus garras sobre él,
destrozando sus muslos y tendones calientes.
En un charco de sangre muere el valiente aquel.
Los aplausos retumban en el circo romano
y en señal de alegría con gran admiración
hay aplauden las turbas la esplendidez augusta
del Pretor que dio a Roma la excelente función.
Amor cantan sus bocas, virtudes y deberes.
Todos somos hermanos. ¿Por qué ese odio feroz?
Sus bienes los comparten. Se ayudan y consuelan
y en lugar de respeto, despiertan el rencor.
La gruesa jaula se abre. Es un león hambriento
y avanza sobre el grupo que no huye de él.
Cuanto más se le acerca, más rezan y bendicen
a los espectadores que impávidos los ven.
Un cristiano se alza. Es un joven robusto
que extendiendo sus brazos recordando la cruz
y elevando su grito, mientras le anega el llanto
dice al pueblo romano sus palabras de luz:
—¡Por vosotros mi sangre, por vosotros, romanos,
para que en vuestro pecho nunca el odio se dé,
para que los esclavos sean vuestros hermanos
y en vuestra alma quiera Dios encender la fe!
Un rugido de ira lanza el pueblo romano.
¿Quién es aquel impío para poder hablar?
¡Ha insultado a los dioses! Alzan todos la mano,
le maldicen, le ofenden. ¡Qué locura es amar!
En un salto gigante se ha lanzado la fiera
contra su pecho noble que empieza a devorar.
Ríe la turba impía; él está destrozado.
Corre su sangre pura sobre aquel muladar.
Tres leonas gigantes como flechas se lanzan
sobre el grupo de esclavos que inmolándose está
y arremetiendo fieras, para saciar su hambre
van devorando cuerpos, su singular manjar.
Al final del estrago solo una niña queda.
Ha cantado y rezado, inconsciente sin ver
que las fieras saciadas, no querían tocarla
y que sola quedaba en el túmulo aquel.
Como las fieras pasan sin rozar a la niña
un gladiador romano desciende al callejón.
Se dirige a la arena, dispuesto a la matanza
de la débil cristiana que no cede al error.
—¡Que mueran todos ellos! ¡Muera también la
niña!
Grita el pueblo romano. Quiere mayor placer.
La niña ve querubes que descienden al suelo
y se llevan las almas al celestial edén.
La niña les sonríe y mira agradecida.
Dentro de poco ella también podrá volar
al cielo donde fueron ya todos sus hermanos,
hacia el descanso eterno. ¡Qué dulce reposar!
— Hunde tu espada fuerte sobre mi cuerpo débil.
Por ti daré la vida, por ti y por los demás,
para que no os devore el odio en vuestra frente
y al fin todos hermanos tengáis la ansiada paz.
El gladiador vacila. Aquella humilde niña
le había demostrado su error, su loco afán.
Se siente tan culpable que el brazo no obedece.
No quiere dar el golpe que le ha de traspasar.
Un clamor de disgusto se eleva en las tribunas.
Le reclaman la muerte que se negaba a dar
y avergonzado y triste gruesas lágrimas vierte.
Mirando está a la niña que reza sin cesar.
—¡Criminales, canallas!, grita el fuerte romano.
¿A una niña inocente tendré yo que inmolar?
Sois peores que fieras, despiadados, malditos.
Bajad vosotros mismos, conmigo aquí a luchar.
El coraje y el odio corre por las tribunas.
Piden la muerte de ambos. Los patricios también
y el Pretor da la orden de que se abran las jaulas
de los cuatro leones que con más hambre estén.
Se han abierto las jaulas, los leones se acercan.
El gladiador romano trata de defender
con su cuerpo a la niña que le anima y conforta,
rezando al Padre Eterno que le done la fe.
Los leones atacan por los cuatro costados.
Al león que de frente imponente saltó
le acuchilla en el vientre y al segundo entretiene
con la red que a sus fauces como trampa arrojó.
Pero en vano, entretanto los leones restantes
saltan sobre la niña y una herida mortal
se desgrana en su frene como rosa marchita,
deshojada en el circo de la Roma imperial.
El gladiador se vuelve. A sus pies ha expirado
la inocente chiquilla, blanca flor celestial
y un perfume de rosas, esparcido en el aire
se ha extendido hasta el cielo, donde va a reposar.
Los leones acechan. El descuido le pierde
y se lanzan enormes con sus garras sobre él,
destrozando sus muslos y tendones calientes.
En un charco de sangre muere el valiente aquel.
Los aplausos retumban en el circo romano
y en señal de alegría con gran admiración
hay aplauden las turbas la esplendidez augusta
del Pretor que dio a Roma la excelente función.
La gruesa jaula se abre. Es un león hambriento
y avanza sobre el grupo que no huye de él.
Cuanto más se le acerca, más rezan y bendicen
a los espectadores que impávidos los ven.
Un cristiano se alza. Es un joven robusto
que extendiendo sus brazos recordando la cruz
y elevando su grito, mientras le anega el llanto
dice al pueblo romano sus palabras de luz:
—¡Por vosotros mi sangre, por vosotros, romanos,
para que en vuestro pecho nunca el odio se dé,
para que los esclavos sean vuestros hermanos
y en vuestra alma quiera Dios encender la fe!
Un rugido de ira lanza el pueblo romano.
¿Quién es aquel impío para poder hablar?
¡Ha insultado a los dioses! Alzan todos la mano,
le maldicen, le ofenden. ¡Qué locura es amar!
En un salto gigante se ha lanzado la fiera
contra su pecho noble que empieza a devorar.
Ríe la turba impía; él está destrozado.
Corre su sangre pura sobre aquel muladar.
Tres leonas gigantes como flechas se lanzan
sobre el grupo de esclavos que inmolándose está
y arremetiendo fieras, para saciar su hambre
van devorando cuerpos, su singular manjar.
Al final del estrago solo una niña queda.
Ha cantado y rezado, inconsciente sin ver
que las fieras saciadas, no querían tocarla
y que sola quedaba en el túmulo aquel.
Como las fieras pasan sin rozar a la niña
un gladiador romano desciende al callejón.
Se dirige a la arena, dispuesto a la matanza
de la débil cristiana que no cede al error.
—¡Que mueran todos ellos! ¡Muera también la
niña!
Grita el pueblo romano. Quiere mayor placer.
La niña ve querubes que descienden al suelo
y se llevan las almas al celestial edén.
La niña les sonríe y mira agradecida.
Dentro de poco ella también podrá volar
al cielo donde fueron ya todos sus hermanos,
hacia el descanso eterno. ¡Qué dulce reposar!
— Hunde tu espada fuerte sobre mi cuerpo débil.
Por ti daré la vida, por ti y por los demás,
para que no os devore el odio en vuestra frente
y al fin todos hermanos tengáis la ansiada paz.
El gladiador vacila. Aquella humilde niña
le había demostrado su error, su loco afán.
Se siente tan culpable que el brazo no obedece.
No quiere dar el golpe que le ha de traspasar.
Un clamor de disgusto se eleva en las tribunas.
Le reclaman la muerte que se negaba a dar
y avergonzado y triste gruesas lágrimas vierte.
Mirando está a la niña que reza sin cesar.
—¡Criminales, canallas!, grita el fuerte romano.
¿A una niña inocente tendré yo que inmolar?
Sois peores que fieras, despiadados, malditos.
Bajad vosotros mismos, conmigo aquí a luchar.
El coraje y el odio corre por las tribunas.
Piden la muerte de ambos. Los patricios también
y el Pretor da la orden de que se abran las jaulas
de los cuatro leones que con más hambre estén.
Se han abierto las jaulas, los leones se acercan.
El gladiador romano trata de defender
con su cuerpo a la niña que le anima y conforta,
rezando al Padre Eterno que le done la fe.
Los leones atacan por los cuatro costados.
Al león que de frente imponente saltó
le acuchilla en el vientre y al segundo entretiene
con la red que a sus fauces como trampa arrojó.
Pero en vano, entretanto los leones restantes
saltan sobre la niña y una herida mortal
se desgrana en su frene como rosa marchita,
deshojada en el circo de la Roma imperial.
