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---|---|---|---|---|
Pizarnik,Alejandra | <XXI | Exilio | Esta manía de saberme ángel,
sin edad,
sin muerte en que vivirme,
sin piedad por mi nombre
ni por mis huesos que lloran vagando.
¿Y quién no tiene un amor?
¿Y quién no goza entre amapolas?
¿Y quién no posee un fuego, una muerte,
un miedo, algo horrible,
aunque fuere con plumas,
aunque fuere con sonrisas?
Siniestro delirio amar a una sombra.
La sombra no muere.
Y mi amor
sólo abraza a lo que fluye
como lava del infierno:
una logia callada,
fantasmas en dulce erección,
sacerdotes de espuma,
y sobre todo ángeles,
ángeles bellos como cuchillos
que se elevan en la noche
y devastan la esperanza. | es |
Neruda,Pablo | <XXI | Sin_Embargo_Me_Muevo | De cuando en cuando soy feliz!
opiné delante de un sabio
que me examinó sin pasión
y me demostró mis errores.
Tal vez no había salvación
para mis dientes averiados,
uno por uno se extraviaron
los pelos de mi cabellera:
mejor era no discutir
sobre mi tráquea cavernosa:
en cuanto al cauce coronario
estaba lleno de advertencias
como el hígado tenebroso
que no me servía de escudo
o este riñón conspirativo.
Y con mi próstata melancólica
y los caprichos de mi uretra
me conducían sin apuro
a un analítico final.
Mirando frente a frente al sabio
sin decidirme a sucumbir
le mostré que podía ver,
palpar, oír y padecer
en otra ocasión favorable.
Y que me dejara el placer
de ser amado y de querer:
me buscaría algún amor
por un mes o por una semana
o por un penúltimo día.
El hombre sabio y desdeñoso
me miró con la indiferencia
de los camellos por la luna
y decidió orgullosamente
olvidarse de mi organismo.
Desde entonces no estoy seguro
de si yo debo obedecer
a su decreto de morirme
o si debo sentirme bien
como mi cuerpo me aconseja.
Y en esta duda yo no sé
si dedicarme a meditar
o alimentarme de claveles. | es |
Coronado,Carolina | <XXI | Ved_Los_Hombres_Cuál_Son,_Ved_Qué_Inhumanos! | ¡Ved los hombres cuál son, ved qué inhumanos!
Un Redentor el cielo les envía
y en la terrible cruz, dulce María,
clavan los hierros sus divinas manos;
mirad los hierros, y llorad, hermanos,
llorad por el dolor de su agonía
y con lágrimas laven nuestros ojos
los duros clavos en su sangre rojos.
Vino el profeta y su divino canto
los hombres del error no conocieron
y ese premio cruel los hombres dieron
al bueno, al justo, al virtuoso, al santo;
si podemos borrar con nuestro llanto
el crimen que los hombres cometieron,
con sus lágrimas laven nuestros ojos
los duros clavos en su sangre rojos.
Con estos clavos, infeliz memoria,
arrancados del cuerpo moribundo
ha escrito el pueblo ingrato y furibundo
del hijo del señor la eterna historia.
Él vino al mundo a conquistar su gloria,
con duros clavos se la paga el mundo
y es menester que laven nuestros ojos
los duros clavos en su sangre rojos.
Esto queda a la tierra del Mesías
los clavos nada más de su tormento
que a los hombres darán remordimiento
en cuanto duren sus penosos días;
huyamos de moradas tan sombrías
volemos de la gloria a nuestro asiento;
pero estos clavos en su sangre rojos
con sus lágrimas laven nuestros ojos. | es |
Rodríguez,Claudio | <XXI | Veo_Que_No_Queréis_Bailar_Conmigo | Veo que no queréis bailar conmigo
y hacéis muy bien. ¡Si hasta ahora
no hice más que pisaros, si hasta ahora
no moví al aire vuestro estos pies cojos!
Tú siempre tan bailón, corazón mío.
¡Métete en fiesta; pronto,
antes de que te quedes sin pareja!
¡Hoy no hay escuela! ¡Al río,
a lavarse primero,
que hay que estar limpios cuando llegue la hora!
Ya están ahí, ya vienen
por el raíl con sol de la esperanza
hombres de todo el mundo! Ya se ponen
a dar fe de su empleo de alegría
¿Quién no esperó la fiesta?
¿Quién los días del año
no los pasó guardando bien la ropa,
para el día de hoy? Y ya ha llegado.
Cuánto manteo, cuánta media blanca,
cuánto refajo de lanilla, cuánto
corto calzón. ¡Bien a lo vivo, como
esa moza se pone su pañuelo,
poned el alma así, bien a lo vivo!
Echo de menos ahora
aquellos tiempos en los que a sus fiestas
se unía el hombre como el suero al queso.
Entonces sí que daban
su vida al sol, su aliento al aire, entonces
sí que eran encarnados en la tierra.
Para qué recordar. Estoy en medio
de la fiesta y ya casi
cuaja la noche pronta de febrero.
y aún sin bailar: yo solo.
¡Venid, bailad conmigo, que ya puedo
arrimar la cintura bien, que puedo
mover los pasos a vuestro aire hermoso!
¡Águedas, aguedicas,
decidles que me dejen
bailar con ellos, que yo soy del pueblo,
soy un vecino más, decid a todos
que he esperado este día
toda la vida! Oídlo.
Óyeme tú, que ahora
pasas al lado mío y un momento,
sin darte cuenta, miras a lo alto
y a tu corazón baja
el baile eterno de Águedas del mundo,
óyeme tú, que sabes
que se acaba la fiesta y no la puedes
guardar en casa como un limpio apero,
y se te va, y ya nunca...
tú, que pisas la tierra
y aprietas tu pareja, y bailas, bailas. | es |
Arciniegas,Ismael_Enrique | <XXI | Cromo_Matutino | Al río bajan en tropel las greyes,
De polvo entre un oscuro remolino,
Y se estremece, al viento matutino,
Dando aromas, hilera de mameyes.
Como mástiles se alzan los magueyes
En el azul reposo campesino,
Y ante la venta, a orillas del camino,
Pasa un carro que tiran mansos bueyes.
A misa toca la aldeana esquila,
Y detrás de la clueca, en larga fila,
Cual puntos suspensivos van los pollos;
Bramar en el corral se oye una vaca,
Y se esponja, entre olores de albahaca,
La voluptuosidad de los repollos. | es |
Hartzenbusch,Juan_Eugenio | <XXI | Isabel_Y_Gonzalo._Leyenda._Ii._La_Venganza | «Cumplid la piadosa ley,
Noramala para vos:
Sacerdote, hablad de Dios,
y no me nombréis al rey.
»¿No queda bien satisfecho
Su enojo con mi cabeza,
Si no postra la entereza
De este generoso pecho?
»Pues a ese mezquino afán
Yo mi pundonor igualo;
No triunfará de Gonzalo,
Que soy Núñez y Guzmán.
»Tengo vuestra absolución
De lo que a Dios ofendí;
Pero fiel vasallo fui:
No pido a Enrique perdón.
»Crédito a mi labio dad,
Y tened por cosa cierta
Que no se miente a la puerta
De la obscura eternidad.
»Sólo supe que Isabel
Sangre de Enrique tenía
Cuando era ya esposa mía:
Culpe a sus misterios él.
»Que si al más alto lugar
Sabe amor alzar el vuelo,
Timbre oculto con un velo
Mal se puede respetar.
»Pero decís que al Señor
Un corazón usurpé.-
Jamás Isabel su fe
Consagró a su Redentor.
»Si encarcelada vivir
La mandó precepto injusto,
El silencio del disgusto
No es promesa de cumplir.
»Dios su corazón formó,
Y pues que no le hizo suyo,
Sin temeridad arguyo
Que a mí me le destinó.
»Porque sólo hacer dichosa
Mi vida Isabel pudiera,
y falta al Señor no hiciera
Entre tantas una esposa.
»Y me dice la ventura
Que en sus brazos he gozado,
Que pude, sin ser culpado,
Ser dueño de su hermosura.
»Pues bien no se halla real
Donde la virtud no asiste,
Y es inquieto, amargo y triste
Todo placer criminal.
»El negro cadalso así
Veré con serena cara,
Contemplando en él un ara
De martirio para mí.
»Y si aunque erguida, me ven
Pálida un tanto la frente,
Es que al paso que inocente,
Soy querido y amo bien.
»Y no puede sin temor
La tumba ver un amante,
Pues le señala el instante
De renunciar al amor.
»Esto, padre, repetid
Al monarca de Castilla,
Y que empuñe la cuchilla
Luego al verdugo decid».
Enmudecido y absorto
De admiración y piedad,
Dejó la fúnebre estancia
El ministro del altar;
Y detrás del cortinaje
Descubrió, con pasmo igual,
A un rey trocado en espía
Menguando su majestad,
Monarca en la vestidura,
Y reo en el ademán.
Con violencia respiraba,
Como en su sordo bramar
Hórrida explosión anuncia
El hervoroso volcán.
En esto llegó un anciano
En hábito monacal,
Y entregole un azafate
Cubierto de un tafetán.
Un pliego y unos cabellos
Venían allí no más,
Súplicas de una infelice,
Despojos de una beldad.
Volviose Enrique de espaldas
Para poder ocultar
La conmoción que del pecho
Se le asomaba a la faz,
De recia interior batalla
Inequívoca señal.
Llegose luego a una mesa
Donde víanse a la par
Cadenas y escapularios,
Licores, frutas y pan,
Cirios de amarilla cera,
Una segur y un dogal,
y al pie del Crucificado,
Dios de mansedumbre y paz,
Hecho cetro de la muerte
Un pergamino fatal.
Desarrollole el monarca,
Y en él con celeridad
Dos palabras escribió
Vencido el enojo ya.
Perdón era la primera,
La segunda, libertad. | es |
García_Cabrera,Pedro | <XXI | ¡Qué_Hondo_Llegas_Hoy_A_Lo_Que_Espero | ¡Qué hondo llegas hoy a lo que espero,
mar del grueso retumbo y el albornoz flotante!
También, hondo y callado,
como el cráter dormido de un espejo,
es el treno salobre en el que habito.
Y aunque una primavera de esperanza
me encamine los pasos del silencio a tu orilla,
se licúe en las piedras en que apoyo mi voz,
se rezuma en la sal que me agrieta los ojos,
son ya tantas las veces que me has vuelto la espalda,
retornando mis redes mojadas de infortunio
a secarse en los suelos del desprecio,
que ya me están doliendo las calles que transito,
me supuran los años como heridas,
le echo en cara a mi sangre su ternura de arena
y hasta a mi propio anillo estoy por liberarlo
de esclavizarme el dedo.
¡Qué atmósfera de sombra y carbonilla
respira mi palabra,
cómo estoy indefenso sin su mano en la mía,
sin su temblor de alga tanteando mis sienes!
Si pudieras, desde el trueno mayor de tus tormentas,
ver el loro real de sus colores
llorar cenizas, desplumarse el vuelo,
retorcer sus raíces de árbol,
sus barrotes de ojeras mutilados
buscando en los mastines de sus olas
su alegría de estrella,
su libertad de pájaro y de pueblo.
Tengo en ti puesta toda mi confianza.
Un día me tendiste del cepo de la arena amarilla,
llevándome en tu vientre de canguro,
dándome el pecho azul de tus mareas,
aeunándome en brújulas y faros,
alzándome en el aire como un niño
y vistiéndome el alma de rumores.
Bien tuyo soy: me expreso con tus iras y tus calmas,
valles genealógicos de soledad me abisman,
tu sal me vive, tengo tus corales
derretidos ardiéndome las venas,
tuyo me siento el llanto que me abre las puertas
de tus fondos nocturnos, tuya la trayectoria
que sigo a la redonda de mí mismo.
Oriundo de tus nómadas entrañas,
nada reclamo al barro pordiosero de angustia,
todo lo fío a tu amistad de cíclope,
a tu cintura y brazos de olas firmes,
que aprietan el erizo de la pena enrocada
con un amor materno por la aleta y la espina,
a tu piel tangencial donde resbala el tiempo
sin poder hallar forma
de convertir tu redondez en lanzadera
para hilarte las madejas del desaliento
y devanarte los bueyes de tu fuerza,
tasándote murmullos y amaneceres
que obliguen a pasar tus horizontes
por el ojo de nieve de su aguja.
A mí no me fue dado repetirme
en cuerpos sucesivos,
no soy millonario de eternidad,
vivo sobre un mendrugo de sangre pasajera,
llevo tristezas y alegrías con rigor de contable,
casi apenas si puedo errar en un latido
o una gota de escarcha.
Mi oleada de tiempo no sabe remozarse
para empezar de nuevo
a llenarse de abejas,
a descubrir la concha de una mujer desnuda,
a conversar de nubes con el árbol amigo,
a cosechar el artesiano mundo de unos labios.
En nombre de la prisa del grito y el relámpago,
por el pez que más quieras,
por tu raíz de sal erguida en mi tamaño,
tráeme ya el instante
nupcial de mi albedrío.
Te lo piden, mordiéndose los puños,
las hogueras que piafan en las cumbres,
los salmones saltando río arriba,
el sueño de tortugas de las plazas,
los arenales que trabaja el viento,
los caminos sin sombra ni mesones,
los rebaños de lunas sin albergue,
la lluvia en su trapecio de arco iris,
mi rostro de ciudad bombardeada.
No quiero seguir siendo una tierra sin nadie,
el pesebre en que rumia la nostalgia
las hierbas del silencio.
Ya es hora de que pueda devolverme a mí mismo,
decir que tengo patria para dormir sin miedo,
agua para la sed,
lenguaje de aire claro para hablar y nombrarte.
Con la mano en la mar así lo espero. | es |
Brines,Francisco | <XXI | Muros_De_Arezzo | Dentro de aquella descarnada iglesia
la nave era una sombra, cuyo aliento
era un vaho de siglos, y en la hondura
vimos la luz sesgando el alto muro.
Y el sueño humano allí, con los colores
del más ardiente engaño, las cenizas
del deseo de un hombre sepultadas
en árbol, en corcel, séquito o ángel.
No puso fantasía ni invención:
sobre la faz del hombre y de la tierra
dejó el orden debido; y admiramos
no la belleza física, la imagen
de nuestra carne serenada. Suma
de perfección es la cabeza humana,
sin fuego de alegría y sin tristeza;
ni altiva ni humillada bajo el arco
del aire azul, tan quieta la mirada
que deja a los caballos sin instinto,
sin crecimiento natural al árbol.
Se nos narra una historia de este mundo;
el pretexto remoto de unos seres
como nosotros mismos, mas sabemos
que el bien y el mal aquí no son pasiones.
La pintada pared nos muestra el sueño
que abolió nuestra escoria: son iguales
el moribundo y el que ama, reyes
y palafreneros, montes o lanzas,
la desnudez y el atavío, sol
o noche, los piadosos y el guerrero,
la sed y la coraza, quien vigila
y el dormido en la tienda, la señora
y sus damas, el estandarte rojo
y el sepulcro, el joven y el anciano,
la indiferencia y el dolor, el hombre
y Dios.
Enamorado alguna vez,
y haciendo realidad el viejo sueño
de una mejor naturaleza, quiso
la perfección. Recordando el amor,
la dicha mantenida, sus pinceles
conservaron los hábitos y gestos
terrenales, copió la vida toda,
y a semejanza de él, aunque visible,
un aire hermoso y denso allí respiran
logrando un orden nuevo que serena:
feliz; sin libertad, vive aquí el hombre. | es |
Arciniegas,Ismael_Enrique | <XXI | Sobre_La_Falda_Azul_Tenía_Abierto | Sobre la falda azul tenía abierto
El libro en que leíamos los dos.
De los sueños las blancas mariposas
Agitaban sus alas en redor,
Y la azul primavera en nuestras almas
Cantaba, como alondra, su canción.
Era una tarde llena de armonías,
Y era a la sombra de un naranjo en flor.
II
Leíamos callados, y de pronto
En voz baja leí:
«Siempre un jamás
De toda dicha terrenal es tumba.
Mañana olvidaréis lo que hoy amáis.
Labios que juran, corazón que miente...
¿A qué de humano corazón fiar
Si constancia y amor y juramentos
Son palabras... palabras nada más?»
III
Trémula alzó su virginal semblante,
Flor de belleza, flor de juventud.
«¿Palabras nada más?» murmuró triste,
«¡Dime que no es verdad, dímelo tú!»
Y llenos ya de lágrimas sus ojos,
Donde brillaba del amor la luz,
«No leas más... no leas más», me dijo,
Y rodó el libro de su falda azul.
Sobre la falda azul tenía abierto
El libro en que leíamos los dos.
De los sueños las blancas mariposas
Agitaban sus alas en redor,
Y la azul primavera en nuestras almas
Cantaba, como alondra, su canción.
Era una tarde llena de armonías,
Y era a la sombra de un naranjo en flor.
Leíamos callados, y de pronto
En voz baja leí:
«Siempre un jamás
De toda dicha terrenal es tumba.
Mañana olvidaréis lo que hoy amáis.
Labios que juran, corazón que miente...
¿A qué de humano corazón fiar
Si constancia y amor y juramentos
Son palabras... palabras nada más?»
Trémula alzó su virginal semblante,
Flor de belleza, flor de juventud.
«¿Palabras nada más?» murmuró triste,
«¡Dime que no es verdad, dímelo tú!»
Y llenos ya de lágrimas sus ojos,
Donde brillaba del amor la luz,
«No leas más... no leas más», me dijo,
Y rodó el libro de su falda azul. | es |
Fernández,Macedonio | <XXI | La_Tarde | Ahora ya la tarde del día victorioso
el pensativo paso hacia el ocaso lleva.
Su rubia cabellera roza el celeste velo,
su blanco pie en las aguas del mar penetra apenas.
La forma delicada, allá entre mar y cielo
resbala y, por instantes, detenerse parece.
Alza u dedo a los labios, mira en torno suspensa,
luego el paso recobra, y el confín palidece.
Del cielo y de la tierra despréndese, creciente
la invasión silenciosa de las sombras tras ella...
Cuando de amor transida, la Tierra ante mí tiéndese
dormida en el recuerdo del beso de la Siesta.
Desde mi pié partiendo, desborda el horizonte
el ser inmenso y claro del Mar incontrastable.
Un alentar tranquilo levante y estremece
el cendal de su seno sin límites medable.
¡Abrumadora imagen de una dicha perenne
su inmensidad se mece respirando dormida!
El verde fondo móvil chispea, penetrando
de luz que alegre ríe, en cristalinos pliegues .
Deteneos; miradle. su seno transparente
una mirada clara os devuelve; y responde
dentro de vos , el eco de aquel Dolor, que eterno
persiste en las cenizas del turbio humano seno.
Entre tanto la tarde su fatal paso apura
hacia la hoguera ardiente por donde el sol partiera.
Llega y se postra; inclina la adorable cabeza;
en sus cabellos de oro, breve reflejo tiembla.
Su contorno amoroso, colúmbrase en las lindes
del fantástico incendio de las luces postreras,
arrójase y perece en el Ocaso rojo.
Un sollozo impalpable de un confín a otro vuela.
Las cenizas del día sobre la tibia hoguera
floran aún sobre ellas me mira inmóvil, frío,
un celaje. En la arena asústame mis pasos.
De un pensar que se ahonda llevo mi pecho herido. | es |
López_Meléndez,Teódulo | XXI | Tea | Tea
cirial
luz de cera
mechero en la argamaza dura
despabilo
por si uno de esos
con la desesperación de la noche
con la vigilia de estar solo este frío | es |
Huerta,Efraín | <XXI | Praga,_Mi_Novia | Lily me espera a las 11 en el puente del rey Carlos,
al pie de San Juan Nepomuceno, santo de piedra,
santo de agua, mudo, ahogado.
Lily cree en Dios y yo corro hacia ella
y hacia el río y después
los dos iremos hacia las colinas,
hacia el Castillo, hacia la Catedral,
y caminaremos la Callejuela de los Alquimistas
donde Lily descubre oro en las puertas y en las flores
y uno es un gigante que no cabe en las pequeñas casas.
Veremos grandes patios, hermosos panoramas,
y ella me obsequiará el prometido retrato de Neruda
—del viejo checo Jan, no del chileno Pablo—
y yo habré de contarle cómo es el mar
y si algún día regresaré.
Lily mediráque cuente conella
y que Praga es mi novia
y que ya no sueñe con las noches danubias
ni con «la negra Viena de los ojos azules»,
porque aquí, a nuestros pies,
un río de bronce y plata nos mira
y es un río que se llama Voltava.
Corro porque Lily me espera
y es posible que ya no crea en Dios
—lo que sería sencillamente horrible para ella.
Sus ojos que tanto han llorado deben mirar
hacia la dulzura del santo que no dijo nada
como ella tampoco parece decir nada cuando la beso
y en su español murmura «No me beséis»
y yo tengo que reírme y casi me muero de risa.
Al día siguiente
—porque ya Carlos Augusto León se ha ido a Zurich
a volar hacia América con su medalla de oro
en el pecho y sus cuentos de llaneros venezolanos—,
al día siguiente bailaremos valses
y al otro día Lily (sólo me queda ella)
esperará el filo de oro de la tarde
para llevarme hasta la puerta del Cementerio Judío
y dejarme de la mano de Dios
para que yo solo con mi alma pise aquellas flores de pavor
y me quiebre los ojos sobre las lápidas labradas
llenas de siglos
y a media voz recuerdo el poema de Nezval.
Porque ahí sólo pisamos la ceniza
y Lily, que cree en Dios,
no quiere entristecer su adoración
por el pequeño Niño Jesús de Praga
que se quedó en su nicho, allá en lo alto de la
Malá Strana
con sus quince vestiditos de oro y plata de todos los colores.
Y entonces, como no hay nada ni nadie a la vista,
sueño que los viejos huesos crecen en los dorados árboles
y que una flor tiene la lengua de fuera
porque Lily debe estar loca
y los rabinos están hechos polvo
y en la sinagoga el candelabro mueve los brazos
y elgran Libro abierto me habla
y la palabra «nazis» me da náuseas
y debo entonces pedir la paz entodos los ríos
y para todos los poetas, hombres, niños, mujeres,
y no solamente para la turbia paz del Cementerio
ni la paz para la ceniza que se come
ni para las astillas de huesos querecogí en Oswiecim
ni mucho menos la paz del ghetto de Varsovia.
Por eso, Lily, que cree en Dios y es hermosa y católica,
me dice que si estoy en Praga es porque soy malo
y debo serun sanguinario comunista
pero que todo me lo perdona
(es tan buena) porque le corrijo su español
y le cuento de mis amigos de México y de las estrellas de cine
y que hay un pueblo llenode canales y guitarras
y dos terribles volcanes muertos cubiertos de nieve
y para su consuelo una gran cantidad
de iglesias y mucho sacerdotes.
Por eso corro y dejo atrás la fina lluvia
y ya no quiero tampoco recordar la fría tierra de
Lídice,
porque me encanta la vieja ciudad y aunque me canse
(cuando regrese a México haré que me operen)
no puedo dejar a Lily con sus panes
y sus frutas, tampoco consus ojos
que parecen ojos de santa flagelada
ni con su amarga risa de niña.
No me pierdo por Praga, porque ¿cómo perderme
en brazos de una novia amorosa?
Lily me dijo apenas ayer que me entregaba
el corazón de la ciudad
y yo me bebo el aire del río
y va no le pido más porque nadameniega
y porque debo llegar a una hora fija, a las 11,
al pie de San Juan Nepomuceno,
santo de piedra,
santodeagua,
mudo,
ahogado. | es |
Pombo,Rafael | <XXI | El_Globo_Y_La_Gallina | Desde un corral, sin pasajero a bordo,
Débil de complexión, de vientre gordo,
Primer ensayo en física aerostática
De unos dos memoristas en gramática,
Estaba a punto de soltarse al viento
Un globo henchido de aire y de contento,
Cuando, viendo a su alcance a una gallina.
Habló y le dijo: «Venga usted, vecina;
Le ofrezco gratis cómodo pasaje
Para emprender en mi canasta un viaje.
