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Pizarnik,Alejandra
<XXI
Exilio
Esta manía de saberme ángel, sin edad, sin muerte en que vivirme, sin piedad por mi nombre ni por mis huesos que lloran vagando. ¿Y quién no tiene un amor? ¿Y quién no goza entre amapolas? ¿Y quién no posee un fuego, una muerte, un miedo, algo horrible, aunque fuere con plumas, aunque fuere con sonrisas? Siniestro delirio amar a una sombra. La sombra no muere. Y mi amor sólo abraza a lo que fluye como lava del infierno: una logia callada, fantasmas en dulce erección, sacerdotes de espuma, y sobre todo ángeles, ángeles bellos como cuchillos que se elevan en la noche y devastan la esperanza.
es
Neruda,Pablo
<XXI
Sin_Embargo_Me_Muevo
De cuando en cuando soy feliz! opiné delante de un sabio que me examinó sin pasión y me demostró mis errores. Tal vez no había salvación para mis dientes averiados, uno por uno se extraviaron los pelos de mi cabellera: mejor era no discutir sobre mi tráquea cavernosa: en cuanto al cauce coronario estaba lleno de advertencias como el hígado tenebroso que no me servía de escudo o este riñón conspirativo. Y con mi próstata melancólica y los caprichos de mi uretra me conducían sin apuro a un analítico final. Mirando frente a frente al sabio sin decidirme a sucumbir le mostré que podía ver, palpar, oír y padecer en otra ocasión favorable. Y que me dejara el placer de ser amado y de querer: me buscaría algún amor por un mes o por una semana o por un penúltimo día. El hombre sabio y desdeñoso me miró con la indiferencia de los camellos por la luna y decidió orgullosamente olvidarse de mi organismo. Desde entonces no estoy seguro de si yo debo obedecer a su decreto de morirme o si debo sentirme bien como mi cuerpo me aconseja. Y en esta duda yo no sé si dedicarme a meditar o alimentarme de claveles.
es
Coronado,Carolina
<XXI
Ved_Los_Hombres_Cuál_Son,_Ved_Qué_Inhumanos!
¡Ved los hombres cuál son, ved qué inhumanos! Un Redentor el cielo les envía y en la terrible cruz, dulce María, clavan los hierros sus divinas manos; mirad los hierros, y llorad, hermanos, llorad por el dolor de su agonía y con lágrimas laven nuestros ojos los duros clavos en su sangre rojos. Vino el profeta y su divino canto los hombres del error no conocieron y ese premio cruel los hombres dieron al bueno, al justo, al virtuoso, al santo; si podemos borrar con nuestro llanto el crimen que los hombres cometieron, con sus lágrimas laven nuestros ojos los duros clavos en su sangre rojos. Con estos clavos, infeliz memoria, arrancados del cuerpo moribundo ha escrito el pueblo ingrato y furibundo del hijo del señor la eterna historia. Él vino al mundo a conquistar su gloria, con duros clavos se la paga el mundo y es menester que laven nuestros ojos los duros clavos en su sangre rojos. Esto queda a la tierra del Mesías los clavos nada más de su tormento que a los hombres darán remordimiento en cuanto duren sus penosos días; huyamos de moradas tan sombrías volemos de la gloria a nuestro asiento; pero estos clavos en su sangre rojos con sus lágrimas laven nuestros ojos.
es
Rodríguez,Claudio
<XXI
Veo_Que_No_Queréis_Bailar_Conmigo
Veo que no queréis bailar conmigo y hacéis muy bien. ¡Si hasta ahora no hice más que pisaros, si hasta ahora no moví al aire vuestro estos pies cojos! Tú siempre tan bailón, corazón mío. ¡Métete en fiesta; pronto, antes de que te quedes sin pareja! ¡Hoy no hay escuela! ¡Al río, a lavarse primero, que hay que estar limpios cuando llegue la hora! Ya están ahí, ya vienen por el raíl con sol de la esperanza hombres de todo el mundo! Ya se ponen a dar fe de su empleo de alegría ¿Quién no esperó la fiesta? ¿Quién los días del año no los pasó guardando bien la ropa, para el día de hoy? Y ya ha llegado. Cuánto manteo, cuánta media blanca, cuánto refajo de lanilla, cuánto corto calzón. ¡Bien a lo vivo, como esa moza se pone su pañuelo, poned el alma así, bien a lo vivo! Echo de menos ahora aquellos tiempos en los que a sus fiestas se unía el hombre como el suero al queso. Entonces sí que daban su vida al sol, su aliento al aire, entonces sí que eran encarnados en la tierra. Para qué recordar. Estoy en medio de la fiesta y ya casi cuaja la noche pronta de febrero. y aún sin bailar: yo solo. ¡Venid, bailad conmigo, que ya puedo arrimar la cintura bien, que puedo mover los pasos a vuestro aire hermoso! ¡Águedas, aguedicas, decidles que me dejen bailar con ellos, que yo soy del pueblo, soy un vecino más, decid a todos que he esperado este día toda la vida! Oídlo. Óyeme tú, que ahora pasas al lado mío y un momento, sin darte cuenta, miras a lo alto y a tu corazón baja el baile eterno de Águedas del mundo, óyeme tú, que sabes que se acaba la fiesta y no la puedes guardar en casa como un limpio apero, y se te va, y ya nunca... tú, que pisas la tierra y aprietas tu pareja, y bailas, bailas.
es
Arciniegas,Ismael_Enrique
<XXI
Cromo_Matutino
Al río bajan en tropel las greyes, De polvo entre un oscuro remolino, Y se estremece, al viento matutino, Dando aromas, hilera de mameyes. Como mástiles se alzan los magueyes En el azul reposo campesino, Y ante la venta, a orillas del camino, Pasa un carro que tiran mansos bueyes. A misa toca la aldeana esquila, Y detrás de la clueca, en larga fila, Cual puntos suspensivos van los pollos; Bramar en el corral se oye una vaca, Y se esponja, entre olores de albahaca, La voluptuosidad de los repollos.
es
Hartzenbusch,Juan_Eugenio
<XXI
Isabel_Y_Gonzalo._Leyenda._Ii._La_Venganza
«Cumplid la piadosa ley, Noramala para vos: Sacerdote, hablad de Dios, y no me nombréis al rey. »¿No queda bien satisfecho Su enojo con mi cabeza, Si no postra la entereza De este generoso pecho? »Pues a ese mezquino afán Yo mi pundonor igualo; No triunfará de Gonzalo, Que soy Núñez y Guzmán. »Tengo vuestra absolución De lo que a Dios ofendí; Pero fiel vasallo fui: No pido a Enrique perdón. »Crédito a mi labio dad, Y tened por cosa cierta Que no se miente a la puerta De la obscura eternidad. »Sólo supe que Isabel Sangre de Enrique tenía Cuando era ya esposa mía: Culpe a sus misterios él. »Que si al más alto lugar Sabe amor alzar el vuelo, Timbre oculto con un velo Mal se puede respetar. »Pero decís que al Señor Un corazón usurpé.- Jamás Isabel su fe Consagró a su Redentor. »Si encarcelada vivir La mandó precepto injusto, El silencio del disgusto No es promesa de cumplir. »Dios su corazón formó, Y pues que no le hizo suyo, Sin temeridad arguyo Que a mí me le destinó. »Porque sólo hacer dichosa Mi vida Isabel pudiera, y falta al Señor no hiciera Entre tantas una esposa. »Y me dice la ventura Que en sus brazos he gozado, Que pude, sin ser culpado, Ser dueño de su hermosura. »Pues bien no se halla real Donde la virtud no asiste, Y es inquieto, amargo y triste Todo placer criminal. »El negro cadalso así Veré con serena cara, Contemplando en él un ara De martirio para mí. »Y si aunque erguida, me ven Pálida un tanto la frente, Es que al paso que inocente, Soy querido y amo bien. »Y no puede sin temor La tumba ver un amante, Pues le señala el instante De renunciar al amor. »Esto, padre, repetid Al monarca de Castilla, Y que empuñe la cuchilla Luego al verdugo decid». Enmudecido y absorto De admiración y piedad, Dejó la fúnebre estancia El ministro del altar; Y detrás del cortinaje Descubrió, con pasmo igual, A un rey trocado en espía Menguando su majestad, Monarca en la vestidura, Y reo en el ademán. Con violencia respiraba, Como en su sordo bramar Hórrida explosión anuncia El hervoroso volcán. En esto llegó un anciano En hábito monacal, Y entregole un azafate Cubierto de un tafetán. Un pliego y unos cabellos Venían allí no más, Súplicas de una infelice, Despojos de una beldad. Volviose Enrique de espaldas Para poder ocultar La conmoción que del pecho Se le asomaba a la faz, De recia interior batalla Inequívoca señal. Llegose luego a una mesa Donde víanse a la par Cadenas y escapularios, Licores, frutas y pan, Cirios de amarilla cera, Una segur y un dogal, y al pie del Crucificado, Dios de mansedumbre y paz, Hecho cetro de la muerte Un pergamino fatal. Desarrollole el monarca, Y en él con celeridad Dos palabras escribió Vencido el enojo ya. Perdón era la primera, La segunda, libertad.
es
García_Cabrera,Pedro
<XXI
¡Qué_Hondo_Llegas_Hoy_A_Lo_Que_Espero
¡Qué hondo llegas hoy a lo que espero, mar del grueso retumbo y el albornoz flotante! También, hondo y callado, como el cráter dormido de un espejo, es el treno salobre en el que habito. Y aunque una primavera de esperanza me encamine los pasos del silencio a tu orilla, se licúe en las piedras en que apoyo mi voz, se rezuma en la sal que me agrieta los ojos, son ya tantas las veces que me has vuelto la espalda, retornando mis redes mojadas de infortunio a secarse en los suelos del desprecio, que ya me están doliendo las calles que transito, me supuran los años como heridas, le echo en cara a mi sangre su ternura de arena y hasta a mi propio anillo estoy por liberarlo de esclavizarme el dedo. ¡Qué atmósfera de sombra y carbonilla respira mi palabra, cómo estoy indefenso sin su mano en la mía, sin su temblor de alga tanteando mis sienes! Si pudieras, desde el trueno mayor de tus tormentas, ver el loro real de sus colores llorar cenizas, desplumarse el vuelo, retorcer sus raíces de árbol, sus barrotes de ojeras mutilados buscando en los mastines de sus olas su alegría de estrella, su libertad de pájaro y de pueblo. Tengo en ti puesta toda mi confianza. Un día me tendiste del cepo de la arena amarilla, llevándome en tu vientre de canguro, dándome el pecho azul de tus mareas, aeunándome en brújulas y faros, alzándome en el aire como un niño y vistiéndome el alma de rumores. Bien tuyo soy: me expreso con tus iras y tus calmas, valles genealógicos de soledad me abisman, tu sal me vive, tengo tus corales derretidos ardiéndome las venas, tuyo me siento el llanto que me abre las puertas de tus fondos nocturnos, tuya la trayectoria que sigo a la redonda de mí mismo. Oriundo de tus nómadas entrañas, nada reclamo al barro pordiosero de angustia, todo lo fío a tu amistad de cíclope, a tu cintura y brazos de olas firmes, que aprietan el erizo de la pena enrocada con un amor materno por la aleta y la espina, a tu piel tangencial donde resbala el tiempo sin poder hallar forma de convertir tu redondez en lanzadera para hilarte las madejas del desaliento y devanarte los bueyes de tu fuerza, tasándote murmullos y amaneceres que obliguen a pasar tus horizontes por el ojo de nieve de su aguja. A mí no me fue dado repetirme en cuerpos sucesivos, no soy millonario de eternidad, vivo sobre un mendrugo de sangre pasajera, llevo tristezas y alegrías con rigor de contable, casi apenas si puedo errar en un latido o una gota de escarcha. Mi oleada de tiempo no sabe remozarse para empezar de nuevo a llenarse de abejas, a descubrir la concha de una mujer desnuda, a conversar de nubes con el árbol amigo, a cosechar el artesiano mundo de unos labios. En nombre de la prisa del grito y el relámpago, por el pez que más quieras, por tu raíz de sal erguida en mi tamaño, tráeme ya el instante nupcial de mi albedrío. Te lo piden, mordiéndose los puños, las hogueras que piafan en las cumbres, los salmones saltando río arriba, el sueño de tortugas de las plazas, los arenales que trabaja el viento, los caminos sin sombra ni mesones, los rebaños de lunas sin albergue, la lluvia en su trapecio de arco iris, mi rostro de ciudad bombardeada. No quiero seguir siendo una tierra sin nadie, el pesebre en que rumia la nostalgia las hierbas del silencio. Ya es hora de que pueda devolverme a mí mismo, decir que tengo patria para dormir sin miedo, agua para la sed, lenguaje de aire claro para hablar y nombrarte. Con la mano en la mar así lo espero.
es
Brines,Francisco
<XXI
Muros_De_Arezzo
Dentro de aquella descarnada iglesia la nave era una sombra, cuyo aliento era un vaho de siglos, y en la hondura vimos la luz sesgando el alto muro. Y el sueño humano allí, con los colores del más ardiente engaño, las cenizas del deseo de un hombre sepultadas en árbol, en corcel, séquito o ángel. No puso fantasía ni invención: sobre la faz del hombre y de la tierra dejó el orden debido; y admiramos no la belleza física, la imagen de nuestra carne serenada. Suma de perfección es la cabeza humana, sin fuego de alegría y sin tristeza; ni altiva ni humillada bajo el arco del aire azul, tan quieta la mirada que deja a los caballos sin instinto, sin crecimiento natural al árbol. Se nos narra una historia de este mundo; el pretexto remoto de unos seres como nosotros mismos, mas sabemos que el bien y el mal aquí no son pasiones. La pintada pared nos muestra el sueño que abolió nuestra escoria: son iguales el moribundo y el que ama, reyes y palafreneros, montes o lanzas, la desnudez y el atavío, sol o noche, los piadosos y el guerrero, la sed y la coraza, quien vigila y el dormido en la tienda, la señora y sus damas, el estandarte rojo y el sepulcro, el joven y el anciano, la indiferencia y el dolor, el hombre y Dios. Enamorado alguna vez, y haciendo realidad el viejo sueño de una mejor naturaleza, quiso la perfección. Recordando el amor, la dicha mantenida, sus pinceles conservaron los hábitos y gestos terrenales, copió la vida toda, y a semejanza de él, aunque visible, un aire hermoso y denso allí respiran logrando un orden nuevo que serena: feliz; sin libertad, vive aquí el hombre.
es
Arciniegas,Ismael_Enrique
<XXI
Sobre_La_Falda_Azul_Tenía_Abierto
Sobre la falda azul tenía abierto El libro en que leíamos los dos. De los sueños las blancas mariposas Agitaban sus alas en redor, Y la azul primavera en nuestras almas Cantaba, como alondra, su canción. Era una tarde llena de armonías, Y era a la sombra de un naranjo en flor. II Leíamos callados, y de pronto En voz baja leí: «Siempre un jamás De toda dicha terrenal es tumba. Mañana olvidaréis lo que hoy amáis. Labios que juran, corazón que miente... ¿A qué de humano corazón fiar Si constancia y amor y juramentos Son palabras... palabras nada más?» III Trémula alzó su virginal semblante, Flor de belleza, flor de juventud. «¿Palabras nada más?» murmuró triste, «¡Dime que no es verdad, dímelo tú!» Y llenos ya de lágrimas sus ojos, Donde brillaba del amor la luz, «No leas más... no leas más», me dijo, Y rodó el libro de su falda azul. Sobre la falda azul tenía abierto El libro en que leíamos los dos. De los sueños las blancas mariposas Agitaban sus alas en redor, Y la azul primavera en nuestras almas Cantaba, como alondra, su canción. Era una tarde llena de armonías, Y era a la sombra de un naranjo en flor. Leíamos callados, y de pronto En voz baja leí: «Siempre un jamás De toda dicha terrenal es tumba. Mañana olvidaréis lo que hoy amáis. Labios que juran, corazón que miente... ¿A qué de humano corazón fiar Si constancia y amor y juramentos Son palabras... palabras nada más?» Trémula alzó su virginal semblante, Flor de belleza, flor de juventud. «¿Palabras nada más?» murmuró triste, «¡Dime que no es verdad, dímelo tú!» Y llenos ya de lágrimas sus ojos, Donde brillaba del amor la luz, «No leas más... no leas más», me dijo, Y rodó el libro de su falda azul.
es
Fernández,Macedonio
<XXI
La_Tarde
Ahora ya la tarde del día victorioso el pensativo paso hacia el ocaso lleva. Su rubia cabellera roza el celeste velo, su blanco pie en las aguas del mar penetra apenas. La forma delicada, allá entre mar y cielo resbala y, por instantes, detenerse parece. Alza u dedo a los labios, mira en torno suspensa, luego el paso recobra, y el confín palidece. Del cielo y de la tierra despréndese, creciente la invasión silenciosa de las sombras tras ella... Cuando de amor transida, la Tierra ante mí tiéndese dormida en el recuerdo del beso de la Siesta. Desde mi pié partiendo, desborda el horizonte el ser inmenso y claro del Mar incontrastable. Un alentar tranquilo levante y estremece el cendal de su seno sin límites medable. ¡Abrumadora imagen de una dicha perenne su inmensidad se mece respirando dormida! El verde fondo móvil chispea, penetrando de luz que alegre ríe, en cristalinos pliegues . Deteneos; miradle. su seno transparente una mirada clara os devuelve; y responde dentro de vos , el eco de aquel Dolor, que eterno persiste en las cenizas del turbio humano seno. Entre tanto la tarde su fatal paso apura hacia la hoguera ardiente por donde el sol partiera. Llega y se postra; inclina la adorable cabeza; en sus cabellos de oro, breve reflejo tiembla. Su contorno amoroso, colúmbrase en las lindes del fantástico incendio de las luces postreras, arrójase y perece en el Ocaso rojo. Un sollozo impalpable de un confín a otro vuela. Las cenizas del día sobre la tibia hoguera floran aún sobre ellas me mira inmóvil, frío, un celaje. En la arena asústame mis pasos. De un pensar que se ahonda llevo mi pecho herido.
es
López_Meléndez,Teódulo
XXI
Tea
Tea cirial luz de cera mechero en la argamaza dura despabilo por si uno de esos con la desesperación de la noche con la vigilia de estar solo este frío
es
Huerta,Efraín
<XXI
Praga,_Mi_Novia
Lily me espera a las 11 en el puente del rey Carlos, al pie de San Juan Nepomuceno, santo de piedra, santo de agua, mudo, ahogado. Lily cree en Dios y yo corro hacia ella y hacia el río y después los dos iremos hacia las colinas, hacia el Castillo, hacia la Catedral, y caminaremos la Callejuela de los Alquimistas donde Lily descubre oro en las puertas y en las flores y uno es un gigante que no cabe en las pequeñas casas. Veremos grandes patios, hermosos panoramas, y ella me obsequiará el prometido retrato de Neruda —del viejo checo Jan, no del chileno Pablo— y yo habré de contarle cómo es el mar y si algún día regresaré. Lily mediráque cuente conella y que Praga es mi novia y que ya no sueñe con las noches danubias ni con «la negra Viena de los ojos azules», porque aquí, a nuestros pies, un río de bronce y plata nos mira y es un río que se llama Voltava. Corro porque Lily me espera y es posible que ya no crea en Dios —lo que sería sencillamente horrible para ella. Sus ojos que tanto han llorado deben mirar hacia la dulzura del santo que no dijo nada como ella tampoco parece decir nada cuando la beso y en su español murmura «No me beséis» y yo tengo que reírme y casi me muero de risa. Al día siguiente —porque ya Carlos Augusto León se ha ido a Zurich a volar hacia América con su medalla de oro en el pecho y sus cuentos de llaneros venezolanos—, al día siguiente bailaremos valses y al otro día Lily (sólo me queda ella) esperará el filo de oro de la tarde para llevarme hasta la puerta del Cementerio Judío y dejarme de la mano de Dios para que yo solo con mi alma pise aquellas flores de pavor y me quiebre los ojos sobre las lápidas labradas llenas de siglos y a media voz recuerdo el poema de Nezval. Porque ahí sólo pisamos la ceniza y Lily, que cree en Dios, no quiere entristecer su adoración por el pequeño Niño Jesús de Praga que se quedó en su nicho, allá en lo alto de la Malá Strana con sus quince vestiditos de oro y plata de todos los colores. Y entonces, como no hay nada ni nadie a la vista, sueño que los viejos huesos crecen en los dorados árboles y que una flor tiene la lengua de fuera porque Lily debe estar loca y los rabinos están hechos polvo y en la sinagoga el candelabro mueve los brazos y elgran Libro abierto me habla y la palabra «nazis» me da náuseas y debo entonces pedir la paz entodos los ríos y para todos los poetas, hombres, niños, mujeres, y no solamente para la turbia paz del Cementerio ni la paz para la ceniza que se come ni para las astillas de huesos querecogí en Oswiecim ni mucho menos la paz del ghetto de Varsovia. Por eso, Lily, que cree en Dios y es hermosa y católica, me dice que si estoy en Praga es porque soy malo y debo serun sanguinario comunista pero que todo me lo perdona (es tan buena) porque le corrijo su español y le cuento de mis amigos de México y de las estrellas de cine y que hay un pueblo llenode canales y guitarras y dos terribles volcanes muertos cubiertos de nieve y para su consuelo una gran cantidad de iglesias y mucho sacerdotes. Por eso corro y dejo atrás la fina lluvia y ya no quiero tampoco recordar la fría tierra de Lídice, porque me encanta la vieja ciudad y aunque me canse (cuando regrese a México haré que me operen) no puedo dejar a Lily con sus panes y sus frutas, tampoco consus ojos que parecen ojos de santa flagelada ni con su amarga risa de niña. No me pierdo por Praga, porque ¿cómo perderme en brazos de una novia amorosa? Lily me dijo apenas ayer que me entregaba el corazón de la ciudad y yo me bebo el aire del río y va no le pido más porque nadameniega y porque debo llegar a una hora fija, a las 11, al pie de San Juan Nepomuceno, santo de piedra, santodeagua, mudo, ahogado.