El gladiador se vuelve. A sus pies ha expirado
la inocente chiquilla, blanca flor celestial
y un perfume de rosas, esparcido en el aire
se ha extendido hasta el cielo, donde va a reposar.
Los leones acechan. El descuido le pierde
y se lanzan enormes con sus garras sobre él,
destrozando sus muslos y tendones calientes.
En un charco de sangre muere el valiente aquel.
Los aplausos retumban en el circo romano
y en señal de alegría con gran admiración
hay aplauden las turbas la esplendidez augusta
del Pretor que dio a Roma la excelente función.
Un cristiano se alza. Es un joven robusto
que extendiendo sus brazos recordando la cruz
y elevando su grito, mientras le anega el llanto
dice al pueblo romano sus palabras de luz:
—¡Por vosotros mi sangre, por vosotros, romanos,
para que en vuestro pecho nunca el odio se dé,
para que los esclavos sean vuestros hermanos
y en vuestra alma quiera Dios encender la fe!
Un rugido de ira lanza el pueblo romano.
¿Quién es aquel impío para poder hablar?
¡Ha insultado a los dioses! Alzan todos la mano,
le maldicen, le ofenden. ¡Qué locura es amar!
En un salto gigante se ha lanzado la fiera
contra su pecho noble que empieza a devorar.
Ríe la turba impía; él está destrozado.
Corre su sangre pura sobre aquel muladar.
Tres leonas gigantes como flechas se lanzan
sobre el grupo de esclavos que inmolándose está
y arremetiendo fieras, para saciar su hambre
van devorando cuerpos, su singular manjar.
Al final del estrago solo una niña queda.
Ha cantado y rezado, inconsciente sin ver
que las fieras saciadas, no querían tocarla
y que sola quedaba en el túmulo aquel.
Como las fieras pasan sin rozar a la niña
un gladiador romano desciende al callejón.
Se dirige a la arena, dispuesto a la matanza
de la débil cristiana que no cede al error.
—¡Que mueran todos ellos! ¡Muera también la
niña!
Grita el pueblo romano. Quiere mayor placer.
La niña ve querubes que descienden al suelo
y se llevan las almas al celestial edén.
La niña les sonríe y mira agradecida.
Dentro de poco ella también podrá volar
al cielo donde fueron ya todos sus hermanos,
hacia el descanso eterno. ¡Qué dulce reposar!
— Hunde tu espada fuerte sobre mi cuerpo débil.
Por ti daré la vida, por ti y por los demás,
para que no os devore el odio en vuestra frente
y al fin todos hermanos tengáis la ansiada paz.
El gladiador vacila. Aquella humilde niña
le había demostrado su error, su loco afán.
Se siente tan culpable que el brazo no obedece.
No quiere dar el golpe que le ha de traspasar.
Un clamor de disgusto se eleva en las tribunas.
Le reclaman la muerte que se negaba a dar
y avergonzado y triste gruesas lágrimas vierte.
Mirando está a la niña que reza sin cesar.
—¡Criminales, canallas!, grita el fuerte romano.
¿A una niña inocente tendré yo que inmolar?
Sois peores que fieras, despiadados, malditos.
Bajad vosotros mismos, conmigo aquí a luchar.
El coraje y el odio corre por las tribunas.
Piden la muerte de ambos. Los patricios también
y el Pretor da la orden de que se abran las jaulas
de los cuatro leones que con más hambre estén.
Se han abierto las jaulas, los leones se acercan.
El gladiador romano trata de defender
con su cuerpo a la niña que le anima y conforta,
rezando al Padre Eterno que le done la fe.
Los leones atacan por los cuatro costados.
Al león que de frente imponente saltó
le acuchilla en el vientre y al segundo entretiene
con la red que a sus fauces como trampa arrojó.
Pero en vano, entretanto los leones restantes
saltan sobre la niña y una herida mortal
se desgrana en su frene como rosa marchita,
deshojada en el circo de la Roma imperial.
El gladiador se vuelve. A sus pies ha expirado
la inocente chiquilla, blanca flor celestial
y un perfume de rosas, esparcido en el aire
se ha extendido hasta el cielo, donde va a reposar.
Los leones acechan. El descuido le pierde
y se lanzan enormes con sus garras sobre él,
destrozando sus muslos y tendones calientes.
En un charco de sangre muere el valiente aquel.
Los aplausos retumban en el circo romano
y en señal de alegría con gran admiración
hay aplauden las turbas la esplendidez augusta
del Pretor que dio a Roma la excelente función.
—¡Por vosotros mi sangre, por vosotros, romanos,
para que en vuestro pecho nunca el odio se dé,
para que los esclavos sean vuestros hermanos
y en vuestra alma quiera Dios encender la fe!
Un rugido de ira lanza el pueblo romano.
¿Quién es aquel impío para poder hablar?
¡Ha insultado a los dioses! Alzan todos la mano,
le maldicen, le ofenden. ¡Qué locura es amar!
En un salto gigante se ha lanzado la fiera
contra su pecho noble que empieza a devorar.
Ríe la turba impía; él está destrozado.
Corre su sangre pura sobre aquel muladar.
Tres leonas gigantes como flechas se lanzan
sobre el grupo de esclavos que inmolándose está
y arremetiendo fieras, para saciar su hambre
van devorando cuerpos, su singular manjar.
Al final del estrago solo una niña queda.
Ha cantado y rezado, inconsciente sin ver
que las fieras saciadas, no querían tocarla
y que sola quedaba en el túmulo aquel.
Como las fieras pasan sin rozar a la niña
un gladiador romano desciende al callejón.
Se dirige a la arena, dispuesto a la matanza
de la débil cristiana que no cede al error.
—¡Que mueran todos ellos! ¡Muera también la
niña!
Grita el pueblo romano. Quiere mayor placer.
La niña ve querubes que descienden al suelo
y se llevan las almas al celestial edén.
La niña les sonríe y mira agradecida.
Dentro de poco ella también podrá volar
al cielo donde fueron ya todos sus hermanos,
hacia el descanso eterno. ¡Qué dulce reposar!
— Hunde tu espada fuerte sobre mi cuerpo débil.
Por ti daré la vida, por ti y por los demás,
para que no os devore el odio en vuestra frente
y al fin todos hermanos tengáis la ansiada paz.
El gladiador vacila. Aquella humilde niña
le había demostrado su error, su loco afán.
Se siente tan culpable que el brazo no obedece.
No quiere dar el golpe que le ha de traspasar.
Un clamor de disgusto se eleva en las tribunas.
Le reclaman la muerte que se negaba a dar
y avergonzado y triste gruesas lágrimas vierte.
Mirando está a la niña que reza sin cesar.
—¡Criminales, canallas!, grita el fuerte romano.
¿A una niña inocente tendré yo que inmolar?
Sois peores que fieras, despiadados, malditos.
Bajad vosotros mismos, conmigo aquí a luchar.
El coraje y el odio corre por las tribunas.
Piden la muerte de ambos. Los patricios también
y el Pretor da la orden de que se abran las jaulas
de los cuatro leones que con más hambre estén.
Se han abierto las jaulas, los leones se acercan.
El gladiador romano trata de defender
con su cuerpo a la niña que le anima y conforta,
rezando al Padre Eterno que le done la fe.
Los leones atacan por los cuatro costados.
Al león que de frente imponente saltó
le acuchilla en el vientre y al segundo entretiene
con la red que a sus fauces como trampa arrojó.
Pero en vano, entretanto los leones restantes
saltan sobre la niña y una herida mortal
se desgrana en su frene como rosa marchita,
deshojada en el circo de la Roma imperial.
El gladiador se vuelve. A sus pies ha expirado
la inocente chiquilla, blanca flor celestial
y un perfume de rosas, esparcido en el aire
se ha extendido hasta el cielo, donde va a reposar.
Los leones acechan. El descuido le pierde
y se lanzan enormes con sus garras sobre él,
destrozando sus muslos y tendones calientes.
En un charco de sangre muere el valiente aquel.
Los aplausos retumban en el circo romano
y en señal de alegría con gran admiración
hay aplauden las turbas la esplendidez augusta
del Pretor que dio a Roma la excelente función.
Un rugido de ira lanza el pueblo romano.
¿Quién es aquel impío para poder hablar?