Respirará la atmósfera más pura,
Verá la inmensa tierra en miniatura,
Y del cóndor adelantando el vuelo
Podrá tomar para corral el cielo,
Y en lugar de maíz, prosaica dieta,
Comerá estrellas, plato de poeta.
Allá contará usted con larga vida
Lejos del hombre, atroz gallinicida;
El buitre quedará muy por debajo,
Que antes los dos seremos su espantajo;
Y en fin, buscando sólo su acomodo,
Me comprometo a complacerla en todo».
A invitación tan generosa y fina
Contestó lo siguiente la gallina:
—«Agradecida por su oferta quedo,
Pero confieso a usted que tengo miedo,
Porque, hablando clarito, me presumo
Que un individuo lleno de aire y humo
Y que me brinda estrellas por comida,
Debe ser mal patrón para esta vida.
Ver a mis pies los buitres y los montes,
Y tener por corral los horizontes,
Deben ser cosas, para vistas, bellas;
Pero... amigo... ¿a qué saben las estrellas?
Mis alas son, para volar, muy malas,
Mas lo poco que vuelo es con mis alas,
Mientras que usted (aunque gentil me ofrezca
Todas las gollerías que apetezca),
Como su vuelo es al capricho de otro,
Y de qué otro ¡el viento! cualquier potro
Menos desconfianza me inspirara
Pues, caso de caer, no reventara.
Siga siendo el maíz mi vil sustento;
Parta usted solo ¡oh tren del firmamento!
Engulla estrellas al festín de Apolo,
Y hártese dellas y reviente solo».
Esto es bien claro: y sin embargo, hay bobos
Que ya en lo mercantil, ya en casamiento,
Se embarcan para el cielo en vanos globos
Henchidos, no de poesía: de viento. | es |
Cruz,Juana_Inés_de_la | <XXI | ¿Qué_Pasión,_Porcia,_Qué_Dolor_Tan_Ciego | ¿Qué pasión, Porcia, qué dolor tan ciego
te obliga a ser de ti fiera homicida?
¿O en qué ofende tu inocente vida,
que así les das batalla, a sangre y fuego?
Si la Fortuna airada al justo ruego
de tu esposo se muestra endurecida,
bástale el mal de ver su acción perdida:
no acabes, con tu vida, su sosiego.
Deja las brasas, Porcia, que mortales
impaciente tu amor eligir quiere:
no al fuego de tu amor el fuego iguales;
porque si bien de tu pasión se infiere,
mal morirá a las brasas materiales
quien a las llamas del amor no muere. | es |
Plaza_Llamas,Antonio | <XXI | Fatalidad | ¡Ay infeliz de aquel que en torpe sueño
ama a la virgen que soñando ve,
y al despertar de su febril beleño
sueña que existe lo que sueño fue!
Y pierde ¡ay! su venturosa calma,
y corre ciego de una sombra en pos,
y busca un alma que comprenda su alma
cual se comprende la virtud y Dios.
Y el demonio le pone en su camino
un demonio con formas de mujer,
y el soñador en loco desatino,
clama: —¡La virgen de mi sueño es!
Y lleno de ternura y de inocencia
idolatra al demonio como a Dios,
y el demonio emponzoña su existencia
y le arranca la fe del corazón.
Hubo tiempo que ajena de dolores
mi vida fue pasando,
como entre blancas flores
cruza feliz el aura, remedando
la sonrisa del dios de los amores.
Era mi alma de ángel a semblanza,
un porvenir veía
brillante en lontananza,
y mi sensible corazón latía
lleno de fe, de amor y de esperanza.
Mi alma tan pura como blanco armiño
y como sol ardiente
rebosaba cariño,
y con los sueños que abrigó mi frente
latió feliz mi corazón de niño.
En esta alma para el bien nacida
levántele un sagrario
a la que fue mi egida,
mi arcángel tutelar, mi relicario,
y el perfume precioso de mi vida.
Fue una mujer mi creencia,
mi encanto, mi religión,
la vida de mi existencia,
la luz de mi corazón.
Y la amaba como ama
el poeta su laúd,
como el guerrero la fama,
como el justo la virtud,
como el náutico los mares,
la virgen su castidad,
como el proscrito sus lares,
como Dios la caridad,
como el avaro ama el oro,
como el ciego ama la luz,
como al paraíso el moro,
y como el mártir la Cruz.
De mi amor en el exceso,
mi aspiración sólo era
poner en su planta un beso,
y en cambio, querido hubiera
darla por lecho la espuma,
y por toldo de colores
las niveas alas de pluma
del ángel de los amores.
Y ai que formó los palmeros
rogar que su mano santa
tejiera con sus luceros
un tapiz para su planta;
que al contemplarla tan bella
quería de Dios el poder.
para inventar un placer
exclusivo para ella.
Para mí era su ventura
la ventura de los dos,
y la adoré en mi locura
como nadie adora a Dios.
Pero la verdad un día
quebró el prisma de colores,
y en lugar de luz y flores
vi doblez, hipocresía.
Conocí que deificaba
a una víbora dañosa,
que traidora y cariñosa
el corazón me picaba.
De mis sueños nacarados
el panorama cambió,
y en escombros vi trocados
los castillos encantados
que la mente fabricó.
La ilusión vertiginosa
castigó el Supremo Ser,
porque en mi fiebre amorosa
formé ¡imbécil! una diosa
de quien sólo era mujer.
Y eran falsos sus acentos,
y era falsa su pasión,
y falsos sus juramentos,
y falsos sus sentimientos,
y falso su corazón.
Quise yo perder el juicio
para no sentir mi mal,
y alurdirme con el vicio
arrojándome al bullicio
de irritante bacanal.
Y escandalosas veladas,
y frenética embriaguez,
y amistades depravadas,
y mujeres degradadas,
envejecieron mi tez.
¡Ay del que al crimen se arroja!
es el crimen la expiación;
yo rendido de congoja
vi morir hoja tras hoja
las flores del corazón.
Hallé en la amistad falsía,
en el goce padecer,
en el amor ironía,
y maldije en mi agonía
mis momentos de placer.
Mis labios palidecieron,
y mi barba emblanqueció,
y mis cabellos cayeron,
y mis mejillas se hundieron,
y mi frente se rugó.
El triste corazón sólo es la umbra
del que latiera ayer joven y fuerte;
lánguido está cual lámpara que alumbra
los fúnebres altares de la muerte.
Murió mi corazón. Ni odia ni ama,
ni palpita anhelando los placeres
que presenta del mundo el panorama
con sus bailes, su gloria y sus mujeres.
Murió mi corazón. Sensible un día
de amar y aborrecer quedó cansado;
fue convulsa y horrible su agonía,
pues murió el infeliz envenenado.
El beso de una hermosa no lo embriaga,
ni el desdén de una hermosa lo enardece;
el aplauso del mundo no le halaga,
ni el desprecio del mundo le entristece.
Altivo roble que volvió ceniza
el rugiente volcán de las pasiones,
el dardo del dolor le martiriza
y le niega el placer sus ilusiones.
Viejo, pobre, de tedio consumido,
nada en el mundo a consolarme alcanza,
que en mi rebelde corazón podrido
ya se apagó la luz de la esperanza.
Miserable juglar, ser despreciado,
siento que pesa en mi amarillo seno
un lazarino corazón, preñado
de lágrimas, de sangre y de veneno.
Bajo mi pie la tierra se estremece,
por donde voy rencores me concito,
lo que aspira mi aliento languidece,
lo que toca mi mano, está maldito.
Si quiero el ámbar de las bellas flores
aspirar con anhelo,
se mueren sus olores,
y si las toco, ruedan por el suelo
sus transparentes hojas de colores.
Cuando la sed terrible me devora,
si encuentro los cristales
de vertiente inodora,
y mis labios acerco, en lodazales
se convierte la linfa bullidora.
Si de un harpa el concento apetecido
se oye sonar distante,
y escucho conmovido,
se revientan sus cuerdas al instante
y al reventar murmuran un gemido.
Si oigo cantar un pájaro, enmudece;
y si el sol en la cumbre
del mundo, resplandece,
y quiero un rayo de su viva lumbre,
el sol entre las nubes desparece.
Nuncio del mal, gitano pordiosero,
es mi laúd si canto
fatídico agorero,
que es mi voz, si en la noche se levanta,
del cárabo el gemido lastimero.
Si ante Dios de Israel caigo de hinojos,
del templo en las baldosas,
con iracundos ojos
me miran las imágenes piadosas
y me vuelven el rostro con enojos.
Si quiero orar, se anuda mi garganta,
y sin querer agravio
la omnipotencia santa,
que audaz murmura el rencoroso labio
torpe blasfemia que aun al cielo espanta.
Baña helado sudor mi faz rugosa
y me falta el aliento,
y una voz pavorosa,
¡Salte! —me dice— y salgo, porque siento
que me empuja una mano misteriosa.
Ser de fastidio y maldición emblema,
doquier estoy proscripto,
y mi frente se quema;
porque en mi vieja frente se halla escrito
de un cielo vengador el anatema.
Ni siquiera en llorar hallo consuelo,
la fuente está agotada,
y mi llanto es ¡oh cielo!
una ronca, estridente carcajada
que me postra sin fuerzas en el suelo.
Mas... pronto moriré. ¡Soy desgraciado!
y mi cuerpo que acaso dormirá
insepulto en camino abandonado,
de ración a los perros servirá.
Triste es morir en orfandad penosa,
transida el alma, yerto el corazón;
sin que la madre o la querida esposa
riegue con llanto el fúnebre crespón.
Triste, muy triste es al dejar el mundo
tender la vista en derredor de sí,
y balbucir con labio moribundo:
¡Ya no hay quien tenga compasión de mí!
Y ¿qué importa morir?—¡Una careta!
Me vuelvo al carnaval que llaman vida,
entre esa turba del cinismo atleta
voy a burlarme de mi propia herida,
a embromar, a reír en danza inquieta
aunque esté el alma de veneno henchida,
y aunque ruede beodo al precipicio
quiero reír hasta perder el juicio.
Y sufriré, mas sufriré callando
no quiero que se burlen de mis males;
riendo siempre me verán cruzando
por la senda del mundo entre zarzales,
que ni interés ni compasión demando:
al odio y la piedad encuentro iguales,
y si acaso de pena desfallezco,
que ignore el mundo lo que yo padezco.
Si errante voy en brazos de la suerte,
ya, ¡vive Cristo! de vagar me enojo:
quiero el descanso ya, quiero la muerte,
quiero decir al mundo: Ahí te arrojo
pedazos hecho un corazón inerte,
de mi esqueleto mísero despojo:
sirva de alfombra a tu brillante
carro ese juguete de asqueroso barro.
Y que se cumpla mi fatal destino,
al fin me hastió la humanidad entera:
Si es el hombre del hombre el asesino,
si es la mujer del hombre la pantera,
y si es la vida batallar contino,
lucharé hasta morir, y cuando muera
saludaré la fúnebre morada
con mi ronca y convulsa carcajada. | es |
Gelman,Juan | <XXI | Me_He_Acostumbrado_A_Beber_La_Noche_Lentamente | Me he acostumbrado a beber la noche lentamente,
porque sé que la habitas, no importa dónde,
poblándola de sueños.
El viento de la noche abate estrellas temblorosas en
mis manos, que aún no se conforman, viudas inconsolables
de tu pelo.
En mi corazón se agitan los pájaros que en él
sembraste
y a veces les daría la libertad que exigen
para volver a ti, con el helado filo del cuchillo.
Pero no puede ser. Porque estás tan en mí, tan viva
en mí, que si me muero a ti te moriría.
El viento de la noche abate estrellas temblorosas en
mis manos, que aún no se conforman, viudas inconsolables
de tu pelo.
En mi corazón se agitan los pájaros que en él
sembraste
y a veces les daría la libertad que exigen
para volver a ti, con el helado filo del cuchillo.
Pero no puede ser. Porque estás tan en mí, tan viva
en mí, que si me muero a ti te moriría.
En mi corazón se agitan los pájaros que en él
sembraste
y a veces les daría la libertad que exigen
para volver a ti, con el helado filo del cuchillo.
Pero no puede ser. Porque estás tan en mí, tan viva
en mí, que si me muero a ti te moriría.
Pero no puede ser. Porque estás tan en mí, tan viva
en mí, que si me muero a ti te moriría. | es |
Bonifaz_Nuño,Rubén | <XXI | He_Detenido_La_Respiración | He detenido la respiración
para sentir si tú respiras.
A la vez has quedado tan presente y lejana.
Eterna casi.
Fuera del tiempo, sola, sin moverte.
Y me llenó el terror incontenible
de que te hubieras ido;
de que te hubieras muerto en sueños,
y me hubieras dejado entre los brazos
sólo una imagen clara,
un simulacro tibio, una perfecta
máscara tuya con los ojos cerrados.
Pero aquí está de nuevo
como una flor brotando, como el alma
de una rama florida,
dulce, otra vez tu aliento dulce.
Y en medio de un placer que de tan tierno
me acongoja,
de un sobresalto que me empequeñece,
de una paz en tumulto que me ahoga,
vuelvo a ser, y te miro.
Vives. Estás dormida.
Un temor sin objeto,
una sorpresa temerosa
te toma de repente, te sacude
desde los pies hasta la nuca.
¿Oyes, acaso, en sueños,
que te busca una voz desamparada;
sientes, durmiendo, que no es justo
que tú descanses, mientras alguien
trabaja, mientras alguien se consume
de enfermedad, mientras alguno,
que tú pudiste amar, está muriendo?
Afuera todo sigue pareciendo
desesperadamente sin sentido;
lo comprende, convulso,
tu corazón amenazado.
Y quisieras correr compadecida,
temblorosa, quemándote
de caridad y de esperanza
y de fe, y recibir el sufrimiento
de todos en tus brazos débiles,
y con tu manto lleno de agujeros
cobijarnos a todos.
Y tu mano se mueve,
y un sonido agitado, una palabra
a medias, el principio de un gemido
cruza tus dientes. ¿Has llamado?
Nuevamente el silencio
nube exacta cubriéndote,
no traspasable atmósfera invisible
te ciñe y te separa.
¿Caminas qué caminos,
qué atardecida fuente bebes,
qué interiores, pacíficos espejos
abre tu propia luz, en que te miras;
en qué oro relumbras engarzada?
Sobre tu sueño flotas
como en lago de aceite; nada existe
fuera de la quietud que te conduce.
Y como un puente milagroso,
tan tenue como el júbilo más tenue,
tan pensativo como un niño,
un movimiento acompasado
pliega las comisuras de tu boca.
Todo está bien ahora. Firme
como de piedra sobre piedra, el mundo.
Responsable en tu paz, te sientes
ligada y libre, solidaria.
Comprendes la desdicha,
amas la dicha humilde de las gentes.
Estás de juegos inocentes,
de amable amor, de alegres voces
humanas, de ternura simple
invadida y cercada.
Y no sabes si el aire es una playa,
si eres feliz porque cumpliste
los quehaceres del alma diarios:
porque recién lavada brilla
cada parte en su sitio
tu facultad de regalar el gozo:
o porque eres hermosa; o si la primavera...
Algo, que alumbra todo, se refleja,
grave de consecuencias dulces,
en tu semisonrisa.
Todo está en orden; cada cosa
arreglada a su fin. Tan necesario
es tu mínimo gesto, como el acto
de entreabrir una puerta.
Porque yo estuve solo
quiero pensar que tú estuviste sola.
Que no te fuiste, que dormías.
Que me dejaste sin dejarme,
y me necesitabas
para poder estar contenta.
De cualquier modo, he recobrado
mi lugar en el mundo: regresaste,
te volviste accesible.
Me devuelves el tiempo,
el dolor, los caminos, la alegría,
la voz, el cuerpo, el alma,
y la vida y la muerte, y lo que vive
más allá de la muerte.
Me lo devuelves todo
encarcelado en la apariencia
de una mujer, tú misma, a la que amo.
Volviste poco a poco, despertaste,
y no te sorprendiste
de encontrarme contigo.
Y casi pude ver el último
peldaño del secreto que subías
al dormir, pues abriste
muy despacio, muy plácidos
tus ojos adentro de mis ojos que velaban. | es |
Machado,Manuel | <XXI | Silba_En_El_Aire_Ya_La_Bala | Silba en el aire ya la bala
que nos ha de matar, y en tanto
ciega nuestros ojos un llanto
de despedida. En la hora mala
de tu partida, compañero,
nos preguntamos unos a otros
cuándo nos tocará a nosotros...
Psicología de torero.
Es bien cruel, bien española,
pero divierte a la canalla,
y hay que seguir en la batalla
mientras tu huesa queda sola.
¡Valiente soldado del Arte,
adiós, que luego nos veremos!...
También nosotros pronto iremos
con nuestra música a otra parte. | es |
Muñiz,Lucía | XXI | Hoy_Estoy_Tan_Triste_Como_Un_Suspiro_De_La_Noche | Hoy estoy tan triste como un suspiro de la noche
si las estrellas murmuraran dirían que me vieron irme lejos
el viento se lleva mis lamentos, quizás por eso nadie escucha
que hoy soy un suspiro como esos del final de la vida
o como la tristeza con la que vibró mi cuerpo al sentir tu deseo
sabiendo que jamás podría cubrirte de besos
Quizás estoy asi porque te fuiste sin habernos mirado
por no quedar envueltos para siempre en el reflejo.
Ahora sé por qué estoy tan triste.
Estarás escuchando lo que que el viento dice?
Lo que callé alguna vez. Gracias por irte.
Porque quizás te amo. | es |
Sabines,Jaime | <XXI | ¿Quién_Es_Fidel?,_Me_Dicen | ¿Quién es Fidel?, me dicen,
y yo no lo conozco.
Una noche en el malecón una muchacha que estaba conmigo
dio de gritos palmoteando: «ahí va Fidel,
ahí va Fidel», y yo vi pasar tres carros.
Otra vez, en un partido de pelota,
la gente le gritaba:
«no seas maleta, Fidel»
como quien le habla a un hermano.
«Vino Fidel y dijo...», dice el guajiro.
El obrero dice: Vino Fidel.
Yo he sacado en conclusión de todo esto
que Fidel es un duende cubano.
Tiene el don de la ubicuidad,
está en la escuela y en el campo,
en la junta de ministros y en el bohío serrano
entre las cañas y los plátanos.
En realidad, Fidel es el nombre
del viento que levanta a cada cubano. | es |
Boronat,Rubén_Manuel | XXI | ¿Y_Si_Fuera_Verdad? | ¿Y si estuviera
de ti enamorado
igual que un niño?
¡Y si fuera verdad!
¿El creciente temblor
cuando te veo
será síntoma más
de un amor nuevo?
¿Y si fuera verdad
la inquietud que aprieta,
el rubor que sube,
el clamor que agita,
el tropel que abruma?
¿Y si fuera verdad
cuánto te quiero?
¡Y si fuera verdad!
¿El creciente temblor
cuando te veo
será síntoma más
de un amor nuevo?
¿Y si fuera verdad
la inquietud que aprieta,
el rubor que sube,
el clamor que agita,
el tropel que abruma?
¿Y si fuera verdad
cuánto te quiero?
¿Y si fuera verdad
la inquietud que aprieta,
el rubor que sube,
el clamor que agita,
el tropel que abruma?
¿Y si fuera verdad
cuánto te quiero?
¿Y si fuera verdad
cuánto te quiero? | es |
Mena,Juan_de | <XXI | La_Orden_Del_Cielo_Exemplo_Te_Sea: | La orden del cielo exemplo te sea:
guarda la mucha costancia del Norte;
mira el Trión, que ha por deporte
ser inconstante, que siempre rodea;
e las siete Pleyas que Atlas otea,
que juntas parescen en muy chica suma,
siempre s'esconden venida la bruma;
cada qual guarde qualquier ley que sea. | es |
Unamuno,Miguel_de | <XXI | Vuelve_A_Erumpir_Aquel_Volcán_De_Cieno | The central mud volcano.
Vuelve a erumpir aquel volcán de cieno
que guarda en su cogollo nuestra Europa
y sobre España vierte de su copa
las heces bien yeldadas con veneno.
A fuerza nos las mete con barreno
sabiendo bien que aquello con que topa,
no se limpia después ni aun con garlopa
que en su rasgar nos desgarrara el seno
Guisa la historia cual le viene en gana
pues ella tiene la sartén del mango
y a quien a lagotearla no se allana
le echa la mugre, de su ciencia el fango,
que en estos tiempos de plomada y llana
no hay como ser nación de primer rango. | es |
Montobbio,Santiago | <XXI | Como_Tú_Bien_Dices | Como las antes tan respetadas plañideras
han sido prohibidas en los días y en los cuadros
—pues cada vez se hizo más persistente el rumor
de que su oficio hacía cosquillas a los muertos—
quizá sí podría asegurarles que nunca como ahora
estuvo tan en suspenso el mundo. Y como acaso
también es verdad que ya hemos pasado todo
el miedo que nos dijeron
que tendríamos que pasar
y como puede que también sea cierto
que por las rendijas de una tarde
por fin llueva ya otro tiempo
como llueve un duelo o llueve un beso
tímidamente ahora se me ocurre
que tú y yo podríamos jugar
a parchís con el silencio
obligando a nuestro amor
a que hiciera de tablero.
Pero no. Es verdad: no estoy seguro,
no me atrevo. ¿Qué quieres? Como tú
bien dices, alguien puede
estar mirando. | es |
Guillén,Nicolás | <XXI | Un_Soldado_Blanquirrubio | Un soldado blanquirrubio
y un soldado negritinto,
van, empapados de sol,
haciendo el mismo camino.
Llevan el máuser al hombro,
llevan el machete al cinto,
llevan el canto en los labios,
llevan el traje amarillo.
Las espuelas estrelladas
relumbran con fiero brillo,
y van regando en el polvo
sus cinco puntas de ruido.
Una voz en el camino
—¡No sigáis, soldado, no,
que aquí el camino se acaba!
Dormid en mi cuarto seco,
y no en la yerba mojada,
bebed agua de mi pozo,
y no fango de la charca;
ved la tarde cómo cae
y la noche cómo se alza:
los rifles, que sigan rifles;
las balas, que sigan balas;
mas vosotros no sigáis,
que aquí el camino se acaba.
Al pueblo pueblo otra vez
Los dos soldados pararon,
y sobre el prieto camino
ya no hubo máuser al hombro,
ya no hubo machete al cinto,
ya no hubo duras espuelas,
ya no hubo traje amarillo.
¡Al pueblo pueblo otra vez
volvieron los soldaditos,
cuando supieron los dos,
blanquirrubio, negritinto,
sobre el camino soleado
donde acababa el camino!
Llegada
El pueblo pueblo los vio
llegar, ya entrada la noche,
tan distintos y contentos
que a poco no los conoce.
Ninguno a la voz rajada
contesta de antiguos bronces;
y ninguno, como fiera,
detrás de su hermano corre:
los dos ven con ojos nuevos,
gritan los dos nuevas voces,
y los dos, nuevas palabras
con nuevos oídos oyen.
Canto y futuro
El pueblo pueblo los vio,
y así les cantó saltando:
—¡A la sangre, sangre, sangre,
de los soldados, soldados,
hay que ponerle, ponerle,
un poco más de cuidado!
Y los soldados decían,
también saltando y cantando:
—Agua sin correr, se pudre;
sangre sin olas, es charco;
¡corazón con ola y viento,
no corazón estancado!
Una voz en el camino
Al pueblo pueblo otra vez
Llegada
Canto y futuro | es |
Arciniegas,Ismael_Enrique | <XXI | Tenía_La_Tristeza_Del_Cielo_En_El_Otoño | Tenía la tristeza del cielo en el otoño,
La tristeza de un rayo de luna sobre el mar;
Lo raro y misterioso que al corazón seduce,
Y de un ensueño casto la dulce vaguedad.
Su palidez hablaba de anhelos imposibles,
—Estrellas apagadas en un lejano azul—,
De anhelos imposibles en días de esperanza,
Cuando se habría al cielo, cual flor, su juventud.