es
Pombo,Rafael
<XXI
El_Globo_Y_La_Gallina
Desde un corral, sin pasajero a bordo, Débil de complexión, de vientre gordo, Primer ensayo en física aerostática De unos dos memoristas en gramática, Estaba a punto de soltarse al viento Un globo henchido de aire y de contento, Cuando, viendo a su alcance a una gallina. Habló y le dijo: «Venga usted, vecina; Le ofrezco gratis cómodo pasaje Para emprender en mi canasta un viaje. Respirará la atmósfera más pura, Verá la inmensa tierra en miniatura, Y del cóndor adelantando el vuelo Podrá tomar para corral el cielo, Y en lugar de maíz, prosaica dieta, Comerá estrellas, plato de poeta. Allá contará usted con larga vida Lejos del hombre, atroz gallinicida; El buitre quedará muy por debajo, Que antes los dos seremos su espantajo; Y en fin, buscando sólo su acomodo, Me comprometo a complacerla en todo». A invitación tan generosa y fina Contestó lo siguiente la gallina: —«Agradecida por su oferta quedo, Pero confieso a usted que tengo miedo, Porque, hablando clarito, me presumo Que un individuo lleno de aire y humo Y que me brinda estrellas por comida, Debe ser mal patrón para esta vida. Ver a mis pies los buitres y los montes, Y tener por corral los horizontes, Deben ser cosas, para vistas, bellas; Pero... amigo... ¿a qué saben las estrellas? Mis alas son, para volar, muy malas, Mas lo poco que vuelo es con mis alas, Mientras que usted (aunque gentil me ofrezca Todas las gollerías que apetezca), Como su vuelo es al capricho de otro, Y de qué otro ¡el viento! cualquier potro Menos desconfianza me inspirara Pues, caso de caer, no reventara. Siga siendo el maíz mi vil sustento; Parta usted solo ¡oh tren del firmamento! Engulla estrellas al festín de Apolo, Y hártese dellas y reviente solo». Esto es bien claro: y sin embargo, hay bobos Que ya en lo mercantil, ya en casamiento, Se embarcan para el cielo en vanos globos Henchidos, no de poesía: de viento.
es
Cruz,Juana_Inés_de_la
<XXI
¿Qué_Pasión,_Porcia,_Qué_Dolor_Tan_Ciego
¿Qué pasión, Porcia, qué dolor tan ciego te obliga a ser de ti fiera homicida? ¿O en qué ofende tu inocente vida, que así les das batalla, a sangre y fuego? Si la Fortuna airada al justo ruego de tu esposo se muestra endurecida, bástale el mal de ver su acción perdida: no acabes, con tu vida, su sosiego. Deja las brasas, Porcia, que mortales impaciente tu amor eligir quiere: no al fuego de tu amor el fuego iguales; porque si bien de tu pasión se infiere, mal morirá a las brasas materiales quien a las llamas del amor no muere.
es
Plaza_Llamas,Antonio
<XXI
Fatalidad
¡Ay infeliz de aquel que en torpe sueño ama a la virgen que soñando ve, y al despertar de su febril beleño sueña que existe lo que sueño fue! Y pierde ¡ay! su venturosa calma, y corre ciego de una sombra en pos, y busca un alma que comprenda su alma cual se comprende la virtud y Dios. Y el demonio le pone en su camino un demonio con formas de mujer, y el soñador en loco desatino, clama: —¡La virgen de mi sueño es! Y lleno de ternura y de inocencia idolatra al demonio como a Dios, y el demonio emponzoña su existencia y le arranca la fe del corazón. Hubo tiempo que ajena de dolores mi vida fue pasando, como entre blancas flores cruza feliz el aura, remedando la sonrisa del dios de los amores. Era mi alma de ángel a semblanza, un porvenir veía brillante en lontananza, y mi sensible corazón latía lleno de fe, de amor y de esperanza. Mi alma tan pura como blanco armiño y como sol ardiente rebosaba cariño, y con los sueños que abrigó mi frente latió feliz mi corazón de niño. En esta alma para el bien nacida levántele un sagrario a la que fue mi egida, mi arcángel tutelar, mi relicario, y el perfume precioso de mi vida. Fue una mujer mi creencia, mi encanto, mi religión, la vida de mi existencia, la luz de mi corazón. Y la amaba como ama el poeta su laúd, como el guerrero la fama, como el justo la virtud, como el náutico los mares, la virgen su castidad, como el proscrito sus lares, como Dios la caridad, como el avaro ama el oro, como el ciego ama la luz, como al paraíso el moro, y como el mártir la Cruz. De mi amor en el exceso, mi aspiración sólo era poner en su planta un beso, y en cambio, querido hubiera darla por lecho la espuma, y por toldo de colores las niveas alas de pluma del ángel de los amores. Y ai que formó los palmeros rogar que su mano santa tejiera con sus luceros un tapiz para su planta; que al contemplarla tan bella quería de Dios el poder. para inventar un placer exclusivo para ella. Para mí era su ventura la ventura de los dos, y la adoré en mi locura como nadie adora a Dios. Pero la verdad un día quebró el prisma de colores, y en lugar de luz y flores vi doblez, hipocresía. Conocí que deificaba a una víbora dañosa, que traidora y cariñosa el corazón me picaba. De mis sueños nacarados el panorama cambió, y en escombros vi trocados los castillos encantados que la mente fabricó. La ilusión vertiginosa castigó el Supremo Ser, porque en mi fiebre amorosa formé ¡imbécil! una diosa de quien sólo era mujer. Y eran falsos sus acentos, y era falsa su pasión, y falsos sus juramentos, y falsos sus sentimientos, y falso su corazón. Quise yo perder el juicio para no sentir mi mal, y alurdirme con el vicio arrojándome al bullicio de irritante bacanal. Y escandalosas veladas, y frenética embriaguez, y amistades depravadas, y mujeres degradadas, envejecieron mi tez. ¡Ay del que al crimen se arroja! es el crimen la expiación; yo rendido de congoja vi morir hoja tras hoja las flores del corazón. Hallé en la amistad falsía, en el goce padecer, en el amor ironía, y maldije en mi agonía mis momentos de placer. Mis labios palidecieron, y mi barba emblanqueció, y mis cabellos cayeron, y mis mejillas se hundieron, y mi frente se rugó. El triste corazón sólo es la umbra del que latiera ayer joven y fuerte; lánguido está cual lámpara que alumbra los fúnebres altares de la muerte. Murió mi corazón. Ni odia ni ama, ni palpita anhelando los placeres que presenta del mundo el panorama con sus bailes, su gloria y sus mujeres. Murió mi corazón. Sensible un día de amar y aborrecer quedó cansado; fue convulsa y horrible su agonía, pues murió el infeliz envenenado. El beso de una hermosa no lo embriaga, ni el desdén de una hermosa lo enardece; el aplauso del mundo no le halaga, ni el desprecio del mundo le entristece. Altivo roble que volvió ceniza el rugiente volcán de las pasiones, el dardo del dolor le martiriza y le niega el placer sus ilusiones. Viejo, pobre, de tedio consumido, nada en el mundo a consolarme alcanza, que en mi rebelde corazón podrido ya se apagó la luz de la esperanza. Miserable juglar, ser despreciado, siento que pesa en mi amarillo seno un lazarino corazón, preñado de lágrimas, de sangre y de veneno. Bajo mi pie la tierra se estremece, por donde voy rencores me concito, lo que aspira mi aliento languidece, lo que toca mi mano, está maldito. Si quiero el ámbar de las bellas flores aspirar con anhelo, se mueren sus olores, y si las toco, ruedan por el suelo sus transparentes hojas de colores. Cuando la sed terrible me devora, si encuentro los cristales de vertiente inodora, y mis labios acerco, en lodazales se convierte la linfa bullidora. Si de un harpa el concento apetecido se oye sonar distante, y escucho conmovido, se revientan sus cuerdas al instante y al reventar murmuran un gemido. Si oigo cantar un pájaro, enmudece; y si el sol en la cumbre del mundo, resplandece, y quiero un rayo de su viva lumbre, el sol entre las nubes desparece. Nuncio del mal, gitano pordiosero, es mi laúd si canto fatídico agorero, que es mi voz, si en la noche se levanta, del cárabo el gemido lastimero. Si ante Dios de Israel caigo de hinojos, del templo en las baldosas, con iracundos ojos me miran las imágenes piadosas y me vuelven el rostro con enojos. Si quiero orar, se anuda mi garganta, y sin querer agravio la omnipotencia santa, que audaz murmura el rencoroso labio torpe blasfemia que aun al cielo espanta. Baña helado sudor mi faz rugosa y me falta el aliento, y una voz pavorosa, ¡Salte! —me dice— y salgo, porque siento que me empuja una mano misteriosa. Ser de fastidio y maldición emblema, doquier estoy proscripto, y mi frente se quema; porque en mi vieja frente se halla escrito de un cielo vengador el anatema. Ni siquiera en llorar hallo consuelo, la fuente está agotada, y mi llanto es ¡oh cielo! una ronca, estridente carcajada que me postra sin fuerzas en el suelo. Mas... pronto moriré. ¡Soy desgraciado! y mi cuerpo que acaso dormirá insepulto en camino abandonado, de ración a los perros servirá. Triste es morir en orfandad penosa, transida el alma, yerto el corazón; sin que la madre o la querida esposa riegue con llanto el fúnebre crespón. Triste, muy triste es al dejar el mundo tender la vista en derredor de sí, y balbucir con labio moribundo: ¡Ya no hay quien tenga compasión de mí! Y ¿qué importa morir?—¡Una careta! Me vuelvo al carnaval que llaman vida, entre esa turba del cinismo atleta voy a burlarme de mi propia herida, a embromar, a reír en danza inquieta aunque esté el alma de veneno henchida, y aunque ruede beodo al precipicio quiero reír hasta perder el juicio. Y sufriré, mas sufriré callando no quiero que se burlen de mis males; riendo siempre me verán cruzando por la senda del mundo entre zarzales, que ni interés ni compasión demando: al odio y la piedad encuentro iguales, y si acaso de pena desfallezco, que ignore el mundo lo que yo padezco. Si errante voy en brazos de la suerte, ya, ¡vive Cristo! de vagar me enojo: quiero el descanso ya, quiero la muerte, quiero decir al mundo: Ahí te arrojo pedazos hecho un corazón inerte, de mi esqueleto mísero despojo: sirva de alfombra a tu brillante carro ese juguete de asqueroso barro. Y que se cumpla mi fatal destino, al fin me hastió la humanidad entera: Si es el hombre del hombre el asesino, si es la mujer del hombre la pantera, y si es la vida batallar contino, lucharé hasta morir, y cuando muera saludaré la fúnebre morada con mi ronca y convulsa carcajada.
es
Gelman,Juan
<XXI
Me_He_Acostumbrado_A_Beber_La_Noche_Lentamente
Me he acostumbrado a beber la noche lentamente, porque sé que la habitas, no importa dónde, poblándola de sueños. El viento de la noche abate estrellas temblorosas en mis manos, que aún no se conforman, viudas inconsolables de tu pelo. En mi corazón se agitan los pájaros que en él sembraste y a veces les daría la libertad que exigen para volver a ti, con el helado filo del cuchillo. Pero no puede ser. Porque estás tan en mí, tan viva en mí, que si me muero a ti te moriría. El viento de la noche abate estrellas temblorosas en mis manos, que aún no se conforman, viudas inconsolables de tu pelo. En mi corazón se agitan los pájaros que en él sembraste y a veces les daría la libertad que exigen para volver a ti, con el helado filo del cuchillo. Pero no puede ser. Porque estás tan en mí, tan viva en mí, que si me muero a ti te moriría. En mi corazón se agitan los pájaros que en él sembraste y a veces les daría la libertad que exigen para volver a ti, con el helado filo del cuchillo. Pero no puede ser. Porque estás tan en mí, tan viva en mí, que si me muero a ti te moriría. Pero no puede ser. Porque estás tan en mí, tan viva en mí, que si me muero a ti te moriría.
es
Bonifaz_Nuño,Rubén
<XXI
He_Detenido_La_Respiración
He detenido la respiración para sentir si tú respiras. A la vez has quedado tan presente y lejana. Eterna casi. Fuera del tiempo, sola, sin moverte. Y me llenó el terror incontenible de que te hubieras ido; de que te hubieras muerto en sueños, y me hubieras dejado entre los brazos sólo una imagen clara, un simulacro tibio, una perfecta máscara tuya con los ojos cerrados. Pero aquí está de nuevo como una flor brotando, como el alma de una rama florida, dulce, otra vez tu aliento dulce. Y en medio de un placer que de tan tierno me acongoja, de un sobresalto que me empequeñece, de una paz en tumulto que me ahoga, vuelvo a ser, y te miro. Vives. Estás dormida. Un temor sin objeto, una sorpresa temerosa te toma de repente, te sacude desde los pies hasta la nuca. ¿Oyes, acaso, en sueños, que te busca una voz desamparada; sientes, durmiendo, que no es justo que tú descanses, mientras alguien trabaja, mientras alguien se consume de enfermedad, mientras alguno, que tú pudiste amar, está muriendo? Afuera todo sigue pareciendo desesperadamente sin sentido; lo comprende, convulso, tu corazón amenazado. Y quisieras correr compadecida, temblorosa, quemándote de caridad y de esperanza y de fe, y recibir el sufrimiento de todos en tus brazos débiles, y con tu manto lleno de agujeros cobijarnos a todos. Y tu mano se mueve, y un sonido agitado, una palabra a medias, el principio de un gemido cruza tus dientes. ¿Has llamado? Nuevamente el silencio nube exacta cubriéndote, no traspasable atmósfera invisible te ciñe y te separa. ¿Caminas qué caminos, qué atardecida fuente bebes, qué interiores, pacíficos espejos abre tu propia luz, en que te miras; en qué oro relumbras engarzada? Sobre tu sueño flotas como en lago de aceite; nada existe fuera de la quietud que te conduce. Y como un puente milagroso, tan tenue como el júbilo más tenue, tan pensativo como un niño, un movimiento acompasado pliega las comisuras de tu boca. Todo está bien ahora. Firme como de piedra sobre piedra, el mundo. Responsable en tu paz, te sientes ligada y libre, solidaria. Comprendes la desdicha, amas la dicha humilde de las gentes. Estás de juegos inocentes, de amable amor, de alegres voces humanas, de ternura simple invadida y cercada. Y no sabes si el aire es una playa, si eres feliz porque cumpliste los quehaceres del alma diarios: porque recién lavada brilla cada parte en su sitio tu facultad de regalar el gozo: o porque eres hermosa; o si la primavera... Algo, que alumbra todo, se refleja, grave de consecuencias dulces, en tu semisonrisa. Todo está en orden; cada cosa arreglada a su fin. Tan necesario es tu mínimo gesto, como el acto de entreabrir una puerta. Porque yo estuve solo quiero pensar que tú estuviste sola. Que no te fuiste, que dormías. Que me dejaste sin dejarme, y me necesitabas para poder estar contenta. De cualquier modo, he recobrado mi lugar en el mundo: regresaste, te volviste accesible. Me devuelves el tiempo, el dolor, los caminos, la alegría, la voz, el cuerpo, el alma, y la vida y la muerte, y lo que vive más allá de la muerte. Me lo devuelves todo encarcelado en la apariencia de una mujer, tú misma, a la que amo. Volviste poco a poco, despertaste, y no te sorprendiste de encontrarme contigo. Y casi pude ver el último peldaño del secreto que subías al dormir, pues abriste muy despacio, muy plácidos tus ojos adentro de mis ojos que velaban.
es
Machado,Manuel
<XXI
Silba_En_El_Aire_Ya_La_Bala
Silba en el aire ya la bala que nos ha de matar, y en tanto ciega nuestros ojos un llanto de despedida. En la hora mala de tu partida, compañero, nos preguntamos unos a otros cuándo nos tocará a nosotros... Psicología de torero. Es bien cruel, bien española, pero divierte a la canalla, y hay que seguir en la batalla mientras tu huesa queda sola. ¡Valiente soldado del Arte, adiós, que luego nos veremos!... También nosotros pronto iremos con nuestra música a otra parte.
es
Muñiz,Lucía
XXI
Hoy_Estoy_Tan_Triste_Como_Un_Suspiro_De_La_Noche
Hoy estoy tan triste como un suspiro de la noche si las estrellas murmuraran dirían que me vieron irme lejos el viento se lleva mis lamentos, quizás por eso nadie escucha que hoy soy un suspiro como esos del final de la vida o como la tristeza con la que vibró mi cuerpo al sentir tu deseo sabiendo que jamás podría cubrirte de besos Quizás estoy asi porque te fuiste sin habernos mirado por no quedar envueltos para siempre en el reflejo. Ahora sé por qué estoy tan triste. Estarás escuchando lo que que el viento dice? Lo que callé alguna vez. Gracias por irte. Porque quizás te amo.
es
Sabines,Jaime
<XXI
¿Quién_Es_Fidel?,_Me_Dicen
¿Quién es Fidel?, me dicen, y yo no lo conozco. Una noche en el malecón una muchacha que estaba conmigo dio de gritos palmoteando: «ahí va Fidel, ahí va Fidel», y yo vi pasar tres carros. Otra vez, en un partido de pelota, la gente le gritaba: «no seas maleta, Fidel» como quien le habla a un hermano. «Vino Fidel y dijo...», dice el guajiro. El obrero dice: Vino Fidel. Yo he sacado en conclusión de todo esto que Fidel es un duende cubano. Tiene el don de la ubicuidad, está en la escuela y en el campo, en la junta de ministros y en el bohío serrano entre las cañas y los plátanos. En realidad, Fidel es el nombre del viento que levanta a cada cubano.
es
Boronat,Rubén_Manuel
XXI
¿Y_Si_Fuera_Verdad?
¿Y si estuviera de ti enamorado igual que un niño? ¡Y si fuera verdad! ¿El creciente temblor cuando te veo será síntoma más de un amor nuevo? ¿Y si fuera verdad la inquietud que aprieta, el rubor que sube, el clamor que agita, el tropel que abruma? ¿Y si fuera verdad cuánto te quiero? ¡Y si fuera verdad! ¿El creciente temblor cuando te veo será síntoma más de un amor nuevo? ¿Y si fuera verdad la inquietud que aprieta, el rubor que sube, el clamor que agita, el tropel que abruma? ¿Y si fuera verdad cuánto te quiero? ¿Y si fuera verdad la inquietud que aprieta, el rubor que sube, el clamor que agita, el tropel que abruma? ¿Y si fuera verdad cuánto te quiero? ¿Y si fuera verdad cuánto te quiero?
es
Mena,Juan_de
<XXI
La_Orden_Del_Cielo_Exemplo_Te_Sea:
La orden del cielo exemplo te sea: guarda la mucha costancia del Norte; mira el Trión, que ha por deporte ser inconstante, que siempre rodea; e las siete Pleyas que Atlas otea, que juntas parescen en muy chica suma, siempre s'esconden venida la bruma; cada qual guarde qualquier ley que sea.
es
Unamuno,Miguel_de
<XXI
Vuelve_A_Erumpir_Aquel_Volcán_De_Cieno
The central mud volcano. Vuelve a erumpir aquel volcán de cieno que guarda en su cogollo nuestra Europa y sobre España vierte de su copa las heces bien yeldadas con veneno. A fuerza nos las mete con barreno sabiendo bien que aquello con que topa, no se limpia después ni aun con garlopa que en su rasgar nos desgarrara el seno Guisa la historia cual le viene en gana pues ella tiene la sartén del mango y a quien a lagotearla no se allana le echa la mugre, de su ciencia el fango, que en estos tiempos de plomada y llana no hay como ser nación de primer rango.
es
Montobbio,Santiago
<XXI
Como_Tú_Bien_Dices
Como las antes tan respetadas plañideras han sido prohibidas en los días y en los cuadros —pues cada vez se hizo más persistente el rumor de que su oficio hacía cosquillas a los muertos— quizá sí podría asegurarles que nunca como ahora estuvo tan en suspenso el mundo. Y como acaso también es verdad que ya hemos pasado todo el miedo que nos dijeron que tendríamos que pasar y como puede que también sea cierto que por las rendijas de una tarde por fin llueva ya otro tiempo como llueve un duelo o llueve un beso tímidamente ahora se me ocurre que tú y yo podríamos jugar a parchís con el silencio obligando a nuestro amor a que hiciera de tablero. Pero no. Es verdad: no estoy seguro, no me atrevo. ¿Qué quieres? Como tú bien dices, alguien puede estar mirando.
es
Guillén,Nicolás
<XXI
Un_Soldado_Blanquirrubio
Un soldado blanquirrubio y un soldado negritinto, van, empapados de sol, haciendo el mismo camino. Llevan el máuser al hombro, llevan el machete al cinto, llevan el canto en los labios, llevan el traje amarillo. Las espuelas estrelladas relumbran con fiero brillo, y van regando en el polvo sus cinco puntas de ruido. Una voz en el camino —¡No sigáis, soldado, no, que aquí el camino se acaba! Dormid en mi cuarto seco, y no en la yerba mojada, bebed agua de mi pozo, y no fango de la charca; ved la tarde cómo cae y la noche cómo se alza: los rifles, que sigan rifles; las balas, que sigan balas; mas vosotros no sigáis, que aquí el camino se acaba. Al pueblo pueblo otra vez Los dos soldados pararon, y sobre el prieto camino ya no hubo máuser al hombro, ya no hubo machete al cinto, ya no hubo duras espuelas, ya no hubo traje amarillo. ¡Al pueblo pueblo otra vez volvieron los soldaditos, cuando supieron los dos, blanquirrubio, negritinto, sobre el camino soleado donde acababa el camino! Llegada El pueblo pueblo los vio llegar, ya entrada la noche, tan distintos y contentos que a poco no los conoce. Ninguno a la voz rajada contesta de antiguos bronces; y ninguno, como fiera, detrás de su hermano corre: los dos ven con ojos nuevos, gritan los dos nuevas voces, y los dos, nuevas palabras con nuevos oídos oyen. Canto y futuro El pueblo pueblo los vio, y así les cantó saltando: —¡A la sangre, sangre, sangre, de los soldados, soldados, hay que ponerle, ponerle, un poco más de cuidado! Y los soldados decían, también saltando y cantando: —Agua sin correr, se pudre; sangre sin olas, es charco; ¡corazón con ola y viento, no corazón estancado! Una voz en el camino Al pueblo pueblo otra vez Llegada Canto y futuro
es
Arciniegas,Ismael_Enrique
<XXI
Tenía_La_Tristeza_Del_Cielo_En_El_Otoño
Tenía la tristeza del cielo en el otoño, La tristeza de un rayo de luna sobre el mar; Lo raro y misterioso que al corazón seduce, Y de un ensueño casto la dulce vaguedad. Su palidez hablaba de anhelos imposibles, —Estrellas apagadas en un lejano azul—, De anhelos imposibles en días de esperanza, Cuando se habría al cielo, cual flor, su juventud. Copo de nieve, copo que cruza las tinieblas, Intacto, así la vida cruzó su corazón. Selló un misterio siempre su alma. Y sólo un beso, El beso del Ensueño, su labio conoció. De sueños de pureza formó su virgen alma, —Enamorada eterna de un místico ideal— De sueños de pureza... cual ramo de albas flores, Cual ramo que debía morir en un altar.