¡Ha insultado a los dioses! Alzan todos la mano,
le maldicen, le ofenden. ¡Qué locura es amar!
En un salto gigante se ha lanzado la fiera
contra su pecho noble que empieza a devorar.
Ríe la turba impía; él está destrozado.
Corre su sangre pura sobre aquel muladar.
Tres leonas gigantes como flechas se lanzan
sobre el grupo de esclavos que inmolándose está
y arremetiendo fieras, para saciar su hambre
van devorando cuerpos, su singular manjar.
Al final del estrago solo una niña queda.
Ha cantado y rezado, inconsciente sin ver
que las fieras saciadas, no querían tocarla
y que sola quedaba en el túmulo aquel.
Como las fieras pasan sin rozar a la niña
un gladiador romano desciende al callejón.
Se dirige a la arena, dispuesto a la matanza
de la débil cristiana que no cede al error.
—¡Que mueran todos ellos! ¡Muera también la
niña!
Grita el pueblo romano. Quiere mayor placer.
La niña ve querubes que descienden al suelo
y se llevan las almas al celestial edén.
La niña les sonríe y mira agradecida.
Dentro de poco ella también podrá volar
al cielo donde fueron ya todos sus hermanos,
hacia el descanso eterno. ¡Qué dulce reposar!
— Hunde tu espada fuerte sobre mi cuerpo débil.
Por ti daré la vida, por ti y por los demás,
para que no os devore el odio en vuestra frente
y al fin todos hermanos tengáis la ansiada paz.
El gladiador vacila. Aquella humilde niña
le había demostrado su error, su loco afán.
Se siente tan culpable que el brazo no obedece.
No quiere dar el golpe que le ha de traspasar.
Un clamor de disgusto se eleva en las tribunas.
Le reclaman la muerte que se negaba a dar
y avergonzado y triste gruesas lágrimas vierte.
Mirando está a la niña que reza sin cesar.
—¡Criminales, canallas!, grita el fuerte romano.
¿A una niña inocente tendré yo que inmolar?
Sois peores que fieras, despiadados, malditos.
Bajad vosotros mismos, conmigo aquí a luchar.
El coraje y el odio corre por las tribunas.
Piden la muerte de ambos. Los patricios también
y el Pretor da la orden de que se abran las jaulas
de los cuatro leones que con más hambre estén.
Se han abierto las jaulas, los leones se acercan.
El gladiador romano trata de defender
con su cuerpo a la niña que le anima y conforta,
rezando al Padre Eterno que le done la fe.
Los leones atacan por los cuatro costados.
Al león que de frente imponente saltó
le acuchilla en el vientre y al segundo entretiene
con la red que a sus fauces como trampa arrojó.
Pero en vano, entretanto los leones restantes
saltan sobre la niña y una herida mortal
se desgrana en su frene como rosa marchita,
deshojada en el circo de la Roma imperial.
El gladiador se vuelve. A sus pies ha expirado
la inocente chiquilla, blanca flor celestial
y un perfume de rosas, esparcido en el aire
se ha extendido hasta el cielo, donde va a reposar.
Los leones acechan. El descuido le pierde
y se lanzan enormes con sus garras sobre él,
destrozando sus muslos y tendones calientes.
En un charco de sangre muere el valiente aquel.
Los aplausos retumban en el circo romano
y en señal de alegría con gran admiración
hay aplauden las turbas la esplendidez augusta
del Pretor que dio a Roma la excelente función.
En un salto gigante se ha lanzado la fiera
contra su pecho noble que empieza a devorar.
Ríe la turba impía; él está destrozado.
Corre su sangre pura sobre aquel muladar.
Tres leonas gigantes como flechas se lanzan
sobre el grupo de esclavos que inmolándose está
y arremetiendo fieras, para saciar su hambre
van devorando cuerpos, su singular manjar.
Al final del estrago solo una niña queda.
Ha cantado y rezado, inconsciente sin ver
que las fieras saciadas, no querían tocarla
y que sola quedaba en el túmulo aquel.
Como las fieras pasan sin rozar a la niña
un gladiador romano desciende al callejón.
Se dirige a la arena, dispuesto a la matanza
de la débil cristiana que no cede al error.
—¡Que mueran todos ellos! ¡Muera también la
niña!
Grita el pueblo romano. Quiere mayor placer.
La niña ve querubes que descienden al suelo
y se llevan las almas al celestial edén.
La niña les sonríe y mira agradecida.
Dentro de poco ella también podrá volar
al cielo donde fueron ya todos sus hermanos,
hacia el descanso eterno. ¡Qué dulce reposar!
— Hunde tu espada fuerte sobre mi cuerpo débil.
Por ti daré la vida, por ti y por los demás,
para que no os devore el odio en vuestra frente
y al fin todos hermanos tengáis la ansiada paz.
El gladiador vacila. Aquella humilde niña
le había demostrado su error, su loco afán.
Se siente tan culpable que el brazo no obedece.
No quiere dar el golpe que le ha de traspasar.
Un clamor de disgusto se eleva en las tribunas.
Le reclaman la muerte que se negaba a dar
y avergonzado y triste gruesas lágrimas vierte.
Mirando está a la niña que reza sin cesar.
—¡Criminales, canallas!, grita el fuerte romano.
¿A una niña inocente tendré yo que inmolar?
Sois peores que fieras, despiadados, malditos.
Bajad vosotros mismos, conmigo aquí a luchar.
El coraje y el odio corre por las tribunas.
Piden la muerte de ambos. Los patricios también
y el Pretor da la orden de que se abran las jaulas
de los cuatro leones que con más hambre estén.
Se han abierto las jaulas, los leones se acercan.
El gladiador romano trata de defender
con su cuerpo a la niña que le anima y conforta,
rezando al Padre Eterno que le done la fe.
Los leones atacan por los cuatro costados.
Al león que de frente imponente saltó
le acuchilla en el vientre y al segundo entretiene
con la red que a sus fauces como trampa arrojó.
Pero en vano, entretanto los leones restantes
saltan sobre la niña y una herida mortal
se desgrana en su frene como rosa marchita,
deshojada en el circo de la Roma imperial.
El gladiador se vuelve. A sus pies ha expirado
la inocente chiquilla, blanca flor celestial
y un perfume de rosas, esparcido en el aire
se ha extendido hasta el cielo, donde va a reposar.
Los leones acechan. El descuido le pierde
y se lanzan enormes con sus garras sobre él,
destrozando sus muslos y tendones calientes.
En un charco de sangre muere el valiente aquel.
Los aplausos retumban en el circo romano
y en señal de alegría con gran admiración
hay aplauden las turbas la esplendidez augusta
del Pretor que dio a Roma la excelente función.
Tres leonas gigantes como flechas se lanzan
sobre el grupo de esclavos que inmolándose está
y arremetiendo fieras, para saciar su hambre
van devorando cuerpos, su singular manjar.
Al final del estrago solo una niña queda.
Ha cantado y rezado, inconsciente sin ver
que las fieras saciadas, no querían tocarla
y que sola quedaba en el túmulo aquel.
Como las fieras pasan sin rozar a la niña
un gladiador romano desciende al callejón.
Se dirige a la arena, dispuesto a la matanza
de la débil cristiana que no cede al error.
—¡Que mueran todos ellos! ¡Muera también la
niña!
Grita el pueblo romano. Quiere mayor placer.
La niña ve querubes que descienden al suelo
y se llevan las almas al celestial edén.
La niña les sonríe y mira agradecida.
Dentro de poco ella también podrá volar
al cielo donde fueron ya todos sus hermanos,
hacia el descanso eterno. ¡Qué dulce reposar!
— Hunde tu espada fuerte sobre mi cuerpo débil.
Por ti daré la vida, por ti y por los demás,
para que no os devore el odio en vuestra frente
y al fin todos hermanos tengáis la ansiada paz.
El gladiador vacila. Aquella humilde niña
le había demostrado su error, su loco afán.
Se siente tan culpable que el brazo no obedece.
No quiere dar el golpe que le ha de traspasar.
Un clamor de disgusto se eleva en las tribunas.
Le reclaman la muerte que se negaba a dar
y avergonzado y triste gruesas lágrimas vierte.
Mirando está a la niña que reza sin cesar.