Copo de nieve, copo que cruza las tinieblas,
Intacto, así la vida cruzó su corazón.
Selló un misterio siempre su alma. Y sólo un beso,
El beso del Ensueño, su labio conoció.
De sueños de pureza formó su virgen alma,
—Enamorada eterna de un místico ideal—
De sueños de pureza... cual ramo de albas flores,
Cual ramo que debía morir en un altar. | es |
Cetina,Gutierre_de | <XXI | Pasan_Tan_Prestos_Los_Alegres_Días | Pasan tan prestos los alegres días,
volando sin parar apresurados,
y del perdido bien acompañados
llevan tras sí las esperanzas mías.
Mas los que traen las ansias, las porfías,
temor, recelos, bascas y cuidados,
éstos pasan despacio, tan pesados,
que parece que van por otras vías.
Pues si no muda el sol su movimiento,
si regla cierta en sus caminos guarda,
si no se puede errar orden del cielo,
las horas enojosas del tormento
¿por qué tan luengas son? ¿Cómo se tarda?
Y las alegres, ¿quién las lleva en vuelo? | es |
Vega,Garcilaso_de_la | <XXI | Soneto_Xxvi | Echado está por tierra el fundamento
que mi vivir cansado sostenía.
¡Oh cuánto bien se acaba en solo un día!
¡Oh cuántas esperanzas lleva el viento!
¡Oh cuán ocioso está mi pensamiento
cuando se ocupa en bien de cosa mía!
A mi esperanza, así como a baldía,
mil veces la castiga mi tormento.
Las más veces me entrego, otras resisto
con tal furor, con una fuerza nueva,
que un monte puesto encima rompería.
Aquéste es el deseo que me lleva,
a que desee tornar a ver un día
a quien fuera mejor nunca haber visto.
¡Oh cuán ocioso está mi pensamiento
cuando se ocupa en bien de cosa mía!
A mi esperanza, así como a baldía,
mil veces la castiga mi tormento.
Las más veces me entrego, otras resisto
con tal furor, con una fuerza nueva,
que un monte puesto encima rompería.
Aquéste es el deseo que me lleva,
a que desee tornar a ver un día
a quien fuera mejor nunca haber visto.
Las más veces me entrego, otras resisto
con tal furor, con una fuerza nueva,
que un monte puesto encima rompería.
Aquéste es el deseo que me lleva,
a que desee tornar a ver un día
a quien fuera mejor nunca haber visto.
Aquéste es el deseo que me lleva,
a que desee tornar a ver un día
a quien fuera mejor nunca haber visto. | es |
Arciniegas,Ismael_Enrique | <XXI | Entre_Los_Temblorosos_Cocoteros | Entre los temblorosos cocoteros
Sollozaba la brisa; y en la rada,
Del ocaso los rayos postrimeros
Eran como una inmensa llamarada.
Al oír mi reproche
Se apagaron en llanto sus sonrojos,
Y fue cual pincelada de la noche
El cerco de violetas de sus ojos.
Y al confesar su culpa,
Su voz era sollozo de agonía,
Y la blancura de su tez fingía
Del coco tropical la nívea pulpa. | es |
López_Velarde,Ramón | <XXI | Tarde_De_Lluvia_En_Que_Se_Agravan | Tarde de lluvia en que se agravan
al par que una íntima tristeza
un desdén manso de las cosas
y una emoción sutil y contrita que reza.
Noble delicia desdeñar
con un desdén que no se mide,
bajo el equívoco nublado:
alba que se insinúa, tarde que se despide.
Sólo tú no eres desdeñada,
pálida que al arrimo de la turbia vidriera,
tejes en paz en la hora gris
tejiendo los minutos de inmemorial espera.
Llueve con quedo sonsonete,
nos da el relámpago luz de oro
y entra un suspiro, en vuelo de ave fragante y húmeda,
a buscar tu regazo, que es refugio y decoro.
¡Oh, yo podría poner mis manos
sobre tus hombros de novicia
y sacudirte en loco vértigo
por lograr que cayese sobre mí tu caricia,
cual se sacude el árbol prócer
(que preside las gracias floridas de un vergel)
por arrancarle la primicia
de sus hojas provectas y sus frutos de miel!
Pero pareces balbucir,
toda callada y elocuente:
«Soy un frágil otoño que teme maltratarse»
e infiltras una casta quietud convaleciente
y se te ama en una tutela suave y leal,
como a una párvula enfermiza
hallada por el bosque un día de vendaval.
Tejedora: teje en tu hilo
la inercia de mi sueño y tu ilusión confiada;
teje el silencio; teje la sílaba medrosa
que cruza nuestros labios y que no dice nada;
teje la fluida voz del Ángelus
con el crujido de las puertas;
teje la sístole y la diástole
de los penados corazones
que en la penumbra están alertas.
Divago entre quimeras difuntas y entre sueños
nacientes, y propenso a un llanto sin motivo,
voy, con el ánima dispersa
en el atardecer brumoso y efusivo,
contemplándote, Amor, a través de una niebla
de pésame, a través de una cortina ideal
de lágrimas, en tanto que tejes dicha y luto
en un limbo sentimental.
Noble delicia desdeñar
con un desdén que no se mide,
bajo el equívoco nublado:
alba que se insinúa, tarde que se despide.
Sólo tú no eres desdeñada,
pálida que al arrimo de la turbia vidriera,
tejes en paz en la hora gris
tejiendo los minutos de inmemorial espera.
Llueve con quedo sonsonete,
nos da el relámpago luz de oro
y entra un suspiro, en vuelo de ave fragante y húmeda,
a buscar tu regazo, que es refugio y decoro.
¡Oh, yo podría poner mis manos
sobre tus hombros de novicia
y sacudirte en loco vértigo
por lograr que cayese sobre mí tu caricia,
cual se sacude el árbol prócer
(que preside las gracias floridas de un vergel)
por arrancarle la primicia
de sus hojas provectas y sus frutos de miel!
Pero pareces balbucir,
toda callada y elocuente:
«Soy un frágil otoño que teme maltratarse»
e infiltras una casta quietud convaleciente
y se te ama en una tutela suave y leal,
como a una párvula enfermiza
hallada por el bosque un día de vendaval.
Tejedora: teje en tu hilo
la inercia de mi sueño y tu ilusión confiada;
teje el silencio; teje la sílaba medrosa
que cruza nuestros labios y que no dice nada;
teje la fluida voz del Ángelus
con el crujido de las puertas;
teje la sístole y la diástole
de los penados corazones
que en la penumbra están alertas.
Divago entre quimeras difuntas y entre sueños
nacientes, y propenso a un llanto sin motivo,
voy, con el ánima dispersa
en el atardecer brumoso y efusivo,
contemplándote, Amor, a través de una niebla
de pésame, a través de una cortina ideal
de lágrimas, en tanto que tejes dicha y luto
en un limbo sentimental.
Sólo tú no eres desdeñada,
pálida que al arrimo de la turbia vidriera,
tejes en paz en la hora gris
tejiendo los minutos de inmemorial espera.
Llueve con quedo sonsonete,
nos da el relámpago luz de oro
y entra un suspiro, en vuelo de ave fragante y húmeda,
a buscar tu regazo, que es refugio y decoro.
¡Oh, yo podría poner mis manos
sobre tus hombros de novicia
y sacudirte en loco vértigo
por lograr que cayese sobre mí tu caricia,
cual se sacude el árbol prócer
(que preside las gracias floridas de un vergel)
por arrancarle la primicia
de sus hojas provectas y sus frutos de miel!
Pero pareces balbucir,
toda callada y elocuente:
«Soy un frágil otoño que teme maltratarse»
e infiltras una casta quietud convaleciente
y se te ama en una tutela suave y leal,
como a una párvula enfermiza
hallada por el bosque un día de vendaval.
Tejedora: teje en tu hilo
la inercia de mi sueño y tu ilusión confiada;
teje el silencio; teje la sílaba medrosa
que cruza nuestros labios y que no dice nada;
teje la fluida voz del Ángelus
con el crujido de las puertas;
teje la sístole y la diástole
de los penados corazones
que en la penumbra están alertas.
Divago entre quimeras difuntas y entre sueños
nacientes, y propenso a un llanto sin motivo,
voy, con el ánima dispersa
en el atardecer brumoso y efusivo,
contemplándote, Amor, a través de una niebla
de pésame, a través de una cortina ideal
de lágrimas, en tanto que tejes dicha y luto
en un limbo sentimental.
Llueve con quedo sonsonete,
nos da el relámpago luz de oro
y entra un suspiro, en vuelo de ave fragante y húmeda,
a buscar tu regazo, que es refugio y decoro.
¡Oh, yo podría poner mis manos
sobre tus hombros de novicia
y sacudirte en loco vértigo
por lograr que cayese sobre mí tu caricia,
cual se sacude el árbol prócer
(que preside las gracias floridas de un vergel)
por arrancarle la primicia
de sus hojas provectas y sus frutos de miel!
Pero pareces balbucir,
toda callada y elocuente:
«Soy un frágil otoño que teme maltratarse»
e infiltras una casta quietud convaleciente
y se te ama en una tutela suave y leal,
como a una párvula enfermiza
hallada por el bosque un día de vendaval.
Tejedora: teje en tu hilo
la inercia de mi sueño y tu ilusión confiada;
teje el silencio; teje la sílaba medrosa
que cruza nuestros labios y que no dice nada;
teje la fluida voz del Ángelus
con el crujido de las puertas;
teje la sístole y la diástole
de los penados corazones
que en la penumbra están alertas.
Divago entre quimeras difuntas y entre sueños
nacientes, y propenso a un llanto sin motivo,
voy, con el ánima dispersa
en el atardecer brumoso y efusivo,
contemplándote, Amor, a través de una niebla
de pésame, a través de una cortina ideal
de lágrimas, en tanto que tejes dicha y luto
en un limbo sentimental.
¡Oh, yo podría poner mis manos
sobre tus hombros de novicia
y sacudirte en loco vértigo
por lograr que cayese sobre mí tu caricia,
cual se sacude el árbol prócer
(que preside las gracias floridas de un vergel)
por arrancarle la primicia
de sus hojas provectas y sus frutos de miel!
Pero pareces balbucir,
toda callada y elocuente:
«Soy un frágil otoño que teme maltratarse»
e infiltras una casta quietud convaleciente
y se te ama en una tutela suave y leal,
como a una párvula enfermiza
hallada por el bosque un día de vendaval.
Tejedora: teje en tu hilo
la inercia de mi sueño y tu ilusión confiada;
teje el silencio; teje la sílaba medrosa
que cruza nuestros labios y que no dice nada;
teje la fluida voz del Ángelus
con el crujido de las puertas;
teje la sístole y la diástole
de los penados corazones
que en la penumbra están alertas.
Divago entre quimeras difuntas y entre sueños
nacientes, y propenso a un llanto sin motivo,
voy, con el ánima dispersa
en el atardecer brumoso y efusivo,
contemplándote, Amor, a través de una niebla
de pésame, a través de una cortina ideal
de lágrimas, en tanto que tejes dicha y luto
en un limbo sentimental.
Pero pareces balbucir,
toda callada y elocuente:
«Soy un frágil otoño que teme maltratarse»
e infiltras una casta quietud convaleciente
y se te ama en una tutela suave y leal,
como a una párvula enfermiza
hallada por el bosque un día de vendaval.
Tejedora: teje en tu hilo
la inercia de mi sueño y tu ilusión confiada;
teje el silencio; teje la sílaba medrosa
que cruza nuestros labios y que no dice nada;
teje la fluida voz del Ángelus
con el crujido de las puertas;
teje la sístole y la diástole
de los penados corazones
que en la penumbra están alertas.
Divago entre quimeras difuntas y entre sueños
nacientes, y propenso a un llanto sin motivo,
voy, con el ánima dispersa
en el atardecer brumoso y efusivo,
contemplándote, Amor, a través de una niebla
de pésame, a través de una cortina ideal
de lágrimas, en tanto que tejes dicha y luto
en un limbo sentimental.
Tejedora: teje en tu hilo
la inercia de mi sueño y tu ilusión confiada;
teje el silencio; teje la sílaba medrosa
que cruza nuestros labios y que no dice nada;
teje la fluida voz del Ángelus
con el crujido de las puertas;
teje la sístole y la diástole
de los penados corazones
que en la penumbra están alertas.
Divago entre quimeras difuntas y entre sueños
nacientes, y propenso a un llanto sin motivo,
voy, con el ánima dispersa
en el atardecer brumoso y efusivo,
contemplándote, Amor, a través de una niebla
de pésame, a través de una cortina ideal
de lágrimas, en tanto que tejes dicha y luto
en un limbo sentimental.
Divago entre quimeras difuntas y entre sueños
nacientes, y propenso a un llanto sin motivo,
voy, con el ánima dispersa
en el atardecer brumoso y efusivo,
contemplándote, Amor, a través de una niebla
de pésame, a través de una cortina ideal
de lágrimas, en tanto que tejes dicha y luto
en un limbo sentimental. | es |
Selgas_y_Carrasco,José | <XXI | La_Primavera._Introducción | Ellos los años son, bella es la vida
En aquella feliz edad de flores
En sueños de inocencia adormecida;
Cuando el alma no tiene sinsabores,
Y cuando el corazón aún no ha pagado
Tributo de dolor a los dolores;
Cuando vive feliz y sin cuidado;
Muestra de lo que el hombre ser podía,
Muestra de lo que fue sin el pecado.
Mas ¡ah! que la inquietud y la agonía,
Aún no traspuesta la infeliz infancia,
No nos dejan un punto de alegría.
¡Saber!... necia ambición, vana arrogancia;
Pues cuanto más el hombre en él se empeña,
Más se cubre de luto y de ignorancia.
¿Qué difícil estudio nos enseña
A cegar el abismo tenebroso
Por donde nuestra vida se despeña?
¿Es por ventura el sabio más dichoso?
Y el que la suerte a las riquezas lanza
¿Cuenta muchos instantes de reposo?
Y la esperanza al fin... ¿qué es la esperanza
Más que la dolorosa resistencia
Que hacemos al pesar que nos alcanza?
¡Difícil inquietud! ¡Triste experiencia!
¡Quién pudiera trocar todos sus años
Por unas breves horas de inocencia!
¿Y por qué a la virtud somos extraños?
¿Por qué este afán tenemos a una vida
Tan llena de amargura y desengaños?
La bulliciosa juventud convida
A festines de amor, y nos ofrece
La copa del placer apetecida.
El alma se dilata y se estremece:
Palpa la realidad, rásgase el velo...
Y toda la ilusión desaparece.
Entonces llega el matador recelo;
Entonces llega la inquietud sombría,
Y llegan el dolor y el desconsuelo.
Y lento llega y perezoso un día,
Y otro día también; y todo llega,
Sin término poner a su agonía.
El amor engañado se repliega;
Crece la flor de los recuerdos triste,
Porque con tristes lágrimas se riega.
Si lozano el espíritu resiste,
En vano intenta renovar la vida
Dentro de un corazón que ya no existe.
Así felicidad la más querida,
La que fuera la luz de la existencia
Es de nosotros mismos homicida.
¡Infalible verdad! ¡Triste experiencia!
¡Quién pudiera trocar todos sus años
Por unas breves horas de inocencia!
¿Y por qué a la virtud somos extraños?
¿No es la virtud la amiga bienhechora
Que evita dolorosos desengaños?
¿No consuela el dolor que nos devora?
Si llora con nosotros... ¡qué dulzura
No derrama en las lágrimas que llora!
Mágica luz de nuestra vida oscura,
Destello tibio, misterioso y santo,
Que sigue al sol de la inocencia pura.
Ella nos cubre con su hermoso manto
Ella el afán mitiga y el desvelo;
Ella nos presta inagotable encanto.
Ella, que es inmortal, porque es del cielo,
Cuando a morir la muerte nos inclina,
Nos llena de esperanza y de consuelo.
Siempre a la par de nuestro bien camina,
Y después de esta vida transitoria,
Sobre nuestro sepulcro se reclina.
Ella llena de luz nuestra memoria
Ella en brillantes páginas escribe
De la vida fugaz la breve historia,
Y sólo ¡oh Dios! para nosotros vive:
Y sólo, sólo con cuidados paga
Los muchos desengaños que recibe.
¡Quién no será feliz si ella le halaga!
¿Dónde se halla el placer, do la ventura,
Que como la virtud nos satisfaga?
Virtud, santa virtud, tu llama pura
Alumbre con sus vívidos fulgores
La triste imagen de mi vida oscura.
Tú sabes mitigar mis sinsabores,
Tú, y el recuerdo de la edad primera,
Fanal que guarda deliciosas flores.
Aurora de tranquila primavera,
Sonrisa del placer más inocente,
Que fuera nuestro bien si eterna fuera.
Entonces que la vida dulcemente,
Al torpe engaño y la ambición extraña,
La mansa paz de la inocencia siente;
Entonces que el espíritu no engaña
El afán de la vida, ni el tormento
De la envidia maléfica le daña;
Entonces que discurre el pensamiento
Por campos en verdura siempre iguales,
Sin pena, ni temor, ni sentimiento
Entonces que los labios virginales
Recogen con espléndida dulzura
La pasión de los besos maternales,
Y el alma coronada de hermosura
Entre Dios y los hombres se levanta,
Emblema hermoso de inocencia pura.
Inocencia feliz que nos encanta,
Virtud que a ser felices nos enseña
Y al bien dirige nuestra torpe planta.
Flores ¡oh Dios! que en destrozar se empeña
El revuelto tropel de las pasiones
Por donde nuestra vida se despeña.
Los grandes y valientes corazones
A la virtud y a la inocencia fían
Sus castas y profundas ilusiones
Que la virtud y la inocencia envían
Consuelo al mal y luz a la ignorancia
De los que a su grandeza se confían.
Llenos de vuestra tímida fragancia,
Venid a perfumar mi pensamiento,
Dulcísimos recuerdos de la infancia.
Virtud, dame tu fe, dame tu aliento
olvida mis pasados desvaríos;
Brille en mi corazón tu sentimiento;
Brille en mi vida, y en los versos míos. | es |
Vega,Lope_Félix_de | <XXI | Éstos_Los_Sauces_Son_Y_Ésta_La_Fuente | Éstos los sauces son y ésta la fuente,
los montes éstos, y ésta la ribera
donde vi de mi sol la vez primera
los bellos ojos, la serena frente.
Éste es el río humilde y la corriente,
y ésta la cuarta y verde primavera
que esmalta el campo alegre y reverbera
en el dorado Toro el sol ardiente.
Árboles, ya mudó su fe constante,
mas, ¡oh gran desvarío!, que este llano,
entonces monte, le dejé sin duda.
Luego no será justo que me espante,
que mude parecer el pecho humano,
pasando el tiempo que los montes muda.
Éste es el río humilde y la corriente,
y ésta la cuarta y verde primavera
que esmalta el campo alegre y reverbera
en el dorado Toro el sol ardiente.
Árboles, ya mudó su fe constante,
mas, ¡oh gran desvarío!, que este llano,
entonces monte, le dejé sin duda.
Luego no será justo que me espante,
que mude parecer el pecho humano,
pasando el tiempo que los montes muda.
Árboles, ya mudó su fe constante,
mas, ¡oh gran desvarío!, que este llano,
entonces monte, le dejé sin duda.
Luego no será justo que me espante,
que mude parecer el pecho humano,
pasando el tiempo que los montes muda.
Luego no será justo que me espante,
que mude parecer el pecho humano,
pasando el tiempo que los montes muda. | es |
Ibarbourou,Juana_de | <XXI | Una_Parva_Es_Un_Lecho_Que_Amor_Aroma_Y_Mulle | Una parva es un lecho que Amor aroma y mulle,
Y el sol, como un amigo cómplice, entibia y dora.
Tan pronto hace de nido donde un jilguero bulle,
Como es cama mullida de cansada pastora.
La adoran los zagales. Las parvas campesinas
Se prestan a inocentes placeres rustícanos,
O son como opulentas y agrestes celestinas
Erguidas en la alfombra musgosa de los llanos.
Dafnis y Cloe buscan su sombra protectora.
Juega como un cordero la pequeña pastora
Rodando entre la paja que le dora las greñas.
Y, cómplices de amantes en las nocturnas citas,
Se aroman de ese vago perfume a margaritas
Que llevan en las alas las auras abrileñas. | es |
García_Cabrera,Pedro | <XXI | De_Un_Salto,_Sobre_El_Mar | De un salto, sobre el mar,
el camino ha llegado a nuestra casa
ronroneando como un gato.
Un poco tarde se le ha hecho:
manotazos de avispas e instantes como años
lo llevaron de un lado para otro,
de rejas a desiertos, con temores y muertes.
Pero al fin ya tenemos los dos la misma llave
para abrir y cerrar la misma puerta,
sin que el ojo de la cerradura se sorprenda
de verme llegar solo.
Antes de venir tú, el tiempo pasaba
oyéndome llover. Apenas si podía
llevarme agua a los labios
de tan fría y tan sola.
Las cosas de la casa
monologaban un silencio de piezas de ajedrez.
Cada una un lingote de soledad.
A veces me tendían las manos el color,
un poco naufragadas,
con una doncellez de solteronas.
Ahora ya es distinto.
Hasta las más vulgares,
las que todos los días trajinamos,
cobran un aire nuevo,
nacidas a otra vida,
millonarias de una quiniela de ternura.
Todas han comenzado a compartirte
y calar la expresión de tus maneras.
Ya el reloj no se para por tener a quien decir la hora.
Ya el libro es realmente un compañero,
no el mago ilusionista que ocultara
mi libertad interior, que me impidiera
el respirar por mi horizonte herido.
Pero ya estás aquí. Desde hoy la escalera
subirá los peldaños contigo.
Y el timbre de la puerta
hará vibrar las ramas del silencio
desde el trino del pájaro
que despierta la yema de tus dedos. | es |
Flórez,Julio | <XXI | Si_En_Esta_Alma_Dolorida | Si en esta alma dolorida
reina la desolación,
si llevo en el corazón
toda la hiel de la vida;
si está en mi pecho escondida
la medusa de los celos
y sólo zarzas y hielos
encuentro por donde voy...
si ante mis súplicas hoy
están cerrados los cielos...
¿Por qué me pides que vierta,
este espíritu sombrío,
una gota de rocio?
¿no ves q'el alma está muerta?
¿cuándo en la playa desierta
pudo brotar una flor?
¿cuándo el pobre trovador,
un canto podrá verter,
de entusiasmo o de placer,
bajo el yugo del dolor?
¡Oh!, no me pidas cantares
alegres, que mi canción
al salir del corazón
tiene el sabor de los mares.
Si te duelen mis pesares
y es cierto que me amas tanto,
pide un ¡ay! a mi quebranto
y reclama al pecho mío,
no una gota de rocío....
sino una gota de llanto. | es |
Galeano,Eduardo | <XXI | Nochebuena | Fernando Silva dirige el hospital de niños en Managua.
En vísperas de Navidad, se quedó trabajando hasta muy tarde. Ya estaban sonando los cohetes, y empezaban los fuegos
artificiales a iluminar el cielo, cuando Fernando decidió marcharse. En su casa lo esperaban para festejar.
Hizo una última recorrida por las salas, viendo si todo queda en orden, y en eso estaba cuando sintió que unos pasos lo
seguían. Unos pasos de algodón; se volvió y descubrió que uno de los enfermitos le andaba atrás. En
la penumbra lo reconoció. Era un niño que estaba solo.
Fernando reconoció su cara ya marcada por la muerte y esos ojos que pedían disculpas o quizá pedían permiso.
Fernando se acercó y el niño lo rozó con la mano:
—Decile a... —susurró el niño—. Decile a alguien, que yo estoy aquí.
Decile a
Decile a alguien, que yo estoy aquí. | es |
González-Haba,José_Antonio | <XXI | Canto_Muerto_Del_Mediodía | Canto muerto del mediodía
que ni a la noche la esperó
ni a la aurora contempló.