es
Cetina,Gutierre_de
<XXI
Pasan_Tan_Prestos_Los_Alegres_Días
Pasan tan prestos los alegres días, volando sin parar apresurados, y del perdido bien acompañados llevan tras sí las esperanzas mías. Mas los que traen las ansias, las porfías, temor, recelos, bascas y cuidados, éstos pasan despacio, tan pesados, que parece que van por otras vías. Pues si no muda el sol su movimiento, si regla cierta en sus caminos guarda, si no se puede errar orden del cielo, las horas enojosas del tormento ¿por qué tan luengas son? ¿Cómo se tarda? Y las alegres, ¿quién las lleva en vuelo?
es
Vega,Garcilaso_de_la
<XXI
Soneto_Xxvi
Echado está por tierra el fundamento que mi vivir cansado sostenía. ¡Oh cuánto bien se acaba en solo un día! ¡Oh cuántas esperanzas lleva el viento! ¡Oh cuán ocioso está mi pensamiento cuando se ocupa en bien de cosa mía! A mi esperanza, así como a baldía, mil veces la castiga mi tormento. Las más veces me entrego, otras resisto con tal furor, con una fuerza nueva, que un monte puesto encima rompería. Aquéste es el deseo que me lleva, a que desee tornar a ver un día a quien fuera mejor nunca haber visto. ¡Oh cuán ocioso está mi pensamiento cuando se ocupa en bien de cosa mía! A mi esperanza, así como a baldía, mil veces la castiga mi tormento. Las más veces me entrego, otras resisto con tal furor, con una fuerza nueva, que un monte puesto encima rompería. Aquéste es el deseo que me lleva, a que desee tornar a ver un día a quien fuera mejor nunca haber visto. Las más veces me entrego, otras resisto con tal furor, con una fuerza nueva, que un monte puesto encima rompería. Aquéste es el deseo que me lleva, a que desee tornar a ver un día a quien fuera mejor nunca haber visto. Aquéste es el deseo que me lleva, a que desee tornar a ver un día a quien fuera mejor nunca haber visto.
es
Arciniegas,Ismael_Enrique
<XXI
Entre_Los_Temblorosos_Cocoteros
Entre los temblorosos cocoteros Sollozaba la brisa; y en la rada, Del ocaso los rayos postrimeros Eran como una inmensa llamarada. Al oír mi reproche Se apagaron en llanto sus sonrojos, Y fue cual pincelada de la noche El cerco de violetas de sus ojos. Y al confesar su culpa, Su voz era sollozo de agonía, Y la blancura de su tez fingía Del coco tropical la nívea pulpa.
es
López_Velarde,Ramón
<XXI
Tarde_De_Lluvia_En_Que_Se_Agravan
Tarde de lluvia en que se agravan al par que una íntima tristeza un desdén manso de las cosas y una emoción sutil y contrita que reza. Noble delicia desdeñar con un desdén que no se mide, bajo el equívoco nublado: alba que se insinúa, tarde que se despide. Sólo tú no eres desdeñada, pálida que al arrimo de la turbia vidriera, tejes en paz en la hora gris tejiendo los minutos de inmemorial espera. Llueve con quedo sonsonete, nos da el relámpago luz de oro y entra un suspiro, en vuelo de ave fragante y húmeda, a buscar tu regazo, que es refugio y decoro. ¡Oh, yo podría poner mis manos sobre tus hombros de novicia y sacudirte en loco vértigo por lograr que cayese sobre mí tu caricia, cual se sacude el árbol prócer (que preside las gracias floridas de un vergel) por arrancarle la primicia de sus hojas provectas y sus frutos de miel! Pero pareces balbucir, toda callada y elocuente: «Soy un frágil otoño que teme maltratarse» e infiltras una casta quietud convaleciente y se te ama en una tutela suave y leal, como a una párvula enfermiza hallada por el bosque un día de vendaval. Tejedora: teje en tu hilo la inercia de mi sueño y tu ilusión confiada; teje el silencio; teje la sílaba medrosa que cruza nuestros labios y que no dice nada; teje la fluida voz del Ángelus con el crujido de las puertas; teje la sístole y la diástole de los penados corazones que en la penumbra están alertas. Divago entre quimeras difuntas y entre sueños nacientes, y propenso a un llanto sin motivo, voy, con el ánima dispersa en el atardecer brumoso y efusivo, contemplándote, Amor, a través de una niebla de pésame, a través de una cortina ideal de lágrimas, en tanto que tejes dicha y luto en un limbo sentimental. Noble delicia desdeñar con un desdén que no se mide, bajo el equívoco nublado: alba que se insinúa, tarde que se despide. Sólo tú no eres desdeñada, pálida que al arrimo de la turbia vidriera, tejes en paz en la hora gris tejiendo los minutos de inmemorial espera. Llueve con quedo sonsonete, nos da el relámpago luz de oro y entra un suspiro, en vuelo de ave fragante y húmeda, a buscar tu regazo, que es refugio y decoro. ¡Oh, yo podría poner mis manos sobre tus hombros de novicia y sacudirte en loco vértigo por lograr que cayese sobre mí tu caricia, cual se sacude el árbol prócer (que preside las gracias floridas de un vergel) por arrancarle la primicia de sus hojas provectas y sus frutos de miel! Pero pareces balbucir, toda callada y elocuente: «Soy un frágil otoño que teme maltratarse» e infiltras una casta quietud convaleciente y se te ama en una tutela suave y leal, como a una párvula enfermiza hallada por el bosque un día de vendaval. Tejedora: teje en tu hilo la inercia de mi sueño y tu ilusión confiada; teje el silencio; teje la sílaba medrosa que cruza nuestros labios y que no dice nada; teje la fluida voz del Ángelus con el crujido de las puertas; teje la sístole y la diástole de los penados corazones que en la penumbra están alertas. Divago entre quimeras difuntas y entre sueños nacientes, y propenso a un llanto sin motivo, voy, con el ánima dispersa en el atardecer brumoso y efusivo, contemplándote, Amor, a través de una niebla de pésame, a través de una cortina ideal de lágrimas, en tanto que tejes dicha y luto en un limbo sentimental. Sólo tú no eres desdeñada, pálida que al arrimo de la turbia vidriera, tejes en paz en la hora gris tejiendo los minutos de inmemorial espera. Llueve con quedo sonsonete, nos da el relámpago luz de oro y entra un suspiro, en vuelo de ave fragante y húmeda, a buscar tu regazo, que es refugio y decoro. ¡Oh, yo podría poner mis manos sobre tus hombros de novicia y sacudirte en loco vértigo por lograr que cayese sobre mí tu caricia, cual se sacude el árbol prócer (que preside las gracias floridas de un vergel) por arrancarle la primicia de sus hojas provectas y sus frutos de miel! Pero pareces balbucir, toda callada y elocuente: «Soy un frágil otoño que teme maltratarse» e infiltras una casta quietud convaleciente y se te ama en una tutela suave y leal, como a una párvula enfermiza hallada por el bosque un día de vendaval. Tejedora: teje en tu hilo la inercia de mi sueño y tu ilusión confiada; teje el silencio; teje la sílaba medrosa que cruza nuestros labios y que no dice nada; teje la fluida voz del Ángelus con el crujido de las puertas; teje la sístole y la diástole de los penados corazones que en la penumbra están alertas. Divago entre quimeras difuntas y entre sueños nacientes, y propenso a un llanto sin motivo, voy, con el ánima dispersa en el atardecer brumoso y efusivo, contemplándote, Amor, a través de una niebla de pésame, a través de una cortina ideal de lágrimas, en tanto que tejes dicha y luto en un limbo sentimental. Llueve con quedo sonsonete, nos da el relámpago luz de oro y entra un suspiro, en vuelo de ave fragante y húmeda, a buscar tu regazo, que es refugio y decoro. ¡Oh, yo podría poner mis manos sobre tus hombros de novicia y sacudirte en loco vértigo por lograr que cayese sobre mí tu caricia, cual se sacude el árbol prócer (que preside las gracias floridas de un vergel) por arrancarle la primicia de sus hojas provectas y sus frutos de miel! Pero pareces balbucir, toda callada y elocuente: «Soy un frágil otoño que teme maltratarse» e infiltras una casta quietud convaleciente y se te ama en una tutela suave y leal, como a una párvula enfermiza hallada por el bosque un día de vendaval. Tejedora: teje en tu hilo la inercia de mi sueño y tu ilusión confiada; teje el silencio; teje la sílaba medrosa que cruza nuestros labios y que no dice nada; teje la fluida voz del Ángelus con el crujido de las puertas; teje la sístole y la diástole de los penados corazones que en la penumbra están alertas. Divago entre quimeras difuntas y entre sueños nacientes, y propenso a un llanto sin motivo, voy, con el ánima dispersa en el atardecer brumoso y efusivo, contemplándote, Amor, a través de una niebla de pésame, a través de una cortina ideal de lágrimas, en tanto que tejes dicha y luto en un limbo sentimental. ¡Oh, yo podría poner mis manos sobre tus hombros de novicia y sacudirte en loco vértigo por lograr que cayese sobre mí tu caricia, cual se sacude el árbol prócer (que preside las gracias floridas de un vergel) por arrancarle la primicia de sus hojas provectas y sus frutos de miel! Pero pareces balbucir, toda callada y elocuente: «Soy un frágil otoño que teme maltratarse» e infiltras una casta quietud convaleciente y se te ama en una tutela suave y leal, como a una párvula enfermiza hallada por el bosque un día de vendaval. Tejedora: teje en tu hilo la inercia de mi sueño y tu ilusión confiada; teje el silencio; teje la sílaba medrosa que cruza nuestros labios y que no dice nada; teje la fluida voz del Ángelus con el crujido de las puertas; teje la sístole y la diástole de los penados corazones que en la penumbra están alertas. Divago entre quimeras difuntas y entre sueños nacientes, y propenso a un llanto sin motivo, voy, con el ánima dispersa en el atardecer brumoso y efusivo, contemplándote, Amor, a través de una niebla de pésame, a través de una cortina ideal de lágrimas, en tanto que tejes dicha y luto en un limbo sentimental. Pero pareces balbucir, toda callada y elocuente: «Soy un frágil otoño que teme maltratarse» e infiltras una casta quietud convaleciente y se te ama en una tutela suave y leal, como a una párvula enfermiza hallada por el bosque un día de vendaval. Tejedora: teje en tu hilo la inercia de mi sueño y tu ilusión confiada; teje el silencio; teje la sílaba medrosa que cruza nuestros labios y que no dice nada; teje la fluida voz del Ángelus con el crujido de las puertas; teje la sístole y la diástole de los penados corazones que en la penumbra están alertas. Divago entre quimeras difuntas y entre sueños nacientes, y propenso a un llanto sin motivo, voy, con el ánima dispersa en el atardecer brumoso y efusivo, contemplándote, Amor, a través de una niebla de pésame, a través de una cortina ideal de lágrimas, en tanto que tejes dicha y luto en un limbo sentimental. Tejedora: teje en tu hilo la inercia de mi sueño y tu ilusión confiada; teje el silencio; teje la sílaba medrosa que cruza nuestros labios y que no dice nada; teje la fluida voz del Ángelus con el crujido de las puertas; teje la sístole y la diástole de los penados corazones que en la penumbra están alertas. Divago entre quimeras difuntas y entre sueños nacientes, y propenso a un llanto sin motivo, voy, con el ánima dispersa en el atardecer brumoso y efusivo, contemplándote, Amor, a través de una niebla de pésame, a través de una cortina ideal de lágrimas, en tanto que tejes dicha y luto en un limbo sentimental. Divago entre quimeras difuntas y entre sueños nacientes, y propenso a un llanto sin motivo, voy, con el ánima dispersa en el atardecer brumoso y efusivo, contemplándote, Amor, a través de una niebla de pésame, a través de una cortina ideal de lágrimas, en tanto que tejes dicha y luto en un limbo sentimental.
es
Selgas_y_Carrasco,José
<XXI
La_Primavera._Introducción
Ellos los años son, bella es la vida En aquella feliz edad de flores En sueños de inocencia adormecida; Cuando el alma no tiene sinsabores, Y cuando el corazón aún no ha pagado Tributo de dolor a los dolores; Cuando vive feliz y sin cuidado; Muestra de lo que el hombre ser podía, Muestra de lo que fue sin el pecado. Mas ¡ah! que la inquietud y la agonía, Aún no traspuesta la infeliz infancia, No nos dejan un punto de alegría. ¡Saber!... necia ambición, vana arrogancia; Pues cuanto más el hombre en él se empeña, Más se cubre de luto y de ignorancia. ¿Qué difícil estudio nos enseña A cegar el abismo tenebroso Por donde nuestra vida se despeña? ¿Es por ventura el sabio más dichoso? Y el que la suerte a las riquezas lanza ¿Cuenta muchos instantes de reposo? Y la esperanza al fin... ¿qué es la esperanza Más que la dolorosa resistencia Que hacemos al pesar que nos alcanza? ¡Difícil inquietud! ¡Triste experiencia! ¡Quién pudiera trocar todos sus años Por unas breves horas de inocencia! ¿Y por qué a la virtud somos extraños? ¿Por qué este afán tenemos a una vida Tan llena de amargura y desengaños? La bulliciosa juventud convida A festines de amor, y nos ofrece La copa del placer apetecida. El alma se dilata y se estremece: Palpa la realidad, rásgase el velo... Y toda la ilusión desaparece. Entonces llega el matador recelo; Entonces llega la inquietud sombría, Y llegan el dolor y el desconsuelo. Y lento llega y perezoso un día, Y otro día también; y todo llega, Sin término poner a su agonía. El amor engañado se repliega; Crece la flor de los recuerdos triste, Porque con tristes lágrimas se riega. Si lozano el espíritu resiste, En vano intenta renovar la vida Dentro de un corazón que ya no existe. Así felicidad la más querida, La que fuera la luz de la existencia Es de nosotros mismos homicida. ¡Infalible verdad! ¡Triste experiencia! ¡Quién pudiera trocar todos sus años Por unas breves horas de inocencia! ¿Y por qué a la virtud somos extraños? ¿No es la virtud la amiga bienhechora Que evita dolorosos desengaños? ¿No consuela el dolor que nos devora? Si llora con nosotros... ¡qué dulzura No derrama en las lágrimas que llora! Mágica luz de nuestra vida oscura, Destello tibio, misterioso y santo, Que sigue al sol de la inocencia pura. Ella nos cubre con su hermoso manto Ella el afán mitiga y el desvelo; Ella nos presta inagotable encanto. Ella, que es inmortal, porque es del cielo, Cuando a morir la muerte nos inclina, Nos llena de esperanza y de consuelo. Siempre a la par de nuestro bien camina, Y después de esta vida transitoria, Sobre nuestro sepulcro se reclina. Ella llena de luz nuestra memoria Ella en brillantes páginas escribe De la vida fugaz la breve historia, Y sólo ¡oh Dios! para nosotros vive: Y sólo, sólo con cuidados paga Los muchos desengaños que recibe. ¡Quién no será feliz si ella le halaga! ¿Dónde se halla el placer, do la ventura, Que como la virtud nos satisfaga? Virtud, santa virtud, tu llama pura Alumbre con sus vívidos fulgores La triste imagen de mi vida oscura. Tú sabes mitigar mis sinsabores, Tú, y el recuerdo de la edad primera, Fanal que guarda deliciosas flores. Aurora de tranquila primavera, Sonrisa del placer más inocente, Que fuera nuestro bien si eterna fuera. Entonces que la vida dulcemente, Al torpe engaño y la ambición extraña, La mansa paz de la inocencia siente; Entonces que el espíritu no engaña El afán de la vida, ni el tormento De la envidia maléfica le daña; Entonces que discurre el pensamiento Por campos en verdura siempre iguales, Sin pena, ni temor, ni sentimiento Entonces que los labios virginales Recogen con espléndida dulzura La pasión de los besos maternales, Y el alma coronada de hermosura Entre Dios y los hombres se levanta, Emblema hermoso de inocencia pura. Inocencia feliz que nos encanta, Virtud que a ser felices nos enseña Y al bien dirige nuestra torpe planta. Flores ¡oh Dios! que en destrozar se empeña El revuelto tropel de las pasiones Por donde nuestra vida se despeña. Los grandes y valientes corazones A la virtud y a la inocencia fían Sus castas y profundas ilusiones Que la virtud y la inocencia envían Consuelo al mal y luz a la ignorancia De los que a su grandeza se confían. Llenos de vuestra tímida fragancia, Venid a perfumar mi pensamiento, Dulcísimos recuerdos de la infancia. Virtud, dame tu fe, dame tu aliento olvida mis pasados desvaríos; Brille en mi corazón tu sentimiento; Brille en mi vida, y en los versos míos.
es
Vega,Lope_Félix_de
<XXI
Éstos_Los_Sauces_Son_Y_Ésta_La_Fuente
Éstos los sauces son y ésta la fuente, los montes éstos, y ésta la ribera donde vi de mi sol la vez primera los bellos ojos, la serena frente. Éste es el río humilde y la corriente, y ésta la cuarta y verde primavera que esmalta el campo alegre y reverbera en el dorado Toro el sol ardiente. Árboles, ya mudó su fe constante, mas, ¡oh gran desvarío!, que este llano, entonces monte, le dejé sin duda. Luego no será justo que me espante, que mude parecer el pecho humano, pasando el tiempo que los montes muda. Éste es el río humilde y la corriente, y ésta la cuarta y verde primavera que esmalta el campo alegre y reverbera en el dorado Toro el sol ardiente. Árboles, ya mudó su fe constante, mas, ¡oh gran desvarío!, que este llano, entonces monte, le dejé sin duda. Luego no será justo que me espante, que mude parecer el pecho humano, pasando el tiempo que los montes muda. Árboles, ya mudó su fe constante, mas, ¡oh gran desvarío!, que este llano, entonces monte, le dejé sin duda. Luego no será justo que me espante, que mude parecer el pecho humano, pasando el tiempo que los montes muda. Luego no será justo que me espante, que mude parecer el pecho humano, pasando el tiempo que los montes muda.
es
Ibarbourou,Juana_de
<XXI
Una_Parva_Es_Un_Lecho_Que_Amor_Aroma_Y_Mulle
Una parva es un lecho que Amor aroma y mulle, Y el sol, como un amigo cómplice, entibia y dora. Tan pronto hace de nido donde un jilguero bulle, Como es cama mullida de cansada pastora. La adoran los zagales. Las parvas campesinas Se prestan a inocentes placeres rustícanos, O son como opulentas y agrestes celestinas Erguidas en la alfombra musgosa de los llanos. Dafnis y Cloe buscan su sombra protectora. Juega como un cordero la pequeña pastora Rodando entre la paja que le dora las greñas. Y, cómplices de amantes en las nocturnas citas, Se aroman de ese vago perfume a margaritas Que llevan en las alas las auras abrileñas.
es
García_Cabrera,Pedro
<XXI
De_Un_Salto,_Sobre_El_Mar
De un salto, sobre el mar, el camino ha llegado a nuestra casa ronroneando como un gato. Un poco tarde se le ha hecho: manotazos de avispas e instantes como años lo llevaron de un lado para otro, de rejas a desiertos, con temores y muertes. Pero al fin ya tenemos los dos la misma llave para abrir y cerrar la misma puerta, sin que el ojo de la cerradura se sorprenda de verme llegar solo. Antes de venir tú, el tiempo pasaba oyéndome llover. Apenas si podía llevarme agua a los labios de tan fría y tan sola. Las cosas de la casa monologaban un silencio de piezas de ajedrez. Cada una un lingote de soledad. A veces me tendían las manos el color, un poco naufragadas, con una doncellez de solteronas. Ahora ya es distinto. Hasta las más vulgares, las que todos los días trajinamos, cobran un aire nuevo, nacidas a otra vida, millonarias de una quiniela de ternura. Todas han comenzado a compartirte y calar la expresión de tus maneras. Ya el reloj no se para por tener a quien decir la hora. Ya el libro es realmente un compañero, no el mago ilusionista que ocultara mi libertad interior, que me impidiera el respirar por mi horizonte herido. Pero ya estás aquí. Desde hoy la escalera subirá los peldaños contigo. Y el timbre de la puerta hará vibrar las ramas del silencio desde el trino del pájaro que despierta la yema de tus dedos.
es
Flórez,Julio
<XXI
Si_En_Esta_Alma_Dolorida
Si en esta alma dolorida reina la desolación, si llevo en el corazón toda la hiel de la vida; si está en mi pecho escondida la medusa de los celos y sólo zarzas y hielos encuentro por donde voy... si ante mis súplicas hoy están cerrados los cielos... ¿Por qué me pides que vierta, este espíritu sombrío, una gota de rocio? ¿no ves q'el alma está muerta? ¿cuándo en la playa desierta pudo brotar una flor? ¿cuándo el pobre trovador, un canto podrá verter, de entusiasmo o de placer, bajo el yugo del dolor? ¡Oh!, no me pidas cantares alegres, que mi canción al salir del corazón tiene el sabor de los mares. Si te duelen mis pesares y es cierto que me amas tanto, pide un ¡ay! a mi quebranto y reclama al pecho mío, no una gota de rocío.... sino una gota de llanto.
es
Galeano,Eduardo
<XXI
Nochebuena
Fernando Silva dirige el hospital de niños en Managua. En vísperas de Navidad, se quedó trabajando hasta muy tarde. Ya estaban sonando los cohetes, y empezaban los fuegos artificiales a iluminar el cielo, cuando Fernando decidió marcharse. En su casa lo esperaban para festejar. Hizo una última recorrida por las salas, viendo si todo queda en orden, y en eso estaba cuando sintió que unos pasos lo seguían. Unos pasos de algodón; se volvió y descubrió que uno de los enfermitos le andaba atrás. En la penumbra lo reconoció. Era un niño que estaba solo. Fernando reconoció su cara ya marcada por la muerte y esos ojos que pedían disculpas o quizá pedían permiso. Fernando se acercó y el niño lo rozó con la mano: —Decile a... —susurró el niño—. Decile a alguien, que yo estoy aquí. Decile a Decile a alguien, que yo estoy aquí.
es
González-Haba,José_Antonio
<XXI
Canto_Muerto_Del_Mediodía
Canto muerto del mediodía que ni a la noche la esperó ni a la aurora contempló. En las inmensas retiradas me desbando aterrado, en las inmensas convocatorias integro en las masas corales. Oyente de todos los discursos, asistente a todos los Te-Deums, aprovecho las grandes ocasiones, ingreso en correccionales, reaparezco indultado en las conmemoraciones más antiguas, soy el muerto que no piensa, que no renuncia a su puesto entre los tiempos. Cubre mi cabeza inmenso sombrero. Cierra mi cuello botón de nácar. Reviento mis cafés de cazalla. Se abre mi boca albañal de perfumes.