—¡Criminales, canallas!, grita el fuerte romano.
¿A una niña inocente tendré yo que inmolar?
Sois peores que fieras, despiadados, malditos.
Bajad vosotros mismos, conmigo aquí a luchar.
El coraje y el odio corre por las tribunas.
Piden la muerte de ambos. Los patricios también
y el Pretor da la orden de que se abran las jaulas
de los cuatro leones que con más hambre estén.
Se han abierto las jaulas, los leones se acercan.
El gladiador romano trata de defender
con su cuerpo a la niña que le anima y conforta,
rezando al Padre Eterno que le done la fe.
Los leones atacan por los cuatro costados.
Al león que de frente imponente saltó
le acuchilla en el vientre y al segundo entretiene
con la red que a sus fauces como trampa arrojó.
Pero en vano, entretanto los leones restantes
saltan sobre la niña y una herida mortal
se desgrana en su frene como rosa marchita,
deshojada en el circo de la Roma imperial.
El gladiador se vuelve. A sus pies ha expirado
la inocente chiquilla, blanca flor celestial
y un perfume de rosas, esparcido en el aire
se ha extendido hasta el cielo, donde va a reposar.
Los leones acechan. El descuido le pierde
y se lanzan enormes con sus garras sobre él,
destrozando sus muslos y tendones calientes.
En un charco de sangre muere el valiente aquel.
Los aplausos retumban en el circo romano
y en señal de alegría con gran admiración
hay aplauden las turbas la esplendidez augusta
del Pretor que dio a Roma la excelente función.
Al final del estrago solo una niña queda.
Ha cantado y rezado, inconsciente sin ver
que las fieras saciadas, no querían tocarla
y que sola quedaba en el túmulo aquel.
Como las fieras pasan sin rozar a la niña
un gladiador romano desciende al callejón.
Se dirige a la arena, dispuesto a la matanza
de la débil cristiana que no cede al error.
—¡Que mueran todos ellos! ¡Muera también la
niña!
Grita el pueblo romano. Quiere mayor placer.
La niña ve querubes que descienden al suelo
y se llevan las almas al celestial edén.
La niña les sonríe y mira agradecida.
Dentro de poco ella también podrá volar
al cielo donde fueron ya todos sus hermanos,
hacia el descanso eterno. ¡Qué dulce reposar!
— Hunde tu espada fuerte sobre mi cuerpo débil.
Por ti daré la vida, por ti y por los demás,
para que no os devore el odio en vuestra frente
y al fin todos hermanos tengáis la ansiada paz.
El gladiador vacila. Aquella humilde niña
le había demostrado su error, su loco afán.
Se siente tan culpable que el brazo no obedece.
No quiere dar el golpe que le ha de traspasar.
Un clamor de disgusto se eleva en las tribunas.
Le reclaman la muerte que se negaba a dar
y avergonzado y triste gruesas lágrimas vierte.
Mirando está a la niña que reza sin cesar.
—¡Criminales, canallas!, grita el fuerte romano.
¿A una niña inocente tendré yo que inmolar?
Sois peores que fieras, despiadados, malditos.
Bajad vosotros mismos, conmigo aquí a luchar.
El coraje y el odio corre por las tribunas.
Piden la muerte de ambos. Los patricios también
y el Pretor da la orden de que se abran las jaulas
de los cuatro leones que con más hambre estén.
Se han abierto las jaulas, los leones se acercan.
El gladiador romano trata de defender
con su cuerpo a la niña que le anima y conforta,
rezando al Padre Eterno que le done la fe.
Los leones atacan por los cuatro costados.
Al león que de frente imponente saltó
le acuchilla en el vientre y al segundo entretiene
con la red que a sus fauces como trampa arrojó.
Pero en vano, entretanto los leones restantes
saltan sobre la niña y una herida mortal
se desgrana en su frene como rosa marchita,
deshojada en el circo de la Roma imperial.
El gladiador se vuelve. A sus pies ha expirado
la inocente chiquilla, blanca flor celestial
y un perfume de rosas, esparcido en el aire
se ha extendido hasta el cielo, donde va a reposar.
Los leones acechan. El descuido le pierde
y se lanzan enormes con sus garras sobre él,
destrozando sus muslos y tendones calientes.
En un charco de sangre muere el valiente aquel.
Los aplausos retumban en el circo romano
y en señal de alegría con gran admiración
hay aplauden las turbas la esplendidez augusta
del Pretor que dio a Roma la excelente función.
Como las fieras pasan sin rozar a la niña
un gladiador romano desciende al callejón.
Se dirige a la arena, dispuesto a la matanza
de la débil cristiana que no cede al error.
—¡Que mueran todos ellos! ¡Muera también la
niña!
Grita el pueblo romano. Quiere mayor placer.
La niña ve querubes que descienden al suelo
y se llevan las almas al celestial edén.
La niña les sonríe y mira agradecida.
Dentro de poco ella también podrá volar
al cielo donde fueron ya todos sus hermanos,
hacia el descanso eterno. ¡Qué dulce reposar!
— Hunde tu espada fuerte sobre mi cuerpo débil.
Por ti daré la vida, por ti y por los demás,
para que no os devore el odio en vuestra frente
y al fin todos hermanos tengáis la ansiada paz.
El gladiador vacila. Aquella humilde niña
le había demostrado su error, su loco afán.
Se siente tan culpable que el brazo no obedece.
No quiere dar el golpe que le ha de traspasar.
Un clamor de disgusto se eleva en las tribunas.
Le reclaman la muerte que se negaba a dar
y avergonzado y triste gruesas lágrimas vierte.
Mirando está a la niña que reza sin cesar.
—¡Criminales, canallas!, grita el fuerte romano.
¿A una niña inocente tendré yo que inmolar?
Sois peores que fieras, despiadados, malditos.
Bajad vosotros mismos, conmigo aquí a luchar.
El coraje y el odio corre por las tribunas.
Piden la muerte de ambos. Los patricios también
y el Pretor da la orden de que se abran las jaulas
de los cuatro leones que con más hambre estén.
Se han abierto las jaulas, los leones se acercan.
El gladiador romano trata de defender
con su cuerpo a la niña que le anima y conforta,
rezando al Padre Eterno que le done la fe.
Los leones atacan por los cuatro costados.
Al león que de frente imponente saltó
le acuchilla en el vientre y al segundo entretiene
con la red que a sus fauces como trampa arrojó.
Pero en vano, entretanto los leones restantes
saltan sobre la niña y una herida mortal
se desgrana en su frene como rosa marchita,
deshojada en el circo de la Roma imperial.
El gladiador se vuelve. A sus pies ha expirado
la inocente chiquilla, blanca flor celestial
y un perfume de rosas, esparcido en el aire
se ha extendido hasta el cielo, donde va a reposar.
Los leones acechan. El descuido le pierde
y se lanzan enormes con sus garras sobre él,
destrozando sus muslos y tendones calientes.
En un charco de sangre muere el valiente aquel.
Los aplausos retumban en el circo romano
y en señal de alegría con gran admiración
hay aplauden las turbas la esplendidez augusta
del Pretor que dio a Roma la excelente función.
—¡Que mueran todos ellos! ¡Muera también la
niña!
Grita el pueblo romano. Quiere mayor placer.
La niña ve querubes que descienden al suelo
y se llevan las almas al celestial edén.
La niña les sonríe y mira agradecida.
Dentro de poco ella también podrá volar
al cielo donde fueron ya todos sus hermanos,
hacia el descanso eterno. ¡Qué dulce reposar!
— Hunde tu espada fuerte sobre mi cuerpo débil.
Por ti daré la vida, por ti y por los demás,
para que no os devore el odio en vuestra frente
y al fin todos hermanos tengáis la ansiada paz.
El gladiador vacila. Aquella humilde niña
le había demostrado su error, su loco afán.
Se siente tan culpable que el brazo no obedece.
No quiere dar el golpe que le ha de traspasar.
Un clamor de disgusto se eleva en las tribunas.
Le reclaman la muerte que se negaba a dar
y avergonzado y triste gruesas lágrimas vierte.
Mirando está a la niña que reza sin cesar.
—¡Criminales, canallas!, grita el fuerte romano.
¿A una niña inocente tendré yo que inmolar?