En las inmensas retiradas
me desbando aterrado,
en las inmensas convocatorias
integro en las masas corales.
Oyente de todos los discursos,
asistente a todos los Te-Deums,
aprovecho las grandes ocasiones,
ingreso en correccionales,
reaparezco indultado
en las conmemoraciones
más antiguas, soy el muerto
que no piensa, que no renuncia
a su puesto entre los tiempos.
Cubre mi cabeza inmenso sombrero.
Cierra mi cuello botón de nácar.
Reviento mis cafés de cazalla.
Se abre mi boca albañal de perfumes. | es |
Jiménez,Juan_Ramón | <XXI | Mi_Triste_Ansia | Lo que corre por la tierra es humo,
no agua.
Y su azul se desvanece como
mi ansia.
Lo que vuela por el aire es bruma,
no ala.
Y su pluma se deshace como
mi ansia.
Lo que sube por la sombra es sueño,
no alma.
Y su gris se descompone como
mi ansia. | es |
Gómez_Avellaneda,Gertrudis | <XXI | Era_La_Edad_Lisonjera | Era la edad lisonjera
En que es un sueño la vida:
Era la aurora hechicera
De mi juventud florida,
En su sonrisa primera.
Cuando contenta vagaba
Por el campo silenciosa,
Y en escuchar me gozaba
La tórtola que entonaba
Su querella lastimosa.
Melancólico fulgor
Blanca luna repartía,
Y el aura leve mecía
Con soplo murmurador
La tierna flor que se abría.
¡Y yo gozaba! El rocío,
Nocturno llanto del cielo,
El bosque espeso y umbrío,
La dulce quietud del suelo,
El manso correr del río.
Y de la luna el albor,
Y el aura que murmuraba
Acariciando a la flor,
Y el pájaro que cantaba...
¡Todo me hablaba de amor!
Y trémula, palpitante,
En mi delirio extasiada,
Miré una visión brillante,
Como el aire perfumada,
Como las nubes flotante.
Ante mí resplandecía
Como un astro brillador
Y mi loca fantasía
Al fantasma seductor
Tributaba idolatría.
Escuchar pensé su acento
En el canto de las aves:
Eran las auras su aliento
Cargadas de aromas suaves,
Y su estancia el firmamento.
¿Qué ser divino era aquél?
¿Era un Ángel o era un hombre?
¿Era un Dios o era Luzbel...?
¿Mi visión no tiene nombre?
¡Ah! nombre tiene... ¡Era Él!
El alma guardaba tu imagen divina
Y en ella reinabas ignoto señor,
Que instinto secreto tal vez ilumina
La vida futura que espera el amor.
Al Sol que en el cielo de Cuba destella,
Del trópico ardiente brillante fanal,
Tus ojos eclipsan, tu frente descuella
Cual se alza en la selva la palma real.
Del genio la aureola, radiante, sublime,
Ciñendo contemplo tu pálida sien,
Y al verte , mi pecho palpita , y se oprime,
Dudando si formas mi mal o mi bien.
Que tú eres no hay duda mi sueño adorado,
El ser que vagando mi mente buscó,
Mas ¡ay! que mil veces el hombre, arrastrado
Por fuerza enemiga, su mal anheló.
Así vi a la mariposa
Inocente, fascinada,
En torno a la luz amada
Revolotear con placer.
Insensata se aproxima
Y le acaricia insensata,
Hasta que la luz ingrata
Devora su frágil ser.
Y es fama que allá en los bosques
Que adornan mi patria ardiente,
Nace y crece una serpiente
De prodigioso poder.
Que exhala en torno su aliento
Y la ardilla palpitante,
Fascinada, delirante,
¡Corre!... ¡y corre a perecer!
¿Hay una mano de bronce,
Fuerza, poder, o destino.
Que nos impele al camino
Que a nuestra tumba trazó?...
¿Dónde van, dónde, esas nubes
Por el viento compelidas?...
¿Dónde esas hojas perdidas
Que del árbol arrancó?...
¡Vuelan, vuelan resignadas,
Y no saben donde van!
Pero siguen el camino
Que les traza el huracán.
Vuelan, vuelan en sus alas
Nubes y hojas a la par,
Ya a los cielos las levante
Ya las sumerja en el mar.
¡Pobres nubes! ¡pobres hojas
Que no saben donde van!...
Pero siguen el camino
Que les traza el huracán. | es |
Hartzenbusch,Juan_Eugenio | <XXI | Los_Mandamientos_De_España | Dicen que locos y niños
hablan siempre la verdad:
la lengua de un niño loco
debe ser la más veraz.
Un niño demente había,
que en medio de achaque tal,
iba, sin embargo, dócil
a la escuela del lugar.
El maestro, que observó
que era el loco algo capaz,
quiso que de la doctrina
supiese lo principal.
—¿Cuáles son, le preguntaba
un día para probar,
los mandamientos de Dios
que rigen la cristiandad?
—A los hombres, dijo el chico,
diez impuso en general,
y después a las naciones
otros en particular.
Dios manda que España tenga
trono firme y libertad,
montes, caminos, marina...
y el peñón de Gibraltar. | es |
Pérez-Ayala_Huertas,Javier | XXI | El_Suave_Mimo_Del_Pávido_Viento | El suave mimo del pávido viento
interpreta la melodía ansiada
del discernimiento en alma liada
en cien espinas de temor sediento.
Son heridas de un rosal vetusto
que enmarañan el altanero tallo
en el que fortuitas rosas yo hallo
en la cosecha del invierno adusto
Que es mi asustada vida mi tesoro,
fundada bajo yugo de la espada,
de flores trémulas la condecoro
¿Que profunda angustia es encargada
de humillar mi goleta en el escoro
prohibiendo que fluya sosegada? | es |
Palacios,Zacarías | XXI | Por_Las_Sendas_Azules_De_Los_Cielos | Por las sendas azules de los cielos
llegan las golondrinas
y bailan un ballet misterioso y bello
en todas las esquinas.
Son veloces y chillones ensueños
que cantan y que gritan
colgando, en las alturas de torres y de enebros,
los ritmos de sus liras.
Sao raudas como el viento
dibujan, a su paso, guirnaldas infinitas
que encienden un misterio.
en todas las colinas
e iluminan los cerros
con sus vuelos rasantes y audaces griterías.
Sus rondas y sus juegos
anuncian las albricias
y el requiebro
de una primavera, que llegará encendida
desde lejos
para sembrar los campos y campiñas
de estrellas y luceros,
de paz y de sonrisas
y de sueños.
Dejad que los senderos de esta vida
nos traigan golondrinas
y llenen los silencios
de esperanzas dormidas y tranquilas. | es |
Díaz_Mirón,Salvador | <XXI | Recio_Y_Amplio_Edificio_Que_No_Brilla | Recio y amplio edificio que no brilla
por la elegancia y el primor del arte.
Fue convento y capilla
y es hospital. Elévase a la orilla
del mar, hacia la parte
de oriente, por la cual hay un baluarte,
de dos que duran a evocar memoria
de antiguos tiempos de tumulto y gloria.
Junto a ríspida rampa de granito,
roña de ruinas y despojos muerde
restos de la muralla de circuito
que son postrer vestigio que se pierde,
y entre la playa bruna y el amparo
de los pacientes míseros, un claro
borda en rústico alarde alfombra verde.
Al norte, recta y espaciosa vía
que a un lado y otro del arroyo cría
y a despecho del régimen propaga
mantos de zacatillo y verdolaga,
y que a un extremo y a cerrar el fondo
tiene un médano gris, enhiesto y mondo.
Al sur y herboso como inculto predio,
un parquecillo ruin en cuyo medio
un zócalo mezquino espera en vano,
con una obstinación que infunde tedio,
la estatua de un gran hombre mexicano.
He ahí mi asilo y el contorno. Cruda
flegmasía me trajo de mazmorra
a celda en que perezco de modorra
y que, quizá por imitarme, suda.
Compasivo guardián me imparte ayuda
y cuando halla ocasión me da permiso
de visitar un rato el paraíso.
Y a frescos y desnudos corredores
que rodean en cuadro un patiezuelo,
salgo a ver sonreír frondas y flores
y a mostrar a la fe de mis dolores
un pedacito del azul del cielo.
Y de gracia mi espíritu se viste
y entonces me pregunto si la suerte
hará otra miel como la paz del fuerte
y otro esplendor como el placer del triste.
Holgábame una vez en tal encanto
y una moza, con rostro de delirio,
pasó, blanca y derecha como un ciño,
lírica y turbadora como un canto,
odorífera y prócer como un lirio.
Parecía ilusión de la mirada.
Iba con paso cadencioso y lento,
y alba ropa de lino almidonada,
y un susurro de brisa en enramada,
y cual fuego la crin volando al viento.
Era de tarde por abril que adoro,
y en un silencio perturbado apenas,
y efluvios de azahares y azucenas
desleían al sol ámbar en oro.
Quedéme absorto y lúgubre. Sufría
présaga desazón. ¡Oh imagen pía!
Ancha y tersa la frente sin pecado,
helénica nariz, boca de fresa,
zarco el ojo de antílope asustado,
elación y decoro de princesa
y un secreto de angustia en un nublado:
¡así te llevo en el sensorio impresa!
Costumbre de inquirir, sabia y notoria,
a la que rindo y pagaré tributo,
movióme a interrogar. Y oí una historia.
¿A quién? A un servidor del instituto,
a un cubano feraz en viles tretas,
a un practicante crapuloso y pigre,
a un mancebo de sórdidas chancletas,
facha de orangután, gesto de tigre.
Pero atended. Su relación incluye
un imán de rumor de agua que fluye.
«La doncella gentil se llama Dea.
Su padre, Juan Falot, vino de zuavo
y aquí, como en Italia y en Crimea,
ganó prez en las lides como bravo.
Herido y preso en Camarón, no pudo
seguir camino a Francia el regimiento;
y ya en salud y en libertad a rudo
trabajo demandó noble sustento.
Cansado de labrar y con su ahorro
adquirióse un tenducho y un ventorro.
Y casó con la reina del poblacho,
una mujer de singular trapío,
modesta y cauta sin ficción ni empacho
y enemiga mortal de todo lío.
Y los meses corrieron, y la esposa
engordaba, soñando con querubes;
y una chica nació sana y hermosa
con un cutis de pétalos de rosa
y un olor como de astros y de nubes.
»¡Qué suplicio el del parto! ¡Cuál estreno!
¡Fruto de humano amor cumple lo escrito:
no se desgaja sin romper un seno
y no respira sin lanzar un grito!
Fausto auroral surgió del horizonte
y a la sangrienta luz que despuntaba,
y en el aroma del cercano monte,
y en las perlas de un trino de sinsonte
¡ay! la madre infeliz agonizaba.
Por hemorragia sucumbió al puerperio.
El cadáver cayó bajo el imperio
de la química, numen de las cosas,
y es en el más humilde cementerio
polvo siempre fecundo en tuberosas.
Pero alma de valer, limpia y cristiana,
yergue aliento que nunca se consume
y aquélla se fue a Dios como un perfume,
disuelta en el carmín de la mañana.
»El pobre viudo encaneció en un día.
¡Cuán tierno y delicado a la pequeña
el que antes, por su indúctil ardentía,
resultaba feroz bajo la enseña!
Arrapiezo el bebé, y en la dulzura
del mimo y al alcance de la mano,
campó sin probar gota de amargura.
¡Frágil y bullidor, lindo y ufano
colibrí del vergel de la ventura!
Su aspecto de pictórico angelito,
su inventiva, su charla, su despejo,
aliviaban con bálsamo exquisito
el ulcerado corazón del viejo.
»¡Precoz muchacha! Con presteza suma
se adiestraba en su hogar según crecía,
y llegó con el medro de la espuma
a la núbil y sacra lozanía.
Y en gusto y dignidad honró penates,
y en cuidar su conducta puso esmero,
y escuchando episodios de combates
retempló su virtud como un acero.
Jamás anduvo en triscas de festines
y sola con sus caras aficiones
vivió en intimidad con sus jazmines
y hablábase de tú con sus gorriones.
Su pensamiento, si salvaba el muro,
era de filo en el espacio, allende,
como el soplo sutil, cimero y puro
que por alto pinar vibra y trasciende.»
Al estro el narrador detuvo el giro
y luego continuó, tras un suspiro.
«Al destino la dicha es una injuria
y el oasis un tósigo al desierto.
El anciano enfermó de albuminuria
y con la virgen trasladóse, al puerto.
Arriba está. Malísimo, por cierto,
y de congoja convertido en furia.
La bella y santa joven que reside
no lejos, en unión de unas beatas
acude con frecuencia y lo decide
a someterse a pócimas y natas.
Y bebe horrible hiel en vasta copa
y con firme palabra y sin misterio,
dice que pronto marcharáse a Europa
a gemir su orfandad a un monasterio.
»Musca jerga y nevada muselina
ofrecen a la mártir hechicera
disfraz de prodigiosa golondrina,
palma en inmarcesible primavera.» | es |
Fuertes,Gloria | <XXI | Suceso | Marinero sin tierra
náufrago sin velamen
huérfano de puerto
nave sin timón.
Rodeado de agua y sediento
rodeado de pescado y hambriento
rodeado de olas y sin saludos
rodeado de dólares y desnudo. | es |
Durán_León,Juan_José | XXI | Noviembre | Me Quedaré en silencio,
Deambulando en tu sonrisa,
Porque los abetos
Habitan en ella, y es ahí
Donde los gorriones
Abren sus alas,
Y dan gracias a la vida.
Me quedaré en silencio,
Y mientras exista éste,
Podré ver por tus pupilas,
Estoy seguro, que es ahí,
Donde nace lo que
Aún no he visto,
Y por lo que estoy
Enamorado
Sabré contar las rosas
Que caen de tus mejillas,
Y Sabré recogerlas
Antes que anochezca,
Y las asiré a mi pecho,
Para sentir algo de ti.
Me quedaré en silencio,
Esperando, que la espera
No sea infinita,
Que regreses pronto,
Y humedezcas mis
Días, como las lluvias
En noviembre,
Sobre las hortensias
Púrpuras. | es |
Bousoño,Carlos | <XXI | Y_Tú_Que_Tanto_Amas,_Tanto_Ríes, | Y tú que tanto amas, tanto ríes,
tanto adivinas y conoces tanto,
¿dónde el escudo para que te fíes,
dónde el pañuelo de enjugar tu llanto?
¿Dónde el camino que no veo ahora?
Dímelo o llora y el mirar suprime.
¿Es ya la noche que no tiene aurora?
Dímelo, dime.
Y sin embargo tu vivir empaña
mi vivir con un vaho que es ternura,
que es caliente rumor que me acompaña
la noche oscura.
Y sin embargo con tu mano guías
y a tientas toco lo que apenas veo
y digo acaso para que sonrías
lo que no creo.
Y toco apenas y tu bulto aprendo
y torpe sigo lo que tú me indicas.
Lo que no miro, lo que no comprendo,
tú multiplicas.
Tú multiplicas, o quizás es tu invento
porque lo vea aunque quizá no exista.
Entre la noche de mi pensamiento
dulce es tu vista.
Dulce es tu vista, tu mirar risueño
que mira un llano donde estaba un monte
y que a mi alma de temblor pequeño
llamó horizonte.
Dulce es tu vista que miró aquel lago
y lo llamaba alegre mar bravío.
Tu generoso corazón es mago.
¡Lo fuese el mío!
¿Dónde el camino que no veo ahora?
Dímelo o llora y el mirar suprime.
¿Es ya la noche que no tiene aurora?
Dímelo, dime.
Y sin embargo tu vivir empaña
mi vivir con un vaho que es ternura,
que es caliente rumor que me acompaña
la noche oscura.
Y sin embargo con tu mano guías
y a tientas toco lo que apenas veo
y digo acaso para que sonrías
lo que no creo.
Y toco apenas y tu bulto aprendo
y torpe sigo lo que tú me indicas.
Lo que no miro, lo que no comprendo,
tú multiplicas.
Tú multiplicas, o quizás es tu invento
porque lo vea aunque quizá no exista.
Entre la noche de mi pensamiento
dulce es tu vista.
Dulce es tu vista, tu mirar risueño
que mira un llano donde estaba un monte
y que a mi alma de temblor pequeño
llamó horizonte.
Dulce es tu vista que miró aquel lago
y lo llamaba alegre mar bravío.
Tu generoso corazón es mago.
¡Lo fuese el mío!
Y sin embargo tu vivir empaña
mi vivir con un vaho que es ternura,
que es caliente rumor que me acompaña
la noche oscura.
Y sin embargo con tu mano guías
y a tientas toco lo que apenas veo
y digo acaso para que sonrías
lo que no creo.
Y toco apenas y tu bulto aprendo
y torpe sigo lo que tú me indicas.
Lo que no miro, lo que no comprendo,
tú multiplicas.
Tú multiplicas, o quizás es tu invento
porque lo vea aunque quizá no exista.
Entre la noche de mi pensamiento
dulce es tu vista.
Dulce es tu vista, tu mirar risueño
que mira un llano donde estaba un monte
y que a mi alma de temblor pequeño
llamó horizonte.
Dulce es tu vista que miró aquel lago
y lo llamaba alegre mar bravío.
Tu generoso corazón es mago.
¡Lo fuese el mío!
Y sin embargo con tu mano guías
y a tientas toco lo que apenas veo
y digo acaso para que sonrías
lo que no creo.
Y toco apenas y tu bulto aprendo
y torpe sigo lo que tú me indicas.
Lo que no miro, lo que no comprendo,
tú multiplicas.
Tú multiplicas, o quizás es tu invento
porque lo vea aunque quizá no exista.
Entre la noche de mi pensamiento
dulce es tu vista.
Dulce es tu vista, tu mirar risueño
que mira un llano donde estaba un monte
y que a mi alma de temblor pequeño
llamó horizonte.
Dulce es tu vista que miró aquel lago
y lo llamaba alegre mar bravío.
Tu generoso corazón es mago.
¡Lo fuese el mío!
Y toco apenas y tu bulto aprendo
y torpe sigo lo que tú me indicas.
Lo que no miro, lo que no comprendo,
tú multiplicas.
Tú multiplicas, o quizás es tu invento
porque lo vea aunque quizá no exista.
Entre la noche de mi pensamiento
dulce es tu vista.
Dulce es tu vista, tu mirar risueño
que mira un llano donde estaba un monte
y que a mi alma de temblor pequeño
llamó horizonte.
Dulce es tu vista que miró aquel lago
y lo llamaba alegre mar bravío.
Tu generoso corazón es mago.
¡Lo fuese el mío!
Tú multiplicas, o quizás es tu invento
porque lo vea aunque quizá no exista.
Entre la noche de mi pensamiento
dulce es tu vista.
Dulce es tu vista, tu mirar risueño
que mira un llano donde estaba un monte
y que a mi alma de temblor pequeño
llamó horizonte.
Dulce es tu vista que miró aquel lago
y lo llamaba alegre mar bravío.
Tu generoso corazón es mago.
¡Lo fuese el mío!
Dulce es tu vista, tu mirar risueño
que mira un llano donde estaba un monte
y que a mi alma de temblor pequeño
llamó horizonte.
Dulce es tu vista que miró aquel lago
y lo llamaba alegre mar bravío.
Tu generoso corazón es mago.
¡Lo fuese el mío!
Dulce es tu vista que miró aquel lago
y lo llamaba alegre mar bravío.
Tu generoso corazón es mago.
¡Lo fuese el mío! | es |
Selgas_y_Carrasco,José | <XXI | La_Tarde_Triste_Por_La_Cumbre_Asciende | La tarde triste por la cumbre asciende,
Y el rojo manto de vapor desplega
Del alto monte a la tendida vega;
El aire mudo su inquietud suspende;
El cielo en vago resplandor se enciende,
Que hasta el confín del horizonte llega;
Se apaga el sol mientras la sombra ciega
Las negras alas por el valle tiende.
La luz exclama: —Con tenaz porfía
En pos me sigues; mas tu negro manto
Rasgará el fuego que en mis ojos arde,
Que soy la luz, la vida y la alegría.
—Yo soy la oscuridad, el luto, el llanto,
Dijo la sombra, y espiró la tarde. | es |
Guillén,Nicolás | <XXI | Quirino | ¡Quirino
con su tres!
La bemba grande, la pasa dura,
sueltos los pies,
y una mulata que se derrite de sabrosura...
¡Quirino
con su tres!
Luna redonda que lo vigila cuando regresa
dando traspiés;
jipi en la chola, camisa fresa...
¡Quirino
con su tres!
Tibia accesoria para la cita;
la madre —negra Paula Valdés—
suda, envejece, busca la frita...
¡Quirino
con su tres! | es |
Hierro,José | <XXI | Vino_El_Ángel_De_Las_Sombras | Vino el ángel de las sombras;
me tentó tres veces.
Yo, erguido, tallado en piedra
firme, resistiéndole.
Me torturaba con lágrimas,
látigos y nieves,
con soledades. Me puso
la frente candente.
Toda la noche me estuvo
llenando de muerte.
Separaba con un mar
las orillas verdes.
Entre una y otra orilla
no dejaba puentes.
Se pasó la noche entera
llamándome, hiriéndome.
Diciendo que yo era el rey
del trigo y la nieve,
el rey de las horas negras
y el de las celestes.
Vino el ángel de las sombras.
Yo en pie, resistiéndole.
Esperando que, al cantar
los gallos, huyese.
Alucinado, queriendo
vencerle, venciéndome. | es |
García_Cabrera,Pedro | <XXI | Movió_La_Estrella_Su_Testuz | Movió la estrella su testuz.
Duro cristal en marcha
nutrió la lejanía. Aluvión
invisible —sueño de espacio entero—.
Y anduvo —envidia de caballos de caña—,
coronel desbocado.
Mas no se supo su sinfín preciso.
De no se sabe dónde, retorna,
lebrel envejecido.
Se aprieta a mi balcón y se lamina
su senectud de joven marinero.
Se arquea, salta, aúlla,
desvelado.
Y le apago la luz para que duerma. | es |
Martí,José | <XXI | Valle_Lozano | Dígame mi labriego
¿Cómo es que ha andado
En esta noche lóbrega
Este hondo campo?
Dígame de qué flores
Untó el arado,
Que la tierra olorosa
Trasciende a nardos?
Dígame de qué ríos
Regó ese prado,
Que era un valle muy negro
Y ora es lozano?
Otros, con dagas grandes
Mi pecho araron:
Pues ¿qué hierro es el tuyo
Que no hace daño?
Y esto dije —y el niño
Riendo me trajo
En sus dos manos blancas
Un beso casto. | es |
Lugones,Leopoldo | <XXI | Bondad_De_Las_Noches_Solas | Bondad de las noches solas
En que nuestra alma dormita
Ante la luna infinita
Que reina sobre las olas.
Abismo de resplandor
En que, con dulce martirio,
Se doblega como un lirio
La tristeza del amor. | es |
Pérez,Ignacio | XXI | Viento_Fugaz | Viento fugaz
Te llevas mis anhelos
Los cambias por otros
Aunque no sea mi deseo
Fuiste repentino
(Y tal vez oportuno)
Tarde o temprano
Cambiaría mi camino.
Sabía que lo harías
De uno u otro modo.
De antemano te digo, que por todo
Muchas gracias gran amigo.
Fuiste repentino
(Y tal vez oportuno)
Tarde o temprano
Cambiaría mi camino.
Sabía que lo harías
De uno u otro modo.
De antemano te digo, que por todo
Muchas gracias gran amigo.
Sabía que lo harías
De uno u otro modo.
De antemano te digo, que por todo
Muchas gracias gran amigo. | es |
Alberti,Rafael | <XXI | Zarza_Florida | Zarza florida
Rosal sin vida.
Salí de mi casa, amante,
por ir al campo a buscarte.
Y en una zarza florida
hallé la cinta prendida,
de tu delantal, mi vida.
Hallé tu cinta prendida,
y más allá, mi querida,
te encontré muy mal herida
bajo del rosal, mi vida.
Zarza florida
Rosal sin vida.