es
Jiménez,Juan_Ramón
<XXI
Mi_Triste_Ansia
Lo que corre por la tierra es humo, no agua. Y su azul se desvanece como mi ansia. Lo que vuela por el aire es bruma, no ala. Y su pluma se deshace como mi ansia. Lo que sube por la sombra es sueño, no alma. Y su gris se descompone como mi ansia.
es
Gómez_Avellaneda,Gertrudis
<XXI
Era_La_Edad_Lisonjera
Era la edad lisonjera En que es un sueño la vida: Era la aurora hechicera De mi juventud florida, En su sonrisa primera. Cuando contenta vagaba Por el campo silenciosa, Y en escuchar me gozaba La tórtola que entonaba Su querella lastimosa. Melancólico fulgor Blanca luna repartía, Y el aura leve mecía Con soplo murmurador La tierna flor que se abría. ¡Y yo gozaba! El rocío, Nocturno llanto del cielo, El bosque espeso y umbrío, La dulce quietud del suelo, El manso correr del río. Y de la luna el albor, Y el aura que murmuraba Acariciando a la flor, Y el pájaro que cantaba... ¡Todo me hablaba de amor! Y trémula, palpitante, En mi delirio extasiada, Miré una visión brillante, Como el aire perfumada, Como las nubes flotante. Ante mí resplandecía Como un astro brillador Y mi loca fantasía Al fantasma seductor Tributaba idolatría. Escuchar pensé su acento En el canto de las aves: Eran las auras su aliento Cargadas de aromas suaves, Y su estancia el firmamento. ¿Qué ser divino era aquél? ¿Era un Ángel o era un hombre? ¿Era un Dios o era Luzbel...? ¿Mi visión no tiene nombre? ¡Ah! nombre tiene... ¡Era Él! El alma guardaba tu imagen divina Y en ella reinabas ignoto señor, Que instinto secreto tal vez ilumina La vida futura que espera el amor. Al Sol que en el cielo de Cuba destella, Del trópico ardiente brillante fanal, Tus ojos eclipsan, tu frente descuella Cual se alza en la selva la palma real. Del genio la aureola, radiante, sublime, Ciñendo contemplo tu pálida sien, Y al verte , mi pecho palpita , y se oprime, Dudando si formas mi mal o mi bien. Que tú eres no hay duda mi sueño adorado, El ser que vagando mi mente buscó, Mas ¡ay! que mil veces el hombre, arrastrado Por fuerza enemiga, su mal anheló. Así vi a la mariposa Inocente, fascinada, En torno a la luz amada Revolotear con placer. Insensata se aproxima Y le acaricia insensata, Hasta que la luz ingrata Devora su frágil ser. Y es fama que allá en los bosques Que adornan mi patria ardiente, Nace y crece una serpiente De prodigioso poder. Que exhala en torno su aliento Y la ardilla palpitante, Fascinada, delirante, ¡Corre!... ¡y corre a perecer! ¿Hay una mano de bronce, Fuerza, poder, o destino. Que nos impele al camino Que a nuestra tumba trazó?... ¿Dónde van, dónde, esas nubes Por el viento compelidas?... ¿Dónde esas hojas perdidas Que del árbol arrancó?... ¡Vuelan, vuelan resignadas, Y no saben donde van! Pero siguen el camino Que les traza el huracán. Vuelan, vuelan en sus alas Nubes y hojas a la par, Ya a los cielos las levante Ya las sumerja en el mar. ¡Pobres nubes! ¡pobres hojas Que no saben donde van!... Pero siguen el camino Que les traza el huracán.
es
Hartzenbusch,Juan_Eugenio
<XXI
Los_Mandamientos_De_España
Dicen que locos y niños hablan siempre la verdad: la lengua de un niño loco debe ser la más veraz. Un niño demente había, que en medio de achaque tal, iba, sin embargo, dócil a la escuela del lugar. El maestro, que observó que era el loco algo capaz, quiso que de la doctrina supiese lo principal. —¿Cuáles son, le preguntaba un día para probar, los mandamientos de Dios que rigen la cristiandad? —A los hombres, dijo el chico, diez impuso en general, y después a las naciones otros en particular. Dios manda que España tenga trono firme y libertad, montes, caminos, marina... y el peñón de Gibraltar.
es
Pérez-Ayala_Huertas,Javier
XXI
El_Suave_Mimo_Del_Pávido_Viento
El suave mimo del pávido viento interpreta la melodía ansiada del discernimiento en alma liada en cien espinas de temor sediento. Son heridas de un rosal vetusto que enmarañan el altanero tallo en el que fortuitas rosas yo hallo en la cosecha del invierno adusto Que es mi asustada vida mi tesoro, fundada bajo yugo de la espada, de flores trémulas la condecoro ¿Que profunda angustia es encargada de humillar mi goleta en el escoro prohibiendo que fluya sosegada?
es
Palacios,Zacarías
XXI
Por_Las_Sendas_Azules_De_Los_Cielos
Por las sendas azules de los cielos llegan las golondrinas y bailan un ballet misterioso y bello en todas las esquinas. Son veloces y chillones ensueños que cantan y que gritan colgando, en las alturas de torres y de enebros, los ritmos de sus liras. Sao raudas como el viento dibujan, a su paso, guirnaldas infinitas que encienden un misterio. en todas las colinas e iluminan los cerros con sus vuelos rasantes y audaces griterías. Sus rondas y sus juegos anuncian las albricias y el requiebro de una primavera, que llegará encendida desde lejos para sembrar los campos y campiñas de estrellas y luceros, de paz y de sonrisas y de sueños. Dejad que los senderos de esta vida nos traigan golondrinas y llenen los silencios de esperanzas dormidas y tranquilas.
es
Díaz_Mirón,Salvador
<XXI
Recio_Y_Amplio_Edificio_Que_No_Brilla
Recio y amplio edificio que no brilla por la elegancia y el primor del arte. Fue convento y capilla y es hospital. Elévase a la orilla del mar, hacia la parte de oriente, por la cual hay un baluarte, de dos que duran a evocar memoria de antiguos tiempos de tumulto y gloria. Junto a ríspida rampa de granito, roña de ruinas y despojos muerde restos de la muralla de circuito que son postrer vestigio que se pierde, y entre la playa bruna y el amparo de los pacientes míseros, un claro borda en rústico alarde alfombra verde. Al norte, recta y espaciosa vía que a un lado y otro del arroyo cría y a despecho del régimen propaga mantos de zacatillo y verdolaga, y que a un extremo y a cerrar el fondo tiene un médano gris, enhiesto y mondo. Al sur y herboso como inculto predio, un parquecillo ruin en cuyo medio un zócalo mezquino espera en vano, con una obstinación que infunde tedio, la estatua de un gran hombre mexicano. He ahí mi asilo y el contorno. Cruda flegmasía me trajo de mazmorra a celda en que perezco de modorra y que, quizá por imitarme, suda. Compasivo guardián me imparte ayuda y cuando halla ocasión me da permiso de visitar un rato el paraíso. Y a frescos y desnudos corredores que rodean en cuadro un patiezuelo, salgo a ver sonreír frondas y flores y a mostrar a la fe de mis dolores un pedacito del azul del cielo. Y de gracia mi espíritu se viste y entonces me pregunto si la suerte hará otra miel como la paz del fuerte y otro esplendor como el placer del triste. Holgábame una vez en tal encanto y una moza, con rostro de delirio, pasó, blanca y derecha como un ciño, lírica y turbadora como un canto, odorífera y prócer como un lirio. Parecía ilusión de la mirada. Iba con paso cadencioso y lento, y alba ropa de lino almidonada, y un susurro de brisa en enramada, y cual fuego la crin volando al viento. Era de tarde por abril que adoro, y en un silencio perturbado apenas, y efluvios de azahares y azucenas desleían al sol ámbar en oro. Quedéme absorto y lúgubre. Sufría présaga desazón. ¡Oh imagen pía! Ancha y tersa la frente sin pecado, helénica nariz, boca de fresa, zarco el ojo de antílope asustado, elación y decoro de princesa y un secreto de angustia en un nublado: ¡así te llevo en el sensorio impresa! Costumbre de inquirir, sabia y notoria, a la que rindo y pagaré tributo, movióme a interrogar. Y oí una historia. ¿A quién? A un servidor del instituto, a un cubano feraz en viles tretas, a un practicante crapuloso y pigre, a un mancebo de sórdidas chancletas, facha de orangután, gesto de tigre. Pero atended. Su relación incluye un imán de rumor de agua que fluye. «La doncella gentil se llama Dea. Su padre, Juan Falot, vino de zuavo y aquí, como en Italia y en Crimea, ganó prez en las lides como bravo. Herido y preso en Camarón, no pudo seguir camino a Francia el regimiento; y ya en salud y en libertad a rudo trabajo demandó noble sustento. Cansado de labrar y con su ahorro adquirióse un tenducho y un ventorro. Y casó con la reina del poblacho, una mujer de singular trapío, modesta y cauta sin ficción ni empacho y enemiga mortal de todo lío. Y los meses corrieron, y la esposa engordaba, soñando con querubes; y una chica nació sana y hermosa con un cutis de pétalos de rosa y un olor como de astros y de nubes. »¡Qué suplicio el del parto! ¡Cuál estreno! ¡Fruto de humano amor cumple lo escrito: no se desgaja sin romper un seno y no respira sin lanzar un grito! Fausto auroral surgió del horizonte y a la sangrienta luz que despuntaba, y en el aroma del cercano monte, y en las perlas de un trino de sinsonte ¡ay! la madre infeliz agonizaba. Por hemorragia sucumbió al puerperio. El cadáver cayó bajo el imperio de la química, numen de las cosas, y es en el más humilde cementerio polvo siempre fecundo en tuberosas. Pero alma de valer, limpia y cristiana, yergue aliento que nunca se consume y aquélla se fue a Dios como un perfume, disuelta en el carmín de la mañana. »El pobre viudo encaneció en un día. ¡Cuán tierno y delicado a la pequeña el que antes, por su indúctil ardentía, resultaba feroz bajo la enseña! Arrapiezo el bebé, y en la dulzura del mimo y al alcance de la mano, campó sin probar gota de amargura. ¡Frágil y bullidor, lindo y ufano colibrí del vergel de la ventura! Su aspecto de pictórico angelito, su inventiva, su charla, su despejo, aliviaban con bálsamo exquisito el ulcerado corazón del viejo. »¡Precoz muchacha! Con presteza suma se adiestraba en su hogar según crecía, y llegó con el medro de la espuma a la núbil y sacra lozanía. Y en gusto y dignidad honró penates, y en cuidar su conducta puso esmero, y escuchando episodios de combates retempló su virtud como un acero. Jamás anduvo en triscas de festines y sola con sus caras aficiones vivió en intimidad con sus jazmines y hablábase de tú con sus gorriones. Su pensamiento, si salvaba el muro, era de filo en el espacio, allende, como el soplo sutil, cimero y puro que por alto pinar vibra y trasciende.» Al estro el narrador detuvo el giro y luego continuó, tras un suspiro. «Al destino la dicha es una injuria y el oasis un tósigo al desierto. El anciano enfermó de albuminuria y con la virgen trasladóse, al puerto. Arriba está. Malísimo, por cierto, y de congoja convertido en furia. La bella y santa joven —que reside no lejos, en unión de unas beatas— acude con frecuencia y lo decide a someterse a pócimas y natas. Y bebe horrible hiel en vasta copa y con firme palabra y sin misterio, dice que pronto marcharáse a Europa a gemir su orfandad a un monasterio. »Musca jerga y nevada muselina ofrecen a la mártir hechicera disfraz de prodigiosa golondrina, palma en inmarcesible primavera.»
es
Fuertes,Gloria
<XXI
Suceso
Marinero sin tierra náufrago sin velamen huérfano de puerto nave sin timón. Rodeado de agua y sediento rodeado de pescado y hambriento rodeado de olas y sin saludos rodeado de dólares y desnudo.
es
Durán_León,Juan_José
XXI
Noviembre
Me Quedaré en silencio, Deambulando en tu sonrisa, Porque los abetos Habitan en ella, y es ahí Donde los gorriones Abren sus alas, Y dan gracias a la vida. Me quedaré en silencio, Y mientras exista éste, Podré ver por tus pupilas, Estoy seguro, que es ahí, Donde nace lo que Aún no he visto, Y por lo que estoy Enamorado… Sabré contar las rosas Que caen de tus mejillas, Y Sabré recogerlas Antes que anochezca, Y las asiré a mi pecho, Para sentir algo de ti. Me quedaré en silencio, Esperando, que la espera No sea infinita, Que regreses pronto, Y humedezcas mis Días, como las lluvias En noviembre, Sobre las hortensias Púrpuras.
es
Bousoño,Carlos
<XXI
Y_Tú_Que_Tanto_Amas,_Tanto_Ríes,
Y tú que tanto amas, tanto ríes, tanto adivinas y conoces tanto, ¿dónde el escudo para que te fíes, dónde el pañuelo de enjugar tu llanto? ¿Dónde el camino que no veo ahora? Dímelo o llora y el mirar suprime. ¿Es ya la noche que no tiene aurora? Dímelo, dime. Y sin embargo tu vivir empaña mi vivir con un vaho que es ternura, que es caliente rumor que me acompaña la noche oscura. Y sin embargo con tu mano guías y a tientas toco lo que apenas veo y digo acaso para que sonrías lo que no creo. Y toco apenas y tu bulto aprendo y torpe sigo lo que tú me indicas. Lo que no miro, lo que no comprendo, tú multiplicas. Tú multiplicas, o quizás es tu invento porque lo vea aunque quizá no exista. Entre la noche de mi pensamiento dulce es tu vista. Dulce es tu vista, tu mirar risueño que mira un llano donde estaba un monte y que a mi alma de temblor pequeño llamó horizonte. Dulce es tu vista que miró aquel lago y lo llamaba alegre mar bravío. Tu generoso corazón es mago. ¡Lo fuese el mío! ¿Dónde el camino que no veo ahora? Dímelo o llora y el mirar suprime. ¿Es ya la noche que no tiene aurora? Dímelo, dime. Y sin embargo tu vivir empaña mi vivir con un vaho que es ternura, que es caliente rumor que me acompaña la noche oscura. Y sin embargo con tu mano guías y a tientas toco lo que apenas veo y digo acaso para que sonrías lo que no creo. Y toco apenas y tu bulto aprendo y torpe sigo lo que tú me indicas. Lo que no miro, lo que no comprendo, tú multiplicas. Tú multiplicas, o quizás es tu invento porque lo vea aunque quizá no exista. Entre la noche de mi pensamiento dulce es tu vista. Dulce es tu vista, tu mirar risueño que mira un llano donde estaba un monte y que a mi alma de temblor pequeño llamó horizonte. Dulce es tu vista que miró aquel lago y lo llamaba alegre mar bravío. Tu generoso corazón es mago. ¡Lo fuese el mío! Y sin embargo tu vivir empaña mi vivir con un vaho que es ternura, que es caliente rumor que me acompaña la noche oscura. Y sin embargo con tu mano guías y a tientas toco lo que apenas veo y digo acaso para que sonrías lo que no creo. Y toco apenas y tu bulto aprendo y torpe sigo lo que tú me indicas. Lo que no miro, lo que no comprendo, tú multiplicas. Tú multiplicas, o quizás es tu invento porque lo vea aunque quizá no exista. Entre la noche de mi pensamiento dulce es tu vista. Dulce es tu vista, tu mirar risueño que mira un llano donde estaba un monte y que a mi alma de temblor pequeño llamó horizonte. Dulce es tu vista que miró aquel lago y lo llamaba alegre mar bravío. Tu generoso corazón es mago. ¡Lo fuese el mío! Y sin embargo con tu mano guías y a tientas toco lo que apenas veo y digo acaso para que sonrías lo que no creo. Y toco apenas y tu bulto aprendo y torpe sigo lo que tú me indicas. Lo que no miro, lo que no comprendo, tú multiplicas. Tú multiplicas, o quizás es tu invento porque lo vea aunque quizá no exista. Entre la noche de mi pensamiento dulce es tu vista. Dulce es tu vista, tu mirar risueño que mira un llano donde estaba un monte y que a mi alma de temblor pequeño llamó horizonte. Dulce es tu vista que miró aquel lago y lo llamaba alegre mar bravío. Tu generoso corazón es mago. ¡Lo fuese el mío! Y toco apenas y tu bulto aprendo y torpe sigo lo que tú me indicas. Lo que no miro, lo que no comprendo, tú multiplicas. Tú multiplicas, o quizás es tu invento porque lo vea aunque quizá no exista. Entre la noche de mi pensamiento dulce es tu vista. Dulce es tu vista, tu mirar risueño que mira un llano donde estaba un monte y que a mi alma de temblor pequeño llamó horizonte. Dulce es tu vista que miró aquel lago y lo llamaba alegre mar bravío. Tu generoso corazón es mago. ¡Lo fuese el mío! Tú multiplicas, o quizás es tu invento porque lo vea aunque quizá no exista. Entre la noche de mi pensamiento dulce es tu vista. Dulce es tu vista, tu mirar risueño que mira un llano donde estaba un monte y que a mi alma de temblor pequeño llamó horizonte. Dulce es tu vista que miró aquel lago y lo llamaba alegre mar bravío. Tu generoso corazón es mago. ¡Lo fuese el mío! Dulce es tu vista, tu mirar risueño que mira un llano donde estaba un monte y que a mi alma de temblor pequeño llamó horizonte. Dulce es tu vista que miró aquel lago y lo llamaba alegre mar bravío. Tu generoso corazón es mago. ¡Lo fuese el mío! Dulce es tu vista que miró aquel lago y lo llamaba alegre mar bravío. Tu generoso corazón es mago. ¡Lo fuese el mío!
es
Selgas_y_Carrasco,José
<XXI
La_Tarde_Triste_Por_La_Cumbre_Asciende
La tarde triste por la cumbre asciende, Y el rojo manto de vapor desplega Del alto monte a la tendida vega; El aire mudo su inquietud suspende; El cielo en vago resplandor se enciende, Que hasta el confín del horizonte llega; Se apaga el sol mientras la sombra ciega Las negras alas por el valle tiende. La luz exclama: —Con tenaz porfía En pos me sigues; mas tu negro manto Rasgará el fuego que en mis ojos arde, Que soy la luz, la vida y la alegría. —Yo soy la oscuridad, el luto, el llanto, Dijo la sombra, y espiró la tarde.
es
Guillén,Nicolás
<XXI
Quirino
¡Quirino con su tres! La bemba grande, la pasa dura, sueltos los pies, y una mulata que se derrite de sabrosura... ¡Quirino con su tres! Luna redonda que lo vigila cuando regresa dando traspiés; jipi en la chola, camisa fresa... ¡Quirino con su tres! Tibia accesoria para la cita; la madre —negra Paula Valdés— suda, envejece, busca la frita... ¡Quirino con su tres!
es
Hierro,José
<XXI
Vino_El_Ángel_De_Las_Sombras
Vino el ángel de las sombras; me tentó tres veces. Yo, erguido, tallado en piedra firme, resistiéndole. Me torturaba con lágrimas, látigos y nieves, con soledades. Me puso la frente candente. Toda la noche me estuvo llenando de muerte. Separaba con un mar las orillas verdes. Entre una y otra orilla no dejaba puentes. Se pasó la noche entera llamándome, hiriéndome. Diciendo que yo era el rey del trigo y la nieve, el rey de las horas negras y el de las celestes. Vino el ángel de las sombras. Yo en pie, resistiéndole. Esperando que, al cantar los gallos, huyese. Alucinado, queriendo vencerle, venciéndome.
es
García_Cabrera,Pedro
<XXI
Movió_La_Estrella_Su_Testuz
Movió la estrella su testuz. Duro cristal en marcha nutrió la lejanía. Aluvión invisible —sueño de espacio entero—. Y anduvo —envidia de caballos de caña—, coronel desbocado. Mas no se supo su sinfín preciso. De no se sabe dónde, retorna, lebrel envejecido. Se aprieta a mi balcón y se lamina su senectud de joven marinero. Se arquea, salta, aúlla, desvelado. Y le apago la luz para que duerma.
es
Martí,José
<XXI
Valle_Lozano
Dígame mi labriego ¿Cómo es que ha andado En esta noche lóbrega Este hondo campo? Dígame de qué flores Untó el arado, Que la tierra olorosa Trasciende a nardos? Dígame de qué ríos Regó ese prado, Que era un valle muy negro Y ora es lozano? Otros, con dagas grandes Mi pecho araron: Pues ¿qué hierro es el tuyo Que no hace daño? Y esto dije —y el niño Riendo me trajo En sus dos manos blancas Un beso casto.
es
Lugones,Leopoldo
<XXI
Bondad_De_Las_Noches_Solas
Bondad de las noches solas En que nuestra alma dormita Ante la luna infinita Que reina sobre las olas. Abismo de resplandor En que, con dulce martirio, Se doblega como un lirio La tristeza del amor.
es
Pérez,Ignacio
XXI
Viento_Fugaz
Viento fugaz Te llevas mis anhelos Los cambias por otros Aunque no sea mi deseo Fuiste repentino (Y tal vez oportuno) Tarde o temprano Cambiaría mi camino. Sabía que lo harías De uno u otro modo. De antemano te digo, que por todo Muchas gracias gran amigo. Fuiste repentino (Y tal vez oportuno) Tarde o temprano Cambiaría mi camino. Sabía que lo harías De uno u otro modo. De antemano te digo, que por todo Muchas gracias gran amigo. Sabía que lo harías De uno u otro modo. De antemano te digo, que por todo Muchas gracias gran amigo.
es
Alberti,Rafael
<XXI
Zarza_Florida
Zarza florida Rosal sin vida. Salí de mi casa, amante, por ir al campo a buscarte. Y en una zarza florida hallé la cinta prendida, de tu delantal, mi vida. Hallé tu cinta prendida, y más allá, mi querida, te encontré muy mal herida bajo del rosal, mi vida. Zarza florida Rosal sin vida. Bajo del rosal sin vida.