Sois peores que fieras, despiadados, malditos.
Bajad vosotros mismos, conmigo aquí a luchar.
El coraje y el odio corre por las tribunas.
Piden la muerte de ambos. Los patricios también
y el Pretor da la orden de que se abran las jaulas
de los cuatro leones que con más hambre estén.
Se han abierto las jaulas, los leones se acercan.
El gladiador romano trata de defender
con su cuerpo a la niña que le anima y conforta,
rezando al Padre Eterno que le done la fe.
Los leones atacan por los cuatro costados.
Al león que de frente imponente saltó
le acuchilla en el vientre y al segundo entretiene
con la red que a sus fauces como trampa arrojó.
Pero en vano, entretanto los leones restantes
saltan sobre la niña y una herida mortal
se desgrana en su frene como rosa marchita,
deshojada en el circo de la Roma imperial.
El gladiador se vuelve. A sus pies ha expirado
la inocente chiquilla, blanca flor celestial
y un perfume de rosas, esparcido en el aire
se ha extendido hasta el cielo, donde va a reposar.
Los leones acechan. El descuido le pierde
y se lanzan enormes con sus garras sobre él,
destrozando sus muslos y tendones calientes.
En un charco de sangre muere el valiente aquel.
Los aplausos retumban en el circo romano
y en señal de alegría con gran admiración
hay aplauden las turbas la esplendidez augusta
del Pretor que dio a Roma la excelente función.
La niña les sonríe y mira agradecida.
Dentro de poco ella también podrá volar
al cielo donde fueron ya todos sus hermanos,
hacia el descanso eterno. ¡Qué dulce reposar!
— Hunde tu espada fuerte sobre mi cuerpo débil.
Por ti daré la vida, por ti y por los demás,
para que no os devore el odio en vuestra frente
y al fin todos hermanos tengáis la ansiada paz.
El gladiador vacila. Aquella humilde niña
le había demostrado su error, su loco afán.
Se siente tan culpable que el brazo no obedece.
No quiere dar el golpe que le ha de traspasar.
Un clamor de disgusto se eleva en las tribunas.
Le reclaman la muerte que se negaba a dar
y avergonzado y triste gruesas lágrimas vierte.
Mirando está a la niña que reza sin cesar.
—¡Criminales, canallas!, grita el fuerte romano.
¿A una niña inocente tendré yo que inmolar?
Sois peores que fieras, despiadados, malditos.
Bajad vosotros mismos, conmigo aquí a luchar.
El coraje y el odio corre por las tribunas.
Piden la muerte de ambos. Los patricios también
y el Pretor da la orden de que se abran las jaulas
de los cuatro leones que con más hambre estén.
Se han abierto las jaulas, los leones se acercan.
El gladiador romano trata de defender
con su cuerpo a la niña que le anima y conforta,
rezando al Padre Eterno que le done la fe.
Los leones atacan por los cuatro costados.
Al león que de frente imponente saltó
le acuchilla en el vientre y al segundo entretiene
con la red que a sus fauces como trampa arrojó.
Pero en vano, entretanto los leones restantes
saltan sobre la niña y una herida mortal
se desgrana en su frene como rosa marchita,
deshojada en el circo de la Roma imperial.
El gladiador se vuelve. A sus pies ha expirado
la inocente chiquilla, blanca flor celestial
y un perfume de rosas, esparcido en el aire
se ha extendido hasta el cielo, donde va a reposar.
Los leones acechan. El descuido le pierde
y se lanzan enormes con sus garras sobre él,
destrozando sus muslos y tendones calientes.
En un charco de sangre muere el valiente aquel.
Los aplausos retumban en el circo romano
y en señal de alegría con gran admiración
hay aplauden las turbas la esplendidez augusta
del Pretor que dio a Roma la excelente función.
— Hunde tu espada fuerte sobre mi cuerpo débil.
Por ti daré la vida, por ti y por los demás,
para que no os devore el odio en vuestra frente
y al fin todos hermanos tengáis la ansiada paz.
El gladiador vacila. Aquella humilde niña
le había demostrado su error, su loco afán.
Se siente tan culpable que el brazo no obedece.
No quiere dar el golpe que le ha de traspasar.
Un clamor de disgusto se eleva en las tribunas.
Le reclaman la muerte que se negaba a dar
y avergonzado y triste gruesas lágrimas vierte.
Mirando está a la niña que reza sin cesar.
—¡Criminales, canallas!, grita el fuerte romano.
¿A una niña inocente tendré yo que inmolar?
Sois peores que fieras, despiadados, malditos.
Bajad vosotros mismos, conmigo aquí a luchar.
El coraje y el odio corre por las tribunas.
Piden la muerte de ambos. Los patricios también
y el Pretor da la orden de que se abran las jaulas
de los cuatro leones que con más hambre estén.
Se han abierto las jaulas, los leones se acercan.
El gladiador romano trata de defender
con su cuerpo a la niña que le anima y conforta,
rezando al Padre Eterno que le done la fe.
Los leones atacan por los cuatro costados.
Al león que de frente imponente saltó
le acuchilla en el vientre y al segundo entretiene
con la red que a sus fauces como trampa arrojó.
Pero en vano, entretanto los leones restantes
saltan sobre la niña y una herida mortal
se desgrana en su frene como rosa marchita,
deshojada en el circo de la Roma imperial.
El gladiador se vuelve. A sus pies ha expirado
la inocente chiquilla, blanca flor celestial
y un perfume de rosas, esparcido en el aire
se ha extendido hasta el cielo, donde va a reposar.
Los leones acechan. El descuido le pierde
y se lanzan enormes con sus garras sobre él,
destrozando sus muslos y tendones calientes.
En un charco de sangre muere el valiente aquel.
Los aplausos retumban en el circo romano
y en señal de alegría con gran admiración
hay aplauden las turbas la esplendidez augusta
del Pretor que dio a Roma la excelente función.
El gladiador vacila. Aquella humilde niña
le había demostrado su error, su loco afán.
Se siente tan culpable que el brazo no obedece.
No quiere dar el golpe que le ha de traspasar.
Un clamor de disgusto se eleva en las tribunas.
Le reclaman la muerte que se negaba a dar
y avergonzado y triste gruesas lágrimas vierte.
Mirando está a la niña que reza sin cesar.
—¡Criminales, canallas!, grita el fuerte romano.
¿A una niña inocente tendré yo que inmolar?
Sois peores que fieras, despiadados, malditos.
Bajad vosotros mismos, conmigo aquí a luchar.
El coraje y el odio corre por las tribunas.
Piden la muerte de ambos. Los patricios también
y el Pretor da la orden de que se abran las jaulas
de los cuatro leones que con más hambre estén.
Se han abierto las jaulas, los leones se acercan.
El gladiador romano trata de defender
con su cuerpo a la niña que le anima y conforta,
rezando al Padre Eterno que le done la fe.
Los leones atacan por los cuatro costados.
Al león que de frente imponente saltó
le acuchilla en el vientre y al segundo entretiene
con la red que a sus fauces como trampa arrojó.
Pero en vano, entretanto los leones restantes
saltan sobre la niña y una herida mortal
se desgrana en su frene como rosa marchita,
deshojada en el circo de la Roma imperial.
El gladiador se vuelve. A sus pies ha expirado
la inocente chiquilla, blanca flor celestial
y un perfume de rosas, esparcido en el aire
se ha extendido hasta el cielo, donde va a reposar.
Los leones acechan. El descuido le pierde
y se lanzan enormes con sus garras sobre él,
destrozando sus muslos y tendones calientes.
En un charco de sangre muere el valiente aquel.
Los aplausos retumban en el circo romano
y en señal de alegría con gran admiración
hay aplauden las turbas la esplendidez augusta
del Pretor que dio a Roma la excelente función.
Un clamor de disgusto se eleva en las tribunas.
Le reclaman la muerte que se negaba a dar
y avergonzado y triste gruesas lágrimas vierte.
Mirando está a la niña que reza sin cesar.
—¡Criminales, canallas!, grita el fuerte romano.
¿A una niña inocente tendré yo que inmolar?
Sois peores que fieras, despiadados, malditos.
Bajad vosotros mismos, conmigo aquí a luchar.