Bajo del rosal sin vida. | es |
Hernanz_Angulo,Beatriz | XXI | Querido_Héctor | Querido Héctor:
Cuando esto te escribo, amor, qué palabras cubrirán la última noche del siglo, el invierno que nunca acaba, la
primavera rota por la ausencia. El mundo se va a ahogar, los pájaros ya no vuelan en los espejos y el mar no ofrece
ningún consuelo. Esta ha sido una historia envuelta en música y en silencios, antigua y terrible como el mundo, hemos
tenido que inventar todos los caminos, hemos discurrido por dolorosas geografías, lugares queridos que corresponden a la cartografía del desconsuelo.
Te escribo esta carta en una pequeña hendidura de agua, porque
el agua irradia atardeceres de otras épocas. Cuando nos
encontramos por vez primera, yo era una muchacha joven que se miraba en
el fondo de tus ojos, que vivía pendiente de tu arrogancia de
isla. Pero tu nombre se ha quedado para siempre dentro, pero tu rostro
aún vive en mis palabras, pero tus manos de árbol crecen,
vigorosas, todas las primaveras de relámpagos.
Enséñame el lugar del aire, hacia dónde dirigir mi
huida por todas las estaciones que regresan sin ti, porque hay velos
tristes que me han hecho morir de cordura, cuchillos lentos que han inundado de mar todas las derrotas.
El recuerdo es el camino breve y puro que conduce hacia el delirio, que
transcurre como una melodía en el viento de la historia. Adagio
de las promesas que no pudieron realizarse, andante nocturno que
devuelve las traiciones a un mar dormido en mi vientre, vivo
círculo de los ahogados por las sombras del desafecto, pues
será el trayecto que nos ha de reunir lento como el tejido fatal de una espera sin personajes.
Somos esos seres a los que el tiempo nunca arrebata sus heridas. Me
acorazo con la armadura de la voluntad, amor mío, zurzo los
harapos del destino, invoco un tiempo en el que pudieron ser verdad
todos los silencios del mundo. Pero caminamos por estaciones paralelas,
en un tiempo que nunca asumió la luz y el abismo, infinito y azulado, habitado de palabras y de ausencia.
En qué mar encontrarán reposo mis ojos en la ciega huida por el brocal del otoño...
Cuando esto te escribo, amor, qué palabras cubrirán la última noche del siglo, el invierno que nunca acaba, la
primavera rota por la ausencia. El mundo se va a ahogar, los pájaros ya no vuelan en los espejos y el mar no ofrece
ningún consuelo. Esta ha sido una historia envuelta en música y en silencios, antigua y terrible como el mundo, hemos
tenido que inventar todos los caminos, hemos discurrido por dolorosas geografías, lugares queridos que corresponden a la cartografía del desconsuelo.
Te escribo esta carta en una pequeña hendidura de agua, porque
el agua irradia atardeceres de otras épocas. Cuando nos
encontramos por vez primera, yo era una muchacha joven que se miraba en
el fondo de tus ojos, que vivía pendiente de tu arrogancia de
isla. Pero tu nombre se ha quedado para siempre dentro, pero tu rostro
aún vive en mis palabras, pero tus manos de árbol crecen,
vigorosas, todas las primaveras de relámpagos.
Enséñame el lugar del aire, hacia dónde dirigir mi
huida por todas las estaciones que regresan sin ti, porque hay velos
tristes que me han hecho morir de cordura, cuchillos lentos que han inundado de mar todas las derrotas.
El recuerdo es el camino breve y puro que conduce hacia el delirio, que
transcurre como una melodía en el viento de la historia. Adagio
de las promesas que no pudieron realizarse, andante nocturno que
devuelve las traiciones a un mar dormido en mi vientre, vivo
círculo de los ahogados por las sombras del desafecto, pues
será el trayecto que nos ha de reunir lento como el tejido fatal de una espera sin personajes.
Somos esos seres a los que el tiempo nunca arrebata sus heridas. Me
acorazo con la armadura de la voluntad, amor mío, zurzo los
harapos del destino, invoco un tiempo en el que pudieron ser verdad
todos los silencios del mundo. Pero caminamos por estaciones paralelas,
en un tiempo que nunca asumió la luz y el abismo, infinito y azulado, habitado de palabras y de ausencia.
En qué mar encontrarán reposo mis ojos en la ciega huida por el brocal del otoño...
Te escribo esta carta en una pequeña hendidura de agua, porque
el agua irradia atardeceres de otras épocas. Cuando nos
encontramos por vez primera, yo era una muchacha joven que se miraba en
el fondo de tus ojos, que vivía pendiente de tu arrogancia de
isla. Pero tu nombre se ha quedado para siempre dentro, pero tu rostro
aún vive en mis palabras, pero tus manos de árbol crecen,
vigorosas, todas las primaveras de relámpagos.
Enséñame el lugar del aire, hacia dónde dirigir mi
huida por todas las estaciones que regresan sin ti, porque hay velos
tristes que me han hecho morir de cordura, cuchillos lentos que han inundado de mar todas las derrotas.
El recuerdo es el camino breve y puro que conduce hacia el delirio, que
transcurre como una melodía en el viento de la historia. Adagio
de las promesas que no pudieron realizarse, andante nocturno que
devuelve las traiciones a un mar dormido en mi vientre, vivo
círculo de los ahogados por las sombras del desafecto, pues
será el trayecto que nos ha de reunir lento como el tejido fatal de una espera sin personajes.
Somos esos seres a los que el tiempo nunca arrebata sus heridas. Me
acorazo con la armadura de la voluntad, amor mío, zurzo los
harapos del destino, invoco un tiempo en el que pudieron ser verdad
todos los silencios del mundo. Pero caminamos por estaciones paralelas,
en un tiempo que nunca asumió la luz y el abismo, infinito y azulado, habitado de palabras y de ausencia.
En qué mar encontrarán reposo mis ojos en la ciega huida por el brocal del otoño...
El recuerdo es el camino breve y puro que conduce hacia el delirio, que
transcurre como una melodía en el viento de la historia. Adagio
de las promesas que no pudieron realizarse, andante nocturno que
devuelve las traiciones a un mar dormido en mi vientre, vivo
círculo de los ahogados por las sombras del desafecto, pues
será el trayecto que nos ha de reunir lento como el tejido fatal de una espera sin personajes.
Somos esos seres a los que el tiempo nunca arrebata sus heridas. Me
acorazo con la armadura de la voluntad, amor mío, zurzo los
harapos del destino, invoco un tiempo en el que pudieron ser verdad
todos los silencios del mundo. Pero caminamos por estaciones paralelas,
en un tiempo que nunca asumió la luz y el abismo, infinito y azulado, habitado de palabras y de ausencia.
En qué mar encontrarán reposo mis ojos en la ciega huida por el brocal del otoño...
Somos esos seres a los que el tiempo nunca arrebata sus heridas. Me
acorazo con la armadura de la voluntad, amor mío, zurzo los
harapos del destino, invoco un tiempo en el que pudieron ser verdad
todos los silencios del mundo. Pero caminamos por estaciones paralelas,
en un tiempo que nunca asumió la luz y el abismo, infinito y azulado, habitado de palabras y de ausencia.
En qué mar encontrarán reposo mis ojos en la ciega huida por el brocal del otoño...
En qué mar encontrarán reposo mis ojos en la ciega huida por el brocal del otoño... | es |
Pombo,Rafael | <XXI | Púsose_La_Nariz_Mal_Humorada | Púsose la nariz mal humorada
Y dijo a los dos ojos:
«Ya me tienen ustedes jorobada
Cargando los anteojos».
«Para mí no se han hecho. Que los sude
El que por ellos mira»;
Y diciendo y haciendo se sacude,
Y a la calle los tira.
Su dueño sigue andando, y como es miope,
Da un tropezón, y cae,
Y la nariz aplástase... Y del tope
A los ojos sustrae.
Sirviendo a los demás frecuentemente
Se sirve uno a sí mismo;
Y siempre cuesta caro el imprudente
Selvático egoísmo. | es |
García_Lorca,Federico | <XXI | En_Lo_Alto_De_Aquel_Monte | En lo alto de aquel monte
hay un arbolillo verde.
Pastor que vas,
pastor que vienes.
Olivares soñolientos
bajan al llano caliente.
Pastor que vas,
pastor que vienes.
Ni ovejas blancas ni perro
ni cayado ni amor tienes.
Pastor que vas.
Como una sombra de oro
en el trigal te disuelves.
pastor que vienes.
Pastor que vas,
pastor que vienes.
Olivares soñolientos
bajan al llano caliente.
Pastor que vas,
pastor que vienes.
Ni ovejas blancas ni perro
ni cayado ni amor tienes.
Pastor que vas.
Como una sombra de oro
en el trigal te disuelves.
pastor que vienes.
Olivares soñolientos
bajan al llano caliente.
Pastor que vas,
pastor que vienes.
Ni ovejas blancas ni perro
ni cayado ni amor tienes.
Pastor que vas.
Como una sombra de oro
en el trigal te disuelves.
pastor que vienes.
Pastor que vas,
pastor que vienes.
Ni ovejas blancas ni perro
ni cayado ni amor tienes.
Pastor que vas.
Como una sombra de oro
en el trigal te disuelves.
pastor que vienes.
Ni ovejas blancas ni perro
ni cayado ni amor tienes.
Pastor que vas.
Como una sombra de oro
en el trigal te disuelves.
pastor que vienes.
Pastor que vas.
Como una sombra de oro
en el trigal te disuelves.
pastor que vienes.
Como una sombra de oro
en el trigal te disuelves.
pastor que vienes.
pastor que vienes. | es |
López_Velarde,Ramón | <XXI | El_Viejo_Pozo_De_Mi_Vieja_Casa | El viejo pozo de mi vieja casa
sobre cuyo brocal mi infancia tantas veces
se clavaba de codos, buscando el vaticinio
de la tortuga, o bien el iris de los peces,
es un compendio de ilusión
y de históricas pequeñeces.
Ni tortuga, ni pez; sólo el venero
que mantiene su estrofa concéntrica en el agua
y que dio fe del ósculo primero
que por 1850 unió las bocas
de mi abuelo y mi abuela... ¡Recurso lisonjero
con que los generosos hados
dejan caer un galardón fragante
encima de los desposados!
Besarse, en un remedo bíblico, junto al pozo,
y que la boca amada trascienda a fresco gozo
de manantial, y que el amor se profundice,
en la pareja que lo siente,
como el hondo venero providente...
En la pupila líquida del pozo
espejábanse, en años remotos, los claveles
de una maceta; más la arquitectura
ágil de las cabezas de dos o tres corceles,
prófugos del corral; más la rama encorvada
de un durazno; y en época de mayor lejanía
también se retrataban en el pozo
aquellas adorables señoras en que ardía
la devoción católica y la brasa de Eros;
suaves antepasadas, cuyo pecho lucía
descotado, y que iban, con tiesura y remilgo,
a entrecerrar los ojos a un palco a la zarzuela,
con peinados de torre y con vertiginosas
peinetas de carey. Del teatro a la Vela
Perpetua, ya muy lisas y muy arrebujadas
en la negrura de sus mantos.
Evoco, todo trémulo, a estas antepasadas
porque heredé de ellas el afán temerario
de mezclar tierra y cielo, afán que me ha metido
en tan graves aprietos en el confesionario.
En una mala noche de saqueo y de política
que los beligerantes tuvieron como norma
equivocar la fe con la rapiña, al grito
de «¡Religión y Fueros!» y «¡Viva la Reforma!»,
una de mis geniales tías,
que tenía sus ideas prácticas sobre aquellas
intempestivas griterías,
y que en aquella lucha no siguió otro partido
que el de cuidar los cortos ahorros de mi abuelo,
tomó cuatro talegas y con un decidido
brazo las arrojó en el pozo, perturbando
la expectación de la hora ingrata
con un estrépito de plata.
Hoy cuentan que mi tía se aparece a las once
y que, cumpliendo su destino
de tesorera fiel, arroja sus talegas
con un ahogado estrépito argentino.
Las paredes del pozo, con un tapiz de lama
y con un centelleo de gotas cristalinas,
eran como el camino de esperanza en que todos
hemos llorado un poco... Y aquellas peregrinas
veladas de mayo y junio
mostráronme del pozo el secreto de amor:
preguntaba el durazno: «¿Quién es Ella?»,
y el pozo, que todo lo copiaba, respondía
no copiando más que una sola estrella.
El pozo me quería senilmente; aquel pozo
abundaba en lecciones de fortaleza, de alta
discreción, y de plenitud...
Pero hoy, que su enseñanza de otros tiempos me falta,
comprendo que fui apenas un alumno vulgar
con aquel taciturno catedrático,
porque en mi diario empeño no he podido lograr
hacerme abismo y que la estrella amada,
al asomarse a mí, pierda pisada.
Ni tortuga, ni pez; sólo el venero
que mantiene su estrofa concéntrica en el agua
y que dio fe del ósculo primero
que por 1850 unió las bocas
de mi abuelo y mi abuela... ¡Recurso lisonjero
con que los generosos hados
dejan caer un galardón fragante
encima de los desposados!
Besarse, en un remedo bíblico, junto al pozo,
y que la boca amada trascienda a fresco gozo
de manantial, y que el amor se profundice,
en la pareja que lo siente,
como el hondo venero providente...
En la pupila líquida del pozo
espejábanse, en años remotos, los claveles
de una maceta; más la arquitectura
ágil de las cabezas de dos o tres corceles,
prófugos del corral; más la rama encorvada
de un durazno; y en época de mayor lejanía
también se retrataban en el pozo
aquellas adorables señoras en que ardía
la devoción católica y la brasa de Eros;
suaves antepasadas, cuyo pecho lucía
descotado, y que iban, con tiesura y remilgo,
a entrecerrar los ojos a un palco a la zarzuela,
con peinados de torre y con vertiginosas
peinetas de carey. Del teatro a la Vela
Perpetua, ya muy lisas y muy arrebujadas
en la negrura de sus mantos.
Evoco, todo trémulo, a estas antepasadas
porque heredé de ellas el afán temerario
de mezclar tierra y cielo, afán que me ha metido
en tan graves aprietos en el confesionario.
En una mala noche de saqueo y de política
que los beligerantes tuvieron como norma
equivocar la fe con la rapiña, al grito
de «¡Religión y Fueros!» y «¡Viva la Reforma!»,
una de mis geniales tías,
que tenía sus ideas prácticas sobre aquellas
intempestivas griterías,
y que en aquella lucha no siguió otro partido
que el de cuidar los cortos ahorros de mi abuelo,
tomó cuatro talegas y con un decidido
brazo las arrojó en el pozo, perturbando
la expectación de la hora ingrata
con un estrépito de plata.
Hoy cuentan que mi tía se aparece a las once
y que, cumpliendo su destino
de tesorera fiel, arroja sus talegas
con un ahogado estrépito argentino.
Las paredes del pozo, con un tapiz de lama
y con un centelleo de gotas cristalinas,
eran como el camino de esperanza en que todos
hemos llorado un poco... Y aquellas peregrinas
veladas de mayo y junio
mostráronme del pozo el secreto de amor:
preguntaba el durazno: «¿Quién es Ella?»,
y el pozo, que todo lo copiaba, respondía
no copiando más que una sola estrella.
El pozo me quería senilmente; aquel pozo
abundaba en lecciones de fortaleza, de alta
discreción, y de plenitud...
Pero hoy, que su enseñanza de otros tiempos me falta,
comprendo que fui apenas un alumno vulgar
con aquel taciturno catedrático,
porque en mi diario empeño no he podido lograr
hacerme abismo y que la estrella amada,
al asomarse a mí, pierda pisada.
En la pupila líquida del pozo
espejábanse, en años remotos, los claveles
de una maceta; más la arquitectura
ágil de las cabezas de dos o tres corceles,
prófugos del corral; más la rama encorvada
de un durazno; y en época de mayor lejanía
también se retrataban en el pozo
aquellas adorables señoras en que ardía
la devoción católica y la brasa de Eros;
suaves antepasadas, cuyo pecho lucía
descotado, y que iban, con tiesura y remilgo,
a entrecerrar los ojos a un palco a la zarzuela,
con peinados de torre y con vertiginosas
peinetas de carey. Del teatro a la Vela
Perpetua, ya muy lisas y muy arrebujadas
en la negrura de sus mantos.
Evoco, todo trémulo, a estas antepasadas
porque heredé de ellas el afán temerario
de mezclar tierra y cielo, afán que me ha metido
en tan graves aprietos en el confesionario.
En una mala noche de saqueo y de política
que los beligerantes tuvieron como norma
equivocar la fe con la rapiña, al grito
de «¡Religión y Fueros!» y «¡Viva la Reforma!»,
una de mis geniales tías,
que tenía sus ideas prácticas sobre aquellas
intempestivas griterías,
y que en aquella lucha no siguió otro partido
que el de cuidar los cortos ahorros de mi abuelo,
tomó cuatro talegas y con un decidido
brazo las arrojó en el pozo, perturbando
la expectación de la hora ingrata
con un estrépito de plata.
Hoy cuentan que mi tía se aparece a las once
y que, cumpliendo su destino
de tesorera fiel, arroja sus talegas
con un ahogado estrépito argentino.
Las paredes del pozo, con un tapiz de lama
y con un centelleo de gotas cristalinas,
eran como el camino de esperanza en que todos
hemos llorado un poco... Y aquellas peregrinas
veladas de mayo y junio
mostráronme del pozo el secreto de amor:
preguntaba el durazno: «¿Quién es Ella?»,
y el pozo, que todo lo copiaba, respondía
no copiando más que una sola estrella.
El pozo me quería senilmente; aquel pozo
abundaba en lecciones de fortaleza, de alta
discreción, y de plenitud...
Pero hoy, que su enseñanza de otros tiempos me falta,
comprendo que fui apenas un alumno vulgar
con aquel taciturno catedrático,
porque en mi diario empeño no he podido lograr
hacerme abismo y que la estrella amada,
al asomarse a mí, pierda pisada.
En una mala noche de saqueo y de política
que los beligerantes tuvieron como norma
equivocar la fe con la rapiña, al grito
de «¡Religión y Fueros!» y «¡Viva la Reforma!»,
una de mis geniales tías,
que tenía sus ideas prácticas sobre aquellas
intempestivas griterías,
y que en aquella lucha no siguió otro partido
que el de cuidar los cortos ahorros de mi abuelo,
tomó cuatro talegas y con un decidido
brazo las arrojó en el pozo, perturbando
la expectación de la hora ingrata
con un estrépito de plata.
Hoy cuentan que mi tía se aparece a las once
y que, cumpliendo su destino
de tesorera fiel, arroja sus talegas
con un ahogado estrépito argentino.
Las paredes del pozo, con un tapiz de lama
y con un centelleo de gotas cristalinas,
eran como el camino de esperanza en que todos
hemos llorado un poco... Y aquellas peregrinas
veladas de mayo y junio
mostráronme del pozo el secreto de amor:
preguntaba el durazno: «¿Quién es Ella?»,
y el pozo, que todo lo copiaba, respondía
no copiando más que una sola estrella.
El pozo me quería senilmente; aquel pozo
abundaba en lecciones de fortaleza, de alta
discreción, y de plenitud...
Pero hoy, que su enseñanza de otros tiempos me falta,
comprendo que fui apenas un alumno vulgar
con aquel taciturno catedrático,
porque en mi diario empeño no he podido lograr
hacerme abismo y que la estrella amada,
al asomarse a mí, pierda pisada.
Hoy cuentan que mi tía se aparece a las once
y que, cumpliendo su destino
de tesorera fiel, arroja sus talegas
con un ahogado estrépito argentino.
Las paredes del pozo, con un tapiz de lama
y con un centelleo de gotas cristalinas,
eran como el camino de esperanza en que todos
hemos llorado un poco... Y aquellas peregrinas
veladas de mayo y junio
mostráronme del pozo el secreto de amor:
preguntaba el durazno: «¿Quién es Ella?»,
y el pozo, que todo lo copiaba, respondía
no copiando más que una sola estrella.
El pozo me quería senilmente; aquel pozo
abundaba en lecciones de fortaleza, de alta
discreción, y de plenitud...
Pero hoy, que su enseñanza de otros tiempos me falta,
comprendo que fui apenas un alumno vulgar
con aquel taciturno catedrático,
porque en mi diario empeño no he podido lograr
hacerme abismo y que la estrella amada,
al asomarse a mí, pierda pisada.
Las paredes del pozo, con un tapiz de lama
y con un centelleo de gotas cristalinas,
eran como el camino de esperanza en que todos
hemos llorado un poco... Y aquellas peregrinas
veladas de mayo y junio
mostráronme del pozo el secreto de amor:
preguntaba el durazno: «¿Quién es Ella?»,
y el pozo, que todo lo copiaba, respondía
no copiando más que una sola estrella.
El pozo me quería senilmente; aquel pozo
abundaba en lecciones de fortaleza, de alta
discreción, y de plenitud...
Pero hoy, que su enseñanza de otros tiempos me falta,
comprendo que fui apenas un alumno vulgar
con aquel taciturno catedrático,
porque en mi diario empeño no he podido lograr
hacerme abismo y que la estrella amada,
al asomarse a mí, pierda pisada.
El pozo me quería senilmente; aquel pozo
abundaba en lecciones de fortaleza, de alta
discreción, y de plenitud...
Pero hoy, que su enseñanza de otros tiempos me falta,
comprendo que fui apenas un alumno vulgar
con aquel taciturno catedrático,
porque en mi diario empeño no he podido lograr
hacerme abismo y que la estrella amada,
al asomarse a mí, pierda pisada. | es |
Darío,Rubén | <XXI | Una_Selva_Suntuosa | Una selva suntuosa
en el azul celeste su rudo perfil calca.
Un camino. La tierra es de color de rosa,
cual la que pinta fra Doménico Cavalca
en sus Vidas de santos. Se ven extrañas flores
de la flora gloriosa de los cuentos azules,
y entre las ramas encantadas, papemores
cuyo canto extasiara de amor a los bulbules.
(Papemor: ave rara; Bulbules: ruiseñores.)
Mi alma frágil se asoma a la ventana obscura
de la torre terrible en que ha treinta años sueña.
La gentil Primavera primavera le augura.
La vida le sonríe rosada y halagüeña.
Y ella exclama: «¡Oh fragante día! ¡Oh sublime día!
Se diría que el mundo está en flor; se diría
que el corazón sagrado de la tierra se mueve
con un ritmo de dicha; luz brota, gracia llueve.
¡Yo soy la prisionera que sonríe y que canta!»
Y las manos liliales agita, como infanta
real en los balcones del palacio paterno.
¿Qué són se escucha, són lejano, vago y tierno?
Por el lado derecho del camino adelanta
el paso leve una adorable teoría
virginal. Siete blancas doncellas, semejantes
a siete blancas rosas de gracia y de harmonía
que el alba constelara de perlas y diamantes.
¡Alabastros celestes habitados por astros:
Dios se refleja en esos dulces alabastros!
Sus vestes son tejidos del lino de la luna.
Van descalzas. Se mira que posan el pie breve
sobre el rosado suelo, como una flor de nieve.
Y los cuellos se inclinan, imperiales, en una
manera que lo excelso pregona de su origen.
Como al compás de un verso su suave paso rigen.
Tal el divino Sandro dejara en sus figuras
esos graciosos gestos en esas líneas puras.
Como a un velado són de liras y laúdes,
divinamente blancas y castas pasan esas
siete bellas princesas. Y esas bellas princesas
son las siete Virtudes.
Al lado izquierdo del camino y paralela—
mente, siete mancebos —oro, seda, escarlata,
armas ricas de Oriente— hermosos, parecidos
a los satanes verlenianos de Ecbatana,
vienen también. Sus labios sensuales y encendidos,
de efebos criminales, son cual rosas sangrientas;
sus puñales, de piedras preciosas revestidos
—ojos de víboras de luces fascinantes—,
al cinto penden; arden las púrpuras violentas
en los jubones; ciñen las cabezas triunfantes
oro y rosas; sus ojos, ya lánguidos, ya ardientes,
son dos carbunclos mágicos del fulgor sibilino,
y en sus manos de ambiguos príncipes decadentes
relucen como gemas las uñas de oro fino.