es
Hernanz_Angulo,Beatriz
XXI
Querido_Héctor
Querido Héctor: Cuando esto te escribo, amor, qué palabras cubrirán la última noche del siglo, el invierno que nunca acaba, la primavera rota por la ausencia. El mundo se va a ahogar, los pájaros ya no vuelan en los espejos y el mar no ofrece ningún consuelo. Esta ha sido una historia envuelta en música y en silencios, antigua y terrible como el mundo, hemos tenido que inventar todos los caminos, hemos discurrido por dolorosas geografías, lugares queridos que corresponden a la cartografía del desconsuelo. Te escribo esta carta en una pequeña hendidura de agua, porque el agua irradia atardeceres de otras épocas. Cuando nos encontramos por vez primera, yo era una muchacha joven que se miraba en el fondo de tus ojos, que vivía pendiente de tu arrogancia de isla. Pero tu nombre se ha quedado para siempre dentro, pero tu rostro aún vive en mis palabras, pero tus manos de árbol crecen, vigorosas, todas las primaveras de relámpagos. Enséñame el lugar del aire, hacia dónde dirigir mi huida por todas las estaciones que regresan sin ti, porque hay velos tristes que me han hecho morir de cordura, cuchillos lentos que han inundado de mar todas las derrotas. El recuerdo es el camino breve y puro que conduce hacia el delirio, que transcurre como una melodía en el viento de la historia. Adagio de las promesas que no pudieron realizarse, andante nocturno que devuelve las traiciones a un mar dormido en mi vientre, vivo círculo de los ahogados por las sombras del desafecto, pues será el trayecto que nos ha de reunir lento como el tejido fatal de una espera sin personajes. Somos esos seres a los que el tiempo nunca arrebata sus heridas. Me acorazo con la armadura de la voluntad, amor mío, zurzo los harapos del destino, invoco un tiempo en el que pudieron ser verdad todos los silencios del mundo. Pero caminamos por estaciones paralelas, en un tiempo que nunca asumió la luz y el abismo, infinito y azulado, habitado de palabras y de ausencia. En qué mar encontrarán reposo mis ojos en la ciega huida por el brocal del otoño... Cuando esto te escribo, amor, qué palabras cubrirán la última noche del siglo, el invierno que nunca acaba, la primavera rota por la ausencia. El mundo se va a ahogar, los pájaros ya no vuelan en los espejos y el mar no ofrece ningún consuelo. Esta ha sido una historia envuelta en música y en silencios, antigua y terrible como el mundo, hemos tenido que inventar todos los caminos, hemos discurrido por dolorosas geografías, lugares queridos que corresponden a la cartografía del desconsuelo. Te escribo esta carta en una pequeña hendidura de agua, porque el agua irradia atardeceres de otras épocas. Cuando nos encontramos por vez primera, yo era una muchacha joven que se miraba en el fondo de tus ojos, que vivía pendiente de tu arrogancia de isla. Pero tu nombre se ha quedado para siempre dentro, pero tu rostro aún vive en mis palabras, pero tus manos de árbol crecen, vigorosas, todas las primaveras de relámpagos. Enséñame el lugar del aire, hacia dónde dirigir mi huida por todas las estaciones que regresan sin ti, porque hay velos tristes que me han hecho morir de cordura, cuchillos lentos que han inundado de mar todas las derrotas. El recuerdo es el camino breve y puro que conduce hacia el delirio, que transcurre como una melodía en el viento de la historia. Adagio de las promesas que no pudieron realizarse, andante nocturno que devuelve las traiciones a un mar dormido en mi vientre, vivo círculo de los ahogados por las sombras del desafecto, pues será el trayecto que nos ha de reunir lento como el tejido fatal de una espera sin personajes. Somos esos seres a los que el tiempo nunca arrebata sus heridas. Me acorazo con la armadura de la voluntad, amor mío, zurzo los harapos del destino, invoco un tiempo en el que pudieron ser verdad todos los silencios del mundo. Pero caminamos por estaciones paralelas, en un tiempo que nunca asumió la luz y el abismo, infinito y azulado, habitado de palabras y de ausencia. En qué mar encontrarán reposo mis ojos en la ciega huida por el brocal del otoño... Te escribo esta carta en una pequeña hendidura de agua, porque el agua irradia atardeceres de otras épocas. Cuando nos encontramos por vez primera, yo era una muchacha joven que se miraba en el fondo de tus ojos, que vivía pendiente de tu arrogancia de isla. Pero tu nombre se ha quedado para siempre dentro, pero tu rostro aún vive en mis palabras, pero tus manos de árbol crecen, vigorosas, todas las primaveras de relámpagos. Enséñame el lugar del aire, hacia dónde dirigir mi huida por todas las estaciones que regresan sin ti, porque hay velos tristes que me han hecho morir de cordura, cuchillos lentos que han inundado de mar todas las derrotas. El recuerdo es el camino breve y puro que conduce hacia el delirio, que transcurre como una melodía en el viento de la historia. Adagio de las promesas que no pudieron realizarse, andante nocturno que devuelve las traiciones a un mar dormido en mi vientre, vivo círculo de los ahogados por las sombras del desafecto, pues será el trayecto que nos ha de reunir lento como el tejido fatal de una espera sin personajes. Somos esos seres a los que el tiempo nunca arrebata sus heridas. Me acorazo con la armadura de la voluntad, amor mío, zurzo los harapos del destino, invoco un tiempo en el que pudieron ser verdad todos los silencios del mundo. Pero caminamos por estaciones paralelas, en un tiempo que nunca asumió la luz y el abismo, infinito y azulado, habitado de palabras y de ausencia. En qué mar encontrarán reposo mis ojos en la ciega huida por el brocal del otoño... El recuerdo es el camino breve y puro que conduce hacia el delirio, que transcurre como una melodía en el viento de la historia. Adagio de las promesas que no pudieron realizarse, andante nocturno que devuelve las traiciones a un mar dormido en mi vientre, vivo círculo de los ahogados por las sombras del desafecto, pues será el trayecto que nos ha de reunir lento como el tejido fatal de una espera sin personajes. Somos esos seres a los que el tiempo nunca arrebata sus heridas. Me acorazo con la armadura de la voluntad, amor mío, zurzo los harapos del destino, invoco un tiempo en el que pudieron ser verdad todos los silencios del mundo. Pero caminamos por estaciones paralelas, en un tiempo que nunca asumió la luz y el abismo, infinito y azulado, habitado de palabras y de ausencia. En qué mar encontrarán reposo mis ojos en la ciega huida por el brocal del otoño... Somos esos seres a los que el tiempo nunca arrebata sus heridas. Me acorazo con la armadura de la voluntad, amor mío, zurzo los harapos del destino, invoco un tiempo en el que pudieron ser verdad todos los silencios del mundo. Pero caminamos por estaciones paralelas, en un tiempo que nunca asumió la luz y el abismo, infinito y azulado, habitado de palabras y de ausencia. En qué mar encontrarán reposo mis ojos en la ciega huida por el brocal del otoño... En qué mar encontrarán reposo mis ojos en la ciega huida por el brocal del otoño...
es
Pombo,Rafael
<XXI
Púsose_La_Nariz_Mal_Humorada
Púsose la nariz mal humorada Y dijo a los dos ojos: «Ya me tienen ustedes jorobada Cargando los anteojos». «Para mí no se han hecho. Que los sude El que por ellos mira»; Y diciendo y haciendo se sacude, Y a la calle los tira. Su dueño sigue andando, y como es miope, Da un tropezón, y cae, Y la nariz aplástase... Y del tope A los ojos sustrae. Sirviendo a los demás frecuentemente Se sirve uno a sí mismo; Y siempre cuesta caro el imprudente Selvático egoísmo.
es
García_Lorca,Federico
<XXI
En_Lo_Alto_De_Aquel_Monte
En lo alto de aquel monte hay un arbolillo verde. Pastor que vas, pastor que vienes. Olivares soñolientos bajan al llano caliente. Pastor que vas, pastor que vienes. Ni ovejas blancas ni perro ni cayado ni amor tienes. Pastor que vas. Como una sombra de oro en el trigal te disuelves. pastor que vienes. Pastor que vas, pastor que vienes. Olivares soñolientos bajan al llano caliente. Pastor que vas, pastor que vienes. Ni ovejas blancas ni perro ni cayado ni amor tienes. Pastor que vas. Como una sombra de oro en el trigal te disuelves. pastor que vienes. Olivares soñolientos bajan al llano caliente. Pastor que vas, pastor que vienes. Ni ovejas blancas ni perro ni cayado ni amor tienes. Pastor que vas. Como una sombra de oro en el trigal te disuelves. pastor que vienes. Pastor que vas, pastor que vienes. Ni ovejas blancas ni perro ni cayado ni amor tienes. Pastor que vas. Como una sombra de oro en el trigal te disuelves. pastor que vienes. Ni ovejas blancas ni perro ni cayado ni amor tienes. Pastor que vas. Como una sombra de oro en el trigal te disuelves. pastor que vienes. Pastor que vas. Como una sombra de oro en el trigal te disuelves. pastor que vienes. Como una sombra de oro en el trigal te disuelves. pastor que vienes. pastor que vienes.
es
López_Velarde,Ramón
<XXI
El_Viejo_Pozo_De_Mi_Vieja_Casa
El viejo pozo de mi vieja casa sobre cuyo brocal mi infancia tantas veces se clavaba de codos, buscando el vaticinio de la tortuga, o bien el iris de los peces, es un compendio de ilusión y de históricas pequeñeces. Ni tortuga, ni pez; sólo el venero que mantiene su estrofa concéntrica en el agua y que dio fe del ósculo primero que por 1850 unió las bocas de mi abuelo y mi abuela... ¡Recurso lisonjero con que los generosos hados dejan caer un galardón fragante encima de los desposados! Besarse, en un remedo bíblico, junto al pozo, y que la boca amada trascienda a fresco gozo de manantial, y que el amor se profundice, en la pareja que lo siente, como el hondo venero providente... En la pupila líquida del pozo espejábanse, en años remotos, los claveles de una maceta; más la arquitectura ágil de las cabezas de dos o tres corceles, prófugos del corral; más la rama encorvada de un durazno; y en época de mayor lejanía también se retrataban en el pozo aquellas adorables señoras en que ardía la devoción católica y la brasa de Eros; suaves antepasadas, cuyo pecho lucía descotado, y que iban, con tiesura y remilgo, a entrecerrar los ojos a un palco a la zarzuela, con peinados de torre y con vertiginosas peinetas de carey. Del teatro a la Vela Perpetua, ya muy lisas y muy arrebujadas en la negrura de sus mantos. Evoco, todo trémulo, a estas antepasadas porque heredé de ellas el afán temerario de mezclar tierra y cielo, afán que me ha metido en tan graves aprietos en el confesionario. En una mala noche de saqueo y de política que los beligerantes tuvieron como norma equivocar la fe con la rapiña, al grito de «¡Religión y Fueros!» y «¡Viva la Reforma!», una de mis geniales tías, que tenía sus ideas prácticas sobre aquellas intempestivas griterías, y que en aquella lucha no siguió otro partido que el de cuidar los cortos ahorros de mi abuelo, tomó cuatro talegas y con un decidido brazo las arrojó en el pozo, perturbando la expectación de la hora ingrata con un estrépito de plata. Hoy cuentan que mi tía se aparece a las once y que, cumpliendo su destino de tesorera fiel, arroja sus talegas con un ahogado estrépito argentino. Las paredes del pozo, con un tapiz de lama y con un centelleo de gotas cristalinas, eran como el camino de esperanza en que todos hemos llorado un poco... Y aquellas peregrinas veladas de mayo y junio mostráronme del pozo el secreto de amor: preguntaba el durazno: «¿Quién es Ella?», y el pozo, que todo lo copiaba, respondía no copiando más que una sola estrella. El pozo me quería senilmente; aquel pozo abundaba en lecciones de fortaleza, de alta discreción, y de plenitud... Pero hoy, que su enseñanza de otros tiempos me falta, comprendo que fui apenas un alumno vulgar con aquel taciturno catedrático, porque en mi diario empeño no he podido lograr hacerme abismo y que la estrella amada, al asomarse a mí, pierda pisada. Ni tortuga, ni pez; sólo el venero que mantiene su estrofa concéntrica en el agua y que dio fe del ósculo primero que por 1850 unió las bocas de mi abuelo y mi abuela... ¡Recurso lisonjero con que los generosos hados dejan caer un galardón fragante encima de los desposados! Besarse, en un remedo bíblico, junto al pozo, y que la boca amada trascienda a fresco gozo de manantial, y que el amor se profundice, en la pareja que lo siente, como el hondo venero providente... En la pupila líquida del pozo espejábanse, en años remotos, los claveles de una maceta; más la arquitectura ágil de las cabezas de dos o tres corceles, prófugos del corral; más la rama encorvada de un durazno; y en época de mayor lejanía también se retrataban en el pozo aquellas adorables señoras en que ardía la devoción católica y la brasa de Eros; suaves antepasadas, cuyo pecho lucía descotado, y que iban, con tiesura y remilgo, a entrecerrar los ojos a un palco a la zarzuela, con peinados de torre y con vertiginosas peinetas de carey. Del teatro a la Vela Perpetua, ya muy lisas y muy arrebujadas en la negrura de sus mantos. Evoco, todo trémulo, a estas antepasadas porque heredé de ellas el afán temerario de mezclar tierra y cielo, afán que me ha metido en tan graves aprietos en el confesionario. En una mala noche de saqueo y de política que los beligerantes tuvieron como norma equivocar la fe con la rapiña, al grito de «¡Religión y Fueros!» y «¡Viva la Reforma!», una de mis geniales tías, que tenía sus ideas prácticas sobre aquellas intempestivas griterías, y que en aquella lucha no siguió otro partido que el de cuidar los cortos ahorros de mi abuelo, tomó cuatro talegas y con un decidido brazo las arrojó en el pozo, perturbando la expectación de la hora ingrata con un estrépito de plata. Hoy cuentan que mi tía se aparece a las once y que, cumpliendo su destino de tesorera fiel, arroja sus talegas con un ahogado estrépito argentino. Las paredes del pozo, con un tapiz de lama y con un centelleo de gotas cristalinas, eran como el camino de esperanza en que todos hemos llorado un poco... Y aquellas peregrinas veladas de mayo y junio mostráronme del pozo el secreto de amor: preguntaba el durazno: «¿Quién es Ella?», y el pozo, que todo lo copiaba, respondía no copiando más que una sola estrella. El pozo me quería senilmente; aquel pozo abundaba en lecciones de fortaleza, de alta discreción, y de plenitud... Pero hoy, que su enseñanza de otros tiempos me falta, comprendo que fui apenas un alumno vulgar con aquel taciturno catedrático, porque en mi diario empeño no he podido lograr hacerme abismo y que la estrella amada, al asomarse a mí, pierda pisada. En la pupila líquida del pozo espejábanse, en años remotos, los claveles de una maceta; más la arquitectura ágil de las cabezas de dos o tres corceles, prófugos del corral; más la rama encorvada de un durazno; y en época de mayor lejanía también se retrataban en el pozo aquellas adorables señoras en que ardía la devoción católica y la brasa de Eros; suaves antepasadas, cuyo pecho lucía descotado, y que iban, con tiesura y remilgo, a entrecerrar los ojos a un palco a la zarzuela, con peinados de torre y con vertiginosas peinetas de carey. Del teatro a la Vela Perpetua, ya muy lisas y muy arrebujadas en la negrura de sus mantos. Evoco, todo trémulo, a estas antepasadas porque heredé de ellas el afán temerario de mezclar tierra y cielo, afán que me ha metido en tan graves aprietos en el confesionario. En una mala noche de saqueo y de política que los beligerantes tuvieron como norma equivocar la fe con la rapiña, al grito de «¡Religión y Fueros!» y «¡Viva la Reforma!», una de mis geniales tías, que tenía sus ideas prácticas sobre aquellas intempestivas griterías, y que en aquella lucha no siguió otro partido que el de cuidar los cortos ahorros de mi abuelo, tomó cuatro talegas y con un decidido brazo las arrojó en el pozo, perturbando la expectación de la hora ingrata con un estrépito de plata. Hoy cuentan que mi tía se aparece a las once y que, cumpliendo su destino de tesorera fiel, arroja sus talegas con un ahogado estrépito argentino. Las paredes del pozo, con un tapiz de lama y con un centelleo de gotas cristalinas, eran como el camino de esperanza en que todos hemos llorado un poco... Y aquellas peregrinas veladas de mayo y junio mostráronme del pozo el secreto de amor: preguntaba el durazno: «¿Quién es Ella?», y el pozo, que todo lo copiaba, respondía no copiando más que una sola estrella. El pozo me quería senilmente; aquel pozo abundaba en lecciones de fortaleza, de alta discreción, y de plenitud... Pero hoy, que su enseñanza de otros tiempos me falta, comprendo que fui apenas un alumno vulgar con aquel taciturno catedrático, porque en mi diario empeño no he podido lograr hacerme abismo y que la estrella amada, al asomarse a mí, pierda pisada. En una mala noche de saqueo y de política que los beligerantes tuvieron como norma equivocar la fe con la rapiña, al grito de «¡Religión y Fueros!» y «¡Viva la Reforma!», una de mis geniales tías, que tenía sus ideas prácticas sobre aquellas intempestivas griterías, y que en aquella lucha no siguió otro partido que el de cuidar los cortos ahorros de mi abuelo, tomó cuatro talegas y con un decidido brazo las arrojó en el pozo, perturbando la expectación de la hora ingrata con un estrépito de plata. Hoy cuentan que mi tía se aparece a las once y que, cumpliendo su destino de tesorera fiel, arroja sus talegas con un ahogado estrépito argentino. Las paredes del pozo, con un tapiz de lama y con un centelleo de gotas cristalinas, eran como el camino de esperanza en que todos hemos llorado un poco... Y aquellas peregrinas veladas de mayo y junio mostráronme del pozo el secreto de amor: preguntaba el durazno: «¿Quién es Ella?», y el pozo, que todo lo copiaba, respondía no copiando más que una sola estrella. El pozo me quería senilmente; aquel pozo abundaba en lecciones de fortaleza, de alta discreción, y de plenitud... Pero hoy, que su enseñanza de otros tiempos me falta, comprendo que fui apenas un alumno vulgar con aquel taciturno catedrático, porque en mi diario empeño no he podido lograr hacerme abismo y que la estrella amada, al asomarse a mí, pierda pisada. Hoy cuentan que mi tía se aparece a las once y que, cumpliendo su destino de tesorera fiel, arroja sus talegas con un ahogado estrépito argentino. Las paredes del pozo, con un tapiz de lama y con un centelleo de gotas cristalinas, eran como el camino de esperanza en que todos hemos llorado un poco... Y aquellas peregrinas veladas de mayo y junio mostráronme del pozo el secreto de amor: preguntaba el durazno: «¿Quién es Ella?», y el pozo, que todo lo copiaba, respondía no copiando más que una sola estrella. El pozo me quería senilmente; aquel pozo abundaba en lecciones de fortaleza, de alta discreción, y de plenitud... Pero hoy, que su enseñanza de otros tiempos me falta, comprendo que fui apenas un alumno vulgar con aquel taciturno catedrático, porque en mi diario empeño no he podido lograr hacerme abismo y que la estrella amada, al asomarse a mí, pierda pisada. Las paredes del pozo, con un tapiz de lama y con un centelleo de gotas cristalinas, eran como el camino de esperanza en que todos hemos llorado un poco... Y aquellas peregrinas veladas de mayo y junio mostráronme del pozo el secreto de amor: preguntaba el durazno: «¿Quién es Ella?», y el pozo, que todo lo copiaba, respondía no copiando más que una sola estrella. El pozo me quería senilmente; aquel pozo abundaba en lecciones de fortaleza, de alta discreción, y de plenitud... Pero hoy, que su enseñanza de otros tiempos me falta, comprendo que fui apenas un alumno vulgar con aquel taciturno catedrático, porque en mi diario empeño no he podido lograr hacerme abismo y que la estrella amada, al asomarse a mí, pierda pisada. El pozo me quería senilmente; aquel pozo abundaba en lecciones de fortaleza, de alta discreción, y de plenitud... Pero hoy, que su enseñanza de otros tiempos me falta, comprendo que fui apenas un alumno vulgar con aquel taciturno catedrático, porque en mi diario empeño no he podido lograr hacerme abismo y que la estrella amada, al asomarse a mí, pierda pisada.
es
Darío,Rubén
<XXI
Una_Selva_Suntuosa
Una selva suntuosa en el azul celeste su rudo perfil calca. Un camino. La tierra es de color de rosa, cual la que pinta fra Doménico Cavalca en sus Vidas de santos. Se ven extrañas flores de la flora gloriosa de los cuentos azules, y entre las ramas encantadas, papemores cuyo canto extasiara de amor a los bulbules. (Papemor: ave rara; Bulbules: ruiseñores.) Mi alma frágil se asoma a la ventana obscura de la torre terrible en que ha treinta años sueña. La gentil Primavera primavera le augura. La vida le sonríe rosada y halagüeña. Y ella exclama: «¡Oh fragante día! ¡Oh sublime día! Se diría que el mundo está en flor; se diría que el corazón sagrado de la tierra se mueve con un ritmo de dicha; luz brota, gracia llueve. ¡Yo soy la prisionera que sonríe y que canta!» Y las manos liliales agita, como infanta real en los balcones del palacio paterno. ¿Qué són se escucha, són lejano, vago y tierno? Por el lado derecho del camino adelanta el paso leve una adorable teoría virginal. Siete blancas doncellas, semejantes a siete blancas rosas de gracia y de harmonía que el alba constelara de perlas y diamantes. ¡Alabastros celestes habitados por astros: Dios se refleja en esos dulces alabastros! Sus vestes son tejidos del lino de la luna. Van descalzas. Se mira que posan el pie breve sobre el rosado suelo, como una flor de nieve. Y los cuellos se inclinan, imperiales, en una manera que lo excelso pregona de su origen. Como al compás de un verso su suave paso rigen. Tal el divino Sandro dejara en sus figuras esos graciosos gestos en esas líneas puras. Como a un velado són de liras y laúdes, divinamente blancas y castas pasan esas siete bellas princesas. Y esas bellas princesas son las siete Virtudes. Al lado izquierdo del camino y paralela— mente, siete mancebos —oro, seda, escarlata, armas ricas de Oriente— hermosos, parecidos a los satanes verlenianos de Ecbatana, vienen también. Sus labios sensuales y encendidos, de efebos criminales, son cual rosas sangrientas; sus puñales, de piedras preciosas revestidos —ojos de víboras de luces fascinantes—, al cinto penden; arden las púrpuras violentas en los jubones; ciñen las cabezas triunfantes oro y rosas; sus ojos, ya lánguidos, ya ardientes, son dos carbunclos mágicos del fulgor sibilino, y en sus manos de ambiguos príncipes decadentes relucen como gemas las uñas de oro fino. Bellamente infernales, llenan el aire de hechiceros veneficios esos siete mancebos. Y son los siete vicios, los siete poderosos pecados capitales. Y los siete mancebos a las siete doncellas lanzan vivas miradas de amor. Las Tentaciones. De sus liras melifluas arrancan vagos sones. Las princesas prosiguen, adorables visiones en su blancura de palomas y de estrellas. Unos y otras se pierden por la vía de rosa, y el alma mía queda pensativa a su paso. —¡Oh! ¿Qué hay en ti, alma mía? ¡Oh! ¿Qué hay en ti, mi pobre infanta misteriosa? ¿Acaso piensas en la blanca teoría? ¿Acaso los brillantes mancebos te atraen, mariposa? Ella no me responde. Pensativa se aleja de la obscura ventana —pensativa y risueña, de la Bella-durmiente-del-bosque tierna hermana—, y se adormece en donde hace treinta años sueña. Y en sueño dice: «¡Oh dulces delicias de los cielos! ¡Oh tierra sonrosada que acarició mis ojos! —¡Princesas, envolvedme con vuestros blancos velos! —¡Príncipes, estrechadme con vuestros brazos rojos!»