El coraje y el odio corre por las tribunas.
Piden la muerte de ambos. Los patricios también
y el Pretor da la orden de que se abran las jaulas
de los cuatro leones que con más hambre estén.
Se han abierto las jaulas, los leones se acercan.
El gladiador romano trata de defender
con su cuerpo a la niña que le anima y conforta,
rezando al Padre Eterno que le done la fe.
Los leones atacan por los cuatro costados.
Al león que de frente imponente saltó
le acuchilla en el vientre y al segundo entretiene
con la red que a sus fauces como trampa arrojó.
Pero en vano, entretanto los leones restantes
saltan sobre la niña y una herida mortal
se desgrana en su frene como rosa marchita,
deshojada en el circo de la Roma imperial.
El gladiador se vuelve. A sus pies ha expirado
la inocente chiquilla, blanca flor celestial
y un perfume de rosas, esparcido en el aire
se ha extendido hasta el cielo, donde va a reposar.
Los leones acechan. El descuido le pierde
y se lanzan enormes con sus garras sobre él,
destrozando sus muslos y tendones calientes.
En un charco de sangre muere el valiente aquel.
Los aplausos retumban en el circo romano
y en señal de alegría con gran admiración
hay aplauden las turbas la esplendidez augusta
del Pretor que dio a Roma la excelente función.
—¡Criminales, canallas!, grita el fuerte romano.
¿A una niña inocente tendré yo que inmolar?
Sois peores que fieras, despiadados, malditos.
Bajad vosotros mismos, conmigo aquí a luchar.
El coraje y el odio corre por las tribunas.
Piden la muerte de ambos. Los patricios también
y el Pretor da la orden de que se abran las jaulas
de los cuatro leones que con más hambre estén.
Se han abierto las jaulas, los leones se acercan.
El gladiador romano trata de defender
con su cuerpo a la niña que le anima y conforta,
rezando al Padre Eterno que le done la fe.
Los leones atacan por los cuatro costados.
Al león que de frente imponente saltó
le acuchilla en el vientre y al segundo entretiene
con la red que a sus fauces como trampa arrojó.
Pero en vano, entretanto los leones restantes
saltan sobre la niña y una herida mortal
se desgrana en su frene como rosa marchita,
deshojada en el circo de la Roma imperial.
El gladiador se vuelve. A sus pies ha expirado
la inocente chiquilla, blanca flor celestial
y un perfume de rosas, esparcido en el aire
se ha extendido hasta el cielo, donde va a reposar.
Los leones acechan. El descuido le pierde
y se lanzan enormes con sus garras sobre él,
destrozando sus muslos y tendones calientes.
En un charco de sangre muere el valiente aquel.
Los aplausos retumban en el circo romano
y en señal de alegría con gran admiración
hay aplauden las turbas la esplendidez augusta
del Pretor que dio a Roma la excelente función.
El coraje y el odio corre por las tribunas.
Piden la muerte de ambos. Los patricios también
y el Pretor da la orden de que se abran las jaulas
de los cuatro leones que con más hambre estén.
Se han abierto las jaulas, los leones se acercan.
El gladiador romano trata de defender
con su cuerpo a la niña que le anima y conforta,
rezando al Padre Eterno que le done la fe.
Los leones atacan por los cuatro costados.
Al león que de frente imponente saltó
le acuchilla en el vientre y al segundo entretiene
con la red que a sus fauces como trampa arrojó.
Pero en vano, entretanto los leones restantes
saltan sobre la niña y una herida mortal
se desgrana en su frene como rosa marchita,
deshojada en el circo de la Roma imperial.
El gladiador se vuelve. A sus pies ha expirado
la inocente chiquilla, blanca flor celestial
y un perfume de rosas, esparcido en el aire
se ha extendido hasta el cielo, donde va a reposar.
Los leones acechan. El descuido le pierde
y se lanzan enormes con sus garras sobre él,
destrozando sus muslos y tendones calientes.
En un charco de sangre muere el valiente aquel.
Los aplausos retumban en el circo romano
y en señal de alegría con gran admiración
hay aplauden las turbas la esplendidez augusta
del Pretor que dio a Roma la excelente función.
Se han abierto las jaulas, los leones se acercan.
El gladiador romano trata de defender
con su cuerpo a la niña que le anima y conforta,
rezando al Padre Eterno que le done la fe.
Los leones atacan por los cuatro costados.
Al león que de frente imponente saltó
le acuchilla en el vientre y al segundo entretiene
con la red que a sus fauces como trampa arrojó.
Pero en vano, entretanto los leones restantes
saltan sobre la niña y una herida mortal
se desgrana en su frene como rosa marchita,
deshojada en el circo de la Roma imperial.
El gladiador se vuelve. A sus pies ha expirado
la inocente chiquilla, blanca flor celestial
y un perfume de rosas, esparcido en el aire
se ha extendido hasta el cielo, donde va a reposar.
Los leones acechan. El descuido le pierde
y se lanzan enormes con sus garras sobre él,
destrozando sus muslos y tendones calientes.
En un charco de sangre muere el valiente aquel.
Los aplausos retumban en el circo romano
y en señal de alegría con gran admiración
hay aplauden las turbas la esplendidez augusta
del Pretor que dio a Roma la excelente función.
Los leones atacan por los cuatro costados.
Al león que de frente imponente saltó
le acuchilla en el vientre y al segundo entretiene
con la red que a sus fauces como trampa arrojó.
Pero en vano, entretanto los leones restantes
saltan sobre la niña y una herida mortal
se desgrana en su frene como rosa marchita,
deshojada en el circo de la Roma imperial.
El gladiador se vuelve. A sus pies ha expirado
la inocente chiquilla, blanca flor celestial
y un perfume de rosas, esparcido en el aire
se ha extendido hasta el cielo, donde va a reposar.
Los leones acechan. El descuido le pierde
y se lanzan enormes con sus garras sobre él,
destrozando sus muslos y tendones calientes.
En un charco de sangre muere el valiente aquel.
Los aplausos retumban en el circo romano
y en señal de alegría con gran admiración
hay aplauden las turbas la esplendidez augusta
del Pretor que dio a Roma la excelente función.
Pero en vano, entretanto los leones restantes
saltan sobre la niña y una herida mortal
se desgrana en su frene como rosa marchita,
deshojada en el circo de la Roma imperial.
El gladiador se vuelve. A sus pies ha expirado
la inocente chiquilla, blanca flor celestial
y un perfume de rosas, esparcido en el aire
se ha extendido hasta el cielo, donde va a reposar.
Los leones acechan. El descuido le pierde
y se lanzan enormes con sus garras sobre él,
destrozando sus muslos y tendones calientes.
En un charco de sangre muere el valiente aquel.
Los aplausos retumban en el circo romano
y en señal de alegría con gran admiración
hay aplauden las turbas la esplendidez augusta
del Pretor que dio a Roma la excelente función.
El gladiador se vuelve. A sus pies ha expirado
la inocente chiquilla, blanca flor celestial
y un perfume de rosas, esparcido en el aire
se ha extendido hasta el cielo, donde va a reposar.
Los leones acechan. El descuido le pierde
y se lanzan enormes con sus garras sobre él,
destrozando sus muslos y tendones calientes.
En un charco de sangre muere el valiente aquel.
Los aplausos retumban en el circo romano
y en señal de alegría con gran admiración
hay aplauden las turbas la esplendidez augusta
del Pretor que dio a Roma la excelente función.
Los leones acechan. El descuido le pierde
y se lanzan enormes con sus garras sobre él,
destrozando sus muslos y tendones calientes.
En un charco de sangre muere el valiente aquel.
Los aplausos retumban en el circo romano
y en señal de alegría con gran admiración
hay aplauden las turbas la esplendidez augusta
del Pretor que dio a Roma la excelente función.
Los aplausos retumban en el circo romano
y en señal de alegría con gran admiración
hay aplauden las turbas la esplendidez augusta
del Pretor que dio a Roma la excelente función. | es |
Aridjis,Homero | <XXI | «Tengo_Ángel»,_Dice_El_Moribundo | «Tengo ángel», dice el moribundo
buscando a su alrededor un acompañante
que lo conduzca por sus abismos personales.