Bellamente infernales,
llenan el aire de hechiceros veneficios
esos siete mancebos. Y son los siete vicios,
los siete poderosos pecados capitales.
Y los siete mancebos a las siete doncellas
lanzan vivas miradas de amor. Las Tentaciones.
De sus liras melifluas arrancan vagos sones.
Las princesas prosiguen, adorables visiones
en su blancura de palomas y de estrellas.
Unos y otras se pierden por la vía de rosa,
y el alma mía queda pensativa a su paso.
—¡Oh! ¿Qué hay en ti, alma mía?
¡Oh! ¿Qué hay en ti, mi pobre infanta misteriosa?
¿Acaso piensas en la blanca teoría?
¿Acaso
los brillantes mancebos te atraen, mariposa?
Ella no me responde.
Pensativa se aleja de la obscura ventana
—pensativa y risueña,
de la Bella-durmiente-del-bosque tierna hermana—,
y se adormece en donde
hace treinta años sueña.
Y en sueño dice: «¡Oh dulces delicias de los cielos!
¡Oh tierra sonrosada que acarició mis ojos!
—¡Princesas, envolvedme con vuestros blancos velos!
—¡Príncipes, estrechadme con vuestros brazos rojos!» | es |
Chocano,José_Santos | <XXI | Hay_En_La_Paz_De_Las_Ciudades_Yertas | Hay en la paz de las ciudades yertas
Algo de campamentos desolados,
En donde, mientras duermen los soldados,
Se oyen sonar tristísimos alertas...
Vetustas casas, rechinantes puertas;
Colgaduras de musgo en los tejados;
Escombros contra escombros recostados;
Y, dormidas al sol, plazas desiertas.
Histórica ciudad: nada amortigua
La pompa colonial que la engalana,
Ni su hispano blasón mancha de lodo.
Tiene el encanto de la Edad Antigua
Y la mayor felicidad humana:
¡La de vivir indiferente a todo! | es |
Borges,Jorge_Luis | <XXI | Habré_De_Levantar_La_Vasta_Vida | Habré de levantar la vasta vida
que aún ahora es tu espejo:
cada mañana habré de reconstruirla.
Desde que te alejaste,
cuántos lugares se han tornado vanos
y sin sentido, iguales
a luces en el día.
Tardes que fueron nicho de tu imagen,
músicas en que siempre me aguardabas,
palabras de aquel tiempo,
yo tendré que quebrarlas con mis manos.
¿En qué hondonada esconderé mi alma
para que no vea tu ausencia
que como un sol terrible, sin ocaso,
brilla definitiva y despiadada?
Tu ausencia me rodea
como la cuerda a la garganta,
el mar al que se hunde. | es |
Villaespesa,Francisco | <XXI | La_Sombra_De_Beatriz | El crepúsculo está lleno de aromas,
de campanas de plata y de cantares...
Zumban abejas en los azahares.
Baja un temblor de esquilas por las lomas.
El aire sabe a miel de abiertas pomas,
y al tornar a sus blancos palomares
proyectan en los verdes olivares
sus sombras fugitivas las palomas.
Yo sueño con tu amor... Una infinita
dulzura sube del florido huerto...
¿Por qué el ensueño de una margarita,
hoja tras hoja mi saudade arranca,
si en la penumbra del balcón abierto
falta esta tarde tu silueta blanca? | es |
Martí,José | <XXI | Estrofa_Nueva | Cuando, oh Poesía,
¡Cuando en tu seno reposar me es dado!—
Ancha es y hermosa y fúlgida la vida:
¡Que éste o aquél o yo vivamos tristes,
Culpa de éste o aquél será, o mi culpa!
Nace el corcel, del ala más lejano
Que el hombre, en quien el ala encumbradora
Ya en sus ingentes brazos se diseña:
Sin más brida el corcel nace que el viento
Espoleador y flameador, —al hombre
La vida echa sus riendas en la cuna!
Si las tuerce o revuelve, y si tropieza
Y da en atolladero, a sí se culpe
Y del incendio o del zarzal redima
La destrozada brida: sin que al noble
Sol y [ ..........manuscrito inacabado..............] vida desafíe.
De nuestro bien o mal autores somos,
Y cada cual autor de sí: la queja
A la torpeza y la deshonra añade
De nuestro error: ¡cantemos, sí, cantemos
Aunque las hidras nuestro pecho roan,
El Universo colosal y hermoso!
Un obrero tiznado, una enfermiza
Mujer, de faz enjuta y dedos gruesos:
Otra que al dar al sol los entumidos
Miembros en el taller, como una egipcia
Voluptuosa y feliz, la saya burda
Con las manos recoge, y canta, y danza:
Un niño que sin miedo a la ventisca,
Como el soldado con el arma al hombro,
Va con sus libros a la escuela: el denso
Rebaño de hombres que en silencio triste
Sale a la aurora y con la noche vuelve,
Del pan del día en la difícil busca,—
Cual la luz a Memnón, mueven mi lira.
Los niños, versos vivos, los heroicos
Y pálidos ancianos, los oscuros
Hornos donde en bridón o tritón truecan
Los hombres victoriosos las montañas.
Astiánax son y Andrómaca mejores,
Mejores, sí, que las del viejo Homero.
Naturaleza, siempre viva: el mundo
De minotauro yendo a mariposa
Que de rondar el sol enferma y muere:
Dejad, por Dios, que la mujer cansada
De amar, con leches y menjurjes híbleos
Su piel rugosa y su beldad restaure
Repíntense las viejas: la doncella
Con rosas naturales se corone:—
La sed de luz, que como el mar salado
La de los labios con el agua amarga
De la vida se irrita: la columna
Compacta de asaltantes, que sin miedo,
Al Dios de ayer sobre los flacos hombros
La mano libre y desferrada ponen,—
Y los ligeros pies en el vacío,—
Poesía son, y estrofa alada, y grito
Que ni en tercetos ni en octava estrecha
Ni en remilgados serventesios caben:
Vaciad un monte, —en tajo de sol vivo
¡Tallad un plectro: o de la mar brillante
El seno rojo y nacarado, el molde
De la triunfante estrofa, nueva sea!
Como nobles de Nápoles, fantasmas
Sin carnes ya y sin sangre, que en polvosos
Palacios muertos con añejas chupas
De comido blasón, a paso sordo
Andan, y al mundo que camina enseñan
Como un grito sin voz la seca encía,
Así, sobre los árboles cansados,
Y los ciriales rotos, y los huecos
De oxidadas diademas, duendecillos
¡Con chupa vieja y metro viejo asoman!
No en tronco seco y muerto hacen sus nidos,
Alegres recaderos de mañana,
Las lindas aves cuerdas y gentiles:
Ramaje quieren suelto y denso, y tronco
Alto y robusto, en fibra rico y savia.
Mas con el sol se alza el deber: se pone
Mucho después que el sol: de la hornería
Y su batalla y su fragor cansada
La mente plena en el rendido cuerpo,
¡Atormentada duerme, —como el verso
Vivo en los aires, Por la lira rota
Sin dar sonidos desolados pasa!
Perdona, pues, oh estrofa nueva, el tosco
Alarde de mi amor. Cuando, oh Poesía,
Cuando en tu seno reposar me es dado.
Un obrero tiznado, una enfermiza
Mujer, de faz enjuta y dedos gruesos:
Otra que al dar al sol los entumidos
Miembros en el taller, como una egipcia
Voluptuosa y feliz, la saya burda
Con las manos recoge, y canta, y danza:
Un niño que sin miedo a la ventisca,
Como el soldado con el arma al hombro,
Va con sus libros a la escuela: el denso
Rebaño de hombres que en silencio triste
Sale a la aurora y con la noche vuelve,
Del pan del día en la difícil busca,—
Cual la luz a Memnón, mueven mi lira.
Los niños, versos vivos, los heroicos
Y pálidos ancianos, los oscuros
Hornos donde en bridón o tritón truecan
Los hombres victoriosos las montañas.
Astiánax son y Andrómaca mejores,
Mejores, sí, que las del viejo Homero.
Naturaleza, siempre viva: el mundo
De minotauro yendo a mariposa
Que de rondar el sol enferma y muere:
Dejad, por Dios, que la mujer cansada
De amar, con leches y menjurjes híbleos
Su piel rugosa y su beldad restaure
Repíntense las viejas: la doncella
Con rosas naturales se corone:—
La sed de luz, que como el mar salado
La de los labios con el agua amarga
De la vida se irrita: la columna
Compacta de asaltantes, que sin miedo,
Al Dios de ayer sobre los flacos hombros
La mano libre y desferrada ponen,—
Y los ligeros pies en el vacío,—
Poesía son, y estrofa alada, y grito
Que ni en tercetos ni en octava estrecha
Ni en remilgados serventesios caben:
Vaciad un monte, —en tajo de sol vivo
¡Tallad un plectro: o de la mar brillante
El seno rojo y nacarado, el molde
De la triunfante estrofa, nueva sea!
Como nobles de Nápoles, fantasmas
Sin carnes ya y sin sangre, que en polvosos
Palacios muertos con añejas chupas
De comido blasón, a paso sordo
Andan, y al mundo que camina enseñan
Como un grito sin voz la seca encía,
Así, sobre los árboles cansados,
Y los ciriales rotos, y los huecos
De oxidadas diademas, duendecillos
¡Con chupa vieja y metro viejo asoman!
No en tronco seco y muerto hacen sus nidos,
Alegres recaderos de mañana,
Las lindas aves cuerdas y gentiles:
Ramaje quieren suelto y denso, y tronco
Alto y robusto, en fibra rico y savia.
Mas con el sol se alza el deber: se pone
Mucho después que el sol: de la hornería
Y su batalla y su fragor cansada
La mente plena en el rendido cuerpo,
¡Atormentada duerme, —como el verso
Vivo en los aires, Por la lira rota
Sin dar sonidos desolados pasa!
Perdona, pues, oh estrofa nueva, el tosco
Alarde de mi amor. Cuando, oh Poesía,
Cuando en tu seno reposar me es dado.
Naturaleza, siempre viva: el mundo
De minotauro yendo a mariposa
Que de rondar el sol enferma y muere:
Dejad, por Dios, que la mujer cansada
De amar, con leches y menjurjes híbleos
Su piel rugosa y su beldad restaure
Repíntense las viejas: la doncella
Con rosas naturales se corone:—
La sed de luz, que como el mar salado
La de los labios con el agua amarga
De la vida se irrita: la columna
Compacta de asaltantes, que sin miedo,
Al Dios de ayer sobre los flacos hombros
La mano libre y desferrada ponen,—
Y los ligeros pies en el vacío,—
Poesía son, y estrofa alada, y grito
Que ni en tercetos ni en octava estrecha
Ni en remilgados serventesios caben:
Vaciad un monte, —en tajo de sol vivo
¡Tallad un plectro: o de la mar brillante
El seno rojo y nacarado, el molde
De la triunfante estrofa, nueva sea!
Como nobles de Nápoles, fantasmas
Sin carnes ya y sin sangre, que en polvosos
Palacios muertos con añejas chupas
De comido blasón, a paso sordo
Andan, y al mundo que camina enseñan
Como un grito sin voz la seca encía,
Así, sobre los árboles cansados,
Y los ciriales rotos, y los huecos
De oxidadas diademas, duendecillos
¡Con chupa vieja y metro viejo asoman!
No en tronco seco y muerto hacen sus nidos,
Alegres recaderos de mañana,
Las lindas aves cuerdas y gentiles:
Ramaje quieren suelto y denso, y tronco
Alto y robusto, en fibra rico y savia.
Mas con el sol se alza el deber: se pone
Mucho después que el sol: de la hornería
Y su batalla y su fragor cansada
La mente plena en el rendido cuerpo,
¡Atormentada duerme, —como el verso
Vivo en los aires, Por la lira rota
Sin dar sonidos desolados pasa!
Perdona, pues, oh estrofa nueva, el tosco
Alarde de mi amor. Cuando, oh Poesía,
Cuando en tu seno reposar me es dado.
Vaciad un monte, —en tajo de sol vivo
¡Tallad un plectro: o de la mar brillante
El seno rojo y nacarado, el molde
De la triunfante estrofa, nueva sea!
Como nobles de Nápoles, fantasmas
Sin carnes ya y sin sangre, que en polvosos
Palacios muertos con añejas chupas
De comido blasón, a paso sordo
Andan, y al mundo que camina enseñan
Como un grito sin voz la seca encía,
Así, sobre los árboles cansados,
Y los ciriales rotos, y los huecos
De oxidadas diademas, duendecillos
¡Con chupa vieja y metro viejo asoman!
No en tronco seco y muerto hacen sus nidos,
Alegres recaderos de mañana,
Las lindas aves cuerdas y gentiles:
Ramaje quieren suelto y denso, y tronco
Alto y robusto, en fibra rico y savia.
Mas con el sol se alza el deber: se pone
Mucho después que el sol: de la hornería
Y su batalla y su fragor cansada
La mente plena en el rendido cuerpo,
¡Atormentada duerme, —como el verso
Vivo en los aires, Por la lira rota
Sin dar sonidos desolados pasa!
Perdona, pues, oh estrofa nueva, el tosco
Alarde de mi amor. Cuando, oh Poesía,
Cuando en tu seno reposar me es dado.
Como nobles de Nápoles, fantasmas
Sin carnes ya y sin sangre, que en polvosos
Palacios muertos con añejas chupas
De comido blasón, a paso sordo
Andan, y al mundo que camina enseñan
Como un grito sin voz la seca encía,
Así, sobre los árboles cansados,
Y los ciriales rotos, y los huecos
De oxidadas diademas, duendecillos
¡Con chupa vieja y metro viejo asoman!
No en tronco seco y muerto hacen sus nidos,
Alegres recaderos de mañana,
Las lindas aves cuerdas y gentiles:
Ramaje quieren suelto y denso, y tronco
Alto y robusto, en fibra rico y savia.
Mas con el sol se alza el deber: se pone
Mucho después que el sol: de la hornería
Y su batalla y su fragor cansada
La mente plena en el rendido cuerpo,
¡Atormentada duerme, —como el verso
Vivo en los aires, Por la lira rota
Sin dar sonidos desolados pasa!
Perdona, pues, oh estrofa nueva, el tosco
Alarde de mi amor. Cuando, oh Poesía,
Cuando en tu seno reposar me es dado. | es |
Chocano,José_Santos | <XXI | Noble_Capa_Que_Cubres_Los_Hombros_Triunfadores | Noble capa que cubres los hombros triunfadores
del clásico Estudiante de Salamanca, un día
alfombraste la senda de amor y poesía
por donde se alejaron los viejos trovadores...
Tú envolviste en tus pliegues poesías y amores;
y dibujaste un trazo de heroica bizarría,
que borró sus perfiles en esa lejanía
en que a perderse fueron mis épocas mejores...
Bajo de ti, el florete se estremeció entre el puño
de los audaces choques: tal vez leve rasguño
te ha hecho un embozado que entre la sombra escapa...
Y por eso es que ahora, sentada en los escombros
del pasado, mi musa cuelga sobre sus hombros
un verso de Espronceda como una noble capa... | es |
Cetina,Gutierre_de | <XXI | Ay,_Mísero_Pastor!,_¿Dó_Voy_Huyendo? | ¡Ay, mísero pastor!, ¿dó voy huyendo?
¿Curar pienso un ardor con otro fuego?
¡Cuitado!, ¿adónde voy? ¿Estoy ya ciego
que ni veo mi bien ni el mal entiendo?
¿Dó me llevas, Amor? Si aquí me enciendo,
¿tendré do voy más paz o más sosiego?
Si huyo de un peligro, ¿a dó voy luego?
¿Es menor el que voy hora siguiendo?
¿Fue más ventura el Betis, por ventura,
que era agora Pisuerga? ¿Aquél no ha sido
tan triste para mí como ese agora?
Si falta en Amarílida mesura,
¿cómo la tendrá Dórida, sabido
que llevo ya en el alma otra señora? | es |
Flórez,Julio | <XXI | Fue_En_Tiempo_De_Borrascas,_En_Una_Selva_Obscura | Fue en tiempo de borrascas, en una selva obscura
bajo una vieja acacia, somnífera y hojosa;
tus grandes ojos verdes sufrían la tortura
quemante de los besos de mi boca golosa:
tus ojos, impregnados de miedo y de ternura,
tus ojos, esmeraldas que me robó la fosa.
Se ennegrecía el cielo: ¡cómo olvidar las horas
que pasaron entonces, cuando en mis brazos presa
al morderte los labios —No más... que me devoras—
decías, y agregabas: —Me has hecho sangre... besa
más pasito! y sangraban como picadas moras
tus labios, ¡ay! rubíes que me robó la huesa.
Después, lloraste mucho... la borrasca rugía;
de pronto vibró un trueno y —¿Oyes cómo retumba
la voz de Dios?— dijiste, y agregaste: —¡Alma mía!
¡Es que el cielo indignado sobre mí se derrumba!
¡Perdón! ¡Perdón!— yo en tanto tus
lágrimas bebía,
tus lágrimas, diamantes que me robó la tumba. | es |
Montobbio,Santiago | <XXI | Historia_Verdadera | Bajé del sueño, del sol y el miedo.
Bajé y seguí bajando. No había nada.
Deseé volver. Pero en el descenso
había olvidado cómo a la infancia
del primer verso trepar de nuevo.
Y así (niños y niñas) me quedé solo,
de ninguna parte rey y en mi noche
por nadie abandonado. Y esta sola
historia verdadera es el poeta. | es |
Altolaguirre,Manuel | <XXI | Negras_Cabras_En_Fuga | Negras cabras en fuga
perseguidas por el pastor,
que sube cotidiano
a la cumbre del día,
dieron la vuelta al mundo,
sorprendiendo —sus mil ojos brillantes—
acalorado ya, sangrante, rojo,
al fin de su descenso,
al pastor, que ignoraba
ser el broche de oro
del cinturón bordado de la tierra. | es |
Machado,Antonio | <XXI | Otra_Vez_El_Ayer._Tras_La_Persiana | Otra vez el ayer. Tras la persiana,
música y sol; en el jardín cercano,
la fruta de oro, al levantar la mano,
el puro azul dormido en la fontana.
Mi Sevilla infantil, ¡tan sevillana!
¡Cuál muerde el tiempo tu memoria en vano!
¡Tan nuestra! Avisa tu recuerdo, hermano.
No sabemos de quién va a ser mañana.
Alguien vendió la piedra de los lares
al pesado teutón, al hambre mora,
y al ítalo las puertas de los mares.
¡Odio y miedo a la estirpe redentora
que muele el fruto de los olivares,
y ayuna y labra, y siembra y canta y llora! | es |
Pardo_García,Germán | <XXI | Perfección_De_La_Alegría | Detiénese la vida en este instante.
La gloria da al amor júbilos plenos,
y en la luz de los ámbitos serenos
florece el trino en su emoción triunfante.
En mis manos, el lúcido diamante
de la alegría abísmase en sus senos,
y el campo azul doblega en los morenos
trigos, la gracia pura y abundante.
Cumbre de la alegría y primavera
del corazón, que así, no más, quisiera
sentir la luz de la pasión ungida
sobre sus hondos júbilos impresa,
y retornar, en su unidad ilesa,
al gozo del amor y de la vida. | es |
Caballero_Bonald,José_Manuel | <XXI | Diario_Reencuentro | Desde donde me vuelvo
a la pared, en medio de la noche,
desde donde estoy solo
cada noche, cautivo
bajo mi propia vigilancia, allí
me hallo según la fe que me fabrico
cada día.
Lavada está mi vida
en virtud de su asombro. Ayer, mañana,
viven juntos y fértiles, conforman
mi memoria conmigo.
Únicamente soy
mi libertad y mis palabras. | es |
Arturo,Aurelio | <XXI | En_La_Noche_Balsámica,_En_La_Noche | En la noche balsámica, en la noche,
cuando suben las hojas hasta ser las estrellas,
oigo crecer las mujeres en la penumbra malva
y caer de sus párpados la sombra gota a gota.
Oigo engrosar sus brazos en las hondas penumbras
y podría oír el quebrarse de una espiga en el campo.
Una palabra canta en mi corazón, susurrante
hoja verde sin fin cayendo. En la noche balsámica,
cuando la sombra es el crecer desmesurado de los árboles,
me besa un largo sueño de viajes prodigiosos
y hay en mi corazón una gran luz de sol y maravilla.
En medio de una noche con rumor de floresta
como el ruido levísimo del caer de una estrella,
yo desperté en un sueño de espigas de oro trémulo
junto del cuerpo núbil de una mujer morena
y dulce, como a la orilla de un valle dormido.
Y en la noche de hojas y estrellas murmurantes
yo amé un país y es de su limo oscuro
parva porción el corazón acerbo;
yo amé un país que me es una doncella,
un rumor hondo, un fluir sin fin, un árbol suave.
Yo amé un país y de él traje una estrella
que me es herida en el costado, y traje
un grito de mujer entre mi carne.
En la noche balsámica, noche joven y suave,
cuando las altas hojas ya son de luz, eternas...
Mas si tu cuerpo es tierra donde la sombra crece,
si ya en tus ojos caen sin fin estrellas grandes,
¿qué encontraré en los valles que rizan alas
breves?,
¿qué lumbre buscaré sin días y sin noches? | es |
Blanco,Andrés_Eloy | <XXI | Otra_Vez,_Compañeros | Otra vez, compañeros,
cuando creíamos
estar ya para siempre con la tierra,
he aquí que la mar nos ha ganado.
He aquí que nos cambian de prisión
y nos traen al Castillo que está en mitad del agua,
bañado de olas verdes y de humo y de espuma,
y de llamadas de vapores grises
y de bocanadas de movimiento
y de zarpadas lentas y calurosas.
He aquí que aspiramos
buches de zafarrancho y de piratería;
he aquí que los lomos sudan la mala brea
bajo el sol calafate
y las drizas nerviosas
y la arboladura de los brazos
crujen ya al ondear de las melenas
zafadas como estayes en el tumbo del viento.
Henos aquí en la mar,
a bordo del Castillo que ha de levar las anclas
con sus cien hombres que aman la mar,
con sus cien mástiles embanderados de gritos.
Henos aquí, compañeros,
esperando la hora en que el Castillo zarpe
y echemos por las bordas el lastre de los grillos
y el gran barco de piedra ponga proa a la costa
y ande sobre los montes como sobre olas verdes,
hasta arriarnos a todos entre las muchedumbres,
entre las muchedumbres combatientes
entre las muchedumbres ya pagadas,
entre las muchedumbres ya tranquilas,
saciadas de justicia, silenciosa de gesto,
entre las muchedumbres sosegadas de playa,
gravemente amainadas, como la mar de un puerto. | es |
Fuertes,Gloria | <XXI | El_Fantasma_Se_Llamaba_Pepillo | El fantasma se llamaba Pepillo
(no tenía nombre de fantasma
pero lo era)
El fantasma Pepillo
no teníasábana,
no tenía castillo.
Vivía en una casavieja,
tan vieja,
que noteníauna teja.
Pepillo el fantasma
no tenía sábana,
seembadurnabade harina
y dormía en la cocina.
Cuando llovía
semojaba,
cuando había tormenta
se alegraba.
Como noteníasábana,
cuando se iba a aparecer
tocaba una campana.
Cansado de noasustar
el fantasma Pepillo
se compró un traje de pana,
sepusoflequillo,
y se fue al parque
ajugarcon los chiquillos. | es |
García_Lorca,Federico | <XXI | New_York._Oficina_Y_Denuncia | Debajo de las multiplicaciones
hay una gota de sangre de pato.
Debajo de las divisiones
hay una gota de sangre de marinero.
Debajo de las sumas, un río de sangre tierna;
un río que viene cantando
por los dormitorios de los arrabales,
y es plata, cemento o brisa
en el alba mentida de New York.
Existen las montañas, lo sé.
Y los anteojos para la sabiduría,
lo sé. Pero yo no he venido a ver el cielo.