es
Chocano,José_Santos
<XXI
Hay_En_La_Paz_De_Las_Ciudades_Yertas
Hay en la paz de las ciudades yertas Algo de campamentos desolados, En donde, mientras duermen los soldados, Se oyen sonar tristísimos alertas... Vetustas casas, rechinantes puertas; Colgaduras de musgo en los tejados; Escombros contra escombros recostados; Y, dormidas al sol, plazas desiertas. Histórica ciudad: nada amortigua La pompa colonial que la engalana, Ni su hispano blasón mancha de lodo. Tiene el encanto de la Edad Antigua Y la mayor felicidad humana: ¡La de vivir indiferente a todo!
es
Borges,Jorge_Luis
<XXI
Habré_De_Levantar_La_Vasta_Vida
Habré de levantar la vasta vida que aún ahora es tu espejo: cada mañana habré de reconstruirla. Desde que te alejaste, cuántos lugares se han tornado vanos y sin sentido, iguales a luces en el día. Tardes que fueron nicho de tu imagen, músicas en que siempre me aguardabas, palabras de aquel tiempo, yo tendré que quebrarlas con mis manos. ¿En qué hondonada esconderé mi alma para que no vea tu ausencia que como un sol terrible, sin ocaso, brilla definitiva y despiadada? Tu ausencia me rodea como la cuerda a la garganta, el mar al que se hunde.
es
Villaespesa,Francisco
<XXI
La_Sombra_De_Beatriz
El crepúsculo está lleno de aromas, de campanas de plata y de cantares... Zumban abejas en los azahares. Baja un temblor de esquilas por las lomas. El aire sabe a miel de abiertas pomas, y al tornar a sus blancos palomares proyectan en los verdes olivares sus sombras fugitivas las palomas. Yo sueño con tu amor... Una infinita dulzura sube del florido huerto... ¿Por qué el ensueño de una margarita, hoja tras hoja mi saudade arranca, si en la penumbra del balcón abierto falta esta tarde tu silueta blanca?
es
Martí,José
<XXI
Estrofa_Nueva
Cuando, oh Poesía, ¡Cuando en tu seno reposar me es dado!— Ancha es y hermosa y fúlgida la vida: ¡Que éste o aquél o yo vivamos tristes, Culpa de éste o aquél será, o mi culpa! Nace el corcel, del ala más lejano Que el hombre, en quien el ala encumbradora Ya en sus ingentes brazos se diseña: Sin más brida el corcel nace que el viento Espoleador y flameador, —al hombre La vida echa sus riendas en la cuna! Si las tuerce o revuelve, y si tropieza Y da en atolladero, a sí se culpe Y del incendio o del zarzal redima La destrozada brida: sin que al noble Sol y [ ..........manuscrito inacabado..............] vida desafíe. De nuestro bien o mal autores somos, Y cada cual autor de sí: la queja A la torpeza y la deshonra añade De nuestro error: ¡cantemos, sí, cantemos Aunque las hidras nuestro pecho roan, El Universo colosal y hermoso! Un obrero tiznado, una enfermiza Mujer, de faz enjuta y dedos gruesos: Otra que al dar al sol los entumidos Miembros en el taller, como una egipcia Voluptuosa y feliz, la saya burda Con las manos recoge, y canta, y danza: Un niño que sin miedo a la ventisca, Como el soldado con el arma al hombro, Va con sus libros a la escuela: el denso Rebaño de hombres que en silencio triste Sale a la aurora y con la noche vuelve, Del pan del día en la difícil busca,— Cual la luz a Memnón, mueven mi lira. Los niños, versos vivos, los heroicos Y pálidos ancianos, los oscuros Hornos donde en bridón o tritón truecan Los hombres victoriosos las montañas. Astiánax son y Andrómaca mejores, Mejores, sí, que las del viejo Homero. Naturaleza, siempre viva: el mundo De minotauro yendo a mariposa Que de rondar el sol enferma y muere: Dejad, por Dios, que la mujer cansada De amar, con leches y menjurjes híbleos Su piel rugosa y su beldad restaure Repíntense las viejas: la doncella Con rosas naturales se corone:— La sed de luz, que como el mar salado La de los labios con el agua amarga De la vida se irrita: la columna Compacta de asaltantes, que sin miedo, Al Dios de ayer sobre los flacos hombros La mano libre y desferrada ponen,— Y los ligeros pies en el vacío,— Poesía son, y estrofa alada, y grito Que ni en tercetos ni en octava estrecha Ni en remilgados serventesios caben: Vaciad un monte, —en tajo de sol vivo ¡Tallad un plectro: o de la mar brillante El seno rojo y nacarado, el molde De la triunfante estrofa, nueva sea! Como nobles de Nápoles, fantasmas Sin carnes ya y sin sangre, que en polvosos Palacios muertos con añejas chupas De comido blasón, a paso sordo Andan, y al mundo que camina enseñan Como un grito sin voz la seca encía, Así, sobre los árboles cansados, Y los ciriales rotos, y los huecos De oxidadas diademas, duendecillos ¡Con chupa vieja y metro viejo asoman! No en tronco seco y muerto hacen sus nidos, Alegres recaderos de mañana, Las lindas aves cuerdas y gentiles: Ramaje quieren suelto y denso, y tronco Alto y robusto, en fibra rico y savia. Mas con el sol se alza el deber: se pone Mucho después que el sol: de la hornería Y su batalla y su fragor cansada La mente plena en el rendido cuerpo, ¡Atormentada duerme, —como el verso Vivo en los aires, Por la lira rota Sin dar sonidos desolados pasa! Perdona, pues, oh estrofa nueva, el tosco Alarde de mi amor. Cuando, oh Poesía, Cuando en tu seno reposar me es dado. Un obrero tiznado, una enfermiza Mujer, de faz enjuta y dedos gruesos: Otra que al dar al sol los entumidos Miembros en el taller, como una egipcia Voluptuosa y feliz, la saya burda Con las manos recoge, y canta, y danza: Un niño que sin miedo a la ventisca, Como el soldado con el arma al hombro, Va con sus libros a la escuela: el denso Rebaño de hombres que en silencio triste Sale a la aurora y con la noche vuelve, Del pan del día en la difícil busca,— Cual la luz a Memnón, mueven mi lira. Los niños, versos vivos, los heroicos Y pálidos ancianos, los oscuros Hornos donde en bridón o tritón truecan Los hombres victoriosos las montañas. Astiánax son y Andrómaca mejores, Mejores, sí, que las del viejo Homero. Naturaleza, siempre viva: el mundo De minotauro yendo a mariposa Que de rondar el sol enferma y muere: Dejad, por Dios, que la mujer cansada De amar, con leches y menjurjes híbleos Su piel rugosa y su beldad restaure Repíntense las viejas: la doncella Con rosas naturales se corone:— La sed de luz, que como el mar salado La de los labios con el agua amarga De la vida se irrita: la columna Compacta de asaltantes, que sin miedo, Al Dios de ayer sobre los flacos hombros La mano libre y desferrada ponen,— Y los ligeros pies en el vacío,— Poesía son, y estrofa alada, y grito Que ni en tercetos ni en octava estrecha Ni en remilgados serventesios caben: Vaciad un monte, —en tajo de sol vivo ¡Tallad un plectro: o de la mar brillante El seno rojo y nacarado, el molde De la triunfante estrofa, nueva sea! Como nobles de Nápoles, fantasmas Sin carnes ya y sin sangre, que en polvosos Palacios muertos con añejas chupas De comido blasón, a paso sordo Andan, y al mundo que camina enseñan Como un grito sin voz la seca encía, Así, sobre los árboles cansados, Y los ciriales rotos, y los huecos De oxidadas diademas, duendecillos ¡Con chupa vieja y metro viejo asoman! No en tronco seco y muerto hacen sus nidos, Alegres recaderos de mañana, Las lindas aves cuerdas y gentiles: Ramaje quieren suelto y denso, y tronco Alto y robusto, en fibra rico y savia. Mas con el sol se alza el deber: se pone Mucho después que el sol: de la hornería Y su batalla y su fragor cansada La mente plena en el rendido cuerpo, ¡Atormentada duerme, —como el verso Vivo en los aires, Por la lira rota Sin dar sonidos desolados pasa! Perdona, pues, oh estrofa nueva, el tosco Alarde de mi amor. Cuando, oh Poesía, Cuando en tu seno reposar me es dado. Naturaleza, siempre viva: el mundo De minotauro yendo a mariposa Que de rondar el sol enferma y muere: Dejad, por Dios, que la mujer cansada De amar, con leches y menjurjes híbleos Su piel rugosa y su beldad restaure Repíntense las viejas: la doncella Con rosas naturales se corone:— La sed de luz, que como el mar salado La de los labios con el agua amarga De la vida se irrita: la columna Compacta de asaltantes, que sin miedo, Al Dios de ayer sobre los flacos hombros La mano libre y desferrada ponen,— Y los ligeros pies en el vacío,— Poesía son, y estrofa alada, y grito Que ni en tercetos ni en octava estrecha Ni en remilgados serventesios caben: Vaciad un monte, —en tajo de sol vivo ¡Tallad un plectro: o de la mar brillante El seno rojo y nacarado, el molde De la triunfante estrofa, nueva sea! Como nobles de Nápoles, fantasmas Sin carnes ya y sin sangre, que en polvosos Palacios muertos con añejas chupas De comido blasón, a paso sordo Andan, y al mundo que camina enseñan Como un grito sin voz la seca encía, Así, sobre los árboles cansados, Y los ciriales rotos, y los huecos De oxidadas diademas, duendecillos ¡Con chupa vieja y metro viejo asoman! No en tronco seco y muerto hacen sus nidos, Alegres recaderos de mañana, Las lindas aves cuerdas y gentiles: Ramaje quieren suelto y denso, y tronco Alto y robusto, en fibra rico y savia. Mas con el sol se alza el deber: se pone Mucho después que el sol: de la hornería Y su batalla y su fragor cansada La mente plena en el rendido cuerpo, ¡Atormentada duerme, —como el verso Vivo en los aires, Por la lira rota Sin dar sonidos desolados pasa! Perdona, pues, oh estrofa nueva, el tosco Alarde de mi amor. Cuando, oh Poesía, Cuando en tu seno reposar me es dado. Vaciad un monte, —en tajo de sol vivo ¡Tallad un plectro: o de la mar brillante El seno rojo y nacarado, el molde De la triunfante estrofa, nueva sea! Como nobles de Nápoles, fantasmas Sin carnes ya y sin sangre, que en polvosos Palacios muertos con añejas chupas De comido blasón, a paso sordo Andan, y al mundo que camina enseñan Como un grito sin voz la seca encía, Así, sobre los árboles cansados, Y los ciriales rotos, y los huecos De oxidadas diademas, duendecillos ¡Con chupa vieja y metro viejo asoman! No en tronco seco y muerto hacen sus nidos, Alegres recaderos de mañana, Las lindas aves cuerdas y gentiles: Ramaje quieren suelto y denso, y tronco Alto y robusto, en fibra rico y savia. Mas con el sol se alza el deber: se pone Mucho después que el sol: de la hornería Y su batalla y su fragor cansada La mente plena en el rendido cuerpo, ¡Atormentada duerme, —como el verso Vivo en los aires, Por la lira rota Sin dar sonidos desolados pasa! Perdona, pues, oh estrofa nueva, el tosco Alarde de mi amor. Cuando, oh Poesía, Cuando en tu seno reposar me es dado. Como nobles de Nápoles, fantasmas Sin carnes ya y sin sangre, que en polvosos Palacios muertos con añejas chupas De comido blasón, a paso sordo Andan, y al mundo que camina enseñan Como un grito sin voz la seca encía, Así, sobre los árboles cansados, Y los ciriales rotos, y los huecos De oxidadas diademas, duendecillos ¡Con chupa vieja y metro viejo asoman! No en tronco seco y muerto hacen sus nidos, Alegres recaderos de mañana, Las lindas aves cuerdas y gentiles: Ramaje quieren suelto y denso, y tronco Alto y robusto, en fibra rico y savia. Mas con el sol se alza el deber: se pone Mucho después que el sol: de la hornería Y su batalla y su fragor cansada La mente plena en el rendido cuerpo, ¡Atormentada duerme, —como el verso Vivo en los aires, Por la lira rota Sin dar sonidos desolados pasa! Perdona, pues, oh estrofa nueva, el tosco Alarde de mi amor. Cuando, oh Poesía, Cuando en tu seno reposar me es dado.
es
Chocano,José_Santos
<XXI
Noble_Capa_Que_Cubres_Los_Hombros_Triunfadores
Noble capa que cubres los hombros triunfadores del clásico Estudiante de Salamanca, un día alfombraste la senda de amor y poesía por donde se alejaron los viejos trovadores... Tú envolviste en tus pliegues poesías y amores; y dibujaste un trazo de heroica bizarría, que borró sus perfiles en esa lejanía en que a perderse fueron mis épocas mejores... Bajo de ti, el florete se estremeció entre el puño de los audaces choques: tal vez leve rasguño te ha hecho un embozado que entre la sombra escapa... Y por eso es que ahora, sentada en los escombros del pasado, mi musa cuelga sobre sus hombros un verso de Espronceda como una noble capa...
es
Cetina,Gutierre_de
<XXI
Ay,_Mísero_Pastor!,_¿Dó_Voy_Huyendo?
¡Ay, mísero pastor!, ¿dó voy huyendo? ¿Curar pienso un ardor con otro fuego? ¡Cuitado!, ¿adónde voy? ¿Estoy ya ciego que ni veo mi bien ni el mal entiendo? ¿Dó me llevas, Amor? Si aquí me enciendo, ¿tendré do voy más paz o más sosiego? Si huyo de un peligro, ¿a dó voy luego? ¿Es menor el que voy hora siguiendo? ¿Fue más ventura el Betis, por ventura, que era agora Pisuerga? ¿Aquél no ha sido tan triste para mí como ese agora? Si falta en Amarílida mesura, ¿cómo la tendrá Dórida, sabido que llevo ya en el alma otra señora?
es
Flórez,Julio
<XXI
Fue_En_Tiempo_De_Borrascas,_En_Una_Selva_Obscura
Fue en tiempo de borrascas, en una selva obscura bajo una vieja acacia, somnífera y hojosa; tus grandes ojos verdes sufrían la tortura quemante de los besos de mi boca golosa: tus ojos, impregnados de miedo y de ternura, tus ojos, esmeraldas que me robó la fosa. Se ennegrecía el cielo: ¡cómo olvidar las horas que pasaron entonces, cuando en mis brazos presa al morderte los labios —No más... que me devoras— decías, y agregabas: —Me has hecho sangre... besa más pasito! y sangraban como picadas moras tus labios, ¡ay! rubíes que me robó la huesa. Después, lloraste mucho... la borrasca rugía; de pronto vibró un trueno y —¿Oyes cómo retumba la voz de Dios?— dijiste, y agregaste: —¡Alma mía! ¡Es que el cielo indignado sobre mí se derrumba! ¡Perdón! ¡Perdón!— yo en tanto tus lágrimas bebía, tus lágrimas, diamantes que me robó la tumba.
es
Montobbio,Santiago
<XXI
Historia_Verdadera
Bajé del sueño, del sol y el miedo. Bajé y seguí bajando. No había nada. Deseé volver. Pero en el descenso había olvidado cómo a la infancia del primer verso trepar de nuevo. Y así (niños y niñas) me quedé solo, de ninguna parte rey y en mi noche por nadie abandonado. Y esta sola historia verdadera es el poeta.
es
Altolaguirre,Manuel
<XXI
Negras_Cabras_En_Fuga
Negras cabras en fuga perseguidas por el pastor, que sube cotidiano a la cumbre del día, dieron la vuelta al mundo, sorprendiendo —sus mil ojos brillantes— acalorado ya, sangrante, rojo, al fin de su descenso, al pastor, que ignoraba ser el broche de oro del cinturón bordado de la tierra.
es
Machado,Antonio
<XXI
Otra_Vez_El_Ayer._Tras_La_Persiana
Otra vez el ayer. Tras la persiana, música y sol; en el jardín cercano, la fruta de oro, al levantar la mano, el puro azul dormido en la fontana. Mi Sevilla infantil, ¡tan sevillana! ¡Cuál muerde el tiempo tu memoria en vano! ¡Tan nuestra! Avisa tu recuerdo, hermano. No sabemos de quién va a ser mañana. Alguien vendió la piedra de los lares al pesado teutón, al hambre mora, y al ítalo las puertas de los mares. ¡Odio y miedo a la estirpe redentora que muele el fruto de los olivares, y ayuna y labra, y siembra y canta y llora!
es
Pardo_García,Germán
<XXI
Perfección_De_La_Alegría
Detiénese la vida en este instante. La gloria da al amor júbilos plenos, y en la luz de los ámbitos serenos florece el trino en su emoción triunfante. En mis manos, el lúcido diamante de la alegría abísmase en sus senos, y el campo azul doblega en los morenos trigos, la gracia pura y abundante. Cumbre de la alegría y primavera del corazón, que así, no más, quisiera sentir la luz de la pasión ungida sobre sus hondos júbilos impresa, y retornar, en su unidad ilesa, al gozo del amor y de la vida.
es
Caballero_Bonald,José_Manuel
<XXI
Diario_Reencuentro
Desde donde me vuelvo a la pared, en medio de la noche, desde donde estoy solo cada noche, cautivo bajo mi propia vigilancia, allí me hallo según la fe que me fabrico cada día. Lavada está mi vida en virtud de su asombro. Ayer, mañana, viven juntos y fértiles, conforman mi memoria conmigo. Únicamente soy mi libertad y mis palabras.
es
Arturo,Aurelio
<XXI
En_La_Noche_Balsámica,_En_La_Noche
En la noche balsámica, en la noche, cuando suben las hojas hasta ser las estrellas, oigo crecer las mujeres en la penumbra malva y caer de sus párpados la sombra gota a gota. Oigo engrosar sus brazos en las hondas penumbras y podría oír el quebrarse de una espiga en el campo. Una palabra canta en mi corazón, susurrante hoja verde sin fin cayendo. En la noche balsámica, cuando la sombra es el crecer desmesurado de los árboles, me besa un largo sueño de viajes prodigiosos y hay en mi corazón una gran luz de sol y maravilla. En medio de una noche con rumor de floresta como el ruido levísimo del caer de una estrella, yo desperté en un sueño de espigas de oro trémulo junto del cuerpo núbil de una mujer morena y dulce, como a la orilla de un valle dormido. Y en la noche de hojas y estrellas murmurantes yo amé un país y es de su limo oscuro parva porción el corazón acerbo; yo amé un país que me es una doncella, un rumor hondo, un fluir sin fin, un árbol suave. Yo amé un país y de él traje una estrella que me es herida en el costado, y traje un grito de mujer entre mi carne. En la noche balsámica, noche joven y suave, cuando las altas hojas ya son de luz, eternas... Mas si tu cuerpo es tierra donde la sombra crece, si ya en tus ojos caen sin fin estrellas grandes, ¿qué encontraré en los valles que rizan alas breves?, ¿qué lumbre buscaré sin días y sin noches?
es
Blanco,Andrés_Eloy
<XXI
Otra_Vez,_Compañeros
Otra vez, compañeros, cuando creíamos estar ya para siempre con la tierra, he aquí que la mar nos ha ganado. He aquí que nos cambian de prisión y nos traen al Castillo que está en mitad del agua, bañado de olas verdes y de humo y de espuma, y de llamadas de vapores grises y de bocanadas de movimiento y de zarpadas lentas y calurosas. He aquí que aspiramos buches de zafarrancho y de piratería; he aquí que los lomos sudan la mala brea bajo el sol calafate y las drizas nerviosas y la arboladura de los brazos crujen ya al ondear de las melenas zafadas como estayes en el tumbo del viento. Henos aquí en la mar, a bordo del Castillo que ha de levar las anclas con sus cien hombres que aman la mar, con sus cien mástiles embanderados de gritos. Henos aquí, compañeros, esperando la hora en que el Castillo zarpe y echemos por las bordas el lastre de los grillos y el gran barco de piedra ponga proa a la costa y ande sobre los montes como sobre olas verdes, hasta arriarnos a todos entre las muchedumbres, entre las muchedumbres combatientes entre las muchedumbres ya pagadas, entre las muchedumbres ya tranquilas, saciadas de justicia, silenciosa de gesto, entre las muchedumbres sosegadas de playa, gravemente amainadas, como la mar de un puerto.
es
Fuertes,Gloria
<XXI
El_Fantasma_Se_Llamaba_Pepillo
El fantasma se llamaba Pepillo (no tenía nombre de fantasma pero lo era) El fantasma Pepillo no teníasábana, no tenía castillo. Vivía en una casavieja, tan vieja, que noteníauna teja. Pepillo el fantasma no tenía sábana, seembadurnabade harina y dormía en la cocina. Cuando llovía semojaba, cuando había tormenta se alegraba. Como noteníasábana, cuando se iba a aparecer tocaba una campana. Cansado de noasustar el fantasma Pepillo se compró un traje de pana, sepusoflequillo, y se fue al parque ajugarcon los chiquillos.