«Tengo ángel», dice cuando se muere,
«por fin visible aquel que me guardó en vida».
«Tengo ángel», diré yo cuando levante
mi ser hacia su ser,
como si desde siempre
hubiésemos andado juntos.
«Tiene ángel», dirá otro ángel,
mirando por la ventana
cómo nos perdemos de vista
en la tarde amarilla. | es |
Casal,Julián_del | <XXI | ¿Por_Qué_Lloras,_Mi_Pálida_Adorada | —¿Por qué lloras, mi pálida adorada
Y doblas la cabeza sobre el pecho?
—Una idea me tiene torturada
Y siento el corazón pedazos hecho.
—Dímela: —¿No te amaron en la vida?
—¡Nunca! —Si mientes, permanezco seria.
—Pues oye: sólo tuve una querida
Que me fue siempre fiel, —¿Quién? —La Miseria.
—Dímela: —¿No te amaron en la vida?
—¡Nunca! —Si mientes, permanezco seria.
—Pues oye: sólo tuve una querida
Que me fue siempre fiel, —¿Quién? —La Miseria. | es |
Darío,Rubén | <XXI | ¿Tienes,_Joven_Amigo,_Ceñida_La_Coraza | ¿Tienes, joven amigo, ceñida la coraza
para empezar, valiente, la divina pelea?
¿Has visto si resiste el metal de tu idea
la furia del mandoble y el peso de la maza?
¿Te sientes con la sangre de la celeste raza
que vida con los números pitagóricos crea?
¿Y, como el fuerte Herakles al león de Nemea,
a los sangrientos tigres del mal darías caza?
¿Te enternece el azul de una noche tranquila?
¿Escuchas pensativo el sonar de la esquila
cuando el Angelus dice el alma de la tarde?...
¿Tu corazón las voces ocultas interpreta?
Sigue, entonces, tu rumbo de amor. Eres poeta.
La belleza te cubra de luz y Dios te guarde.
¿Te enternece el azul de una noche tranquila?
¿Escuchas pensativo el sonar de la esquila
cuando el Angelus dice el alma de la tarde?...
¿Tu corazón las voces ocultas interpreta?
Sigue, entonces, tu rumbo de amor. Eres poeta.
La belleza te cubra de luz y Dios te guarde. | es |
Guillén,Jorge | <XXI | Media_Mañana | Los ruidos tararean un susurro
Que ya en su cielo sonaría a canto.
Susurro aquí, resbala
Sobre el sol de las once suavizándose.
Creo en la maravilla suficiente
De esta calle a las once,
Cuando la vida arrecia
Con robustez normal, dichosa casi,
Humilde, realizada.
Las once son, la maravilla es tuya. | es |
Fuertes,Gloria | <XXI | En_Este_Apartamento | En este apartamento
donde vivo apartada
donde me falta todo
sin que me falte nada.
No es hogar,
no hay familia,
no es ni piso ni casa,
es ataúd cuadrado
con vistas a la cuadra.
Es celda confortable
con todo,
sin nada. | es |
García_Cabrera,Pedro | <XXI | Voy_Ahora_Camino_De_Mis_Venas | Voy ahora camino de mis venas
con la sonrisa al hombro. Me precede
una senda de nardos. bemolados,
eje de rotación de estas planicies
bordadas con un sueño de gacelas
a orillas de un estanque pensativo.
Sus frentes de cristal son como espejos
que idean mis trigales interiores
ondularse en un viso de amapolas,
que miran la manzana del afecto
dividirse en dos cúpulas gemelas
en las sienes de un búcaro de mares.
Desde las altas cimas de los riesgos
contemplo las acequias de mis lavas
divagando coágulos de angustia
entre bosques de estatuas derruidas
por los valles timbrados con el silbo
del largo adiós de una vigilia en marcha.
Si no te presintiera, cuerpo mío,
sostén de mi corona de eminencias,
espacio de estas ráfagas insomnes
ajustadas a un vuelo de iceberes,
pájaro de mi voz, zodiaco abierto
de mi espectro vital, me creería
cráter lunar o pozo abandonado
incubador de larvas de ciclones.
Briznas sobre estas rocas inasibles,
me planean polícromos recuerdos
en sus abstractos laberintos mates,
me fluyen a un estero de nostalgia,
me ciñen a las curvas siderales
de una melancolía sin fronteras.
Y debo descender hombros abajo
pues un compás sin ritmo todavía
me incita con efluvios musicales
a recorrer paisajes que florecen
sinfonías más ávidas que nunca
de hundirse en el regazo
que encierra el corazón de las palabras
si, vírgenes aún, están desnudas.
Sortearé los múltiples picachos
que me escuchan bajar hacia los ecos
de un olvido de arenas que se rizan
contra el rostro de aire de la ausencia.
No detendré mi paso en las veredas
que vienen de mi ayer. Traen las huellas
de los viejos prejuicios incrustados
en un campo a traviesa de ilusiones,
de lirios como lágrimas que fueron
mesones de las altas madrugadas
perdidas en la noche,
de tantos lloviznados calendarios
—rojos de amor y negros de tormenta—
que al ajedrez jugaron con mis horas
en la piel luminosa de los días.
Todas estas imágenes poliédricas
son grifos aspirantes que quisiesen
volverme de aquel tiempo a las espaldas,
retroausentar mi hoy, manumitirme
de estos vilanos de cristales rotos
que escarchan de aluviones puntiagudos
la respirable herida de mi atmósfera.
Más al fondo de mí puede que broten
las galerías de mis nieves hondas
durmiendo boreales ventisqueros
con una voluntad de porcelana.
Acaso alguna boca cristalina
con la fría sonrisa transparente
de la última náyade ahogada
en el verso de égloga de un río.
Tal vez una cautiva cabellera
ya en el azar impresa de un eclipse
o un ánfora de hielos amorosos
con una vaga ensoñación marina
o una llama roída por el fuego
de su cósmica arcilla enajenada:
toda una colección de golondrinas,
dulces espuelas de un raudal de oboes,
que dejó la semblanza de sus pulsos
en el párpado ardiente de mi alero.
Oh días taladrados, oh mejillas
de soledad, tambor de aire vacío
que marca los redobles de los ecos.
Bordearé las cumbres que me piensan
pastor de incertidumbres,
aquí donde los ojos
que espigan las praderas de la lluvia
enhebran de la luz la infancia de oro
—miradas recién hechas en la fuente
que mana de un costado de la aurora,
silabeos de pámpanos,
guedejas— que serán acto y lenguaje
en el nadir de una amistad de trigo.
Debo andar a la altura de mi pecho
pues el timón de nardos que me guía
zigzaguea relámpagos enanos
como un acordeón de mariposas.
Y sigo esta madeja devanándose
que no sé dónde irá,
qué rumbo lleva, qué sorpresa viva
guardará su piñata de horizontes.
La miro por debajo de sí misma,
cuatro grados al sur de aquella tarde
entreabierta en el tallo del encuentro,
pétalos de dos fechas convergentes
en la corola ardiendo de la guerra.
Y la veo doblar recodos de agua,
cabos que me penetran gozo adentro,
puntas de la ilusión donde se amarran
los cables de unas conchas que recuerdan
el rapto de sus íntimos orientes,
oh banda de cristal que condecoras
los mares de mis costas interiores.
Navégame las calmas,
canta tu amanecer sobre las crestas
de los gallos de espuma de mis olas
y tus nardos serán puente de plata
por cuyas pasarelas jubilosas
huirán dentelladas y jaurías
acosadoras de mis ciervos blancos.
Bajo estas ondas mudas se encabritan
vórtices de puñales al acecho,
la neblina de rosas que enmascara
la flecha venatoria del instinto,
las sirtes que se engullen
el equilibrio azul de un alma sola.
Pero yo duermo con la voz despierta,
oh, tú, carlinga mía, que desbordas
el ritmo impar de un cántaro de estelas.
Oh chalupa a mis músculos atada,
submarino y avión de los deseos,
buche de sal y vértigo de escollos
prendidos a la red de mis arterias.
Oh pleamar de velas triangulares,
labio y orilla, múrice y jadeo
de tus profundos frenesíes de algas.
Oh saltos de tritón tornasolado,
lancha donde navega oceanías
el ramo de marfil de mis cuadernas.