He venido para ver la turbia sangre,
la sangre que lleva las máquinas a las cataratas
y el espíritu a la lengua de la cobra.
Todos los días se matan en New York
cuatro millones de patos,
cinco millones de cerdos,
dos mil palomas para el gusto de los agonizantes,
un millón de vacas,
un millón de corderos
y dos millones de gallos
que dejan los cielos hechos añicos.
Más vale sollozar afilando la navaja
o asesinar a los perros en las alucinantes cacerías
que resistir en la madrugada
los interminables trenes de leche,
los interminables trenes de sangre,
y los trenes de rosas maniatadas
por los comerciantes de perfumes.
Los patos y las palomas
y los cerdos y los corderos
ponen sus gotas de sangre
debajo de las multiplicaciones;
y los terribles alaridos de las vacas estrujadas
llenan de dolor el valle
donde el Hudson se emborracha con aceite.
Yo denuncio a toda la gente
que ignora la otra mitad,
la mitad irredimible
que levanta sus montes de cemento
donde laten los corazones
de los animalitos que se olvidan
y donde caeremos todos
en la última fiesta de los taladros.
Os escupo en la cara.
La otra mitad me escucha
devorando, cantando, volando en su pureza
como los niños en las porterías
que llevan frágiles palitos
a los huecos donde se oxidan
las antenas de los insectos.
No es el infierno, es la calle.
No es la muerte, es la tienda de frutas.
Hay un mundo de ríos quebrados y distancias inasibles
en la patita de ese gato quebrada por el automóvil,
y yo oigo el canto de la lombriz
en el corazón de muchas niñas.
óxido, fermento, tierra estremecida.
Tierra tú mismo que nadas por los números de la oficina.
¿Qué voy a hacer, ordenar los paisajes?
¿Ordenar los amores que luego son fotografías,
que luego son pedazos de madera y bocanadas de sangre?
No, no; yo denuncio,
yo denuncio la conjura
de estas desiertas oficinas
que no radian las agonías,
que borran los programas de la selva,
y me ofrezco a ser comido por las vacas estrujadas
cuando sus gritos llenan el valle
donde el Hudson se emborracha con aceite. | es |
Cetina,Gutierre_de | <XXI | Un_Año_Hizo_Ayer,_Ya_Es_Hoy_Pasado | Un año hizo ayer, ya es hoy pasado,
¡ay, Dios!, ¿por qué lo traigo a la memoria?
que pudiera acabar la triste historia
que hora de nuevo Amor ha comenzado.
Tal día como ayer pudo un cuidado
los despojos gozar de su victoria;
pude y no quise asegurar mi gloria
porque pensaba ser asegurado.
Pensé, digo, y fue justo que pensase
quien tales muestras vio, que eran, señora,
afectos, no ficción disimulada.
Tal fue un dar lugar que descansase
esta alma a quien llevar hacéis agora
menos honrosa carga y más pesada. | es |
Aleixandre,Vicente | <XXI | El_Más_Bello_Amor | Anteayer distante.
Un día muy remoto
me encontré con el vidrio nunca visto,
con una mariposa de lengua,
con esa vibración escapada de donde estaba bien sujeta.
Yo había llorado diez siglos
como diez gotas fundidas
y me había sentido con la belleza de lo intranscurrido
contemplando la velocidad del expreso.
Pero comprendí que todo era falso.
Falsa la forma de la vaca que sueña
con ser una linda doncellita incipiente.
Falso lo del falso profesor que ha esperado
al cabo comprender su desnudo.
Falsa hasta la sencilla manera con que las muchachas
cuelgan de noche sus pechos que no están tocados.
Pero me encontré un tiburón en forma de cariño;
no, no: en forma de tiburón amado;
escualo limpio, corazón extensible, ardor o crimen,
deliciosa posesión que consiste en el mar.
Nubes atormentadas al cabo convertidas en mejillas,
tempestades hechas azul sobre el que fatigarse queriéndose,
dulce abrazo viscoso de lo más grande y más negro,
esa forma imperiosa que sabe a resbaladizo infinito.
Así, sin acabarse mudo ese acoplamiento sangriento,
respirando sobre todo una tinta espesa,
los besos son las manchas, las extensibles manchas
que no me podrán arrancar las manos más delicadas.
Una boca imponente como una fruta bestial,
como un puñal que de la arena amenaza el amor,
un mordisco que abarcase toda el agua o la noche,
un nombre que resuena como un bramido rodante,
todo lo que musitan unos labios que adoro.
Dime, dime el secreto de tu dulzura esperada,
de esa piel que reserva su verdad como sístole;
duérmete entre mis brazos como una nuez vencida,
como un mínimo ser que olvida sus cataclismos.
Tú eres un punto solo, una coma o pestaña;
eres el mayor monstruo del océano único,
eres esa montaña que navegando ocupa
el fondo de jos mares como un corazón desbordante.
Te penetro callando mientras grito o desgarro,
mientras mis alaridos hacen música o sueño,
porque beso murallas, las que nunca tendrán ojos,
y beso esa yema fácil sensible como la pluma.
La verdad, la verdad, la verdad es esta que digo,
esa inmensa pistola que yace sobre el camino,
ese silencio —el mismo— que finalmente queda
cuando con una escoba primera aparto los senderos. | es |
Rojas,Gonzalo | <XXI | Versión_De_La_Descalza | —Desde que me paré y anduve tengo la costumbre de ser dos,
dos muchachas, dos figuraciones,
una exclusivamente blanca con pelo rojo en el sexo, la otra
por nívea exclusivamente blanca.
Nos llamamos Teresa, las dos nos llamamos Teresa
y sin parecernos estrictamente somos una,
nos acostamos y lloramos sin saber que lloramos
y al amanecer del agua de las dos sale una.
Pero no venimos de Lesbos ni hay fisura
psiquiátrica en cuanto al animal del desasimiento
glorioso que somos de tobillo a nuca:
lo que es dos
es dos y nosotras no pasamos de una.
Ahí tienen andariegos nuestros dos pies
fundadores y ensangrentados, moradores de una,
ahí las viejas orejas que igualmente son dos
cuya música alta es asimismo una.
Dicen que soy escandinava, tal vez
sea escandinava, ninguna
posesa así de Dios fuera en Castilla dos
y en la Escandinavia de las estrellas fuera una. | es |
Machado,Antonio | <XXI | Más_Fuerte_Que_La_Guerra_-Espanto_Y_Grima- | Más fuerte que la guerra —espanto y grima—
cuando con torpe vuelo de avutarda
el ominoso trimotor se encima
y sobre el vano techo se retarda,
hoy tu alegre zalema el campo anima,
tu claro verde el chopo en yemas guarda.
Fundida irá la nieve de la cima
al hielo rojo de la tierra parda.
Mientras retumba el monte, el mar humea,
da la sirena el lúgubre alarido,
y en el azul el avión platea,
¡cuán agudo se filtra hasta mi oído,
niña inmortal, infatigable dea,
el agrio son de tu rabel florido! | es |
González_Ambou,Ramón | XXI | La_Noche_Me_Hace_Poeta | La noche me hace poeta
tú, haces de la noche poesía.
En la arenas del Mediterráneo
las estrellas del mar nocturno
reflejan tu silueta.
Juanita,
Tú haces de la noche poesía
cuando la noche me hace poeta. | es |
Villaespesa,Francisco | <XXI | —Llaman_A_La_Puerta,_Madre._¿Quién_Será? | —Llaman a la puerta, madre. ¿Quién será?
—Es el viento, hija mía, que gime al pasar.
—No es el viento, madre. ¿No oyes suspirar?
—Es el viento que al paso deshoja un rosal.
—No es viento, madre. ¿No escuchas hablar?
—El viento que agita las olas del mar.
—No es el viento. ¿Oíste una voz gritar?
—El viento que al paso rompió algún cristal.
—Soy el amor —dicen—, que aquí quiere entrar...
—Duérmete, hija mía..., es el viento no más. | es |
Romera,Mario | XXI | Verano_Soñado | Finos dedos de luz hilaban las cortinas
de aquella casita junto al mar;
afuera una algarabía de niños y gaviotas,
o el ligero viento repentino y seco de Agosto,
que elevaba sábanas como un prodigio de velas,
nos deparaban tardes felices sin medida
y sin falsas esperanzas de otros días mejores.
Jamás hicieron falta, era tácita la entrega.
La tarde era otra cosa para nuestro ardor,
era la promesa ineludible de otra noche
de dos cuerpos descubriéndose uno al otro
talvez como una caracola descubre la textura de la arena,
su amable oquedad, su nítida ternura.
Marchaban nuestras horas a espaldas del tiempo.
Ese verano el dios del cielo olvidó
los temidos eclipses y tormentas,
no llegaron noticias de ahogados,
y alguna muchacha conoció en la playa
el amor por primera vez, ¿recuerdas?:
cómo reímos la torpeza de unas sombras
mientras bebíamos horchata bajo el porche.
¿Qué fue de aquel verano que se me hizo sueño?
Hoy la casa junto al mar
ya no está junto al mar, palidece
enmedio de edificios con ventanas cerradas,
y en el porche cada mañana encuentro
una paloma muerta llena de hormigas.
Hoy no consigo recordar tu nombre.
Jamás hicieron falta, era tácita la entrega.
La tarde era otra cosa para nuestro ardor,
era la promesa ineludible de otra noche
de dos cuerpos descubriéndose uno al otro
talvez como una caracola descubre la textura de la arena,
su amable oquedad, su nítida ternura.
Marchaban nuestras horas a espaldas del tiempo.
Ese verano el dios del cielo olvidó
los temidos eclipses y tormentas,
no llegaron noticias de ahogados,
y alguna muchacha conoció en la playa
el amor por primera vez, ¿recuerdas?:
cómo reímos la torpeza de unas sombras
mientras bebíamos horchata bajo el porche.
¿Qué fue de aquel verano que se me hizo sueño?
Hoy la casa junto al mar
ya no está junto al mar, palidece
enmedio de edificios con ventanas cerradas,
y en el porche cada mañana encuentro
una paloma muerta llena de hormigas.
Hoy no consigo recordar tu nombre.
La tarde era otra cosa para nuestro ardor,
era la promesa ineludible de otra noche
de dos cuerpos descubriéndose uno al otro
talvez como una caracola descubre la textura de la arena,
su amable oquedad, su nítida ternura.
Marchaban nuestras horas a espaldas del tiempo.
Ese verano el dios del cielo olvidó
los temidos eclipses y tormentas,
no llegaron noticias de ahogados,
y alguna muchacha conoció en la playa
el amor por primera vez, ¿recuerdas?:
cómo reímos la torpeza de unas sombras
mientras bebíamos horchata bajo el porche.
¿Qué fue de aquel verano que se me hizo sueño?
Hoy la casa junto al mar
ya no está junto al mar, palidece
enmedio de edificios con ventanas cerradas,
y en el porche cada mañana encuentro
una paloma muerta llena de hormigas.
Hoy no consigo recordar tu nombre.
Marchaban nuestras horas a espaldas del tiempo.
Ese verano el dios del cielo olvidó
los temidos eclipses y tormentas,
no llegaron noticias de ahogados,
y alguna muchacha conoció en la playa
el amor por primera vez, ¿recuerdas?:
cómo reímos la torpeza de unas sombras
mientras bebíamos horchata bajo el porche.
¿Qué fue de aquel verano que se me hizo sueño?
Hoy la casa junto al mar
ya no está junto al mar, palidece
enmedio de edificios con ventanas cerradas,
y en el porche cada mañana encuentro
una paloma muerta llena de hormigas.
Hoy no consigo recordar tu nombre.
Ese verano el dios del cielo olvidó
los temidos eclipses y tormentas,
no llegaron noticias de ahogados,
y alguna muchacha conoció en la playa
el amor por primera vez, ¿recuerdas?:
cómo reímos la torpeza de unas sombras
mientras bebíamos horchata bajo el porche.
¿Qué fue de aquel verano que se me hizo sueño?
Hoy la casa junto al mar
ya no está junto al mar, palidece
enmedio de edificios con ventanas cerradas,
y en el porche cada mañana encuentro
una paloma muerta llena de hormigas.
Hoy no consigo recordar tu nombre.
¿Qué fue de aquel verano que se me hizo sueño?
Hoy la casa junto al mar
ya no está junto al mar, palidece
enmedio de edificios con ventanas cerradas,
y en el porche cada mañana encuentro
una paloma muerta llena de hormigas.
Hoy no consigo recordar tu nombre.
Hoy la casa junto al mar
ya no está junto al mar, palidece
enmedio de edificios con ventanas cerradas,
y en el porche cada mañana encuentro
una paloma muerta llena de hormigas.
Hoy no consigo recordar tu nombre.
Hoy no consigo recordar tu nombre. | es |
Nervo,Amado | <XXI | El_Día_Que_Me_Quieras_Tendrá_Más_Luz_Que_Junio | El día que me quieras tendrá más luz que junio;
la noche que me quieras será de plenilunio,
con notas de Beethoven vibrando en cada rayo
sus inefables cosas,
y habrá juntas más rosas
que en todo el mes de mayo.
Las fuentes cristalinas
irán por las laderas
saltando cristalinas
el día que me quieras.
El día que me quieras, los sotos escondidos
resonarán arpegios nunca jamás oídos.
Éxtasis de tus ojos, todas las primaveras
que hubo y habrá en el mundo serán cuando me quieras.
Cogidas de la mano cual rubias hermanitas,
luciendo golas cándidas, irán las margaritas
por montes y praderas,
delante de tus pasos, el día que me quieras...
Y si deshojas una, te dirá su inocente
postrer pétalo blanco: ¡Apasionadamente!
Al reventar el alba del día que me quieras,
tendrán todos los tréboles cuatro hojas agoreras,
y en el estanque, nido de gérmenes ignotos,
florecerán las místicas corolas de los lotos.
El día que me quieras será cada celaje
ala maravillosa; cada arrebol, miraje
de Las Mil y una Noches; cada brisa un cantar,
cada árbol una lira, cada monte un altar.
El día que me quieras, para nosotros dos
cabrá en un solo beso la beatitud de Dios. | es |
Aleixandre,Vicente | <XXI | Figura_Del_Leñador | El leñador oprime
su hacha y sale al campo.
El camino hacia el puerto tiene unas blancas torres,
jardines. Son extraños al pueblo.
Sin mirarlos avanza por el polvo extendido,
que el camino, desdeñando otras cercas,
sube en su propio polvo hacia la altura,
hacia el azul común que a todos unge.
Y él marcha. La sandalia,
unión del pie seguro con la tierra,
pone un paso,
luego otro, y aún otro, y asi muchos.
Entre las tiras bulle
el pie, en prieta corteza.
Los dedos se adelantan, casi córneos parecen,
y reciben en su punta las uñas
como un hueso ofensor,
indagador del mundo,
hostil a ruda marcha.
Así esa pierna avanza, no desnuda;
su materia está envuelta casi en sí misma: pana mucho
más que textil, casi piel solo,
rugosa allí latiendo;
abraza la rodilla, cruje al marchar con ella
y en el muslo hace el fuego: el de la sangre y músculos,
quemados bajo el sol, allí sobre esos páramos.
El sigue y ya ha torcido. El puerto está en lo alto.
La pana se termina en la cintura escueta:
rematada en la faja.
Signo rojo que inmóvil sujeta allí la vida,
partida en dos y enteriza pudiendo.
Entero el cuerpo sigue. Uno y valiente sigue,
y sube y sube. Con el hacha al hombro.
Después va la camisa, el tronco mismo que la lleva apenas.
Como es él, ella misma. Camisa o tierra seca que un rocío
o un sudor humedece.
Aún el pecho la abre, aún más, como
asomándose,
como materia lúcida, brillante en el esfuerzo,
fragor, vello o más sombras.
Ya casi está en la cima. El puerto se corona allí en las
cumbres.
Y en el cuello del hombre, irrumpido, el mentón
ásperamente avanza. Proa allí, y todavía
como un airón, arriba, aún más arriba,
el pelo hirsuto ondeante.
Como de un manotazo allí se implanta
el pelo que es cobrizo más que negro,
y que en la nieve rojo se antoja, y a una mata
o un tojo se asemeja.
El leñador completo a lo alto llega.
Allí a un lado está el bosque.
Bosque de robles que su mano dura
va a aclarar, y su acero.
Relámpago de pronto parecía.
De la tierra irrumpido. Como si ella se abriese,
y robusta se irguiese como una luz el hacha,
coronando al humano.
Hombre o rayo frenético, desnudo de cintura,
en zigzag ya trazado, rayo puro
abatiendo los árboles.
En las lomas el bosque es aún reciente. Unas décadas solo.
Matas quedan, arbustos, casi niñez de un bosque que sube en la ladera
hacia su cima fuerte.
Pero hay troncos potentes mezclados con más troncos,
masa enteriza arbórea que, poblada de pájaros silvestres,
canta y canta en estío.
Mezclados a otros cantos, cigarras fuertes, élitros
de duros grillos, brillos o sonidos nocturnos
que hace el bosque compacto.
Aunque se ven luciérnagas, luces suaves, amantes,
que en la soledad aguardan.
Pero el leñador llega, si es que no es hijo solo
de la tierra entreabierta.
Emerge y pronto arbóreo también, él se enardece;
sus dos ramas acrecen y brillan, ay: amenazan.
Repentino, no hermano, a un roble se le arrima,
un momento le imita, feraz, alto, rameante.
Pero pronto descarga.
¿Quién ha oído ese grito total que el bosque emite
cuando herido concreto por un tronco, vacila?
El leñador se multiplica, tiene,
no dos ramas, un ciento, un hirviente ramaje,
que un viento removiese, fragoroso, arrasado,
mientras aquellas sus ondeantes ramas
contra otras ramas hieren, derriban, ¡oh: se cumplen!
El leñador es hombre, no un árbol. Tiene el rostro,
sus ojos, su posible sonrisa, el cuello o sangre,
sus hombros golpeantes, sus brazos, sí, humanísimos.
Trabaja. El árbol nunca trabaja. Juan trabaja.
Y cuando ha puesto en tierra los troncos necesarios,
rehecho en su hermana forma —conciencia siempre viva— ,
depone el hierro, cae su brazo, y mira, y ahora
su piel enjuga, y lento su mano lleva al pecho. | es |
Hahn,Óscar | <XXI | Todas_Estas_Mujeres_Que_Rodean | Todas estas mujeres que rodean
el lecho donde yazgo cada día
son un coro de velas carnosísimas
pero se van en fila retirando
y estoy solo otra vez en el espacio
del mundo y ahora pasan lentamente
por mi lecho de nuevo pero no
aunque estás a mi lado respirando
con tantas bocas tantos ojos múltiples
locamente y yo miro el cielo raso
y el lecho donde yazgo cada día
mientras todas las bellas van poniendo
flores blancas sobre este pobre cuerpo
que me cubren de arena que me cubren
de arena blanca y respirar no puedo
en mi lecho caliente circundado
por mujeres que rezan y que lloran | es |
Gamoneda,Antonio | <XXI | Sábana_Negra_En_La_Misericordia | Sábana negra en la misericordia:
Tu lengua en un idioma ensangrentado.
Sábana aún en la sustancia enferma,
la que llora en tu boca y en la mía
y, atravesando dulcemente llagas,
ata mis huesos a tus huesos humanos.
No mueras más en mí, sal de mi lengua.
Dame la mano para entrar en la nieve. | es |
Vega,Garcilaso_de_la | <XXI | Soneto_Viii | De aquella vista buena y excelente
salen espirtus vivos y encendidos,
y siendo por mis ojos recibidos,
me pasan hasta donde el mal se siente.
Entránse en el camino fácilmente,
con los míos, de tal calor movidos,
salen fuera de mí como perdidos,
llamados de aquel bien que está presente.
Ausente, en la memoria la imagino;
mis espirtus, pensando que la vían,
se mueven y se encienden sin medida;
mas no hallando fácil el camino,
que los suyos entrando derretían,
revientan por salir do no hay salida.
Entránse en el camino fácilmente,
con los míos, de tal calor movidos,
salen fuera de mí como perdidos,
llamados de aquel bien que está presente.
Ausente, en la memoria la imagino;
mis espirtus, pensando que la vían,
se mueven y se encienden sin medida;
mas no hallando fácil el camino,
que los suyos entrando derretían,
revientan por salir do no hay salida.
Ausente, en la memoria la imagino;
mis espirtus, pensando que la vían,
se mueven y se encienden sin medida;
mas no hallando fácil el camino,
que los suyos entrando derretían,
revientan por salir do no hay salida.
mas no hallando fácil el camino,
que los suyos entrando derretían,
revientan por salir do no hay salida. | es |
Bolaño,Roberto | <XXI | Primavera_De_1980._Para_Randy_Weston | El misterio del amor es
el misterio del amor
y ahora son las doce del día y
estoy desayunando un vaso de té
mientras la lluvia se desliza
por los pilares blancos
del puente.
En coches perdidos, con dos o tres amigos lejanos, vimos de cerca
a la muerte.
Borrachos y sucios, al despertar, en suburbios pintados de amarillo
vimos a la Pelona bajo la sombra de un tenderete.
¡Qué clase de duelo es éste!, gritó mi amigo.
la vimos desaparecer y aparecer como una estatua griega.
La vimos estirarse.
Pero sobre todo la vimos fundirse con las colinas y el horizonte. | es |
Nervo,Amado | <XXI | ¡Si_Pudiera_Ser_Hoy!... | Como verte es el único ideal que persigo,
sin vivir en mí estoy,
y muriendo del ansia de reunirme contigo,
cada día me digo:
«¡Si pudiera ser hoy!» | es |
Urbina,Luis_Gonzaga | <XXI | Mi_Padre_Fue_Muy_Bueno:_Me_Donó_Su_Alegría | Mi padre fue muy bueno: me donó su alegría
ingenua; su ironía
amable: su risueño y apacible candor.
¡Gran ofrenda la suya! Pero tú, madre mía,
tú me hiciste el regalo de tu suave dolor.
Tú pusiste en mi alma la enfermiza ternura,
el anhelo nervioso e incansable de amar;
las recónditas ansias de creer; la dulzura
de sentir la belleza de la vida, y soñar.
Del ósculo fecundo que se dieron dos seres
—el gozoso y el triste— en una hora de amor,
nació mi alma inarmónica; pero tú, madre, eres
quien me ha dado el secreto de la paz interior.
A merced de los vientos, como una barca rota
va, doliente, el espíritu; desesperado, no.
La placidez alegre poco a poco se agota;
mas sobre la sonrisa que me dio el padre, brota
de mis ojos la lágrima que la madre me dio. | es |
Palacios,Zacarías | XXI | Yo_Quiero_Ver_El_Silencio | Yo quiero ver el silencio
derramándose en todos los rincones
y penetrando bien dentro
de las almas y los hombres.
El silencio no es vacío ni es desierto.
Es un cofre en que se esconden
las joyas de los misterios,
los temblores
de los besos,
las carcajadas de flores
y el perfume de un encuentro.
Yo quiero siempre el silencio en todos nuestros albores,
porque es fontana y venero
de sentimiento y colores
del humano pensamiento.
Sólo un jardín apretado de silenciosos rumores
puede ofrecer el concierto
de nuestra rosa en botones.
Dame, dame tu silencio,
que es florero de las noches. | es |
Parra,Nicanor | <XXI | El_Hombre_Imaginario | El hombre imaginario
vive en una mansión imaginaria
rodeada de árboles imaginarios
a la orilla de un río imaginario
De los muros que son imaginarios
penden antiguos cuadros imaginarios
irreparables grietas imaginarias
que representan hechos imaginarios
ocurridos en mundos imaginarios
en lugares y tiempos imaginarios
Todas las tardes tardes imaginarias
sube las escaleras imaginarias
y se asoma al balcón imaginario
a mirar el paisaje imaginario
que consiste en un valle imaginario
circundado de cerros imaginarios
Sombras imaginarias
vienen por el camino imaginario
entonando canciones imaginarias
a la muerte del sol imaginario
Y en las noches de luna imaginaria
sueña con la mujer imaginaria
que le brindó su amor imaginario
vuelve a sentir ese mismo dolor
ese mismo placer imaginario
y vuelve a palpitar
el corazón del hombre imaginario | es |
Gelman,Juan | <XXI | Luna | Escribe porque
la vida lo escribe y cree
que escribe sobre
lo que ella no sabe: el otoño
maestro de la espera,
el dolor de haber sentido dolor,
el pájaro que vuela
en la hora presente para
convertirla en pasado.