es
García_Lorca,Federico
<XXI
New_York._Oficina_Y_Denuncia
Debajo de las multiplicaciones hay una gota de sangre de pato. Debajo de las divisiones hay una gota de sangre de marinero. Debajo de las sumas, un río de sangre tierna; un río que viene cantando por los dormitorios de los arrabales, y es plata, cemento o brisa en el alba mentida de New York. Existen las montañas, lo sé. Y los anteojos para la sabiduría, lo sé. Pero yo no he venido a ver el cielo. He venido para ver la turbia sangre, la sangre que lleva las máquinas a las cataratas y el espíritu a la lengua de la cobra. Todos los días se matan en New York cuatro millones de patos, cinco millones de cerdos, dos mil palomas para el gusto de los agonizantes, un millón de vacas, un millón de corderos y dos millones de gallos que dejan los cielos hechos añicos. Más vale sollozar afilando la navaja o asesinar a los perros en las alucinantes cacerías que resistir en la madrugada los interminables trenes de leche, los interminables trenes de sangre, y los trenes de rosas maniatadas por los comerciantes de perfumes. Los patos y las palomas y los cerdos y los corderos ponen sus gotas de sangre debajo de las multiplicaciones; y los terribles alaridos de las vacas estrujadas llenan de dolor el valle donde el Hudson se emborracha con aceite. Yo denuncio a toda la gente que ignora la otra mitad, la mitad irredimible que levanta sus montes de cemento donde laten los corazones de los animalitos que se olvidan y donde caeremos todos en la última fiesta de los taladros. Os escupo en la cara. La otra mitad me escucha devorando, cantando, volando en su pureza como los niños en las porterías que llevan frágiles palitos a los huecos donde se oxidan las antenas de los insectos. No es el infierno, es la calle. No es la muerte, es la tienda de frutas. Hay un mundo de ríos quebrados y distancias inasibles en la patita de ese gato quebrada por el automóvil, y yo oigo el canto de la lombriz en el corazón de muchas niñas. óxido, fermento, tierra estremecida. Tierra tú mismo que nadas por los números de la oficina. ¿Qué voy a hacer, ordenar los paisajes? ¿Ordenar los amores que luego son fotografías, que luego son pedazos de madera y bocanadas de sangre? No, no; yo denuncio, yo denuncio la conjura de estas desiertas oficinas que no radian las agonías, que borran los programas de la selva, y me ofrezco a ser comido por las vacas estrujadas cuando sus gritos llenan el valle donde el Hudson se emborracha con aceite.
es
Cetina,Gutierre_de
<XXI
Un_Año_Hizo_Ayer,_Ya_Es_Hoy_Pasado
Un año hizo ayer, ya es hoy pasado, ¡ay, Dios!, ¿por qué lo traigo a la memoria? que pudiera acabar la triste historia que hora de nuevo Amor ha comenzado. Tal día como ayer pudo un cuidado los despojos gozar de su victoria; pude y no quise asegurar mi gloria porque pensaba ser asegurado. Pensé, digo, y fue justo que pensase quien tales muestras vio, que eran, señora, afectos, no ficción disimulada. Tal fue un dar lugar que descansase esta alma a quien llevar hacéis agora menos honrosa carga y más pesada.
es
Aleixandre,Vicente
<XXI
El_Más_Bello_Amor
Anteayer distante. Un día muy remoto me encontré con el vidrio nunca visto, con una mariposa de lengua, con esa vibración escapada de donde estaba bien sujeta. Yo había llorado diez siglos como diez gotas fundidas y me había sentido con la belleza de lo intranscurrido contemplando la velocidad del expreso. Pero comprendí que todo era falso. Falsa la forma de la vaca que sueña con ser una linda doncellita incipiente. Falso lo del falso profesor que ha esperado al cabo comprender su desnudo. Falsa hasta la sencilla manera con que las muchachas cuelgan de noche sus pechos que no están tocados. Pero me encontré un tiburón en forma de cariño; no, no: en forma de tiburón amado; escualo limpio, corazón extensible, ardor o crimen, deliciosa posesión que consiste en el mar. Nubes atormentadas al cabo convertidas en mejillas, tempestades hechas azul sobre el que fatigarse queriéndose, dulce abrazo viscoso de lo más grande y más negro, esa forma imperiosa que sabe a resbaladizo infinito. Así, sin acabarse mudo ese acoplamiento sangriento, respirando sobre todo una tinta espesa, los besos son las manchas, las extensibles manchas que no me podrán arrancar las manos más delicadas. Una boca imponente como una fruta bestial, como un puñal que de la arena amenaza el amor, un mordisco que abarcase toda el agua o la noche, un nombre que resuena como un bramido rodante, todo lo que musitan unos labios que adoro. Dime, dime el secreto de tu dulzura esperada, de esa piel que reserva su verdad como sístole; duérmete entre mis brazos como una nuez vencida, como un mínimo ser que olvida sus cataclismos. Tú eres un punto solo, una coma o pestaña; eres el mayor monstruo del océano único, eres esa montaña que navegando ocupa el fondo de jos mares como un corazón desbordante. Te penetro callando mientras grito o desgarro, mientras mis alaridos hacen música o sueño, porque beso murallas, las que nunca tendrán ojos, y beso esa yema fácil sensible como la pluma. La verdad, la verdad, la verdad es esta que digo, esa inmensa pistola que yace sobre el camino, ese silencio —el mismo— que finalmente queda cuando con una escoba primera aparto los senderos.
es
Rojas,Gonzalo
<XXI
Versión_De_La_Descalza
—Desde que me paré y anduve tengo la costumbre de ser dos, dos muchachas, dos figuraciones, una exclusivamente blanca con pelo rojo en el sexo, la otra por nívea exclusivamente blanca. Nos llamamos Teresa, las dos nos llamamos Teresa y sin parecernos estrictamente somos una, nos acostamos y lloramos sin saber que lloramos y al amanecer del agua de las dos sale una. Pero no venimos de Lesbos ni hay fisura psiquiátrica en cuanto al animal del desasimiento glorioso que somos de tobillo a nuca: lo que es dos es dos y nosotras no pasamos de una. Ahí tienen andariegos nuestros dos pies fundadores y ensangrentados, moradores de una, ahí las viejas orejas que igualmente son dos cuya música alta es asimismo una. Dicen que soy escandinava, tal vez sea escandinava, ninguna posesa así de Dios fuera en Castilla dos y en la Escandinavia de las estrellas fuera una.
es
Machado,Antonio
<XXI
Más_Fuerte_Que_La_Guerra_-Espanto_Y_Grima-
Más fuerte que la guerra —espanto y grima— cuando con torpe vuelo de avutarda el ominoso trimotor se encima y sobre el vano techo se retarda, hoy tu alegre zalema el campo anima, tu claro verde el chopo en yemas guarda. Fundida irá la nieve de la cima al hielo rojo de la tierra parda. Mientras retumba el monte, el mar humea, da la sirena el lúgubre alarido, y en el azul el avión platea, ¡cuán agudo se filtra hasta mi oído, niña inmortal, infatigable dea, el agrio son de tu rabel florido!
es
González_Ambou,Ramón
XXI
La_Noche_Me_Hace_Poeta
La noche me hace poeta tú, haces de la noche poesía. En la arenas del Mediterráneo las estrellas del mar nocturno reflejan tu silueta. Juanita, Tú haces de la noche poesía cuando la noche me hace poeta.
es
Villaespesa,Francisco
<XXI
—Llaman_A_La_Puerta,_Madre._¿Quién_Será?
—Llaman a la puerta, madre. ¿Quién será? —Es el viento, hija mía, que gime al pasar. —No es el viento, madre. ¿No oyes suspirar? —Es el viento que al paso deshoja un rosal. —No es viento, madre. ¿No escuchas hablar? —El viento que agita las olas del mar. —No es el viento. ¿Oíste una voz gritar? —El viento que al paso rompió algún cristal. —Soy el amor —dicen—, que aquí quiere entrar... —Duérmete, hija mía..., es el viento no más.
es
Romera,Mario
XXI
Verano_Soñado
Finos dedos de luz hilaban las cortinas de aquella casita junto al mar; afuera una algarabía de niños y gaviotas, o el ligero viento repentino y seco de Agosto, que elevaba sábanas como un prodigio de velas, nos deparaban tardes felices sin medida y sin falsas esperanzas de otros días mejores. Jamás hicieron falta, era tácita la entrega. La tarde era otra cosa para nuestro ardor, era la promesa ineludible de otra noche de dos cuerpos descubriéndose uno al otro talvez como una caracola descubre la textura de la arena, su amable oquedad, su nítida ternura. Marchaban nuestras horas a espaldas del tiempo. Ese verano el dios del cielo olvidó los temidos eclipses y tormentas, no llegaron noticias de ahogados, y alguna muchacha conoció en la playa el amor por primera vez, ¿recuerdas?: cómo reímos la torpeza de unas sombras mientras bebíamos horchata bajo el porche. ¿Qué fue de aquel verano que se me hizo sueño? Hoy la casa junto al mar ya no está junto al mar, palidece enmedio de edificios con ventanas cerradas, y en el porche cada mañana encuentro una paloma muerta llena de hormigas. Hoy no consigo recordar tu nombre. Jamás hicieron falta, era tácita la entrega. La tarde era otra cosa para nuestro ardor, era la promesa ineludible de otra noche de dos cuerpos descubriéndose uno al otro talvez como una caracola descubre la textura de la arena, su amable oquedad, su nítida ternura. Marchaban nuestras horas a espaldas del tiempo. Ese verano el dios del cielo olvidó los temidos eclipses y tormentas, no llegaron noticias de ahogados, y alguna muchacha conoció en la playa el amor por primera vez, ¿recuerdas?: cómo reímos la torpeza de unas sombras mientras bebíamos horchata bajo el porche. ¿Qué fue de aquel verano que se me hizo sueño? Hoy la casa junto al mar ya no está junto al mar, palidece enmedio de edificios con ventanas cerradas, y en el porche cada mañana encuentro una paloma muerta llena de hormigas. Hoy no consigo recordar tu nombre. La tarde era otra cosa para nuestro ardor, era la promesa ineludible de otra noche de dos cuerpos descubriéndose uno al otro talvez como una caracola descubre la textura de la arena, su amable oquedad, su nítida ternura. Marchaban nuestras horas a espaldas del tiempo. Ese verano el dios del cielo olvidó los temidos eclipses y tormentas, no llegaron noticias de ahogados, y alguna muchacha conoció en la playa el amor por primera vez, ¿recuerdas?: cómo reímos la torpeza de unas sombras mientras bebíamos horchata bajo el porche. ¿Qué fue de aquel verano que se me hizo sueño? Hoy la casa junto al mar ya no está junto al mar, palidece enmedio de edificios con ventanas cerradas, y en el porche cada mañana encuentro una paloma muerta llena de hormigas. Hoy no consigo recordar tu nombre. Marchaban nuestras horas a espaldas del tiempo. Ese verano el dios del cielo olvidó los temidos eclipses y tormentas, no llegaron noticias de ahogados, y alguna muchacha conoció en la playa el amor por primera vez, ¿recuerdas?: cómo reímos la torpeza de unas sombras mientras bebíamos horchata bajo el porche. ¿Qué fue de aquel verano que se me hizo sueño? Hoy la casa junto al mar ya no está junto al mar, palidece enmedio de edificios con ventanas cerradas, y en el porche cada mañana encuentro una paloma muerta llena de hormigas. Hoy no consigo recordar tu nombre. Ese verano el dios del cielo olvidó los temidos eclipses y tormentas, no llegaron noticias de ahogados, y alguna muchacha conoció en la playa el amor por primera vez, ¿recuerdas?: cómo reímos la torpeza de unas sombras mientras bebíamos horchata bajo el porche. ¿Qué fue de aquel verano que se me hizo sueño? Hoy la casa junto al mar ya no está junto al mar, palidece enmedio de edificios con ventanas cerradas, y en el porche cada mañana encuentro una paloma muerta llena de hormigas. Hoy no consigo recordar tu nombre. ¿Qué fue de aquel verano que se me hizo sueño? Hoy la casa junto al mar ya no está junto al mar, palidece enmedio de edificios con ventanas cerradas, y en el porche cada mañana encuentro una paloma muerta llena de hormigas. Hoy no consigo recordar tu nombre. Hoy la casa junto al mar ya no está junto al mar, palidece enmedio de edificios con ventanas cerradas, y en el porche cada mañana encuentro una paloma muerta llena de hormigas. Hoy no consigo recordar tu nombre. Hoy no consigo recordar tu nombre.
es
Nervo,Amado
<XXI
El_Día_Que_Me_Quieras_Tendrá_Más_Luz_Que_Junio
El día que me quieras tendrá más luz que junio; la noche que me quieras será de plenilunio, con notas de Beethoven vibrando en cada rayo sus inefables cosas, y habrá juntas más rosas que en todo el mes de mayo. Las fuentes cristalinas irán por las laderas saltando cristalinas el día que me quieras. El día que me quieras, los sotos escondidos resonarán arpegios nunca jamás oídos. Éxtasis de tus ojos, todas las primaveras que hubo y habrá en el mundo serán cuando me quieras. Cogidas de la mano cual rubias hermanitas, luciendo golas cándidas, irán las margaritas por montes y praderas, delante de tus pasos, el día que me quieras... Y si deshojas una, te dirá su inocente postrer pétalo blanco: ¡Apasionadamente! Al reventar el alba del día que me quieras, tendrán todos los tréboles cuatro hojas agoreras, y en el estanque, nido de gérmenes ignotos, florecerán las místicas corolas de los lotos. El día que me quieras será cada celaje ala maravillosa; cada arrebol, miraje de Las Mil y una Noches; cada brisa un cantar, cada árbol una lira, cada monte un altar. El día que me quieras, para nosotros dos cabrá en un solo beso la beatitud de Dios.
es
Aleixandre,Vicente
<XXI
Figura_Del_Leñador
El leñador oprime su hacha y sale al campo. El camino hacia el puerto tiene unas blancas torres, jardines. Son extraños al pueblo. Sin mirarlos avanza por el polvo extendido, que el camino, desdeñando otras cercas, sube en su propio polvo hacia la altura, hacia el azul común que a todos unge. Y él marcha. La sandalia, unión del pie seguro con la tierra, pone un paso, luego otro, y aún otro, y asi muchos. Entre las tiras bulle el pie, en prieta corteza. Los dedos se adelantan, casi córneos parecen, y reciben en su punta las uñas como un hueso ofensor, indagador del mundo, hostil a ruda marcha. Así esa pierna avanza, no desnuda; su materia está envuelta casi en sí misma: pana mucho más que textil, casi piel solo, rugosa allí latiendo; abraza la rodilla, cruje al marchar con ella y en el muslo hace el fuego: el de la sangre y músculos, quemados bajo el sol, allí sobre esos páramos. El sigue y ya ha torcido. El puerto está en lo alto. La pana se termina en la cintura escueta: rematada en la faja. Signo rojo que inmóvil sujeta allí la vida, partida en dos y enteriza pudiendo. Entero el cuerpo sigue. Uno y valiente sigue, y sube y sube. Con el hacha al hombro. Después va la camisa, el tronco mismo que la lleva apenas. Como es él, ella misma. Camisa o tierra seca que un rocío o un sudor humedece. Aún el pecho la abre, aún más, como asomándose, como materia lúcida, brillante en el esfuerzo, fragor, vello o más sombras. Ya casi está en la cima. El puerto se corona allí en las cumbres. Y en el cuello del hombre, irrumpido, el mentón ásperamente avanza. Proa allí, y todavía como un airón, arriba, aún más arriba, el pelo hirsuto ondeante. Como de un manotazo allí se implanta el pelo que es cobrizo más que negro, y que en la nieve rojo se antoja, y a una mata o un tojo se asemeja. El leñador completo a lo alto llega. Allí a un lado está el bosque. Bosque de robles que su mano dura va a aclarar, y su acero. Relámpago de pronto parecía. De la tierra irrumpido. Como si ella se abriese, y robusta se irguiese como una luz el hacha, coronando al humano. Hombre o rayo frenético, desnudo de cintura, en zigzag ya trazado, rayo puro abatiendo los árboles. En las lomas el bosque es aún reciente. Unas décadas solo. Matas quedan, arbustos, casi niñez de un bosque que sube en la ladera hacia su cima fuerte. Pero hay troncos potentes mezclados con más troncos, masa enteriza arbórea que, poblada de pájaros silvestres, canta y canta en estío. Mezclados a otros cantos, cigarras fuertes, élitros de duros grillos, brillos o sonidos nocturnos que hace el bosque compacto. Aunque se ven luciérnagas, luces suaves, amantes, que en la soledad aguardan. Pero el leñador llega, si es que no es hijo solo de la tierra entreabierta. Emerge y pronto arbóreo también, él se enardece; sus dos ramas acrecen y brillan, ay: amenazan. Repentino, no hermano, a un roble se le arrima, un momento le imita, feraz, alto, rameante. Pero pronto descarga. ¿Quién ha oído ese grito total que el bosque emite cuando herido concreto por un tronco, vacila? El leñador se multiplica, tiene, no dos ramas, un ciento, un hirviente ramaje, que un viento removiese, fragoroso, arrasado, mientras aquellas sus ondeantes ramas contra otras ramas hieren, derriban, ¡oh: se cumplen! El leñador es hombre, no un árbol. Tiene el rostro, sus ojos, su posible sonrisa, el cuello o sangre, sus hombros golpeantes, sus brazos, sí, humanísimos. Trabaja. El árbol nunca trabaja. Juan trabaja. Y cuando ha puesto en tierra los troncos necesarios, rehecho en su hermana forma —conciencia siempre viva— , depone el hierro, cae su brazo, y mira, y ahora su piel enjuga, y lento su mano lleva al pecho.
es
Hahn,Óscar
<XXI
Todas_Estas_Mujeres_Que_Rodean
Todas estas mujeres que rodean el lecho donde yazgo cada día son un coro de velas carnosísimas pero se van en fila retirando y estoy solo otra vez en el espacio del mundo y ahora pasan lentamente por mi lecho de nuevo pero no aunque estás a mi lado respirando con tantas bocas tantos ojos múltiples locamente y yo miro el cielo raso y el lecho donde yazgo cada día mientras todas las bellas van poniendo flores blancas sobre este pobre cuerpo que me cubren de arena que me cubren de arena blanca y respirar no puedo en mi lecho caliente circundado por mujeres que rezan y que lloran
es
Gamoneda,Antonio
<XXI
Sábana_Negra_En_La_Misericordia
Sábana negra en la misericordia: Tu lengua en un idioma ensangrentado. Sábana aún en la sustancia enferma, la que llora en tu boca y en la mía y, atravesando dulcemente llagas, ata mis huesos a tus huesos humanos. No mueras más en mí, sal de mi lengua. Dame la mano para entrar en la nieve.
es
Vega,Garcilaso_de_la
<XXI
Soneto_Viii
De aquella vista buena y excelente salen espirtus vivos y encendidos, y siendo por mis ojos recibidos, me pasan hasta donde el mal se siente. Entránse en el camino fácilmente, con los míos, de tal calor movidos, salen fuera de mí como perdidos, llamados de aquel bien que está presente. Ausente, en la memoria la imagino; mis espirtus, pensando que la vían, se mueven y se encienden sin medida; mas no hallando fácil el camino, que los suyos entrando derretían, revientan por salir do no hay salida. Entránse en el camino fácilmente, con los míos, de tal calor movidos, salen fuera de mí como perdidos, llamados de aquel bien que está presente. Ausente, en la memoria la imagino; mis espirtus, pensando que la vían, se mueven y se encienden sin medida; mas no hallando fácil el camino, que los suyos entrando derretían, revientan por salir do no hay salida. Ausente, en la memoria la imagino; mis espirtus, pensando que la vían, se mueven y se encienden sin medida; mas no hallando fácil el camino, que los suyos entrando derretían, revientan por salir do no hay salida. mas no hallando fácil el camino, que los suyos entrando derretían, revientan por salir do no hay salida.
es
Bolaño,Roberto
<XXI
Primavera_De_1980._Para_Randy_Weston
El misterio del amor es el misterio del amor y ahora son las doce del día y estoy desayunando un vaso de té mientras la lluvia se desliza por los pilares blancos del puente. En coches perdidos, con dos o tres amigos lejanos, vimos de cerca a la muerte. Borrachos y sucios, al despertar, en suburbios pintados de amarillo vimos a la Pelona bajo la sombra de un tenderete. ¡Qué clase de duelo es éste!, gritó mi amigo. la vimos desaparecer y aparecer como una estatua griega. La vimos estirarse. Pero sobre todo la vimos fundirse con las colinas y el horizonte.
es
Nervo,Amado
<XXI
¡Si_Pudiera_Ser_Hoy!...