Oh espiral y redil de los suspiros,
bitácora de nortes de ternura,
cómo braceas, cómo te levantas
sobre el ancho acueducto de tu frente
balanceando la guirnalda en ruta
hacia la inusitada primavera.
Cómo te encrespas, cómo te defiendes,
líquidos pirineos de esmeralda,
cerrándole a los nardos el camino
de la nítida isla que transcurre
en el aliento de su estar varada:
noche, día o crepúsculo;
raíz, estrella, sed, puño o cilicio;
daga, tigre, huracán o garra viva,
tic-tac de sol o pálida burbuja
del ordenado sueño de la nada.
Y sigues, esquiadora de mis hielos,
ya dulce imán de un polo constelado.
Qué alta seguridad la de tus remos,
cinta velera más que riel alguno,
entre los torbellinos solidarios
que sacuden tu gracia de amazona.
Y avanzando por ti sobre mí mismo
te presiento llegar por mis arcadas
que alabean el mármol de tu escorzo
como un latido tuyo en mis confines.
Y cuán libre te dejan mis lebreles
entretenidos en jugar las letras
de tu nombre de nácar con el mío.
Si mis mares resisten a tu paso
es porque siempre floten tus audaces
rastros del caminar, total presencia
de ti cuando te alcanzas a ti misma
en un desbordamiento de llanura.
Mas escucha el secreto pensamiento
de esta gran cordillera de vaivenes:
«Blanca vela que cruzas mis umbrales
como una vía láctea caída,
sé tú mi corazón —trino y molusco—
en la concha perfecta de mi pecho.
Me ceñiré a tu cuerpo sin mojarte
la sombra que recluyes en tu nido.
Me haré una gruta en mis adentros de agua
dócil como un espejo al recogerte.
Me tallaré en facetas porque logre
balizar tu blancura las tinieblas.
Si quieres zambullir seré escafandra;
si quieras volar seré gaviota;
si frío de coral, verde manguito;
cristal de roca para tus collares
y abanico de espuma en una playa.
Seré lo que tú quieras que yo sea,
siempre que no me quiebren las mudanzas
mi voluntad de sonreír al viento
aún cuando sal me llore la memoria,
pues soy aquella ola que a Leandro
le sirvió a su cabeza de almohada
cuando las zarzas del amor helaron
su brulote de sangre a la deriva».
Yo no sé si oirías estas voces
donde la soledad vivaqueaba
a ras de tu carrera en mis andenes.
No sé si detendrías la mirada
por este repertorio de estaciones
con nombre de tus gestos y ademanes.
O si llena de ti proseguirías
como el mensaje de la luz de un astro
transportando las frutas del color.
Rendido de fatigas mercuriales
me tiendo a descansar.
En la mano borrosa de la noche,
por un cauce de nardos bemolados,
un horóscopo riela ambigüedades.
Y un ingrávido elixir me descorre
cortinas y cerrojos.
Blanca vela que cruzas mis umbrales
como una vía láctea caída,
sé tú mi corazón
en la concha perfecta de mi pecho.
Me ceñiré a tu cuerpo sin mojarte
la sombra que recluyes en tu nido.
Me haré una gruta en mis adentros de agua
dócil como un espejo al recogerte.
Me tallaré en facetas porque logre
balizar tu blancura las tinieblas.
Si quieres zambullir seré escafandra;
si quieras volar seré gaviota;
si frío de coral, verde manguito;
cristal de roca para tus collares
y abanico de espuma en una playa.
Seré lo que tú quieras que yo sea,
siempre que no me quiebren las mudanzas
mi voluntad de sonreír al viento
aún cuando sal me llore la memoria,
pues soy aquella ola que a Leandro
le sirvió a su cabeza de almohada
cuando las zarzas del amor helaron
su brulote de sangre a la deriva | es |
Guillén,Jorge | <XXI | Ratas_Son,_Ratas_Del_Perdido_Barco | Ratas son, ratas del perdido barco,
Todavía vivientes en deshechos
Mástiles y tablones. Ya los pechos
De la tripulación no son el arco
Que flecha impulsos hacia el día (Zarco
Fue también con la espuma por los techos
Del Tiépolo estival). ¡Ya tan estrechos
Los alientos que otorga aquel gran marco!
Contra las ratas más y más el agua
Lanza sus rabias, su oleaje indómito.
Amanece entre blancos de terror
La luz de un mal que tanta muerte fragua:
Ratas a un sol de cólera y de vómito.
¡Ay, ni clamar podrán a su Señor! | es |
Pardo_García,Germán | <XXI | Ignorancia | ¡Cuánta sabiduría congelada
como en invierno las palomas muertas!
¡Cuánto libro, y las cátedras desiertas!
¡Y qué desolación en la mirada!
¡Y crecieron los números y nada
pudimos definir! Las diurnas puertas
de la penetración siguen abiertas,
pero la noche del dolor cerrada.
Y todo lo sabemos y partimos
la esfera en dos y en sus mitades vimos
crecer la claridad conturbadora.
Mas ignoramos ¡y callar nos daña!
por qué en la inmensidad de la montaña
la codorniz cuando atardece llora. | es |
Matos_Paoli,Francisco | <XXI | El_Gritón_De_Deshace | El gritón de deshace,
en palabras, palabras,
y huye del jardín,
tras un odio sin lágrimas. | es |
Flórez,Julio | <XXI | Evocación_Divina_(A_Mi_Hija_Divina) | Cuando en el casto vientre vi tus huellas,
«Dale una buena estrella» —dije a Dios—
y Dios, el viejo sembrador de estrellas,
sembró en el cielo de tu cara dos. | es |
Sabines,Jaime | <XXI | Codiciada,_Prohibida | Codiciada, prohibida,
cercana estás, a un paso, hechicera.
Te ofreces con los ojos al que pasa,
al que te mira, madura, derramante,
al que pide tu cuerpo como una tumba.
Joven maligna, virgen,
encendida, cerrada,
te estoy viendo y amando,
tu sangre alborotada,
tu cabeza girando y ascendiendo,
tu cuerpo horizontal sobre las uvas y el humo.
Eres perfecta, deseada.
Te amo a ti y a tu madre cuando estáis juntas.
Ella es hermosa todavía y tiene
lo que tú no sabes.
No sé a quién prefiero
cuando te arregla el vestido
y te suelta para que busques el amor. | es |
Cabral,Manuel_del | <XXI | Toco_El_Rocío_Y_Toco_La_Mañana | Toco el rocío y toco la mañana,
la mañana hacia el mundo de mi tacto.
Pero ahora, ¿quién anda? ¿Nace el aire en mi
cuerpo?
¿Por qué tan insistente
esto que no me toca, pero que a ratos
respiro,
lo siento,
me tiembla?
De súbito me pongo a mirar cosas.
Y va pasando todo, pasa hasta lo fijo:
menos lo que respiro... Va perenne hacia adentro
Yo comprendo mi edad y mi tamaño,
pero hay un cuento que nació en el tacto,
hay un planeta que el olfato inventa,
un inefable clima que no cesa
de rodear mi varonil reposo,
de rodearme de calores de mito.
Así veo
que ya mi silla piensa,
que allí donde me siento y que no hay nadie,
debo pedir permiso y debo
comadrear con el pájaro enterado.
Sin embargo,
hablo con las tijeras que cortan los jardines
para saber si hieren a mi huésped.
Porque aquel que me rodea
duerme en la rosa familiar su siesta. | es |
Pombo,Rafael | <XXI | Oyó_Un_Sabio_Decir_Que_Un_Mal_Violín | Oyó un sabio decir que un mal violín.
Cuando de un pisotón se vuelve cien,
Si triza a triza se une y peg-a bien.
Resulta un instrumento superfín:
Y viendo el tal al patrio bergantín
Lidiando cada década un vaivén,
Lo declaró, por tanto, hecho un belén,
Y a romperlo y pegarlo acudió al fin.
Hizo nueve Estaditos la Nación,
Y al punto, con saliva federal.
Emprendió la flamante conversión.
¿Qué resultó? —¡Pregunta original!
Que el doctor del violín tocó el violón
Volviendo al caos el orden natural.
superfín | es |
Subsets and Splits