Las imágenes componen el mundo
y el sol que dora la ciudad
parece harina caliente
haciendo pan en mi cuarto.
Ser uno es no tener nada.
Cae el ocaso sobre
la palabra que flota en lo visible
como una luna. | es |
Pombo,Rafael | <XXI | Carta_Improvisada | Carísimo Jenaro:
Según veo
Por tu preciosa epístola poética,
Conserva aún tu corazón deseo,
Y aún arde tu alma en el amor frenética,
Aún no ves el mundano devaneo
Con mirada serena y aritmética,
Y aún no has gustado de la fuente mía
De helada y habitual filosofía.
Qué demonios te importa, ¡vive el cielo!
Que te ame una mujer o no te ame,
Y que al través del encantado velo
Tu voz verdugo o serafín la llame,
Si cuando más levantes tu almo vuelo
Ella su prosa de cocinas lame,
Y al escucharte hablar se queda lela
Con sentimentalismo... de panela.
Quítale la graciosa mascarita
Que ha pintado el demonio en su semblante,
Y la más remilgada y más bonita
Queda hecha puro polvo en el instante.
Su corazón de a cuarto no palpita
Sino por lo palpable y lo sonante,
Y de criada a reina las mujeres
Son todas una indormia de placeres.
Y nada más: el corazón del hombre
Es el más consumado estatuario,
Toma un poco de lodo, le da un nombre
Y se postra a adorarlo visionario;
No hay charco que de mármoles no alfombre,
Siempre saca una hurí de un dromedario,
El lo adorna, lo pule, lo bautiza,
Y con su propio error se martiza.
¡Oh! no hubo corazón más ambicioso
Que el corazón desencantado mío:
El rebuscó sin tregua ni reposo
La dulce realidad del desvarío,
La mujer ideal buscó afanoso
Del valle ardiente hasta el nevado frío,
Y no encontrando más que una parodia
Pronto cantó en amor la palinodia.
Yo por mi desventura no tenía
Mi espiritual y límpido tesoro
Sino (para seguir la alegoría)
En puras y redondas onzas de oro.
Brindé negocios de mayor cuantía
A todo un virginal radiante coro,
Y al recibir papel falsificado
Derroqué mi fantástico Dorado.
Las contemplé ruines como insectos
Y las volví la desdeñosa espalda
Como a esos pozos pérfidos, infectos,
Cuya agua el labio del sediento escalda.
Vi que todos sus votos, sus afectos
Los guardan las mujeres en la falda
de a cuarto
palpable
sonante,
Hé aquí, pues, cuáles son, Jenaro mío,
En amor mis principios, mi creencia:
Al fondo de la copa está el hastío,
Al fondo del tormento la experiencia.
Aquí en estas octavas yo te envío
De mi exprimido corazón la esencia,
Y espero firme que gustando de ella
Mandes a un cuerno a tu adorada bella. | es |
Unamuno,Miguel_de | <XXI | Una_Mañana_Del_Florido_Mayo | Una mañana del florido Mayo
abrió sus alas húmedas de sueño
y del naciente sol al tibio rayo
al aire se entregó. Sobre el risueño
haz del natal arroyo hizo el ensayo
primero de sus alas. Del empeño
segura ya, voló. Breve desmayo
posar le hizo en el pétalo sedeño
de un agabanzo. Y empezó el derroche
de su efímera vida en loco brillo
de vuelos faltos de intención alguna,
para morir, sin conocer la noche,
abatida por piedra de un chiquillo,
de las nativas aguas en la cuna. | es |
Guillén,Nicolás | <XXI | —Me_Matan,_Si_No_Trabajo | —Me matan, si no trabajo,
Y si trabajo me matan.
Siempre me matan, matan,
Siempre me matan.
Ayer vi a un hombre mirando,
Mirando el sol que salía.
Ayer vi a un hombre mirando,
Mirando el sol que salía.
El hombre estaba muy serio
Porque el hombre no veía.
Ay,
Los ciegos viven sin ver
Cuando sale el sol,
Cuando sale el sol,
¡Cuando sale el sol!
Ayer vi a un niño jugando
A que mataba a otro niño.
Ayer vi a un niño jugando
A que mataba a otro niño.
Hay niños que se parecen
A los hombres trabajando.
¡Quién les dirá cuando crezcan
Que los hombres no son niños,
Que no lo son,
Que no lo son,
Que no lo son!
Me matan, si no trabajo,
Y si trabajo me matan:
Siempre me matan, me matan,
¡Siempre me matan! | es |
Unamuno,Miguel_de | <XXI | Mira_El_Pordiosero | Mira el pordiosero,
es el de siempre...
¡Pobrecito, que viene deshecho!
¡Cómo resiste!
¡Parece imposible!
Mírale cómo besa el mendrugo
que de allí le echaron...
¡Oh, qué pan tan duro!
No le ablandan los besos, de fijo,
los besos del pobre...
Hoy le besa... mañana le muerde...
le besa y lo guarda; al zurrón se lo mete,
se guarda el mendrugo...
En él de sus dientes
dejó un niño la marca
y después de morderlo
tuvo que dejarlo,
rendido de sueño,
rendidito el pobre...
Mira un pajarito
cómo allí se posa,
a coger las migajas
del pan de limosna...
Mira que volando
las lleva en el pico...
¡Migas del mendrugo!
Se las lleva al nido...
Hay que dar limosna,
no hay más remedio,
hay que dar limosna...
el no darla es tan feo.
¿Que no sirve de nada? ¿Qué importa?
¿Qué importa?... Es tan feo...
¡Es hermoso y basta!
«¡Caridad no, justicia!», me dices...
Esas son monsergas,
son cosas de libros,
esos son embrollos,
ve ahí, te lo digo...
¡es tan hermoso!
Mírale cómo viene... tan dulce...
tan dulce y tan quedo...
Mírale cómo viene tan dulce...
Es el pordiosero...
Parece su capa
la huerta del pueblo,
la huerta formada
de retazos de todos colores
que se acerquen al verde... la capa
parece la capa del pueblo,
parece la huerta
si la ves desde el cerro.
El sol y la lluvia
le han dado ese tono,
eso tono tan suave y tan dulce...
¡dale limosna... que es tan hermoso!
Mira, el Sol que es tan bueno,
su luz soberana
le da de limosna
sin negarle nada.
Y el aire le envuelve,
le besa y le abraza,
y con tanto ahínco
que por eso se pone la capa.
Bebe en los caminos
agua cristalina,
agua que Dios llueve,
limosna Divina...
¿Es que acaso somos
más que unos mendigos?
De limosna y de gracia,
de mendrugos vivimos...
¿Otra vez... otra vez lo repites?
¡Justicia tan sólo!...
¡Desgraciado si no encuentras gracia!
¡Oh, si el Juez soberano 1
tan sólo justicia te diera,
justicia tan sólo!...
Esas son monsergas,
son cosas de libros,
esos son embrollos,
¡ve ahí, te lo digo!
Una limosnita, por Dios, pide el pobre,
y se le contesta:
«¡Hermano, perdone!»
Y él perdona la deuda,
pa'a que Dios le perdone.
«Que el buen Dios se lo pague, hermanito,
que Dios le bendiga»,
dice a quien le paga,
y en limosna le da Dios la vida...
La vida es limosna...
Déjale al corazón que te diga
qué es lo más hermoso,
déjale al corazón, que en la vida
él sabe sólo...
¡sólo él sabe la dicha!
La vida es limosna,
limosna del cielo...
Te vendrá tu hora...
La vida es muy dura;
Es como el mendrugo,
La vida es muy dura
es como el mendrugo que echaron al pobre.
Bésala piadoso
antes de guardarla,
besa ese mendrugo
antes de meterlo al zurrón de tu alma.
Su señal dejó en ella algún ángel
antes de dormirse...
Ha de despertarse...
Cuando tú te duermas,
duermas para siempre...
¡La vida es limosna...!
¡Limosna la muerte! 2 | es |
Pardo_García,Germán | <XXI | Invocación_A_La_Noche | Deslúmbrame con otras maravillas.
Combáteme con furia diferente.
Anúdame en el cuerpo tu serpiente.
Desgástame el calor de las mejillas.
Destrúyeme, transfórmame en astillas.
Inúndame, cuartéame la frente.
Guíame a una grandeza sorprendente.
Desembárcame en trágicas orillas.
Pertúrbame el espíritu con ondas
que logren devastar mi inteligencia.
Martirízame el suelo con tus sondas.
Quebrántame la humana resistencia.
Desquíciame estas frágiles rotondas.
Condúceme al horror de tu demencia. | es |
Girondo,Oliverio | <XXI | Si_Hubiera_Sospechado_Lo_Que_Se_Oye_Después_De_Muerto,_No_Me_Suicido | Si hubiera sospechado lo que se oye después de muerto, no me suicido.
Apenas se desvanece la musiquita que nos echó a perder los últimos momentos y cerramos los ojos para dormir la eternidad, empiezan las discusiones y las escenas de familia.
¡Qué desconocimiento de las formas! ¡Qué carencia absoluta de compostura! ¡Qué ignorancia de lo que es bien morir!
Ni un conventillo de calabreses malcasados, en plena catástrofe conyugal, daría una noción aproximada de las bataholas que se producen a cada instante.
Mientras algún vecino patalea dentro de su cajón, los de al lado se insultan como carreros, y al mismo tiempo que resuena un estruendo a mudanza, se oyen las carcajadas de los que habitan en la tumba de enfrente.
Cualquier cadáver se considera con el derecho de manifestar a gritos los deseos que había logrado reprimir durante toda su
existencia de ciudadano, y no contento con enterarnos de sus mezquindades, de sus infamias, a los cinco minutos de hallarnos
instalados en nuestro nicho, nos interioriza de lo que opinan sobre nosotros todos los habitantes del cementerio.
De nada sirve que nos tapemos las orejas. Los comentarios, las risitas irónicas, los cascotes que caen de no se sabe dónde, nos
atormentan en tal forma los minutos del día y del insomnio, que nos dan ganas de suicidarnos nuevamente.
Aunque parezca mentira —esas humillaciones— ese continuo estruendo resulta mil veces preferible a los momentos de calma y de silencio.
Por lo común, éstos sobrevienen con una brusquedad de síncope. De pronto, sin el menor indicio, caemos en el vacío. Imposible asirse a alguna cosa, encontrar una asperosidad a que aferrarse. La caída no tiene término. El silencio hace sonar su diapasón. La atmósfera se rarifica cada vez más, y el menor ruidito: una uña, un cartílago que se cae, la falange de un dedo que se desprende, retumba, se amplifica, choca y rebota en los obstáculos que encuentra, se amalgama con todos los ecos que persisten; y cuando parece que ya se va a extinguir, y cerramos los ojos despacito para que no se oiga ni el roce de nuestros párpados, resuena un nuevo ruido que nos espanta el sueño para siempre.
¡Ah, si yo hubiera sabido que la muerte es un país donde no se puede vivir!
Apenas se desvanece la musiquita que nos echó a perder los últimos momentos y cerramos los ojos para dormir la eternidad, empiezan las discusiones y las escenas de familia.
¡Qué desconocimiento de las formas! ¡Qué carencia absoluta de compostura! ¡Qué ignorancia de lo que es bien morir!
Ni un conventillo de calabreses malcasados, en plena catástrofe conyugal, daría una noción aproximada de las bataholas que se producen a cada instante.
Mientras algún vecino patalea dentro de su cajón, los de al lado se insultan como carreros, y al mismo tiempo que resuena un estruendo a mudanza, se oyen las carcajadas de los que habitan en la tumba de enfrente.
Cualquier cadáver se considera con el derecho de manifestar a gritos los deseos que había logrado reprimir durante toda su
existencia de ciudadano, y no contento con enterarnos de sus mezquindades, de sus infamias, a los cinco minutos de hallarnos
instalados en nuestro nicho, nos interioriza de lo que opinan sobre nosotros todos los habitantes del cementerio.
De nada sirve que nos tapemos las orejas. Los comentarios, las risitas irónicas, los cascotes que caen de no se sabe dónde, nos
atormentan en tal forma los minutos del día y del insomnio, que nos dan ganas de suicidarnos nuevamente.
Aunque parezca mentira —esas humillaciones— ese continuo estruendo resulta mil veces preferible a los momentos de calma y de silencio.
Por lo común, éstos sobrevienen con una brusquedad de síncope. De pronto, sin el menor indicio, caemos en el vacío. Imposible asirse a alguna cosa, encontrar una asperosidad a que aferrarse. La caída no tiene término. El silencio hace sonar su diapasón. La atmósfera se rarifica cada vez más, y el menor ruidito: una uña, un cartílago que se cae, la falange de un dedo que se desprende, retumba, se amplifica, choca y rebota en los obstáculos que encuentra, se amalgama con todos los ecos que persisten; y cuando parece que ya se va a extinguir, y cerramos los ojos despacito para que no se oiga ni el roce de nuestros párpados, resuena un nuevo ruido que nos espanta el sueño para siempre.
¡Ah, si yo hubiera sabido que la muerte es un país donde no se puede vivir!
¡Qué desconocimiento de las formas! ¡Qué carencia absoluta de compostura! ¡Qué ignorancia de lo que es bien morir!
Ni un conventillo de calabreses malcasados, en plena catástrofe conyugal, daría una noción aproximada de las bataholas que se producen a cada instante.
Mientras algún vecino patalea dentro de su cajón, los de al lado se insultan como carreros, y al mismo tiempo que resuena un estruendo a mudanza, se oyen las carcajadas de los que habitan en la tumba de enfrente.
Cualquier cadáver se considera con el derecho de manifestar a gritos los deseos que había logrado reprimir durante toda su
existencia de ciudadano, y no contento con enterarnos de sus mezquindades, de sus infamias, a los cinco minutos de hallarnos
instalados en nuestro nicho, nos interioriza de lo que opinan sobre nosotros todos los habitantes del cementerio.
De nada sirve que nos tapemos las orejas. Los comentarios, las risitas irónicas, los cascotes que caen de no se sabe dónde, nos
atormentan en tal forma los minutos del día y del insomnio, que nos dan ganas de suicidarnos nuevamente.
Aunque parezca mentira —esas humillaciones— ese continuo estruendo resulta mil veces preferible a los momentos de calma y de silencio.
Por lo común, éstos sobrevienen con una brusquedad de síncope. De pronto, sin el menor indicio, caemos en el vacío. Imposible asirse a alguna cosa, encontrar una asperosidad a que aferrarse. La caída no tiene término. El silencio hace sonar su diapasón. La atmósfera se rarifica cada vez más, y el menor ruidito: una uña, un cartílago que se cae, la falange de un dedo que se desprende, retumba, se amplifica, choca y rebota en los obstáculos que encuentra, se amalgama con todos los ecos que persisten; y cuando parece que ya se va a extinguir, y cerramos los ojos despacito para que no se oiga ni el roce de nuestros párpados, resuena un nuevo ruido que nos espanta el sueño para siempre.
¡Ah, si yo hubiera sabido que la muerte es un país donde no se puede vivir!
Ni un conventillo de calabreses malcasados, en plena catástrofe conyugal, daría una noción aproximada de las bataholas que se producen a cada instante.
Mientras algún vecino patalea dentro de su cajón, los de al lado se insultan como carreros, y al mismo tiempo que resuena un estruendo a mudanza, se oyen las carcajadas de los que habitan en la tumba de enfrente.
Cualquier cadáver se considera con el derecho de manifestar a gritos los deseos que había logrado reprimir durante toda su
existencia de ciudadano, y no contento con enterarnos de sus mezquindades, de sus infamias, a los cinco minutos de hallarnos
instalados en nuestro nicho, nos interioriza de lo que opinan sobre nosotros todos los habitantes del cementerio.
De nada sirve que nos tapemos las orejas. Los comentarios, las risitas irónicas, los cascotes que caen de no se sabe dónde, nos
atormentan en tal forma los minutos del día y del insomnio, que nos dan ganas de suicidarnos nuevamente.
Aunque parezca mentira —esas humillaciones— ese continuo estruendo resulta mil veces preferible a los momentos de calma y de silencio.
Por lo común, éstos sobrevienen con una brusquedad de síncope. De pronto, sin el menor indicio, caemos en el vacío. Imposible asirse a alguna cosa, encontrar una asperosidad a que aferrarse. La caída no tiene término. El silencio hace sonar su diapasón. La atmósfera se rarifica cada vez más, y el menor ruidito: una uña, un cartílago que se cae, la falange de un dedo que se desprende, retumba, se amplifica, choca y rebota en los obstáculos que encuentra, se amalgama con todos los ecos que persisten; y cuando parece que ya se va a extinguir, y cerramos los ojos despacito para que no se oiga ni el roce de nuestros párpados, resuena un nuevo ruido que nos espanta el sueño para siempre.
¡Ah, si yo hubiera sabido que la muerte es un país donde no se puede vivir!
Mientras algún vecino patalea dentro de su cajón, los de al lado se insultan como carreros, y al mismo tiempo que resuena un estruendo a mudanza, se oyen las carcajadas de los que habitan en la tumba de enfrente.
Cualquier cadáver se considera con el derecho de manifestar a gritos los deseos que había logrado reprimir durante toda su
existencia de ciudadano, y no contento con enterarnos de sus mezquindades, de sus infamias, a los cinco minutos de hallarnos
instalados en nuestro nicho, nos interioriza de lo que opinan sobre nosotros todos los habitantes del cementerio.
De nada sirve que nos tapemos las orejas. Los comentarios, las risitas irónicas, los cascotes que caen de no se sabe dónde, nos
atormentan en tal forma los minutos del día y del insomnio, que nos dan ganas de suicidarnos nuevamente.
Aunque parezca mentira —esas humillaciones— ese continuo estruendo resulta mil veces preferible a los momentos de calma y de silencio.
Por lo común, éstos sobrevienen con una brusquedad de síncope. De pronto, sin el menor indicio, caemos en el vacío. Imposible asirse a alguna cosa, encontrar una asperosidad a que aferrarse. La caída no tiene término. El silencio hace sonar su diapasón. La atmósfera se rarifica cada vez más, y el menor ruidito: una uña, un cartílago que se cae, la falange de un dedo que se desprende, retumba, se amplifica, choca y rebota en los obstáculos que encuentra, se amalgama con todos los ecos que persisten; y cuando parece que ya se va a extinguir, y cerramos los ojos despacito para que no se oiga ni el roce de nuestros párpados, resuena un nuevo ruido que nos espanta el sueño para siempre.
¡Ah, si yo hubiera sabido que la muerte es un país donde no se puede vivir!
Cualquier cadáver se considera con el derecho de manifestar a gritos los deseos que había logrado reprimir durante toda su
existencia de ciudadano, y no contento con enterarnos de sus mezquindades, de sus infamias, a los cinco minutos de hallarnos
instalados en nuestro nicho, nos interioriza de lo que opinan sobre nosotros todos los habitantes del cementerio.
De nada sirve que nos tapemos las orejas. Los comentarios, las risitas irónicas, los cascotes que caen de no se sabe dónde, nos
atormentan en tal forma los minutos del día y del insomnio, que nos dan ganas de suicidarnos nuevamente.
Aunque parezca mentira —esas humillaciones— ese continuo estruendo resulta mil veces preferible a los momentos de calma y de silencio.
Por lo común, éstos sobrevienen con una brusquedad de síncope. De pronto, sin el menor indicio, caemos en el vacío. Imposible asirse a alguna cosa, encontrar una asperosidad a que aferrarse. La caída no tiene término. El silencio hace sonar su diapasón. La atmósfera se rarifica cada vez más, y el menor ruidito: una uña, un cartílago que se cae, la falange de un dedo que se desprende, retumba, se amplifica, choca y rebota en los obstáculos que encuentra, se amalgama con todos los ecos que persisten; y cuando parece que ya se va a extinguir, y cerramos los ojos despacito para que no se oiga ni el roce de nuestros párpados, resuena un nuevo ruido que nos espanta el sueño para siempre.
¡Ah, si yo hubiera sabido que la muerte es un país donde no se puede vivir!
De nada sirve que nos tapemos las orejas. Los comentarios, las risitas irónicas, los cascotes que caen de no se sabe dónde, nos
atormentan en tal forma los minutos del día y del insomnio, que nos dan ganas de suicidarnos nuevamente.
Aunque parezca mentira —esas humillaciones— ese continuo estruendo resulta mil veces preferible a los momentos de calma y de silencio.
Por lo común, éstos sobrevienen con una brusquedad de síncope. De pronto, sin el menor indicio, caemos en el vacío. Imposible asirse a alguna cosa, encontrar una asperosidad a que aferrarse. La caída no tiene término. El silencio hace sonar su diapasón. La atmósfera se rarifica cada vez más, y el menor ruidito: una uña, un cartílago que se cae, la falange de un dedo que se desprende, retumba, se amplifica, choca y rebota en los obstáculos que encuentra, se amalgama con todos los ecos que persisten; y cuando parece que ya se va a extinguir, y cerramos los ojos despacito para que no se oiga ni el roce de nuestros párpados, resuena un nuevo ruido que nos espanta el sueño para siempre.
¡Ah, si yo hubiera sabido que la muerte es un país donde no se puede vivir!
Aunque parezca mentira —esas humillaciones— ese continuo estruendo resulta mil veces preferible a los momentos de calma y de silencio.
Por lo común, éstos sobrevienen con una brusquedad de síncope. De pronto, sin el menor indicio, caemos en el vacío. Imposible asirse a alguna cosa, encontrar una asperosidad a que aferrarse. La caída no tiene término. El silencio hace sonar su diapasón. La atmósfera se rarifica cada vez más, y el menor ruidito: una uña, un cartílago que se cae, la falange de un dedo que se desprende, retumba, se amplifica, choca y rebota en los obstáculos que encuentra, se amalgama con todos los ecos que persisten; y cuando parece que ya se va a extinguir, y cerramos los ojos despacito para que no se oiga ni el roce de nuestros párpados, resuena un nuevo ruido que nos espanta el sueño para siempre.
¡Ah, si yo hubiera sabido que la muerte es un país donde no se puede vivir!
Por lo común, éstos sobrevienen con una brusquedad de síncope. De pronto, sin el menor indicio, caemos en el vacío. Imposible asirse a alguna cosa, encontrar una asperosidad a que aferrarse. La caída no tiene término. El silencio hace sonar su diapasón. La atmósfera se rarifica cada vez más, y el menor ruidito: una uña, un cartílago que se cae, la falange de un dedo que se desprende, retumba, se amplifica, choca y rebota en los obstáculos que encuentra, se amalgama con todos los ecos que persisten; y cuando parece que ya se va a extinguir, y cerramos los ojos despacito para que no se oiga ni el roce de nuestros párpados, resuena un nuevo ruido que nos espanta el sueño para siempre.
¡Ah, si yo hubiera sabido que la muerte es un país donde no se puede vivir!
¡Ah, si yo hubiera sabido que la muerte es un país donde no se puede vivir! | es |
Unamuno,Miguel_de | <XXI | Medina_La_Del_Campo | En la del Campo secular Medina,
junto al rubio Castillo de la Mota
que al cielo de Castilla yergue rota
su torre, cual blasón de la rüina
de aquella hidalga tierra isabelina,
la de cruz y espadón, sotana y cota,
que allende el mar, en extensión remota,
vendió su sangre al precio de una mina,
velan el sol con su humareda sucia
turbando el sueño de Isabel los trenes,
mientras Maese Luzbel que con la astucia
de su saber nos tiene el alma en rehenes,
sobre esta España que avariento acucia
vuelca el raudal de los dudosos bienes. | es |
Subsets and Splits