Como verte es el único ideal que persigo, sin vivir en mí estoy, y muriendo del ansia de reunirme contigo, cada día me digo: «¡Si pudiera ser hoy!»
es
Urbina,Luis_Gonzaga
<XXI
Mi_Padre_Fue_Muy_Bueno:_Me_Donó_Su_Alegría
Mi padre fue muy bueno: me donó su alegría ingenua; su ironía amable: su risueño y apacible candor. ¡Gran ofrenda la suya! Pero tú, madre mía, tú me hiciste el regalo de tu suave dolor. Tú pusiste en mi alma la enfermiza ternura, el anhelo nervioso e incansable de amar; las recónditas ansias de creer; la dulzura de sentir la belleza de la vida, y soñar. Del ósculo fecundo que se dieron dos seres —el gozoso y el triste— en una hora de amor, nació mi alma inarmónica; pero tú, madre, eres quien me ha dado el secreto de la paz interior. A merced de los vientos, como una barca rota va, doliente, el espíritu; desesperado, no. La placidez alegre poco a poco se agota; mas sobre la sonrisa que me dio el padre, brota de mis ojos la lágrima que la madre me dio.
es
Palacios,Zacarías
XXI
Yo_Quiero_Ver_El_Silencio
Yo quiero ver el silencio derramándose en todos los rincones y penetrando bien dentro de las almas y los hombres. El silencio no es vacío ni es desierto. Es un cofre en que se esconden las joyas de los misterios, los temblores de los besos, las carcajadas de flores y el perfume de un encuentro. Yo quiero siempre el silencio en todos nuestros albores, porque es fontana y venero de sentimiento y colores del humano pensamiento. Sólo un jardín apretado de silenciosos rumores puede ofrecer el concierto de nuestra rosa en botones. Dame, dame tu silencio, que es florero de las noches.
es
Parra,Nicanor
<XXI
El_Hombre_Imaginario
El hombre imaginario vive en una mansión imaginaria rodeada de árboles imaginarios a la orilla de un río imaginario De los muros que son imaginarios penden antiguos cuadros imaginarios irreparables grietas imaginarias que representan hechos imaginarios ocurridos en mundos imaginarios en lugares y tiempos imaginarios Todas las tardes tardes imaginarias sube las escaleras imaginarias y se asoma al balcón imaginario a mirar el paisaje imaginario que consiste en un valle imaginario circundado de cerros imaginarios Sombras imaginarias vienen por el camino imaginario entonando canciones imaginarias a la muerte del sol imaginario Y en las noches de luna imaginaria sueña con la mujer imaginaria que le brindó su amor imaginario vuelve a sentir ese mismo dolor ese mismo placer imaginario y vuelve a palpitar el corazón del hombre imaginario
es
Gelman,Juan
<XXI
Luna
Escribe porque la vida lo escribe y cree que escribe sobre lo que ella no sabe: el otoño maestro de la espera, el dolor de haber sentido dolor, el pájaro que vuela en la hora presente para convertirla en pasado. Las imágenes componen el mundo y el sol que dora la ciudad parece harina caliente haciendo pan en mi cuarto. Ser uno es no tener nada. Cae el ocaso sobre la palabra que flota en lo visible como una luna.
es
Pombo,Rafael
<XXI
Carta_Improvisada
Carísimo Jenaro: Según veo Por tu preciosa epístola poética, Conserva aún tu corazón deseo, Y aún arde tu alma en el amor frenética, Aún no ves el mundano devaneo Con mirada serena y aritmética, Y aún no has gustado de la fuente mía De helada y habitual filosofía. Qué demonios te importa, ¡vive el cielo! Que te ame una mujer o no te ame, Y que al través del encantado velo Tu voz verdugo o serafín la llame, Si cuando más levantes tu almo vuelo Ella su prosa de cocinas lame, Y al escucharte hablar se queda lela Con sentimentalismo... de panela. Quítale la graciosa mascarita Que ha pintado el demonio en su semblante, Y la más remilgada y más bonita Queda hecha puro polvo en el instante. Su corazón de a cuarto no palpita Sino por lo palpable y lo sonante, Y de criada a reina las mujeres Son todas una indormia de placeres. Y nada más: el corazón del hombre Es el más consumado estatuario, Toma un poco de lodo, le da un nombre Y se postra a adorarlo visionario; No hay charco que de mármoles no alfombre, Siempre saca una hurí de un dromedario, El lo adorna, lo pule, lo bautiza, Y con su propio error se martiza. ¡Oh! no hubo corazón más ambicioso Que el corazón desencantado mío: El rebuscó sin tregua ni reposo La dulce realidad del desvarío, La mujer ideal buscó afanoso Del valle ardiente hasta el nevado frío, Y no encontrando más que una parodia Pronto cantó en amor la palinodia. Yo por mi desventura no tenía Mi espiritual y límpido tesoro Sino (para seguir la alegoría) En puras y redondas onzas de oro. Brindé negocios de mayor cuantía A todo un virginal radiante coro, Y al recibir papel falsificado Derroqué mi fantástico Dorado. Las contemplé ruines como insectos Y las volví la desdeñosa espalda Como a esos pozos pérfidos, infectos, Cuya agua el labio del sediento escalda. Vi que todos sus votos, sus afectos Los guardan las mujeres en la falda de a cuarto palpable sonante, Hé aquí, pues, cuáles son, Jenaro mío, En amor mis principios, mi creencia: Al fondo de la copa está el hastío, Al fondo del tormento la experiencia. Aquí en estas octavas yo te envío De mi exprimido corazón la esencia, Y espero firme que gustando de ella Mandes a un cuerno a tu adorada bella.
es
Unamuno,Miguel_de
<XXI
Una_Mañana_Del_Florido_Mayo
Una mañana del florido Mayo abrió sus alas húmedas de sueño y del naciente sol al tibio rayo al aire se entregó. Sobre el risueño haz del natal arroyo hizo el ensayo primero de sus alas. Del empeño segura ya, voló. Breve desmayo posar le hizo en el pétalo sedeño de un agabanzo. Y empezó el derroche de su efímera vida en loco brillo de vuelos faltos de intención alguna, para morir, sin conocer la noche, abatida por piedra de un chiquillo, de las nativas aguas en la cuna.
es
Guillén,Nicolás
<XXI
—Me_Matan,_Si_No_Trabajo
—Me matan, si no trabajo, Y si trabajo me matan. Siempre me matan, matan, Siempre me matan. Ayer vi a un hombre mirando, Mirando el sol que salía. Ayer vi a un hombre mirando, Mirando el sol que salía. El hombre estaba muy serio Porque el hombre no veía. Ay, Los ciegos viven sin ver Cuando sale el sol, Cuando sale el sol, ¡Cuando sale el sol! Ayer vi a un niño jugando A que mataba a otro niño. Ayer vi a un niño jugando A que mataba a otro niño. Hay niños que se parecen A los hombres trabajando. ¡Quién les dirá cuando crezcan Que los hombres no son niños, Que no lo son, Que no lo son, Que no lo son! Me matan, si no trabajo, Y si trabajo me matan: Siempre me matan, me matan, ¡Siempre me matan!
es
Unamuno,Miguel_de
<XXI
Mira_El_Pordiosero
Mira el pordiosero, es el de siempre... ¡Pobrecito, que viene deshecho! ¡Cómo resiste! ¡Parece imposible! Mírale cómo besa el mendrugo que de allí le echaron... ¡Oh, qué pan tan duro! No le ablandan los besos, de fijo, los besos del pobre... Hoy le besa... mañana le muerde... le besa y lo guarda; al zurrón se lo mete, se guarda el mendrugo... En él de sus dientes dejó un niño la marca y después de morderlo tuvo que dejarlo, rendido de sueño, rendidito el pobre... Mira un pajarito cómo allí se posa, a coger las migajas del pan de limosna... Mira que volando las lleva en el pico... ¡Migas del mendrugo! Se las lleva al nido... Hay que dar limosna, no hay más remedio, hay que dar limosna... el no darla es tan feo. ¿Que no sirve de nada? ¿Qué importa? ¿Qué importa?... Es tan feo... ¡Es hermoso y basta! «¡Caridad no, justicia!», me dices... Esas son monsergas, son cosas de libros, esos son embrollos, ve ahí, te lo digo... ¡es tan hermoso! Mírale cómo viene... tan dulce... tan dulce y tan quedo... Mírale cómo viene tan dulce... Es el pordiosero... Parece su capa la huerta del pueblo, la huerta formada de retazos de todos colores que se acerquen al verde... la capa parece la capa del pueblo, parece la huerta si la ves desde el cerro. El sol y la lluvia le han dado ese tono, eso tono tan suave y tan dulce... ¡dale limosna... que es tan hermoso! Mira, el Sol que es tan bueno, su luz soberana le da de limosna sin negarle nada. Y el aire le envuelve, le besa y le abraza, y con tanto ahínco que por eso se pone la capa. Bebe en los caminos agua cristalina, agua que Dios llueve, limosna Divina... ¿Es que acaso somos más que unos mendigos? De limosna y de gracia, de mendrugos vivimos... ¿Otra vez... otra vez lo repites? ¡Justicia tan sólo!... ¡Desgraciado si no encuentras gracia! ¡Oh, si el Juez soberano 1 tan sólo justicia te diera, justicia tan sólo!... Esas son monsergas, son cosas de libros, esos son embrollos, ¡ve ahí, te lo digo! Una limosnita, por Dios, pide el pobre, y se le contesta: «¡Hermano, perdone!» Y él perdona la deuda, pa'a que Dios le perdone. «Que el buen Dios se lo pague, hermanito, que Dios le bendiga», dice a quien le paga, y en limosna le da Dios la vida... La vida es limosna... Déjale al corazón que te diga qué es lo más hermoso, déjale al corazón, que en la vida él sabe sólo... ¡sólo él sabe la dicha! La vida es limosna, limosna del cielo... Te vendrá tu hora... La vida es muy dura; Es como el mendrugo, La vida es muy dura es como el mendrugo que echaron al pobre. Bésala piadoso antes de guardarla, besa ese mendrugo antes de meterlo al zurrón de tu alma. Su señal dejó en ella algún ángel antes de dormirse... Ha de despertarse... Cuando tú te duermas, duermas para siempre... ¡La vida es limosna...! ¡Limosna la muerte! 2
es
Pardo_García,Germán
<XXI
Invocación_A_La_Noche
Deslúmbrame con otras maravillas. Combáteme con furia diferente. Anúdame en el cuerpo tu serpiente. Desgástame el calor de las mejillas. Destrúyeme, transfórmame en astillas. Inúndame, cuartéame la frente. Guíame a una grandeza sorprendente. Desembárcame en trágicas orillas. Pertúrbame el espíritu con ondas que logren devastar mi inteligencia. Martirízame el suelo con tus sondas. Quebrántame la humana resistencia. Desquíciame estas frágiles rotondas. Condúceme al horror de tu demencia.
es
Girondo,Oliverio
<XXI
Si_Hubiera_Sospechado_Lo_Que_Se_Oye_Después_De_Muerto,_No_Me_Suicido
Si hubiera sospechado lo que se oye después de muerto, no me suicido. Apenas se desvanece la musiquita que nos echó a perder los últimos momentos y cerramos los ojos para dormir la eternidad, empiezan las discusiones y las escenas de familia. ¡Qué desconocimiento de las formas! ¡Qué carencia absoluta de compostura! ¡Qué ignorancia de lo que es bien morir! Ni un conventillo de calabreses malcasados, en plena catástrofe conyugal, daría una noción aproximada de las bataholas que se producen a cada instante. Mientras algún vecino patalea dentro de su cajón, los de al lado se insultan como carreros, y al mismo tiempo que resuena un estruendo a mudanza, se oyen las carcajadas de los que habitan en la tumba de enfrente. Cualquier cadáver se considera con el derecho de manifestar a gritos los deseos que había logrado reprimir durante toda su existencia de ciudadano, y no contento con enterarnos de sus mezquindades, de sus infamias, a los cinco minutos de hallarnos instalados en nuestro nicho, nos interioriza de lo que opinan sobre nosotros todos los habitantes del cementerio. De nada sirve que nos tapemos las orejas. Los comentarios, las risitas irónicas, los cascotes que caen de no se sabe dónde, nos atormentan en tal forma los minutos del día y del insomnio, que nos dan ganas de suicidarnos nuevamente. Aunque parezca mentira —esas humillaciones— ese continuo estruendo resulta mil veces preferible a los momentos de calma y de silencio. Por lo común, éstos sobrevienen con una brusquedad de síncope. De pronto, sin el menor indicio, caemos en el vacío. Imposible asirse a alguna cosa, encontrar una asperosidad a que aferrarse. La caída no tiene término. El silencio hace sonar su diapasón. La atmósfera se rarifica cada vez más, y el menor ruidito: una uña, un cartílago que se cae, la falange de un dedo que se desprende, retumba, se amplifica, choca y rebota en los obstáculos que encuentra, se amalgama con todos los ecos que persisten; y cuando parece que ya se va a extinguir, y cerramos los ojos despacito para que no se oiga ni el roce de nuestros párpados, resuena un nuevo ruido que nos espanta el sueño para siempre. ¡Ah, si yo hubiera sabido que la muerte es un país donde no se puede vivir! Apenas se desvanece la musiquita que nos echó a perder los últimos momentos y cerramos los ojos para dormir la eternidad, empiezan las discusiones y las escenas de familia. ¡Qué desconocimiento de las formas! ¡Qué carencia absoluta de compostura! ¡Qué ignorancia de lo que es bien morir! Ni un conventillo de calabreses malcasados, en plena catástrofe conyugal, daría una noción aproximada de las bataholas que se producen a cada instante. Mientras algún vecino patalea dentro de su cajón, los de al lado se insultan como carreros, y al mismo tiempo que resuena un estruendo a mudanza, se oyen las carcajadas de los que habitan en la tumba de enfrente. Cualquier cadáver se considera con el derecho de manifestar a gritos los deseos que había logrado reprimir durante toda su existencia de ciudadano, y no contento con enterarnos de sus mezquindades, de sus infamias, a los cinco minutos de hallarnos instalados en nuestro nicho, nos interioriza de lo que opinan sobre nosotros todos los habitantes del cementerio. De nada sirve que nos tapemos las orejas. Los comentarios, las risitas irónicas, los cascotes que caen de no se sabe dónde, nos atormentan en tal forma los minutos del día y del insomnio, que nos dan ganas de suicidarnos nuevamente. Aunque parezca mentira —esas humillaciones— ese continuo estruendo resulta mil veces preferible a los momentos de calma y de silencio. Por lo común, éstos sobrevienen con una brusquedad de síncope. De pronto, sin el menor indicio, caemos en el vacío. Imposible asirse a alguna cosa, encontrar una asperosidad a que aferrarse. La caída no tiene término. El silencio hace sonar su diapasón. La atmósfera se rarifica cada vez más, y el menor ruidito: una uña, un cartílago que se cae, la falange de un dedo que se desprende, retumba, se amplifica, choca y rebota en los obstáculos que encuentra, se amalgama con todos los ecos que persisten; y cuando parece que ya se va a extinguir, y cerramos los ojos despacito para que no se oiga ni el roce de nuestros párpados, resuena un nuevo ruido que nos espanta el sueño para siempre. ¡Ah, si yo hubiera sabido que la muerte es un país donde no se puede vivir! ¡Qué desconocimiento de las formas! ¡Qué carencia absoluta de compostura! ¡Qué ignorancia de lo que es bien morir! Ni un conventillo de calabreses malcasados, en plena catástrofe conyugal, daría una noción aproximada de las bataholas que se producen a cada instante. Mientras algún vecino patalea dentro de su cajón, los de al lado se insultan como carreros, y al mismo tiempo que resuena un estruendo a mudanza, se oyen las carcajadas de los que habitan en la tumba de enfrente. Cualquier cadáver se considera con el derecho de manifestar a gritos los deseos que había logrado reprimir durante toda su existencia de ciudadano, y no contento con enterarnos de sus mezquindades, de sus infamias, a los cinco minutos de hallarnos instalados en nuestro nicho, nos interioriza de lo que opinan sobre nosotros todos los habitantes del cementerio. De nada sirve que nos tapemos las orejas. Los comentarios, las risitas irónicas, los cascotes que caen de no se sabe dónde, nos atormentan en tal forma los minutos del día y del insomnio, que nos dan ganas de suicidarnos nuevamente. Aunque parezca mentira —esas humillaciones— ese continuo estruendo resulta mil veces preferible a los momentos de calma y de silencio. Por lo común, éstos sobrevienen con una brusquedad de síncope. De pronto, sin el menor indicio, caemos en el vacío. Imposible asirse a alguna cosa, encontrar una asperosidad a que aferrarse. La caída no tiene término. El silencio hace sonar su diapasón. La atmósfera se rarifica cada vez más, y el menor ruidito: una uña, un cartílago que se cae, la falange de un dedo que se desprende, retumba, se amplifica, choca y rebota en los obstáculos que encuentra, se amalgama con todos los ecos que persisten; y cuando parece que ya se va a extinguir, y cerramos los ojos despacito para que no se oiga ni el roce de nuestros párpados, resuena un nuevo ruido que nos espanta el sueño para siempre. ¡Ah, si yo hubiera sabido que la muerte es un país donde no se puede vivir! Ni un conventillo de calabreses malcasados, en plena catástrofe conyugal, daría una noción aproximada de las bataholas que se producen a cada instante. Mientras algún vecino patalea dentro de su cajón, los de al lado se insultan como carreros, y al mismo tiempo que resuena un estruendo a mudanza, se oyen las carcajadas de los que habitan en la tumba de enfrente. Cualquier cadáver se considera con el derecho de manifestar a gritos los deseos que había logrado reprimir durante toda su existencia de ciudadano, y no contento con enterarnos de sus mezquindades, de sus infamias, a los cinco minutos de hallarnos instalados en nuestro nicho, nos interioriza de lo que opinan sobre nosotros todos los habitantes del cementerio. De nada sirve que nos tapemos las orejas. Los comentarios, las risitas irónicas, los cascotes que caen de no se sabe dónde, nos atormentan en tal forma los minutos del día y del insomnio, que nos dan ganas de suicidarnos nuevamente. Aunque parezca mentira —esas humillaciones— ese continuo estruendo resulta mil veces preferible a los momentos de calma y de silencio. Por lo común, éstos sobrevienen con una brusquedad de síncope. De pronto, sin el menor indicio, caemos en el vacío. Imposible asirse a alguna cosa, encontrar una asperosidad a que aferrarse. La caída no tiene término. El silencio hace sonar su diapasón. La atmósfera se rarifica cada vez más, y el menor ruidito: una uña, un cartílago que se cae, la falange de un dedo que se desprende, retumba, se amplifica, choca y rebota en los obstáculos que encuentra, se amalgama con todos los ecos que persisten; y cuando parece que ya se va a extinguir, y cerramos los ojos despacito para que no se oiga ni el roce de nuestros párpados, resuena un nuevo ruido que nos espanta el sueño para siempre. ¡Ah, si yo hubiera sabido que la muerte es un país donde no se puede vivir! Mientras algún vecino patalea dentro de su cajón, los de al lado se insultan como carreros, y al mismo tiempo que resuena un estruendo a mudanza, se oyen las carcajadas de los que habitan en la tumba de enfrente. Cualquier cadáver se considera con el derecho de manifestar a gritos los deseos que había logrado reprimir durante toda su existencia de ciudadano, y no contento con enterarnos de sus mezquindades, de sus infamias, a los cinco minutos de hallarnos instalados en nuestro nicho, nos interioriza de lo que opinan sobre nosotros todos los habitantes del cementerio. De nada sirve que nos tapemos las orejas. Los comentarios, las risitas irónicas, los cascotes que caen de no se sabe dónde, nos atormentan en tal forma los minutos del día y del insomnio, que nos dan ganas de suicidarnos nuevamente. Aunque parezca mentira —esas humillaciones— ese continuo estruendo resulta mil veces preferible a los momentos de calma y de silencio. Por lo común, éstos sobrevienen con una brusquedad de síncope. De pronto, sin el menor indicio, caemos en el vacío. Imposible asirse a alguna cosa, encontrar una asperosidad a que aferrarse. La caída no tiene término. El silencio hace sonar su diapasón. La atmósfera se rarifica cada vez más, y el menor ruidito: una uña, un cartílago que se cae, la falange de un dedo que se desprende, retumba, se amplifica, choca y rebota en los obstáculos que encuentra, se amalgama con todos los ecos que persisten; y cuando parece que ya se va a extinguir, y cerramos los ojos despacito para que no se oiga ni el roce de nuestros párpados, resuena un nuevo ruido que nos espanta el sueño para siempre. ¡Ah, si yo hubiera sabido que la muerte es un país donde no se puede vivir! Cualquier cadáver se considera con el derecho de manifestar a gritos los deseos que había logrado reprimir durante toda su existencia de ciudadano, y no contento con enterarnos de sus mezquindades, de sus infamias, a los cinco minutos de hallarnos instalados en nuestro nicho, nos interioriza de lo que opinan sobre nosotros todos los habitantes del cementerio. De nada sirve que nos tapemos las orejas. Los comentarios, las risitas irónicas, los cascotes que caen de no se sabe dónde, nos atormentan en tal forma los minutos del día y del insomnio, que nos dan ganas de suicidarnos nuevamente. Aunque parezca mentira —esas humillaciones— ese continuo estruendo resulta mil veces preferible a los momentos de calma y de silencio. Por lo común, éstos sobrevienen con una brusquedad de síncope. De pronto, sin el menor indicio, caemos en el vacío. Imposible asirse a alguna cosa, encontrar una asperosidad a que aferrarse. La caída no tiene término. El silencio hace sonar su diapasón. La atmósfera se rarifica cada vez más, y el menor ruidito: una uña, un cartílago que se cae, la falange de un dedo que se desprende, retumba, se amplifica, choca y rebota en los obstáculos que encuentra, se amalgama con todos los ecos que persisten; y cuando parece que ya se va a extinguir, y cerramos los ojos despacito para que no se oiga ni el roce de nuestros párpados, resuena un nuevo ruido que nos espanta el sueño para siempre. ¡Ah, si yo hubiera sabido que la muerte es un país donde no se puede vivir! De nada sirve que nos tapemos las orejas. Los comentarios, las risitas irónicas, los cascotes que caen de no se sabe dónde, nos atormentan en tal forma los minutos del día y del insomnio, que nos dan ganas de suicidarnos nuevamente. Aunque parezca mentira —esas humillaciones— ese continuo estruendo resulta mil veces preferible a los momentos de calma y de silencio. Por lo común, éstos sobrevienen con una brusquedad de síncope. De pronto, sin el menor indicio, caemos en el vacío. Imposible asirse a alguna cosa, encontrar una asperosidad a que aferrarse. La caída no tiene término. El silencio hace sonar su diapasón. La atmósfera se rarifica cada vez más, y el menor ruidito: una uña, un cartílago que se cae, la falange de un dedo que se desprende, retumba, se amplifica, choca y rebota en los obstáculos que encuentra, se amalgama con todos los ecos que persisten; y cuando parece que ya se va a extinguir, y cerramos los ojos despacito para que no se oiga ni el roce de nuestros párpados, resuena un nuevo ruido que nos espanta el sueño para siempre. ¡Ah, si yo hubiera sabido que la muerte es un país donde no se puede vivir! Aunque parezca mentira —esas humillaciones— ese continuo estruendo resulta mil veces preferible a los momentos de calma y de silencio. Por lo común, éstos sobrevienen con una brusquedad de síncope. De pronto, sin el menor indicio, caemos en el vacío. Imposible asirse a alguna cosa, encontrar una asperosidad a que aferrarse. La caída no tiene término. El silencio hace sonar su diapasón. La atmósfera se rarifica cada vez más, y el menor ruidito: una uña, un cartílago que se cae, la falange de un dedo que se desprende, retumba, se amplifica, choca y rebota en los obstáculos que encuentra, se amalgama con todos los ecos que persisten; y cuando parece que ya se va a extinguir, y cerramos los ojos despacito para que no se oiga ni el roce de nuestros párpados, resuena un nuevo ruido que nos espanta el sueño para siempre. ¡Ah, si yo hubiera sabido que la muerte es un país donde no se puede vivir! Por lo común, éstos sobrevienen con una brusquedad de síncope. De pronto, sin el menor indicio, caemos en el vacío. Imposible asirse a alguna cosa, encontrar una asperosidad a que aferrarse. La caída no tiene término. El silencio hace sonar su diapasón. La atmósfera se rarifica cada vez más, y el menor ruidito: una uña, un cartílago que se cae, la falange de un dedo que se desprende, retumba, se amplifica, choca y rebota en los obstáculos que encuentra, se amalgama con todos los ecos que persisten; y cuando parece que ya se va a extinguir, y cerramos los ojos despacito para que no se oiga ni el roce de nuestros párpados, resuena un nuevo ruido que nos espanta el sueño para siempre. ¡Ah, si yo hubiera sabido que la muerte es un país donde no se puede vivir! ¡Ah, si yo hubiera sabido que la muerte es un país donde no se puede vivir!
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Unamuno,Miguel_de
<XXI
Medina_La_Del_Campo
En la del Campo secular Medina, junto al rubio Castillo de la Mota que al cielo de Castilla yergue rota su torre, cual blasón de la rüina de aquella hidalga tierra isabelina, la de cruz y espadón, sotana y cota, que allende el mar, en extensión remota, vendió su sangre al precio de una mina, velan el sol con su humareda sucia turbando el sueño de Isabel los trenes, mientras Maese Luzbel que con la astucia de su saber nos tiene el alma en rehenes, sobre esta España que avariento acucia vuelca el raudal de los dudosos bienes.
es